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Excursión a las
Cañadas del Teide


Relato de Marcial Betancor Suárez
Cuando llega la primavera,
El Parque Nacional de
 las Cañadas del Teide,
se transforma en un
 vergel. De entre la lava, la
 piedra pómez, las escorias
y las rocas retorcidas,
 brota la vida con una fuerza extraordinaria.
Tres estudiantes de botánica, planificamos una excursión
para el próximo fin de semana. Nos quedaríamos a dormir
en casetas la noche del viernes, en las inmediaciones
 del Guajara, una montaña de 2.715 metros, situada frente
al Teide, que tiene un kilómetro más de altitud.
 Regresaríamos el sábado por la tarde.
Aquella mañana de mayo, el cielo amaneció azulado,
limpio. El tibio sol invitaba a entrar en contacto con la
naturaleza. Mis amigos se hicieron acompañar de sus
novias. Yo iba sin pareja, pero en la guagua que nos subió
                               hasta El Portillo, las chicas me
                               presentaron a una
                               amiga, llamada Laura, que se
                               unía a nosotros en la
                               excursión. atravesó mi
                                Un flechazo
                                corazón cuando nos
                                presentaron y nos dimos el
                                beso de saludo en la mejilla.
Era realmente guapa, con una sonrisa preciosa. Los
pantalones se ajustaban a su hermoso cuerpo,
contorneándolo. Los pechos se adivinaban bajo la blusa
rosada en unas líneas maravillosas que continuaban bajo
el agradecido escote. La rubia coleta flotaba en el aire
                                         yendo de un lado
                                          a otro con los
                                         graciosos
                                         movimientos
                                         de su cabecita.
                                          Apenas podía dejar
                                          de mirarla.
                                         Con las mochilas
                                          a las espaldas
   nos pusimos en marcha. Las dos parejas de amigos iban
   delante. Laura y yo, nos quedamos rezagados…
   Ella no llevaba esterilla, ni saco de dormir, ni
tienda en la pequeña
 mochila que cargaba. Le
 comenté que teníamos
 previsto dormir esta noche
 bajo las estrellas. Ella me
 sonrió con dulzura por toda
 respuesta, encogiéndose de
hombros. Soy muy tímido con las chicas, pero di gracias al
cielo por la oportunidad que se me presentaba para
conquistar el corazoncito de aquella mujer tan guapa, que
el destino ponía a mi alcance. Decidí impresionarla con
mis conocimientos sobre la biodiversidad de la flora que
renace cada año en lo alto de la isla de Tenerife.
Laura, aunque me sonreía de vez en cuando y me miraba
candorosa, parecía despistada, y miraba a uno y otro lado
siguiendo con la vista los caminos que se perdían entre las
montañas.
-Fíjate en qué vergel se transforma Las Cañadas en
primavera --le decía, entusiasmado--. ¡Cómo brota la vida
en una explosión salvaje, entre el negro de las lavas y el
rojo de los cráteres en este paisaje agreste! ¡Mira qué
cantidad de retamas en flor! ¡Cómo lucen bañadas por el
sol de la mañana! Aspira la fragancia que emana de sus
florecillas blancas, sutilmente
cautivadoras… Hasta las abejas
parecen bailar entre las
ramas, y los saltamontes
brincan y saltan por los
alrededores
 Aquellos matorrales de color amarillo canario son
 escobones en flor. ¿Preciosos verdad?
Y los de más allá, que brillan con gotitas de rocío se llaman
codesos. Estas de aquí son margaritas; pero no son
margaritas comunes. Su nombre científico es
Argyranthemus teneriffae. Echa un vistazo a aquellas
hierbas pajoneras que dulcifican el aire… Observa los
elegantes tajinastes rojos, con su forma de cono
alargado, como un pirulí de más de tres metros de
alto, brillantes de néctar. Su nombre es Echium wildpretii.
También se le llama orgullo de Tenerife, y puede
considerarse como el            más raro y vistoso por su
                                densa inflorescencia. También
                                los hay de color
                                púrpura, como aquellos de
                                allí; y azules… ¡Qué
                                hermosos son!
Mecidos por la suave
                                   brisa, parecen invitarte
                                   a un baile.
                                   ---¿Bailamos?
                                   Hice una elegante
                                   reverencia, estilo
                                  siglo XVII, quitándome
la gorra de visera y llevándola hasta los pies. La sonrisa
de Laura me cautivaba. Ella no necesitaba hablar para
comunicarme sus emociones. La estaba conquistando, y
esto me daba alas para seguir explicándole toda la
belleza que aparecía ante nuestros ojos. Seguí haciendo
fotos con la cámara digital que llevaba colgada del
cuello, sin dejar de hablarle, apasionado, de toda belleza
que nos rodeaba.
-Aquella masa de lava
petrificada que parece rodar
por Montaña Blanca, se llama
La Cascada. Y estas formaciones
pétreas que parece un ejército
de soldados, son los Roques de
García, cuyo general es el
Cinchado, aquella magnífica escultura natural que se
asoma a los Llanos de Ucanca, y que, con tanta
frecuencia aparece en las postales del Teide. Tuvo que ser
impresionante el momento en que ese magma se
deslizaba pendiente abajo, abrasándolo todo, ¿verdad?
Recréate en la cantidad de flora endémica que, con
expresión de júbilo, crece, impetuosa, entre las rocas y
las lavas… Esta es la serrátula…. Aquella es una nepeta,
y las de más allá, alhelíes. Por las cumbres más altas, en
esta época del año, florece la violeta del Teide. Son como
estrellas caídas del firmamento durante el ocaso…
¿Verdad que enternece la poética soledad de las lavas
petrificadas, con los rayos del sol arrancando destellos de
sus aristas como si fueran diamantes? Resulta
sobrecogedor que, de estas
piedras retorcidas, brote la
vida, como si las lavas
mismas hubiesen germinado.
Se nota el olor silvestre de la
naturaleza.
 Este silencio es música que adormece los sentidos.
 Escucha, Laura, pon atención al cántico de la suave brisa…
Descansamos a la sombra de unas rocas. Compartimos
los bocadillos y enseñamos las fotos. Decidimos que allí
pasaríamos la noche. Yo no dejaba de pensar que sólo
teníamos tres casetas, una para cada pareja. Así que
Laura iba a compartir la misma tienda y, tal vez, el mismo
saco de dormir, conmigo. Esta idea me producía un
agradable cosquilleo en el estómago. Ella me
miraba, interrogativa…
Las dos parejas de amigos, se
besaron con ganas, y se metieron
entre risas en las casetas recién
montadas. La soledad, la
intimidad, la fuerza de la
naturaleza… todo invitaba al
amor. Laura y yo solos…
Me quedé mirándola, enamorado. En la claridad de sus
ojos, vi toda la flora de Las Cañadas
juntas, arremolinadas en el iris resplandeciente de sus
hermosos ojos azules, como el mismo cielo. Era
irresistible. Acerqué mis labios a los suyos, y pasé mi
brazo por sus hombros, seducido… Entonces ella levantó
de un salto, mientras llamaba, agitando los brazos:
                               -¡Eh, Manolo, aquí! ¡Estamos
                               aquí!
                               Por el fondo del camino, se
                               acercaba un hombre con una
                               gran mochila a la espalda.
                               Laura le salió al encuentro, y
                               se echó en sus brazos,
besándolo con frenesí.
-¿Cómo lo has pasado, cariño? –preguntó él.
-¿Por qué has tardado tanto? –casi gritó ella--. ¡Lo he
pasado fatal! ¡Ese chico está como una cabra! ¡Está loco
de remate! ¡No ha parado en todo día de decir tonterías!
¡Me tiene loquita la cabeza con tanto nombre científico!
¡Que se patatín, que si patatán! ¡Joder qué pesado!
                            ¡Está como una chola! ¡Si
                            tardas un minuto más en
                            llegar, te juro que lo hubiera
                            asesinado aquí mismo! --Y
                            volvió a abrazarse a él con
                            todas sus fuerzas, a punto de
                            llorar de los nervios.
Aquellas palabras llegaron claras a mis oídos, y
restallaron en mis mejillas como bofetadas. Quedé rojo
como el tajinaste. La esplendorosa belleza del paisaje
de Las Cañadas, se tornó gris, inanimada. Y hasta el
mismo Teide me pareció una fea mole que se reía de
mí. Me eché la mochila a la espalda, y me alejé por el
mismo camino por el que había llegado el novio de
Laura.




                                      fin
El Parque Nacional del Teide, en la isla de Tenerife,
 (archipiélago canario), fue declarado
 Patrimonio de la Humanidad
 el 28 de junio del 2007 por la Unesco.
 Es de una belleza impresionante.

El presente relato se ha extraído del libro
16 RELATOS PARA PASAR EL RATO,
de Marcial Betancor Suárez.
Puedes bajarlo completamente gratis en esta dirección:
www.bubok.es/libros/209248/16-relatos-para-pasar-el-rato

      Que tengas un feliz día

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Excursión a las cañadas del teide

  • 1. Excursión a las Cañadas del Teide Relato de Marcial Betancor Suárez
  • 2. Cuando llega la primavera, El Parque Nacional de las Cañadas del Teide, se transforma en un vergel. De entre la lava, la piedra pómez, las escorias y las rocas retorcidas, brota la vida con una fuerza extraordinaria. Tres estudiantes de botánica, planificamos una excursión para el próximo fin de semana. Nos quedaríamos a dormir en casetas la noche del viernes, en las inmediaciones del Guajara, una montaña de 2.715 metros, situada frente al Teide, que tiene un kilómetro más de altitud. Regresaríamos el sábado por la tarde.
  • 3. Aquella mañana de mayo, el cielo amaneció azulado, limpio. El tibio sol invitaba a entrar en contacto con la naturaleza. Mis amigos se hicieron acompañar de sus novias. Yo iba sin pareja, pero en la guagua que nos subió hasta El Portillo, las chicas me presentaron a una amiga, llamada Laura, que se unía a nosotros en la excursión. atravesó mi Un flechazo corazón cuando nos presentaron y nos dimos el beso de saludo en la mejilla. Era realmente guapa, con una sonrisa preciosa. Los pantalones se ajustaban a su hermoso cuerpo,
  • 4. contorneándolo. Los pechos se adivinaban bajo la blusa rosada en unas líneas maravillosas que continuaban bajo el agradecido escote. La rubia coleta flotaba en el aire yendo de un lado a otro con los graciosos movimientos de su cabecita. Apenas podía dejar de mirarla. Con las mochilas a las espaldas nos pusimos en marcha. Las dos parejas de amigos iban delante. Laura y yo, nos quedamos rezagados… Ella no llevaba esterilla, ni saco de dormir, ni
  • 5. tienda en la pequeña mochila que cargaba. Le comenté que teníamos previsto dormir esta noche bajo las estrellas. Ella me sonrió con dulzura por toda respuesta, encogiéndose de hombros. Soy muy tímido con las chicas, pero di gracias al cielo por la oportunidad que se me presentaba para conquistar el corazoncito de aquella mujer tan guapa, que el destino ponía a mi alcance. Decidí impresionarla con mis conocimientos sobre la biodiversidad de la flora que renace cada año en lo alto de la isla de Tenerife. Laura, aunque me sonreía de vez en cuando y me miraba candorosa, parecía despistada, y miraba a uno y otro lado
  • 6. siguiendo con la vista los caminos que se perdían entre las montañas. -Fíjate en qué vergel se transforma Las Cañadas en primavera --le decía, entusiasmado--. ¡Cómo brota la vida en una explosión salvaje, entre el negro de las lavas y el rojo de los cráteres en este paisaje agreste! ¡Mira qué cantidad de retamas en flor! ¡Cómo lucen bañadas por el sol de la mañana! Aspira la fragancia que emana de sus florecillas blancas, sutilmente cautivadoras… Hasta las abejas parecen bailar entre las ramas, y los saltamontes brincan y saltan por los alrededores Aquellos matorrales de color amarillo canario son escobones en flor. ¿Preciosos verdad?
  • 7. Y los de más allá, que brillan con gotitas de rocío se llaman codesos. Estas de aquí son margaritas; pero no son margaritas comunes. Su nombre científico es Argyranthemus teneriffae. Echa un vistazo a aquellas hierbas pajoneras que dulcifican el aire… Observa los elegantes tajinastes rojos, con su forma de cono alargado, como un pirulí de más de tres metros de alto, brillantes de néctar. Su nombre es Echium wildpretii. También se le llama orgullo de Tenerife, y puede considerarse como el más raro y vistoso por su densa inflorescencia. También los hay de color púrpura, como aquellos de allí; y azules… ¡Qué hermosos son!
  • 8. Mecidos por la suave brisa, parecen invitarte a un baile. ---¿Bailamos? Hice una elegante reverencia, estilo siglo XVII, quitándome la gorra de visera y llevándola hasta los pies. La sonrisa de Laura me cautivaba. Ella no necesitaba hablar para comunicarme sus emociones. La estaba conquistando, y esto me daba alas para seguir explicándole toda la belleza que aparecía ante nuestros ojos. Seguí haciendo fotos con la cámara digital que llevaba colgada del cuello, sin dejar de hablarle, apasionado, de toda belleza que nos rodeaba.
  • 9. -Aquella masa de lava petrificada que parece rodar por Montaña Blanca, se llama La Cascada. Y estas formaciones pétreas que parece un ejército de soldados, son los Roques de García, cuyo general es el Cinchado, aquella magnífica escultura natural que se asoma a los Llanos de Ucanca, y que, con tanta frecuencia aparece en las postales del Teide. Tuvo que ser impresionante el momento en que ese magma se deslizaba pendiente abajo, abrasándolo todo, ¿verdad? Recréate en la cantidad de flora endémica que, con expresión de júbilo, crece, impetuosa, entre las rocas y las lavas… Esta es la serrátula…. Aquella es una nepeta,
  • 10. y las de más allá, alhelíes. Por las cumbres más altas, en esta época del año, florece la violeta del Teide. Son como estrellas caídas del firmamento durante el ocaso… ¿Verdad que enternece la poética soledad de las lavas petrificadas, con los rayos del sol arrancando destellos de sus aristas como si fueran diamantes? Resulta sobrecogedor que, de estas piedras retorcidas, brote la vida, como si las lavas mismas hubiesen germinado. Se nota el olor silvestre de la naturaleza. Este silencio es música que adormece los sentidos. Escucha, Laura, pon atención al cántico de la suave brisa…
  • 11. Descansamos a la sombra de unas rocas. Compartimos los bocadillos y enseñamos las fotos. Decidimos que allí pasaríamos la noche. Yo no dejaba de pensar que sólo teníamos tres casetas, una para cada pareja. Así que Laura iba a compartir la misma tienda y, tal vez, el mismo saco de dormir, conmigo. Esta idea me producía un agradable cosquilleo en el estómago. Ella me miraba, interrogativa… Las dos parejas de amigos, se besaron con ganas, y se metieron entre risas en las casetas recién montadas. La soledad, la intimidad, la fuerza de la naturaleza… todo invitaba al amor. Laura y yo solos…
  • 12. Me quedé mirándola, enamorado. En la claridad de sus ojos, vi toda la flora de Las Cañadas juntas, arremolinadas en el iris resplandeciente de sus hermosos ojos azules, como el mismo cielo. Era irresistible. Acerqué mis labios a los suyos, y pasé mi brazo por sus hombros, seducido… Entonces ella levantó de un salto, mientras llamaba, agitando los brazos: -¡Eh, Manolo, aquí! ¡Estamos aquí! Por el fondo del camino, se acercaba un hombre con una gran mochila a la espalda. Laura le salió al encuentro, y se echó en sus brazos,
  • 13. besándolo con frenesí. -¿Cómo lo has pasado, cariño? –preguntó él. -¿Por qué has tardado tanto? –casi gritó ella--. ¡Lo he pasado fatal! ¡Ese chico está como una cabra! ¡Está loco de remate! ¡No ha parado en todo día de decir tonterías! ¡Me tiene loquita la cabeza con tanto nombre científico! ¡Que se patatín, que si patatán! ¡Joder qué pesado! ¡Está como una chola! ¡Si tardas un minuto más en llegar, te juro que lo hubiera asesinado aquí mismo! --Y volvió a abrazarse a él con todas sus fuerzas, a punto de llorar de los nervios.
  • 14. Aquellas palabras llegaron claras a mis oídos, y restallaron en mis mejillas como bofetadas. Quedé rojo como el tajinaste. La esplendorosa belleza del paisaje de Las Cañadas, se tornó gris, inanimada. Y hasta el mismo Teide me pareció una fea mole que se reía de mí. Me eché la mochila a la espalda, y me alejé por el mismo camino por el que había llegado el novio de Laura. fin
  • 15. El Parque Nacional del Teide, en la isla de Tenerife, (archipiélago canario), fue declarado Patrimonio de la Humanidad el 28 de junio del 2007 por la Unesco. Es de una belleza impresionante. El presente relato se ha extraído del libro 16 RELATOS PARA PASAR EL RATO, de Marcial Betancor Suárez. Puedes bajarlo completamente gratis en esta dirección: www.bubok.es/libros/209248/16-relatos-para-pasar-el-rato Que tengas un feliz día