Este documento presenta un resumen breve sobre el ministerio sanador de la iglesia. Explica que la sanación de personas ha formado parte de la vocación pastoral y diaconal de la iglesia desde los tiempos de Jesús y los apóstoles. A través de los siglos, la iglesia ha estado involucrada en el cuidado de los enfermos a través de instituciones de beneficencia y misiones médicas. El documento también analiza brevemente las perspectivas de Lutero y otros reformadores sobre la sanación.
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Contenido
El ministerio sanador de la iglesia.
Cristo nos trae perdón y nos enseña una nueva obediencia.
Sacramentos: Ley y Evangelio.
Las maravillas de Dios. Parte 2
Mujeres virtuosas: fe y servicio
Lutero y María
El Hijo de Dios
4. Pietro da Cortona. Ananías restaua la vista a San Pablo (1631). Santa Maria della Concezione dei Cappuccini, Roma
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El ministerio sanador de la Iglesia
Manual de Estudio de la Asamblea. Federación Luterana Mundial.
pp. 187-196
La sanación de personas ha sido considerada por mucho tiempo parte de la vocación pastoral y
diaconal de la iglesia. Para las personas luteranas, el ministerio de sanar está arraigado en la
Palabra, los sacramentos y la oración. Algunas iglesias han concentrado su atención en sanar por
medio de la oración y el exorcismo, mientras que otras miran esas prácticas con suspicacia. La
mayoría de las iglesias están involucradas en la tarea de sanar a través de diversos ministerios
diaconales. ¿Cuáles han sido las experiencias de nuestras iglesias y qué podemos aprender
mutuamente? ¿De qué manera se relaciona la sanación individual con problemas sociales más
amplios? ¿Qué diferencia hay entre sanar y curar? ¿De qué manera debiéramos encarar, como
iglesias, desafíos particulares de sanación en nuestro mundo actual?
El tema no es, por cierto, nuevo para la iglesia, pero se trata de un tema al que muchas iglesias
luteranas han respondido con lentitud o reticencia. Muchas iglesias, y sus feligreses dentro de ellas,
han tenido significativas experiencias en materia de sanaciones y ministerios sanadores que no se
han compartido con otras instancias. Esta temática nos ofrece una verdadera oportunidad para que
descubramos elementos de la fe cristiana que se han pasado por alto durante demasiado tiempo en
las iglesias históricas. Esto incluye aspectos de nuestra propia tradición luterana que han sido
descuidados.
Breve esbozo del ministerio de sanador de la iglesia
Desde el propio comienzo, la sanidad ha sido parte y componente de la proclamación del
evangelio:
Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y
predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
(Mt 9:35)
Jesús envió a sus discípulos a hacer lo mismo. Les dio “poder y autoridad sobre todos los
demonios, y para sanar enfermedades”, y en realidad “los envió a predicar el reino de Dios y a sanar
a los enfermos” (Lc 9:1-2; véase también Lc 10:9). Se trata de un mandato que reitera el Cristo
resucitado (Mc 16:18).
Según se registra en Hechos, los apóstoles prestaron atención a este mandato de sanar. Pedro
sanó al hombre cojo de nacimiento que yacía a la entrada del templo (Hch 3:1-8), y en Lida sana a
Eneas, quien estaba paralítico (Hch 9:32-35). Pedro también levanta a la difunta Tabita en Jope (Hch
9:36-41). Ananías sana a Pablo de su ceguera en Damasco (Hch 9:17-19). En Listra, Pablo mismo
sana a un hombre incapaz de caminar (Hch 14:8-11), y en la isla de Malta, al padre enfermo de
Publio (Hch 28:8-9). Pablo también resucita a una persona muerta, el joven Eutico en Troas (Hch
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20:9-12). Estos son solamente algunos ejemplos de curaciones en el ministerio de los apóstoles.
Además de éstos, hay varios relatos colectivos de actividades similares1
, como también la referencia
en 1 Corintios 12:8-10 a la curación como don carismático.
Impresiona advertir lo importante que era el ministerio de sanar en los escritos de los Padres de
la iglesia. Repetidamente se referían al tema de sanar en formas que reflejaban su disputa con lo
que era entonces el muy popular culto de Asclepio, quien era reverenciado como “el salvador” en
todo el mundo heleno. En oposición a este culto, la iglesia primitiva tuvo que formular lo que era
distintivo en cuanto a Cristo. La iglesia confesaba a Cristo como “salvador del mundo”, con el
propósito de indicar que Cristo realmente venció incluso a la propia muerte. A la luz de esto, no debe
sorprender la conclusión del historiador eclesiástico Adolf von Harnack cuando afirma que “sólo”
proclamando el evangelio “como evangelio del Salvador y de la sanidad salvífica, en el sentido amplio
en que se entendía esto por parte de la iglesia primitiva”, podrá el cristianismo permanecer fiel a sus
raíces.2
Si bien el interés por curaciones reales menguó lenta pero sostenidamente en los siglos
posteriores, la iglesia se volvió cada vez más preocupada por cuidar de las personas que estuvieran
enfermas o indigentes. El modelo bíblico para esto es el de los siete diáconos (véase Hch 6:1-6),
quienes fueron instalados por los apóstoles en Jerusalén específicamente para cuidar de las
necesidades de las viudas que eran descuidadas en la distribución diaria de alimentos. La parábola
del Juicio Final (Mt 25:31-46) también sirvió de llamado decisivo a cumplir con esta clase de actividad:
“De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo
hicisteis” (Mt 25:40).
Notable entre las primeras iniciativas fue la Basilias, una institución famosa por el cuidado que
prestaba a las personas pobres, enfermas, sin hogar, huérfanas o viudas. Fundada por el Obispo
Basilio el Grande en el siglo cuarto en Cesarea, se constituyó en modelo en base al cual se
construyeron establecimientos similares en muchas ciudades del mundo cristiano durante la Edad
Media. Numerosas órdenes religiosas se organizaron para suministrar personal para estas
instituciones y cuidar de la gente. Además de esto, se solicitaban donaciones especiales, lo cual se
constituyó en una práctica de especial importancia en las iglesias de la Reforma.
En el siglo diecinueve, el movimiento diaconal se desarrolló con numerosos programas e
instituciones para cuidar de personas afectadas adversamente por la Revolución Industrial. A menudo
eran inspirados por la parábola del Buen Samaritano (Lc 10:25-37), como lo fue el movimiento de
misiones médicas que llegó a existir alrededor de ese tiempo. Cuando la medicina se convirtió en
una disciplina más científica, fueron las misiones protestantes, en estrecha colaboración con médicos
consagrados y piadosos, y otras personas de buena voluntad, quienes desarrollaron el concepto de
misiones médicas, literalmente para “la sanidad de las naciones”.3
Mientras que las instituciones
diaconales representaban la pastoral de sanación de la iglesia, fueron las misiones médicas,
especialmente al principio, las que volvieron a recalcar el aspecto realmente físico de la sanidad.
Esto se debió al hecho de que la medicina había llegado al punto de ser capaz de erradicar
enfermedades infecciosas, tales como la malaria, la difteria, la viruela y la lepra, identificando los
organismos vectores, lo cual más tarde llevó al descubrimiento de nuevas y potentes drogas y al
desarrollo de una cirugía segura e indolora.
En la actualidad, la sanación ha vuelto a saltar al tapete en las iglesias. Mientras que algunas
iglesias han experimentado movimientos de sanación por la oración, otras han estudiado la
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problemática del ministerio de sanar en gran detalle, proporcionando a las congregaciones locales
y a profesionales de la salud recursos, directrices, material y muchas posibilidades de acción.4
Para
algunas iglesias luteranas, especialmente en el sur, la participación en actividades litúrgicas de
curación sin intervención médica se ha convertido en una incumbencia principal, como sucede con
el Ministerio Apacentador de la Iglesia Luterana de Madagascar, que tiene una larga trayectoria.5
Lutero, luteranismo y sanación
En una carta personal, muy reveladora, a su esposa, Lutero escribió en cierta ocasión:
El Maestro Felipe había estado realmente muerto, y realmente, como Lázaro, ha resucitado
de entre los muertos. Dios, el amoroso Padre, escucha nuestras oraciones. Se trata de algo
que vemos y tocamos, y sin embargo no acabamos de creerlo. Nadie debiera decir amén a
tan deplorable incredulidad de nuestra parte.6
Cuando en el verano de 1540 su querido colega y amigo Felipe Melanchton cayó gravemente
enfermo y se temía que muriera, Lutero fue llamado a su lecho, donde lo encontró en estado
comatoso. Mientras Lutero oraba, Melanchton recuperó la conciencia. Lutero más tarde se refirió a
esto diciendo: “Hemos orado... hasta hacer volver a la gente a la vida, como en el caso de Felipe en
Weimar, cuyos ojos ya estaban estropeados”7
.
En su carta de cura espiritual, Lutero da la impresión de haber estado más familiarizado con la
oración para sanidad y el exorcismo de lo que se conoce comúnmente. Para él una oración de esta
índole era siempre concebida como una oración de la iglesia. Cuando se le preguntó cómo encararse
con una “persona rabiosa”, Lutero recomendó:
Orar fervientemente y oponerse a Satanás con tu fe, por mucho que resista obstinadamente.
Hace como diez años tuvimos una experiencia en este vecindario con un demonio sumamente
maligno, pero logramos someterlo con perseverancia, oración incesante y fe incondicional. Lo mismo
va a suceder entre ustedes si continúan despreciando a ese espíritu burlón y arrogante, en el nombre
de Cristo, y no cesan de orar. Por este medio he controlado a espíritus parecidos en diferentes
lugares, porque la oración de la iglesia prevalece por último.8
Qué cerca está esto de la experiencia de muchas iglesias de la comunión luterana,
especialmente en países del sur. Para ellas, como para Lutero, muchas dolencias no sólo tienen
origen material, sino también espiritual, y por eso necesitan ser tratadas en la forma pertinente.
Los Reformadores también se refirieron a la sanación en relación con las enseñanzas más
convencionales. Por ejemplo, Lutero se refería ocasionalmente a la confesión y a la Cena del Señor
como “medicinas curativas”. Melanchton empleó el término “curar” al referirse a “apaciguar las dudas
de una conciencia atribulada” o “sanear la comunidad eclesial” que corría el riesgo de desunirse.
Más de una generación después, los autores de la Fórmula de Concordia utilizaron “sanar” para
referirse a la “regeneración y renovación” por medio del Espíritu Santo de la humanidad caída. Con
respecto a la iglesia:
Hasta el Día Final, el Espíritu Santo permanece con la santa comunidad cristiana o el pueblo
cristiano, por medio de la cual él (Dios) nos sana y de la cual se vale para proclamar y propagar su
Palabra9
.
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Poco de todo esto ha llegado a desempeñar algún papel significativo en el desarrollo posterior
de la teología luterana, al menos hasta hace poco. Esto también resultó en una comprensión
inadecuada del mundo natural y la corporeidad de la vida, a pesar de lo que afirman claramente los
escritos confesionales:
Creemos, enseñamos y confesamos que… Dios no sólo creó el cuerpo y el alma de Adán y
Eva…, sino también nuestro cuerpo y alma…y los reconoce todavía como obra suya….
Además, el Hijo de Dios asumió, en la unidad de su persona, esta misma naturaleza humana,
aunque sin pecado, y, por lo tanto, no asumió carne extraña, sino la nuestra, y conforme a
ésta se hizo nuestro verdadero hermano. …así Cristo la redimió también como obra suya, la
santifica como obra suya, la resucita de los muertos como obra suya y la adorna
gloriosamente como obra suya.10
Dietrich Bonhoeffer analizó en alguna ocasión esta atrofia de la teología luterana:
Ante la luz de la gracia todo lo humano y natural se hundió en la noche del pecado, y ahora
nadie se atreve a considerar las relativas diferencias en el ámbito de lo humano y natural,
por temor a que al hacerlo se mengüe la gracia como gracia. ...Cristo mismo entró en la vida
natural, y es solo por la encarnación de Cristo que la vida natural llega a ser lo penúltimo
que está dirigido a lo último.11
Llegó la hora de remediar esta atrofia. La sanación siempre tiene una dimensión corporal. Inclusive
la sanidad mental o espiritual, tal como la curación de la mente o de los recuerdos, es una sanación
que afecta a seres corpóreos, somáticos.
La sanación como confrontación de poderes
Obviamente la sanación no es prerrogativa cristiana. En todas las culturas y en todos los tiempos,
gente que padecía dolencias han recuperado la salud y el vigor. Entre las personas que se recuperan,
a algunas les sucede de manera muy ordinaria durante un extenso período de tiempo o gracias a
medicinas bien reconocidas.
Para otras, la curación ocurre bastante súbitamente, en formas no explicables, y por eso se la
tilda de “milagrosa”. Con respecto a estas pretensiones milagrosas, Orígenes escribió en el tercer
siglo:
Si yo… admitiera que un demonio, de nombre Asclepio, tiene el poder de curar dolencias
físicas, entonces podría hacer notar a quienes se asombren... por esta cura, que este poder
de curar las personas enfermas no es ni bueno ni malo, que es una cosa que no se otorga
sólo a los justos, sino a los impíos también. ...Nada divino se revela en el poder de curar a
los enfermos en y de por sí.12
Las curaciones de por sí no demuestran la autoridad de Cristo. Incluso hubo dudas en cuanto a
las curaciones de Cristo (cf. Mt 12:22 sigs.). Por ejemplo, los fariseos pusieron en duda su cualidad
reveladora: “Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios” (versículo
24), a lo que Jesús respondió: ”Y si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan
vuestros hijos?”(Versículo 27).
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Porque las curaciones son ambiguas, plantean significativos e incómodos interrogantes para las
iglesias y su teología. ¿Es el sanarse un fenómeno natural, que puede ser estimulado por medios
ajenos a la medicina? ¿O es el sanarse resultado de una confrontación de poder, una lucha victoriosa
con el demonio y con espíritus malignos, “en el nombre de Jesús”, como hacía J. C. Blumhardt en
el siglo diecinueve, y como se hace en muchas iglesias hoy día? Puede ser equívoco plantear esto
como una disyuntiva. Si nos fijamos en Lutero para orientarnos, hallaremos una sorprendentemente
sobria y pragmática respuesta. Lutero exige primero el debido diagnóstico, a fin de discernir
cuidadosamente la dolencia específica en cuestión. Seguidamente nos alienta a actuar de acuerdo
con eso.
Si personas que practican la medicina no logran encontrarle remedio, puedes tener la certeza
de que no se trata de una enfermedad ordinaria. Más bien, debe ser una aflicción que
sobreviene del diablo, y debe ser contrarrestada por el poder de Cristo y con oración de fe.
Esto es lo que hacemos, y lo que hemos estado acostumbrados a hacer, porque un ebanista
de la localidad era afligido por una locura parecida y lo curamos con oración en el nombre
de Cristo.13
Muchas personas a través de los siglos, dentro y fuera del cristianismo, han experimentado y
siguen experimentando la sanación como el resultado victorioso de una batalla de un poder dador y
preservador de la vida contra fuerzas amenazadoras de la vida.
Percibir la sanación como el resultado de una confrontación de poderes también exige capacidad
de discernir los espíritus. ¿Cómo y de dónde la obtenemos? ¿Dónde en la vida y docencia de las
iglesias luteranas encontramos asistencia para esto? ¿Están las iglesias preparadas para hincarle
el diente a este problema de espíritus buenos y malos, lo cual no es muy compatible con
concepciones y prácticas médicas esclarecidas, científicas y seculares? ¿Cómo podrían tener las
iglesias más intercambios mutuos sobre temas como éstos, sin comprometer a las personas
involucradas?
Sanar, curar y componer
Un intento común de responder al dilema antes planteado estriba en el adagio: Los seres
humanos curan, Dios sana. “Sanar” se considera en este caso como la obra del único Dios verdadero
y viviente, mientras que “curar” describe lo que trata de lograr la acción humana. ¿Pero realmente
sirve la distinción? Si bien su intención es señalar que cualquier sanación es un don de Dios, tal
diferenciación es altamente problemática, porque separa lo que en realidad es un solo proceso. ¿Por
qué ultrajar el proceso natural de curación y desmerecer los esfuerzos de quienes se preocupan
seriamente por restaurar la salud de la gente, para favorecer un argumento teológico que solo
confirma la atrofia mencionada antes?
La posición de Lutero fue muy distinta. Cuando explicó el primer artículo en su Catecismo Menor,
declaró terminantemente:
Creo que Dios me ha creado y también a todas las criaturas, me ha dado cuerpo y alma,
ojos, oídos y todos los miembros, la razón y todos los sentidos y aún los sostiene”14
.
Para él no cabía duda de que el Dios viviente utiliza el potencial sanador inherente a la vida
biológica para sustentar la vida. ¿Cómo entonces puede haber una aguda distinción entre sanar y
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curar? Cuando las personas cristianas confiesan que Dios ha creado el mundo y todo lo que hay en
él, reconocen la permanente creación de Dios. Por lo tanto, la única distinción que debiera importar
es la que hay entre “sanar”, como obra única de Dios, y todos los “tratamientos” aplicados por seres
humanos como empeño responsable para coadyuvar a la sanación.
Esto posibilita un nuevo enfoque de las diversas artes de curación, todas las cuales serán
recibidas con beneplácito como agentes que posibilitan la sanación, sean científicas, naturales,
espirituales, herbales, alternas o autóctonas. Al mismo tiempo, hay que poner a prueba sus
pretensiones con buena voluntad, pero críticamente, por parte de personas que estén genuina y
únicamente comprometidas con la pastoral de sanación. Debemos cerciorarnos de que estos medios
no lleven a la muerte, sino a la “vida abundante” (Jn 10:10).
Sanación y salvación
Si la pastoral de sanación de la iglesia se interpreta como un compromiso de producir vida
abundante, entonces esto hay que percibirlo en relación con aspectos más amplios de la vida. Como
nos hemos percatado en años recientes, a menudo es el contexto más amplio de las personas y sus
comunidades lo que necesita ser saneado. Esto exige conocimiento de las condiciones socio-
económicas generales, del contexto ecológico y de sensibilidad en cuanto al papel que desempeñan
en esto la cultura y el género sexual.
Discútanse ejemplos en que estos factores más amplios, muchos de los cuales son el centro de
enfoque de otros grupos temáticos, contribuyen a la salud o a la enfermedad.
Enfocar la sanación de esta manera puede tender un puente sobre la brecha entre proclamación
evangélica y servicio cristiano en el mundo, porque una línea divisoria de esta índole ya no encaja
en una perspectiva de sanidad global. La pastoral de sanación implica una crítica inherente a la
proclamación como también a la acción de la iglesia.
Es preciso cuestionar la pertinencia de cualquier teología o predicación – por muy elocuente y
entretenida que sea, y aunque sea muy “espiritual” – si no está orientada a producir cambios
benéficos palpables. De igual manera, la iglesia puede y debe considerar su servicio como un medio
de llevar a cabo su testimonio en la sociedad. Así pues, la sanación se constituye en censurante y
desafiante piedra de toque para detectar la credibilidad del ministerio global de la iglesia.
Vivir la pastoral de sanación significa más que piadosas palabras o activismo social. Es
sencillamente seguir los pasos de Jesucristo y, al hacerlo, aprender a ver con sus ojos. El simple
hecho de que Jesús sanó, indica claramente que para él la salvación tenía dimensión corporal,
aunque tal vez sin equiparar sanación con salvación.
La Palabra de Dios nos habla como personas somáticas. El Creador cuidó íntegramente de Adán
y Eva en el Jardín de Edén (Gn 2:7 sigs.) Cuando se descarriaron, el Creador no perdió de vista sus
necesidades y deseos corporales. Se proveyó ropa para los desnudos (Gn 3:21). Más tarde, las
reglas para una buena vida se revelaron en la Torá, poniendo en movimiento la historia de la
salvación. Dios se encarnó en Jesucristo y por medio de él continuó dando vida al cuidado compasivo
de la humanidad, sanando a las personas enfermas, dando de comer a las hambrientas (Mt 9:10
sigs; 14:13 sigs.; Mr 6:31 sigs; Jn 6:1 sigs), prestando oídos a quienes clamaban (Mt 15:21; Mc 10:13
sigs; y 46 sigs) y consolando a quienes lloraban (Jn 11:33). Jesús realmente se preocupó por la
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gente y su bienestar, y tomó en serio su corporeidad. Al hacerlo, les restituyó su semejanza de Dios
(Gn 1:26), “sanó” la fisura entre Dios y la humanidad.15
Esto no quiere decir, por supuesto, que Jesús adoraba el cuerpo. En ocasiones mostró cierto
desprecio por él.
Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti: mejor te es entrar
en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno
(Mt 18:8).
Lo que importa y hace que valga la pena vivir no es un cuerpo perfecto, sino el hecho de que le
hagamos posible a otras personas vivir y conservar la vida. En este sentido es que son significativas
las curaciones milagrosas de Jesús.
La consecución de vida, y vida en abundancia, se produce a veces a expensas del cuerpo e
inclusive a expensas de la vida de una persona. La muerte de Jesús es el caso más conspicuo.
(Véase Jn 15:13.) Los primeros cristianos en realidad entendieron la pasión y cruz de Cristo en este
sentido, al citar a Isaías 53:4: “Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”
(Mt 8:17). “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, ...Por su herida fuisteis
sanados”(1 P 2:24).
La cruz nos hace conscientes de que la pastoral de sanación de la iglesia no puede consistir
meramente en empeñarse para prolongar la vida o fomentar conceptos somáticos que favorezcan
cuerpos fuertes, sin mutilaciones, perfectamente sanos (y probablemente jóvenes y hermosos). En
cambio, la tarea propia de esta pastoral consiste en re-instalar la “semejanza” de Dios en todos los
hombres y mujeres, en las personas de corta edad y en las adultas, en las ricas y en las pobres, en
las sanas y en las enfermas.
Consiste en capacitar a tantas personas como posible a vivir su vida de tal manera que otras
puedan reconocer la imagen del Dios vivo en ellas, y que de esta manera puedan vivir y seguir siendo
verdaderamente humanas hasta la muerte.
Vivir la pastoral de sanación de la iglesia significa dar testimonio de la corporeidad de la
salvación. Tal como el antiguo teólogo africano Tertuliano recordó a sus contemporáneos: “El cuerpo
es el eje de la salvación”.16
Pero al procurar producir sanación, nos damos cuenta que nunca
podemos garantizar resultados, ni en los hospitales, ni en las iglesias, ni en los círculos de oración.
Nos percatamos de las discrepancias entre las enormes pretensiones y los reales resultados de
tantos esfuerzos bien intencionados. Muy frecuentemente la cura no se produce a pesar de todos
los esfuerzos.
En lugar de hacer caso omiso de este dilema, debemos enfrentarlo conscientemente, y con ello
ponernos a la altura de nuestra vocación. Se pide a la comunidad cristiana que sobria y críticamente
distinga entre lo que realmente se puede hacer aquí y ahora, siempre provisionalmente, y lo que no
se puede lograr, a pesar de todo buen empeño. Aunque la derrota continua bien puede frustrarnos,
como personas cristianas podemos enfrentarnos a esto, porque sabemos de seguro “que en
esperanza fuimos salvos” (Ro 8:24). Esta “esperanza no nos avergüenza” (Ro 5:5).
De esta manera nos damos cuenta de que sanación no es sinónimo de salvación. Salvación
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siempre trasciende el ámbito de lo empírico. Como personas cristianas, nuestro llamado es a dar
testimonio del poder redentor de la fe en Cristo, no a probarlo o demostrarlo. La iglesia sencillamente
no puede pretender tener control sobre la sanidad como una señal demostrativa de la presencia y
poder supremo de Dios. Esa pretensión sería una negación de la existencia cristiana como una vida
entre el “aquí y ahora” y el “todavía no” de la salvación, y nos convertiría en una secta de sanación.
Si la iglesia no soporta esta ambivalencia, ya no da testimonio de la revelación de Dios en Jesucristo.
Sanar puede ser a veces parte esencial de una experiencia salvífica, pero nunca a voluntad y
disposición de la iglesia. Está sólo a disposición de Dios.
Notas:
1. Véase Hechos 5:15-16: 8:6-7; 19:11-12; 28:9. Otras referencias a “señales y maravillas” de los apóstoles se encuentran
en Hechos 2:43; 5:12; 6:8; 14:3.
2. Adolf v. Harnack, Medizinisches aus der aeltesten Kirchengeschichte (Leipzig, 1892), pág. 111. Véase también Adolf
v.Harnack, The Mission and Expansion of Christianity in the First Three Centuries, (Nueva York: Harper & Brothers, 1961),
esp. págs. 101–146.
3. J. Rutter Williamson y James S. Dennis, The Healing of the Nations—A Treatise on Medical Missions, Statement and
Appeal, (Nueva York/Londres, 1899). Para un análisis comprensivo, véase Christoffer H. Grundmann, Gesandt zu heilen!
Aufkommen und Entwicklung der aerztlichen Mission im neunzehnten Jahrhundert, Missionswissenschaftliche
Forschungen Bd. 26 (Guetersloh: Verlagshaus G. Mohn, 1992) (Sent to heal! Emergence and Development of Medical
Missions in the Nineteenth Century, edición inglesa en imprenta); Christoffer H. Grundmann, “Proclaiming the Gospel by
healing the sick?—Historical and Theological Annotations on Medical Missions” en International Bulletin of Missionary
Research, vol. 14, no. 3 (Julio de 1990), págs. 121–126.
4. Por ejemplo, se espera que la ELCA adopte en 2003 una declaración sobre salud y sanidad.
5. Véase, por ejemplo, Peder Olsen, Healing through Prayer (Mineápolis: Augsburg Publishing House, 1962), esp. págs.
26 sigs.; Larry Christensen, The Charismatic Revival Among Lutherans, (Mineápolis: Augsburg, Publishing House, 1976).
Con referencia a actividades de las iglesias luteranas en EEUU, véase Anointing and Healing, (Filadelfia: United Lutheran
Church in America, 1962); Ralph E.Peterson, A Study of the Healing Church and its Ministry: The Health Care Apostolate
(Nueva York: Lutheran Church in America, 1982); Our Ministry of Healing-Health and Health Care Today, (Chicago: ELCA,
2001). Con referencia a la Iglesia Luterana de Madagascar, véase: Péri Rasolondraibe, “Healing Ministry in Madagascar”
en Word & World: Theology for Christian Ministry, vol. 9 (Otoño de 1989), págs. 344–350. Otras iniciativas luteranas se
documentan en Health and Healing—The Report of the Makumira Consultation on the Healing Ministry of the Church
(Arusha: Medical Board of the Evangelical Lutheran Church in Tanzania, 1967); “Report of the Umpumulo Consultation
on the Healing Ministry of the Church,” (Mapumulo, Sudáfrica, 1967). Para una visión general bastante incluyente, véase
Christoffer H. Grundmann, “Healing—A Challenge to Church and Theology” en International Review of Mission, Vol. XC,
Nos. 356/357 (Enero-abril de 2001), págs. 26–40.
6. Weimar, 2 de julio de 1540, en G. G. Krodel (editor.), Luther’s Works, vol. 50, (Filadelfia: Fortress Press, 1975), págs.
208 sig.
7. Otto Clemen, Luthers Werke in Auswahl, vol. 8, (Berlin: Walter de Gruyter, 1930), pág. 293, # 5407.
8. Carta al Pastor B. Wurzelmann, 2 de noviembre de 1535, en Theodore G. Tappert (editor), Luther’s Letters of Spiritual
Counsel (Filadelfia: Westminster Press, 1955), pág. 42.
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9. Fórmula de Concordia, Declaración Sólida, Artículo II, Del libre albedrío o facultades humanas, párrafo 37. En la
Fórmula de Concordia se trata de una cita del Catecismo Mayor de Lutero. Hay que advertir, sin embargo, que el texto
en el Catecismo Mayor no dice “sana”, sino busca (véase Catecismo Mayor, Opus Cit., pág. 106,107). La cita en la
Formula de Concordia puede ser una transcripción errónea de ‘heilet’ por ‘holet’ en el original alemán. (Nota del Traductor.)
10. Fórmula de Concordia: Declaración Sólida, Parte I, Epítome, Artículo I, Del Pecado Original. Traducción propia.
11. Dietrich.Bonhoeffer, Ethics, Eberhard Bethge (editor) (New York: Macmillan, 1965), págs. 144 sig.
12. Orígenes, Contra Celsum, III, 25.
13. Carta a Severin Schulze, 1 de junio de 1545, en “Luther’s Letters of Spiritual Counsel”, op. cit. (nota 8), pág. 52.
14. Martín Lutero, “Catecismo Menor” en Ernesto W. Weigandt (editor), Obras de Martín Lutero (Buenos Aires:
Publicaciones El Escudo, 1971), pág. 20.
15. Solida Declaratio I (De peccato originis / Del Pecado Original), párrafo 14, en The Book of Concord, op. cit. (Nota 9),
pág. 511.
16. E. Evans, Tertullian’s Treatise on the Resurrection (Londres: SPCK, 1960), pág. 26.
14. “El que no escatimó ni a su
propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente
también con él todas las cosas?”
Romanos 8:32
15. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4 15
Cristo nos trae perdón y nos enseña una nueva obediencia
Dr. Martín Lutero.
Sermón para el 19° Domingo después de Trinidad.
11 de octubre de 1534.
Texto: Mateo 9:2-8.
1. Cristo tiene potestad para conceder perdón de pecados.
El primer punto que trataremos a base de nuestro texto de hoy es como un compendio de todo
el evangelio, puesto que, como éste versa sobre la remisión de los pecados. Ésta doctrina, por otra
parte, concierne únicamente a los cristianos1, dado que la remisión de los pecados la obtenemos
por ningún otro sino por Cristo, y en su nombre. Hubo muchos gentiles que escribieron libros
voluminosos, y en parte de excelente contenido, acerca de las buenas obras, o sea, acerca de las
obligaciones que nos incumben; pero nada dicen en cuánto al perdón de los pecados. Y nosotros
los cristianos, cuando aun vivíamos bajo el dominio del papado, nos hallábamos de tal manera
obcecados que creíamos poder conseguir remisión de pecados mediante votos, peregrinaciones y
prácticas semejantes. Y así nos esforzábamos en obtener el perdón de los pecados no en el nombre
de Cristo, sino en virtud de nuestras propias buenas obras.
Más la verdad es que el perdón de los pecados se nos regala gratuitamente, a causa de Cristo;
y sólo en su nombre se nos perdonan nuestros pecados. Resulta, pues, que cualquiera que me
perdona mis pecados en el nombre de Cristo, me los perdona de veras. Por lo tanto, desechemos
completamente pensamientos como éste:
“Bien es cierto que el paralítico fue un pecador y tuvo que soportar en su propio cuerpo el
castigo del pecado; no obstante, Cristo le otorga el carácter de justo al decirle: ‘Ten ánimo,
hijo; tus pecados te son perdonados‘. En cambio, yo, por estar sumergido completamente
en pecados, no puedo consolarme con este ejemplo; yo no tengo a mi lado a Cristo que me
pueda librar de mis maldades”.
Cuando tales reflexiones quieran asaltar nuestra mente, debemos atenernos a lo que Cristo
mismo nos manda atestiguar acerca de él: “Id por todo el mundo” –dijo- “y predicad el evangelio a
toda criatura” (Mr. 16:15). En este evangelio empero se te ofrece el perdón de todos los pecados, en
el nombre de Cristo.
2. Cristo ofrece perdón precisa (y sola) mente a los atribulados.
El segundo punto del que queremos hablar está relacionado con aquellas palabras dichas por
Cristo: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”. Si Cristo ordena al paralítico que tenga
buen ánimo, es forzoso suponer que hasta ese momento el hombre tenía el ánimo deprimido. Pues
los de ánimo alegre no necesitan consuelo. Esto nos da la prueba de que a las personas que se
sienten seguras y despreocupadas, no las alcanza la remisión de los pecados. Y con estas palabras
suyas, Cristo nos describe al mismo tiempo la característica esencial del pecado: el pecado acusa
16. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4
16
a los hombres, los condena, y los lleva a la desesperación. Si me reconozco pecador, necesariamente
tengo que juzgar que Dios está airado conmigo. Ya lo dice San Pablo: “La ley produce ira” (Ro. 4:15).
Más si me odia Dios, me odian también todos los ángeles y la creación entera. Y Así, al fin y al cabo
caerá inevitablemente en la desesperación. Tenemos como ejemplo al doctor Krause, de Halle2,
quien, acosado por sus pecados, exclamó: “He aquí, veo al Hijo del Hombre, Cristo, acusándome
en el cielo ante su Padre.”
Tal es la naturaleza del pecado. Pero así como nos lo imaginamos a Dios, así lo tenemos; por
esto, el doctor Krause no pudo soportar estos cuadros terroríficos (como ningún mortal sería capaz
de soportarlos), sino que se quitó la vida. El pecado, pues, nos condena, y no hay fuerza humana
con que podamos impedirlo, a menos que Cristo, el Mediador, venga en nuestro auxilio. Si él no se
hubiese interpuesto, no habría escapatoria para nosotros.
Pues bien: en este difícil trance, Cristo consuela al paralítico aterrado por su pecado, y le dice:
“Ten ánimo”. Además le llama “hijo” y le asegura que sus pecados le son perdonados y que el Padre
ya no le guarda ira, con tal que crea en él. Creamos por tanto también nosotros que en el nombre
de Cristo tenemos el perdón de nuestros pecados. Asimismo, si mi prójimo me dice: “Ten ánimo,
hermano, tus pecados te son perdonados en el nombre de Cristo”, debo creérselo con toda firmeza
y no dudar de que es así como él dice.
Manifiesta es, en toda su sencillez, la doctrina del perdón de los pecados. Muchos empero se
resisten a aceptarla. Si Cristo nos la enseña, es porque nos quiere librar de este mal de no darle
crédito, para que no nos hagamos eco de las sospechas de los impíos escribas que decían dentro
de sí: “este blasfema” (v. 3). Si se hubiese preguntado a los fariseos de qué manera se debe
conseguir el perdón de los pecados, habrían respondido: “La justicia que nos hace aceptos ante Dios
hay que conseguirla mediante la observancia de las ceremonias prescritas en la ley de Moisés”. Dios
en cambio nos ordena que nos aferremos a Cristo y oigamos a éste, pues nos dice: “A él oíd” (Mt.
17:5). ¿Y que oímos de Cristo? ¡Él es precisamente el que nos enseña la remisión de los pecados!
3. A los perdonados, Cristo los envía a desempeñar fielmente sus tareas.
Hay un tercer punto que queremos tomar en consideración: Habiendo dicho al paralítico: “Ten
ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados”, el Señor añade: “Levántate, toma tu cama, y vete a tu
casa” (v. 6). Cristo quiere demostrar de una manera ostensible que él tiene pleno poder de perdonar
los pecados. Por eso lo confirma con ésta señal de sanar al paralitico; y habiéndole perdonado ya
sus transgresiones, le ordena tomar su cama y volver a su casa. Quiere decir: después de haber
sido reconciliado con Dios Padre por medio de él, Cristo, el hasta entonces paralítico debía retornar
a su hogar y cumplir allí diligentemente con las tareas propias de la vocación que Dios le había
asignado. Mal enseñan pues los papistas al sostener que con nuestras obras debemos hacer méritos
para obtener el perdón de los pecados. Aquí se enseña otra cosa. Aquí se enseña que las obras
deben seguir al perdón.
Esto hay que tomarlo en cuenta muy cuidadosamente, pues es de temer que, desaparecidos
nosotros, vengan maestros que afirmaran que las obras deben preceder al perdón, tal como lo vienen
enseñando los papistas, quienes en son de reproche gritan que ésta nuestra enseñanza de la
condonación gratuita de los pecados es muy cómoda, una “doctrina dulce”, ya que no exige esfuerzo
propio alguno. Ésta gente carece de toda experiencia; por eso hablan así de lo que nosotros
enseñamos. Es que jamás experimentaron el tremendo poder del pecado. Por cierto, si alguna vez
17. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4 17
corriesen realmente el peligro de caer en desesperación a causa de sus pecados, hablarían de estas
cosas en otra forma. Cristo perdona los pecados sin exigir nada a cambio; no es un usurero.
Tampoco es un feriante que hace del perdón de los pecados un negocio. Por la remisión de
pecados que él nos da de gracia no quiere cobrarnos intereses de usurero. Sólo quiere que hagamos
las obras propias de nuestra vocación; quiere que, habiendo recibido de él la remisión de nuestros
pecados, ayudemos al prójimo, mostrando así que nuestra fe no es una fe muerta, sino viva, que da
frutos en abundancia.
Notas:
1. Es decir, a los que, conscientes de su culpabilidad, se acercan a Cristo en la firme confianza de
hallar allí el perdón.
2. El doctor Juan Krause, de Halle (Sajonia), consejero del cardenal Alberto de Maguncia, se había
suicidado en 1527. Lutero menciona el caso repetidas veces como ejemplo de lo que sucede cuando
el hombre desespera de la voluntad perdonadora de Cristo.
18. Lucas Cranach el Viejo , Ley y Evangelio (Detalle). Museo Herzogliches, Gotha, Alemania.
19. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4 19
Sacramentos: Ley y Evangelio
Los Sacramentos son, tal vez, la expresión más clara del modo paradójico en que la Escritura
enseña la verdad para que la misma pueda ser totalmente aprehendida. Todo punto de vista es
solamente la vista de un punto, por eso necesitamos ver la verdad desde diversos ángulos para
poder captarla en su plenitud. Los Sacramentos, con su austera sencillez, comunican el profundo
misterio de la gracia. Los elementos más comunes de la naturaleza son signo y vehículo de las
grandezas del Espíritu. La palabra, en los Sacramentos, se hace imagen vivida, y en ellos, vida
compartida.
“Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” Mateo 28:19.
“Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo
partió y se lo dio a ellos, diciendo: -Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa
y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: -Esto es mi sangre,
con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos” Marcos 14:22-24.
Aunque el uso a través del tiempo ha conferido variados significados a la palabra sacramento,
la definición más sobria y ajustada a la Escritura es la de un signo o símbolo material ligado al
mandato e institución de la palabra de Dios. Más allá de los argumentos artificiosos que se quieran
esgrimir para justificar otros, en los textos evangélicos solamente encontramos dos Sacramentos
instituidos por Jesucristo, a saber: el Bautismo y la Santa Cena.
Al leer los textos bíblicos que registran la institución de los Sacramentos notamos que no son
opcionales sino mandatos positivos. Los signos son específicos, las palabras son definidas y las
acciones son imperativas. Sin lugar a dudas, los Sacramentos tienen un carácter obligatorio y un
estatuto legal. En toda regla, los Sacramentos, al menos como observancia, deben ser catalogados
como pertenecientes a la Ley.
Pero los sacramentos instituidos por Cristo no son meros símbolos o señales de reconocimiento
mutuo entre los cristianos, sino que son testimonios fieles y medios eficaces de la gracia de Dios;
por medio de ellos Dios obra en nosotros, y no solamente excita nuestra fe en él, sino que también
la fortalece y la confirma. Junto con la institución y el mandato, los Sacramentos vienen acompañados
de una promesa. Contemplando esto último, la promesa y la acción de Dios en los Sacramentos,
entendemos que, además del aspecto formal y legal que los constituyen, poseen un carácter
completamente evangélico, por medio del cual Dios nos otorga mediante la fe en Jesucristo su gracia,
su favor y sus dones.
A la pregunta “¿Qué es el Bautismo?” Martín Lutero responde en su Catecismo Menor: “El
Bautismo no es solamente simple agua, sino que es el agua comprendida en el mandato de Dios y
ligada con la palabra de Dios.”
20. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4
20
“Y aquella agua representaba el agua del bautismo,
por medio del cual somos ahora salvados. El
bautismo no consiste en limpiar el cuerpo, sino en
pedirle a Dios una conciencia limpia; y nos salva por
la resurrección de Jesucristo” 1 Pedro 3: 21.
El Bautismo no es tan solo una profesión pública de fe,
ni un signo para distinguir a los cristianos de los que no lo
son, sino también, y principalmente, un sacramento de
regeneración por medio del cual, aquellos que lo reciben de
acuerdo con la institución de la palabra de Dios, son
injertados en Cristo; las promesas de remisión de los
pecados y de adopción como hijos e hijas de Dios por medio
del Espíritu Santo, son visiblemente señaladas y selladas en
el Bautismo; la fe es confirmada y la gracia experimentada,
por virtud de la palabra de Dios unida al agua.
“¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo
Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues
por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos
para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo
fue resucitado por el glorioso poder del Padre. Si nos hemos
unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos
uniremos a él en su resurrección” Romanos 6:3-5.
Más allá de las disputas y argumentaciones en favor y
en contra, el Bautismo de los niños, como algo totalmente
de acuerdo con la institución de Cristo, no tiene realmente
ninguna objeción procedente ni de la institución, ni del
significado del sacramento. Tampoco la condición moral de
las personas es obstáculo para recibir válidamente el
Bautismo. Tan sólo puede impugnar la legitimidad y validez
del Bautismo, sea por la edad del sujeto o por cualquier otra
causa, quien toma el sacramento no como tal sino
meramente como una ordenanza legal.
A la pregunta “¿Qué es Santa Cena?” responde en su
Catecismo el Reformador Martín Lutero: “La Santa Cena es
el verdadero cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo,
con el pan y el vino, para que los cristianos comamos y
bebamos, instituido por Cristo mismo.”
“Cuando bebemos de la copa bendita por la cual
bendecimos a Dios, participamos en común de la
sangre de Cristo; cuando comemos del pan que
partimos, participamos en común del cuerpo de
Cristo” 1 Corintios 10:16.
Cima da Conegliano. Bautismo de Jesús (1493). (Detalle). San Giovanni en Bragora,Italia
21. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4 21
La Santa Cena no es sólo un signo del mutuo amor que los cristianos deben tenerse entre sí,
sino, más bien, es un sacramento de nuestra redención por la muerte de Cristo; de modo que para
los que debida y dignamente, y con fe, lo reciben, el Pan que partimos es la comunión del Cuerpo
de Cristo y, del mismo modo, la Copa de bendición que bebemos es la comunión de la Sangre de
Cristo.
El sacramento, en su aspecto legal y formal, exige la participación en ambos elementos. También
en su aspecto simbólico, ya que un símbolo incompleto no comunica su significado. Negar el cáliz a
la congregación, o tratar los elementos con fervor casi mágico que sobrepase la debida reverencia,
únicamente sirve para incentivar la superstición, el legalismo y el menosprecio del sacramento como
medio de gracia.
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último.
Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él” Juan 6:54-56.
Viene primero a nuestra memoria la doctrina romanista de la transubstanciación (o el cambio de
la substancia del pan y del vino) que no tiene ningún fundamento en las Escrituras y destruye por
completo la naturaleza del sacramento y fomenta las más aberrantes supersticiones. Pero tan grosero
error no es el único. Increíblemente el simbolismo propio del evangelicalismo popular también ostenta
un profundo grado de superstición idólatra, ya que se considera la “ordenanza” como una obra
meritoria.
El Cuerpo y la Sangre de Cristo se dan, se toman y se comen en la Santa Cena, y el medio por
el cual participamos en la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es la Fe. La Santa Cena es
más que un símbolo y un memorial, es el testimonio fiel de la obra consumada por el Hijo de Dios, y
es un medio eficaz de la gracia de Dios.
Los impíos y los que no tienen fe viva, aunque ingieran material y visiblemente los elementos
del sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, de ninguna manera participan de la comunión
de Cristo; más bien, comen y beben para su propia condenación. No que el Sacramento cambie o
no sea eficaz, pero el mismo actúa como instrumento de juicio en los impíos.
“Porque si come y bebe sin fijarse en que se trata del cuerpo del Señor, para su propio castigo
come y bebe” 1 Corintios 11:29.
Los Sacramentos, como ordenados por la palabra de Dios, son obras legales. Si sólo nos
quedamos con ese aspecto de nada sirven, excepto como instrumentos de condenación. Pero los
Sacramentos, además de su aspecto formal, poseen la virtud de la promesa y de la gracia de Dios,
concediéndonos, por los méritos de Jesucristo, mediante la fe, todos los beneficios de la obra
consumada por el Hijo de Dios, para gloria de Dios Padre, por el poder del Espíritu Santo.
Mons. Andrés Omar Ayala.
Iglesia Luterana San Pedro y San Pablo.
Paraguay
22. Jesús sufrió y murió
por nuestra salvación
Elbuen pastorsuvida poneporlasovejas.
23. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4 23
Las maravillas de Dios
Original de: Paul E. Eickmann, 1970, 1993.
JESÚS SUFRIÓ Y MURIÓ POR NUESTRA SALVACIÓN
A. Subiendo a Jerusalén
Cuando llegó la hora señalada por Dios, Jesús empezó a subir hacia Jerusalén. Tomando Jesús
a los doce, les dijo: He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas escritas por los
profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles y será escarnecido, y
afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará.
Pero ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y no entendían
foque se les decía (Lucas 18:31-32). Jesús advirtió a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos
de mi, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame (Mateo 16:24). El entró a Jerusalén mientras
clamaba la gente: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna
en las alturas! (Mateo 21:9). Estas palabras de aclamación muy pronto cambiaron a ¡Crucifícale¡
¡Crucifícale!
B. La Cena y Getsemaní
El Señor estuvo predicando en el templo durante la última semana de su ministerio. Mientras se
acercaba la pascua les dijo a sus discípulos que se prepararan para la fiesta. En un gran aposento
alto en Jerusalén por la tarde del jueves, Jesús comió la última pascua con los doce. La pascua se
cumplió con su muerte a! día siguiente. (Léase Mateo 26:26-56.)
C. Jesús Ante el Concilio de los Judíos
El primer juicio de Jesús ocurrió ante el concilio de su propio pueblo. (Léase Mateo 26:57-68.).
Jesús fue declarado culpable de blasfemia porque dijo que era el Cristo, el Hijo de Dios.
D. Jesús Ante el Juicio Romano
En ese tiempo las autoridades judías no tenían el poder de dar muerte a nadie. Por eso llevaron
a Jesús ante Poncio Pilato, el gobernador romano. Lo acusaron ante él, diciendo: A éste hemos
hallado que pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el
Cristo, un rey (Lucas 23:2). (Léase Juan 18:23 a 19:16.)
24. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4
24
E. El Calvario
Los cuatro evangelios nos dicen cómo sufrió y murió Jesús. Las palabras del Salvador testifican
de su terrible sufrimiento en la cruz. El gritó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
(Mateo 27:46). El llevó los dolores del infierno, al separarse de su Padre celestial (Lucas 23:32-46;
Juan 19:25-42).
F. Jesús Sufrió y Murió por Nosotros
¿Por qué sufrió y murió Jesús? No lo hizo por sus propios pecados (Hebreos 4:15). A sus
perseguidores les pudo decir: ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado (Juan 8:46). ¿Por qué,
entonces, fue crucificado? Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado
de todos nosotros (Isaías 53:5,6). He aquí, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan
1:29). Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados ... Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él (II Corintios 5:19,21).
JESÚS FUE EXALTADO A LA DIESTRA DE DIOS PADRE
A. Humillado y Exaltado
La tumba no fue el último capítulo en la vida de Jesús. El Hijo de Dios, se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por la cual Dios también
le exaltó hasta lo más alto, y k dio un nombre que es sobre todo nombre, para que ante el nombre
de
Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:7-11). El segundo
artículo del Credo Apostólico describe a Jesús tanto en su humillación como en su exaltación.
B. Descendió a los Infiernos
¿Descendió Jesús a los infiernos para sufrir? No. En la cruz el había dicho, Consumado es (Juan
19:30). El sufrimiento por nuestra salvación había concluido para el Señor. ¿Descendió a los infiernos
para darles a los condenados otra oportunidad de arrepentirse? De ninguna manera. Y de la manera
que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Hebreos
9:27). El curso de la vida del hombre es la única oportunidad que tiene para arrepentirse.
En su Humillación En su Exaltación
Fue concebido por obra del Espíritu Santo
Nació de la Virgen María,
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
Fue crucificado,
Muerto y
Sepultado.
Descendió a los infiernos,
Al tercer día resucitó de entre los muertos,
Subió a los cielos,
Y está sentado a la diestra de Dios Padre
todopoderoso,
Y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y
a los muertos.
25. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4 25
Las Escrituras dicen que Cristo descendió a los infiernos con un propósito completamente
diferente. Porque también Cristo padeció una sola vez por /os pecados, e/justo por los injustos, para
llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también
fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron(I Pedro 3:18-20).
El descendió a los infiernos como vencedor triunfante marchando por las calles de la capital de sus
enemigos. Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente (Colosenses
2:15).
C. Al Tercer Día Resucitó de entre los Muertos
Leemos en los últimos capítulos de los cuatro evangelios que Jesús resucitó de entre los muertos
apareció a sus discípulos. (Léase Mateo 38:1-10; Juan 20:19-29.). ¿Por qué es tan importante para
nosotros la resurrección de Jesús? Porque, solamente Jesús pudo decir: Yo pongo mi vida, para
volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y
-tengo poder para volverla a tomar (Juan 10:17,18). E/fue declarado Hijo de Dios con poder, según
el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:4).
También en cuanto a su obra de salvarnos del pecado, si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana;
aún estáis en vuestros pecados... Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos (l Corintios 15:17
.20). Él fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos
4:25). Su resurrección también establece para nuestro futuro una esperanza cierta. Mas ahora Cristo
ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho (I Corintios 15:20). Jesús les
prometió a sus discípulos: Porque yo vivo, vosotros también viviréis (Juan 14:19). Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en
mí no morirá eternamente (Juan 11:25,26).
D. Subió a los Cielos
Durante los cuarenta días después de su resurrección, Jesús apareció a sus discípulos y les
enseñó continuamente. Luego, los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y
aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo (Lucas 24:50,51; léase
Hechos 1:1-11).
E. Está Sentado a la Diestra de Dios Padre Todopoderoso
Jesús les prometió a sus discípulos: He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta e/fin
del mundo (Mateo 28:20). La ascensión de Jesús no quiere decir que él ya no está presente en la
tierra. El subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo (Efesios 4:10). El Padre es
omnipresente, también Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre en una persona. ¿Qué quiere
decir que está sentado a la diestra de Dios Padre? Dios operó en Cristo, resucitándole de los muertos
y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y
señorío, y sobre todo nombre que se nombre, no sólo en este siglo sino también en el venidero; y
sometió todas las cosas bajo sus pies (Efesios 1:20-22).
Jesús gobierna sobre todas las cosas. La diestra de Dios es la posición de poder y honra. Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre, dijo en su exaltación: Toda potestad.me es dada en el cielo y
en la tierra (Mateo 28:18). El Salvador exaltado todavía sirve a su pueblo como sumo sacerdote,
profeta y rey misericordioso. Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que
26. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4
26
ademásestá a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (Romanos 8:34). Como
nuestro sumo sacerdote, él le pide al Padre que perdone nuestros pecados.
Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres... Y él mismo constituyó
a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Efesios
4:8-12). Como nuestro profeta. Jesús todavía proclama su evangelio y edifica su iglesia por los
siervos que él manda.
También prometió: Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy la vida
e tema; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (Juan 10:27,28). Como nuestro
rey, Jesús nos gobierna por su palabra y nos protege de todo enemigo. (Léase Juan 14: 1-6.)
F. El Segundo Artículo: La Redención
Jesucristo está al centro de las Escrituras. Su vida, muerte y resurrección son el centro de la fe
cristiana. Los luteranos resumen las verdades bíblicas en cuanto a la persona y trabajo de Jesús en
el segundo artículo del Credo Apostólico y en la explicación de Martín Lutero. (Página 90 del Apéndice
ll.)
JESÚS DERRAMÓ EL ESPÍRITU SANTO SOBRE SUS DISCÍPULOS
A. Pentecostés
Antes de su ascensión Jesús mandó a sus discípulos, diciéndoles que no se fueran de Jerusalén
sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mi Porque Juan ciertamente
bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días
(Hechos 1:4,5). En el día de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) el Señor cumplió
su promesa.
¿Quién es el Espíritu Santo? Cuando Jesús les mandó a sus seguidores que hicieran discípulos
de todas las naciones, él les dijo que bautizaran en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo (Mateo 28:19). La Biblia dice que el Espíritu Santo, junto con el Padre y el Hijo, es verdadero
Dios. (Hechos 5:3,4; Hechos 2:1-13)
B. Nuestra Necesidad del Espíritu
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha
preparado para los que le aman (I Corintios 2:9). Pero el hombre natural no percibe las cosas que
son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de
discernir espiritualmente (I Corintios 2:14). El hombre por naturaleza es ciego y no puede ver las
verdades preciosas de la salvación. También la Biblia describe al hombre natural como estando
muertos en vuestros delitos y pecados (Efesios 2:1). También dice que, los designios de la carne
son enemistad contra Dios (Romanos 8:7).
No obstante, la palabra de Dios invita a los pecadores y les dice: Cree en el Señor Jesucristo, y
serás salvo (Hechos 16:3 I). ¿Cómo es posible que los ciegos, siendo espiritualmente enemigos
muertos de Dios, puedan creer en Jesucristo o venir a él? Porque por gracia sois salvos por medio
27. Vanguardia Luterana | Año 2 |N° 4 27
de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios
2:8,9).
C. El Creador de la Fe
Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo (I Corintios 12:3). Es la obra
especial del Espíritu Santo crear la fe, es decir, hacerles a los hombres creyentes en el Señor
Jesucristo. Ya que el trabajo del Espíritu hace un cambio completo en el corazón de la persona, a
veces esto se llama conversión (dar vuelta). Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero
ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestra a/mas (I Pedro 2:25).
El Espíritu Santo usa el evangelio como su modo especial de convertir al hombre. Porque todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no
han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ... Así que la Je es por el oír, y el oír,
por la palabra de Dios (Romanos 10:13-17).
Para que el Espíritu Santo creara la fe en los corazones de los hombres, Jesús les mandó a sus
discípulos que predicaran la Palabra: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura
(Marcos 16:15). Cuando los discípulos empezaron a predicar en el día de Pentecostés, el Espíritu
Santo obró por medio de sus palabras. (Léase Hechos 2:32-41.)
El evangelio se proclama en la Palabra de Dios y en los sacramentos (el bautismo y la santa
cena). Por eso el evangelio en la Palabra y los sacramentos se llama "los medios de gracia."
D. El Deseo de Salvación de Dios
'Jesús mandó Predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo;
mas el que no creyere, será condenado (Marcos 16:15,16). Algunos se salvarán. Otros perecerán.
¿Cuál es la voluntad de Dios? ¿A quién quiere salvar? ¿Por quién se sacrificó Jesús a sí mismo?
Dios nuestro Salvador quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la
verdad. Porque hay un solo Dios. y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,
el cual se dio a sí mismo en rescate por todos (I Timoteo 2:4-6).
El Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (II Pedro
3:9). Jesús murió por todos; es el deseo de Dios salvar a todo hombre.
E. ¿Por qué se Salvan Unos y Otros Perecen?
¿Pueden dar crédito a sí mismos los creyentes en Cristo por su propia fe y salvación? La Palabra
de Dios dice: Por gracia sois salvos por medio de /aje; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8,9). Debemos toda nuestra salvación, inclusive
nuestra fe, al amor inmerecido de nuestro Dios. De hecho, nos escogió como suyos antes de nacer.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió él antes de la fundación de/ mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Efesios 1:3-5).
Por el contrario, ¿pueden culpar a Dios los que están perdidos? Es la voluntad de Dios salvar a
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todo ser humano. Jesús se dolió por su amado pueblo, diciendo: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas
a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como
la gallina junta a sus polluelos debajo de las a/as, y no quisiste! (Mateo 23:37).
F. Los Dones del Espíritu
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha
preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu (I Corintios 2:9,
10). ¿Cuáles son algunos de estos dones con que el Espíritu alegra nuestros corazones? (Léase
Romanos 8:14-18.)
G. La Santificación
Algunas veces la obra entera del Espíritu Santo ha sido llamada la santificación (hacer santo),
porque él llama a los hombres a que crean en Jesús y así los hace santos (personas santas). (Véase
1 Corintios 1:2.) Pero también la Biblia usa la palabra santificación para destacar una parte de la
obra del Espíritu Santo. El hace que los cristianos, aunque todavía son pecadores, puedan servir a
Dios con obras santas. Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación. Pues, no nos ha llamado
Dios a inmundicia, sino a santificación (I Tesalonicenses 4:3-7). O ignoráis que vuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, ya que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios (I Corintios 6:19,20). El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22.23). El cristiano da
gracias a Jesús y a su Espíritu por esta vida nueva. Porque Dios es el que en vosotros produce así
el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2:13). (Léase Juan 15:1-17.)
H. Nos Preserva en la Fe
Los primeros cristianos en Jerusalén perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la
comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2:42). El Espíritu
Santo los preservó en la fe. Algunos cristianos han caído de la fe (por ejemplo Judas; véase además
I Timoteo 1:18-20), sin embargo, esto no cambia la voluntad de Dios. Dios quiere preservamos en la
fe por el poder de su Espíritu. (Dios) nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección
de Jesucristo de los muertos, para un herencia incorruptible, sin contaminación e inmarcesible,
reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero (I Pedro 1:3-
5). La vida y muerte de un mártir cristiano como Esteban pueden mostrar cómo el Espíritu nos
preserva firmes en la fe. Con su último aliento Esteban testificó de su fe en Cristo (Hechos 7:15-60).
EL ESPÍRITU SANTO CONGREGA A LA SANTA IGLESIA CRISTIANA
A. La Iglesia en Jerusalén
En Jerusalén, después de Pentecostés, el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de
ser salvos (Hechos 2:47). Un día cerca del templo, Pedro, en el nombre de Jesús, sanó a un hombre
cojo de nacimiento. Lleno del Espíritu Santo, el Apóstol predicó a los judíos en el templo, diciéndoles:
Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret,
a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en
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vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha
venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación: porque no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:10•12). Y los que creían en el
Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres (Hechos 5:14).
B. La Iglesia entre los Gentiles
Después de la muerte de Esteban (Hechos 7) una severa persecución se suscitó contra la iglesia
en Jerusalén; muchos de los cristianos se dispersaron. Pero los que fueron esparcidos iban por todas
partes anunciando el evangelio (Hechos 8:4). Uno de los peores perseguidores era Saulo, un fariseo.
Mas el Señor resucitado y glorificado se le apareció a Saulo y cambió su corazón. Jesús hizo de
Saulo uno de sus apóstoles, diciendo: Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en
presencia de los gentiles (Hechos 9:15). Saulo, también llamado Pablo, hizo por lo menos cuatro
viajes misioneros al mundo gentil. A dondequiera que iba - a Asia Menor.
Grecia, Roma - tanto en sus sermones como en sus cartas (Romanos a Filemón en el Nuevo
Testamento), San Pablo confesaba: Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de
Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego (Romanos
1:16). Pablo vio y contó cómo Dios por el poder del evangelio había abierto la puerta de la fe a los
gentiles (Hechos 14:27).
C. La Única Santa Iglesia Cristiana
¿Qué quiere decir la palabra iglesia cuando se usa en el Nuevo Testamento? Iglesia es la palabra
griega para asamblea o junta. Cristo es /a cabeza del cuerpo que es /a iglesia (Colosenses 1:18).
Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo,
siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos
bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres (I Corintios 12:12,13). (Léase
también Efesios 2:11-22.)
Así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola
purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha
(Efesios 5:25-27).
¿Cuáles son los miembros de esta única iglesia santa? Por las palabras de San Pablo son
conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de
los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo (Efesios 2:19-20).
Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo (I Corintios
3:11). Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Romanos 8:9).
D. Invisible pero Marcada
El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón (I Samuel 16:7).
No podemos ver la fe, ni podemos determinar quiénes son los creyentes. En otras palabras, no
podemos ver la iglesia. Ha}' solamente uno que ve la fe en los corazones de los suyos. Conoce el
Señor a los que son suyos (II Timoteo 2:19). Por eso el conjunto de todos los creyentes en Cristo se
puede llamar la iglesia invisible. Reconocemos como cristianos a todos los que confiesan que Jesús
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es el Cristo, el Hijo de Dios, que murió y resucitó para asegurar que los pecadores tuvieran perdón
y vida eterna. Pero sabemos que en este mundo sí hay incrédulos e hipócritas, los cuales no son en
realidad parte de la iglesia y no obstante se mezclan con creyentes en congregaciones y
denominaciones. (Léase Mateo 13:24-30,36-43)
Jesús mandó a sus discípulos: Predicad el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15). Los
cristianos deben hacer discípulos a todas las naciones bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo (Mateo 28: 19). En cuanto a la santa cena, el mandó: Haced esto en
memoria de mí (I Corintios 11:24,25). El evangelio de Jesús viene al hombre por la Palabra de Dios
y los sacramentos (El santo bautismo y la santa cena). Estos son los medios de gracia.
El Espíritu Santo usa únicamente estos medios y nada más para crear y alimentar la fe. Por eso,
éstas son las marcas distintivas de la iglesia de Dios en el mundo. En dondequiera que se encuentre
la Palabra de Dios y los sacramentos, allí se encontrarán también cristianos, porque Dios dice:
Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y
la hacer germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra
que sale de mi boca; no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en
aquello para que la envié (Isaías 55: 10,11).
E. La Iglesia y las Iglesias
Además de describir la única santa iglesia cristiana, la Biblia también habla de iglesias (Gálatas
1:2; Apocalipsis 1:11, etc.). San Pablo escribe, por ejemplo, a la iglesia de Dios que está en Corinto,
a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan
el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro (I Corintios l :2). Una iglesia es una
asamblea de cristianos reunidos alrededor del evangelio. (Aunque incrédulos se mezclen con
cristianos en tales asambleas, no son propiamente parte de la santa iglesia cristiana). Es el deseo
de Dios que los cristianos se reúnan. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a
las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca (Hebreos 10:24,25).
Cuando Jesús envió a sus creyentes al mundo, no permitió que ellos decidieran lo que debían
enseñar y predicar. Él mandó a su iglesia a hacer discípulos a todas las naciones, enseñándoles
que guarden todas las cosas que os he mandado (Mateo 28:20). A los que creyeron en él les dijo: Si
vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres (Juan 8:31,32). Guiados por este mandato y promesa, los primeros
cristianos perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el
partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2:42).
F. La Unidad y la Separación
Cuando la congregación en Corinto empezó a dividirse, identificándose con los distintos
predicadores del evangelio, San Pablo les exhortó: Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros
divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer (l
Corintios 1:10). Dios advierte a los cristianos que no haya cismas ni divisiones entre ellos. No deben
dividirse los unos de los otros por mera opinión o diferencias que no han sido decididas por la Palabra
de Dios.
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Pero el enseñar en contra de la Palabra de Dios es otra cosa. Dios le dio al pueblo de Israel una
advertencia. Dice Jehová: He aquí yo estay contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen:
Él ha dicho (Jeremías 23:3 1). Es verdad que dondequiera que se proclame el evangelio, allí habrá
cristianos, según la promesa del Señor. Así dijo: Mi palabra… no volverá a mí vacía (Isaías 55:11).
Esto es la verdad aún cuando una iglesia predique doctrinas falsas junto con el evangelio. No
obstante, seguidores fieles de Jesús obedecerán su advertencia. Guardaos de los falsos profetas,
que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los
conoceréis (Mateo 7:15,16).Los apóstoles advirtieron e instruyeron a los cristianos: Amados, no
creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios: porque falsos profetas han salido por
el mundo (Juan 4:1). Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos
en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos (Romanos 16:17).
Jesús les dijo a sus discípulos: A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo
también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue
delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mateo
10:32,33). La verdadera fe cristiana se revelará en una fiel confesión cristiana. Nuestra afiliación en
una iglesia es un aspecto de esta confesión. ¿Con qué tipo de iglesia nos debernos juntar? Jesús
dijo, Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos (Juan 8:31).
Los cristianos deberán llegar a ser y permanecer miembros de una iglesia que sigue la palabra de
Jesús en sus enseñanzas y acciones.*
*La verdadera Iglesia Luterana, según sus confesiones, es la iglesia que enseña toda la palabra de Jesucristo. Sus
confesiones publicadas son: El Credo Apostólico, El Credo Niceno, El Credo Atanasiano, El Catecismo Menor de Lutero,
El Catecismo Mayor de Lutero, La Confesión de Augsburgo, La Apología, Los Artículos de Esmalcalda y La Fórmula de
la Concordia El Catecismo Menor de Lutero resume brevemente las Confesiones Luteranas. Los que están de acuerdo
con estas confesiones son invitados a unirse a una iglesia evangélica luterana. Jesús mismo exhorta y promete: Sé fiel
hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida (Apocalipsis 2:10).
EL ESPÍRITU SANTO GUÍA LA IGLESIA POR MEDIO DE LAS ESCRITURAS
A. Los Escritores del Antiguo Testamento
Cuando Jehová llamó a Moisés para guiar a su pueblo, le prometió: Yo estaré con tu boca, y te
enseñaré lo que hayas de hablar (Éxodo 4:12). Moisés no habló a Faraón con sus propias palabras,
sino que anunció al principio de su mensaje: Jehová el Dios de Israel dice así (Éxodo 5: 1). Cuando
Dios dio su ley en el Monte Sinaí, Moisés escribió todas las palabras de Jehová (Éxodo 24:4; véase
también Deuteronomio 31:9-13). Moisés se dirigió al pueblo y dijo: No añadiréis a la palabra que yo
os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que
yo os ordeno (Deuteronomio 4:2). Después de la muerte de Moisés, Jehová le dijo a Josué, el nuevo
líder de su pueblo: Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino quede día y de noche
meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces
harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien (Josué 1:8).
No solamente Moisés, sino todos los profetas del Antiguo Testamento hablaron como mensajeros
de Dios. Por ejemplo, Dios le dijo a su profeta Jeremías: He aquí he puesto mis palabras en tu boca
(Jeremías 1:9). El profeta fue autorizado para decir: ¡Tierra, tierra, tierra! Oye palabra de Jehová
(Jeremías 22:29).
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B. Los Escritores del Nuevo Testamento
Antes de su muerte y resurrección, Jesús prometió a sus apóstoles: Mas el Consolador, el
Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará
todo lo que yo os he dicho (Juan 14:26). El dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio
también, porque habéis estado conmigo desde el principio (Juan 15:26,27).
Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad (Juan 16:13). El Espíritu
permitió a los hombres llamados por Jesús que sirvieran como sus mensajeros especiales en el
mundo. San Pablo, por ejemplo, escribe, Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado
por mi, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación
de Jesucristo (Gálatas 1:11,12). Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de
que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de
hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes (I
Tesalonicenses 2:13).
C. La Inspiración Verbal
¿Qué es la Biblia? San Pablo le escribió a Timoteo, su discípulo y ayudante: Pero persiste tú en
lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has
sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la je que es
en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir,
para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para
toda buena obra (II TI moteo 3:14-17). San Pedro escribió, Porque nunca /a profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo (II Pedro 1:21). L o que fue verdad en cuanto a los escritores del Antiguo Testamento,
igualmente fue verdad en cuanto a los que escribieron el Nuevo Testamento. Hablaron y escribieron
como los mensajeros de Dios, con palabras dadas por el Espíritu Santo. (Léase I Corintios 2:1-16.)
D. Verdadera, Clara y Suficiente
Jesús oró a su Padre celestial por sus discípulos, diciendo: Santifica/os en tu verdad; tu palabra
es verdad (Juan 17:17). Hablando de las palabras exactas de un versículo del Antiguo Testamento,
él dijo: La Escritura no puede ser quebrantada (Juan 10:35). Por lo tanto las Escrituras son totalmente
verdaderas. No contienen ningún error. ¿Pueden las Escrituras alumbrar nuestros corazones y
hacemos saber la verdad? Es cierto que en la Biblia hay algunas (cosas) difíciles de entender (II
Pedro 3:16). Pero San Pablo le pudo escribir a Timoteo, Desde la niñez has sabido las Sagradas
Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús (II
Timoteo 3:15). Dios nos enseña a confesar: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino
(Salmo 119:105).
Dios le dio al mundo las Sagradas Escrituras. Pero algunos líderes religiosos dicen que se
necesita algo más para hacer a los hombres sabios para la salvación. Algunos piensan que las
tradiciones de su iglesia tienen el mismo valor que la Biblia; otros dicen que ellos mismos han recibido
nuevas revelaciones de Dios. ¿Es suficiente la Biblia, la palabra escrita por Dios, para preparamos
para una feliz eternidad, o se necesita otra revelación? (Léase Lucas 16:19-31.)
E. Permaneciendo para Siempre
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Puesto que la Biblia es un libro antiguo, muchas veces surge la pregunta, ¿cómo podemos saber
que todavía hoy tenemos la palabra de Dios? Las Escrituras del Antiguo Testamento fueron escritas
muchos siglos antes de Cristo. El Salvador las citó como la palabra de Dios aplicable para su tiempo.
(Véase, por ejemplo, Marcos 7:9-13.) Viendo de antemano el crecimiento de su iglesia por el poder
del evangelio, Jesús oró por sus primeros discípulos, y añadió: Mas no ruego solamente por éstos,
sino también por los que han de creer en mi por la palabra de ellos (Juan 17:20). El Señor supo que
la palabra de sus mensajeros sería preservada para llevar a otros a la fe. ¿Hasta cuándo continuará
la predicación de este mismo evangelio? Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo,
para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin" (Mateo 24:14). "Toda carne es como
hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; más la
palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido
anunciada (I Pedro 1:24,25).
F. Predicando a Cristo
¿Cuál es el tema principal de la Biblia? A los judíos que lo rechazaron como el Cristo prometido,
aun cuando aceptaron el Antiguo Testamento como la revelación de Dios, Jesús les dijo: Escudriñad
las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que
dan testimonio de mí (Juan 5:39). Después de su resurrección les recordó a sus discípulos: Estas
son las palabras que hablé, estando aún con vosotros; que era necesario que se cumpliese todo lo
que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos (Lucas 24:44). Jesucristo
es el tema central del Antiguo y del Nuevo Testamento. San Juan resume el propósito de toda la
Escritura cuando se refiere a su libro y dice: Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es
el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre (Juan 20:31). Con esto
hay suficiente razón para leer, estudiar, escudriñar, y aprender las Escrituras, como hicieron los
miembros de la iglesia en Berea. Ellos recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada
día las Escrituras para ver si estas cosas eran así (Hechos 17:11).
DIOS PERDONA TODO PECADO A TODO AQUEL QUE CREE EN CRISTO
A. La Ley y el Evangelio
Para cumplir su único propósito de salvar a la humanidad del pecado y de la muerte, Dios enseña
dos doctrinas principales en la Biblia, la ley el evangelio. Pues la ley por medio de Moisés fue dada,
pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Juan 1:17).
Cada una de las doctrinas de la Palabra de Dios tiene su función en el plan de salvación. Por
medio de la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3:20). La ley no solamente nos muestra
nuestro pecado, sino también le amenaza a cada pecador con un fuerte juramento. Maldito todo
aquel no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley para hacerlas (Gálatas 3:10)
¿Puede alguien ganarse el favor de Dios guardando los mandamientos? Por las obras de la ley
ningún ser humano será justificado delante de él (Romanos 3:20). Al contrario, la ley pronuncia sobre
el pecador el juicio de Dios: La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Eso no solamente
significa la muerte al fin de la vida humana, sino también la muerte eterna en el infierno.
El evangelio de Dios lleva otro mensaje. Cristo nos redimió de la maldición de la ley hecho por
nosotros maldición (Gálatas 3:13) El ángel que anunció el nacimiento de Jesús proclamó el evangelio.
No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todos el pueblo: que os ha
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nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2:10,11). Jesús mismo
resumió el evangelio de este modo, Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna. Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El
que en él cree, no es condenado (Juan 3:16-18).
B. Nuestra Necesidad de Perdón
La necesidad de comida, ropa y amparo es evidente a todo ser humano. Pero, desde la caída
del hombre en el pecado, hay otra necesidad todavía más importante. Jah (Jehová) si mirares a los
pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón (Salmo 130:3,4). Todo el
mundo necesita el perdón de Dios, según la humilde oración de David: No entres en juicio con tu
siervo; porque no se justificara delante de ti ningún ser humano (Salmo 134:2). El cristiano confesará
que necesita diariamente et perdón de los pecados. (Léase Romanos 7:18-25.)
C. La Justificación
La Biblia está llena de expresiones que describen el perdón dado por Dios. Venid luego, dice
Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán
emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana (Isaías 1:18).
Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados (II Corintios 5:19). En la historia del fariseo y el publicano, Jesús describe a dos
hombres, uno confiando en sus propias buenas obras, y el otro orando en toda humildad: Dios, sé
propicio a mi pecador. En cuanto al pecador arrepentido dijo Jesús: Os digo que éste descendió a
su casa justificado antes que el otro (Lucas 18:14). Justificar (declarar justo) al pecador, no tomar en
cuenta sus pecados, limpiar al hombre del pecado, éstas son maneras de expresar la verdad que
Dios perdona los pecados: (Léase Romanos 3:19-24.)
D. La Justificación es para Todos
¿A quién ha justificado Dios? Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús
Romanos 3:23,24). Todos han pecado y a todos Dios ha justificado por la obra de Cristo.
San Pablo compara a Adán y Jesús. Así que, como por la transgresión de uno vino la
condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres
la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de u n hombre los muchos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos
(Romanos 5:18,19). Debido al pecado de Adán, todos los hombres son pecadores y Dios los condena
a todos; debido a la justicia de Cristo, Dios ha declarado a todos los hombres justos delante de él.
Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él (II Corintios 5:19,21). En Cristo Jesús todos los pecadores son
reconciliados con Dios y él no les toma en cuentas sus pecados. Los ha justificado a todos.
E. La Justificación Viene por la Fe
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Dios ha declarado a todos los pecadores justos delante de él; sin embargo no todos serán salvos.
De una sola manera recibimos este don. El justo por la Je vivirá (Romanos 1:17). Cree en el Señor
Jesucristo, y serás salvo (Hechos 16:31). Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El
que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído
en el nombre del unigénito Hijo de Dios (Juan 3:16-18).
La fe, el creer y confiar en Jesús como nuestro Salvador, no es obra que hacemos para Dios. El
hombre es justificado por fe sin las obras de la ley (Romanos 8:28). Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe (Efesios 2:8,9). La fe misma es don de Dios. Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el
Espíritu Santo (I Corintios 12:3).
F. Los Medios del Espíritu Santo
El Espíritu Santo tiene sus instrumentos especiales o medios para llevamos a la fe. Dios estaba
en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y
nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de
Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios (II Corintios 5:19,20). Jesús les mandó a sus discípulos predicar esta
Palabra a todo el mundo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere
y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado (Marcos 16:15,16).
G. Administradores del Evangelio
Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (II Pedro 3:18).
Los cristianos desearán oír el evangelio muchas veces para ganar un conocimiento más profundo
de la Palabra de Dios. La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y
exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor
con salmos e himnos y cánticos espirituales (Colosenses 3:16).
Y los cristianos, especialmente, quieren compartir el evangelio con los que no lo conocen: con
sus hijos, con sus vecinos, y con toda la gente. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros
hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4). Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15). Para esto llevamos la ofrenda de nuestros
corazones, nuestras manos, nuestras voces, nuestras posesiones, y todas nuestras vidas. Porque
Jesús dijo: Yo soy la vida, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, éste lleva
mucho fruto (Juan 15:5).
DIOS DA LA VIDA ETERNA A TODOS LOS QUE CREEN EN CRISTO
A. La Muerte
La paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23). La enfermedad, la tristeza y la muerte entraron
al mundo después de la caída del hombre en pecado. Ante la desobediencia de Adán, Dios le dijo:
Pues polvo eres, y al polvo volverás (Génesis 3:19). Aunque Adán y sus primeros descendientes
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vivieron muchos años, la historia de la vida de cada uno termina con las palabras y murió. Por tanto,
como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres por cuanto todos pecaron (Romanos 5:12). ¿Qué nos pasa en la muerte? El polvo
vuelve a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio (Eclesiastés 12:7). En la muerte el
alma del hombre deja su cuerpo mortal que regresa al polvo. Puesto que el alma del creyente regresa
inmediatamente al Señor en el cielo, Jesús le prometió al arrepentido criminal en la cruz el día de su
muerte: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:43). San Pablo, ansiando
a ver a su Salvador, dijo: Confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al
Señor (II Corintios 5:8).
B. La Segunda Venida de Cristo
Cuando Jesús fue tomado de la vista de sus discípulos, unos ángeles prometieron: Este mismo
Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo (Hechos
1:11). El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá
del cielo (I Tesalonicenses 4:16). ¿Cuándo será ese día? Pero el día y la hora nadie sabe (Mateo
24:36). El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande
estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas (II Pedro 3:10). Después de describir algunas de las señales del fin, Jesús dijo a sus
discípulos: Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque
vuestra redención está cerca (Lucas 21:28). (Léase Mateo 25:1-13.)
C. La Resurrección del Cuerpo
Por medio de su resurrección, Jesús mostró su poder sobre la muerte. También prometió: Vendrá
hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán
a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación (Juan 5:28-29).
Porque yo vivo, vosotros también viviréis (Juan 14:19). Por el poder de la resurrección de Cristo, se
levantarán también nuestros cuerpos y se reunirán con nuestras almas. Así es como confesó Job:
Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha ésta mi piel,
en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro (Job 19:25-
27). Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho (I
Corintios 15:20). En la resurrección los cuerpos de los creyentes ya no serán subyugados al pecado,
la enfermedad y la muerte. Cristo transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea
semejante al cuerpo de la gloria suya (Filipenses 3:21).
D. El Juicio
El último día muchas veces se llama del Día del Juicio. Por cuanto (Dios) ha establecido un día
en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó (Hechos 17:31). Jesucristo,
nuestro Salvador, será el juez. Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribuno de
Cristo (II Corintios 5:10).
La decisión del juez es de suma importancia para cada ser humano. ¿Basado en qué se juzgará
cada persona? ¿Podemos saber el resultado del juicio final? Jesús dijo: La palabra que he hablado,
ella le juzgará en el día postrero (Juan 12:48). Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo en él. El que en él cree, no es condenado;
pero e l que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre el unigénito Hijo de
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Dios (Juan 3:17,18). Los que mueren en la fe son salvos; los que mueren en la incredulidad son
condenados. En el último• día el juez traerá evidencia que vindicará su veredicto. (Léase Mateo
25:31-46.)
E. La Muerte Eterna y la Vida Eterna
En la parábola del rico Lázaro, Jesús describió los dolores de los condenados. En el Hades alzó
sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, ya Lázaro en su seno. Entonces él, dando
voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su
dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama (Lucas 16:23,24). En
la muerte el alma del incrédulo va al infierno. No se puede sufrir algo peor que los dolores de la
condenación. Por eso Jesús amonestó a sus discípulos: No temáis a los que matan el cuerpo, más
el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el
infierno (Mateo 10:28). Con cuerpo y alma los incrédulos serán separados de Dios para siempre en
el infierno. Eso es la muerte eterna. El juez les dirá a ellos: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles... E irán éstos al castigo eterno (Mateo 25:41:46).
A los creyentes dirá Jesús: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo (Mateo 25:34). Aunque nos ha bendecido abundantemente
ahora en esta vida, la mejor bendición aún nos espera. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún
no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos
semejantes a él, porque le veremos tal como él es (I Juan 3:2). El creyente siempre mira a su
Salvador con esta esperanza cierta y gozosa. En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu
diestra para siempre (Salmo 16:11). Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron (Apocalipsis
21:4). Así estaremos siempre con el Señor (I Tesalonicenses 4:17). (Léase Apocalipsis 7:13-17.)
F. El Tercer Artículo: La Santificación
El Espíritu Santo nos llama por medio del evangelio, crea y alimenta la fe en nuestro corazón,
produce los frutos de la fe en nuestra vida, nos junta con los de la misma fe, y nos asegura la vida
eterna. Los luteranos resumen las verdades bíblicas en cuanto al trabajo del Espíritu Santo en el
tercer artículo del Credo Apostólico y en la explicación de Lutero. (Véase el apéndice II.)
DIOS NOS ENSEÑA A ORAR
A. La Oración
Dios conversa constantemente con sus hijos. Él nos habla en su Palabra y sus sacramentos.
Nosotros le hablamos a Dios por medio de la oración, llevándole nuestras peticiones y dándoles
gracias. Jesús mismo nos invita: Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá (Lucas
11:9). Nuestras oraciones se basan en su palabra y sus promesas. Oramos: Sean gratos los dichos
de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti. Oh Jehová, roca mía y redentor mío (Salmo
19:14). Ya sea que la oración sea dicha en voz alta o solamente en el corazón, el cristiano quiere
orar según la voluntad de Dios. ¿Qué nos enseña el Señor mismo en cuanto a la oración? (Léase
Lucas 11:1-13.)