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EL                Discurso




  EL Discurso Es un acto DE habLa, y por tanto
consta DE Los ELEmEntos   DE toDo acto DE habLa:




En primer lugar, un acto locutivo o locucionario, es decir, el acto de decir un dicho
(texto) con sentido y referencia.

En segundo lugar, un acto ilocutivo o ilocucionario, o el conjunto de actos
convencionalmente asociados al acto locutivo.

Finalmente, un acto perlocutivo o perlocucionario, o sea, los efectos en pensamientos,
creencias, sentimientos o acciones del interlocutor (oyente).
En EL uso un Discurso Es un mEnsajE : EL
   vErbaL y oraL DE DirigirsE a un
   púbLico. su principaL función ha siDo
   DEsDE sus orígEnEs comunicar o
   ExponEr pEro con EL objEtivo
   principaL DE pErsuaDir.




   CUALIDADES DEL ORADOR FRENTE AL

                                PÚBLICO

Sean cuales fueran las tareas específicas que el orador deba realizar en una
disertación y aunque muchas de ellas puedan parecer mecánicas o rutinarias,
no puede pasarse por alto la importancia de la posición que ocupa como
comunicador social y/o líder de opinión. Por ello, en el orador no sólo se valora
la aptitud para el desempeño de las funciones como expositor sino también la
idoneidad a través de una serie de cualidades que a nuestro entender debe
poseer un orador de éxito y que a continuación presentamos.
1° CUALIDADES FÍSICAS:

    La apariencia personal. (Resaltar su personalidad- conjunto armonioso y
     estético ante los ojos de los demás.)
    El aseo personal. (Es la limpieza, cuidado, compostura y buena
     disposición de nuestro cuerpo. Ello transmite una agradable impresión a
     través del sentido visual y olfativo.)
    El vestido. (En el caso de los oradores constituye su uniforme de trabajo.
     Recordemos que el vestido resalta nuestra personalidad, formalidad y
     pulcritud.)
    La actitud mental positiva. (Es la condición subjetiva de nuestra mente;
     ésta lo impulsa a realizar sus exposiciones con entusiasmo y mucho
     optimismo; ello se logra a través de la autosugestión y del correcto uso
     de las técnicas de respiración y de relajamiento.)
    Gozar de buena salud física. (La labor es un tanto estresante, requiere
     cuidados especiales, combinar una buena dieta con ejercicios
     matutinos)
    Gozar de buena salud psíquica. (La mente también se enferma;
     lógicamente, una persona con desbarajustes mentales no podrá realizar
     a satisfacción su labor como orador.)




2° CUALIDADES INTELECTUALES:

Estas cualidades están relacionadas con la facultad para conocer, comprender
y razonar; implican un conjunto de características inherentes que todo orador
debe desarrollar y utilizar con eficacia. Estas cualidades propias de la actividad
mental, están al alcance de todos y sólo requieren de decisión para aplicarlas.

   •   Memoria. (El poder recordar nombres, rostros, situaciones y la ubicación
       exacta de documentos o cosas, constituye un requisito indispensable en
       la labor del orador, ello le permite evocar con facilidad, información que
       se necesita en lo inmediato. La memoria se ejercita a través de la
       observación minuciosa, la retención y la evocación)
   •   Imaginación. (Consiste en la facultad de reproducir mentalmente objetos
       ausentes; de crear y combinar imágenes mentales de algo no percibido
       antes o inexistente.Renovación o "reexperimentación" -- Creación de
       imágenes mentales que antes no existían)
   •   Sensibilidad.(Es la facultad de sentir física o moralmente los sentimientos
       de alegría, pena, dolor, compasión y ternura.)
•   Iniciativa. (Es el ideal que nos mueve a realizar algo por voluntad propia
      sin que nadie nos lo diga, ordene o motive. Involucra la acción de
      adelantarse a los demás en hablar u obrar)




3° CUALIDADES MORALES:



  La moral esta relacionada a las costumbres y a las normas de conducta de
  una determinada sociedad. Por extensión, podemos decir que es el conjunto
  de normas de comportamiento que debe cumplir un orador, para que exista
  congruencia entre lo que predica y hace, en el ejercicio de su labor
  profesional.

  •   Honradez. (Es una cualidad que involucra un proceder recto y honesto
      de parte de un orador.)
  •   Puntualidad. ( Es la cualidad de hacer las cosas con prontitud, diligencia
      y a su debido tiempo. Es ser exactos en hacer las cosas a su tiempo y de
      llegar a los sitios convenidos en la hora establecida.)
  •   Sinceridad. (Es el modo de expresarse libre de fingimiento y mentiras.
      Involucra hablar con veracidad y sin doblez.)
  •   Congruencia.(Es la relación que existe entre «el pensar» y «el actuar»,
      pues a menudo no hacemos lo que predicamos.)
  •   Lealtad.( Más que una cualidad, es una virtud que todo orador debe
      practicar a diario como parte de su comportamiento ético y moral.)
TÉCNICAS PARA HABLAR
       EN PÚBLICO.


1. Conocer los destinatarios. Estudiantes, profesionales,
empresarios ...

2. Organización. Exponer de forma organizada todos los temas nos
permite que sea más fácil seguir el "hilo" de la charla.

3. Extensión. Exponga solamente lo fundamental del tema. Acabaría
cansando al público y perdiendo su atención.

4. Objetivos. Debemos concretar bien y de forma definida los
objetivos de la charla, ponencia o conferencia. El mensaje.

5. Ayudas. Cuente con : proyectores, ordenadores, diapositivas,
gráficos para apoyar su labor.




PUNTOS FUNDAMENTALES
1. Coloque el micrófono a la altura correcta y compruebe que el
sonido llega a toda la sala.

2. Organice bien la introducción, desarrollo y conclusión de la charla.

3. No abuse de los gestos y la expresión corporal.

4. En la medida de lo posible, interactúe con los oyentes, para
hacerlo más ameno.
5. Hable como si se dirigiera solo a una persona. Mirar al público.

6. Si va con retraso, resuma partes poco importantes.

7. Evite cualquier tipo de distracción: ruidos, móviles, música, etc.




EL MÉTODO A UTILIZAR : Éxito de la
charla
1. Informativo. Lo que se expone es nuevo para la audiencia, y se
expone de forma clara y precisa, para que la información expuesta
sea de utilidad al público asistente.

2. Persuasivo. El orador trata de explicar características de un
producto o servicio, de convencer de la conveniencia del mismo.

3. Entretenimiento. El motivo de la exposición suele tener una
finalidad de entretenimiento.




PUNTOS BÁSICOS A CUALQUIER TIPO DE CHARLA:

1. Ser breve en los agradecimientos y reconocimientos
previos a la charla.

2. Mantener la cabeza elevada y mirar al frente y a la
audiencia, siempre que podamos.
3. Cuidar la voz. Emplear un tono adecuado, una vocalización
correcta y buen volumen.




CONSEJOS PARA ORADORES O EXPOSITORES

1. Lea su ponencia en alto varias veces para escucharse. E
incluso, grábela y escúchese o tenga a alguien con Usted para
que opine.

2. Utilice su lenguaje corporal y sus gestos, como si estuviese
delante del público. Lo mejor es practicar delante de un
espejo.

3. Procure memorizar las partes fundamentales del texto, para
evitar una continua lectura del mismo y estar demasiado
tiempo con la cabeza baja - cabizbajo-.
Por oratoria entendemos
  •   Arte de hablar con elocuencia.
  •   Disciplina del género literario que se aplica en todos los
      procesos comunicativos hablados, tales como
      conferencias, charlas, sermones, exposiciones,
      narraciones, etc.
  •   Su Propósito es persuadir -; es decir, hacer que las
      personas tomen decisiones y actúen a voluntad

                            ORADORES   FAMOSOS
GRECIA       Lisias                    Pitágoras       Demóstenes Esquilo

              Gorgias                  Pericles         Isócrates
EN ROMA      Julio César Cicerón       Octavio         Lucio Licinio Craso
                                       Augusto
                                       Marco           Hortensio
                                       Antonio
MODERNOS Ernesto "Che" Guevara         Ho Chi Minh     Salvador Allende
                                       Adolf Hitler
             Mahatma Gandhi                            Martin Luther King
                                       Josef Stalin    Nelson Mandela
             Winston Churchill
             Mao Tse Tung              Fidel Castro     Juan Domingo Perón

             Benito Mussolini          Raúl Alfonsín   Otto Von Bismarck

             Vladimir Lenin            Robespierre     Jorge Eliécer Gaitán
Discursos       famosos




           QuEriDos EstuDiantEs
a continuación Encontrarán una
intErEsantE sELEcción DE Discursos,
EmitiDos por rEconociDísimos pErsonajEs
DEL munDo.

ustEDEs tiEnEn La posibiLiDaD DE LEErLos,
profunDizar sobrE EL tEma y EL pErsonajE
y; finaLmEntE, sELEccionar EL Discurso QuE
más
LE LLamE La atEnción para prEpararsE y
prEsEntarLo En cLasE.

LEs rEcomiEnDo rEvisar Los consEjos E
información DE apoyo QuE LE faciLitará La
EjEcución DE un ExcELEntE trabajo DE
oratoria.
¡DisfrútEnLo!




         Discurso DE KEnnEDy En
                bErLín
                              11 de junio de 1963




                         John F. Kennedy
                                habla a los berlineses


Dos mil años hace que se hiciera alarde de que se era “Civis Romanus sum”. Hoy en el
mundo de la libertad se hace alarde de que “Ich bin ein Berliner”.

Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende o dice que no lo comprende
cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. Decidles que
vengan a Berlín.
Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro. Decidles que
vengan a Berlín.

Hay algunos que dicen en Europa y en otras partes “nosotros podemos trabajar con los
comunistas”. Decidles que vengan a Berlín.

Y hay algunos pocos que dicen que es verdad que el comunismo es un sistema diabólico
pero que permite un progreso económico. Decidles que vengan a Berlín.

La libertad tiene muchas dificultades y la democracia no es perfecta. Pero nosotros no
tenernos que poner un muro para mantener a nuestro pueblo, para prevenir que ellos nos
dejen. Quiero decir en nombre de mis ciudadanos que viven a muchas millas de
distancia en el otro lado del Atlántico, que a pesar de esta distancia de vosotros, ellos
están orgullosos de lo que han hecho por vosotros, desde una distancia en la historia en
los últimos 18 años.

No conozco una ciudad, ningún pueblo que haya sido asediado por dieciocho años y que
vive con la vitalidad y la fuerza y la esperanza y la determinación de la ciudad de Berlín
Occidental.

Mientras el muro es la más obvia y viva demostración del fracaso del sistema comunista,
todo el mundo puede ver que no tenemos ninguna satisfacción en ello, para nosotros,
como ha dicho el Alcalde, es una ofensa no solo contra la historia, sino también una
ofensa contra la humanidad, separando familias, dividiendo maridos y esposas y
hermanos y hermanas y dividiendo a la gente que quiere vivir unida.

¿Cuál es la verdad de esta ciudad de Alemania? La paz real en Europa nunca puede estar
asegurada mientras a un alemán de cada cuatro se le niega el elemental derecho de ser
un hombre libre, y que pueda elegir un camino libre.

En dieciocho años de paz y buena confianza esta generación de alemanes ha percibido el
derecho a ser libre, incluyendo el derecho a la unión de sus familias, a la unión de su
nación en paz y buena voluntad con todos los pueblos.

Vosotros vivís en una defendida isla de libertad, pero vuestra vida es parte de lo más
importante. Permitirme preguntaros a vosotros como yo concluyo, elevando vuestros
ojos por encima de los peligros de hoy y las esperanzas de mañana, más allá de la
libertad meramente de esta ciudad de Berlín y todos los pueblos de Alemania avanzan
hacia la libertad, más allá del muro al día de la paz con justicia, más allá de vosotros o
nosotros de toda la humanidad.

La libertad es indivisible y cuando un hombre es esclavizado ¿quién está libre? Cuando
todos son libres, ellos pueden mirar a ese día, cuando esta ciudad está reunida y este país
y este gran continente de Europa esté en paz y esperanza.

Cuando ese día finalmente llegue y la gente del Berlín Occidental pueda tener una
moderada satisfacción en el hecho de que ellos están en la línea del frente casi dos
décadas.
Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por
lo tanto, como hombres libres, yo con orgullo digo estas palabras “Ich bin ein Berliner”.




             "yo tEngo un suEño"
                             El 28 de agosto de 1963




                          Martin Luther King
                En los escalones del monumento a Lincoln en Washington D.C.




Estoy feliz de unirme a ustedes hoy en lo que quedará en la historia como la mayor
demostración por la libertad en la historia de nuestra nación.

Hace años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos paramos, firmó la
Proclama de Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de
esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la
injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del
cautiverio.

Pero 100 años después, debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro todavía no es
libre. Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la
discriminación. Cien años después, el negro vive en una solitaria isla de pobreza en
medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después el negro todavía
languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo
exiliado en su propia tierra.

Y así hemos venido aquí hoy para dramatizar una condición extrema. En un sentido
llegamos a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de
nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaratoria
de la Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo estadounidense sería
el heredero. Esta nota era una promesa de que todos los hombres tendrían garantizados
los derechos inalienables de "Vida, Libertad y la búsqueda de la Felicidad".

Es obvio hoy que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus
ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al
negro un cheque sin valor que fue devuelto marcado "fondos insuficientes". Pero nos
rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos rehusamos a creer que
no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Entonces hemos
venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la
seguridad de la justicia…

Existen aquellos que preguntan a quienes apoyan la lucha por derechos civiles:
"¿Cuándo quedarán satisfechos?" Nunca estaremos satisfechos en tanto el negro sea
víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos
satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados con la fatiga del viaje, no puedan acceder
a alojamiento en los moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades. No estaremos
satisfechos en tanto la movilidad básica del negro sea de un gueto pequeño a uno más
grande. Nunca estaremos satisfechos en tanto a nuestros hijos les sea arrancado su ser y
robada su dignidad por carteles que rezan: "Solamente para blancos". No podemos estar
satisfechos y no estaremos satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y
un negro en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no estamos
satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata
y el bien como un torrente…

El sueño

Yo tengo un sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de
su credo, creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados
iguales.

Yo tengo un sueño que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex
esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos
en la mesa de la hermandad.
Yo tengo un sueño que un día incluso el estado de Mississippi, un estado desierto,
sofocado por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de
libertad y justicia.

Yo tengo un sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no
serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter.

¡Yo tengo un sueño hoy!

Yo tengo un sueño que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un
gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la anulación; un
día allí mismo en Alabama pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán
capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas como hermanos
y hermanas.

¡Yo tengo un sueño hoy!

Yo tengo un sueño que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será
bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y
que la gloria del Señor será revelada, y toda la carne la verá al unísono.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos
capaces de esculpir de la montaña de la desesperación una piedra de esperanza.

Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una
hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar
juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con
la certeza de que un día seremos libres.

Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar
con un nuevo significado: "Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde
mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera, dejen resonar la
libertad". Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse
en realidad.

Entonces dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire.
Dejen resonar la libertad desde las grandes montañas de Nueva York. Dejen resonar la
libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania! Dejen resonar la libertad desde los picos
nevados de Colorado. Dejen resonar la libertad desde los curvados picos de California.
Dejen resonar la libertad desde las montañas de piedra de Georgia. Dejen resonar la
libertad de la montaña Lookout de Tennessee. Dejen resonar la libertad desde cada
colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera, dejen resonar la libertad!

Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar
desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de
apresurar la llegada de ese día cuando todos los hijos de Dios, hombres negros y
hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus
manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: "¡Por fin somos libres! ¡Por fin
somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!"




              “La DEmocracia y La
                    poLítica”
                                 El 9 de Abril de 1948




                                  Discurso del Doctor

                          Jorge Eliécer Gaitán


La política puede estudiarse y analizarse desde dos puntos de vista. O desde aquel
empírico material, pragmático, actuante, inmediato, o desde un plano de estudio más
denso y profundo; desde un plano que no mira ya al comité electoral que hace las
elecciones y dispensa los favores del voto; que no mira al héroe de provincia o de vereda
como el sujeto que cada año se presenta a salvar la república. La política por este
aspecto puede ser y es un fenómeno más apasionante, más trascendental.
La política en tal sentido es un fenómeno sociológico que sobrepasa hechos concretos de
la actualidad inmediata.
Las gentes suelen olvidarse de que los fenómenos sociales obedecen a leyes, que se
sujetan a normas, siguen senderos que van estableciendo un proceso histórico. Una cosa
es la política con que se entusiasma quien se refiere a cálculos de resultado inmediato,
quien la hace con referencia a la próxima jornada electoral, la que tiene por objetivo
llegar al poder, la que se hace para mandar, para triunfar. Esa política es la empírica, la
que se toma como instrumento, la que es actuación. Pero hay otra que no controlan, ni
podrán controlar, afortunadamente, los políticos. Ese es el fenómeno político que
obedece a un proceso histórico o ideológico y que no cae bajo la simple jurisdicción de
los que manejan la política. Por qué, podemos preguntarnos, un hecho que está destinado
a desenvolverse al través de múltiples mutaciones hasta alcanzar una entidad de
fenómeno sociológico, nace en un determinado momento? Por qué la orientación
teocrática que un día tuvo la sociedad, más tarde la anticlerical y por qué, refiriendo al
interrogante, el tema de la propiedad, la conciencia que un día fue individualista, más
tarde se convirtió en socialista? Por qué un día nace un grupo de individuos, lanza una
idea redentora, la sostiene, ésta va expandiéndose, se abre camino y llega a acrecentarse
hasta que llega a arrojar la voluntad de las multitudes? He aquí la política como proceso
histórico, como fenómeno sociológico, muy distinta de la política como práctica, como
necesita del momento. Es decir, que puede darse el caso de que se registre una
desarmonía, un desequilibrio, una carencia de euritmia entre el fenómeno político, entre
la política como acto, la política como necesidad, la política como recurso guerrillero de
las circunstancias.
[...]
Y en la revolución francesa, revolución que buscó el dominio de la política
individualista a base del imperio de la libertad, es cierto que no se le apellidó comunista,
pero fue otra la palabra con la que las fuerzas de la reacción trataban de colocar un dique
endeble al empuje arrollador de ese movimiento que en su tiempo aspiraba a realizar un
mejoramiento en favor del pueblo. De manera que nada tiene hoy que extrañarle a la
gente, porque nada tiene de original en su mezquina perfidia, la táctica que esas mismas
fuerzas de regresión emplean como valla para atajar el proceso que viene siguiendo este
despertar. Este crear una nueva sensibilidad social en beneficio del pueblo.
[...]
No se triunfa, en el plano de los sistemas, del servicio a las doctrinas, ejerciendo la
coacción económica contra el pensamiento de la clase sin haberes. Hay otra cosa más
fecunda, otra manera más grande, otros medios más nobles, otros caminos más puros de
trabajar por el triunfo de los ideales que no sirven para alcanzar batallas de eficacia
transitoria, pero que se dirigen a procurar la sanidad colectiva en beneficio futuro de la
nacionalidad.
[...]
Y tened en cuenta que la conciencia nacional, ésta que estamos creando, a la cual
estamos elevando en su nivel de cultura, despertando en su ambición, dándole
conciencia de sus derechos y de sus posibilidades, no se fiará ya más de las palabras en
respaldo de la realidad, de las palabras áureas y sonoras que esconden tras de su brillo
muchas veces la carrona y la pequeñez; palabras que son mentira; palabras que son farsa,
porque bajo su significado oportunista, el ideal se ha muerto, y sólo se encuentra el
contenido de un interés personal o lo mezquino del propósito.
[...]
Eso que se llama partido político, o secta religiosa, o cualquiera otra de las entidades
políticas, que igual se nutren de la idea como del temperamento, o del instinto, necesitan
por lo menos un coeficiente medio de auritmia y armonía si quieren conservarse. Pueden
tener realidades intrínsecas fecundas, pero dentro de la armonía es imposible perpetuarse
a través del tiempo y apenas si viven transitoriamente. Pensar que este problema de la
unidad efectiva y la disparidad ideológica que caracteriza a los miembros de un mismo
partido en Colombia no ofrece peligros porque ello no les cohibe para concurrir unidos a
la faena electoral es un grave error, un menoscabo histórico de su fuerza creadora.
[...]
Yo oí una magnifica exposición de Darío Echandia. Y le oí decir: “ Hay algo que nos
define, algo que nos da carácter: somos demócratas”. Pero en el mundo moderno, la
democracia no es resolver un problema sino plantearlo. Democracia! Pero cuál?. La
multitud ama la democracia. Todos la amamos en este país. Pero cuál es la que
deseamos ver realizada? La teocrácia, la de ayer, que no tenía consagración en el ágora
pública sino en los palacios destinados al culto de Dios!.
[...]
Y todos nosotros nos jactamos de profesar y servir la democracia. Pero se trata ahora de
saber cuál es el contenido de esa democracia. Se trata de la democracia económica, de la
democracia de contenido y no de forma, de la democracia como triunfo de las normas
que rediman a la mayoría y no de la democracia en traje de luces de la revolución
francesa que divorciaba el hecho político del hecho económico.
[...]
La gente que tiene determinadas ideas es este país suele pensar ingenuamente que sin el
imperio de esas ideas la humanidad se desquicia
[...]
Hoy existe en el plano de la política el concepto de derechas y el concepto de izquierdas.
Conceptos que se entienden en su contenido como dos fuerzas que se encuentran, que se
atacan. Las derechas siguen siendo hoy como ayer y como antes, las fuerzas de reacción,
las fuerzas conservadoras, las fuerzas de estrato, que se oponen al avance de la
revolución... No nos importe que así nos llamen izquierdistas, ya que no hay sino una
verdad cierta y rotunda: y es que hoy, como siempre, nada podrá evitar la derrota de las
fuerzas conservadoras de todos los partidos ni la victoria de las fuerzas revolucionarias.
oración por La paz
                                7 de febrero de 1948




                                       En la Manifestación del Silencio en la plaza Bolívar de
                                                              Bogotá


                                         (Jorge Eliecer Gaitán)



Señor Presidente Mariano Ospina Pérez:



Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el
querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado
por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la
patria.

En todo el día de hoy, Excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un
espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país,
de todas las latitudes —de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies— han llegado a
congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la irrevocable
decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca
en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque en el fondo de los
corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la
fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz
cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.

Señor Presidente: Aquí no se oyen aplausos: ¡Solo se ven banderas negras que se agitan!

Señor Presidente: Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que
es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología
colectiva para recatar la emoción en un silencio, como el de esta inmensa muchedumbre.
Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo
el estímulo de la legítima defensa.

Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración superior a la presente. Pero
si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay
un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga
derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la
conciencia general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del
pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde
los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado de
los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres
villanamente asesinados.

Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu
de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el
mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo
depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su
ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra
voluntad.

Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga
que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.

Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas.
Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante
propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!

Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que
aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras
vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!

Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que
puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la
capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este
grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras
madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os
traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!

Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las
palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y
exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las
palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el
dedo de la ignominia en las páginas de la historia!




 ELogio DE La LEctura y La ficción
                   Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.




                                   Discurso Nobel
                         Mario Vargas Llosa

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la
Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida.
Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de
los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del
espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje
submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que
amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas
de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito
de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras
cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se
terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida
haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía,
las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los
poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y
calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a
volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar,
alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me
querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda,
también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a
esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos
contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural,
disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo
pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el
papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban
los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el
talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la
escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell,
Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la
ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia
narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un
ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el
curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es
inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el
tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus
sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los
secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar
sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los
animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores
circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la
vida no podríamos leer ni fantasear historias.
Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos
pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no
era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre
escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi
todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una
sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la
justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las
conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con
que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que
cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas.
Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas,
menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera
existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien
busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo,
que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de
la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir
de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de
una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la
vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano,
una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en
el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión,
pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los
ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para
reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen
porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo
sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace
posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el
mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias,
propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la
fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la
sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de
aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores
y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o
sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y
prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el
mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú.
Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián
Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de
aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que
todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el
estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es
un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una
fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre
hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la
estupidez…
ELogio DE La LEctura y La ficción
                   Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.




                                       Discurso Nobel
                         Mario Vargas Llosa


Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos
los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín,
en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa.
Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas,
alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece
que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado
eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría
mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían
alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas
parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde
nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida,
y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando
los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual
que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los
amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.
Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas
experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi
vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más,
me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me
lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y
estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los
gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones
diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de
cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la
de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados
de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y
los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado
que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional
de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los
demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una
dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción
y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos
y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la
reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin
contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones
económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo,
solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes
venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las
dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus
verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.
Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”.
No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos
los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas
procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de
las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y
Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del
mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap,
Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus
alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana,
el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los
Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre,
su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si
escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño
formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una
identidad porque las tiene todas!
La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y
debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos
despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los
españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra.
Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos
de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en
vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron
explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos
países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con
toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una
responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una
asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio
y vergüenza.
Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el
agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta
tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados,
andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores,
cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se
publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos
Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran
lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía.
Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte
español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de
una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales
como la historia, la lengua y la cultura. De todos los años que he vivido en suelo
español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de
los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya
un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los
controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a
parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de
pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos.
Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni
vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se
convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el
anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural
de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes
de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque
era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de
nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo,
amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona
fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir
y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores
españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de
una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la
dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista
principal.
Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de
corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno
prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y
ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el
nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos
guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto
como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en
insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en
vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales….




 ELogio DE La LEctura y La ficción
                   Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.




                                         Discurso Nobel
                               Mario Vargas Llosa


…Patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes
emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y
los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un
hogar al que podemos volver.
El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre,
mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas,
porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la
Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo
y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y
triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al
mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado
mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir
al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el
Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto
por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las
chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis
dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha
ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el
mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente,
buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú
no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces
confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por
toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con
un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis
amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas,
apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la
cultura de la libertad.
El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve
la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas
que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un
torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que
nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los
problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los
periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y
deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el
mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino
una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba,
donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de
Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los
murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa
tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una
gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi
padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de
marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir.
Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló
que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con
él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y
descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer
los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una
aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a
escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La
literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de
protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y
hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a
orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha
sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la
playa.
Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor,
siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha
hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una
historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna
experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que
germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de
fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy
cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza,
peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como
un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese
apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a
sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y
parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan,
piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer
arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la
historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como
la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días,
semanas y meses, sin cesar.
Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus
formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde
que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur
Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un
drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral
habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez
más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la
sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía
alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela
centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad
circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y
sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un
escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La
escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con
Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela,
ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta
años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa
temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es,
para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un
personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer
bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón,
haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la
acompañó).
La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a
entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y
morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida
verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele
ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que
alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la
trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la
historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros
antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les
permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches
hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a
contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de
seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización,
el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al
individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad,
a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las
estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez
como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un
mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un
remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir
apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a
soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos,
dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres
embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario:
romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos
y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las
incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias,
además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la
literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas
generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual
que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible
para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor
de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no
se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero
ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las
máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin
literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas
privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de
sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.
De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida
tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han
multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos
al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud,
removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a
la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las
grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se
vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de
anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad.
Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos,
acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales
y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la
rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la
violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella.
Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos
que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos
encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo
y de convertir en posible lo imposible.




         La soLEDaD DE américa
                 Latina
                        ESTOCOLMO 1982




                         Discurso de aceptación del Premio Nobel


                     Gabriel García Márquez


Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer
viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una
crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que
había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras
empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos
parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de
mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer
nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel
gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras
novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad
de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. El dorado,
nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años,
cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la
fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante
ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron
unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos
misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien
libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa
y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de
Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban
piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace
poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de
un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable
con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la
región, sino que se hicieran de oro…

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda,
iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces
también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las
noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y
mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido
un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas
murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca
esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata
que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17
golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo
el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de
niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han
nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión
son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes
de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles
argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados
en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no
querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en
todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países
de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados
Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro
años...

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la
que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad
que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras
incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable,
pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más
que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas,
guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido
que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la
insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es,
amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es
difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la
contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para
interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se
miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y
que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo
fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye
a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios.
Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio
pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y
otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre
durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el
siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus
relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo
del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y
devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un
norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero
creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria
grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su
manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos,
mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la
ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de
quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una
aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre
nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia
cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos
niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?
¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en
sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en
condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son
el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación
urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo
han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su
juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes
dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida.
Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras
eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la
vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones
más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para
aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen
en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En
cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción
como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta
hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a
admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no
tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad,
el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una
simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el
tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo
creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para
emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida,
donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el
amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad
tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio
que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector
y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus
nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el
compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en
ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas
lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra
condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa,
suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde
solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál
ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una
manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas
modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la
misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un
homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador
de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las
empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el
delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad
Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las
Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su
tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía
secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y
repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los
espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi
devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos
poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad,
como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que
invitó a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis
Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del
hombre: la poesía. Muchas gracias.




     por un pais aL aLcancE DE
             Los niños
                                     Julio 1994.




                               Discurso Comisión De Sabios


                     Gabriel García Márquez


Las primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por el canto de
los pájaros, se mareaban con la pureza de los olores y agotaron en pocos años una
especie exquisita de perros mudos que los indígenas criaban para comer. Muchos de
ellos, y otros que llegarían después, eran criminales rasos en libertad condicional, que no
tenían más razones para quedarse. Menos razones tendrían muy pronto los nativos para
querer que se quedaran.

Cristóbal Colón, respaldado por una carta de los reyes de España para el emperador de
China, había descubierto aquel paraíso por un error geográfico que cambió el rumbo de
la historia. La víspera de su llegada, antes de oír el vuelo de las primeras aves en la
oscuridad del océano, había percibido en el viento una fragancia de flores de la tierra
que le pareció la cosa más dulce del mundo. En su diario de abordo describió que los
nativos los recibieron en la playa como sus madres los parieron, que eran hermosos y de
buena índole, y tan cándidos de natura, que cambiaban cuanto tenían por collares y
sonajas de latón…

En la esquina de los dos grandes océanos, se extendían cuarenta mil leguas cuadradas
que Colón entrevió apenas en su cuarto viaje, y que hoy lleva su nombre: Colombia.

La habitaban desde hacía unos doce mil años varias comunidades dispersas de lenguas
diferentes y culturas distintas, y con sus identidades propias bien definidas.

No tenían una Nación de estado, ni unidad política entre ellas, pero habían descubierto el
prodigio político de vivir como iguales en las diferencias…

Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado colonial, con
un solo nombre, una sola lengua y un solo dios. Sus límites y su división política de doce
provincias eran semejantes a los de hoy. Esto dio por primera vez la noción de un país
centralista y burocratizado, y creó la ilusión para una sociedad que era un modelo
oscurantista de discriminación racial y violencia larvada, bajo el manto del Santo Oficio.
Los tres o cuatro millones de indios que encontraron los españoles estaban reducidos a
un millón por la crueldad de los conquistadores y las enfermedades desconocidas que
trajeron consigo. Pero el mestizaje era ya una fuerza demográfica incontenible, y los
esclavos africanos, traídos por la fuerza para los trabajos bárbaros de minas y haciendas,
habían aportado una tercera dignidad al caldo criollo, con nuevos rituales de
imaginación y nostalgia, y otros dioses remotos, pero las leyes de Indias habían
impuesto patrones milimétricos de segregación según el grado de sangre blanca dentro
de cada raza: mestizos de distinciones varias, negros, esclavos, negros libertos, mulatos
de distintas escalas. Llegaron a distinguirse hasta dieciocho grados de mestizos, y los
mismos blancos españoles segregaron a sus propios hijos como blancos criollos…

Dos dones naturales nos han ayudado a sortear ese sino funesto, a suplir los vacíos de
nuestra condición cultural y social, y a buscar a tientas nuestra identidad. Uno es el don
de la creatividad, expresión superior de la inteligencia humana. El otro es una arrasadora
determinación de ascenso personal…

Del lado hispánico, en cambio, tal vez nos venga el ser emigrantes congénitos con
espíritu de aventura que no elude los riesgos. Todo lo contrario: los buscamos. De unos
cinco millones de colombianos que viven en el exterior, la inmensa mayoría se fue a
buscar fortuna sin más recursos que la temeridad, y hoy están en todas partes, por las
buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor, pero nunca inadvertidos. La
cualidad con que se les distingue en e] folklore del mundo entero es que ningún
colombiano se deja morir de hambre. Sin embargo, la virtud que más se les nota es que
nunca fueron tan colombianos como al sentirse lejos de Colombia…

La paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como sus antepasados, nacieron en
un país de puertas cerradas. Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos de
Inglaterra y Francia, a las doctrinas jurídicas y éticas de Bentham, a la educación de
Lancaster, al aprendizaje de las lenguas, a la popularización de las ciencias y las artes,
para hon,ar los vicios de una España más papista que el papa y todavía escaldada por el
acoso financiero de los judíos y por ochocientos años de ocupación islámica. Los
radicales del siglo XIX. y más tarde la Generación del Centenario, volvieron a
proponérselo con políticas de inmigraciones masivas para enriquecer la cultura del
mestizaje. pero unas y otras se frustraron por un temor casi teológico de los demonios
exteriores. Aún hoy está lejos de imaginar cuánto dependernos del vacío mundo que
ignoramos.

Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los
síntomas mientras las causas se eternizan. Nos han escrito y oficializado una versión
complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se
perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias
que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se
parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su
historia escrita.

Por lo mismo, nuestra educacion conformista y represiva parece concebida para que los
niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner
el país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan. Semejante
despropósito restringe la creatividad y la intuición congénitas. y contraría la
imaginación. la clarividencia precoz y la sabiduría del corazón, hasta que los niños
olviden lo que sin duda saben de nacimiento: que la realidad no termina donde dicen los
textos, que su concepción del mundo es más acorde con la naturaleza que la de los
adultos, y que la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le
gusta, y sólo en eso.

Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo
inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo:
en lo bueno y en lo malo, en el amor ¡en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la
amargura de una derrota. Destruimos a los ídolos con la misma pasión con que los
creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos y trabajadores
encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo
corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico. Un éxito resonante o
una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la
misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión,
el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi
irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de
los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo: al
colombiano sin corazón lo pierde el corazón.

Pues somos dos países a la vez: uno de papel y otro en la realidad. Aunque somos
precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado
medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que
no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más
arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien
despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o
para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos
de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales cada
hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y
nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos
indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos a admitir que la
realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de
poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No
porque unos seamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos
extremos. Llegado el caso - y Dios nos libre - todos somos capaces de todo.

Tal vez un reflexión más profunda nos permitiría establecer hasta qué punto este modo
de ser nos viene de que seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente,
formalista y ensimismada de la Colonia. Tal vez una más serena nos permitiría descubrir
que nuestra violencia histórica es la dinámica sobrante de nuestra guerra eterna contra la
adversidad; tal vez estemos pervertidos por un sistema que nos incita a vivir como ricos
mientras el cuarenta por ciento de la población malvive en la miseria, y nos ha
fomentado una noción instantánea y resbaladiza de la felicidad; queremos siempre un
poco más de lo que ya tenemos, más y más de lo que parecía imposible, mucho más de
lo que cabe dentro de la ley, y lo conseguimos como sea: aún contra la ley. Conscientes
de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser
incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitarió por el que
cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo. Razones de sobra para
seguir preguntándonos quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser
reconocidos en el tercer milenio.

La Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero ha
querido diseñar una carta de navegación que tal vez ayude a encontrarla. Creemos que
las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será
su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva,
que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una
sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad
inagotable y conciba una ética - y tal vez una estética - para nuestro afán desaforado y
legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar,
de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir
amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la
inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la
violencia, y nos abra al fin la seguñda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe
desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el,país próspero y justo que soñamos: al
alcance de los niños.
EL Discurso DE
gEttysburg
                           19 de noviembre de 1863




                   El más famoso discurso del presidente


                     Abraham Lincoln.

  Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente
  una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas
  las personas son creadas iguales.
  Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta
  nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el
  tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos
  venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso
  para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es
  absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
  Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos
  consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y
  muertos, que lucharon aquí lo han consagrado ya muy por encima de nuestro
  pobre poder de añadir o restarle algo. El mundo apenas advertirá y no recordará
  por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos
  hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos
consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron
       avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos
       consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos
       muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por
       la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos
       aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta
       nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el
       gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.




             úLtima procLama DEL
                  LibErtaDor
                                             [1830]




                        Óleo de Quijano, Quinta de Bolívar, Bogotá, Colombia


                                   Libertador de Colombia


                              Simón Bolívar
                                 A los pueblos de Colombia

Colombianos:

Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía.
He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé
del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos
abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi
amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las
puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la
manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de
Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos
obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario
dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las
garantías sociales.

¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte
contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al
sepulcro.

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El discurso: elementos y funciones

  • 1. EL Discurso EL Discurso Es un acto DE habLa, y por tanto consta DE Los ELEmEntos DE toDo acto DE habLa: En primer lugar, un acto locutivo o locucionario, es decir, el acto de decir un dicho (texto) con sentido y referencia. En segundo lugar, un acto ilocutivo o ilocucionario, o el conjunto de actos convencionalmente asociados al acto locutivo. Finalmente, un acto perlocutivo o perlocucionario, o sea, los efectos en pensamientos, creencias, sentimientos o acciones del interlocutor (oyente).
  • 2. En EL uso un Discurso Es un mEnsajE : EL vErbaL y oraL DE DirigirsE a un púbLico. su principaL función ha siDo DEsDE sus orígEnEs comunicar o ExponEr pEro con EL objEtivo principaL DE pErsuaDir. CUALIDADES DEL ORADOR FRENTE AL PÚBLICO Sean cuales fueran las tareas específicas que el orador deba realizar en una disertación y aunque muchas de ellas puedan parecer mecánicas o rutinarias, no puede pasarse por alto la importancia de la posición que ocupa como comunicador social y/o líder de opinión. Por ello, en el orador no sólo se valora la aptitud para el desempeño de las funciones como expositor sino también la idoneidad a través de una serie de cualidades que a nuestro entender debe poseer un orador de éxito y que a continuación presentamos.
  • 3. 1° CUALIDADES FÍSICAS:  La apariencia personal. (Resaltar su personalidad- conjunto armonioso y estético ante los ojos de los demás.)  El aseo personal. (Es la limpieza, cuidado, compostura y buena disposición de nuestro cuerpo. Ello transmite una agradable impresión a través del sentido visual y olfativo.)  El vestido. (En el caso de los oradores constituye su uniforme de trabajo. Recordemos que el vestido resalta nuestra personalidad, formalidad y pulcritud.)  La actitud mental positiva. (Es la condición subjetiva de nuestra mente; ésta lo impulsa a realizar sus exposiciones con entusiasmo y mucho optimismo; ello se logra a través de la autosugestión y del correcto uso de las técnicas de respiración y de relajamiento.)  Gozar de buena salud física. (La labor es un tanto estresante, requiere cuidados especiales, combinar una buena dieta con ejercicios matutinos)  Gozar de buena salud psíquica. (La mente también se enferma; lógicamente, una persona con desbarajustes mentales no podrá realizar a satisfacción su labor como orador.) 2° CUALIDADES INTELECTUALES: Estas cualidades están relacionadas con la facultad para conocer, comprender y razonar; implican un conjunto de características inherentes que todo orador debe desarrollar y utilizar con eficacia. Estas cualidades propias de la actividad mental, están al alcance de todos y sólo requieren de decisión para aplicarlas. • Memoria. (El poder recordar nombres, rostros, situaciones y la ubicación exacta de documentos o cosas, constituye un requisito indispensable en la labor del orador, ello le permite evocar con facilidad, información que se necesita en lo inmediato. La memoria se ejercita a través de la observación minuciosa, la retención y la evocación) • Imaginación. (Consiste en la facultad de reproducir mentalmente objetos ausentes; de crear y combinar imágenes mentales de algo no percibido antes o inexistente.Renovación o "reexperimentación" -- Creación de imágenes mentales que antes no existían) • Sensibilidad.(Es la facultad de sentir física o moralmente los sentimientos de alegría, pena, dolor, compasión y ternura.)
  • 4. Iniciativa. (Es el ideal que nos mueve a realizar algo por voluntad propia sin que nadie nos lo diga, ordene o motive. Involucra la acción de adelantarse a los demás en hablar u obrar) 3° CUALIDADES MORALES: La moral esta relacionada a las costumbres y a las normas de conducta de una determinada sociedad. Por extensión, podemos decir que es el conjunto de normas de comportamiento que debe cumplir un orador, para que exista congruencia entre lo que predica y hace, en el ejercicio de su labor profesional. • Honradez. (Es una cualidad que involucra un proceder recto y honesto de parte de un orador.) • Puntualidad. ( Es la cualidad de hacer las cosas con prontitud, diligencia y a su debido tiempo. Es ser exactos en hacer las cosas a su tiempo y de llegar a los sitios convenidos en la hora establecida.) • Sinceridad. (Es el modo de expresarse libre de fingimiento y mentiras. Involucra hablar con veracidad y sin doblez.) • Congruencia.(Es la relación que existe entre «el pensar» y «el actuar», pues a menudo no hacemos lo que predicamos.) • Lealtad.( Más que una cualidad, es una virtud que todo orador debe practicar a diario como parte de su comportamiento ético y moral.)
  • 5. TÉCNICAS PARA HABLAR EN PÚBLICO. 1. Conocer los destinatarios. Estudiantes, profesionales, empresarios ... 2. Organización. Exponer de forma organizada todos los temas nos permite que sea más fácil seguir el "hilo" de la charla. 3. Extensión. Exponga solamente lo fundamental del tema. Acabaría cansando al público y perdiendo su atención. 4. Objetivos. Debemos concretar bien y de forma definida los objetivos de la charla, ponencia o conferencia. El mensaje. 5. Ayudas. Cuente con : proyectores, ordenadores, diapositivas, gráficos para apoyar su labor. PUNTOS FUNDAMENTALES 1. Coloque el micrófono a la altura correcta y compruebe que el sonido llega a toda la sala. 2. Organice bien la introducción, desarrollo y conclusión de la charla. 3. No abuse de los gestos y la expresión corporal. 4. En la medida de lo posible, interactúe con los oyentes, para hacerlo más ameno.
  • 6. 5. Hable como si se dirigiera solo a una persona. Mirar al público. 6. Si va con retraso, resuma partes poco importantes. 7. Evite cualquier tipo de distracción: ruidos, móviles, música, etc. EL MÉTODO A UTILIZAR : Éxito de la charla 1. Informativo. Lo que se expone es nuevo para la audiencia, y se expone de forma clara y precisa, para que la información expuesta sea de utilidad al público asistente. 2. Persuasivo. El orador trata de explicar características de un producto o servicio, de convencer de la conveniencia del mismo. 3. Entretenimiento. El motivo de la exposición suele tener una finalidad de entretenimiento. PUNTOS BÁSICOS A CUALQUIER TIPO DE CHARLA: 1. Ser breve en los agradecimientos y reconocimientos previos a la charla. 2. Mantener la cabeza elevada y mirar al frente y a la audiencia, siempre que podamos.
  • 7. 3. Cuidar la voz. Emplear un tono adecuado, una vocalización correcta y buen volumen. CONSEJOS PARA ORADORES O EXPOSITORES 1. Lea su ponencia en alto varias veces para escucharse. E incluso, grábela y escúchese o tenga a alguien con Usted para que opine. 2. Utilice su lenguaje corporal y sus gestos, como si estuviese delante del público. Lo mejor es practicar delante de un espejo. 3. Procure memorizar las partes fundamentales del texto, para evitar una continua lectura del mismo y estar demasiado tiempo con la cabeza baja - cabizbajo-.
  • 8. Por oratoria entendemos • Arte de hablar con elocuencia. • Disciplina del género literario que se aplica en todos los procesos comunicativos hablados, tales como conferencias, charlas, sermones, exposiciones, narraciones, etc. • Su Propósito es persuadir -; es decir, hacer que las personas tomen decisiones y actúen a voluntad ORADORES FAMOSOS GRECIA Lisias Pitágoras Demóstenes Esquilo Gorgias Pericles Isócrates EN ROMA Julio César Cicerón Octavio Lucio Licinio Craso Augusto Marco Hortensio Antonio MODERNOS Ernesto "Che" Guevara Ho Chi Minh Salvador Allende Adolf Hitler Mahatma Gandhi Martin Luther King Josef Stalin Nelson Mandela Winston Churchill Mao Tse Tung Fidel Castro Juan Domingo Perón Benito Mussolini Raúl Alfonsín Otto Von Bismarck Vladimir Lenin Robespierre Jorge Eliécer Gaitán
  • 9. Discursos famosos QuEriDos EstuDiantEs a continuación Encontrarán una intErEsantE sELEcción DE Discursos, EmitiDos por rEconociDísimos pErsonajEs DEL munDo. ustEDEs tiEnEn La posibiLiDaD DE LEErLos, profunDizar sobrE EL tEma y EL pErsonajE y; finaLmEntE, sELEccionar EL Discurso QuE más LE LLamE La atEnción para prEpararsE y prEsEntarLo En cLasE. LEs rEcomiEnDo rEvisar Los consEjos E información DE apoyo QuE LE faciLitará La EjEcución DE un ExcELEntE trabajo DE oratoria.
  • 10. ¡DisfrútEnLo! Discurso DE KEnnEDy En bErLín 11 de junio de 1963 John F. Kennedy habla a los berlineses Dos mil años hace que se hiciera alarde de que se era “Civis Romanus sum”. Hoy en el mundo de la libertad se hace alarde de que “Ich bin ein Berliner”. Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende o dice que no lo comprende cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. Decidles que vengan a Berlín.
  • 11. Hay algunos que dicen que el comunismo es el movimiento del futuro. Decidles que vengan a Berlín. Hay algunos que dicen en Europa y en otras partes “nosotros podemos trabajar con los comunistas”. Decidles que vengan a Berlín. Y hay algunos pocos que dicen que es verdad que el comunismo es un sistema diabólico pero que permite un progreso económico. Decidles que vengan a Berlín. La libertad tiene muchas dificultades y la democracia no es perfecta. Pero nosotros no tenernos que poner un muro para mantener a nuestro pueblo, para prevenir que ellos nos dejen. Quiero decir en nombre de mis ciudadanos que viven a muchas millas de distancia en el otro lado del Atlántico, que a pesar de esta distancia de vosotros, ellos están orgullosos de lo que han hecho por vosotros, desde una distancia en la historia en los últimos 18 años. No conozco una ciudad, ningún pueblo que haya sido asediado por dieciocho años y que vive con la vitalidad y la fuerza y la esperanza y la determinación de la ciudad de Berlín Occidental. Mientras el muro es la más obvia y viva demostración del fracaso del sistema comunista, todo el mundo puede ver que no tenemos ninguna satisfacción en ello, para nosotros, como ha dicho el Alcalde, es una ofensa no solo contra la historia, sino también una ofensa contra la humanidad, separando familias, dividiendo maridos y esposas y hermanos y hermanas y dividiendo a la gente que quiere vivir unida. ¿Cuál es la verdad de esta ciudad de Alemania? La paz real en Europa nunca puede estar asegurada mientras a un alemán de cada cuatro se le niega el elemental derecho de ser un hombre libre, y que pueda elegir un camino libre. En dieciocho años de paz y buena confianza esta generación de alemanes ha percibido el derecho a ser libre, incluyendo el derecho a la unión de sus familias, a la unión de su nación en paz y buena voluntad con todos los pueblos. Vosotros vivís en una defendida isla de libertad, pero vuestra vida es parte de lo más importante. Permitirme preguntaros a vosotros como yo concluyo, elevando vuestros ojos por encima de los peligros de hoy y las esperanzas de mañana, más allá de la libertad meramente de esta ciudad de Berlín y todos los pueblos de Alemania avanzan hacia la libertad, más allá del muro al día de la paz con justicia, más allá de vosotros o nosotros de toda la humanidad. La libertad es indivisible y cuando un hombre es esclavizado ¿quién está libre? Cuando todos son libres, ellos pueden mirar a ese día, cuando esta ciudad está reunida y este país y este gran continente de Europa esté en paz y esperanza. Cuando ese día finalmente llegue y la gente del Berlín Occidental pueda tener una moderada satisfacción en el hecho de que ellos están en la línea del frente casi dos décadas.
  • 12. Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombres libres, yo con orgullo digo estas palabras “Ich bin ein Berliner”. "yo tEngo un suEño" El 28 de agosto de 1963 Martin Luther King En los escalones del monumento a Lincoln en Washington D.C. Estoy feliz de unirme a ustedes hoy en lo que quedará en la historia como la mayor demostración por la libertad en la historia de nuestra nación. Hace años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos paramos, firmó la Proclama de Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de
  • 13. esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del cautiverio. Pero 100 años después, debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro todavía no es libre. Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación. Cien años después, el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra. Y así hemos venido aquí hoy para dramatizar una condición extrema. En un sentido llegamos a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaratoria de la Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo estadounidense sería el heredero. Esta nota era una promesa de que todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de "Vida, Libertad y la búsqueda de la Felicidad". Es obvio hoy que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto marcado "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Entonces hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia… Existen aquellos que preguntan a quienes apoyan la lucha por derechos civiles: "¿Cuándo quedarán satisfechos?" Nunca estaremos satisfechos en tanto el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados con la fatiga del viaje, no puedan acceder a alojamiento en los moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades. No estaremos satisfechos en tanto la movilidad básica del negro sea de un gueto pequeño a uno más grande. Nunca estaremos satisfechos en tanto a nuestros hijos les sea arrancado su ser y robada su dignidad por carteles que rezan: "Solamente para blancos". No podemos estar satisfechos y no estaremos satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y un negro en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no estamos satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien como un torrente… El sueño Yo tengo un sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo, creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales. Yo tengo un sueño que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad.
  • 14. Yo tengo un sueño que un día incluso el estado de Mississippi, un estado desierto, sofocado por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de libertad y justicia. Yo tengo un sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy! Yo tengo un sueño que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la anulación; un día allí mismo en Alabama pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas como hermanos y hermanas. ¡Yo tengo un sueño hoy! Yo tengo un sueño que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada, y toda la carne la verá al unísono. Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos capaces de esculpir de la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres. Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar con un nuevo significado: "Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera, dejen resonar la libertad". Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en realidad. Entonces dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire. Dejen resonar la libertad desde las grandes montañas de Nueva York. Dejen resonar la libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania! Dejen resonar la libertad desde los picos nevados de Colorado. Dejen resonar la libertad desde los curvados picos de California. Dejen resonar la libertad desde las montañas de piedra de Georgia. Dejen resonar la libertad de la montaña Lookout de Tennessee. Dejen resonar la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera, dejen resonar la libertad! Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día cuando todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus
  • 15. manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: "¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!" “La DEmocracia y La poLítica” El 9 de Abril de 1948 Discurso del Doctor Jorge Eliécer Gaitán La política puede estudiarse y analizarse desde dos puntos de vista. O desde aquel empírico material, pragmático, actuante, inmediato, o desde un plano de estudio más denso y profundo; desde un plano que no mira ya al comité electoral que hace las elecciones y dispensa los favores del voto; que no mira al héroe de provincia o de vereda como el sujeto que cada año se presenta a salvar la república. La política por este aspecto puede ser y es un fenómeno más apasionante, más trascendental. La política en tal sentido es un fenómeno sociológico que sobrepasa hechos concretos de la actualidad inmediata. Las gentes suelen olvidarse de que los fenómenos sociales obedecen a leyes, que se sujetan a normas, siguen senderos que van estableciendo un proceso histórico. Una cosa es la política con que se entusiasma quien se refiere a cálculos de resultado inmediato, quien la hace con referencia a la próxima jornada electoral, la que tiene por objetivo llegar al poder, la que se hace para mandar, para triunfar. Esa política es la empírica, la
  • 16. que se toma como instrumento, la que es actuación. Pero hay otra que no controlan, ni podrán controlar, afortunadamente, los políticos. Ese es el fenómeno político que obedece a un proceso histórico o ideológico y que no cae bajo la simple jurisdicción de los que manejan la política. Por qué, podemos preguntarnos, un hecho que está destinado a desenvolverse al través de múltiples mutaciones hasta alcanzar una entidad de fenómeno sociológico, nace en un determinado momento? Por qué la orientación teocrática que un día tuvo la sociedad, más tarde la anticlerical y por qué, refiriendo al interrogante, el tema de la propiedad, la conciencia que un día fue individualista, más tarde se convirtió en socialista? Por qué un día nace un grupo de individuos, lanza una idea redentora, la sostiene, ésta va expandiéndose, se abre camino y llega a acrecentarse hasta que llega a arrojar la voluntad de las multitudes? He aquí la política como proceso histórico, como fenómeno sociológico, muy distinta de la política como práctica, como necesita del momento. Es decir, que puede darse el caso de que se registre una desarmonía, un desequilibrio, una carencia de euritmia entre el fenómeno político, entre la política como acto, la política como necesidad, la política como recurso guerrillero de las circunstancias. [...] Y en la revolución francesa, revolución que buscó el dominio de la política individualista a base del imperio de la libertad, es cierto que no se le apellidó comunista, pero fue otra la palabra con la que las fuerzas de la reacción trataban de colocar un dique endeble al empuje arrollador de ese movimiento que en su tiempo aspiraba a realizar un mejoramiento en favor del pueblo. De manera que nada tiene hoy que extrañarle a la gente, porque nada tiene de original en su mezquina perfidia, la táctica que esas mismas fuerzas de regresión emplean como valla para atajar el proceso que viene siguiendo este despertar. Este crear una nueva sensibilidad social en beneficio del pueblo. [...] No se triunfa, en el plano de los sistemas, del servicio a las doctrinas, ejerciendo la coacción económica contra el pensamiento de la clase sin haberes. Hay otra cosa más fecunda, otra manera más grande, otros medios más nobles, otros caminos más puros de trabajar por el triunfo de los ideales que no sirven para alcanzar batallas de eficacia transitoria, pero que se dirigen a procurar la sanidad colectiva en beneficio futuro de la nacionalidad. [...] Y tened en cuenta que la conciencia nacional, ésta que estamos creando, a la cual estamos elevando en su nivel de cultura, despertando en su ambición, dándole conciencia de sus derechos y de sus posibilidades, no se fiará ya más de las palabras en respaldo de la realidad, de las palabras áureas y sonoras que esconden tras de su brillo muchas veces la carrona y la pequeñez; palabras que son mentira; palabras que son farsa, porque bajo su significado oportunista, el ideal se ha muerto, y sólo se encuentra el contenido de un interés personal o lo mezquino del propósito. [...] Eso que se llama partido político, o secta religiosa, o cualquiera otra de las entidades políticas, que igual se nutren de la idea como del temperamento, o del instinto, necesitan por lo menos un coeficiente medio de auritmia y armonía si quieren conservarse. Pueden tener realidades intrínsecas fecundas, pero dentro de la armonía es imposible perpetuarse a través del tiempo y apenas si viven transitoriamente. Pensar que este problema de la unidad efectiva y la disparidad ideológica que caracteriza a los miembros de un mismo partido en Colombia no ofrece peligros porque ello no les cohibe para concurrir unidos a
  • 17. la faena electoral es un grave error, un menoscabo histórico de su fuerza creadora. [...] Yo oí una magnifica exposición de Darío Echandia. Y le oí decir: “ Hay algo que nos define, algo que nos da carácter: somos demócratas”. Pero en el mundo moderno, la democracia no es resolver un problema sino plantearlo. Democracia! Pero cuál?. La multitud ama la democracia. Todos la amamos en este país. Pero cuál es la que deseamos ver realizada? La teocrácia, la de ayer, que no tenía consagración en el ágora pública sino en los palacios destinados al culto de Dios!. [...] Y todos nosotros nos jactamos de profesar y servir la democracia. Pero se trata ahora de saber cuál es el contenido de esa democracia. Se trata de la democracia económica, de la democracia de contenido y no de forma, de la democracia como triunfo de las normas que rediman a la mayoría y no de la democracia en traje de luces de la revolución francesa que divorciaba el hecho político del hecho económico. [...] La gente que tiene determinadas ideas es este país suele pensar ingenuamente que sin el imperio de esas ideas la humanidad se desquicia [...] Hoy existe en el plano de la política el concepto de derechas y el concepto de izquierdas. Conceptos que se entienden en su contenido como dos fuerzas que se encuentran, que se atacan. Las derechas siguen siendo hoy como ayer y como antes, las fuerzas de reacción, las fuerzas conservadoras, las fuerzas de estrato, que se oponen al avance de la revolución... No nos importe que así nos llamen izquierdistas, ya que no hay sino una verdad cierta y rotunda: y es que hoy, como siempre, nada podrá evitar la derrota de las fuerzas conservadoras de todos los partidos ni la victoria de las fuerzas revolucionarias.
  • 18. oración por La paz 7 de febrero de 1948 En la Manifestación del Silencio en la plaza Bolívar de Bogotá (Jorge Eliecer Gaitán) Señor Presidente Mariano Ospina Pérez: Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria. En todo el día de hoy, Excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas las latitudes —de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies— han llegado a
  • 19. congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen. Señor Presidente: Aquí no se oyen aplausos: ¡Solo se ven banderas negras que se agitan! Señor Presidente: Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en un silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa. Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración superior a la presente. Pero si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados. Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad. Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable. Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización! Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia! Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.
  • 20. Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes! Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia! ELogio DE La LEctura y La ficción Estocolmo, 7 de diciembre de 2010. Discurso Nobel Mario Vargas Llosa Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas. La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras
  • 21. cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras. Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero. No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada. Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias. Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo,
  • 22. que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola. Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor. La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez…
  • 23. ELogio DE La LEctura y La ficción Estocolmo, 7 de diciembre de 2010. Discurso Nobel Mario Vargas Llosa Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando
  • 24. los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí. Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra. Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas! La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos
  • 25. de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza. Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura. De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal. Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en
  • 26. insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales…. ELogio DE La LEctura y La ficción Estocolmo, 7 de diciembre de 2010. Discurso Nobel Mario Vargas Llosa …Patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver. El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo
  • 27. y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad. El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”. Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha
  • 28. sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa. Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar. Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó). La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que
  • 29. alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional. Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno. Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños. De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales
  • 30. y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible. La soLEDaD DE américa Latina ESTOCOLMO 1982 Discurso de aceptación del Premio Nobel Gabriel García Márquez Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer
  • 31. nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen. Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. El dorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro… Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años... Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable,
  • 32. pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad. Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes. No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo. América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
  • 33. Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios. Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra. Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido. Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
  • 34. En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invitó a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias. por un pais aL aLcancE DE Los niños Julio 1994. Discurso Comisión De Sabios Gabriel García Márquez Las primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por el canto de los pájaros, se mareaban con la pureza de los olores y agotaron en pocos años una especie exquisita de perros mudos que los indígenas criaban para comer. Muchos de ellos, y otros que llegarían después, eran criminales rasos en libertad condicional, que no tenían más razones para quedarse. Menos razones tendrían muy pronto los nativos para querer que se quedaran. Cristóbal Colón, respaldado por una carta de los reyes de España para el emperador de China, había descubierto aquel paraíso por un error geográfico que cambió el rumbo de la historia. La víspera de su llegada, antes de oír el vuelo de las primeras aves en la
  • 35. oscuridad del océano, había percibido en el viento una fragancia de flores de la tierra que le pareció la cosa más dulce del mundo. En su diario de abordo describió que los nativos los recibieron en la playa como sus madres los parieron, que eran hermosos y de buena índole, y tan cándidos de natura, que cambiaban cuanto tenían por collares y sonajas de latón… En la esquina de los dos grandes océanos, se extendían cuarenta mil leguas cuadradas que Colón entrevió apenas en su cuarto viaje, y que hoy lleva su nombre: Colombia. La habitaban desde hacía unos doce mil años varias comunidades dispersas de lenguas diferentes y culturas distintas, y con sus identidades propias bien definidas. No tenían una Nación de estado, ni unidad política entre ellas, pero habían descubierto el prodigio político de vivir como iguales en las diferencias… Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado colonial, con un solo nombre, una sola lengua y un solo dios. Sus límites y su división política de doce provincias eran semejantes a los de hoy. Esto dio por primera vez la noción de un país centralista y burocratizado, y creó la ilusión para una sociedad que era un modelo oscurantista de discriminación racial y violencia larvada, bajo el manto del Santo Oficio. Los tres o cuatro millones de indios que encontraron los españoles estaban reducidos a un millón por la crueldad de los conquistadores y las enfermedades desconocidas que trajeron consigo. Pero el mestizaje era ya una fuerza demográfica incontenible, y los esclavos africanos, traídos por la fuerza para los trabajos bárbaros de minas y haciendas, habían aportado una tercera dignidad al caldo criollo, con nuevos rituales de imaginación y nostalgia, y otros dioses remotos, pero las leyes de Indias habían impuesto patrones milimétricos de segregación según el grado de sangre blanca dentro de cada raza: mestizos de distinciones varias, negros, esclavos, negros libertos, mulatos de distintas escalas. Llegaron a distinguirse hasta dieciocho grados de mestizos, y los mismos blancos españoles segregaron a sus propios hijos como blancos criollos… Dos dones naturales nos han ayudado a sortear ese sino funesto, a suplir los vacíos de nuestra condición cultural y social, y a buscar a tientas nuestra identidad. Uno es el don de la creatividad, expresión superior de la inteligencia humana. El otro es una arrasadora determinación de ascenso personal… Del lado hispánico, en cambio, tal vez nos venga el ser emigrantes congénitos con espíritu de aventura que no elude los riesgos. Todo lo contrario: los buscamos. De unos cinco millones de colombianos que viven en el exterior, la inmensa mayoría se fue a buscar fortuna sin más recursos que la temeridad, y hoy están en todas partes, por las buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor, pero nunca inadvertidos. La cualidad con que se les distingue en e] folklore del mundo entero es que ningún colombiano se deja morir de hambre. Sin embargo, la virtud que más se les nota es que nunca fueron tan colombianos como al sentirse lejos de Colombia… La paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como sus antepasados, nacieron en un país de puertas cerradas. Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos de Inglaterra y Francia, a las doctrinas jurídicas y éticas de Bentham, a la educación de
  • 36. Lancaster, al aprendizaje de las lenguas, a la popularización de las ciencias y las artes, para hon,ar los vicios de una España más papista que el papa y todavía escaldada por el acoso financiero de los judíos y por ochocientos años de ocupación islámica. Los radicales del siglo XIX. y más tarde la Generación del Centenario, volvieron a proponérselo con políticas de inmigraciones masivas para enriquecer la cultura del mestizaje. pero unas y otras se frustraron por un temor casi teológico de los demonios exteriores. Aún hoy está lejos de imaginar cuánto dependernos del vacío mundo que ignoramos. Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan. Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su historia escrita. Por lo mismo, nuestra educacion conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan. Semejante despropósito restringe la creatividad y la intuición congénitas. y contraría la imaginación. la clarividencia precoz y la sabiduría del corazón, hasta que los niños olviden lo que sin duda saben de nacimiento: que la realidad no termina donde dicen los textos, que su concepción del mundo es más acorde con la naturaleza que la de los adultos, y que la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso. Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor ¡en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruimos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico. Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón. Pues somos dos países a la vez: uno de papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos
  • 37. de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos. Llegado el caso - y Dios nos libre - todos somos capaces de todo. Tal vez un reflexión más profunda nos permitiría establecer hasta qué punto este modo de ser nos viene de que seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y ensimismada de la Colonia. Tal vez una más serena nos permitiría descubrir que nuestra violencia histórica es la dinámica sobrante de nuestra guerra eterna contra la adversidad; tal vez estemos pervertidos por un sistema que nos incita a vivir como ricos mientras el cuarenta por ciento de la población malvive en la miseria, y nos ha fomentado una noción instantánea y resbaladiza de la felicidad; queremos siempre un poco más de lo que ya tenemos, más y más de lo que parecía imposible, mucho más de lo que cabe dentro de la ley, y lo conseguimos como sea: aún contra la ley. Conscientes de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitarió por el que cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos, y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio. La Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero ha querido diseñar una carta de navegación que tal vez ayude a encontrarla. Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética - y tal vez una estética - para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal. Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la seguñda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el,país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños.
  • 38. EL Discurso DE gEttysburg 19 de noviembre de 1863 El más famoso discurso del presidente Abraham Lincoln. Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales. Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa. Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí lo han consagrado ya muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle algo. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos
  • 39. consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra. úLtima procLama DEL LibErtaDor [1830] Óleo de Quijano, Quinta de Bolívar, Bogotá, Colombia Libertador de Colombia Simón Bolívar A los pueblos de Colombia Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi
  • 40. amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. ¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.