La canción del viejo borracho
Varios poemas de Miguel Ventayol
Breve colección de cancioncillas.
En estas poesías encontrarás cuadernos de viajes, miradas atrás, segundas oportunidades, añoranza con cierto pesimismo, amores frustrados, amistades crueles.
APORTE HISTORICO Y CARACTERISTICAS ARQUITECTONICAS DE LE CORBUSSIER Y MIES VA...
La canción del viejo borracho_Colección de poemas
1. La canción del viejo borracho,
poemas de Miguel G. Ventayol Sarrión
2. El viejo borracho
Cuando el chaval entendió
que se había quedado
sin caminos
ni carreteras,
se sentó en el primer bar
abierto.
Miró y decidió: la única mesa
ocupada.
Se sentó con
el viejo borracho.
Borracho, bebía vino de la casa.
Viejo. las arrugas de la mirada
nunca engañan.
Le dijo que no quedaban caminos por recorrer
donde encontrar piedras preciosas,
o piedras nuevas que patear.
El viejo borracho le invitó
a un vaso de vino de la casa.
—Saboréalo —dijo—. No es el mejor vino del
mundo.
Es al que puedo invitarte.
Ahora,
cuéntame qué has visto, qué te ha conducido
a esta mesa.
El chaval sorbió con calma amarga, dejó que
la hiel fluyera
hasta las botas, peladas de kilómetros.
Le contó sobre una mujer que le hizo perder
el norte;
una niña que le sin pestañear
3. y le robó el alma diez o cien años.
Le contó de un amigo, no vio
venir
aquella puñalada.
Un desconocido le salvó la vida
en mitad del mar.
Relató amaneceres
y lunas llenas durmiendo contra el suelo.
—Beberé otro vaso contigo —dijo el viejo
borracho—. Cuanto más bebas, sabrá mejor.
Hablaremos de amor y pasión,
de traición y amistad,
¡y lo fría que está la tierra cerca
del mar!
Luego seguirás tu camino.
Te esperaré aquí.
Si no has encontrado el norte, o
alguien entorna los ojos sonriendo
sin separarse de ti.
4. El viejo borracho
me habló de un
tren que subía
desde Andalucía hasta
Cataluña; lleno de jaleo, ronquidos
y sueños incumplidos
que solo hablaban de dinero.
Otro bajaba desde Galicia
a Levante.
—He conocido muchos andenes, muchos
bancos donde dormir.
En Alcázar se comía mal, pero se dormía bien.
la tortilla de Albacete era espectacular,
antes de que la estación se transformara
en un centro comercial donde no te dejan
ni parar más de una hora.
En Madrid mejor no cerrar los ojos
ni dar una cabezada.
En Barcelona da gusto desperezarse,
en Galicia me quedé meses
atrapado y cautivado.
Mil veces más enamorado,
Bebí y viví bien.
Pero mis pies me conducían
una vez y otra
a la comodidad placentera
del banco de madera en la estación.
Solo tenía que esperar.
El viejo borracho me contó lo sencillo
que resulta
conseguir un trago gratis.
5. —A veces la conversación es agradable.
Otras…, otras he tenido que beber
con verdaderos hijos de puta.
6. El último sorbo del viejo borracho II
El viejo borracho
me miró con la desconfianza
del miedo;
el miedo del perdedor.
Terminó su tercer vaso.
Se sirvió el cuarto;
me miró como mira quien ha perdido
la vida
sin apostarla.
Luego se concentró en
la botella. Sopesó, calculó
opciones.
—¿Vas a beber conmigo
esta botella de vino? —Preguntó.
—En ese camino nos hemos encontrado —contesté.
Si le hubiese mirado a los ojos
habría descubierto una sonrisa,
pero me aterra penetrar
en la intimidad de las personas.
Podría encontrar,
qué sé yo,
lo mismo que ellas encontrarían en mí.
Serví los dos últimos vasos sin
derramar una gota.
El viejo borracho apuró tanto como pudo;
dejó apenas un sorbo brillante de sangre
en el culo del vaso.
Bajó la mirada
murmuró…
“en este camino nos hemos encontrado…”
8. El último trago del viejo borracho I
El viejo borracho se sentó a mi lado
la mirada concentrada
en el culo del vaso.
Le temblaba la mano derecha.
La izquierda contaba monedas en el
bolsillo de su chaqueta; fue elegante
un día. Hoy era reposo de calderilla.
La mirada del viejo borracho
fue limpia y elegante, un día.
—¿Quieres un trago, amigo? —pregunté.
—No soy tu amigo. No te confundas.
Acepto tu invitación.
El camarero dejó una botella de vino
tinto, sin etiqueta,
en la mesa;
un cuenco con aceitunas rotas,
dos vasos limpios.
El viejo borracho se amarró a su ´
último sorbo
sin sonrisa
ni agradecimiento.
Cogió la botella, llenó su vaso.
—¿Quieres compartir conmigo
una botella de vino? —preguntó
algo extrañado.
Cogí la botella, llené medio vaso.
Lo levanté para brindar con él.
—Deberías cuidar con quién bebes;
a quién ofreces tu amistad —dije.
Apuró su vaso
9. se sirvió de nuevo.
sin sonreír.
El viejo borracho no me contó su historia.
me dijo: “Nunca fui el más valiente;
nunca fui el más rápido.
Me han partido la cara
muchas veces.
Nunca me la he partido por nadie.
Mis amigos volaron
desaparecidos o enterrados.
Ahora bebo contigo”.
—¿Cuál es tu historia? —preguntó
después de un trago.
“Vino peleón”, pensé sin saber por qué,
sorbiendo con fuerza.
Dejé que fluyera hasta mis botas
las botas que compré en
el Rastro.
En Albacete.
En 1999.
Eché la mirada atrás sin vértigo.
Bebí otro sorbo.
—Intento disfrutar cada vaso de vino —mentí.
¿Qué necesidad tenía el
viejo borracho,
ni nadie,
de escuchar alguno de mis cuentos?