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Nota suelta

¿Yo machista? ¡¡¡ A quién le importa!!!
Señores y señoras, soy machista. Así me formaron, así me educaron, así me dijeron. Es
por eso que abiertamente y con toda la fuerza de mis saludables pulmones grito: “¡SOY
MACHISTA!”
En mi caso fue imposible evitar esa condición de la cual me siento orgulloso. Es que
cómo no ser machista si desde que nací lo primero que oí no fueron mis gritos, sino la voz
chillona de la partera que decía a mi padre: “es un machito, es un machito”. Allí inició
todo. Afortunadamente sobreviví a mi nacimiento y vivo para contarlo. La señora partera,
comadrona o como quieran llamarla tenía en su haber cientos de alumbramientos de los
cuales pocos llegaban con vida. Yo viví, suerte de macho principiante.
Macho, macho, macho, macho, por todos lados me repetían que era macho. Mi madre
siempre me decía: “hijito ¿cómo vas a llorar por golpearte la cabeza con el suelo? Tienes
que ser hombrecito, tienes que ser machito” Aun recuerdo en mi infancia esos momentos
de resistencia al dolor que eran parte de mi entrenamiento: mi bicicleta destrozada por el
choque, yo sobre el pavimento sin poder moverme y mi madre repitiendo que no llore
porque soy hombre. A esas pequeñas alturas de mi vida entendí que ser hombre era ser
macho.
Tuve una niñez sin lágrimas ni quejas. Al primer intento de lloriqueo tenía en mi cerebro
la figura de quienes me repetían la famosa palabra: “macho”. Llegué a pensar que éramos
una raza en extinción que luchaba contra todo tipo de sentimentalismos donde la palabra
dolor era placer. Por supuesto que en esta etapa de formación temprana era necesario tener
mis ídolos, alguien a quien seguir y para eso estaba Rambo I, II, III y IV, me las vi todas;
también aquella película Retroceder Nunca Rendirse Jamás, desde la I hasta la VIII, me
vi toda la saga. Había que ser rudo y con mis compañeros de aula poníamos en práctica las
escenas más salvajes de las películas. En muchas ocasiones terminábamos en la
enfermería del colegio con un brazo golpeado, con la nariz rota, el ojo morado o
inconscientes ¡Tiempos aquellos!
En mi adolescencia no fui un busca pleitos pero se me pasaba la mano con los debiluchos.
Recuerdo claramente a las hermanas de mis ocasionales victimas que me increpaban: “te
crees machito y por eso eres abusivo”. Siempre me recordaban eso de ser macho. Pero si
hasta las mujeres de mi adolescencia se referían a sus enamorados con palabras derivada
del sagrado macho: Viste a tu mach...ete, ya vino tu mach...uca’o, ayer vino mi mach...ín,
la lista es larga.

El entrenamiento para convertirse en macho es rudo, no es fácil. Tengo entendido que
muchos desfallecen en el intento, otros merecen un monumento junto a Grau. Por
ejemplo, durante el entierro de don “Nacho”, abuelo de mi amigo Juanito, toda su familia
lloraba pero él no. Tenía que mantenerse firme, en primer lugar porque sería la burla del
vecindario y en segundo lugar porque alguien le dijo que tenía que ser fuerte como
los....ya saben a quienes me refiero.
Nuestra verdadera prueba de fuego está en la primera relación sexual. Ese es el momento
para adquirir tu primera medalla. Algunos colegas asistieron con sus padres al santuario
de la prueba del sexo: “El burdel”. Otros obtuvieron su medalla con la enamorada, y a
otros sólo les quedaba las “prácticas solitarias”. Todo esto era parte del entrenamiento de
machos, nadie reprochaba nada, eran las reglas y había que cumplirlas. Era demasiado
tarde para echarse atrás. Fuimos criados para ser machos y debíamos acatar.
Saben, a veces no dan ganas de ser macho. Está el caso de la película Titanic, cuando
todos corrían a los botes salvavidas y los guardias decían : “primeros los niños y las
mujeres” En ese momento yo me pregunté: “¿Y los hombres?¿los machos?” En
situaciones como esas no quisiera ser macho.
Hoy veo mi vida y compruebo que de nada me sirve ser macho y machista. Miro el
espejo de mi vida y compruebo que debí llorar cuando pude, debí pedir perdón cuando
debía, debí dar gracias cuando estuve a tiempo. Soy macho y machista, pero ya no lo
práctico ¿Para qué? ¿A quién le importa?

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

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