1. El anillo de Giges, capítulos 1 al 7
García-Huidobro, J. (2005). El anillo de Giges: Una introducción a la tradición central de la
ética. Chile: Editorial Andrés Bello.
I: EL DESAFÍO DEL RELATIVISMO ÉTICO Y EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA MORAL
El capítulo trata principalmente de la ética, sus criterios y el posible relativismo en
torno a ella. Se explica que el humano se propone metas que logra a través de la elección
de medios, mediante el uso de la razón. Para poder elegir, se necesitan criterios, y la
búsqueda de estos tiene que ver con la ética. Surge la cuestión del relativismo de los
criterios de esta, donde hay distintas creencias, como la objetividad o subjetividad, la
autónoma o heterónoma, y la absoluta o relativista. Este problema se puede estudiar desde
las costumbres y la cultura, donde se establece que la ética es más que solo seguir
costumbres, y que el conocimiento de distintas culturas lleva a la reflexión de los propios
valores, lo que muestra el amplio rango de coincidencia en principios morales
fundamentales. Se establece que estos principios dependen de distinto factores, por lo
tanto, en la ética los criterios son convencionales.
II: EL CONOCIMIENTO EN LA ÉTICA
La propagación del relativismo es fundamentada por el emotivismo, actitud donde
los juicios morales son juicios emotivos, por lo que no tienen fundamento racional o
filosófico. En cambio, si los juicios morales son, en verdad, juicios racionales, se está
usando el criterio, por lo que pueden ser justificados racionalmente, y así tener fundamento,
y ser aceptados. En este contexto, se le otorga 3 definiciones a la ética: ética descriptiva,
prescriptiva/normativa, y metaética. Además, se desarrolla la ética como un sistema de
reflexión mediante el uso de la razón, en donde un juicio moral es racional si viene de
principios justificativos, o bien, de un razonamiento silogístico práctico, evitando así el
emotivismo. Existen consecuencias sobre el relativismo emotivo en la educación, en donde
se condiciona el pensar a través de la emoción.
III: ¿EXISTE UN FIN DEL HOMBRE?
La vida del hombre se basa en dos actos: los actos del hombre, que son funciones
biológicas del cuerpo, y luego, los actos humanos, que son exclusivos del intelecto, ya que
interviene la voluntad. Cada uno de estos actos humanos se realizan con un fin determinado
y justificado racionalmente. Dichos fines o bienes, son algo que el humano voluntariamente
escoge, porque lo considera como algo beneficioso. Hay dos tipos de bienes: los que
pueden ser un fin subordinado a otros motivos, o bien, un fin último que es constituido por
2. la razón última, este es imprescindible para darle sentido y orden a la vida. Un fin último
que todos los humanos comparten es la felicidad, y para alcanzarla, hay que potenciar las
capacidades del intelecto humano. Entonces, en la búsqueda de la felicidad, surge la virtud,
la cual es conforme a la razón, por lo tanto, una vida virtuosa, inmersa en la razón, es un
camino hacia la plenitud.
IV. LA CUESTIÓN DE LAS VIRTUDES MORALES
Los hábitos son elecciones, racionales y adecuadas, programadas en la rutina
diaria (automáticas), y que se obtienen a través de la repetición de acciones. Los actos
humanos siempre repercuten, de alguna forma u otra, en la vida del hombre, determinando
su desarrollo hacia su fin deseado. Existen dos tipos de hábitos, los constructivos o
virtudes, que favorecen a una acción futura, y la calidad de un acto, mediante la capacidad
de elegir adecuadamente al “someter la vida a una guía unitaria de la razón” (García, 2005,
pág.69). Junto con los vicios, que son estilos de conducta destructivos, donde se escoge
el mal, y se perjudica el fin de la persona. Las virtudes, a través del uso constante de la
razón, otorgan una vida virtuosa, la cual pavimenta o facilita el camino hacia la plenitud, ya
que estas, en todo sentido, mejoran la calidad de vida del hombre al amplificar sus
capacidades y potencias. Con la vida virtuosa se gana experiencia, y se va mejorando la
capacidad de juicio, a medida que se va escogiendo qué es lo mejor y lo más adecuado
para cada situación. Dichas virtudes tienen un justo medio, o un tipo de balance.
V. ¿ES POSIBLE HABLAR TODAVÍA DE VICIOS?
En este capítulo se habla principalmente de los vicios y conceptos que surgen de
estos, como la voluntad, el mal, conexiones entre estos y las leyes. Los vicios son conductas
destructivas y dañinas, donde no se utiliza la razón, lo que impulsa a escoger el mal
constantemente, alejando a la persona de su excelencia o plenitud máxima. Lo que ocurre
es que el hombre no usa su intelecto, sino que cae en la pereza o el deseo, de modo que
no analiza crítica y moralmente las situaciones, provocando que escoja el mal camino.
Asimismo, los viciosos o intemperantes voluntariamente escogen, sin arrepentimiento, sus
actos. En cambio, los incontinentes, saben qué es bueno para ellos, no obstante, por la
debilidad de voluntad, caen en el deseo o tentación luego de una decisión conflictiva. La
relación entre vicios está dada por tender hacia el mal al no utilizar la razón, generando una
decreciente calidad de vida y de persona, la que se va deteriorando. Se cuestiona que en
la sociedad se podrían aplicar ciertas medidas que aumente las virtudes, y que
desaparezcan los intemperantes, sin embargo, lo óptimo es que regulen los vicios más
dañinos, y que favorezcan los hábitos constructivos en la gente para el bien común.
3. VI. LAS VIRTUDES Y LA RACIONALIDAD HUMANA
En este capítulo se habla de la prudencia y la justicia, por un lado, la prudencia es
“la virtud que perfecciona al intelecto práctico en la tarea de encontrar los medios que
conducen al fin bueno” (García-Huidobro, 2005, pág.93), en pocas palabras: es conocer,
para saber actuar. Se puede identificar como una virtud moral, y como una virtud intelectual.
Para ser prudente hay que cumplir con tres actos: la deliberación, este es el análisis de la
situación, luego el juicio, que corresponde a juzgar y escoger, por último, el imperio, que es
tomar la decisión de actuar. Por el otro lado, la justicia es “el hábito de dar a cada uno lo
que le corresponde” (pág. 100), en cierto modo es una igualdad establecida entre
organismos. Sin embargo, el “tipo” de justicia cambia dependiendo del destinatario, por
ejemplo, la justicia social, legal y particular. En esta última existen subdivisiones: la justicia
distributiva, la cual se basa en el reparto de méritos, y la conmutativa, que se basa en el
intercambio equitativo de bienes. Asimismo, existe la justicia de disputas dentro de
comunidades, llamada “lo justo”, donde se trata de llegar a un acuerdo lo más objetivo
posible.
VII. LAS VIRTUDES Y LA CORPOREIDAD HUMANA
Las potencias del hombre que obedecen a la razón son los apetitos, y estos son
ordenados por dos virtudes fundamentales: la fortaleza y la templanza. La fortaleza es una
virtud que ayuda a superar y lograr obstáculos que se presentan en el camino hacia un bien
verdadero. Hay dos aspectos de esta virtud, el primero es la capacidad de lograr grandes
desafíos, gracias a la motivación. El segundo, es la capacidad de resistir adversidades que
se presentan. Existen 2 situaciones extremas, la cobardía, que es el más común y natural,
y la temeridad, que es un vicio. Hay aspectos de la vida que, al experimentarlos
constantemente, favorecen a la fortaleza, como el mismo miedo y el dolor.
La templanza es la virtud que controla, regula y ordena a los deseos/placeres o apetitos
concupiscibles, mediante la fuerza de la razón, de manera que el hombre no siga al 100%
sus impulsos. Algunos ejemplos de esto son: el afán del poder y el dinero, el afán por el
saber, en juegos y actividades humanas. No obstante, hay algunos placeres que son
fundamentales para los humanos, ya que mantienen la integridad de la especie. La
templanza ayuda a que el hombre no pierda de vista su fin último, que no se degrade a un
mero impulso, que no pierda su identidad y que no perjudique su futuro.