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SACRIFICIOYDRAMADELREYSAGRADO
(Genealogía, antropología e historia del mito de Cristo)
Entrevista a su autor:
ELISEO FERRER
UN CRISTIANISMO JUDIO SIN HISTORIA EVANGÉLICA NI PUNTO CERO
«El Mesías-Cristo es un mito ancestral y arcaico reformulado por
las sectas del mesianismo apocalíptico y transformado por
el gnosticismo y por la Iglesia del siglo segundo».
A
finales de septiembre de
2021 comenzó la difusión
del libro «Sacrificio y drama
del rey Sagrado», que con-
tiene, según los especialistas y según el
propio autor, una particular visión del
cristianismo, de sus más inmediatos an-
tecedentes y de sus más remotos oríge-
nes. Una visión de Cristo y del naci-
miento de la Iglesia construida con una
metodología que huye tanto de las visiones teológi-
cas de los investigadores católicos y luteranos,
como de los planteamientos analíticos y abstractos
que usa comúnmente el mundo académico contem-
poráneo. De tal manera que la teoría del cristianis-
mo que propone esta obra es la de un variado con-
junto de fenómenos y de referencias culturales que,
en clara y constante evolución, confluyeron en un
contexto cultural determinado: el del judaísmo hele-
nístico (y helenizado) de los siglos anteriores y pos-
teriores al cambio de era, y anterior al judaísmo
rabínico del siglo segundo.
Pero nadie mejor que su autor, Eliseo Ferrer, para
que nos explique los pormenores de la obra.
—¿Qué es y como definiría el libro «Sacrificio y
drama del Rey Sagrado»?
—En primer lugar, he de decir que el sintagma que
da título a la obra lo he tomado de Sir James G.
Frazer (quien puso nombre al ritual del «Sacrificio
del Rey Sagrado»), y he añadido el término «dra-
ma» porque el culto y los ritos de todas esas divini-
dades menores que morían y resucitaban incluían,
siempre e invariablemente, una representación dra-
mática cíclica y de carácter temporal: el
ritual del mito regenerador del cosmos
del que tanto habló Eliade, y que en el
cristianismo, a pesar de su historia line-
al, se traduce en el drama de la Pasión de
Cristo. De manera muy resumida, puedo
adelantar que, a lo largo de sus ocho-
cientas páginas, abordo la historia y la
evolución de dos mitos fundamentales,
que confluyeron, desde mi punto de
vista, en las cartas de Pablo de Tarso. Por una parte,
abordo el mito de la muerte y la resurrección del rey
divino, de dios o del hijo de dios o de la diosa, desde
los cultos neolíticos hasta los cultos mistéricos y el
nacimiento de la Iglesia católica en la segunda
mitad del siglo segundo. Y, por otro lado, y de
manera paralela, abordo la historia y la evolución
del mito del salvador de la tradición indoirania, que
se concretó de manera explícita y con rasgos simi-
lares a la herencia cultural posterior, en el Salvador
mazdeísta de la religión de Zoroastro (Saoshyant) y
en el gnosticismo. Este mito de la tradición indoira-
nia no muere ni resucita; nos habla tan solo del des-
censo a la tierra y el ascenso a los cielos del salva-
dor, el hijo de dios. Ambas tradiciones, la zoroas-
triana y la mistérica, confluyeron de manera sor-
prendente en las cartas de Pablo de Tarso; y digo
«de manera sorprendente» porque hay textos místi-
cos judíos del primitivo cristianismo (Evangelio
Gnóstico de Tomas, por ejemplo) que estuvieron
guiados por el mito del salvador zoroastriano de la
literatura apocalíptica de la época, y en los que Jesús
no moría ni resucitaba.
— 75 —
— 75 —
—En la solapa de su libro se anuncia «un cristia-
nismo judío sin historia evangélica ni punto
cero». ¿No se trata de algo demasiado rupturista
y comprometido?
—Bueno… Esto es una simplificación, en efecto.
Un eslogan que se le ocurrió al editor. Y, como toda
simplificación, no dice demasiado del contenido del
libro. Pero a mí no me pareció mal, ya que creo que
es algo así como una especie de tarjeta de visita: una
invitación a entrar en un libro que es completamente
diferente a todo lo que se ha escrito sobre Cristo y
el cristianismo hasta la fecha.
—¿Y por qué «judío»? Siempre se ha dicho que
los judíos fueron los que indujeron al asesinato
de Jesús.
—Mire, cualquier estudiante de historia o antropo-
logía de la religión sabe que no hay revelación; o,
cuando menos, no la hay en el sentido apriorístico
que le ofrece la teología. La «revelación», para la
ciencia, es algo que se da a posteriori y que brota de
la vida de los hombres. En este sentido, debo reco-
nocer que el cristianismo no nació en el Portal de
Belén ni tras la imaginaria muerte y resurrección del
Hijo de Dios. Como todo fenómeno espiritual y reli-
gioso, el cristianismo fue fruto de un largo proceso
de interacción del hombre con el medio; de un largo
proceso de concatenación de diferentes contextos
culturales, y, en última instancia, de la elaboración,
reelaboración, corrección y enmienda de innumera-
bles textos surgidos de una tradición oral anterior.
—Pero en algún momento debió manifestarse…
¿Cuáles fueron esos primeros signos de Cristo y
el cristianismo?
—Sí, efectivamente, si nos remitimos a los textos…
Los términos «Cristo» y «cristianismo» son los
equivalentes judíos de «Mesías» y «mesianismo».
Y en el contexto judío prerrabínico de finales del
Segundo Templo las primeras referencias a un
Mesías-Cristo o a un mesianismo-cristianismo de
carácter celeste y espiritual las encontramos en cier-
tos apócrifos judíos, en la literatura de Qumrán y en
primitivos textos de carácter gnóstico. Basta citar
apócrifos como el Libro de las Parábolas de Henoc,
IV Esdras, el Apocalipsis Siriaco de Baruc o Los
Salmos de Salomón y su Cristo Señor; el Libro de
Melquisedec, entre los textos de Qumrán, o el texto
protognóstico Las odas de salomón, en las que apa-
recen claras referencias a la cruz y la Virgen concibe
también por obra del espíritu. Luego, el cristianismo
que conocemos se reafirmó en las cartas de Pablo de
Tarso, quien, a caballo entre la apocalíptica, el mis-
ticismo judío protognóstico y la misteriosofía, ins-
piró por separado los evangelios, los textos de
Marción y las líneas generales de los grandes maes-
tros del gnosticismo. Y solo muy tardíamente, a
mediados del siglo segundo, llegaron las cartas pau-
linas y «los cuatro evangelios» a la capital del impe-
rio. Pero, volviendo a lo esencial de su pregunta, he
de recalcar que toda esta complejidad obliga a cual-
quier investigador honesto a abandonar ideas pre-
concebidas y a aplicar métodos histórico-críticos de
carácter textual, holista y dialéctico, que implican
siempre diferentes niveles de referencias contextua-
les. Siempre he insistido en mi aversión a los méto-
dos analíticos sin más y desprovistos de referencias
históricas y contextuales... Para que me entienda
todo el mundo: el contexto en el que se escribieron
las cartas de Pablo de Tarso y posteriormente los
evangelios fue un contexto judaico de carácter enor-
memente heterogéneo, complejo y multiforme, en
el que convivieron, entre otras muchas tradiciones,
las influencias persas de la dominación aqueménida
de Judea, la literatura apocalíptica, las influencias
de la literatura sapiencial judía, los antiguos haside-
os, el fariseísmo, los sectarios de Qumrán y, en últi-
ma instancia, el medio-platonismo pre-gnóstico que
cultivaron algunos judíos deAlejandría. No hay fór-
mulas estereotipadas ni clichés para explicar el
judaísmo prerrabínico y preeclesiástico en el que
floreció el mito espiritual del Mesías-Cristo. Hay
que estudiar a fondo los textos y sus contextos, y
situar los evangelios en el furgón de cola de la
investigación, y no al principio, como se hace habi-
tualmente.
—En efecto, en esa tarjeta de presentación de su
libro, que aparece en la solapa, usted rechaza
también la historia evangélica. ¿Por qué la teoría
del cristianismo que propone carece de historia
evangélica?
—Decir que los evangelios no fueron escritos con
intención de hacer crónica o historia es hoy casi un
tópico y una evidencia que nadie puede negar. Pero,
aun así, los funcionarios del mundo académico, no
digo ya los teólogos, los creyentes y los profesores
de las universidades católicas y protestantes, se afe-
rran a la literalidad de estos textos con la misma
energía con la que el barón de Münchhausen se aga-
rraba y se tiraba de los pelos para no caer en la cié-
naga. En esta literatura (magníficamente escrita, por
cierto) no hay historia referenciada directa o indi-
rectamente: hay simbolismo, metáfora, analogía,
parábola, etc. Hay midrash y pésher: interpretación
de textos judíos anteriores… Los textos que hemos
recibido de los cuatro evangelios canónicos, resulta-
— 76 —
— 76 —
EntrEvista a ELisEO FErrEr / autOr dE «sacriFiciO y drama dEL rEy sagradO»
Eliseo Ferrer: “El «Jesús histórico» es una construcción ideológica del siglo
diecinueve creada por intelectuales alemanes y pastores protestantes «rebota-
dos» que abjuraron de la teología, pero no pudieron
desembarazarse de la amable y sugestiva figura de Jesús.
Hoy en día, el «Jesús histórico» se ha convertido en un
tópico y en un lugar común de la «jesusología»; pero se
trata de una fórmula vacía y completamente ajena al ver-
dadero significado transcendente del mito. Un invento que
alimenta hoy toda una subcultura libresca de carácter
comercial y su detritus intelectual en las redes e internet.”
do de un largo proceso de dos siglos de recomposi-
ción y manipulación de textos más antiguos, fueron,
primera y fundamentalmente, textos teológico-
gnósticos desde la primera a la última línea; que
involucraban los significados del redentor mistérico
y los del salvador de Zoroastro. Y un claro ejemplo
de ello lo constituye el evangelio de Marcos, el pri-
mero en el tiempo y del que copiaron todos los
demás. Desde el primer parágrafo de este evangelio,
lo que se anuncia no es una historia al estilo de
Tucídices ocurrida a la orilla del Jordán, sino el mito
del descenso a la tierra del Espíritu, la encarnación
del Hijo de Dios y, a la postre, su muerte y resurrec-
ción. Es decir, la encarnación del espíritu divino en
una figura humana, Jesús-Josué, cuyo único refe-
rente lo encontraba el lector de esa época en la figu-
ra veterotestamenteria del Josué-Jesús; quien, cami-
no de la Tierra Prometida, había atravesado el
Jordán, había elegido también doce discípulos y
había amontonado doce piedras como símbolo de
conmemoración.
—Según la leyenda de la solapa, su teoría del
cristianismo carece también de «punto cero». ¿A
qué se refiere con ello?
—Ya lo he dicho. Me refiero a que no hubo revela-
ción, ni nacimiento virginal, ni muerte en la cruz, ni
resurrección, ni un Jesús-Josué identificable históri-
camente más allá de los textos. Hubo infinidad de
símbolos enmarcados, en líneas generales, en una
antigua tradición platónica recogida por el gnosti-
cismo judeocristiano, que hablaba en su relato de las
emanaciones y del descenso de ciertas entidades
divinas (Ideas) a la tierra: Sofía, Jesucristo, el
Espíritu, etc. Y todo ello fue resultado de un largo
proceso cultural y religioso que implicaba también
contextos anteriores, como los representados por la
religión de Zoroastro y por los cultos mistéricos. La
literatura evangélica y su interpretación textual y al
pie de la letra fue algo muy tardío que trajo la Iglesia
a finales del siglo segundo porque los obispos nunca
supieron qué hacer con la compleja mitología del
gnosticismo.
—¿Eso quiere decir que Jesús no existió en rea-
lidad?
—Mire, hoy en día se habla mucho del «Jesús his-
tórico», efectivamente, pero ello dentro de una
visión muy poco histórica y muy teológica o, en su
defecto, heredada de la teología. Incluso, hay por
ahí gente que, atrapada en su círculo hermenéutico,
comete el monstruoso error metodológico de sepa-
rar y enfrentar la idea de un «Jesús histórico» a un
«Cristo de la fe». Esto, claro está, conlleva a todas
luces una petición de principio y supone un monu-
mental disparate metodológico que descalifica a
quienes proponen semejante barbaridad. No hay un
«Jesús histórico» y un «Cristo de la fe» por separa-
do… Hay un Jesús, un Cristo o un Jesucristo, como
lo quiera llamar, quien, desde una perspectiva emic,
fue el Hijo de Dios y el enviado para salvar al géne-
ro humano: el espíritu divino que descendía, se
acercaba a los hombres (se encarnaba en su interior)
y de esta forma los hacía partícipes de la divinidad.
La primera referencia de humanización del mito la
tenemos muy tardíamente, en torno al año ciento
cuarenta, en Hechos de los Apóstoles, una obra de
muy dudosa historicidad. Y, luego, en Justino
Mártir, justo a la mitad del siglo segundo, quien
habló de un «maestro crucificado». Posteriormente,
la teología conciliar concibió a Jesucristo como
«dios y hombre verdadero», y con ello se dio satis-
facción de manera conjunta a las tesis de la escuela
de Antioquía (un maestro) y a las de la escuela de
Alejandría (un hijo de dios).
—Conclusión… ¿Entonces, Jesús existió o no
existió? ¿Cuál es su posición?
—Jesús existió y existe en la teología como Hijo de
Dios, quien, desde una perspectiva emic, desciende
cual espíritu divino en el Jordán para salvar a los
hombres. Yeoshúa (Jesús-Josué) existió como cons-
trucción mítica de la mística judía helenizada, que,
— 77 —
— 77 —
tras la destrucción del Templo de Jerusalén, utilizó
materiales literarios de aluvión para redactar y ree-
laborar los textos de los evangelios. De lo que sí
puede estar segura es que el «Jesús histórico», tal y
como se concibe en la actualidad (un sedicioso anti-
rromano), es una ignorante fabulación. De la misma
forma que no existió «la comunidad jesuánica»: la
urgemeinde, tal y como la conciben las iglesias lute-
ranas. Aunque sería largo y dificultoso entrar en
detalles en este terreno, créame si le digo que no hay
una sola prueba que avale semejante proposición de
un «Jesús histórico», de una «comunidad jesuáni-
ca» o de un cristianismo primitivo en estado de
pureza. El «Jesús histórico» es una construcción
ideológica del siglo diecinueve que crearon intelec-
tuales alemanes y pastores protestantes «rebotados»
que abjuraron de la teología, pero no pudieron
desembarazarse de la amable y sugestiva figura de
Jesús. Y un buen ejemplo de ello lo constituyen las
erróneas interpretaciones del marxismo clásico
sobre Jesús y el cristianismo. Aun así, hoy en día, el
sintagma «Jesús histórico» y su erróneo significado
se ha universalizado; se ha convertido en un tópico
y en un lugar común de la «jesusología». Pero se
trata de una fórmula vacía y completamente ajena al
verdadero significado transcendente del mito de
Jesucristo. Un invento, en definitiva, que alimenta
hoy toda una subcultura libresca de carácter comer-
cial y su detritus intelectual en las redes e internet.
—¿Podría resumir, entonces, quién o qué fue
Jesús, Cristo o Jesucristo?
—Jesús fue y es, ante todo, una construcción de la
mística judía, un hijo póstumo del platonismo; una
personalización de la idea de salvación frente a la
muerte irremediable: el Vástago del Bien, el Hijo
del Altísimo, el Logos mediador entre la tierra y el
cielo… Entiéndame, Jesús es un producto intelec-
tual de la tradición platónica reformulada por el
judío Filón de Alejandría, por las cartas de Pablo de
Tarso, por el gnosticismo de Alejandría, por el
Evangelio de Juan y por judaísmo helenizado de
Jerusalén y de la diáspora siria. De ahí que
Nietzsche pudiera definir al cristianismo como «un
platonismo para el pueblo».
—¿Podemos considerar, en consecuencia, al cris-
tianismo como una variante del platonismo de la
época? ¿Cómo definiría, en pocas palabras, a la
religión creadora de la civilización occidental y
de la que, de una u otra manera, participamos
todos?
—En cierta medida, como digo, el cristianismo pri-
mitivo fue un producto del platonismo, porque eso
fueron el protognosticismo y el gnosticismo cristia-
no, de los que, se quiera o no se quiera, brotó la
Iglesia (católica) en la segunda mitad del siglo
segundo. Y en muy pocas palabras, como usted me
sugiere, yo me atrevería a definir la esencia del cris-
tianismo como la interpretación que la mística judía
platonizante (protognosticismo) hizo del Mesías
celeste (Cristo) a través del Salvador de la religión
de Zoroastro y del Redentor de los cultos mistéri-
cos. Esto parece excesivo y muy atrevido, lo sé…
Pero no hay que olvidar que Jesús-Josué-Yehoshúa
fue también, según los textos gnósticos primitivos,
el prototipo del salvador zoroastriano que contenía
la literatura apocalíptica de la época. Es decir, era el
salvador que juzgaba a los vivos y a los muertos el
día del juicio final, o que, en su forma más evolu-
cionada (gnosis), descendía al mundo como ilumi-
nador para mostrar la naturaleza divina de los hom-
bres; que a eso es a lo que se refiere la idea de la
encarnación del Hijo de Dios: el Cristo interior del
gnosticismo. Y además de todo ello, Jesús represen-
ta también, según las cartas de Pablo de Tarso, las
funciones y valores del redentor mistérico (muerte-
resurrección), en sintonía con los significados ante-
riores del juez apocalíptico y del primitivo salvador
gnóstico. En Pablo de Tarso, la figura resultante de
estas diferentes tradiciones (el cristo cósmico)
moría y resucitaba en los ámbitos intemporales de la
metafísica, de la misma forma que morían y resuci-
taban las deidades de las religiones mistéricas.
—En fin… Usted no es creyente.
—No soy creyente, en efecto. Soy ateo, a mi mane-
ra. Y no sé si con esta sugerencia pretende pregun-
tarme qué hago yo aquí, o cómo me he metido en
todo esto.
—En cierta medida, si; así es.
—Pues, mire usted, creo que éste es un campo de
investigación inagotable y apasionante, que en
pleno siglo veintiuno se encuentra completamente
inexplorado, dominado todavía por la teología y por
las más variopintas ideologías (confesionales y
ateas) de los siglos diecinueve y veinte. Yo, simple-
mente, intento ser sincero conmigo mismo y con
mis lectores, a cuyo objeto aplico mis métodos
(antropológicos, histórico-críticos y textuales) con
la misma actitud etic con la que los geólogos estu-
dian los estratos de la corteza
terrestre o los entomólogos estu-
dian a los insectos. o
___________________
Sofía G. Orlowski
Deeplomatic R.
— 78 —
— 78 —
EntrEvista a ELisEO FErrEr / autOr dE «sacriFiciO y drama dEL rEy sagradO»

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Mitos fundacionales del judeo-cristianismo, según Eliseo Ferrer.

  • 1.
  • 2. SACRIFICIOYDRAMADELREYSAGRADO (Genealogía, antropología e historia del mito de Cristo) Entrevista a su autor: ELISEO FERRER UN CRISTIANISMO JUDIO SIN HISTORIA EVANGÉLICA NI PUNTO CERO «El Mesías-Cristo es un mito ancestral y arcaico reformulado por las sectas del mesianismo apocalíptico y transformado por el gnosticismo y por la Iglesia del siglo segundo». A finales de septiembre de 2021 comenzó la difusión del libro «Sacrificio y drama del rey Sagrado», que con- tiene, según los especialistas y según el propio autor, una particular visión del cristianismo, de sus más inmediatos an- tecedentes y de sus más remotos oríge- nes. Una visión de Cristo y del naci- miento de la Iglesia construida con una metodología que huye tanto de las visiones teológi- cas de los investigadores católicos y luteranos, como de los planteamientos analíticos y abstractos que usa comúnmente el mundo académico contem- poráneo. De tal manera que la teoría del cristianis- mo que propone esta obra es la de un variado con- junto de fenómenos y de referencias culturales que, en clara y constante evolución, confluyeron en un contexto cultural determinado: el del judaísmo hele- nístico (y helenizado) de los siglos anteriores y pos- teriores al cambio de era, y anterior al judaísmo rabínico del siglo segundo. Pero nadie mejor que su autor, Eliseo Ferrer, para que nos explique los pormenores de la obra. —¿Qué es y como definiría el libro «Sacrificio y drama del Rey Sagrado»? —En primer lugar, he de decir que el sintagma que da título a la obra lo he tomado de Sir James G. Frazer (quien puso nombre al ritual del «Sacrificio del Rey Sagrado»), y he añadido el término «dra- ma» porque el culto y los ritos de todas esas divini- dades menores que morían y resucitaban incluían, siempre e invariablemente, una representación dra- mática cíclica y de carácter temporal: el ritual del mito regenerador del cosmos del que tanto habló Eliade, y que en el cristianismo, a pesar de su historia line- al, se traduce en el drama de la Pasión de Cristo. De manera muy resumida, puedo adelantar que, a lo largo de sus ocho- cientas páginas, abordo la historia y la evolución de dos mitos fundamentales, que confluyeron, desde mi punto de vista, en las cartas de Pablo de Tarso. Por una parte, abordo el mito de la muerte y la resurrección del rey divino, de dios o del hijo de dios o de la diosa, desde los cultos neolíticos hasta los cultos mistéricos y el nacimiento de la Iglesia católica en la segunda mitad del siglo segundo. Y, por otro lado, y de manera paralela, abordo la historia y la evolución del mito del salvador de la tradición indoirania, que se concretó de manera explícita y con rasgos simi- lares a la herencia cultural posterior, en el Salvador mazdeísta de la religión de Zoroastro (Saoshyant) y en el gnosticismo. Este mito de la tradición indoira- nia no muere ni resucita; nos habla tan solo del des- censo a la tierra y el ascenso a los cielos del salva- dor, el hijo de dios. Ambas tradiciones, la zoroas- triana y la mistérica, confluyeron de manera sor- prendente en las cartas de Pablo de Tarso; y digo «de manera sorprendente» porque hay textos místi- cos judíos del primitivo cristianismo (Evangelio Gnóstico de Tomas, por ejemplo) que estuvieron guiados por el mito del salvador zoroastriano de la literatura apocalíptica de la época, y en los que Jesús no moría ni resucitaba. — 75 — — 75 —
  • 3. —En la solapa de su libro se anuncia «un cristia- nismo judío sin historia evangélica ni punto cero». ¿No se trata de algo demasiado rupturista y comprometido? —Bueno… Esto es una simplificación, en efecto. Un eslogan que se le ocurrió al editor. Y, como toda simplificación, no dice demasiado del contenido del libro. Pero a mí no me pareció mal, ya que creo que es algo así como una especie de tarjeta de visita: una invitación a entrar en un libro que es completamente diferente a todo lo que se ha escrito sobre Cristo y el cristianismo hasta la fecha. —¿Y por qué «judío»? Siempre se ha dicho que los judíos fueron los que indujeron al asesinato de Jesús. —Mire, cualquier estudiante de historia o antropo- logía de la religión sabe que no hay revelación; o, cuando menos, no la hay en el sentido apriorístico que le ofrece la teología. La «revelación», para la ciencia, es algo que se da a posteriori y que brota de la vida de los hombres. En este sentido, debo reco- nocer que el cristianismo no nació en el Portal de Belén ni tras la imaginaria muerte y resurrección del Hijo de Dios. Como todo fenómeno espiritual y reli- gioso, el cristianismo fue fruto de un largo proceso de interacción del hombre con el medio; de un largo proceso de concatenación de diferentes contextos culturales, y, en última instancia, de la elaboración, reelaboración, corrección y enmienda de innumera- bles textos surgidos de una tradición oral anterior. —Pero en algún momento debió manifestarse… ¿Cuáles fueron esos primeros signos de Cristo y el cristianismo? —Sí, efectivamente, si nos remitimos a los textos… Los términos «Cristo» y «cristianismo» son los equivalentes judíos de «Mesías» y «mesianismo». Y en el contexto judío prerrabínico de finales del Segundo Templo las primeras referencias a un Mesías-Cristo o a un mesianismo-cristianismo de carácter celeste y espiritual las encontramos en cier- tos apócrifos judíos, en la literatura de Qumrán y en primitivos textos de carácter gnóstico. Basta citar apócrifos como el Libro de las Parábolas de Henoc, IV Esdras, el Apocalipsis Siriaco de Baruc o Los Salmos de Salomón y su Cristo Señor; el Libro de Melquisedec, entre los textos de Qumrán, o el texto protognóstico Las odas de salomón, en las que apa- recen claras referencias a la cruz y la Virgen concibe también por obra del espíritu. Luego, el cristianismo que conocemos se reafirmó en las cartas de Pablo de Tarso, quien, a caballo entre la apocalíptica, el mis- ticismo judío protognóstico y la misteriosofía, ins- piró por separado los evangelios, los textos de Marción y las líneas generales de los grandes maes- tros del gnosticismo. Y solo muy tardíamente, a mediados del siglo segundo, llegaron las cartas pau- linas y «los cuatro evangelios» a la capital del impe- rio. Pero, volviendo a lo esencial de su pregunta, he de recalcar que toda esta complejidad obliga a cual- quier investigador honesto a abandonar ideas pre- concebidas y a aplicar métodos histórico-críticos de carácter textual, holista y dialéctico, que implican siempre diferentes niveles de referencias contextua- les. Siempre he insistido en mi aversión a los méto- dos analíticos sin más y desprovistos de referencias históricas y contextuales... Para que me entienda todo el mundo: el contexto en el que se escribieron las cartas de Pablo de Tarso y posteriormente los evangelios fue un contexto judaico de carácter enor- memente heterogéneo, complejo y multiforme, en el que convivieron, entre otras muchas tradiciones, las influencias persas de la dominación aqueménida de Judea, la literatura apocalíptica, las influencias de la literatura sapiencial judía, los antiguos haside- os, el fariseísmo, los sectarios de Qumrán y, en últi- ma instancia, el medio-platonismo pre-gnóstico que cultivaron algunos judíos deAlejandría. No hay fór- mulas estereotipadas ni clichés para explicar el judaísmo prerrabínico y preeclesiástico en el que floreció el mito espiritual del Mesías-Cristo. Hay que estudiar a fondo los textos y sus contextos, y situar los evangelios en el furgón de cola de la investigación, y no al principio, como se hace habi- tualmente. —En efecto, en esa tarjeta de presentación de su libro, que aparece en la solapa, usted rechaza también la historia evangélica. ¿Por qué la teoría del cristianismo que propone carece de historia evangélica? —Decir que los evangelios no fueron escritos con intención de hacer crónica o historia es hoy casi un tópico y una evidencia que nadie puede negar. Pero, aun así, los funcionarios del mundo académico, no digo ya los teólogos, los creyentes y los profesores de las universidades católicas y protestantes, se afe- rran a la literalidad de estos textos con la misma energía con la que el barón de Münchhausen se aga- rraba y se tiraba de los pelos para no caer en la cié- naga. En esta literatura (magníficamente escrita, por cierto) no hay historia referenciada directa o indi- rectamente: hay simbolismo, metáfora, analogía, parábola, etc. Hay midrash y pésher: interpretación de textos judíos anteriores… Los textos que hemos recibido de los cuatro evangelios canónicos, resulta- — 76 — — 76 — EntrEvista a ELisEO FErrEr / autOr dE «sacriFiciO y drama dEL rEy sagradO»
  • 4. Eliseo Ferrer: “El «Jesús histórico» es una construcción ideológica del siglo diecinueve creada por intelectuales alemanes y pastores protestantes «rebota- dos» que abjuraron de la teología, pero no pudieron desembarazarse de la amable y sugestiva figura de Jesús. Hoy en día, el «Jesús histórico» se ha convertido en un tópico y en un lugar común de la «jesusología»; pero se trata de una fórmula vacía y completamente ajena al ver- dadero significado transcendente del mito. Un invento que alimenta hoy toda una subcultura libresca de carácter comercial y su detritus intelectual en las redes e internet.” do de un largo proceso de dos siglos de recomposi- ción y manipulación de textos más antiguos, fueron, primera y fundamentalmente, textos teológico- gnósticos desde la primera a la última línea; que involucraban los significados del redentor mistérico y los del salvador de Zoroastro. Y un claro ejemplo de ello lo constituye el evangelio de Marcos, el pri- mero en el tiempo y del que copiaron todos los demás. Desde el primer parágrafo de este evangelio, lo que se anuncia no es una historia al estilo de Tucídices ocurrida a la orilla del Jordán, sino el mito del descenso a la tierra del Espíritu, la encarnación del Hijo de Dios y, a la postre, su muerte y resurrec- ción. Es decir, la encarnación del espíritu divino en una figura humana, Jesús-Josué, cuyo único refe- rente lo encontraba el lector de esa época en la figu- ra veterotestamenteria del Josué-Jesús; quien, cami- no de la Tierra Prometida, había atravesado el Jordán, había elegido también doce discípulos y había amontonado doce piedras como símbolo de conmemoración. —Según la leyenda de la solapa, su teoría del cristianismo carece también de «punto cero». ¿A qué se refiere con ello? —Ya lo he dicho. Me refiero a que no hubo revela- ción, ni nacimiento virginal, ni muerte en la cruz, ni resurrección, ni un Jesús-Josué identificable históri- camente más allá de los textos. Hubo infinidad de símbolos enmarcados, en líneas generales, en una antigua tradición platónica recogida por el gnosti- cismo judeocristiano, que hablaba en su relato de las emanaciones y del descenso de ciertas entidades divinas (Ideas) a la tierra: Sofía, Jesucristo, el Espíritu, etc. Y todo ello fue resultado de un largo proceso cultural y religioso que implicaba también contextos anteriores, como los representados por la religión de Zoroastro y por los cultos mistéricos. La literatura evangélica y su interpretación textual y al pie de la letra fue algo muy tardío que trajo la Iglesia a finales del siglo segundo porque los obispos nunca supieron qué hacer con la compleja mitología del gnosticismo. —¿Eso quiere decir que Jesús no existió en rea- lidad? —Mire, hoy en día se habla mucho del «Jesús his- tórico», efectivamente, pero ello dentro de una visión muy poco histórica y muy teológica o, en su defecto, heredada de la teología. Incluso, hay por ahí gente que, atrapada en su círculo hermenéutico, comete el monstruoso error metodológico de sepa- rar y enfrentar la idea de un «Jesús histórico» a un «Cristo de la fe». Esto, claro está, conlleva a todas luces una petición de principio y supone un monu- mental disparate metodológico que descalifica a quienes proponen semejante barbaridad. No hay un «Jesús histórico» y un «Cristo de la fe» por separa- do… Hay un Jesús, un Cristo o un Jesucristo, como lo quiera llamar, quien, desde una perspectiva emic, fue el Hijo de Dios y el enviado para salvar al géne- ro humano: el espíritu divino que descendía, se acercaba a los hombres (se encarnaba en su interior) y de esta forma los hacía partícipes de la divinidad. La primera referencia de humanización del mito la tenemos muy tardíamente, en torno al año ciento cuarenta, en Hechos de los Apóstoles, una obra de muy dudosa historicidad. Y, luego, en Justino Mártir, justo a la mitad del siglo segundo, quien habló de un «maestro crucificado». Posteriormente, la teología conciliar concibió a Jesucristo como «dios y hombre verdadero», y con ello se dio satis- facción de manera conjunta a las tesis de la escuela de Antioquía (un maestro) y a las de la escuela de Alejandría (un hijo de dios). —Conclusión… ¿Entonces, Jesús existió o no existió? ¿Cuál es su posición? —Jesús existió y existe en la teología como Hijo de Dios, quien, desde una perspectiva emic, desciende cual espíritu divino en el Jordán para salvar a los hombres. Yeoshúa (Jesús-Josué) existió como cons- trucción mítica de la mística judía helenizada, que, — 77 — — 77 —
  • 5. tras la destrucción del Templo de Jerusalén, utilizó materiales literarios de aluvión para redactar y ree- laborar los textos de los evangelios. De lo que sí puede estar segura es que el «Jesús histórico», tal y como se concibe en la actualidad (un sedicioso anti- rromano), es una ignorante fabulación. De la misma forma que no existió «la comunidad jesuánica»: la urgemeinde, tal y como la conciben las iglesias lute- ranas. Aunque sería largo y dificultoso entrar en detalles en este terreno, créame si le digo que no hay una sola prueba que avale semejante proposición de un «Jesús histórico», de una «comunidad jesuáni- ca» o de un cristianismo primitivo en estado de pureza. El «Jesús histórico» es una construcción ideológica del siglo diecinueve que crearon intelec- tuales alemanes y pastores protestantes «rebotados» que abjuraron de la teología, pero no pudieron desembarazarse de la amable y sugestiva figura de Jesús. Y un buen ejemplo de ello lo constituyen las erróneas interpretaciones del marxismo clásico sobre Jesús y el cristianismo. Aun así, hoy en día, el sintagma «Jesús histórico» y su erróneo significado se ha universalizado; se ha convertido en un tópico y en un lugar común de la «jesusología». Pero se trata de una fórmula vacía y completamente ajena al verdadero significado transcendente del mito de Jesucristo. Un invento, en definitiva, que alimenta hoy toda una subcultura libresca de carácter comer- cial y su detritus intelectual en las redes e internet. —¿Podría resumir, entonces, quién o qué fue Jesús, Cristo o Jesucristo? —Jesús fue y es, ante todo, una construcción de la mística judía, un hijo póstumo del platonismo; una personalización de la idea de salvación frente a la muerte irremediable: el Vástago del Bien, el Hijo del Altísimo, el Logos mediador entre la tierra y el cielo… Entiéndame, Jesús es un producto intelec- tual de la tradición platónica reformulada por el judío Filón de Alejandría, por las cartas de Pablo de Tarso, por el gnosticismo de Alejandría, por el Evangelio de Juan y por judaísmo helenizado de Jerusalén y de la diáspora siria. De ahí que Nietzsche pudiera definir al cristianismo como «un platonismo para el pueblo». —¿Podemos considerar, en consecuencia, al cris- tianismo como una variante del platonismo de la época? ¿Cómo definiría, en pocas palabras, a la religión creadora de la civilización occidental y de la que, de una u otra manera, participamos todos? —En cierta medida, como digo, el cristianismo pri- mitivo fue un producto del platonismo, porque eso fueron el protognosticismo y el gnosticismo cristia- no, de los que, se quiera o no se quiera, brotó la Iglesia (católica) en la segunda mitad del siglo segundo. Y en muy pocas palabras, como usted me sugiere, yo me atrevería a definir la esencia del cris- tianismo como la interpretación que la mística judía platonizante (protognosticismo) hizo del Mesías celeste (Cristo) a través del Salvador de la religión de Zoroastro y del Redentor de los cultos mistéri- cos. Esto parece excesivo y muy atrevido, lo sé… Pero no hay que olvidar que Jesús-Josué-Yehoshúa fue también, según los textos gnósticos primitivos, el prototipo del salvador zoroastriano que contenía la literatura apocalíptica de la época. Es decir, era el salvador que juzgaba a los vivos y a los muertos el día del juicio final, o que, en su forma más evolu- cionada (gnosis), descendía al mundo como ilumi- nador para mostrar la naturaleza divina de los hom- bres; que a eso es a lo que se refiere la idea de la encarnación del Hijo de Dios: el Cristo interior del gnosticismo. Y además de todo ello, Jesús represen- ta también, según las cartas de Pablo de Tarso, las funciones y valores del redentor mistérico (muerte- resurrección), en sintonía con los significados ante- riores del juez apocalíptico y del primitivo salvador gnóstico. En Pablo de Tarso, la figura resultante de estas diferentes tradiciones (el cristo cósmico) moría y resucitaba en los ámbitos intemporales de la metafísica, de la misma forma que morían y resuci- taban las deidades de las religiones mistéricas. —En fin… Usted no es creyente. —No soy creyente, en efecto. Soy ateo, a mi mane- ra. Y no sé si con esta sugerencia pretende pregun- tarme qué hago yo aquí, o cómo me he metido en todo esto. —En cierta medida, si; así es. —Pues, mire usted, creo que éste es un campo de investigación inagotable y apasionante, que en pleno siglo veintiuno se encuentra completamente inexplorado, dominado todavía por la teología y por las más variopintas ideologías (confesionales y ateas) de los siglos diecinueve y veinte. Yo, simple- mente, intento ser sincero conmigo mismo y con mis lectores, a cuyo objeto aplico mis métodos (antropológicos, histórico-críticos y textuales) con la misma actitud etic con la que los geólogos estu- dian los estratos de la corteza terrestre o los entomólogos estu- dian a los insectos. o ___________________ Sofía G. Orlowski Deeplomatic R. — 78 — — 78 — EntrEvista a ELisEO FErrEr / autOr dE «sacriFiciO y drama dEL rEy sagradO»