Mi tío Luis, el sepulturero del pueblo, fue el primero que se dio cuenta de que la gente estaba resucitando. Temprano del día, de madrugada todavía, escuchó golpes en una de las tumbas de uno de los mausoleos más grandes del cementerio.
1. Los resucitados
Por José Joaquín Lopez
Mi tío Luis, el sepulturero del pueblo, fue el primero que se dio cuenta
de que la gente estaba resucitando. Temprano del día, de madrugada
todavía, escuchó golpes en una de las tumbas de uno de los mausoleos
más grandes del cementerio. Pensó que era un animal atrapado, pero
luego escuchó la voz de una mujer. Sin pensarlo ni asustarse usó el
pico, rompió la lápida y la pared del mausoleo, sacó la caja y liberó a la
primera resucitada.
Vivíamos a la par del cementerio del pueblo. La tía Olga tenía una
tienda y el tío Luis siempre trabajó en el cementerio. Por los muertos
hay que sentir respeto, no miedo, decía siempre. Durante toda la niñez
y parte de la adolescencia viví con ellos porque mi madre se había ido
a Estados Unidos. Me recibieron y fui como su hijo. El tío era un
hombre grande, sonriente y bonachón al que quise como padre. Tenía
paciencia infinita con el Jorge, su hijo, y para mí siempre tuvo palabras
de aliento y consejos sin imposición.
2. El día de la primera resucitada nos mandó al Jorge y a mí a buscar agua
y comida, porque la señora dijo que tenía mucha hambre. Hacía tres
meses que había muerto y no había comido nada. Para no tener
problema con las autoridades, mi tío metió la caja vacía y reparó el
mausoleo y la lápida. Llevamos a la resucitada a casa, se dio un baño y
le dimos ropa limpia. Salió caminando para su casa, en donde la familia
se sorprendió pero la recibió bien porque la querían. Después un
doctor dictaminó que había sido catalepsia, esa enfermedad que hace
que la gente parezca muerta sin estarlo. Sin embargo, nos dijo otro
médico, tres meses era demasiado tiempo para que un cataléptico
volviese a la vida.
A la tía Olga se le metió que eran cosas del demonio, pero el tío Luis le
decía que el diablo no puede dar vida. El Jorge y yo estuvimos de
acuerdo. Yo les conté a los cuates de la escuela y de la cuadra, pero
nadie me creyó. De todos modos el Jorge y yo íbamos al cementerio
todas las tardes con la excusa de ayudar al tío Luis, pero lo que
queríamos era ver algún resucitado salir de su tumba. Algunas veces
venían cuates del colegio, pero el tío les decía que no quería patojos
huevones en el cementerio, que no había nada que ver.
Dos meses después de que saliera de la tumba la primera resucitada,
salió el segundo. Era un chofer de bus que habían baleado tres
semanas antes. Este fue más escandaloso, dijo mi tío, empezó a gritar
y a maldecir al despertar. Era de madrugada también. El tío lo escuchó
y le dijo que lo sacaría, pero que se calmara. Esta vez el tío Luis tuvo
más cuidado con la lápida. También lo llevó a casa, le dimos agua,
comida y ropa. No recordaba nada y no habían señales de las balas que
lo habían matado. Cuando regresó a su casa, armaron fiesta y ahí sí se
enteró todo el pueblo de que la gente estaba resucitando.
La gente empezó a llegar al cementerio todos los días. Algunos con la
esperanza de que resucitara algún familiar, otros con el terror de que
3. sucediera, sobre todo cuando ya los bienes se habían repartido.
Empezaron a haber exhumaciones porque la gente quería ver que sus
muertos estaban bien muertos. Algún vándalo nocturno rompió
algunas tumbas, pero no se llevó nada de ellas, quería comprobar que
sólo habían muertos. Hubo alguien que dijo que a los resucitados había
que matarlos porque no había forma de ingresarlos otra vez al registro
civil, no se les podía devolver la herencia y además igual se iban a
morir de nuevo. Habían vigilias católicas y evangélicas, ceremonias
religiosas, gente orando todo el tiempo.
Comenzaron a ordenar que las tumbas tuviesen puertas con llave que
se pudiese abrir desde dentro, instalación eléctrica para luz y carga de
celular. Hubo alguien que instaló una conexión de internet para que se
comunicara su resucitado. La gente ya no lloraba tanto, ahora existía la
probabilidad de que regresara el difunto.
Resucitaron dos personas más. Una mujer muy bonita, que había
muerto una semana atrás en un accidente de tránsito, por culpa de un
borracho. La habían enterrado con un celular y una batería de larga
duración, así que ella llamó a su familia y para cuando el tío la había
sacado, también de madrugada, ya toda la familia estaba en el lugar,
junto a varios enamorados incrédulos y emocionados.
La otra persona resucitada fue un muchacho al que habían apuñalado
por quitarle el celular, tres días antes. A este resucitado lo
descubrimos el Jorge y yo, y fue el único en resucitar a media tarde.
Escuchamos golpes en la tumba y una voz ahogada pidiendo ayuda.
Emocionados fuimos corriendo con el tío y le ayudamos a liberar al
resucitado. La madre no paraba de llorar cuando llegó al cementerio
por el muchacho. Su familia lo recibió muy feliz.
No resucitó nadie más. Nadie se explicaba por qué había sucedido ni
por qué había terminado. Los cuatro resucitados eran buena gente,
4. pero no habían hecho nada extraordinario. La primera resucitada se
aburrió de tanta gente que llegaba a su casa y la veneraba como una
santa. Terminó cambiándose de pueblo. El chofer de bus se lo tomaba
a broma, y a veces le decía a la gente que él no había sido el
resucitado, sino su hermano que se había ido a la capital. La mujer
bonita dejó a todos sus enamorados desairados y se casó con un
extranjero que se la llevó a Europa. El muchacho resucitado se
convirtió en un próspero comerciante.
Años después murió el tío Luis. Yo estaba en la universidad, en la
capital, y regresé lo más pronto que pude. El Jorge estaba muy
afectado. Al tío le dio una neumonía, no se cuidó y cuando ingresó al
hospital ya estaba muy mal. A pesar de que le dijo al Jorge que lo
enterraran normalmente, le dejamos puerta a la tumba con una llave
adentro para que pudiese salir en caso de que despertara. La caja se
podía desarmar fácilmente desde dentro. Acampamos en el
cementerio durante semanas y por turnos nos quedábamos oyendo a
ver si el tío resucitaba. Cuando vimos que no pasó nada, regresamos a
casa.
A veces, me contaba el Jorge, cuando lo sueño por las noches, me
levanto corriendo al cementerio para ver si resucitó. Cuando el tío
cumplió un año de muerto, con la tía Olga y el Jorge acordamos que
nos quitaríamos de la mente eso de la resurrección. Sin embargo, cada
vez que visito al tío en su tumba para su cumpleaños, pego el oído a la
tumba a ver si escucho su voz de nuevo.
Fuente: https://www.anecdotario.net/2014/04/los-resucitados.html