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1
SEMANA SANTA
Espiritualidad Bíblica
y Contemplación
Pbro. Emilio Betancur M.
2
SEMANA SANTA
ESPIRITUALIDAD BÍBLICA
Y CONTEMPLACIÓN
© Pbro. Emilio Betancur Múnera
Primera edición
Marzo de 2018
Diseño Carátula y Diagramación
Jorge I. Correa - DCG
dcgrafica@une.net.co
Impresión
Industria Gráfica Litoservicios S.A.S.
litoservicios@une.net.co
Medellín, Colombia
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
Queda prohibida la reproducción parcial o total de este libro,
por cualquier proceso reprográfico o fónico, especialmente por
fotocopia, microfilme, offset o mimeógrafo. (Ley 23 de 1982)
3
Contenido
QUÉ NOS NARRAN LOS EVANGELIOS
SOMOS JERUSALÉN
PARA ESCOGER ENTRE DOS PROCESIONES
HOY CAMINAMOS EN PROCESIÓN
ACERQUEMOS A ALGUIEN QUE SABE
DE SUFRIMIENTOS
LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS ES
LA PRIMERA NUESTRA
PEDRO QUIERE A JESÚS, NO TANTO A LOS DEMÁS
LA CRUZ GLORIOSA DEL SEÑOR RESUCITADO
EL SÁBADO SANTO, DÍA DE LAS VÍCTIMAS
¡DESÁTENLO!
¿CÓMO TERMINÓ JESÚS?
LO INESPERADO
UNA PROPUESTA: QUE NOS ARREBATEN
LA VIDA, PERO LUEGO DE ENTREGARLA
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SEMANA SANTA
P. Emilio Betancur
ESPIRITUALIDAD BÍBLICA
Y CONTEMPLACIÓN
Esta semana es Santa por pertenecerle al
Crucificado Resucitado quien quiere, por la
acción de su Espíritu, hacernos santos.
En el capítulo 20,11-18 Juan amplía la aparición de
Jesús a María Magdalena, de quien había expulsado
veinte demonios según Marcos 16,9-10, con el fin de
sanarla del sufrimiento por la pérdida de su Señor. En
un primer momento, los ángeles vestidos de blanco son
quienes se dirigen a ella diciéndole “Mujer, ¿por qué llo-
ras?”, a lo que ella respondió “porque se han llevado a mi
Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, dio media
vuelta y vio a Jesús de pie, pero no lo reconoció. Jesús le
preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?” Ella,
tomándolo como el jardinero, le dijo: “Señor, si tú te lo has
llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a recogerlo” A lo
cual Jesús le dijo: “¡María!” Ella se vuelve y le dice en he-
breo: “¡Rabbubni!”, que significa Maestro. Jesús se dirigió
nuevamente a ella diciendo: “Suéltame que todavía no he
subido al Padre”.
6
Es solo hasta este momento mencionado por Juan que
se da el encuentro con Jesús y se hace un acercamien-
to a lo que concierne con la espiritualidad mística. Sin
embargo, la tradición mística cristiana arranca, realmen-
te, desde Pablo de Tarso y el Evangelio según San Juan,
principalmente porque el contenido biográfico en ellos
es mucho más parco en comparación al que los demás
evangelistas conocen, lo que da la oportunidad de ofrecer
más contemplación que doctrina y más contenido rela-
cionado al misterio pascual que a la historia en sí, la cual,
cuando es tratada, se aborda desde la Pascua.
La patria espiritual de Pablo de Tarso y San Juan es la Es-
critura, y su lenguaje proviene del mundo simbólico de la
primera alianza. A esa escuela pertenecen los padres de la
Iglesia, en particular los padres del yermo o de la Tebaida
como lo son San Agustín de Hipona, Santa Teresa y San
Juan de la cruz. Teniendo esto en mente, San Ignacio de
Loyola entendió los textos de la Escritura como aquello
que toca la capacidad amorosa y el anhelo del corazón
humano y, siglos más tarde, un especulativo teólogo lla-
mado Karl Rahner advertiría que “El cristiano del futuro
será místico o no será ya en absoluto cristiano”.
Los escritos bíblicos tienen, en su mayoría, una perspecti-
va mística, por lo tanto, se hace necesario partir desde allí
para comprenderlos. Es imposible acercarse y entender a
Jesús exclusivamente desde la razón humana, no obstan-
te, podemos hacerlo desde el conocimiento del encuentro
místico con él. Así pues, no somos nosotros quienes so-
metemos el texto a la crítica y lo acomodamos a nuestras
7
necesidades, sino que es el texto quien nos invita a asumir
desde los criterios de Jesús, la muerte del “ego” (egoísmo).
El camino y las fuentes del conocimiento de Jesús son
la escucha y la interiorización en la oración del miste-
rio pascual, que habita puesto en nuestro interior por el
Espíritu. Es importante reconocer entonces que, aunque
los ritos, procesiones y demás preparaciones para la Se-
mana Santa son indispensables, no son suficientes si no
nos damos por enterados de la acción que tiene Espíritu
sobre nosotros al transformarnos interiormente para lue-
go transformar a otros.
La espiritualidad presente en la Semana Santa surge,
principalmente, de la contemplación y no solo de la par-
ticipación en ciertos rituales religiosos. De manera que el
mejor y más grande punto de este tiempo corresponde
al misterio pascual, empezando por la contemplación de
Jesús crucificado, tomando como ejemplo a Pablo y Juan,
quienes nos enseñan que todo aquel creyente que se ejer-
cita en el morir descubre que no está solo en su muerte,
sino que lo acompaña el amor que el crucificado nos ha
tenido en su vida, llegando así a esta conclusión: “Me amó
y se entregó por mí”. De esta forma mirar el sufrimiento
de otros aminora, hasta cierto grado, el sufrimiento pro-
pio, pues el crucificado y el sufriente amado que observa
representan a cada uno de nosotros y encontramos que el
sufrimiento del crucificado perdura en nosotros y la com-
pasión por Jesús nos hace más cautos a la hora de juzgar a
Dios por permitir que suframos.
8
Todo lo anterior nos lleva a pensar que el verdadero sig-
nificado de la Semana Santa no lo podemos depositar en
manos de signos exteriores que, aunque bellos y emo-
cionantes, no logran abarcar toda su magnitud. Por otro
lado, como se ha mencionado, tampoco podemos asociar
la importancia de este tiempo al cansancio y sacrificio
que implican ciertos ejercicios piadosos cuyo objetivo se
ve frustrado cuando los feligreses comentan que fue una
bella ceremonia, pero un poco larga y piden la próxima
sea más corta. Este dilema está mal planteado desde lo
pastoral y denota falta de espiritualidad y mística.
Como se observa entonces, los signos no pueden suponer
la fe, sin embargo, ayudan a fortalecerla siempre y cuan-
do exista previamente la experiencia de la fe. El cambio
interior de las personas, que empieza en los ministros de
las diferentes celebraciones, es el signo permanente de la
resurrección de Jesús; si la conversión no aparece es por
carencia de espiritualidad y mística.
Por otra parte, actualmente no es difícil encontrar laicos
con mayor espiritualidad que los clérigos; incluso, hoy
para los jóvenes la espiritualidad en los pastores es un
atractivo y un desencanto su carencia. La Semana Santa
sigue siendo un reflejo de nuestra fe como pastores capa-
ces de comunicar la abundancia de experiencia espiritual
obtenida en la Pascua, al punto que podemos decir que
cuando se termina este periodo religioso y a la Iglesia re-
gresa solo una pequeña parte de las personas que asistie-
ron a las pasadas celebraciones, se debe a que, aunque las
9
ceremonias pudieron ser muy bellas, no tocaron interior-
mente a los asistentes.
La espiritualidad significa poner a diario en práctica el
Espíritu de Jesús resucitado, llamado Espíritu Santo y,
asimismo, la Semana Santa se convierte en una oportuni-
dad no solo para saber la historia de Jesús, sino para vin-
cularnos fielmente a él, al igual que lo hizo Pedro, quien
tuvo que pasar primero por la negación de su identidad.
Así pues, tanto en la Semana Santa como en el resto del
año, la espiritualidad consiste en saber vivir del miste-
rio pascual y de las semillas que la lectura de la biblia, la
liturgia sacramental, la predicación y la oración van de-
jando dentro del corazón fiel. De esta forma, la persona
espiritual aprende a agradecer lo que ocurre por acción
del Espíritu, quien le da fortaleza frente a las dificultades
e impide que se conviertan en angustias
Es importante también reconocer que la espiritualidad
tiene dos formas de manifestarse: una exterior que se ca-
racteriza por los oasis representados en la oración y, par-
ticularmente, en los salmos; otra forma interior que com-
prende la mentalidad con que se hacen las cosas como,
por ejemplo, recordar el Evangelio y tenerlo presente en
nuestras acciones y palabras cotidianas, principalmente
en las que involucran el trato a los demás.
De lo anterior es posible decir que la contemplación de
la espiritualidad bíblica signifique no creer, sino percibir
y es la resurrección la que permite a esta espiritualidad
10
crear un encuentro personal y corporal. Es así como los
discípulos reconocen al resucitado por las llagas e intuyen
que la fe es pasar de las heridas a las cicatrices, tal como
fue la experiencia de Pablo. Vemos entonces que, efecti-
vamente, la resurrección se liga con una percepción, es
decir, con la capacidad de plasmar una visión particular
de forma poética como ocurre con los pintores, escrito-
res, músicos y los poetas mismos, aunque en esta ocasión
suceda con un enemigo como lo fue en su momento Pa-
blo, cuya manifestación no responde a la premura de la fe
como obligación para creer.
Es lamentable que actualmente hayamos perdido la sen-
sibilidad para percibir lo inconmensurable. No obstante,
también es posible que no hayamos perdido esta sensibi-
lidad en cuanto a la espiritualidad bíblica de la resurrec-
ción, sino que nunca la hemos tenido, pues siempre ha
sido superpuesta por la religión. Según el Papa Francisco,
la Eucaristía es precisamente un memorial de esa muerte
y resurrección de Jesús, con la cual obtenemos la certeza
de que no vamos a morir.
Resulta importante añadir que, así como en el Éxodo la
liberación no fue privada, la experiencia bíblica de la re-
surrección tampoco puede serlo. En ella encontramos el
principio de la nueva creación, es decir, la comunidad
creyente que, por haber estado en presencia de Jesús re-
sucitado, podría llamarse “La comunidad de la alegría”,
madre de la espiritualidad bíblica.
11
QUÉ NOS NARRAN LOS EVANGELIOS
Los relatos de la resurrección en los Evangelios fueron
creados justamente para dotar de consistencia a un cre-
do ya aceptado, el misterio pascual; para crear un relato
no ajeno a la creencia establecida en la resurrección. A
las acusaciones o críticas que negaban que hubiera teni-
do lugar, argumentando que los partidarios de Jesús no
habían visto nada más que un fantasma o un espíritu,
y que pensaban que eran los propios discípulos quienes
habían robado el cuerpo de Jesús para que pareciera que
había resucitado. En la época en que estas historias fueron
escritas ya habían transcurrido seis décadas desde la cruci-
fixión; en este tiempo los autores de los Evangelios habían
oído prácticamente todas las objeciones concebibles que
podían hacerse a la resurrección, y estaban capacitados
para crear relatos que podían oponerse a todas y cada una
de ellas.
Para los judíos, la vida de un israelita creyente debía ter-
minar en Dios. De ese modo, entendían que la justicia
y el hacerse justos delante de Dios era otra manera de
hablar sobre la salvación. De acuerdo con la confesión de
fe de Pablo, la cruz nos salva pues nos alcanza la fuerza de
Dios para hacernos hijos en el Hijo (Rm 8, 14-17). Para
Pablo, los seres humanos, gracias a la acción del resucita-
do dentro de nosotros, somos salvados de agotarnos, em-
bebernos y sumergirnos en nuestras tendencias naturales.
Lo que nos salva de nosotros mismos es la cruz, como
entrega a los demás; al mismo tiempo que nos muestra
crucificados, es decir, donados del crucificado-resucitado,
12
obrando como Espíritu Santo en nuestro interior. Esa
fuerza de Dios hace que el servicio a los demás, termina
siendo gloriosa la cruz de Jesucristo un crucificado-resu­
citado; todo lo cual equivale a ser creyente (es decir, a
imagen de Jesús). Servir, ayudar, ser solidario nos evita
atendernos, cuidarnos a nosotros mismos y encerrarnos
en nuestra propia carne.
En el ciclo B de la liturgia, que nos corresponde este año
2018, nos encontramos con Marcos, es nuestro Evangelio
más primitivo por ser el primer relato de la última cena
de Jesús. Marcos conoce la tradición contada por Pablo
en relación a un conflicto de la comunidad cristiana de
Corinto quienes se reunían en asamblea pero sin comer
la cena del Señor, pues mientras unos cenaban otros pasa-
ban hambre o se emborrachaban; hacían lo que podían en
sus casas sin menospreciar a quienes nada poseían, pues
“recibí del Señor lo que les transmití”, la Eucaristía. Marcos
contó a su comunidad la misma historia pero actualizada
(año 70). La historia estuvo tan bien contada que Ma-
teo, Lucas y Juan la tomaron como fuente de su propia
versión; además, porque la narrativa de Marcos (capítulo
11,1-16,2) era por días, de domingo a domingo, tanto en
la mañana como en la tarde; tenía una pedagogía exce-
lente con su comunidad y con nosotros de acercarnos a la
Semana Santa día por día y hora por hora. Este es un re-
galo que debemos aprovechar, siempre con una pregunta
e inmediata respuesta: qué relación tiene lo que le ocurrió
a Jesús en una semana con lo que me está sucediendo a
mí, a mi familia y al entorno social.
13
SOMOS JERUSALÉN
Puede ayudarnos saber que Jerusalén es hoy cualquier
ciudad o país del mundo que tiene como el nuestro la
esperanza que la gloria sea la justicia y la paz, el perdón
y reconciliación antes que el poder. El salmo 120-134 da
razón de la emoción que produce ir a Jerusalén pero que
luego se convirtió en un sistema de dominación econó-
mica, política y cultural; legitimados por el silencio de la
religión prefería cuidar solo el culto; la pasión de Dios
por la justicia se fue reemplazando por la inequidad y la
injusticia. Isaías se lamentaba de la ciudad de Jerusalén:
“La viña del Señor todopoderoso es el pueblo de Israel y los
hombres de Jerusalén su plantel escogido. Espera de ellos de-
recho, no hay más que asesinatos, esperaba justicia, y solo
hay lamentos” (Is 5,7.) “Hay de los jefes que llaman bien al
mal y mal al bien, que toman las tinieblas por luz y la luz
por tinieblas, que consideran a lo amargo dulce y a lo dulce
amargo” (Is 5,20.) A pesar de todo no decaía la esperanza
profética de tener a Jerusalén como ciudad de justicia y
paz, pues Jerusalén seguía siendo el sueño de Dios para el
mundo (Jer 5,1;7,11;6,6.).
La importancia que Marcos le da a Jerusalén en la perso-
na de Jesús está expresada en seis de los dieciséis capítulos
del Evangelio, sin contar con el viaje final de Jesús hacia
Jerusalén que ocupa la mitad del Evangelio. A Marcos le
es suficiente presentar a Jesús así: “Comienzo de las buenas
noticias sobre Jesús, el Cristo, el hijo de Dios”, que com-
plementa con “Este es mi hijo el amado, escúchenlo”. En
Marcos el contenido de la escucha es: “El Reino de Dios
14
y el camino”. Mirad, yo envió a mi mensajero delante de
vosotros; El preparará la voz del que grita en el desierto
dice: “Preparad el camino del Señor” (1,2-3.) Y con res-
pecto al reino: “Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios
está cerca” (Mc 8,14). Este reino de Dios se refiere no solo
a un tema espiritual sino al Siglo; el reino de Herodes y
sus hijos, el imperio romano; y, en la época nuestra, al
reino del dinero, el materialismo, el consumismo y los
falsos positivos de la posverdad. Marcos termina diciendo
“Convertíos, id más allá de la mentalidad actual, cambiad
de mentalidad, y creed en la buena noticia” (Mc 1,15,) con-
fiar a las promesas que trae el reino y adherir a ellas. El ca-
mino conduce hacia Jerusalén, lugar de la confrontación
entre el imperio y el reino de Jesús, y en la confrontación
de Jerusalén ocurre la muerte y la resurrección de Jesús
“El Hijo del hombre debe hacer frente a un gran sufrimien-
to, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
maestros de la ley, escribas; y ser asesinado y al tercer día
resucitar” (Mc 8,31.) Los escribas lo entregaron a las au-
toridades del imperio romano, para que lo mataran. “El
que quiera convertirse en seguidor mío, niéguese a sí mismo
cargue con su cruz y sígame” (8,34),
La cruz era la manera como ejecutaba el imperio, solo
por negar la autoridad del emperador; esta no era aún
signo de todo sufrimiento humano, las cruces que tene-
mos que soportar. Para Marcos era símbolo del camino
a la muerte y resurrección; es decir, a través de la muerte
de la vida antigua, vieja, entrar a una vida nueva. Marcos
da un ejemplo: “el que quiera ser el primero debe de ser el
último y el servidor de todos” (Mc 9,33-35). El sistema de
15
dominación propio de los dirigentes gentiles, avasallando
y tiranizando a la gente, no debe reproducirse entre quie-
nes siguen a Jesús. Para Marcos significa que el camino
implica seguir a Jesús hacia Jerusalén (Mc 8,22-26;10,46-
52,) lugar de confrontación con el imperio romano: con
todo lo que signifique dominación, esclavitud y deshu-
manización que lleve a la muerte que se encontrará con la
resurrección. Esto es lo central de la vida cristiana, desde
la Cuaresma.
El conflicto de Jesús no fue propiamente con los sacer-
dotes y sus sacrificios de animales en su templo; lo fue
principalmente, contra la dominación a nombre de Dios,
todo lo contrario al Reino de Dios. Era una voz judía que
pretendía resaltar la lealtad al Dios del judaísmo.
Dos procesiones se dirigen por caminos distintos hacia
Jerusalén: aunque nosotros hagamos solo una debemos
preguntarnos en cuál de las dos hacia Jerusalén estamos,
en cuál debemos estar. Esta es la pregunta primordial de
la Semana Santa, sin esta pregunta y su respuesta dejamos
el Domingo de Ramos y la Semana Santa como un acto
piadoso y de compasión por lo que le ocurrió a Jesús, sin
tener incidencia e nuestra vida personal, familiar y social;
es decir, sin convertirnos.
PARA ESCOGER ENTRE DOS PROCESIONES
La pasión y el sufrimiento de una persona es aquello que
le compromete toda la vida, su inteligencia, su fuerza,
16
sus afectos; quizás por eso nacimos llorando: La pasión
de Jesús fue el reino de Dios, su padre; quien encarnó la
compasión de Dios en la historia del hombre para luchar
contra el mal, en su máxima expresión, el egoísmo.
Cuando hablamos de la celebración de Pascua o del Do-
mingo de Ramos, primero en procesión y después con la
pasión, tendemos a pensar en dos situaciones contrarias,
pero ambas son celebraciones que en Jesús jamás pueden
separarse.
El Domingo de Ramos asistimos a dos procesiones que
terminan en la cruz y la resurrección. La de Jesús está
compuesta por campesinos que venían de Galilea en el
norte, desde el oeste venía otra, la del imperio romano,
representada en el gobernador romano de Idumea, Judea
y Samaría; la presidía Poncio Pilato y entraba a Jerusalén
en medio de una gendarmería y soldados imperiales, ha-
ciendo una manifestación y proclamación del poder del
imperio; expresaba el culto a Augusto como hijo de dios,
señor y salvador, responsable de la paz para el mundo,
Apolo y Aita eran sus padres. Las dos procesiones se en-
contraron en Jerusalén en tiempo de Pascua cuando venía
mucha gente a Jerusalén para celebrar la liberación de Is-
rael de la esclavitud egipcia.
Estas dos procesiones son el contexto de toda la Semana
Santa, desde el Domingo de Ramos, pasando por la pro-
cesión del viacrucis en medio del comercio del imperio,
hasta la cruz y la resurrección, procesión de la victoria
17
sobre la muerte y los signos de la muerte que llevamos en
nuestra carne pero que también están encarnados en los
absolutismos de la nueva cultura.
Las celebraciones, lo mismo que las procesiones de esta
semana, hechas con el discernimiento del crucificado-re-
sucitado que llega a nuestro corazón por la predicación,
pueden ayudarnos a responder la pregunta: ¿En qué pro-
cesión estamos y en cuál quisiéramos permanecer durante
esta semana y a lo largo de nuestra vida?
Con razón los judíos cantaban cuando les decían que es-
taban en la lista de la peregrinación hacia Jerusalén: “que
alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor, ya
están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén…allá su-
ben las tribus de Señor a dar gracias al nombre del Señor,
allí reside el tribunal de justicia, el tribunal del palacio de
David, saludad con la paz a Jerusalén.” (Sal 122)
Después Jerusalén se convirtió en un centro de opre-
sión política, económica y religiosa en colaboración con
Roma. Las autoridades del templo, sumos sacerdotes y
maestros de la ley (Escribas) entregaron a Jesús a los gen-
tiles, autoridades del imperio romano para matarlo; por
lo tanto, seguir a Jesús implicaba ponerse en camino so-
lidario hacia Jerusalén, lugar de conflictos con las autori-
dades judías y romanas. Al final Jerusalén termina siendo
el lugar de la muerte y Resurrección de Jesús.
18
HOY CAMINAMOS EN PROCESIÓN
La procesión recorre las mismas calles por donde pasa a
diario el hombre, transcurre en los mismos tiempos en los
que transcurre nuestra vida, usa los mismos sitios en don-
de vive la gente. Cuando vamos en procesión somos una
comunidad que busca superar los problemas de la ciudad.
La procesión expresa la vida cristiana como peregrina-
ción. En esta avanzamos hacia el Reino de los Cielos, nos
une a otros para avanzar comunitariamente. La procesión
es un momento de diálogo de Dios con su pueblo, nos
entrena para seguir la ruta de Jesucristo al Padre. La pro-
cesión nos habla del lenguaje del éxodo, la Encarnación
y la Resurrección, simboliza el camino de perfección que
va del éxodo a la Resurrección.
En la procesión Dios nos acompaña para indicarnos que
nuestra meta es la resurrección y el cielo. Toda procesión
es peregrinación de esperanza por una ciudad, un país
mejor, es marcha comunitaria de la violencia hacia la paz.
Toda procesión deja una distancia como signo de aban-
dono de sus sufrimientos y aproximación a una meta di-
ferente; es una caravana que va por el mundo como el
pueblo de Dios en destierro, pero en busca a través del
desierto de otra tierra que Dios prometió. En la procesión
significamos que somos un cuerpo reconstruido por la
fe distinto a los despojos que deja la violencia. La Vida
Cristiana Es Una Procesión En Peregrinación Ha-
cia La Paz.
19
ACERQUEMOS A ALGUIEN QUE SABE
DE SUFRIMIENTOS
Seguir a Jesús, pasarse a la otra procesión, implica seguirle
en el camino que conduce a Jerusalén, lugar de confron-
tación con las autoridades. Jerusalén es toda dominación
sobre las personas que le arrebatan su dignidad, hay tam-
bién dominaciones que se ejercen a nombre de Dios. La
cruz es un símbolo del camino de muerte a todo lo que va
contra la vida, la paz y la equidad, es sendero para entrar
en una vida nueva a través de la muerte a los viejos instin-
tos y malos hábitos.
Porque no damos a la Iglesia, que sufre, pero también
hace sufrir, la confianza de esta semana, llamada Semana
Santa; la oportunidad de que nos acerque a Jesús como
siervo de Yahvé, para darnos en la liturgia de hoy una
lengua experta más en compasión que en posverdades;
para poder confortar al abatido con palabras de aliento;
que desde la mañana me despierte el oído para escuchar
al Señor, como discípulo; para escuchar su Palabra sin
poner resistencia, ni volverle la espalda. Pedirle que nos
explique, en medio de tanta polarización, ¿qué es poner
la espalda a la difamación y no quitarle la cara a la men-
tira? Todo ello para tener la experiencia del Siervo: “Pero
el Señor, Dios, me ayuda, por eso no quedaré confundido;
endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergon-
zado” (primera lectura).
La sola expresión corporal del siervo de Yahvé, no solo en
palabras, sino desde la cruz nos hará más sencillos y hu-
20
mildes, es decir, más humanos. El profeta Isaías presenta
en cuatro poemas la figura del Siervo de Yahveh. Hoy
leemos el tercer cántico, el cuarto lo proclamaremos el
Viernes Santo.
El salmo 21 dará respuesta, en la intimidad de la oración
o reflexión, a quienes más han sufrido, lo que significa:
“¿Dios mío Dios mío, porque me has abandonado?” No ol-
videmos cuando escuchemos la pasión de Jesús este do-
mingo, participemos en un viacrucis, miremos al crucifi-
cado o hagamos memoria de su muerte el Viernes Santo
en la tarde, que el siervo Jesucristo es un hombre de do-
lores, que sabe y quiere, por tanto, acompañar nuestros
sufrimientos.
Otro poema, esta vez en la carta de San Pablo a los Fili-
penses, nos permite comprender la fuerza de este miste-
rio: “Cristo, siendo Dios […] se anonadó así mismo, toman-
do la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres
[…] se humilló y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las
cosas y le otorgo el nombre que está sobre todo nombre” (Se-
gunda lectura).
Las tres lecturas nos muestran la profundidad del dolor
de Cristo, la seriedad de su camino a la cruz y la muerte.
Mirar la cruz y leer reflexivamente la pasión en el Evange-
lio de Marcos implica volver a leer la historia personal y
social para descubrir que la pasión ocurre aquí y hoy. Leer
la pasión con fe permite sentir cómo trata Dios al hombre
y cómo maltrata el hombre a Dios en los hermanos. En
21
Semana Santa todo recurso vertical a Dios está excluido,
porque la cruz es el grano de trigo que muere para dar la
vida y ser fecundo, de lo contrario la vida se pierde por
infecunda y egoísta. A Jesús crucificado le interesa más la
antropología que la teología, la calle que el templo, el hos-
pital que el club, el desprotegido que el sobreprotegido.
LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS ES
LA PRIMERA NUESTRA
En Semana Santa todos debemos estar en el camino, la
senda por donde va Jesús hacia Jerusalén para morir y
resucitar, pasando por la cruz, teniendo en cuenta que,
en este camino, lo traicionó uno, Judas; lo negó otro, Pe-
dro; y huyeron los demás. Esto ocurrió el jueves en Je-
rusalén. La última cena fue la primera cena a la que ya
pertenecemos nosotros con los anteriores y nuevos riesgos
que le ocurren hoy a las Eucaristías que se multiplican,
pero sin distribución del pan. Hacemos muchas Eucaris-
tías recordando lo que hizo Jesús, pero sin acordarnos lo
que tenemos que hacer nosotros. Así el memorial se nos
puede convertir solo en un rito como memorial de su
institución.
PEDRO QUIERE A JESÚS,
NO TANTO A LOS DEMÁS
El lavatorio de los pies complementa lo que Pablo y los
sinópticos dicen de la Eucaristía. El Jueves Santo, la litur-
22
gia, une la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los
pies, éste es un signo contrario a las expresiones de poder
del imperio romano en Jerusalén que terminó doblando y
pisoteando a todas las personas en su dignidad.
¿Tú a mí? significa la extrañeza de Pedro por la acción de
Jesús que invierte el orden de los valores tradicionales.
Pedro ha interpretado el gesto en clave de humildad, pues
él sigue pensando que Jesús debe ocupar el trono de Is-
rael, por eso se le hace imposible aceptar su servicio. Jesús
insiste en revelarle el modo como el Padre y Él lo aman.
Pedro comprenderá, pero después, no acepta el gesto por-
que él pertenece a una sociedad en la que cada uno debe
ocupar su puesto, y defender el rango de otro es defender
el propio. Pedro no ha entendido lo que significa el amor
y por eso evita que Jesús se lo manifieste; el problema está
en que si no admite la igualdad no puede estar con Jesús,
esto lo pone al borde de la defección.
Pedro ha adherido personalmente a Jesús, pero sin en-
tender su manera de obrar; prefiere obedecer que imitar.
Piensa que el lavado todavía es purificatorio, pero no ad-
mite la acción como servicio. Le llama más la atención el
rito religioso que la fe. Pedro no había caído en cuenta
que no había lavado ritual para los pies y que si se hacía
era para significar otra cosa: el servicio. Los discípulos ya
están limpios, es decir, no tienen obstáculo en la relación
con Dios. Ahora se trata es de servir como criterio pri-
mordial en la vida.
23
Sólo hay uno que no comparte los valores y actitudes de
Jesús y, por tanto, está separado de Dios. Pero el amor de
Jesús no excluye ni siquiera al que lo va a entregar. Jesús
conoce a los que han sido objeto de su elección, nunca
ha rechazado a alguien que se acerque buscando la vida,
aunque tenga una idea equivocada de lo que busca.
Pedro se interesa más en la persona de Jesús que en el
testamento que a él le queda como discípulo, en comuni-
dad. Los discípulos lo que deben hacer es un seguimiento
y no, precisamente, una compañía. Quiere seguir a Jesús,
pero aún no se da por enterado del amor a los hermanos.
Como se siente vinculado a Jesús quiere sustituirlo en la
muerte, sin entender que no se trata de morir por Jesús
sino de morir por los hermanos.
En el lavatorio de los pies Jesús no se humilla, sino que le-
vanta al hombre para ser igual a todos. El lavatorio de los
pies critica toda grandeza y arrogancia por falsa e injusta;
mientras que los ídolos se imponen, Jesús sirve.
Ni siquiera el hecho de hacer el bien lo puede a uno po-
ner por encima de los otros. Aquí tenemos a un Dios que
sirve, no aceptado por Pedro, mientras que el imperio se
impone creyendo que Dios está al servicio de esta impos-
tura. Por la falsa idea de Dios es por lo que Pedro termina
negando a Jesús. Acepta que le lave los pies, pero no es
capaz de seguirlo en el servicio. La idea que tiene de Dios
y Jesucristo no le permite ser responsable del amor a los
hermanos.
24
LA CRUZ GLORIOSA
DEL SEÑOR RESUCITADO
Viernes Santo y Resurrección no son solo para asistir, mi-
rar o recordar lo que le pasó a Jesús, sino preguntarnos
cómo podemos hacer para que eso mismo nos ocurra a
nosotros: “Si alguno quiere venir detrás de mí que renuncie
así mismo, que cargue con su cruz [no con la de Jesús] y que
me siga” (Mc 8,34). Lo que nos señala Jesús es cómo po-
demos estar, participar, y hacer nuestro su camino. Ahora
bien, lo que llevó a Jesús a la muerte, que es lo que debe
quedar muy claro en la predicación de la Semana San-
ta, no es que Jesús hubiera tenido una muerte natural, o
consecuencia de una enfermedad terminal, o el demonio
lo hubiera empujado desde el ángulo del templo; no, se
trató de una crucifixión que le exigió pasar por las calles
de Jerusalén cargando una cruz, muriendo y resucitando
como reivindicación y confrontación por parte de Dios
con las autoridades del imperio romano, en su uso del
poder. Esto, fundamental para la fe lo ha dejado de lado
la predicación cristiana.
El significado anti-imperial del Viernes Santo y la Pas-
cua es fundamental y desafiante para nuestra pastoral en
medio del imperio de la violencia, la deshonestidad, la
corrupción y los absolutismos de la cultura, como leímos
en la cuaresma.
Antes o después de participar en la Semana Santa, para
comprender su sentido más profundo, podríamos pre-
guntarnos: ¿Acepto a Jesús como Señor y salvador de mi
25
vida? La pregunta poco planteada es: ¿Acepto a Jesucristo
como Señor y salvador del ámbito social y político? La
muerte y resurrección de Jesús debe comprender ambas
preguntas, para no hacer inútil la cruz de Jesucristo.
La conversión al crucificado resucitado es una propuesta
alternativa para hacer de la vida diaria el Emaús que per-
mite caminar sin distracciones, sabiendo que Jesús nos
acompaña, si discernimos los signos de su presencia. La
pregunta del Domingo de Ramos fue: ¿En cuál de las dos
procesiones vamos? ¿De cuál debo salirme para pasar a la
otra?; Ahora: ¿A qué procesión tengo encomendada mi
vida? ¿Cuál será la procesión que llevándome a la cruz me
cambiará de vida ahora, y después, me llevará a la vida
eterna del cielo?
EL SÁBADO SANTO,
DÍA DE LAS VÍCTIMAS
El día sábado fue cuando ocurrió el “descenso a los infier-
nos”. El Credo nos recuerda que el viernes Jesús “pade-
ció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto
y sepultado”; el sábado “descendió a los infiernos”; y el do-
mingo “resucitó de entre los muertos”. En aquel tiempo, el
infierno no era el lugar de las penas y castigos reiterados
por la cristiandad, sino el Sheol judío o el Hades griego,
lugar de la no existencia, el sitio posterior a la vida.
Si creemos que el reino de Dios ya llegó con la victoria de
Jesús sobre el último enemigo a vencer, que era la muerte,
26
si asumimos y hacemos nuestra esa victoria mediante el
bautismo y la fe, entonces creamos que el descenso de
Jesucristo a los infiernos fue para rescatar a todos los que
había vencido la muerte, empezando por los miles que en
nuestro país se les arrebató la vida injustamente. La Eu-
caristía del jueves conmemora, precisamente, la muerte
de Jesús y el sábado se celebra su descenso a los infiernos
para la salvación de las almas y todas aquellas víctimas
que nosotros nos hemos querido recordar.
El Sábado Santo, el cual llamamos así por la misión de Je-
sús, se festeja con respeto, dignidad, silencio y esperanza.
Este aparente silencio y vacío del sábado hace que para
nosotros sea un día de memoria como lo es también para
los hebreos, quienes no sólo hacen memoria del pasado,
sino que rememoran con miras hacia el futuro, haciendo
profecías. Ubicándonos en el contexto colombiano, hacer
memoria no requiere solo de noticias, sino también de
más tiempos y espacios para escuchar a las víctimas y ha-
cer de ellos los principales agentes de la reconciliación y
la paz, algo que aún no hemos logrado. Así pues, el tema
bíblico de “descenso a los infiernos” o rapto del infierno el
Sábado Santo, podría ser tomado desde un punto de vista
ético-social de creación de memoria sobre las víctimas,
para así lograr una visibilización que es determinante en
la reconciliación y la paz. En este sentido, la reflexión que
se propone el Sábado Santo va más allá del aspecto jurídi-
co-legal con respecto a las víctimas.
27
¡DESÁTENLO!
“Desátenlo para que pueda andar” (Jn 11,44) es una in-
dicación no solo para las hermanas de Lázaro, sino para
todos los creyentes que queremos mantener física o men-
talmente el recuerdo de las víctimas, seres queridos o des-
aparecidos. Jesús también dijo: “Yo soy la resurrección y
la vida, el que cree en mí, aunque muera vivirá y todo el
que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25), con lo
cual nos da a entender que debemos desprendernos de
los muertos y acoger las enseñanzas que nos ofrece con su
muerte y resurrección.
Es Jesús quien los ha rescatado del lugar de la no existen-
cia, pues en su resurrección nos brinda la esperanza de la
salvación y no ya un apego al recuerdo. De esta forma se
nos hace menos difícil entender que nuestros seres que-
ridos ya no vuelven y que somos nosotros quienes vamos
hacia ellos; somos hebreos que recordamos hacia el futu-
ro, ese es nuestro memorial.
¿CÓMO TERMINÓ JESÚS?
El final de Jesús había sido rápido e inadvertido por to-
dos. La muerte de un enemigo del estado, colgado de una
cruz en la cima del Gólgota era un evento trágicamente
banal porque no eran pocos los que el imperio romano
crucificaba por falta del pago de impuestos para poder
mantener su templo, su ley y su cultura.
28
Para los discípulos Jesús de Nazaret no era un delincuente
común sino el representante de Dios en la tierra. Sin duda
la crucifixión marcó el fin del posible cambio del régimen
judeo-romano, la posibilidad de reconstruir las doce tri-
bus de Israel y de regirlas a nombre de Dios. Tampoco
el reino de Dios en la tierra sería instaurado, tal como
Jesús les había prometido; y, para los pobres se acababa
la posibilidad de un cambio en su situación social. Razo-
nes todas para que los discípulos desconfiaran de la causa
de Jesús, retornando a lo único que sabían hacer: pescar,
pero ahora como fugitivos de Jerusalén (años 30-35). Sin
duda que les habían quedado buenos sentimientos en su
corazón, incluso de agradecimiento; a pesar de sentirse
desilusionados con lo ocurrido.
LO INESPERADO
Entonces ocurrió algo extraordinario, aunque es imposi-
ble saber qué fue exactamente. Para los historiadores, la
resurrección de Jesús es un tema extremadamente difícil
de discutir, entre otras razones porque está fuera del ám-
bito de cualquier examen del Jesús histórico. Obviamen-
te, la idea de un hombre que padece una muerte atroz y
retorna a la vida tres días más tarde desafía toda lógica,
razón y sentido.
Lo ocurrido consistió en que los discípulos comenzaron a
sentir a Jesús vivo y que internamente los estaba cambian-
do; cambiando, pero en paz, sin temores para retornar
unidos en comunidad a Jerusalén, siendo ya menos egoís-
29
tas como lo había querido Jesús, dejando atrás el miedo a
la muerte y parecidos en muchos aspectos a Jesús. A este
cúmulo de sentimientos se les llamó “experiencia pascual.”
Este es el fundamento, la raíz, la piedra angular y el mo-
tivo último de ser creyente, dejar que el resucitado nos
vaya transformando para llegar a ser parecidos a Jesús,
mediante nuestra acogida en el interior al espíritu para
encontrarse con nuestro espíritu, y seguir con la misión
de cambiar personas; debido a que Dios no obra sino por
medio de personas.
Pablo es el testigo excepcional de esto: “Si Cristo (el re-
sucitado) vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la
muerte, a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la
actividad salvadora de Dios. Si el Espíritu del Padre que re-
sucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, entonces
el padre que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les
dará la vida a sus cuerpos mortales por obra de su espíritu,
que habita en ustedes” (Rm 8,8-11).
Cristo está vivo en la comunidad (ustedes), y la comuni-
dad es lo que hace creíble la resurrección. Lo que ocurre
en nuestro interior, por la acción del espíritu en el bautis-
mo, es cierto “por el bautismo nos sepultamos con Él en la
muerte, para vivir una vida nueva, lo mismo que Cristo resu-
citó de la muerte por la acción gloriosa del Padre” (Rm 6,4),
entonces podemos dar testimonio que la resurrección no
es la animación de un cadáver que posteriormente puede
volver a morir. Lázaro de hecho muere a causa de la en-
fermedad, pero no queda reducido a la muerte por la in-
tervención de Jesús; lo deja morir para protegerle la vida.
30
El ser humano no se muere nunca porque está de por me-
dio Dios como dueño de la vida, venciendo la muerte por
su resurrección. Dios nunca ha tenido razones ni inten-
ciones de quitarnos el regalo de la vida; para ello resucitó
para estar presente en el interior de todo ser humano, a
pesar de que muchos no lo reconocen, pero ahí está. Es
un templo de Dios como lo soy yo y lo somos cada uno
en comunidad.
Lo inesperado de Jesús viene explicado por el trigo como
parábola de su vida. El grano de trigo es el mismo Je-
sús quien debe morir en la cruz para que todos los hom-
bres sean recuperados, rescatados, encontrados por Dios;
como a Pablo en Damasco, los discípulos en Galilea y
nosotros, desde donde nos llamó la Iglesia a ser creyentes.
Nos asustamos cuando se nos habla de dar la vida porque
de inmediato pensamos en el dinero que posiblemente
perderíamos, las cosas que tendremos que dejar, en los
gustos que debemos sacrificar, incluso en las personas que
debemos abandonar. Pero Jesús advierte una cosa que de-
bemos creer: poner límite a entregar la vida, tener miedo
en compartir, apegarnos a las cosas, es llevar la vida al
fracaso, encerrarnos en nosotros mismos y con los nues-
tros, es perder lo más bello que tiene la vida: darla, com-
partirla, entregarla, en servicio; el grano que no muere
queda infecundo, solo, porque no llega a ser espiga. De
su muerte surge un hombre y un pueblo nuevo va a nacer
“Pero si muere producirá mucho fruto” (Jn 12,20-33). El
fruto supone una muerte, la entrega exige fe en la fecun-
didad, y la fecundidad pasa por el amor en la entrega. Al
31
fin viene la victoria: “Cuando yo sea levantado de la tierra
atraeré a todos hacia mí. Dijo esto indicando de qué muerte
iba a morir” (v33.) No de otra manera podemos entender
que las bienaventuranzas estén formuladas en presente
para quitarle el miedo a la muerte y poder cantar en la
noche pascual el Pregón Pascual.
UNA PROPUESTA: QUE NOS ARREBATEN
LA VIDA, PERO LUEGO DE ENTREGARLA
La persona humana en su libertad puede dar la vida, es
mejor darla en servicio antes de correr el riesgo que nos la
arrebaten; por eso es mejor que reconstruyamos las cosas
hablando de don de sí mismo para que otros no tengan
que contar que en tal fecha y en tal calle nos la arreba-
taron; cuando ya la habíamos dado en servicio a causas
justas que dignificaron lo humano.
Cuando el hombre entrega su vida con generosidad, esta
se va acrecentando y, a su vez, va desapareciendo la mal
llamada cultura de la muerte. Vivir es dar la vida y la vida
se tiene en la medida en que se da; no damos algo propio
sino que devolvemos un don. El creyente no cree que
la fe esté sometida a sustos, imposibles o imponderables,
como tampoco le ocurrió a Jesús. Razón para que no sean
negativos los gritos y las lágrimas porque ya están redimi-
dos. Georges Bernanos creía que el miedo es creatura de
Dios rescatada por Jesús en la noche del Viernes Santo, el
miedo intercede por nosotros porque todo es gracia.
Folleto de Semana Santa: Espiritualidad biblica y contemplación

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  • 1. 1 SEMANA SANTA Espiritualidad Bíblica y Contemplación Pbro. Emilio Betancur M.
  • 2. 2 SEMANA SANTA ESPIRITUALIDAD BÍBLICA Y CONTEMPLACIÓN © Pbro. Emilio Betancur Múnera Primera edición Marzo de 2018 Diseño Carátula y Diagramación Jorge I. Correa - DCG dcgrafica@une.net.co Impresión Industria Gráfica Litoservicios S.A.S. litoservicios@une.net.co Medellín, Colombia Impreso en Colombia - Printed in Colombia Queda prohibida la reproducción parcial o total de este libro, por cualquier proceso reprográfico o fónico, especialmente por fotocopia, microfilme, offset o mimeógrafo. (Ley 23 de 1982)
  • 3. 3 Contenido QUÉ NOS NARRAN LOS EVANGELIOS SOMOS JERUSALÉN PARA ESCOGER ENTRE DOS PROCESIONES HOY CAMINAMOS EN PROCESIÓN ACERQUEMOS A ALGUIEN QUE SABE DE SUFRIMIENTOS LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS ES LA PRIMERA NUESTRA PEDRO QUIERE A JESÚS, NO TANTO A LOS DEMÁS LA CRUZ GLORIOSA DEL SEÑOR RESUCITADO EL SÁBADO SANTO, DÍA DE LAS VÍCTIMAS ¡DESÁTENLO! ¿CÓMO TERMINÓ JESÚS? LO INESPERADO UNA PROPUESTA: QUE NOS ARREBATEN LA VIDA, PERO LUEGO DE ENTREGARLA Pág. 11 13 15 18 19 21 21 24 25 27 27 28 31
  • 4. 4
  • 5. 5 SEMANA SANTA P. Emilio Betancur ESPIRITUALIDAD BÍBLICA Y CONTEMPLACIÓN Esta semana es Santa por pertenecerle al Crucificado Resucitado quien quiere, por la acción de su Espíritu, hacernos santos. En el capítulo 20,11-18 Juan amplía la aparición de Jesús a María Magdalena, de quien había expulsado veinte demonios según Marcos 16,9-10, con el fin de sanarla del sufrimiento por la pérdida de su Señor. En un primer momento, los ángeles vestidos de blanco son quienes se dirigen a ella diciéndole “Mujer, ¿por qué llo- ras?”, a lo que ella respondió “porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, dio media vuelta y vio a Jesús de pie, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?” Ella, tomándolo como el jardinero, le dijo: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a recogerlo” A lo cual Jesús le dijo: “¡María!” Ella se vuelve y le dice en he- breo: “¡Rabbubni!”, que significa Maestro. Jesús se dirigió nuevamente a ella diciendo: “Suéltame que todavía no he subido al Padre”.
  • 6. 6 Es solo hasta este momento mencionado por Juan que se da el encuentro con Jesús y se hace un acercamien- to a lo que concierne con la espiritualidad mística. Sin embargo, la tradición mística cristiana arranca, realmen- te, desde Pablo de Tarso y el Evangelio según San Juan, principalmente porque el contenido biográfico en ellos es mucho más parco en comparación al que los demás evangelistas conocen, lo que da la oportunidad de ofrecer más contemplación que doctrina y más contenido rela- cionado al misterio pascual que a la historia en sí, la cual, cuando es tratada, se aborda desde la Pascua. La patria espiritual de Pablo de Tarso y San Juan es la Es- critura, y su lenguaje proviene del mundo simbólico de la primera alianza. A esa escuela pertenecen los padres de la Iglesia, en particular los padres del yermo o de la Tebaida como lo son San Agustín de Hipona, Santa Teresa y San Juan de la cruz. Teniendo esto en mente, San Ignacio de Loyola entendió los textos de la Escritura como aquello que toca la capacidad amorosa y el anhelo del corazón humano y, siglos más tarde, un especulativo teólogo lla- mado Karl Rahner advertiría que “El cristiano del futuro será místico o no será ya en absoluto cristiano”. Los escritos bíblicos tienen, en su mayoría, una perspecti- va mística, por lo tanto, se hace necesario partir desde allí para comprenderlos. Es imposible acercarse y entender a Jesús exclusivamente desde la razón humana, no obstan- te, podemos hacerlo desde el conocimiento del encuentro místico con él. Así pues, no somos nosotros quienes so- metemos el texto a la crítica y lo acomodamos a nuestras
  • 7. 7 necesidades, sino que es el texto quien nos invita a asumir desde los criterios de Jesús, la muerte del “ego” (egoísmo). El camino y las fuentes del conocimiento de Jesús son la escucha y la interiorización en la oración del miste- rio pascual, que habita puesto en nuestro interior por el Espíritu. Es importante reconocer entonces que, aunque los ritos, procesiones y demás preparaciones para la Se- mana Santa son indispensables, no son suficientes si no nos damos por enterados de la acción que tiene Espíritu sobre nosotros al transformarnos interiormente para lue- go transformar a otros. La espiritualidad presente en la Semana Santa surge, principalmente, de la contemplación y no solo de la par- ticipación en ciertos rituales religiosos. De manera que el mejor y más grande punto de este tiempo corresponde al misterio pascual, empezando por la contemplación de Jesús crucificado, tomando como ejemplo a Pablo y Juan, quienes nos enseñan que todo aquel creyente que se ejer- cita en el morir descubre que no está solo en su muerte, sino que lo acompaña el amor que el crucificado nos ha tenido en su vida, llegando así a esta conclusión: “Me amó y se entregó por mí”. De esta forma mirar el sufrimiento de otros aminora, hasta cierto grado, el sufrimiento pro- pio, pues el crucificado y el sufriente amado que observa representan a cada uno de nosotros y encontramos que el sufrimiento del crucificado perdura en nosotros y la com- pasión por Jesús nos hace más cautos a la hora de juzgar a Dios por permitir que suframos.
  • 8. 8 Todo lo anterior nos lleva a pensar que el verdadero sig- nificado de la Semana Santa no lo podemos depositar en manos de signos exteriores que, aunque bellos y emo- cionantes, no logran abarcar toda su magnitud. Por otro lado, como se ha mencionado, tampoco podemos asociar la importancia de este tiempo al cansancio y sacrificio que implican ciertos ejercicios piadosos cuyo objetivo se ve frustrado cuando los feligreses comentan que fue una bella ceremonia, pero un poco larga y piden la próxima sea más corta. Este dilema está mal planteado desde lo pastoral y denota falta de espiritualidad y mística. Como se observa entonces, los signos no pueden suponer la fe, sin embargo, ayudan a fortalecerla siempre y cuan- do exista previamente la experiencia de la fe. El cambio interior de las personas, que empieza en los ministros de las diferentes celebraciones, es el signo permanente de la resurrección de Jesús; si la conversión no aparece es por carencia de espiritualidad y mística. Por otra parte, actualmente no es difícil encontrar laicos con mayor espiritualidad que los clérigos; incluso, hoy para los jóvenes la espiritualidad en los pastores es un atractivo y un desencanto su carencia. La Semana Santa sigue siendo un reflejo de nuestra fe como pastores capa- ces de comunicar la abundancia de experiencia espiritual obtenida en la Pascua, al punto que podemos decir que cuando se termina este periodo religioso y a la Iglesia re- gresa solo una pequeña parte de las personas que asistie- ron a las pasadas celebraciones, se debe a que, aunque las
  • 9. 9 ceremonias pudieron ser muy bellas, no tocaron interior- mente a los asistentes. La espiritualidad significa poner a diario en práctica el Espíritu de Jesús resucitado, llamado Espíritu Santo y, asimismo, la Semana Santa se convierte en una oportuni- dad no solo para saber la historia de Jesús, sino para vin- cularnos fielmente a él, al igual que lo hizo Pedro, quien tuvo que pasar primero por la negación de su identidad. Así pues, tanto en la Semana Santa como en el resto del año, la espiritualidad consiste en saber vivir del miste- rio pascual y de las semillas que la lectura de la biblia, la liturgia sacramental, la predicación y la oración van de- jando dentro del corazón fiel. De esta forma, la persona espiritual aprende a agradecer lo que ocurre por acción del Espíritu, quien le da fortaleza frente a las dificultades e impide que se conviertan en angustias Es importante también reconocer que la espiritualidad tiene dos formas de manifestarse: una exterior que se ca- racteriza por los oasis representados en la oración y, par- ticularmente, en los salmos; otra forma interior que com- prende la mentalidad con que se hacen las cosas como, por ejemplo, recordar el Evangelio y tenerlo presente en nuestras acciones y palabras cotidianas, principalmente en las que involucran el trato a los demás. De lo anterior es posible decir que la contemplación de la espiritualidad bíblica signifique no creer, sino percibir y es la resurrección la que permite a esta espiritualidad
  • 10. 10 crear un encuentro personal y corporal. Es así como los discípulos reconocen al resucitado por las llagas e intuyen que la fe es pasar de las heridas a las cicatrices, tal como fue la experiencia de Pablo. Vemos entonces que, efecti- vamente, la resurrección se liga con una percepción, es decir, con la capacidad de plasmar una visión particular de forma poética como ocurre con los pintores, escrito- res, músicos y los poetas mismos, aunque en esta ocasión suceda con un enemigo como lo fue en su momento Pa- blo, cuya manifestación no responde a la premura de la fe como obligación para creer. Es lamentable que actualmente hayamos perdido la sen- sibilidad para percibir lo inconmensurable. No obstante, también es posible que no hayamos perdido esta sensibi- lidad en cuanto a la espiritualidad bíblica de la resurrec- ción, sino que nunca la hemos tenido, pues siempre ha sido superpuesta por la religión. Según el Papa Francisco, la Eucaristía es precisamente un memorial de esa muerte y resurrección de Jesús, con la cual obtenemos la certeza de que no vamos a morir. Resulta importante añadir que, así como en el Éxodo la liberación no fue privada, la experiencia bíblica de la re- surrección tampoco puede serlo. En ella encontramos el principio de la nueva creación, es decir, la comunidad creyente que, por haber estado en presencia de Jesús re- sucitado, podría llamarse “La comunidad de la alegría”, madre de la espiritualidad bíblica.
  • 11. 11 QUÉ NOS NARRAN LOS EVANGELIOS Los relatos de la resurrección en los Evangelios fueron creados justamente para dotar de consistencia a un cre- do ya aceptado, el misterio pascual; para crear un relato no ajeno a la creencia establecida en la resurrección. A las acusaciones o críticas que negaban que hubiera teni- do lugar, argumentando que los partidarios de Jesús no habían visto nada más que un fantasma o un espíritu, y que pensaban que eran los propios discípulos quienes habían robado el cuerpo de Jesús para que pareciera que había resucitado. En la época en que estas historias fueron escritas ya habían transcurrido seis décadas desde la cruci- fixión; en este tiempo los autores de los Evangelios habían oído prácticamente todas las objeciones concebibles que podían hacerse a la resurrección, y estaban capacitados para crear relatos que podían oponerse a todas y cada una de ellas. Para los judíos, la vida de un israelita creyente debía ter- minar en Dios. De ese modo, entendían que la justicia y el hacerse justos delante de Dios era otra manera de hablar sobre la salvación. De acuerdo con la confesión de fe de Pablo, la cruz nos salva pues nos alcanza la fuerza de Dios para hacernos hijos en el Hijo (Rm 8, 14-17). Para Pablo, los seres humanos, gracias a la acción del resucita- do dentro de nosotros, somos salvados de agotarnos, em- bebernos y sumergirnos en nuestras tendencias naturales. Lo que nos salva de nosotros mismos es la cruz, como entrega a los demás; al mismo tiempo que nos muestra crucificados, es decir, donados del crucificado-resucitado,
  • 12. 12 obrando como Espíritu Santo en nuestro interior. Esa fuerza de Dios hace que el servicio a los demás, termina siendo gloriosa la cruz de Jesucristo un crucificado-resu­ citado; todo lo cual equivale a ser creyente (es decir, a imagen de Jesús). Servir, ayudar, ser solidario nos evita atendernos, cuidarnos a nosotros mismos y encerrarnos en nuestra propia carne. En el ciclo B de la liturgia, que nos corresponde este año 2018, nos encontramos con Marcos, es nuestro Evangelio más primitivo por ser el primer relato de la última cena de Jesús. Marcos conoce la tradición contada por Pablo en relación a un conflicto de la comunidad cristiana de Corinto quienes se reunían en asamblea pero sin comer la cena del Señor, pues mientras unos cenaban otros pasa- ban hambre o se emborrachaban; hacían lo que podían en sus casas sin menospreciar a quienes nada poseían, pues “recibí del Señor lo que les transmití”, la Eucaristía. Marcos contó a su comunidad la misma historia pero actualizada (año 70). La historia estuvo tan bien contada que Ma- teo, Lucas y Juan la tomaron como fuente de su propia versión; además, porque la narrativa de Marcos (capítulo 11,1-16,2) era por días, de domingo a domingo, tanto en la mañana como en la tarde; tenía una pedagogía exce- lente con su comunidad y con nosotros de acercarnos a la Semana Santa día por día y hora por hora. Este es un re- galo que debemos aprovechar, siempre con una pregunta e inmediata respuesta: qué relación tiene lo que le ocurrió a Jesús en una semana con lo que me está sucediendo a mí, a mi familia y al entorno social.
  • 13. 13 SOMOS JERUSALÉN Puede ayudarnos saber que Jerusalén es hoy cualquier ciudad o país del mundo que tiene como el nuestro la esperanza que la gloria sea la justicia y la paz, el perdón y reconciliación antes que el poder. El salmo 120-134 da razón de la emoción que produce ir a Jerusalén pero que luego se convirtió en un sistema de dominación econó- mica, política y cultural; legitimados por el silencio de la religión prefería cuidar solo el culto; la pasión de Dios por la justicia se fue reemplazando por la inequidad y la injusticia. Isaías se lamentaba de la ciudad de Jerusalén: “La viña del Señor todopoderoso es el pueblo de Israel y los hombres de Jerusalén su plantel escogido. Espera de ellos de- recho, no hay más que asesinatos, esperaba justicia, y solo hay lamentos” (Is 5,7.) “Hay de los jefes que llaman bien al mal y mal al bien, que toman las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que consideran a lo amargo dulce y a lo dulce amargo” (Is 5,20.) A pesar de todo no decaía la esperanza profética de tener a Jerusalén como ciudad de justicia y paz, pues Jerusalén seguía siendo el sueño de Dios para el mundo (Jer 5,1;7,11;6,6.). La importancia que Marcos le da a Jerusalén en la perso- na de Jesús está expresada en seis de los dieciséis capítulos del Evangelio, sin contar con el viaje final de Jesús hacia Jerusalén que ocupa la mitad del Evangelio. A Marcos le es suficiente presentar a Jesús así: “Comienzo de las buenas noticias sobre Jesús, el Cristo, el hijo de Dios”, que com- plementa con “Este es mi hijo el amado, escúchenlo”. En Marcos el contenido de la escucha es: “El Reino de Dios
  • 14. 14 y el camino”. Mirad, yo envió a mi mensajero delante de vosotros; El preparará la voz del que grita en el desierto dice: “Preparad el camino del Señor” (1,2-3.) Y con res- pecto al reino: “Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca” (Mc 8,14). Este reino de Dios se refiere no solo a un tema espiritual sino al Siglo; el reino de Herodes y sus hijos, el imperio romano; y, en la época nuestra, al reino del dinero, el materialismo, el consumismo y los falsos positivos de la posverdad. Marcos termina diciendo “Convertíos, id más allá de la mentalidad actual, cambiad de mentalidad, y creed en la buena noticia” (Mc 1,15,) con- fiar a las promesas que trae el reino y adherir a ellas. El ca- mino conduce hacia Jerusalén, lugar de la confrontación entre el imperio y el reino de Jesús, y en la confrontación de Jerusalén ocurre la muerte y la resurrección de Jesús “El Hijo del hombre debe hacer frente a un gran sufrimien- to, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, escribas; y ser asesinado y al tercer día resucitar” (Mc 8,31.) Los escribas lo entregaron a las au- toridades del imperio romano, para que lo mataran. “El que quiera convertirse en seguidor mío, niéguese a sí mismo cargue con su cruz y sígame” (8,34), La cruz era la manera como ejecutaba el imperio, solo por negar la autoridad del emperador; esta no era aún signo de todo sufrimiento humano, las cruces que tene- mos que soportar. Para Marcos era símbolo del camino a la muerte y resurrección; es decir, a través de la muerte de la vida antigua, vieja, entrar a una vida nueva. Marcos da un ejemplo: “el que quiera ser el primero debe de ser el último y el servidor de todos” (Mc 9,33-35). El sistema de
  • 15. 15 dominación propio de los dirigentes gentiles, avasallando y tiranizando a la gente, no debe reproducirse entre quie- nes siguen a Jesús. Para Marcos significa que el camino implica seguir a Jesús hacia Jerusalén (Mc 8,22-26;10,46- 52,) lugar de confrontación con el imperio romano: con todo lo que signifique dominación, esclavitud y deshu- manización que lleve a la muerte que se encontrará con la resurrección. Esto es lo central de la vida cristiana, desde la Cuaresma. El conflicto de Jesús no fue propiamente con los sacer- dotes y sus sacrificios de animales en su templo; lo fue principalmente, contra la dominación a nombre de Dios, todo lo contrario al Reino de Dios. Era una voz judía que pretendía resaltar la lealtad al Dios del judaísmo. Dos procesiones se dirigen por caminos distintos hacia Jerusalén: aunque nosotros hagamos solo una debemos preguntarnos en cuál de las dos hacia Jerusalén estamos, en cuál debemos estar. Esta es la pregunta primordial de la Semana Santa, sin esta pregunta y su respuesta dejamos el Domingo de Ramos y la Semana Santa como un acto piadoso y de compasión por lo que le ocurrió a Jesús, sin tener incidencia e nuestra vida personal, familiar y social; es decir, sin convertirnos. PARA ESCOGER ENTRE DOS PROCESIONES La pasión y el sufrimiento de una persona es aquello que le compromete toda la vida, su inteligencia, su fuerza,
  • 16. 16 sus afectos; quizás por eso nacimos llorando: La pasión de Jesús fue el reino de Dios, su padre; quien encarnó la compasión de Dios en la historia del hombre para luchar contra el mal, en su máxima expresión, el egoísmo. Cuando hablamos de la celebración de Pascua o del Do- mingo de Ramos, primero en procesión y después con la pasión, tendemos a pensar en dos situaciones contrarias, pero ambas son celebraciones que en Jesús jamás pueden separarse. El Domingo de Ramos asistimos a dos procesiones que terminan en la cruz y la resurrección. La de Jesús está compuesta por campesinos que venían de Galilea en el norte, desde el oeste venía otra, la del imperio romano, representada en el gobernador romano de Idumea, Judea y Samaría; la presidía Poncio Pilato y entraba a Jerusalén en medio de una gendarmería y soldados imperiales, ha- ciendo una manifestación y proclamación del poder del imperio; expresaba el culto a Augusto como hijo de dios, señor y salvador, responsable de la paz para el mundo, Apolo y Aita eran sus padres. Las dos procesiones se en- contraron en Jerusalén en tiempo de Pascua cuando venía mucha gente a Jerusalén para celebrar la liberación de Is- rael de la esclavitud egipcia. Estas dos procesiones son el contexto de toda la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos, pasando por la pro- cesión del viacrucis en medio del comercio del imperio, hasta la cruz y la resurrección, procesión de la victoria
  • 17. 17 sobre la muerte y los signos de la muerte que llevamos en nuestra carne pero que también están encarnados en los absolutismos de la nueva cultura. Las celebraciones, lo mismo que las procesiones de esta semana, hechas con el discernimiento del crucificado-re- sucitado que llega a nuestro corazón por la predicación, pueden ayudarnos a responder la pregunta: ¿En qué pro- cesión estamos y en cuál quisiéramos permanecer durante esta semana y a lo largo de nuestra vida? Con razón los judíos cantaban cuando les decían que es- taban en la lista de la peregrinación hacia Jerusalén: “que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor, ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén…allá su- ben las tribus de Señor a dar gracias al nombre del Señor, allí reside el tribunal de justicia, el tribunal del palacio de David, saludad con la paz a Jerusalén.” (Sal 122) Después Jerusalén se convirtió en un centro de opre- sión política, económica y religiosa en colaboración con Roma. Las autoridades del templo, sumos sacerdotes y maestros de la ley (Escribas) entregaron a Jesús a los gen- tiles, autoridades del imperio romano para matarlo; por lo tanto, seguir a Jesús implicaba ponerse en camino so- lidario hacia Jerusalén, lugar de conflictos con las autori- dades judías y romanas. Al final Jerusalén termina siendo el lugar de la muerte y Resurrección de Jesús.
  • 18. 18 HOY CAMINAMOS EN PROCESIÓN La procesión recorre las mismas calles por donde pasa a diario el hombre, transcurre en los mismos tiempos en los que transcurre nuestra vida, usa los mismos sitios en don- de vive la gente. Cuando vamos en procesión somos una comunidad que busca superar los problemas de la ciudad. La procesión expresa la vida cristiana como peregrina- ción. En esta avanzamos hacia el Reino de los Cielos, nos une a otros para avanzar comunitariamente. La procesión es un momento de diálogo de Dios con su pueblo, nos entrena para seguir la ruta de Jesucristo al Padre. La pro- cesión nos habla del lenguaje del éxodo, la Encarnación y la Resurrección, simboliza el camino de perfección que va del éxodo a la Resurrección. En la procesión Dios nos acompaña para indicarnos que nuestra meta es la resurrección y el cielo. Toda procesión es peregrinación de esperanza por una ciudad, un país mejor, es marcha comunitaria de la violencia hacia la paz. Toda procesión deja una distancia como signo de aban- dono de sus sufrimientos y aproximación a una meta di- ferente; es una caravana que va por el mundo como el pueblo de Dios en destierro, pero en busca a través del desierto de otra tierra que Dios prometió. En la procesión significamos que somos un cuerpo reconstruido por la fe distinto a los despojos que deja la violencia. La Vida Cristiana Es Una Procesión En Peregrinación Ha- cia La Paz.
  • 19. 19 ACERQUEMOS A ALGUIEN QUE SABE DE SUFRIMIENTOS Seguir a Jesús, pasarse a la otra procesión, implica seguirle en el camino que conduce a Jerusalén, lugar de confron- tación con las autoridades. Jerusalén es toda dominación sobre las personas que le arrebatan su dignidad, hay tam- bién dominaciones que se ejercen a nombre de Dios. La cruz es un símbolo del camino de muerte a todo lo que va contra la vida, la paz y la equidad, es sendero para entrar en una vida nueva a través de la muerte a los viejos instin- tos y malos hábitos. Porque no damos a la Iglesia, que sufre, pero también hace sufrir, la confianza de esta semana, llamada Semana Santa; la oportunidad de que nos acerque a Jesús como siervo de Yahvé, para darnos en la liturgia de hoy una lengua experta más en compasión que en posverdades; para poder confortar al abatido con palabras de aliento; que desde la mañana me despierte el oído para escuchar al Señor, como discípulo; para escuchar su Palabra sin poner resistencia, ni volverle la espalda. Pedirle que nos explique, en medio de tanta polarización, ¿qué es poner la espalda a la difamación y no quitarle la cara a la men- tira? Todo ello para tener la experiencia del Siervo: “Pero el Señor, Dios, me ayuda, por eso no quedaré confundido; endureció mi rostro como roca y sé que no quedaré avergon- zado” (primera lectura). La sola expresión corporal del siervo de Yahvé, no solo en palabras, sino desde la cruz nos hará más sencillos y hu-
  • 20. 20 mildes, es decir, más humanos. El profeta Isaías presenta en cuatro poemas la figura del Siervo de Yahveh. Hoy leemos el tercer cántico, el cuarto lo proclamaremos el Viernes Santo. El salmo 21 dará respuesta, en la intimidad de la oración o reflexión, a quienes más han sufrido, lo que significa: “¿Dios mío Dios mío, porque me has abandonado?” No ol- videmos cuando escuchemos la pasión de Jesús este do- mingo, participemos en un viacrucis, miremos al crucifi- cado o hagamos memoria de su muerte el Viernes Santo en la tarde, que el siervo Jesucristo es un hombre de do- lores, que sabe y quiere, por tanto, acompañar nuestros sufrimientos. Otro poema, esta vez en la carta de San Pablo a los Fili- penses, nos permite comprender la fuerza de este miste- rio: “Cristo, siendo Dios […] se anonadó así mismo, toman- do la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres […] se humilló y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgo el nombre que está sobre todo nombre” (Se- gunda lectura). Las tres lecturas nos muestran la profundidad del dolor de Cristo, la seriedad de su camino a la cruz y la muerte. Mirar la cruz y leer reflexivamente la pasión en el Evange- lio de Marcos implica volver a leer la historia personal y social para descubrir que la pasión ocurre aquí y hoy. Leer la pasión con fe permite sentir cómo trata Dios al hombre y cómo maltrata el hombre a Dios en los hermanos. En
  • 21. 21 Semana Santa todo recurso vertical a Dios está excluido, porque la cruz es el grano de trigo que muere para dar la vida y ser fecundo, de lo contrario la vida se pierde por infecunda y egoísta. A Jesús crucificado le interesa más la antropología que la teología, la calle que el templo, el hos- pital que el club, el desprotegido que el sobreprotegido. LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS ES LA PRIMERA NUESTRA En Semana Santa todos debemos estar en el camino, la senda por donde va Jesús hacia Jerusalén para morir y resucitar, pasando por la cruz, teniendo en cuenta que, en este camino, lo traicionó uno, Judas; lo negó otro, Pe- dro; y huyeron los demás. Esto ocurrió el jueves en Je- rusalén. La última cena fue la primera cena a la que ya pertenecemos nosotros con los anteriores y nuevos riesgos que le ocurren hoy a las Eucaristías que se multiplican, pero sin distribución del pan. Hacemos muchas Eucaris- tías recordando lo que hizo Jesús, pero sin acordarnos lo que tenemos que hacer nosotros. Así el memorial se nos puede convertir solo en un rito como memorial de su institución. PEDRO QUIERE A JESÚS, NO TANTO A LOS DEMÁS El lavatorio de los pies complementa lo que Pablo y los sinópticos dicen de la Eucaristía. El Jueves Santo, la litur-
  • 22. 22 gia, une la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los pies, éste es un signo contrario a las expresiones de poder del imperio romano en Jerusalén que terminó doblando y pisoteando a todas las personas en su dignidad. ¿Tú a mí? significa la extrañeza de Pedro por la acción de Jesús que invierte el orden de los valores tradicionales. Pedro ha interpretado el gesto en clave de humildad, pues él sigue pensando que Jesús debe ocupar el trono de Is- rael, por eso se le hace imposible aceptar su servicio. Jesús insiste en revelarle el modo como el Padre y Él lo aman. Pedro comprenderá, pero después, no acepta el gesto por- que él pertenece a una sociedad en la que cada uno debe ocupar su puesto, y defender el rango de otro es defender el propio. Pedro no ha entendido lo que significa el amor y por eso evita que Jesús se lo manifieste; el problema está en que si no admite la igualdad no puede estar con Jesús, esto lo pone al borde de la defección. Pedro ha adherido personalmente a Jesús, pero sin en- tender su manera de obrar; prefiere obedecer que imitar. Piensa que el lavado todavía es purificatorio, pero no ad- mite la acción como servicio. Le llama más la atención el rito religioso que la fe. Pedro no había caído en cuenta que no había lavado ritual para los pies y que si se hacía era para significar otra cosa: el servicio. Los discípulos ya están limpios, es decir, no tienen obstáculo en la relación con Dios. Ahora se trata es de servir como criterio pri- mordial en la vida.
  • 23. 23 Sólo hay uno que no comparte los valores y actitudes de Jesús y, por tanto, está separado de Dios. Pero el amor de Jesús no excluye ni siquiera al que lo va a entregar. Jesús conoce a los que han sido objeto de su elección, nunca ha rechazado a alguien que se acerque buscando la vida, aunque tenga una idea equivocada de lo que busca. Pedro se interesa más en la persona de Jesús que en el testamento que a él le queda como discípulo, en comuni- dad. Los discípulos lo que deben hacer es un seguimiento y no, precisamente, una compañía. Quiere seguir a Jesús, pero aún no se da por enterado del amor a los hermanos. Como se siente vinculado a Jesús quiere sustituirlo en la muerte, sin entender que no se trata de morir por Jesús sino de morir por los hermanos. En el lavatorio de los pies Jesús no se humilla, sino que le- vanta al hombre para ser igual a todos. El lavatorio de los pies critica toda grandeza y arrogancia por falsa e injusta; mientras que los ídolos se imponen, Jesús sirve. Ni siquiera el hecho de hacer el bien lo puede a uno po- ner por encima de los otros. Aquí tenemos a un Dios que sirve, no aceptado por Pedro, mientras que el imperio se impone creyendo que Dios está al servicio de esta impos- tura. Por la falsa idea de Dios es por lo que Pedro termina negando a Jesús. Acepta que le lave los pies, pero no es capaz de seguirlo en el servicio. La idea que tiene de Dios y Jesucristo no le permite ser responsable del amor a los hermanos.
  • 24. 24 LA CRUZ GLORIOSA DEL SEÑOR RESUCITADO Viernes Santo y Resurrección no son solo para asistir, mi- rar o recordar lo que le pasó a Jesús, sino preguntarnos cómo podemos hacer para que eso mismo nos ocurra a nosotros: “Si alguno quiere venir detrás de mí que renuncie así mismo, que cargue con su cruz [no con la de Jesús] y que me siga” (Mc 8,34). Lo que nos señala Jesús es cómo po- demos estar, participar, y hacer nuestro su camino. Ahora bien, lo que llevó a Jesús a la muerte, que es lo que debe quedar muy claro en la predicación de la Semana San- ta, no es que Jesús hubiera tenido una muerte natural, o consecuencia de una enfermedad terminal, o el demonio lo hubiera empujado desde el ángulo del templo; no, se trató de una crucifixión que le exigió pasar por las calles de Jerusalén cargando una cruz, muriendo y resucitando como reivindicación y confrontación por parte de Dios con las autoridades del imperio romano, en su uso del poder. Esto, fundamental para la fe lo ha dejado de lado la predicación cristiana. El significado anti-imperial del Viernes Santo y la Pas- cua es fundamental y desafiante para nuestra pastoral en medio del imperio de la violencia, la deshonestidad, la corrupción y los absolutismos de la cultura, como leímos en la cuaresma. Antes o después de participar en la Semana Santa, para comprender su sentido más profundo, podríamos pre- guntarnos: ¿Acepto a Jesús como Señor y salvador de mi
  • 25. 25 vida? La pregunta poco planteada es: ¿Acepto a Jesucristo como Señor y salvador del ámbito social y político? La muerte y resurrección de Jesús debe comprender ambas preguntas, para no hacer inútil la cruz de Jesucristo. La conversión al crucificado resucitado es una propuesta alternativa para hacer de la vida diaria el Emaús que per- mite caminar sin distracciones, sabiendo que Jesús nos acompaña, si discernimos los signos de su presencia. La pregunta del Domingo de Ramos fue: ¿En cuál de las dos procesiones vamos? ¿De cuál debo salirme para pasar a la otra?; Ahora: ¿A qué procesión tengo encomendada mi vida? ¿Cuál será la procesión que llevándome a la cruz me cambiará de vida ahora, y después, me llevará a la vida eterna del cielo? EL SÁBADO SANTO, DÍA DE LAS VÍCTIMAS El día sábado fue cuando ocurrió el “descenso a los infier- nos”. El Credo nos recuerda que el viernes Jesús “pade- ció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado”; el sábado “descendió a los infiernos”; y el do- mingo “resucitó de entre los muertos”. En aquel tiempo, el infierno no era el lugar de las penas y castigos reiterados por la cristiandad, sino el Sheol judío o el Hades griego, lugar de la no existencia, el sitio posterior a la vida. Si creemos que el reino de Dios ya llegó con la victoria de Jesús sobre el último enemigo a vencer, que era la muerte,
  • 26. 26 si asumimos y hacemos nuestra esa victoria mediante el bautismo y la fe, entonces creamos que el descenso de Jesucristo a los infiernos fue para rescatar a todos los que había vencido la muerte, empezando por los miles que en nuestro país se les arrebató la vida injustamente. La Eu- caristía del jueves conmemora, precisamente, la muerte de Jesús y el sábado se celebra su descenso a los infiernos para la salvación de las almas y todas aquellas víctimas que nosotros nos hemos querido recordar. El Sábado Santo, el cual llamamos así por la misión de Je- sús, se festeja con respeto, dignidad, silencio y esperanza. Este aparente silencio y vacío del sábado hace que para nosotros sea un día de memoria como lo es también para los hebreos, quienes no sólo hacen memoria del pasado, sino que rememoran con miras hacia el futuro, haciendo profecías. Ubicándonos en el contexto colombiano, hacer memoria no requiere solo de noticias, sino también de más tiempos y espacios para escuchar a las víctimas y ha- cer de ellos los principales agentes de la reconciliación y la paz, algo que aún no hemos logrado. Así pues, el tema bíblico de “descenso a los infiernos” o rapto del infierno el Sábado Santo, podría ser tomado desde un punto de vista ético-social de creación de memoria sobre las víctimas, para así lograr una visibilización que es determinante en la reconciliación y la paz. En este sentido, la reflexión que se propone el Sábado Santo va más allá del aspecto jurídi- co-legal con respecto a las víctimas.
  • 27. 27 ¡DESÁTENLO! “Desátenlo para que pueda andar” (Jn 11,44) es una in- dicación no solo para las hermanas de Lázaro, sino para todos los creyentes que queremos mantener física o men- talmente el recuerdo de las víctimas, seres queridos o des- aparecidos. Jesús también dijo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25), con lo cual nos da a entender que debemos desprendernos de los muertos y acoger las enseñanzas que nos ofrece con su muerte y resurrección. Es Jesús quien los ha rescatado del lugar de la no existen- cia, pues en su resurrección nos brinda la esperanza de la salvación y no ya un apego al recuerdo. De esta forma se nos hace menos difícil entender que nuestros seres que- ridos ya no vuelven y que somos nosotros quienes vamos hacia ellos; somos hebreos que recordamos hacia el futu- ro, ese es nuestro memorial. ¿CÓMO TERMINÓ JESÚS? El final de Jesús había sido rápido e inadvertido por to- dos. La muerte de un enemigo del estado, colgado de una cruz en la cima del Gólgota era un evento trágicamente banal porque no eran pocos los que el imperio romano crucificaba por falta del pago de impuestos para poder mantener su templo, su ley y su cultura.
  • 28. 28 Para los discípulos Jesús de Nazaret no era un delincuente común sino el representante de Dios en la tierra. Sin duda la crucifixión marcó el fin del posible cambio del régimen judeo-romano, la posibilidad de reconstruir las doce tri- bus de Israel y de regirlas a nombre de Dios. Tampoco el reino de Dios en la tierra sería instaurado, tal como Jesús les había prometido; y, para los pobres se acababa la posibilidad de un cambio en su situación social. Razo- nes todas para que los discípulos desconfiaran de la causa de Jesús, retornando a lo único que sabían hacer: pescar, pero ahora como fugitivos de Jerusalén (años 30-35). Sin duda que les habían quedado buenos sentimientos en su corazón, incluso de agradecimiento; a pesar de sentirse desilusionados con lo ocurrido. LO INESPERADO Entonces ocurrió algo extraordinario, aunque es imposi- ble saber qué fue exactamente. Para los historiadores, la resurrección de Jesús es un tema extremadamente difícil de discutir, entre otras razones porque está fuera del ám- bito de cualquier examen del Jesús histórico. Obviamen- te, la idea de un hombre que padece una muerte atroz y retorna a la vida tres días más tarde desafía toda lógica, razón y sentido. Lo ocurrido consistió en que los discípulos comenzaron a sentir a Jesús vivo y que internamente los estaba cambian- do; cambiando, pero en paz, sin temores para retornar unidos en comunidad a Jerusalén, siendo ya menos egoís-
  • 29. 29 tas como lo había querido Jesús, dejando atrás el miedo a la muerte y parecidos en muchos aspectos a Jesús. A este cúmulo de sentimientos se les llamó “experiencia pascual.” Este es el fundamento, la raíz, la piedra angular y el mo- tivo último de ser creyente, dejar que el resucitado nos vaya transformando para llegar a ser parecidos a Jesús, mediante nuestra acogida en el interior al espíritu para encontrarse con nuestro espíritu, y seguir con la misión de cambiar personas; debido a que Dios no obra sino por medio de personas. Pablo es el testigo excepcional de esto: “Si Cristo (el re- sucitado) vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte, a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios. Si el Espíritu del Padre que re- sucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, entonces el padre que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará la vida a sus cuerpos mortales por obra de su espíritu, que habita en ustedes” (Rm 8,8-11). Cristo está vivo en la comunidad (ustedes), y la comuni- dad es lo que hace creíble la resurrección. Lo que ocurre en nuestro interior, por la acción del espíritu en el bautis- mo, es cierto “por el bautismo nos sepultamos con Él en la muerte, para vivir una vida nueva, lo mismo que Cristo resu- citó de la muerte por la acción gloriosa del Padre” (Rm 6,4), entonces podemos dar testimonio que la resurrección no es la animación de un cadáver que posteriormente puede volver a morir. Lázaro de hecho muere a causa de la en- fermedad, pero no queda reducido a la muerte por la in- tervención de Jesús; lo deja morir para protegerle la vida.
  • 30. 30 El ser humano no se muere nunca porque está de por me- dio Dios como dueño de la vida, venciendo la muerte por su resurrección. Dios nunca ha tenido razones ni inten- ciones de quitarnos el regalo de la vida; para ello resucitó para estar presente en el interior de todo ser humano, a pesar de que muchos no lo reconocen, pero ahí está. Es un templo de Dios como lo soy yo y lo somos cada uno en comunidad. Lo inesperado de Jesús viene explicado por el trigo como parábola de su vida. El grano de trigo es el mismo Je- sús quien debe morir en la cruz para que todos los hom- bres sean recuperados, rescatados, encontrados por Dios; como a Pablo en Damasco, los discípulos en Galilea y nosotros, desde donde nos llamó la Iglesia a ser creyentes. Nos asustamos cuando se nos habla de dar la vida porque de inmediato pensamos en el dinero que posiblemente perderíamos, las cosas que tendremos que dejar, en los gustos que debemos sacrificar, incluso en las personas que debemos abandonar. Pero Jesús advierte una cosa que de- bemos creer: poner límite a entregar la vida, tener miedo en compartir, apegarnos a las cosas, es llevar la vida al fracaso, encerrarnos en nosotros mismos y con los nues- tros, es perder lo más bello que tiene la vida: darla, com- partirla, entregarla, en servicio; el grano que no muere queda infecundo, solo, porque no llega a ser espiga. De su muerte surge un hombre y un pueblo nuevo va a nacer “Pero si muere producirá mucho fruto” (Jn 12,20-33). El fruto supone una muerte, la entrega exige fe en la fecun- didad, y la fecundidad pasa por el amor en la entrega. Al
  • 31. 31 fin viene la victoria: “Cuando yo sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí. Dijo esto indicando de qué muerte iba a morir” (v33.) No de otra manera podemos entender que las bienaventuranzas estén formuladas en presente para quitarle el miedo a la muerte y poder cantar en la noche pascual el Pregón Pascual. UNA PROPUESTA: QUE NOS ARREBATEN LA VIDA, PERO LUEGO DE ENTREGARLA La persona humana en su libertad puede dar la vida, es mejor darla en servicio antes de correr el riesgo que nos la arrebaten; por eso es mejor que reconstruyamos las cosas hablando de don de sí mismo para que otros no tengan que contar que en tal fecha y en tal calle nos la arreba- taron; cuando ya la habíamos dado en servicio a causas justas que dignificaron lo humano. Cuando el hombre entrega su vida con generosidad, esta se va acrecentando y, a su vez, va desapareciendo la mal llamada cultura de la muerte. Vivir es dar la vida y la vida se tiene en la medida en que se da; no damos algo propio sino que devolvemos un don. El creyente no cree que la fe esté sometida a sustos, imposibles o imponderables, como tampoco le ocurrió a Jesús. Razón para que no sean negativos los gritos y las lágrimas porque ya están redimi- dos. Georges Bernanos creía que el miedo es creatura de Dios rescatada por Jesús en la noche del Viernes Santo, el miedo intercede por nosotros porque todo es gracia.