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Cyber LETRAS - Novelas




       Roxana
       Heise Venthur


       Frenético
       sosiego
       Novela




Edición electrónica en: Cyber LETRAS
Julio 2002
Madrid(España)
http://www.cyberletras.net
Registro Propiedad Intelectual - Nº 124.584
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    Yo, exiliado de mí mismo, clamo por amnistía al tribunal
  supremo que procesa esta causa.




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




      La palabra mentira le zumbaba al oído perturbando sus pasos,
  desgranando sus letras sílaba tras sílaba, cuadra tras cuadra. Como un
  grito baldío en su interior o una huella chillona sobre el asfalto reseco,
  la palabra mentira era una forma de guarecerse ante la imagen de
  Bastián derrotado sobre aquel lecho; gélido y transparente como sus
  sueños.

     Al principio pensó que era una broma macabra que acabaría con el
  impulsivo beso que le propinó en la boca, el mismo que la dejó
  temblando en medio de una crisis nerviosa, mientras aquel cuerpo
  semidesnudo se doblegaba a las caricias de las sábanas de lino, que
  débilmente ondulaban al ritmo de la brisa que trampeaba la ventana.

      Cerró el departamento casi sin percatarse. Bajó corriendo las
  escaleras ante la demora del ascensor y evitó toda suerte de
  comentarios con el portero. Una vez en la calle caminó por Avenida
  Irarrázabal hacia el poniente, doblando en Vicuña Mackenna, para
  continuar a través de la Avenida Bernardo O´Higgins hasta llegar a
  Estación Central: calle Matucana 305 A, y un gesto de alivio le acarició
  el rostro.

      Abrió torpemente la puerta de su habitación y una vez adentro;
  semitendida en la cama pudo al fin llorar. Ya no reparaba en el altísimo
  y descolorido cielo raso, ni en las paredes desvencijadas, menos aún, en
  aquel destrozado póster de Julio Iglesias que la miraba con un dejo de
  burla. Se quitó los zapatos, para aliviar la contusa planta de los pies.
  Como pudo, cogió un derby ligth de la cajetilla que estaba en el suelo,
  indiferente a la rata que con paciencia la observaba desde un rincón.

     Eran las 14 horas. A las 8 horas había tomado el microbús con
  destino a Ñuñoa, con la refrescante alegría de una adolescente y aquel
  desenlace... sus sollozos ahogados parecían extinguirse entre
  bocanadas de humo que se esparcían como las premonitorias palabras
  de Andrés: Debes olvidarte de Bastián, nada te espera junto a él. Pero
  ya no tenía sentido dejar que la culpa le jalara las espaldas como un
  niño malcriado, por lo que decidió serenarse, mirar el calendario que
  descansaba sobre el anémico velador. Hacía justo un año había llegado
  a Santiago.

      Fue el 15 de enero de 1995. Aurora Gutiérrez, inmutable como el
  olvido, recibía instrucciones de Napomucema Pérez, la arrendadora del
  cité, mientras un séquito de chismosas la seguía desde las ventanas de
  sus habitaciones, que formaban en conjunto una especie de herradura
  en torno al patio común, lugar en el que la veterana solía recibir a los
  nuevos inquilinos, sin más formalidad que una instrucción verbal.




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     - Este es el baño. Tiene ducha de agua fría. En caso de emergencia
  puede usar el pozo negro del patio trasero. Como pude ver: tenemos
  varios lavaderos de ropa; traiga su detergente y vigile la cuelga ¡ mire
  que hay gentes de malas costumbres! Otra cosa: por 800 pesos le doy
  almuerzo y desayuno. No será filete pero es buena comida.
     - ¿Y el planchado?- preguntó Aurora con voz lívida.
     - En su pieza, no más. Usted verá como se las arregla.
     - Aquí tiene las llaves. Ojalá que se acostumbre.
     - Eso espero, señora.

     En su habitación, la joven trabajaba en algunas traducciones de
  inglés, que le hacía llegar una pariente cercana por medio del conserje
  de su edificio.

     La lluvia que afuera se hacía copiosa, comenzaba a gotear sobre su
  percha tambaleante; mojando para siempre su abrigo Pierre Cardín y
  condenando a la vejez aquel traje comprado en J.C. Peney, en su
  anterior viaje a Santiago.

      Algo desconcentrada; dejó los manuscritos y miró por la ventana
  cubierta de nylon. Pudo divisar apenas la figura de Juana, una de sus
  vecinas, quien junto al Chicharrón (su conviviente), luchaban contra el
  anegamiento; clavando la techumbre de su hogar con piedras y
  martillos, agarrándose apenas, como dos gatos negros sobre las zarzas
  mojadas. La cabellera oscura de la mujer le cubría medio rostro y sus
  ropas húmedas, delineaban con rudeza su prominente barriga. El
  Chicharrón no lo hacía mejor, era tanto el esfuerzo para sostener las
  planchas de zinc entremezcladas con tablones y neumáticos, que su
  pantalón se reventó, dejando al descubierto sus enormes nalgas,
  convirtiendo aquel triste episodio en el show de la tarde. Al lugar
  concurrió gran parte de los arrendatarios, entre ellos Marina, una mujer
  de unos 45 años, quien al avistar la silueta solitaria se acercó a la recién
  llegada:

     - Buenas tardes. Espero que su pieza no se esté goteando.
     - Estoy bien, no se preocupe- respondió parcamente la joven.
     - Le pregunto porque acá, cada cual se las arregla en lo suyo, ya que
  la arrendadora no está ni ahí... figúrese usted que le dicen Madamme
  Miseria. Esto es para callao no más, pues delante suyo le decimos doña
  Napo.
     Dicho comentario provocó la risa de Aurora quien la invitó a pasar,
  sin poner mayor atención a los siguientes comentarios de su vecina.
     - Acá verá usted que pasa de todo. Debe estar preparada... Vivo acá
  hace quince años; en el C12 con el Lalo, mi marido. Así le digo yo,
  aunque no estemos casados por la ley.
     - Entiendo.
     - En todo caso no vine a hablarle de mí, sino más bien, alertarla...




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




     - ¿Alertarme?
     - Sobre esos rumores que andan por ahí.
     - ¿Qué clase de rumores?
     - Imagínese: cuando alguien llega por estos laos, la gente comienza
  a hablar...
     - Eso me tiene sin cuidado, señora.
     - Marina. Para servirla.
     - Señora Marina. Hay otras cosas de qué preocuparse, ¿no cree?
     - Tiene mucha razón. En todo caso; cualquier cosa que la molesten o
  algo, hable conmigo o con el Lalo.
     - Muchas gracias.
     - Nada de gracias. Cuando se le ofrezca no más.




      Era preciso tener amigos en aquel lugar. Agradecer las atenciones de
  Marina, quien solía llegar por las noches a su habitación, oliendo a pan
  amasado y té con canela. Ella y su pareja, vivían dignamente a
  diferencia del resto; su casa contaba con un par de habitaciones, cocina
  y baño con ducha incluida. La joven comenzó a frecuentarlos con un
  poco de timidez, que ellos mismos se encargaron de disipar, al extremo
  de solicitarles el baño durante las mañanas, para eludir la trifulca por
  ganarse un urinario.

     El hecho de tener amigos pertenecientes a la alta jerarquía del cité,
  la hacía merecedora del respeto de quienes tenían su propio modus
  operandi para conseguir justicia.

      Las normas eran las normas y aunque ella no pensaba meterse con
  nadie era preciso saber quienes vivían a su alrededor. Fue así como
  conoció al Gato; un tipo alto y rudo que lucía una cicatriz en su mejilla
  derecha, un aro en su oreja izquierda e impedía por su fama la entrada
  de la ley. El Gato era inseparable de su amigo el Chincol, quien pasaba
  silbando a la vida y haciendo vida social en compañía del Lalo, el
  Chicharrón y Nacho López, su vecino más próximo de cuyo
  temperamento se enteró una noche:

     Estaba durmiendo, cuando la vibración del tabique contiguo a los
  López la despertó. Al principio pensó que se trataba de un temblor, pero
  unos golpes de puño seguido de una quebradura de vasos escupidos por
  una ventana, le demostraron lo contrario. El hombre, que parecía estar
  poseído por el demonio, golpeaba a Eugenia, su mujer, quien chillaba
  como una loca. Como broche de oro los niños huyeron al patio pidiendo




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




  auxilio sin dejar de gritar: ¡ la quiere matar, la quiere matar!...La
  intervención oportuna del Lalo terminó la trifulca.

     Todo transcurría con tanta rapidez que hasta parecía no haber
  ocurrido. Algunos incidentes morían al empezar el día. Nacho López
  sabía de aquello -pensaba Aurora- mientras lo veía pasar
  románticamente acompañado de su esposa el día después.

     La ventana de nylon le proporcionaba una nueva visión: los cuerpos
  distorsionados parecían extraídos de un sueño. A juzgar por el
  embotamiento que sentía, aquel desconocido que conversaba con el
  Nacho, era como el producto de su propio desequilibrio.

     Marina le servía café, mientras despejaba de papeles el improvisado
  escritorio.
     - ¿Quién es el tipo de allá afuera?
     - ¿Lo dices por el mino que conversa con el Nacho?
     - Tiene un aire de policía de investigaciones o algo así.

      Marina se echó a reír:

  - ¡Un tira por estos lados. Si aquí ni Dios se atreve a entrar! Además no
  me imagino a un tira en un Mercedes Benz último modelo.
      - ¿Último modelo?
      - ¡No te digo! la Lucha (la mujer del Gato), me avisó en cuanto supo.
  Ahora mismo debe estar diciéndole a las solteras vaya una a saber...
      - De todos modos me extraña que un hombre como mi vecino
  comparta con un tipo así...
      - Lo que pasa es que el muy zorro quiere agarrar bueno. Resulta que
  ese señor es un empresario millonario al que le sirve de júnior. Fíjate
  los aires que se da... el muy huevón pensará que se le va a pegar el
  espíritu santo. Pero olvídate de eso. Traje pan con paté. Has perdido
  peso desde que llegaste.
      -¿ Gracias amiga?
      - Olvídalo, hija mía. Alcanza a mi casa si deseas ducharte.
      - Voy al tiro.
      Aurora se peinó ligeramente y cogió una muda de ropa. Cuando salió
  de su habitación, notó que ambos hombres continuaban conversando.
  Nacho alardeaba de su visitante, dándole frecuentes palmaditas en la
  espalda. Cuando hubo sorteado la mitad del trayecto, fue interrumpida:
      - ¡Sita Aurora, venga pa presentarle a un amigo! Ella intentó hacerse
  la desentendida ante la mirada sagaz del visitante.
      - Mucho gusto- dijo Bastián- y besó su mejilla. ¿No sabía, Ignacio,
  que tuviera una vecina tan bonita?
      - ¡Pa que vea don Bastián, aquí también tenimos calidad!
      Dicho comentario pareció no importunar a la recién llegada, quien se
  despidió como si nada.




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




     Trabajaba arduamente. Poco se la veía durante el día. Un señor
  mayor muy elegante, le llevaba altos de carpetas, que ella solía enviar
  de vuelta con el doble de páginas. Sobre una tarima relativamente
  ordenada que le servía de escritorio, compaginaba algunas hojas
  cuando llegó su amiga.
     - ¡Aurorita, mija! ¿Adivina qué?- Marina llevaba las manos ocultas
  en su respetable espalda.
     - ¡ Vamos mujer, no estoy para bromas!
     - ¡Mira qué flores tan lindas!
     - Ya se quién las envió. Llévatelas de aquí
     - ¿Pero por qué, chiquilla?
     - Simplemente no las quiero.
     - ¿Debe haber un motivo, supongo?
     - Nada personal.
     - ¿Entonces?
     - No quiero saber de hombres, mujer.
     - Estamos hablando de un medio mino, niña por Dios.
     - Pero un hombre al fin, Marina.
     - No se que chiflaura te agarró. Me llevo el ramo a mi casa; están
  harto bonitas las flores.

      Bastián no se rindió ante las negativas de Aurora. Si bien , evitó
  presentarse en el suburbio, siempre estuvo allí: en cada mensaje escrito
  relegado a cenizas, en las invitaciones al Teatro Municipal, en el auto
  que aguardaba en las afueras del cité...en cada palabra condenada al
  silencio.

     - Nacho, por favor. Dígale que ya no insista.
     - ¿Por qué no le dice usté, sita. Yo estoy caureao de decirle. No
  quiero quear mal con este caallero. Ahora mismo, le estoy haciéndole a
  los mandaos y quiere que le diga...el tipo tiene billete. Yo que usté no lo
  pensaría tanto.
     - Está bien, no quiero perjudicar su trabajo...dígale que venga.




     - Escúcheme Bastián: lo cité aquí, para decirle personalmente que no
  pierda su tiempo.
     - ¡Por favor, Aurora, déjame entrar y hablaremos con calma!
     - Le repito: pierde su tiempo.
     - No te haré daño, te lo prometo.
     - Mi respuesta es no.
     - Eres una mujer joven...¿estás viva o no?




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      Un insondable silencio de respuesta, dejó que sólo el aroma a Polo
  Ralph Lauren lograra atravesar la puerta a medio cerrar, que ella
  sostenía firmemente entre los brazos, para evitar tal vez, que él
  conociera la infame pobreza de su habitación.
      - Por favor, no insista.
      - Trata de comprender, esto es difícil para mí...
      - ¿Qué pasa señor?( se escuchó la voz de Juana) Hace rato que lo
  veo acá afuera. Yo tengo bebida helaita si quiere pase por el C2. Allá las
  chiquillas se alegran cuando llegan visitas.
      - No gracias, señora...
      - Aurora, por favor.
      - Qué puedo hacer para que comprenda...
      - Si sólo me dejaras explicarte...
      - Las explicaciones sobran...
      - No seas necia.
      - ¡Aurorita mija, ábrele al joven, que se está chamuscando al sol!
      - No tengo malas intenciones, te lo aseguro.
      - ¡Ábrele mujer por Dios, no te hagai de rogar tanto!
      - ¿Qué diablos pasa aquí? Es don Bastián, ¿Qué se creerá la Aurora?
  Dejen de pelare viejas. Yo podría ayudare, si me dejan. ¡Vos vay a
  ayudar viejo inútil! Cállate mejor será, ¡Puchas, Lalo, que no dejai
  escuchar a la chiquilla! ¡No reempujen desgraciaos!
      - ¡Déjenle este asunto al Gato!
      - Sita Aurora, soy yo; er Gato... No tenga mieo del hombre aquí
  presente. Es gente de confianza.
      - Me siento absurdo, por favor...
      - Está bien. Pasa.
      ........................................................................
      - Me has humillado, Aurora.
      - En cierta medida, usted se lo buscó. Lo dejé entrar, sólo para evitar
  el alboroto de los vecinos.
      - ¿Sólo por eso?
      - No pensé que usted se empecinaría tanto.
      - Así soy, mujer. No acepto un no de respuesta.
      - Esta vez tendrá que aceptarlo.
      - Si no queda más remedio. En todo caso; toma mi tarjeta. Cuando
  necesites hablar con alguien, llámame.

     Quedaron de juntarse en El Pigmaleón; un pequeño restorant
  cercano al metro estación Providencia. Cuando Bastián llegó, todas las
  miradas fueron suyas. Él sonreía con naturalidad mientras algunos
  conocidos lo saludaban. Desde una mesa, su invitada, con la vista
  extraviada en el diseño del mantel, apenas reparaba en su presencia.

    Señor Cerutti, por favor, tenga la bondad... Atendimos a la señorita
  como ordenó, esperamos no haberlo decepcionado.
    - Eso está por verse.




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     - ¿Me permite su ambo?
     - Tómalo y date prisa. Me traes cuanto antes la especialidad de la
  casa.
     - Con su permiso señor..
     - ¡Vaya cambio, mujer; pareces otra!
     - Lo mismo pienso de ti.
     - ¿Por qué lo dices?
     - No eres el mismo que me rogó en el cité.
     - Rogar no es la palabra...Además ¿estás conmigo no?
     - Necesitaba distraerme Bastián, salir de la rutina.
     - Ni lo digas. Sufro de stress crónico. Cosas de negocios.
     - ¿En qué trabajas que sufres tanto?
     - ¿Que no sabes? Es que no lo creo. Si todo Chile lo sabe.. ¡Hey
  mozo! venga por favor.
     - Sí señor.
     - Dígale a esta bella extraterrestre quién soy: ¡presénteme, hombre!
     - Está bien señor. Señorita...señorita...
     - Aurora Gutiérrez, hombre: ¿acaso no la nombré por teléfono?
     - Disculpe, señor.
     - Nada de disculpe, que a la señorita no le gusta tu demora. Ve y
  preséntame.
     - Señorita Aurora Gutiérrez: tengo el privilegio de presentarle a uno
  de los empresarios más exitosos del país, fundador de Calzados Garbo,
  una de las mayores exportaciones ....
     - Ya hombre, te perdono. Puedes retirarte.
     - ¿Qué sucede Aurorita; algo te molestó?
     - Sería mejor que no molestes al mozo...
     - Para eso están mujer, no repares en detalles.. Pediré un cabernet
  sauvignon
     última cosecha. ¿Te gusta el vino?
     - En ocasiones.
     ........................................................................

      - Un cigarrillo.
      - ¿De qué te ríes?
      - Nunca había tenido una cita así..
      - Ni la vas a tener amor, Bastián Cerutti hay uno sólo.
      ........................................................................

     - Eres un narciso.
     - Pero te gusto, no seas falsa, yo sé que te gusto. Sí... te estás
  riendo, si hasta se te desprendió un arete, has reído como una loca.
  Apuesto que te gustó el chiste del borracho...¿O fue la del roto con
  plata?...Cuando yo cuento un chiste todos se ríen ¿verdad Aurorita?
  Pero ya, si sigues riendo revientas en cualquier momento, te lo digo por
  experiencia...y ni te cuento... Pero ¿siempre eres así? Hablas poco,
  eres tan seria. Bueno, eso pensé cuando te conocí en tu barrio, pero




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  esta noche he descubierto que ríes con toda facilidad, aunque comes
  poco: algo de filete, algo de ensalada... En verdad eres una mujer
  curiosa. ¿Tienes frío? Mandaré revisar el aire acondicionado. ¿Conoces
  Avenida Ossa? Te la presento, pero deja de reír... Tanto que lamentaste
  lo del mozo. Apuesto que ahora mismo está abotagado con budín
  portugués. ¿Te subo el vidrio...no te entra viento? Tú linda, aún
  desconoces el verdadero espíritu del hombre...Te falta mundo...¿Qué
  pasa, te he molestado? Te quedaste en silencio, como si te hubieran
  matado la risa...Lo siento, no fue un buen chiste, era mejor el del roto
  con plata...Yo sabía, sabía que sonreirías. Eres hermosa cuando sonríes.

     Gritos y más gritos, ya nadie se sorprende, una riña de mujeres en
  el patio trasero. La voz pitosa y amenazante de Madamme Miseria, la
  respuesta incrédula de las odiosas que se miran como fieras, que
  adoptan posiciones selváticas y sacan las navajas como diciendo:
  ¡quieta, quieta que no juego...!
     Más vale mantenerse al margen, evitar la turba humana amenazada
  por piedras, por histriónicas botellas quebrándose en el asfalto. Cuánto
  más seguro es encerrarse, frente a las voces de advertencia: ¡Que se
  alejen los niños! ¡Que se alejen los niños!

     - Si pudiera llamar a la policía...¡Pero, qué estupidez digo! Mejor
  llamo al Chincol. Me han contado que es bueno separando mujeres:
  cuando las cosas no resultan a la buena lo hace por la fuerza, caiga la
  que caiga. Es por el bien de la vecindad- dice. Luego se limpia la boca
  con la manga, mientras empuja a una de las derrotadas, con esos
  bototos con punta de fierro que no se saca ni para dormir. Finalmente,
  un escupo prepotente confirma su calidad de árbitro.
     - Yo no me paso rollos por lo que hagan esas mujeres. El Lalo dice
  que soy un poco, como te dijera...
     - Indiferente.
     - Algo así. Pero tú me vas a creer, Aurorita, que en algún momento
  me dije a mí misma: Marina, si vas a quedarte aquí, no puedes sufrir
  por tanta huevá y ya está. Vivo mi metro cuadrado y punto.
     - Quisiera decir lo mismo, pero esos gritos...
     - ¡Olvídalos! Mañana vas a ver a las mismas mujeres, conversando
  en los lavaderos. A propósito; ¿sacaste tu ropa ayer? No me
  digas...estabas ocupadita con don Bastián. Apuesto que lo pasaste re
  bien anoche.
     - Más o menos.
     - ¿A qué hora llegaste?
     - De madrugada.
     - ¿Y qué pasó?
     - Nada de lo que piensas.
     - Tú te lo pierdes niña. A tu edad y tan sola...
     - Prefiero la soledad, es lo único que tengo.




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     - Yo, para serte franca; preferí quedarme con el Lalo. De repente,
  me da pena, porque es un poco bruto el pobre. Pero es triste despertar
  y que nadie te dé los buenos días...
     - Sí, en realidad. Alcánzame el algodón.
     - ¿Cuál, el del bolso?
     - Ese mismo.
     - ¿Qué haces? echándote colonia en las picadas de pulga, hija por
  Dios.
     - Me marcaron todo el cuello las muy desgraciadas.
     - Puchas la mala cueva. Parece que tienes peste.
     - Por favor, Marina. No me mires con lástima.
     - No chiquilla. No siento lástima por ti. Aunque a veces...
     - ¿A veces qué?
     - Cuando te encuentro en las mañanas, con esa fotito entre las
  manos y me miras como si quisieras hablar, pero te aguantas...
     - Tal vez algún día te cuente.
     - Bueno, pero mientras tanto...¿seguirás saliendo con él?
     - Creo que sí. Tiene algo que me hace reír.

     La segunda vez que se reunieron fue en su departamento de soltero.
  Le pareció tan atento, tan viril, sirviendo whisky...Tenía algo en el
  rostro, pero no era solamente en el rostro... Parecía perturbado...
  ¿Sería la luz? aquella lucecita tenue que centelleaba en el amplio salón,
  en donde nadaba su sonrisa casi infantil que provocaba en ella el deseo
  de abrazarlo...para protegerlo tal vez, de aquella soledad de los
  suburbios que también lo acompañaba.

     Imaginó aquellas noches: cuando acudía al bar que ocultaba tras
  los muros como a un fantasma; visualizó el resplandor impecable de las
  copas, aquellas que cogía suavemente por la cintura y luego besaba
  hasta quedar meditabundo sobre el sofá de cuero, cuando se quitaba el
  antifaz de hombre exitoso y aparecía él; en todo su esplendor...

      - Es hermoso tu apartamento...enorme.
      - No es para tanto mujer, sólo tiene 400 metros cuadrados.
      - ¡Cuatrocientos!
      - Querida niña, tengo amigos que cuadruplican este lugar sólo por
  satisfacer su ego. Yo en cambio soy bastante más modesto.
      - ¡Modesto...!
      - Por supuesto. Tú ves el piso de mármol , la cristalería, los muebles
  de nogal y dices: ¡ por Dios, qué tipo tan presuntuoso! Pero cuando
  llegué a este lugar lo hice sólo por negocios. El trabajo te obliga,
  entiendes...la misma sociedad.
      - Todo es tan... curioso.
            Ven acá, te voy a mostrar curiosidades, sólo para que veas lo
      -
            importante que eres.




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




      La cogió de la mano con un aire señorial, para mostrarle todo lo que
  había a su paso: sillones en madera y cuero, un berger reclinable color
  verde oliva, unas pinturas de Omar Gatica en el pasillo principal, una
  escultura de madera de Matías Camus... Amplias habitaciones, unas
  puertas enormes con manillas de bronce, una moderna cocina comedor
  con piso de granito, una biblioteca de ocho mil ejemplares ordenados
  por alfabeto, una salita de estar con teléfono y citófono incluidos en
  donde brillaba una mesita de marfil , una hermosa licorera de cobre,
  cuadros de Goya en el salón principal que estaba tapizado de felpas y
  cueros. Teléfonos curiosos, computadores perdidos entre alacenas
  móviles. Aquel enorme halcón sobre la pared semi vacía, con ojos de
  marfil. Aquella arquitectura casi laberíntica, sumada al modo de
  solicitar comida; un par de teclas y ya está... La mucama que se
  marcha por orden del patrón vestido de un blanco albo, con aquel
  cinturón de cuerina gris, aquella cruz de oro reluciendo en el pecho y la
  discreta barriga amenazada a ratos por una leve inspiración...
  Alfombras y más alfombras, aquella colección de enormes búhos de
  ónix, sobre la mesa tallada con patas de león, una lámpara con pedestal
  enchapado en oro, aquel mueble de raulí con diarios y revistas, el
  mágico televisor de cién pulgadas...

     - Bastián, estoy sorprendida: ¿ cómo un hombre de tu edad llega a
  tener todo esto?
     - Fácil, querida: sólo visión comercial.

      Una vez recorrida gran parte de la propiedad, se detuvieron en una
  pequeña sala cercana a la terraza, decorada con muebles rústicos. Su
  animada conversación fue interrumpida por el teléfono:
      - Lo siento linda, tengo muchos compromisos. Ella comenzó a fumar,
  fingiendo no escuchar.
      - Compadre, usted de nuevo: ya le dije que lo del envío se
  retrasaría. Por favor, espere al abuelo, él sabe bien qué hacer en estos
  casos. Me encuentro en lo mío. Bien, mañana hablamos y tranquilidad.
      ........................................................................

      - Como te dije anteriormente, Aurora... las cosas llegan cuando
  menos te lo esperas. Aún no terminaba la frase, cuando sonó el
  citófono.
      - Un momento. Sí. Estoy acompañado, pero hágalo pasar, por favor.
      - ¿Qué pasa Bastián, alguien viene?
      - Es sólo un sujeto de la compañía, trae un recado y ya.
      - Por favor, deja retirarme a la biblioteca. No deseo ver a nadie.
      - Tranquila. Te noto algo nerviosa.
      - Por favor, Bastián.
      - Está bien, pasa por aquí. No verás a nadie más que a mí. Te lo
  prometo.




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      Tras media hora de permanecer en la biblioteca acompañada de un
  libro de Truman Capotte, comprendió que era mejor dejar que Bastián
  atendiera sus llamadas el resto de la tarde.
      El taxista la acompañó hasta la puerta del cité, por instrucciones
  expresas del empresario que no escatimó en propinas.
      Apenas bajó del auto escuchó aquella música sound que
  acostumbraban a bailar sus vecinos.
      Madamme Miseria se encontraba en el hall, balanceándose en la
  mecedora que acompañaba sus momentos solemnes. Tenía un hálito a
  vino tinto que lo avinagraba todo y pronunciaba unos monosílabos
  imperceptibles, mientras se daba impulso apoyando los pies sobre un
  piso de madera. Cuando se incorporó a fin de solicitar dinero (como
  solía hacer cuando alguien llegaba tarde), perdió el equilibrio y cayó de
  espaldas, besando con la nuca el piso polvoriento. Aurora no rió esta
  vez. Se marchó indiferente al ¡sujétame, mierda! que pronunciaba la
  vieja, mientras un refajo de polleras multicolores le iba tapando la boca.

     Unos pasillos vándalos le dieron la bienvenida, se sintió torpe y
  cansada. La imagen de Bastián desaparecía entre las baldosas eternas.
  Unas ropas tendidas le cruzaron el cuerpo, como una gran telaraña con
  olor a jabón gringo. Desde el cielo una luna gigante parecía mirarla,
  como diciendo algo que no lograba escuchar. La música socarrona la
  había silenciado.

      Había fiesta en casa del Chicharrón. Los cuerpos se apelotonaban en
  las ventanas estoicas mientras un remezón sísmico se apoderaba del
  cité, en la medida que el baile al parecer muy efusivo, iba
  envalentonando poco a poco a los comensales.

     Juana freía sopaipillas en el patio trasero mientras un Yo me
  enamoré, de esa chica, me enamoré. provocaba los alaridos sollozantes
  de su marido, quien en franco estado de gracia salió del cuchitril con
  una damajuana de vino tinto en la mano, moviendo las caderas
  regordetas y sin dejar de cantar: Fui pal baile y me emborraché, miré
  una chica y me enamoré, era tan bella, era tan bella, la quería comer.

     Poco a poco, las mujeres algo más alegres de la cuenta, salieron al
  patio con sus fétidos perfumes y sus risas aparatosas. La Lucha, en
  ausencia del Gato, vestía una túnica negra y transparente que dejaba a
  la vista todo cuanto le sobraba. Juana lucía un vestido de algodón con
  un pronunciado escote, que concluía en una enorme flor amarilla sujeta
  fuertemente con ambos pechos. Sus piernas acojinadas y
  semidescubiertas provocaron los silbidos del Chincol quien la observaba
  desde un rincón con ojos hambrientos, entretanto el Chicharrón, con un
  aire casi místico continuaba bailando sin soltar la damajuana: esa colita
  que me enloqueció, esa colita me mató....




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      Cuando Aurora       se acercó a su habitación, el enorme trasero de
  Eugenia le impidió la pasada.
      - ¿Por qué no viene a bailare con nosotros?- gritó el Chicharrón-
  con las mejillas aceitosas de sudor.
      - No, gracias vecino.
      - ¡Claro como la muy pituca, no se mezcla con la chusma!
      - ¡Cállate Eugenia o te hago callar! - gritó Nacho enérgicamente,
  intimidando a su mujer.
      Poco a poco Aurora fue ganando el espacio que le permitiría entrar a
  su habitación, pero justo cuando introdujo la llave en la cerradura,
  Eugenia se volvió para decirle:
      - Esto, desgraciá; lo vai a pagar bien caro.

     Veinte mil pesos. Sólo veinte mil pesos. ¿Qué será de mí? Unas
  pocas traducciones; apenas para pagarle a la vieja su apestosa pensión,
  sus trapos sucios y sus cazuelas grasosas.

     En la maleta sólo quedaba la nada. Cogió iracunda los envoltorios de
  jabón. Tendría que comprarlo, además de confort y desodorante. Tal
  vez sería mejor, cambiar el desodorante por un poco de jabón en las
  axilas, como hacía Marina. Pensó en la importancia de oler bien en
  aquel cuchitril y llegó a la conclusión que no importaba . Recordó la
  supuesta depresión que había vivido el año anterior, aquella que los
  siquiatras trataron como un síndrome tensional, algunos tricalmas y ya
  está, de vez en cuando un diazepan... Depresión no tienes. Tú te bañas,
  te vistes, te maquillas. Los depresivos se olvidan por completo de si
  mismos. Por ende; tú no tienes depresión, sólo algunos trastornos
  ansiosos. Arrojó la maleta contra el borde de la cama. Un gesto agrio
  amenazó su rictus...¡Qué saben los siquiatras de depresión ! repitió en
  voz baja y continuó en lo suyo: Revisó su carnet de identidad y repitió
  en voz alta el número 9. 765.653- K . De un tiempo a esta parte le
  había dado por pensar en cosas que aparentemente no tenían sentido.
     Cuando egresó de su carrera de intérprete y traducción de inglés
  sólo pensaba en el éxito: viajar, ser reconocida y aceptada por el
  mundo. Aquella gente influyente la aplaudiría, la haría sentir hermosa,
  rebosante de vida y juventud, pues lo único verdadero era la juventud.

     Miró a su alrededor, las flores artificiales que Marina puso en aquel
  rincón, empeoraban aún más el lugar. Pero cómo decirle a esa santa
  mujer, que sus flores eran vulgares.

      Había visto por primera vez el alma de los que sufren. Ella jamás
  conoció el sufrimiento y todo llegó de golpe, como una gran bofetada.
  La bofetada de la vida -pensó- con intenso mutismo. Miró el espejo
  manchado que estaba frente al velador, unas pequeñas arrugas le
  dibujaban los ojos. Se alejó bruscamente y se tendió sobre la cama.




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  Sacó un sobre rugoso que estaba bajo el colchón: la fotito, aquella a la
  que se refería su amiga. Miraba extasiada aquella imagen como si fuera
  su único mundo...

     Estaba tan ensimismada que tardó en percatarse que la música
  había cesado del todo. Eran las 5 de la madrugada. Pensó en dormir
  cuando comenzó a reparar en su entorno. Oyó ruidos extraños; una
  repentina taquicardia la obligó a pararse de la cama. ¿De qué se
  trataría?...¿Con qué sórdido incidente habría concluido la fiestecita?
  Recordó las riñas y la agresividad característica del lugar. Pero esta vez,
  eran gritos ahogados, más bien gemidos..¿ un hombre agónico tal
  vez?...Dios mío, ¡La policía! Comenzó a temblar. Unas gotas de sudor
  le entumecieron la frente. Alguien estaba en el patio trasero. Unos
  ruidos de neumáticos rotos se agolparon sobre las tablas que servían de
  pasadizo. Si se tratara de un muerto, obviamente no se movería. A más
  de algún culpable, se le ocurriría sacar el cadáver. Hizo un esfuerzo por
  calmarse y decidió averiguar sin involucrarse; se acercó al tabique que
  estaba tras de sí y apoyó fuertemente el oído hasta escucharlo todo:
  una larga exhalación seguida de muchos suspiros placenteros, una voz
  femenina que pronunció: ¡Chincolito! al borde del éxtasis y un hombre
  que concluyó el incidente con un ruidoso gemido.
     Aurora volvió a su cama con una sonrisa imprudente coloreándole el
  rostro .

      - ¡Aurorita, mija. Abra la puerta. Soy yo: la Marina!
      - ¿Qué pasa?. Son las seis de la mañana.
      - ¡Por el amor de Dios, mija. Abre la puerta!
      - ¡Usted Chincol! ¿Qué hace...?
      - Perdona huachita. Este cabro es mi amigo y el Chicharrón lo busca
  para matarlo.
      - ¿Y qué tengo que ver?
      - Este pobre infeliz se metió con la Juana . Algunos escucharon, por
  aquí cerca. Por favor; tenís que decirle que erai tú la que estaba con él.
      - Sita yo...yo ya me...
      - ¡ Cállate, idiota, y métete a la cama mejor será!
      - ¿Pero que hago, Marina, si alguien viene?
      - Tú tranquila ahí no más. Si el Chicharrón viene, le decís que este
  infeliz estaba contigo.
      - ¿Pero y qué pasa si...?
      - Tranquila, es re buen cabro. Me voy al tiro, mira que la Juana está
  con el Lucho. Si te preguntan por ella, estaba en mi casa.
      - Perdone sita...Yo no quería...
      - Lo único que le digo Chincol: ¡ Conmigo no. Conmigo no !
      - Schisst...ni se me ocurriría, sita
      - Está bien, cúbrase con la colcha. Voy a esperar al lado de la puerta.
  ¡Dios mío, a usted lo quieren matar!




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     - Ni lo diga, sita: tenía el cuchillo del Gato en la mano. Paré que lo
  robó el muy desgracio.
     - Después que usted le robó a su mujer.
     - ¡La Juana!; si es cómo las gallinas. Aquí toos se la han pescao. Yo
  era el único que faltaba.
     - ¡Dios mío, la puerta!
     - ¡Me recondenara!
     - Desabróchese un poco...
     - ¿Qué me qué...?
     - ¡Chasconéese, hombre, suéltese la camis...!
     ........................................................................

      -   ¿Qué hace aquí, Chicharrón?
      -   ¡ Tengo que entrar ahora mismo!
      -   ¡ Pero no empuje tan fuerte, por favor...!
      -   ¿Cómo es la huevá. El Chincol en su cama?
      -   ¿Y qué hay con eso?
      -   Cuando me dijeron, yo no creí.
      -   ¿Y la Juana, entonces: dónde está la Juana?
      -   Con la Marina supongo.
      -   Chuta, discurpe... Fue el Gato Negro que me tomé.
      -   Está bien, vecino. Vaya a dormir.
      -   ¿Puedo decirle algo, mijita?
      -   Sí , dígame.
      -   ¡Putas que tiene mal gusto!

      Aquellas sábanas, no era fácil dormir entre ellas, a ese característico
  olor a humedad, a la aspereza de su enmarañada motudez, se había
  sumado la presencia fétida del Chincol. Era como estar durmiendo con
  él, como adivinarle sus precarios pensamientos, como absorberle la vida
  sin lograr evadirse.

       ¿Cómo rechazar una situación así, cuando vive un montón de gente
  nariz con nariz? ¿Cómo decirle que no a quien está en peligro de
  muerte?... ¿Y mi muerte qué? Mi muerte es tan evidente como estas
  ojeras que me han desfigurado. Yo he creado mi muerte, se dijo frente
  a un espejo que la distorsionaba aún más, porque ella no estaba fea ni
  envejecida, de no ser por ese gesto de profundo cansancio, se podría
  decir que estaba radiante: que sus ojos eran de un gris casi perfecto y
  su boca bien delineada, su nariz aunque algo larga poseía una armonía
  indescriptible, al igual que su cuerpo. Su pelo castaño, en cambio, era
  difícil de adivinar; en estos meses habría cambiado unas seis veces de
  color. Sus vecinas cuchicheaban cuando la veían pasar. Ella no quería
  cambiar hasta que despertaba y volvía a sentirse la misma, entonces
  ansiaba un cambio aún más radical: tal vez de barrio o de habitación,
  tal vez de vida...




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     Arturo Prat 630. Sí, esta es la dirección, pensó frente al letrero que
  decía: Se arriendan piezas
     - Sí. Dígame.
     - Vine por el aviso. Estoy buscando alojamiento.
     - Adelante, pase por aquí...Como puede ver: la pieza está impecable.
  El baño tiene que compartirlo, con unas estudiantes de la U de
  Santiago.
     - ¿Usted, trabaja?
     - Soy traductora de inglés.
     - Entonces; supongo que no tendrá problema en tomar esta pieza.
  Está un poco chica pero limpia; sin bichos, ni nada parecido.
     - ¿Cuánto pide por ella?
     - Cuarenta mil mensual.
     - Y cuénteme señorita...¿usted pololea?
     - No.
     - Por que aquí no admitimos hombres.
     - Entiendo.
     - Se interesa entonces.
     - Sí, me agrada...
     - Bueno, usted me muestra su carnet de identidad, me da unos
  datos y ya. Trato hecho.
     - ¿Mi carnet?
     - No es nada personal...es por precaución ¿entiende?
     - Ya lo creo, pero olvidé traerlo. Vuelvo durante la tarde.
     - Tiene que apurarse, mire que de repente salta la liebre.
     - Hasta la vista.
     - Adiós señorita.

     Blanco Encalada 935... Debo seguir buscando. Es preciso que lo
  haga...

      Caminaba como una autómata, con el diario La tercera la mano y
  algunas direcciones en su memoria prodigiosa.

     Cogió su bolso con fuerza después de mirar varias veces a su
  alrededor. Al menos nadie la violentaría para quitarle sus joyas, pues ya
  no las tenía. Después de tres asaltos y algunos ayunos forzados fue
  mejor llevarlos a “La tía rica” y allí quedaron para siempre: aquel anillo
  de esmeralda, el antiguo prendedor de brillantes, sus cadenas de oro...
  Ahora sólo llevaba alhajas de plata, de esa plata ordinaria que tanto
  detestaba. Seguro que Bastián había reparado en eso. ¿Cómo convivir
  con él en igualdad de condiciones? si el nivel social lo llevaba en la
  sangre, le brillaba en los ojos, emanaba de sus poros hasta volverlo
  intocable, radiante; como aquella nuez de Adán que le acariciaba el
  cuello , como el anillo de jade en su anular derecho, como el Cartier que
  relucía sobre el manto sedoso de su muñeca. Él era todo estatus todo




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  elegancia. Le provocaba vulnerarlo, romperlo; como quien rompe una
  nuez con la suela del zapato.

     El lugar del anuncio era tan pobre como su actual domicilio, por lo
  cual decidió posponer la búsqueda para otro día.

      -   Supe que anduviste buscando pensión, huacha.
      -   ¿Cómo te enteraste, mujer?
      -   Aquí todo se sabe.
      -   En todo caso, no encontré nada bueno...
      -    Que raro; conociendo esta huevá, cualquier cosa es mejor.
      -   ¿Fue por lo del sábado, cierto?
      -   Es mi alma gitana.
      -   Debí pedirte disculpas por lo del Chincol. Puchas...
      -   Olvídalo. Supongo que ustedes son muy solidarios siempre.
      -   Casi siempre, mija. Casi siempre.
      -   Si alguna vez yo necesitara, supongo que ustedes...
      -   Ni lo dudes. A propósito de necesidad, quisiera preguntarte...
      -   ¿Qué cosa?
      -   ¿Qué hace una mujer tan elegante como tú, pasando miseria?
      -   Eso es asunto mío, ¿no te parece?
      -   Es que ahora se ha convertío en el chisme del año.
      -   No me interesa lo que se diga, mientras me dejen vivir...
      -   Por mí te quedaras con nosotros. Eso sí, más feliz
      -   Voy a intentarlo. Lo prometo.
      -   Si te arrimaras un poco más a don Bastián, las cosas cambiarían.
      -   Salgo con él. Me relajo un rato y punto.
      -   ¿No me digas que todavía no pasa?
      -   Nada de lo que piensas.
      -    Me cuesta creerlo...
      -   Somos amigos...pero más allá.
      -   Más allá están las puertas del cielo, hija mía. Piénsalo.



      Le parecía absurdo pensar en el amor. El amor era un asunto
  destinado a quienes tenían sus vidas resueltas. Ella en cambio sólo
  pensaba en sobrevivir. Sin embargo el tedio de aquella tarde la
  traicionó, aceptando la nueva invitación de Bastián.

     Algo había en él que lo delataba, era una actitud distraída, como
  fuera de sí. Tenía el cabello recién lavado cayendo ligeramente sobre la
  nuca, unos pantalones de lino gris y una camisa entreabierta que
  permitía descubrir el vello castaño de su pecho. Aurora llevaba el pelo
  rubio tomado en un moño. Su traje era largo como esa mirada suya que
  a ratos se extraviaba en la pequeña inmensidad del salón, en aquel
  compact disc de los Beatles , en aquella canción llamada Yesterday:




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      Yesterday all my troubles seemed so far away
      Now it looks as though they’re here to stay
      Oh believe in yesterday.

     Él no sabía claramente qué decir: su imponente presencia se
  subyugó al silencio de sus propias palabras, al compás de su corazón, a
  sus ojos danzarines que dibujaban las formas ocultas de aquella mujer.
  Sirvió el champagne con dificultad procurando no demostrar su
  turbación, en tanto ella, no cesaba de contemplar esa silueta, que se
  reconvertía en el armónico sonido de sus pensamientos...

     Ambos se sentaron sobre un cómodo sofá... conversaron apenas,
  para luego dedicarse a escuchar el burbujeo de un brindis inacabable...
  Al principio, las palabras se negaban a escapar de las bocas trémulas y
  sedientas, dificultando aquel ¡Salud! que a ella le pareció esta vez, una
  estúpida convención social...Ansiaba contarle su vida a aquel hombre,
  vaciar sobre esa piel luminosa la lúgubre oscuridad de sus vivencias,
  pero a cambio prefirió la sonrisa, aquella muletilla que estaba siempre a
  mano, que permitía mostrar una existencia distinta...

      Él tampoco quería hablar, pero ella insistió, rompiendo la magia de
  las sonrisas que parecían coludirse como en un sueño.
      - Soy separado, si eso quieres saber.
      - Creo que te molestó la pregunta, Bastián. No debí...
      - Tranquila. ¿Un cigarrillo?
      - ¿Sufriste mucho?
      - Un resto. Verás; tengo una hija de cuatro años que vive con su
  madre.
      - Debes extrañarla.
      - ¡Muchísimo!...aunque la veo de vez en cuando.
      - ¿De vez en cuando?
      - Mi ex mujer se ha encargado de ponerla en mi contra. La
  aborrezco, pero en fin.
      - Lo siento. No pensé que fuera un tema tan doloroso.
      - No es para tanto, mujer. No soy el único hombre separado en este
  mundo. Además, de las necesidades de mi hija me hago cargo. Algún
  día me lo va a agradecer.
      ........................................................................

     - ¿Y tú Aurorita. Qué cuentas de tu vida?
     - Mi vida se va entre trabajo y trabajo...
     - A propósito de trabajo. Me parece absurdo que una traductora de
  inglés, con título universitario, trabaje en semejante lugar.
     - La vida es absurda, Bastián.
     - ¿Por qué no me dejas ayudarte? Tengo amigos que podrían
  ubicarte muy bien.




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




      - No necesito de tus amigos.
            Tal vez tengas razón, mujer. Tus influencias en aquel barrio son
      -
            mejores que las mías.
      -
        Dicho comentario hizo que Aurora comenzara a beber
  compulsivamente. Él se disculpó de inmediato, pidiéndole que sólo
  pensara en el momento, en aquel brindis, en aquella música, en fin, en
  todo lo que los unía...La cogió de los brazos tan lentamente que algo de
  licor se derramó sobre su falda. Aquella canción se desvaneció en el
  aire, prendado de ellos, como si nada más en el mundo tuviera espacio.

     Poco a poco, el vibrato de su voz viril tomó la forma de murmullo y
  comenzó a transportarla como en una enorme burbuja de jabón. La
  noche se hizo cómplice de un deseo mudo que comenzó a fluir, como
  briznas luminosas entre océanos blancos y tortuosos que cobraban
  sentido en medio de la penumbra...

     - Decidí visitarte, Marta. Tenía que agradecerte el envío de las
  traducciones. Don Guillermo es muy puntual.
     - Es cierto. Las funciones laborales de un conserje no incluyen esa
  molestia.
     - Pero él jamás ha expresado un disgusto.
     - ¡Cómo no, hija mía. La propina corre por mi cuenta!
     - Veo que estás molesta conmigo, Marta.
     - De ninguna manera, linda. Viniste a mi. Mi deber es ayudarte.
     - Ahora, me preocupa que vivas en aquel lugar. El conserje se
  sorprendió cuando fue por primera vez..
     - Tendrías que verlo, prima: el cuarto es pequeño. Un par de vigas
  cruzadas enmarcan las ventanas, clavadas apenas por los bordes y en
  lugar de vidrio están forradas en nylon. Las paredes exteriores son de
  internit, tres ó cuatro paneles, reforzados con cartón prensado. En el
  techo hay neumáticos rotos sosteniendo las planchas de zinc . Al interior
  se filtra algo de lluvia, hay una veta de humedad estampada en las
  paredes.
     - ¡Pobre criatura!
     - ¡Por Dios Marta, tengo 32 años!
     - ¡Pero no reconsideras tu postura. Vuelve a tu vida!
     - ¿Y qué me espera?
     - Nada puede ser peor que esto.
     - Siempre puede ser peor.
     - ¡Pero mírate: de tu antigua elegancia va quedando poco! Por
  cierto...¿dónde compraste esas ropas?
     - En el Persa Estación.
     - ¿Y de tu antiguo guardarropas?
     - Lo robaron todo.
     - Ves, ese es el problema de convivir con la chusma.
     - ¿Y qué propones Marta?




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




     - Bueno, tú sabes que estas cosas no dependen de mí... Claudio
  Andrés es tan complicado que dificulto...
     - Ya comprendo. No hay nada que explicar.
     - Mira, querida; mañana no voy a estar, pero dejaré con mis
  empleadas algo de mi ropa para que te la quedes y luzcas algo acorde a
  tu nivel.
     - No es necesario que te molestes.
     - No es molestia, al contrario. Hacer el bien, es prioridad número uno
  de un buen cristiano. Piensa tú que yo suelo organizar los té de
  beneficencia y las cenas con distinguidos prelados...
     - Bueno. Entonces será mejor que no te siga interrumpiendo. Adiós.
     - ¿Pero linda, no te sirves un café?
     - Adiós.
     - El lunes te envía....
     - Adiós, Marta.

      Deseaba llamar a alguien mientras tendía su cama, mientras
  ordenaba sus trabajos dispuestos en       aquella repisa desgarbada.
  Deseaba llamar a alguien. Pese a que sabía muy bien que no había
  teléfono. ¿Y si lo hubiere? ¿A quién podría llamar si lo hubiere? A su
  familia, a su pasado, a un destino que quería evitar con otro destino
  quizás peor.

      Bastián; no existían epítetos para calificarlo. Después de disfrutar
  juntos algunas noches en distintos lugares de Santiago, amándose
  hasta la saciedad, había optada por dejarla plantada una y otra vez.. Su
  actitud mostraba con claridad aquel maldito narciso que lo habitaba.
  Callada; imaginaba cuanto tendría que decirle a fin de vaciar su rabia.
  Pero era inútil, él no se dejaría abofetear. Ahora su recuerdo era como
  una braza candente capaz de quemarle los ojos.

     Cuando caminaba entre pasadizos, sólo respiraba el rumor de las
  vecinas que parecían mirarla con desdén. Su paso seguro, se convertía
  poco a poco en un recuerdo que no se dejaba ver...como Bastián, que
  ahora estaba absorto en su trabajo de acuerdo a lo referido por Nacho,
  quien le aconsejaba:
     - Llámelo sita. Él me pregunta siempre por usté.
     - ¿Y si pregunta, Nacho. Por qué no viene?
     - Son cosas...como ser...cosas que pasan.
     - ¿Otras mujeres, supongo?
     - Trabajo no más.
     - ¿Pero alguien lo presionará, supongo?
     - Juera del compaire, nadien más.
     - ¿Y ese compadre que usted dice...quién es?
     - Es un tipo vacán. Tiene comprao medio Santiago.
     - ¿Pero qué monos pinta ese tipo?
     - Son socios...y amigos.




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      - ¿Amigos dice?
      - Siempre los encuentro tomándose unos copetes. Cosas así...
      - Ya veo, Nacho. Ya veo.

      Cerró la cortina del cuartucho y se envolvió con la colcha percudida
  como si fuera una momia. Pensar en Bastián resultaba infructuoso.
  Centrarse en todo aquello que la hizo sentir, era un acto en extremo
  infantil. Aunque estar así, retozando entre las mantas como una guagua
  trémula, también lo era.

     El alto de traducciones comenzaba a mermar. Seguro su prima
  estaba indignada después de aquella conversación. Un gesto extraño
  traspasó su mirada como una pequeña sombra. Miró a su alrededor y
  sintió cierta angustia al recordar aquel calefactor comprado hace dos
  días y robado al día siguiente. En fin, había que conformarse. Un
  suspiro ahogado la sacó de su letargo. El mejor remedio para sobrevivir
  era no pensar. Se concentró en el frío de la habitación. Un viento
  solapado comenzaba a levantarse, provocando la hinchazón de la
  ventana de nylon, que parecía dispuesta a todos los embates del
  tiempo.

      Ella estaba tendida en todo su largo como dejándose ser a través de
  las horas. Apenas pestañeaba, apenas escuchaba el constante ajetreo
  a su alrededor. Esto no es la soledad- pensó- mientras un grito
  inaudible apenas rozaba su tímpano. La soledad es una estupidez
  inventada por alguien demasiado dependiente. Sus conclusiones pálidas
  como ella, comenzaban a envolverla en un sueño que tenía de verdad,
  la inercia misma de la vida. Los pies a ratos buscaban el calor de la
  frazada inferior, aquella que cubría las múltiples imperfecciones de su
  cama. Si cambiara el colchón, murmuraba una y otra vez, hasta que el
  sueño calló sobre sus párpados.

     El estar de Marina relucía por su limpieza. Un televisor de veinte
  pulgada ocupaba el centro de la habitación, que contaba con un escaso
  mobiliario de mimbre y paredes atestadas con estampitas de Santa
  Teresa, pósteres de Luis Miguel y de Miriam Hernández.
     Marina estaba limpiando la mesita de centro, cuando llegó Aurora...
     - ¡Dios. Qué cara, hija mía!
     - Ya estoy bien, Marina. Sólo necesito un vaso de agua.
     - ¿No me digas que te asaltaron?
     - Algo así.
     - Espera. Te voy a traer agua con azúcar.
     ........................................................................

     - Ahora cuéntame, huachita: ¿qué pasó?
     - Fue la Eugenia... Yo venía caminando como siempre, por Matucana,
  cuando sentí unos pasos tras de mí. Comencé a sudar; de ese sudor




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  helado que te pone el cuello rígido y parece que no pudieras voltear la
  cabeza .
      - ¡Pero habla luego, niña, que estoy metía!
      - Creí que alguien me asaltaría, tomé fuertemente mi cartera y
  pensé en Dios.
      - ¿Y?
      - Cuando llegué a Tattersal, cerca del quiosco de don Nano... en ese
  lugar medio escondido, no sé si recuerdas, que tiene unos muros muy
  altos y forma una especie de ángulo invertido...
      - ¡Habla mujer, que me vai a matar!
      - Alguien me tomó del pelo y me tiró la nuca hacia atrás. Era la
  Eugenia. Puso una cuchilla en mi mejilla y me amenazó...
      - ¿Qué te dijo esa perra?
      - Que me iba a...
      - Tranquila huachita, si necesitas un trago o algo, tengo una botella
  de pisco escondía del Lucho.
      - Me aseguró que me iba a cortar la cara hasta desfigurarme.
      - ¡Que el diablo se la lleve! Dame tu mano. Estás temblando.
      - Ya estoy mejor...
      - ¿Y cómo es que no te pasó nada?
      - Cuando me tenía así...ella tenía los ojos brillantes, como de odio.
  Justo en ese momento llegó el Chincol, quien le quitó el cuchillo y la
  sujetó por el cuello:
      - Mira hueona. Yo voy a ser bueno con vos y no te voy a rajar la
  cara, pero sí la cabeza. Dime donde te queda mejor la partiura: al lado,
  al medio o si querís lo hacimos atravesá!
      - ¡Por favor...Chincolito, te rejuro que no vuelvo a...!
      - Te perdono esta vez, pero cacha la onda: si volvís a tocarla, entre
  el Gato y yo te desaparecimos. ¿ Entendiste?
      - Sí, sí , sí...te lo juro.
      - Ya, ándate rápido mierda, antes que me arrepienta.
      ........................................................................

     - De la que te salvaste, Aurorita.
     - Me salvaron. Deguelta e mano- dijo el Chincol - cuando se
  despidió.
     - Aquí mijita, quien no tiene amigos está jodío.
     - Yo estoy jodía de todos modos, Marina.
     - Lo dices por ese hijo de put...de don Bastián.
     - No hables así, mujer. No es para tanto.
     - ¿Y cómo quieres que lo trate? Te tomó como mujer y ahora te
  larga.
     - Eso no tenía futuro. Lo que ahora me preocupa es el poco trabajo
  que tengo.
     - Deja de preocuparte. El Lalo y yo somos tu familia.
     - Les debo tanto.
     - Nada de eso. Tómese el agüita, que ya cambiarán las cosas.




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




      Marina y Lalo idiotizados frente al televisor, apenas reparan en el
  rostro de Aurora que parece haberse marchado a la ciudad de Puerto
  Varas; navegando en las aguas del lago Llanquihue, con la piel fragante
  de oxígeno, húmeda de lluvias. Su actitud meditabunda parece un grito
  de auxilio reprimido entre los dientes.
      - Mira vieja...
      - ¿Qué cosa viejo?
      - La Aurorita: anda como ida, no sé.
      - Vos hablái puras burrás, Lalo.
      - ¿Más harina tostá, mija?
      - No, gracias - respondió la joven- mientras rascaba su pierna
  envuelta en un gastado pantalón de cotelé. La camisa escocesa que le
  ceñía el talle estaba algo sucia en las mangas.
      - Aurorita: ¿Quieres que te lave la ropa?
      - Gracias, pero no tengo como pagarte el trabajo.
      - De vez en cuando me compras un jabón o un desodorante. ¿Qué
  dices?
      - Te respondo otro día.
      - Otro día, otro día ....y ahora.
      - Es verdad, sita. Hay que vivir el momento tamién.
      Yo supe de eso, Lalo. Supe vivir el momento y disfrutar de la vida.
  Pude renovar mi mobiliario, mi guardarropa, cambiar aquel Suzuki
  miserable por un BMW. Todo con mis clases en la universidad y mis
  particulares. Eso causaba buena impresión en la gente que acudía a mi
  casa. Que no se trataba de cualquiera; sino de gente de importancia,
  como siempre.
      - Gente de importancia, como siempre...
      - ¿Qué dices chiquilla?
      - Nada... Estaba pensando en voz alta.
      - Mira la tele, Lalo. No terminamos julio y ya estamos con el agua
  hasta el cogote.
      - Pura curpa e las autoridaes.
      - Es la miseria viejo.
      - ¡ Mira a ese gallo con el agua hasta la rodilla. Pobres cabros
  chicos...!
      - No te riai ná vieja, que si sigue lloviendo; mañana los van a
  hospedare en arguna escuela.
      - A propósito sita; ¿qué opina usté, del rebalsamiento este del agua?
      - Es simple. Simple estupidez.
      - ¡Qué diablos pasa afuera!
      - ¡Escuchen!: arrímense a la ventana.
      - El Gato y el Chincol están peleando con Madamme Miseria.
      - ¡Ya se me acabó la paciencia desgraciaos. Todas las noches lo
  mismo: corriendo por los techos pa arrancar de los pacos. Después se
  tiran por la muralla de atrás que me la tienen toa desastillá y manchá
  con sangre y ná que la arreglan. Estoy esperando hace meses la paga




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  extra que prometieron por la gauchá con los tiras y el Gato roba que te
  roba y yo sin agarrar ni uno. Así que tendrán que decidire, si no hay
  plata tendrán que darme la chaqueta de cuero o las gargantillas!

      -   ¡Chutas que está enojá la eñora!
      -   El Gato va a tener que aflojar pus Lucho, esta vieja es cosa seria.
      -   Ni tanto.
      -   ¿Te sirvo un agüita perra, Aurorita?
      -   No gracias.

     - Doña Napo...no sea mala leche, mire: mañana sin farta nos
  ponimos al día.
     - ¡Más te vale que sea ahora infeliz!
     - ¡ La vieja está armá, compadre!


      - Mira, Lucho, ahora los dos están cuchicheando.
      - Algo trama ese parcito...

      -   Pásame la quisca, Chincol...
      -    No se eche a la vieja, compadre.
      -   ¡Paren el hueveo y aflojen ahora!
      -   Está bien...tranquila Doña.

     - ¡Mira lo que le entrega viejo...!
     - ¡No corrái tanto la cortina pus Marina, que te va a caer la rocha!
     - Puras joyas : ¡ cacha el medio reloj!.......el Chincol, se hace el
  leso....mira donde guarda las joyas...¡ la embarró!
     - Espérate que esta vieja es capaz de empelotarlos.
     - Me voy a mi pieza, Marina.
     - Ahora no mija, está mala la cosa allá fuera.
     - ¡Y qué puede pasarme, a ver!
     - ¡Chitas que estai chora! No vaya a ser cosa, que esta vida te
  cambie demasiado.
     - ¿ A mi? ¡Déjate de bromas!
     - Ojalá, chiquilla. Ojalá fueran bromas.

     - ¡Aurora, cariño. Qué sorpresa verte!
     - ¿Cómo estás, Bastián?
     - No tan mal como tú. A juzgar por ese aspecto mujer. Pareces venir
  de la guerra .
     - Mi pieza se inundó. Lo primero que pensé, fue venir a molestarte...
     - No hables de molestarme, ¿somos amigos no?
     - Supongo que sí.
     - Conversaremos luego. Mandaré pedir el té y alguna ropa seca.
     - No es necesario que te molestes.
     - ¿Cómo no, mujer? Vas a agarrar una neumonía.




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      ........................................................................

      - Ten... ¿Ahora estás mejor?
      - Sí.
      - Estás tosiendo mucho. Voy a llamar a mi médico.
      - No, por Dios. Mañana todo volverá a la normalidad.
      - ¿A qué llamas normalidad?
      - Es mi vida Bastián, deja los sermones. Aparte que no te sienta.
      - Es que has cambiado tanto, amor.
      - ¿Lo dices por mi ropa?
      - No sólo eso. Realmente da lástima verte. Si hasta la mirada se te
  ha endurecido.
      - Tú en cambio, no lo reflejas en la mirada.
      - ¿Qué quieres decir?
      - Eres más rudo que yo, pero disimulas bien.
      - ¿Fue mi ausencia, verdad? ¿Te hizo daño?
      - Tú y yo no tenemos compromisos. Es mejor así.
      - Si supieras, linda.
      - ¿Si supiera qué?
      - Lo ocupado que he estado.
      - No vine a discutir eso. ¿Puedo quedarme en la habitación de
  servicio por hoy?
      - Mejor en el cuarto de huéspedes. Mandaré preparar todo.
      - Espera un momento: el maldito teléfono.
      Compadre. Sí, todo listo. Esta misma noche nos vemos las caras.
  ¿Qué le parece en Las Vegas? Bien, ahí estaré.
      “Qué extraño. Será un Nigth Club Las Vegas”
      - Aurorita, tendré que ausentarme, pero mañana vuelvo sin falta. Te
  dejo en compañía de Cata, mi nana... se encargará de todo, tus
  necesidades, en fin. Ella responderá mis recados y contestará el
  teléfono. Tú pide lo que quieras y quedas en tu casa. O.K.
      - O.K.
      - Te agradezco, Bastián.
      - Nada de gratitud. Me honra tu presencia.

      Este no es mi hogar y jamás lo será Mi hogar está tan lejos como la
  punta de mi nariz Aquella que se inmiscuye en casa ajena sólo porque
  las circunstancias lo vuelven a uno impertinente Debiste escucharme
  antes de marcharte Bastián Tenía tantas cosas qué contarte Aquellos
  plazos de los que me habló el abogado Los barrotes fríos de una celda
  lejana que me tienen perpleja Si pudieras ayudarme y devolverme la
  tranquilidad    que mencionó aquel abogado que poco sabe de
  sufrimientos de soledad de usureros que te roban la noche y gran parte
  de tu vida Porque yo no estoy loca exactamente aunque desearía
  estarlo y así tener una clara distorsión de la realidad como dijo el
  psiquiatra explicándome mi caso mientras mi madre esperaba afuera
  con cara de asco como si yo fuera un error en su vida Comprendo




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  madre comprendo y es mejor así Voy a alejarme de ustedes por un
  tiempo Nadie sabrá de mi existencia Nadie podrá recriminarme Sé
  exactamente cuál es el lugar en donde debo estar Tal vez allí encuentre
  algo de sosiego Sí Sosiego No es posible hablar de paz en ciertas
  circunstancias Verdad Bastián que no es posible hablar de paz cuando
  uno va por la vida en medio de esta penumbra que en realidad son
  nubes que pasan y no me permiten apreciar el contorno de los ojos de
  aquel niño que me mira con amor de hijo a través de sus felices juegos
  infantiles que me han hecho pensar que Dios existe a pesar de todo A
  pesar de los plazos que mencionó el abogado que me pedía sensatez
  frente a mis decisiones Traductora de inglés La niña al fin se tituló
  Ahora tendrá una vida apacible Una vida plena de sosiego me digo a mí
  misma mientras el peso de la conciencia me pisotea Ahora sólo tengo
  una carrera de segundos sobre la giba de mi espalda que pronto se hará
  notoria y todos verán tu carga Todos verán que estás sufriendo hija
  Debes disimular Eres una mujer de familia no cualquier niñita con
  segundo medio. Tienes la obligación de mantener tu imagen Tienes una
  familia a quién responder Debes hacerlo por ti Por quienes serán tus
  hijos a través de los años De todos los años...
      Bastián ¿A qué hora llegarás?....Cuando tú llegues sólo quedará mi
  ausencia....No debí venir....Últimamente he hecho cosas que no logro
  comprender...que ni Dios comprendería...como estar soñando una
  pesadilla que se niega a abandonarme...

      - ¡ Maldita sea. Aquella mañana tenía la ilusión de verte y cuando
  llegué     al    departamento      ya     no    estabas.   Desapareciste
  simplemente...como una ladrona!
      - ¿Perdiste alguna de tus cosas, Bastián?
      - Por favor, no seas cínica. Lo cierto es que acudiste a mi, querías
  verme...
      - No era eso precisamente.
      - ¿Entonces qué?
      - La necesidad: ¿no has escuchado que tiene cara de hereje?
      - No he tenido el gusto de verle la cara.
      - Gracias a Dios.
      - Pero me buscaste.
      - Busqué refugio en tu casa, que es algo muy distinto.
      - ¿Quieres decir que no te intereso?
      - Fui yo quién dejó de interesarte primero, Bastián.
      - Aquello de los plantones...puedo explicarte.
      - Explicarme qué: que me botaste como una mercancía vieja,
  pidiéndome una y otra vez que acudiera aquí y allá para luego no
  presentarte. Sin duda fui la peor imbécil que hayas conocido.
      - Sé que es difícil comprender, pero tuve motivos para fallar...
      - ¿Tu famoso compadre?
      - ¿Qué diablos quieres decir?
      - No he dicho nada. Tal vez tú tengas algo que decirme...




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     - ¿Estás pensando que soy maricón?
     - Lunático diría yo...Debes pensar que en la variedad está el gusto.
     - ¿Y eso...?
     - Aquellas fotografías de mujeres repartidas por todas partes, las
  llamadas telefónicas, la extraña actitud de Cata, en fin, daba qué
  pensar.
     - Por favor escúchame: ni maricón ni mujeriego. Aquellas mujeres
  que viste en las fotos son sólo amigas.
     - ¿Amigas?
     - Son modelos. Tengo un conocido que tiene una Agencia.
     - ¿Tienes muchos conocidos?
     - Si tú supieras: en el espectáculo, en los tribunales, en el
  parlamento, la policía, la televisión, en fin.
     - Pero no eres del tipo dicharachero precisamente...
     - No es necesario, soy un hombre de mundo.
     - Y también un desgraciado.
     - Desde que te conozco Aurora: tal vez lo sea.
     - Está bien Bastián: dejemos esto aquí. Lamento haberme
  hospedado en tu casa. Fue un desatino. Puedes olvidarlo todo.
     - ¡Tú estás enferma. De seguro, debes estar mal de la cabeza para
  vivir entre chusma...!
     - Recuerde mi distinguido empresario que fue aquí, en este preciso
  lugar, en donde nos conocimos.
     - ¡Ya basta, Aurora! Sé que te hice daño, pero quisiera enmendar
  mis fallas...
     - ¿En qué hotel de Santiago me plantarás esta vez. Dime?
     - Sin plantones. Lo prometo.
     - ¿Y que tal si tu compadre interrumpe la cita?
     - Baja la voz Aurora.
     - ¿Qué sucede señor, no quiere que la chusma se entere de su vida?
     - No corresponde.
     - Para que sepas: el Nacho conoce muy bien tu intimidad.
     - Voy a hablar con ese huevón.
     - Tendrá que ser otro día. Mira que lo vi en un estado deplorable.
     - ¿Deplorable?
     - Drogado. Últimamente pasa drogado, y no es con marihuana
  precisamente, tampoco Neoprén. Acá conocemos bien la diferencia...No
  entiendo cómo tú lo tienes de júnior...¡francamente!.
     - ¿Qué pasa Bastián: enmudeciste.?
  - Mira Aurora, cuándo necesites algo, búscame. De verdad búscame.
  Pero no esperes que venga...Por favor.

     Los dolorosos pasos de Bastián ya habían desaparecido cuando
  apareció el niño...tal vez había estado toda una vida en el patio común
  del cité, pero sólo ahora reparaba en su presencia juguetona, en el
  pequeño cuerpecito rodeándose a sí mismo, escondiendo sin querer los
  botines andrajosos, la nariz mocosa y la panza distendida. Un mendrugo




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     Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur




  de carpa le servía de techo, sujeta al tendedero por unas calcetas
  estoicas.
     - ¡Juancho, anda onde on Nano y me traís azúcar!
     La voz de la madre era imperceptible, las bolitas danzaban entre sus
  piernas en una jugarreta de estrellas fugaces.
     - ¿Qué te dije cabro? La voz de la madre nuevamente a la carga y el
  niño continuaba rodeándose a si mismo en su universo diminuto.
     - ¡Si no obedecís, te las vai a ver...!
     - Una que sube y sube...por ahí...
     - Parece que andai buscando rosca cabrito.
     - ¡Toma la plata!
     - Una que va...
     - ¡Recibe la plata mierda!
     - Tovía no....
     - ¡Cómo que no infeliz, que no respetai a tu maire...Ya vai a ver!
     - ¡No, mamá.....no, mamita!
     - ¡La correa no...la correa no!
     - ¡Por favor, no me peguís....!
     - ¡Acaso no soy tu madre, desgraciao!
     - ¡Suelte al niño!
     - ¡Usté que se mete!
     - ¡Deje al niño o llamo a los pacos!
     - Atrévete a meterte pituca e mierda y vái a ver quién soy yo.
     Aurora , al ver como la desconocida se negaba a escucharla, en una
  acción poco común a su compostura tiró fuertemente la correa hasta
  quitársela y arrojó tres latigazos sobre la espalda de la mujer.
     - ¡Maldita perra....Siente como duele, como le duele al niño!
     El niño intentó quitarle la correa en defensa de su madre, pero
  Aurora continuó en lo suyo con el rostro inyectado de ira, hasta que
  consiguió el Perdón que tanto quería escuchar.
     Estaba irreconocible: con las pantyes corridas por el esfuerzo, la
  delgada chaleca a punto de abandonarle los brazos, mientras un
  notorio surco de rimel negro dividía sus mejillas. Sólo entonces se
  percató de la presencia del público habitual.
     Marina la observaba con ojos desorbitados, como si la viera por
  primera vez.

      ¿Qué pasará con la Aurora, viejo? Ha cambiado tanto desde que
  llegó. Se ha vuelto chora, amatoná. Es como si de a poco fuera
  perdiendo la vergüenza. Imagínate que anoche; cuando le llevé las
  cosas ni siquiera me vio. Podría haber entrado cualquiera, le daba lo
  mismo. Se estaba peinando como una dama antigua que vive en
  palacio, pero ¡con una ropa! que daba pena . Le dije- huachita, querís ir
  a ver tele con nosotros- y apenas respondió. Me miró de reojo como
  para alejarme. Y siguió peinándose con esos aires que no le conocía. Es
  como si tuviera doble personalidad. Será que tanta soledad, la está
  enfermando a la pobre. En todo este tiempo, aparte de don Bastián




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  que la tiene pa la patá y el combo, no se la ha visto con nadie. Cuando
  viene ese caballero a dejarle trabajo, ella lo mira como pidiendo perdón.
  ¿Será que su vida es una total complicación? ¿O estará volviéndose loca
  como dicen las vecinas? Mira que obsesionarse por teñirse el pelo y
  andar pensando en voz alta. Siento pena por ella; sobretodo cuando
  vuelve del centro. Las pocas veces que sale de día, llega tan alterada
  que ni saluda ¿Será el ajetreo, digo yo? Ahora; la que agarró de salir
  de noche, Las vecinas hablan como víboras diciendo lo peor...

     - Pinta de patín no tiene, vieja.
     - ¡Claro que no, pus Lalo! Además si así fuera, no estaría aquí... es
  tan bonita.
     - ¿Y qué creís tú que hace en la noche?
     - El Chincol dice que camina y camina de aquí para allá. Fuera de eso
  no sé.
     - Harto rara tu amiga, vieja, harto rara...

      Santiago es un demente que corre sin sosiego. El centro es un gran
  nicho de cemento, profanado por el smog y el tráfico infernal de autos y
  microbuses que transgreden la velocidad máxima permitida,
  compitiendo por pasajeros. Las calles atestadas de gente son testigo
  mudo de la ausencia de alegría, de las almas carcomidas por la
  nada...Todo rápido, agitado. Un hombre manco toca la flauta con la
  ayuda de un improvisado atril; su añeja balada, cabalga sobre unas
  cumbias encabritantes interpretada por unos jóvenes que parecen
  disfrutarlas. Más allá; una mujer de unos cuarenta pide limosna con un
  niño prestado entre los brazos. Un tango ofendido por un acordeón,
  presencia el tambaleo de un borracho, el caminar agitado de muchos
  oficinistas que parecen uniformados con sus trajecitos y sus sonrisas
  moribundas, como la de aquel obrero, como la de aquellos vendedores
  de intangibles que se sientan sudorosos en una banqueta a degustar su
  misérrima colación, mientras observan impasibles a un degenerado
  manoseando a una jovencita de minifalda azul. Un tipo de terno y
  corbata, ensordece su celular para jactarse públicamente de sus
  negocios. En un rincón; una pareja de ancianos se abrazan apenas. En
  Moneda con Ahumada; un minusválido lleva mucho tiempo esperando
  que alguien lo ayude a subir la escalera. Un ciego camina junto a su
  bastón, temeroso de las patadas y codazos que propinan algunos a la
  salida de las grandes tiendas. Un grupo de vendedores ambulantes huye
  de carabineros por no tener patente municipal, mientras una potente
  voz anuncia en nombre de Dios: “De verdad os digo, que difícilmente
  entrará un rico en el reino de los cielos”... en tanto, la eterna
  muchedumbre continúa su paseo, vestida de negro , gris, azul y blanco.
       La soledad de siempre los acompaña; nos acompaña a todos: junto
  al grito de auxilio tras un asalto, el robo de una cartera, la cadena de
  oro cortada en el acto por la mano entrenada del punga...La impotencia
  llega y parece irse al instante, al igual que la viejecita que sube al




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  microbús, luchando contra el temblor de sus manos que la sostienen de
  la barandilla, mientras los demás pasajeros la ignoran...Es que Santiago
  es un narciso incompasivo que juega a vender felicidad, con aquellos
  anuncios fraudulentos que se publican en los periódicos, ofreciendo
  grandes sueldos a vendedores de imposibles y a prostitutas disfrazadas
  de azafatas o modelos de Nigth Club International.
      Seis millones de habitantes en Santiago, casi tres cuartos de Chile
  entre el bamboleo de un tumulto que se extingue bajo la luna, para
  liberar el paso de quienes concurren al Paseo Ahumada, engalanado de
  travestis, traficantes y prostitutas que aparece mágicamente como un
  zoológico humano que brilla bajo los faroles. Es el momento de ellos:
  los burlados, los burladores, los marginados de Dios y de los hombres.
       Aurora camina durante horas por el centro de Santiago después de
  la medianoche. El Chincol y el Gato son sus mejores aliados. Ella
  detesta el ajetreo bajo el sol, la irritación hidrocarbúrica de sus ojos
  cuando el smog la invade como un cáncer. Ella prefiere la desnudez de
  las avenidas, la complicidad distante de quien no la conoce, el grito de
  alguna estrella perdida tras el ozono, justificando una existencia falsa.

     - Debes cuidarte huachita. Esos paseos nocturnos, me están
  preocupando. Yo te puedo prestar al Lalo para que te acompañe...
     - No es necesario mujer. Lo único que quiero es caminar.
     - ¿Y porqué de noche?
     - Prefiero la oscuridad.
     - ¿De qué estai escapando, huachita?
     - De mí misma, supongo.
     - Escúchame bien: te he visto amanecer con los ojos hinchados y sin
  ganas de comer. Algo grave te pasa y no quieres contarlo. No puedes
  seguir así, tragándote la vida...
     - La policía me busca...
     - ¿Por qué, mija?
     - Giro doloso de cheques.
     - ¿Y eso que diablo es?
     - Se trata de los plazos esos...
     - ¿Qué plazos?
     - ¿No has escuchado aquello?
     - ¿Qué cosa?
     - Los plazos...
     - Aurorita, tienes mala cara. Si quieres seguimos conversando
  después.
     - Debo ser razonable. No lo he sido, no he sido razonable. Vine a
  este basurero buscando un escondite... Ningún policía me buscaría
  acá...nadie sospecharía...
     - Debes calmarte o vas a parar al manicomio.
     - El psiquiatra me habló de neurosis de angustia.
     - O sea que estás enferma.
     - Las deudas me tienen enferma.




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     - Quisiera ayudarte.
     - Me has ayudado, mucho más que mi familia.
     - ¿Tienes familia?
     - En Puerto Varas.
     - ¿Eres casada ?
     - Separada de hecho.
     - ¡Ave María purísima!
     - Mi madre y una hermana soltera se fueron a vivir conmigo, para
  ayudarme a criar a mi hijo. Yo no estaba en condiciones. Los usureros
  comenzaron a perseguirme y tuve que renunciar al trabajo, en fin. Mi
  hermana se encargó del pequeño...
     - ¿Qué edad tiene tu hijo?
     - Dos años.
     - ¿El de la fotito?
     -Sí- respondió apenas y calló por muchas horas.


      El infierno, la serpiente... Adán y Eva, El Creador...Buscaba culpables
  como poseída por una extraña afección. ¿Seré yo misma?... A ratos
  ansiaba serenarse como el mejor de los yogis, pero algo le decía que
  todos sus malditos chacras, debían confinarse a la pasión más desatada
  para al fin encontrar un fulminante desenlace... Quería morir y vivir a la
  vez, y esa contradicción le envenenaba la sangre como la serpiente al
  paraíso... Creer en Dios y esperar milagrosamente que no se cumplan
  los plazos era algo muy estúpido...Volver a casa, pedir perdón a todos y
  esperar serenamente que hable la justicia de los hombres, era tal vez
  lo más sensato... Pero ¿cómo enfrentar la situación con sensatez,
  cuando el pavor al encierro simplemente la paralizaba? Pensó en su
  hijo...en su ex marido bailando animadamente con su nueva amante,
  pensó en su padre muerto, en su madre, incluso en los amigos de sus
  padres, pensó en su hermana y una hebra de compasión le hilvanó el
  pensamiento que estaba a punto de cortarse y caer al precipicio... Debí
  saberlo, debí sospecharlo: cada compra que hice, cada invitación, cada
  cena suntuosa, cada esfuerzo por presumir un nivel que no poseía, una
  situación que no me pertenecía , constituyó la lucha de toda una vida...

     Todo este tiempo huyendo sólo por deudas... ¿Puedes entenderlo,
  Bastián? Es realmente estúpido... Pero ya sé, no soy la única y hay
  quienes lo han enfrentado de mejor forma... Es más, alguien podría
  burlarse de mi situación: ¿Verdad Bastián, que alguien podría burlarse
  de mí?... Pero ¿Qué pasa amorcito? es la primera que vez que extraño
  tu elocuencia... ¿Qué no sea cínica?... ¿Quién ha sido cínico en
  realidad?... ¿Qué te perdone?... ¿Tú crees que se trata de perdonar?.

     Después que Marina supo lo mío, me aconsejó que acudiera a tu
  despacho y te lo contara todo. ¿Recuerdas?
     - Un momento por favor, el señor Cerutti se encuentra en reunión.




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            Por favor, dígale que es urgente.
      -

     ¿Lo recuerdas verdad? ¿Qué te ocurre? ¿Estás arrepentido? No pensé
  que en tu corazón hubiera lugar para el arrepentimiento...¿Qué me
  calme dices ? pero amor, jamás he estado más calmada en mi vida. Es
  tan nítido aquel momento que me parece ahora...¿Que te perdone
  dices?... Recuérdalo nuevamente:
     - Perdón por interrumpirte, Bastián. Se trata de algo urgente.
     - Espero que así sea, pues despaché a mis clientes.
     -Estoy arruinada.
     -¿Cuánto debes...?
     - Cuarenta millones.
     - ¡Pero mujer por Dios. Qué son cuarenta millones!
     ........................................................................

     - ¡Por favor, Bastián, deja de reír !... ¡deja de reír!...
     - Oye, no te enojes, linda. No es para tanto ¿Qué deseas olvidarlo?...
  ¿Qué te arrepientes de haberte burlado?... ¡Sí. es cierto, me ofreciste
  ayuda; pagarme la deuda y seguir riendo a mis expensas!... ¿Que no
  me comprendes?, ¿Que nadie me comprende?... ¿Y la dignidad qué? es
  todo lo que tengo...¿Que me case contigo? ¡Vaya solución!, con un
  proceso de nulidad pendiente... ¡Pero claro!: tus abogados pueden
  arreglarlo todo... ¿Que sea tu conviviente? Y lo pides así, sabiendo que
  estoy hipotecada... ¿Que lo solucionas? es decir, me prostituyo y
  punto... ¡Claro, todos dicen que no importa. Después que tienes la plata
  nadie te pregunta de donde la sacaste!... pero sabes, si he logrado
  sobrevivir sin ti, seguro puedo hacerlo el resto de mi vida.




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      Se llama Nataly López, hija de Juana y el Chicharrón, acostumbra a
  lucir sus quince años con jeans y poleras ceñidas. Por momentos
  parece vampiresa caminando entre pabellones, otras veces se la
  encuentra lavando ropa en el patio central, mientras cuida a sus
  hermanos menores.
      Aurora la observa compasivamente desde la ventana, sin reparar en
  la profunda envidia que la joven le tiene, sino más bien pensando en su
  antigua vida, cuando aquellos sentimientos la asediaban continuamente.
  Por eso, cuando Bastián se marchó la última vez y Nataly López se
  paseó delante suyo, ofrendándole el trasero en la danza ondulante de
  sus nalgas, para obtener de respuesta un simple “buenas tardes”,
  Aurora sintió gran compasión... compasión que venció las barreras de
  los muros para adentrarse en los rayados que solían cubrirlos y luego
  dejarse caer sobre el asfalto ligoso de los pasadizos, unidos entre sí por
  canaletas oxidadas que suelen confluir en los resumideros comunes, en
  donde la mierda se baña desnuda, vomitando su podredumbre en el
  corazón mismo de la pobreza... de toda la pobreza ; la ajena y la
  propia, aquella que Aurora fugazmente olvidó para contemplar a la
  joven y reparar en sus manos amoratadas, fregando la suciedad de los
  suyos con el desvelo inmaculado de una madre; una madre sin hijos,
  como ella, que sólo se limita a observar por la ventana...

     - Hola ricurita: ¿Por qué no deja la fregaura pa otro día y me
  acompaña a una cervecita?
     - Por qué no mejor, Chincol, invitái a Madamme Miseria.
     - ¡Schisst. Tanto que te hacís de rogar. Vos creís que acá adentro vai
  a encontrare argo gueno pa casarte. No pus, vai a tenerte que
  conformar con uno de los otros. Además ningún jetón de guena familia
  se casa con mujeres como vos.
     - ¿Por qué no. Tengo segundo medio?
     - ¿Y eso qué. Acaso uno puede negare de donde viene?
     - Tú siempre insistís en lo mismo.
     - Si yo te quiero pus huachita. Te puedo ofrecer argo gueno.
     - Algo robao será.
     - Hay otros que roban de otra manera, lo mío es más real.
     - Real será andar too el día arrancando de los pacos.
     - ¿Pero y? ¿Me la gano o no? Si tú querís te regalo una chaqueta de
  cuero o arguna otra cosita.
     - ¿Por qué no te virai?
     - ¿Y si no quiero, Ah?
     ........................................................................
     - ¡Deja de molestare a la Nataly o te las vai a vértelas conmigo,
  Chincol !
     - ¡Schisst, mansa hueá...si fui yo mismo el que te leyó la cartilla!
     - ¡Andate, Eugenia o el Chincol te va a...!- Interrumpió Nataly-
  nerviosamente.




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    - ¿A mí no me tendrá respeto pero y al Nacho?
    - ¿Qué me va a hacerme el Nacho, a ver?
    - Acuérdate que él tiene contactos.
    - Será por las movías que tiene con don Bastián.
    - Más bien por los contactos.
    - No te dije Nataly. En este mundo hay gente mala que pasa botá.
    - ¿ A quien Te referís Chincol, al Nacho o a don Bastián?
    - Hablo de Tarzán no de los monos.
    - ¡Cállate pus Chincol, no vaya a escuchar la Aurora!
    - Vos empezaste pus Eugenia, así que callao el loro y no se hable
  más.

     Ella estaba pensativa. No podía creer que Bastián fuera un mal tipo.
  Si bien era inestable en el amor, era sin duda un hombre de trabajo.
  Aquellos comentarios eran producto de la envidia característica del
  lugar. Tal vez Bastián tenía razón; era preciso olvidar todos los malos
  entendidos y formar juntos un nuevo hogar. Así enterraría para siempre
  el pasado, en la bóveda de su memoria. Pero entonces sería inmoral,
  más inmoral que hasta ahora: ¿Podría despertar por las mañanas junto
  a ese hombre y olvidar el olor de su ex marido, la sonrisa transparente
  de su hijo, la palabra mamá?

      Pensó en Puerto Varas, recordó los escasos momentos en que la
  lucidez parecía habitarla, la dicha que sentía antes de ser acosada por
  aquellos cuestionamientos, que la hacían odiar su hogar de clase media,
  sus botas de cuero gastadas, el sonido mecánico de su auto viejo e
  incluso aquellas amistades que le preguntaban : ¿ el vestido de esta
  noche es el mismo de navidad? ...aquello era un agravio para quién
  sentía que su destino era brillar. Al fin y al cabo, su madre la preparó
  para eso desde pequeña. Por tal motivo, casarse con un simple maestro
  de escuela fue una decisión repudiada por su familia : ¿Por qué no
  mejor con un ingeniero, un médico o un empresario? No. tenía que ser
  con un simple maestro de escuela, de apellido García y sin más
  ambición que enseñar a leer a un niño...

      Si no les hubiera escuchado, se gritaba en silencio tragándose las
  sílabas. Si no les hubiera escuchado no estaría aquí, pero fui débil...tan
  débil.

      No podría explicarte claramente, Marina, cómo llegué a esta
  situación, pero recuerdo muy bien cómo empezó: en algún momento
  viví con cierto relajo, comencé a gastar y gastar. Salía mucho, al
  extremo que las fiestas e invitaciones se convirtieron en rutina.

     Poco a poco este modo de vida me fue sobrepasando, ante la
  imposibilidad de crédito bancario confié en los usureros...Mis deudas
  crecieron tanto y no pude controlarlas, con las ganancias en el casino...




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      - ¿Te metiste en el juego, Aurorita?
      - Empezó como una entretención, después se convirtió en un vicio.
      - Debe ser difícil no tentarse con plata en la mano.
      - Una vez que ganas, quieres más. Juras que la próxima te salvará
  los intereses, pero no es así...te hundes más y más.
      - ¿Y tu ex marido, qué decía?
      - Mientras estaba en casa, discutíamos mucho.
      - ¿Mientras estaba en casa?
      - Se fue con otra: una amiga que nos visitaba.
      - ¡ Ave María!
      - Lo enloqueció, con aquellos escotes y esas caricias bajo la mesa...
      - ¡Pero si los hombres hijita por Dios, tienen el cerebro entremedio e
  las piernas!
      - Yo lo tuve en el bolsillo.
      - Pero deja de darle y darle, que vas a morir.
      - Ya lo estoy.
      - ¡Por qué dices eso!
      - Estoy desaparecida...Para muchas personas dejé de existir..
      - ¿Pero tienes un nombre y un apellido?
      - Que no es el mío.
      - ¿Y, cómo te llamas?
      - Por ahora, prefiero no decirlo...

      El llanto de Eugenia rompió el silencio de los pasadizos refractarios a
  la luz. Fue casi un aullido de lobo que sacó a todos de su letargo,
  mientras el Lalo, consolaba a la desesperada...
      Que el Nacho se ausentara tres días, no era cosa rara ...pero que
  vinieran así; con cuentos, a decirle que lo habían visto reventáo,
  peleando con unos pandilleros que se lo querían echar...eso era otra
  cosa.
      Mire que tanto decirle y decirle; que cuidara el trabajo con don
  Bastián, que los estaba ayudando a salir de la miseria, para venir a caer
  tan bajo.
      Ahora, seguro no estaba haciéndole a los mandaos y ese don
  Bastián, que no se anda con rodeos, lo va a poner de patitas en la
  calle...¿Qué va a ser de mi y de mis hijos. Dígame Lalito...? -
  preguntaba Eugenia- para reanudar el llanto escandaloso, que
  empezaba a reunir espectadores.
      Esta vez el Nacho había llegado más lejos que otras veces...No había
  nada en la casa para comer...Los cabros chicos estaban con la Lucha y
  del perla ni señas...Alguien tenía que hacer algo.




                  © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net               36
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Frenético sosiego

  • 1. Cyber LETRAS - Novelas Roxana Heise Venthur Frenético sosiego Novela Edición electrónica en: Cyber LETRAS Julio 2002 Madrid(España) http://www.cyberletras.net Registro Propiedad Intelectual - Nº 124.584
  • 2. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Yo, exiliado de mí mismo, clamo por amnistía al tribunal supremo que procesa esta causa. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 2
  • 3. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur La palabra mentira le zumbaba al oído perturbando sus pasos, desgranando sus letras sílaba tras sílaba, cuadra tras cuadra. Como un grito baldío en su interior o una huella chillona sobre el asfalto reseco, la palabra mentira era una forma de guarecerse ante la imagen de Bastián derrotado sobre aquel lecho; gélido y transparente como sus sueños. Al principio pensó que era una broma macabra que acabaría con el impulsivo beso que le propinó en la boca, el mismo que la dejó temblando en medio de una crisis nerviosa, mientras aquel cuerpo semidesnudo se doblegaba a las caricias de las sábanas de lino, que débilmente ondulaban al ritmo de la brisa que trampeaba la ventana. Cerró el departamento casi sin percatarse. Bajó corriendo las escaleras ante la demora del ascensor y evitó toda suerte de comentarios con el portero. Una vez en la calle caminó por Avenida Irarrázabal hacia el poniente, doblando en Vicuña Mackenna, para continuar a través de la Avenida Bernardo O´Higgins hasta llegar a Estación Central: calle Matucana 305 A, y un gesto de alivio le acarició el rostro. Abrió torpemente la puerta de su habitación y una vez adentro; semitendida en la cama pudo al fin llorar. Ya no reparaba en el altísimo y descolorido cielo raso, ni en las paredes desvencijadas, menos aún, en aquel destrozado póster de Julio Iglesias que la miraba con un dejo de burla. Se quitó los zapatos, para aliviar la contusa planta de los pies. Como pudo, cogió un derby ligth de la cajetilla que estaba en el suelo, indiferente a la rata que con paciencia la observaba desde un rincón. Eran las 14 horas. A las 8 horas había tomado el microbús con destino a Ñuñoa, con la refrescante alegría de una adolescente y aquel desenlace... sus sollozos ahogados parecían extinguirse entre bocanadas de humo que se esparcían como las premonitorias palabras de Andrés: Debes olvidarte de Bastián, nada te espera junto a él. Pero ya no tenía sentido dejar que la culpa le jalara las espaldas como un niño malcriado, por lo que decidió serenarse, mirar el calendario que descansaba sobre el anémico velador. Hacía justo un año había llegado a Santiago. Fue el 15 de enero de 1995. Aurora Gutiérrez, inmutable como el olvido, recibía instrucciones de Napomucema Pérez, la arrendadora del cité, mientras un séquito de chismosas la seguía desde las ventanas de sus habitaciones, que formaban en conjunto una especie de herradura en torno al patio común, lugar en el que la veterana solía recibir a los nuevos inquilinos, sin más formalidad que una instrucción verbal. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 3
  • 4. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - Este es el baño. Tiene ducha de agua fría. En caso de emergencia puede usar el pozo negro del patio trasero. Como pude ver: tenemos varios lavaderos de ropa; traiga su detergente y vigile la cuelga ¡ mire que hay gentes de malas costumbres! Otra cosa: por 800 pesos le doy almuerzo y desayuno. No será filete pero es buena comida. - ¿Y el planchado?- preguntó Aurora con voz lívida. - En su pieza, no más. Usted verá como se las arregla. - Aquí tiene las llaves. Ojalá que se acostumbre. - Eso espero, señora. En su habitación, la joven trabajaba en algunas traducciones de inglés, que le hacía llegar una pariente cercana por medio del conserje de su edificio. La lluvia que afuera se hacía copiosa, comenzaba a gotear sobre su percha tambaleante; mojando para siempre su abrigo Pierre Cardín y condenando a la vejez aquel traje comprado en J.C. Peney, en su anterior viaje a Santiago. Algo desconcentrada; dejó los manuscritos y miró por la ventana cubierta de nylon. Pudo divisar apenas la figura de Juana, una de sus vecinas, quien junto al Chicharrón (su conviviente), luchaban contra el anegamiento; clavando la techumbre de su hogar con piedras y martillos, agarrándose apenas, como dos gatos negros sobre las zarzas mojadas. La cabellera oscura de la mujer le cubría medio rostro y sus ropas húmedas, delineaban con rudeza su prominente barriga. El Chicharrón no lo hacía mejor, era tanto el esfuerzo para sostener las planchas de zinc entremezcladas con tablones y neumáticos, que su pantalón se reventó, dejando al descubierto sus enormes nalgas, convirtiendo aquel triste episodio en el show de la tarde. Al lugar concurrió gran parte de los arrendatarios, entre ellos Marina, una mujer de unos 45 años, quien al avistar la silueta solitaria se acercó a la recién llegada: - Buenas tardes. Espero que su pieza no se esté goteando. - Estoy bien, no se preocupe- respondió parcamente la joven. - Le pregunto porque acá, cada cual se las arregla en lo suyo, ya que la arrendadora no está ni ahí... figúrese usted que le dicen Madamme Miseria. Esto es para callao no más, pues delante suyo le decimos doña Napo. Dicho comentario provocó la risa de Aurora quien la invitó a pasar, sin poner mayor atención a los siguientes comentarios de su vecina. - Acá verá usted que pasa de todo. Debe estar preparada... Vivo acá hace quince años; en el C12 con el Lalo, mi marido. Así le digo yo, aunque no estemos casados por la ley. - Entiendo. - En todo caso no vine a hablarle de mí, sino más bien, alertarla... © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 4
  • 5. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - ¿Alertarme? - Sobre esos rumores que andan por ahí. - ¿Qué clase de rumores? - Imagínese: cuando alguien llega por estos laos, la gente comienza a hablar... - Eso me tiene sin cuidado, señora. - Marina. Para servirla. - Señora Marina. Hay otras cosas de qué preocuparse, ¿no cree? - Tiene mucha razón. En todo caso; cualquier cosa que la molesten o algo, hable conmigo o con el Lalo. - Muchas gracias. - Nada de gracias. Cuando se le ofrezca no más. Era preciso tener amigos en aquel lugar. Agradecer las atenciones de Marina, quien solía llegar por las noches a su habitación, oliendo a pan amasado y té con canela. Ella y su pareja, vivían dignamente a diferencia del resto; su casa contaba con un par de habitaciones, cocina y baño con ducha incluida. La joven comenzó a frecuentarlos con un poco de timidez, que ellos mismos se encargaron de disipar, al extremo de solicitarles el baño durante las mañanas, para eludir la trifulca por ganarse un urinario. El hecho de tener amigos pertenecientes a la alta jerarquía del cité, la hacía merecedora del respeto de quienes tenían su propio modus operandi para conseguir justicia. Las normas eran las normas y aunque ella no pensaba meterse con nadie era preciso saber quienes vivían a su alrededor. Fue así como conoció al Gato; un tipo alto y rudo que lucía una cicatriz en su mejilla derecha, un aro en su oreja izquierda e impedía por su fama la entrada de la ley. El Gato era inseparable de su amigo el Chincol, quien pasaba silbando a la vida y haciendo vida social en compañía del Lalo, el Chicharrón y Nacho López, su vecino más próximo de cuyo temperamento se enteró una noche: Estaba durmiendo, cuando la vibración del tabique contiguo a los López la despertó. Al principio pensó que se trataba de un temblor, pero unos golpes de puño seguido de una quebradura de vasos escupidos por una ventana, le demostraron lo contrario. El hombre, que parecía estar poseído por el demonio, golpeaba a Eugenia, su mujer, quien chillaba como una loca. Como broche de oro los niños huyeron al patio pidiendo © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 5
  • 6. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur auxilio sin dejar de gritar: ¡ la quiere matar, la quiere matar!...La intervención oportuna del Lalo terminó la trifulca. Todo transcurría con tanta rapidez que hasta parecía no haber ocurrido. Algunos incidentes morían al empezar el día. Nacho López sabía de aquello -pensaba Aurora- mientras lo veía pasar románticamente acompañado de su esposa el día después. La ventana de nylon le proporcionaba una nueva visión: los cuerpos distorsionados parecían extraídos de un sueño. A juzgar por el embotamiento que sentía, aquel desconocido que conversaba con el Nacho, era como el producto de su propio desequilibrio. Marina le servía café, mientras despejaba de papeles el improvisado escritorio. - ¿Quién es el tipo de allá afuera? - ¿Lo dices por el mino que conversa con el Nacho? - Tiene un aire de policía de investigaciones o algo así. Marina se echó a reír: - ¡Un tira por estos lados. Si aquí ni Dios se atreve a entrar! Además no me imagino a un tira en un Mercedes Benz último modelo. - ¿Último modelo? - ¡No te digo! la Lucha (la mujer del Gato), me avisó en cuanto supo. Ahora mismo debe estar diciéndole a las solteras vaya una a saber... - De todos modos me extraña que un hombre como mi vecino comparta con un tipo así... - Lo que pasa es que el muy zorro quiere agarrar bueno. Resulta que ese señor es un empresario millonario al que le sirve de júnior. Fíjate los aires que se da... el muy huevón pensará que se le va a pegar el espíritu santo. Pero olvídate de eso. Traje pan con paté. Has perdido peso desde que llegaste. -¿ Gracias amiga? - Olvídalo, hija mía. Alcanza a mi casa si deseas ducharte. - Voy al tiro. Aurora se peinó ligeramente y cogió una muda de ropa. Cuando salió de su habitación, notó que ambos hombres continuaban conversando. Nacho alardeaba de su visitante, dándole frecuentes palmaditas en la espalda. Cuando hubo sorteado la mitad del trayecto, fue interrumpida: - ¡Sita Aurora, venga pa presentarle a un amigo! Ella intentó hacerse la desentendida ante la mirada sagaz del visitante. - Mucho gusto- dijo Bastián- y besó su mejilla. ¿No sabía, Ignacio, que tuviera una vecina tan bonita? - ¡Pa que vea don Bastián, aquí también tenimos calidad! Dicho comentario pareció no importunar a la recién llegada, quien se despidió como si nada. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 6
  • 7. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Trabajaba arduamente. Poco se la veía durante el día. Un señor mayor muy elegante, le llevaba altos de carpetas, que ella solía enviar de vuelta con el doble de páginas. Sobre una tarima relativamente ordenada que le servía de escritorio, compaginaba algunas hojas cuando llegó su amiga. - ¡Aurorita, mija! ¿Adivina qué?- Marina llevaba las manos ocultas en su respetable espalda. - ¡ Vamos mujer, no estoy para bromas! - ¡Mira qué flores tan lindas! - Ya se quién las envió. Llévatelas de aquí - ¿Pero por qué, chiquilla? - Simplemente no las quiero. - ¿Debe haber un motivo, supongo? - Nada personal. - ¿Entonces? - No quiero saber de hombres, mujer. - Estamos hablando de un medio mino, niña por Dios. - Pero un hombre al fin, Marina. - No se que chiflaura te agarró. Me llevo el ramo a mi casa; están harto bonitas las flores. Bastián no se rindió ante las negativas de Aurora. Si bien , evitó presentarse en el suburbio, siempre estuvo allí: en cada mensaje escrito relegado a cenizas, en las invitaciones al Teatro Municipal, en el auto que aguardaba en las afueras del cité...en cada palabra condenada al silencio. - Nacho, por favor. Dígale que ya no insista. - ¿Por qué no le dice usté, sita. Yo estoy caureao de decirle. No quiero quear mal con este caallero. Ahora mismo, le estoy haciéndole a los mandaos y quiere que le diga...el tipo tiene billete. Yo que usté no lo pensaría tanto. - Está bien, no quiero perjudicar su trabajo...dígale que venga. - Escúcheme Bastián: lo cité aquí, para decirle personalmente que no pierda su tiempo. - ¡Por favor, Aurora, déjame entrar y hablaremos con calma! - Le repito: pierde su tiempo. - No te haré daño, te lo prometo. - Mi respuesta es no. - Eres una mujer joven...¿estás viva o no? © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 7
  • 8. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Un insondable silencio de respuesta, dejó que sólo el aroma a Polo Ralph Lauren lograra atravesar la puerta a medio cerrar, que ella sostenía firmemente entre los brazos, para evitar tal vez, que él conociera la infame pobreza de su habitación. - Por favor, no insista. - Trata de comprender, esto es difícil para mí... - ¿Qué pasa señor?( se escuchó la voz de Juana) Hace rato que lo veo acá afuera. Yo tengo bebida helaita si quiere pase por el C2. Allá las chiquillas se alegran cuando llegan visitas. - No gracias, señora... - Aurora, por favor. - Qué puedo hacer para que comprenda... - Si sólo me dejaras explicarte... - Las explicaciones sobran... - No seas necia. - ¡Aurorita mija, ábrele al joven, que se está chamuscando al sol! - No tengo malas intenciones, te lo aseguro. - ¡Ábrele mujer por Dios, no te hagai de rogar tanto! - ¿Qué diablos pasa aquí? Es don Bastián, ¿Qué se creerá la Aurora? Dejen de pelare viejas. Yo podría ayudare, si me dejan. ¡Vos vay a ayudar viejo inútil! Cállate mejor será, ¡Puchas, Lalo, que no dejai escuchar a la chiquilla! ¡No reempujen desgraciaos! - ¡Déjenle este asunto al Gato! - Sita Aurora, soy yo; er Gato... No tenga mieo del hombre aquí presente. Es gente de confianza. - Me siento absurdo, por favor... - Está bien. Pasa. ........................................................................ - Me has humillado, Aurora. - En cierta medida, usted se lo buscó. Lo dejé entrar, sólo para evitar el alboroto de los vecinos. - ¿Sólo por eso? - No pensé que usted se empecinaría tanto. - Así soy, mujer. No acepto un no de respuesta. - Esta vez tendrá que aceptarlo. - Si no queda más remedio. En todo caso; toma mi tarjeta. Cuando necesites hablar con alguien, llámame. Quedaron de juntarse en El Pigmaleón; un pequeño restorant cercano al metro estación Providencia. Cuando Bastián llegó, todas las miradas fueron suyas. Él sonreía con naturalidad mientras algunos conocidos lo saludaban. Desde una mesa, su invitada, con la vista extraviada en el diseño del mantel, apenas reparaba en su presencia. Señor Cerutti, por favor, tenga la bondad... Atendimos a la señorita como ordenó, esperamos no haberlo decepcionado. - Eso está por verse. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 8
  • 9. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - ¿Me permite su ambo? - Tómalo y date prisa. Me traes cuanto antes la especialidad de la casa. - Con su permiso señor.. - ¡Vaya cambio, mujer; pareces otra! - Lo mismo pienso de ti. - ¿Por qué lo dices? - No eres el mismo que me rogó en el cité. - Rogar no es la palabra...Además ¿estás conmigo no? - Necesitaba distraerme Bastián, salir de la rutina. - Ni lo digas. Sufro de stress crónico. Cosas de negocios. - ¿En qué trabajas que sufres tanto? - ¿Que no sabes? Es que no lo creo. Si todo Chile lo sabe.. ¡Hey mozo! venga por favor. - Sí señor. - Dígale a esta bella extraterrestre quién soy: ¡presénteme, hombre! - Está bien señor. Señorita...señorita... - Aurora Gutiérrez, hombre: ¿acaso no la nombré por teléfono? - Disculpe, señor. - Nada de disculpe, que a la señorita no le gusta tu demora. Ve y preséntame. - Señorita Aurora Gutiérrez: tengo el privilegio de presentarle a uno de los empresarios más exitosos del país, fundador de Calzados Garbo, una de las mayores exportaciones .... - Ya hombre, te perdono. Puedes retirarte. - ¿Qué sucede Aurorita; algo te molestó? - Sería mejor que no molestes al mozo... - Para eso están mujer, no repares en detalles.. Pediré un cabernet sauvignon última cosecha. ¿Te gusta el vino? - En ocasiones. ........................................................................ - Un cigarrillo. - ¿De qué te ríes? - Nunca había tenido una cita así.. - Ni la vas a tener amor, Bastián Cerutti hay uno sólo. ........................................................................ - Eres un narciso. - Pero te gusto, no seas falsa, yo sé que te gusto. Sí... te estás riendo, si hasta se te desprendió un arete, has reído como una loca. Apuesto que te gustó el chiste del borracho...¿O fue la del roto con plata?...Cuando yo cuento un chiste todos se ríen ¿verdad Aurorita? Pero ya, si sigues riendo revientas en cualquier momento, te lo digo por experiencia...y ni te cuento... Pero ¿siempre eres así? Hablas poco, eres tan seria. Bueno, eso pensé cuando te conocí en tu barrio, pero © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 9
  • 10. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur esta noche he descubierto que ríes con toda facilidad, aunque comes poco: algo de filete, algo de ensalada... En verdad eres una mujer curiosa. ¿Tienes frío? Mandaré revisar el aire acondicionado. ¿Conoces Avenida Ossa? Te la presento, pero deja de reír... Tanto que lamentaste lo del mozo. Apuesto que ahora mismo está abotagado con budín portugués. ¿Te subo el vidrio...no te entra viento? Tú linda, aún desconoces el verdadero espíritu del hombre...Te falta mundo...¿Qué pasa, te he molestado? Te quedaste en silencio, como si te hubieran matado la risa...Lo siento, no fue un buen chiste, era mejor el del roto con plata...Yo sabía, sabía que sonreirías. Eres hermosa cuando sonríes. Gritos y más gritos, ya nadie se sorprende, una riña de mujeres en el patio trasero. La voz pitosa y amenazante de Madamme Miseria, la respuesta incrédula de las odiosas que se miran como fieras, que adoptan posiciones selváticas y sacan las navajas como diciendo: ¡quieta, quieta que no juego...! Más vale mantenerse al margen, evitar la turba humana amenazada por piedras, por histriónicas botellas quebrándose en el asfalto. Cuánto más seguro es encerrarse, frente a las voces de advertencia: ¡Que se alejen los niños! ¡Que se alejen los niños! - Si pudiera llamar a la policía...¡Pero, qué estupidez digo! Mejor llamo al Chincol. Me han contado que es bueno separando mujeres: cuando las cosas no resultan a la buena lo hace por la fuerza, caiga la que caiga. Es por el bien de la vecindad- dice. Luego se limpia la boca con la manga, mientras empuja a una de las derrotadas, con esos bototos con punta de fierro que no se saca ni para dormir. Finalmente, un escupo prepotente confirma su calidad de árbitro. - Yo no me paso rollos por lo que hagan esas mujeres. El Lalo dice que soy un poco, como te dijera... - Indiferente. - Algo así. Pero tú me vas a creer, Aurorita, que en algún momento me dije a mí misma: Marina, si vas a quedarte aquí, no puedes sufrir por tanta huevá y ya está. Vivo mi metro cuadrado y punto. - Quisiera decir lo mismo, pero esos gritos... - ¡Olvídalos! Mañana vas a ver a las mismas mujeres, conversando en los lavaderos. A propósito; ¿sacaste tu ropa ayer? No me digas...estabas ocupadita con don Bastián. Apuesto que lo pasaste re bien anoche. - Más o menos. - ¿A qué hora llegaste? - De madrugada. - ¿Y qué pasó? - Nada de lo que piensas. - Tú te lo pierdes niña. A tu edad y tan sola... - Prefiero la soledad, es lo único que tengo. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 10
  • 11. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - Yo, para serte franca; preferí quedarme con el Lalo. De repente, me da pena, porque es un poco bruto el pobre. Pero es triste despertar y que nadie te dé los buenos días... - Sí, en realidad. Alcánzame el algodón. - ¿Cuál, el del bolso? - Ese mismo. - ¿Qué haces? echándote colonia en las picadas de pulga, hija por Dios. - Me marcaron todo el cuello las muy desgraciadas. - Puchas la mala cueva. Parece que tienes peste. - Por favor, Marina. No me mires con lástima. - No chiquilla. No siento lástima por ti. Aunque a veces... - ¿A veces qué? - Cuando te encuentro en las mañanas, con esa fotito entre las manos y me miras como si quisieras hablar, pero te aguantas... - Tal vez algún día te cuente. - Bueno, pero mientras tanto...¿seguirás saliendo con él? - Creo que sí. Tiene algo que me hace reír. La segunda vez que se reunieron fue en su departamento de soltero. Le pareció tan atento, tan viril, sirviendo whisky...Tenía algo en el rostro, pero no era solamente en el rostro... Parecía perturbado... ¿Sería la luz? aquella lucecita tenue que centelleaba en el amplio salón, en donde nadaba su sonrisa casi infantil que provocaba en ella el deseo de abrazarlo...para protegerlo tal vez, de aquella soledad de los suburbios que también lo acompañaba. Imaginó aquellas noches: cuando acudía al bar que ocultaba tras los muros como a un fantasma; visualizó el resplandor impecable de las copas, aquellas que cogía suavemente por la cintura y luego besaba hasta quedar meditabundo sobre el sofá de cuero, cuando se quitaba el antifaz de hombre exitoso y aparecía él; en todo su esplendor... - Es hermoso tu apartamento...enorme. - No es para tanto mujer, sólo tiene 400 metros cuadrados. - ¡Cuatrocientos! - Querida niña, tengo amigos que cuadruplican este lugar sólo por satisfacer su ego. Yo en cambio soy bastante más modesto. - ¡Modesto...! - Por supuesto. Tú ves el piso de mármol , la cristalería, los muebles de nogal y dices: ¡ por Dios, qué tipo tan presuntuoso! Pero cuando llegué a este lugar lo hice sólo por negocios. El trabajo te obliga, entiendes...la misma sociedad. - Todo es tan... curioso. Ven acá, te voy a mostrar curiosidades, sólo para que veas lo - importante que eres. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 11
  • 12. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur La cogió de la mano con un aire señorial, para mostrarle todo lo que había a su paso: sillones en madera y cuero, un berger reclinable color verde oliva, unas pinturas de Omar Gatica en el pasillo principal, una escultura de madera de Matías Camus... Amplias habitaciones, unas puertas enormes con manillas de bronce, una moderna cocina comedor con piso de granito, una biblioteca de ocho mil ejemplares ordenados por alfabeto, una salita de estar con teléfono y citófono incluidos en donde brillaba una mesita de marfil , una hermosa licorera de cobre, cuadros de Goya en el salón principal que estaba tapizado de felpas y cueros. Teléfonos curiosos, computadores perdidos entre alacenas móviles. Aquel enorme halcón sobre la pared semi vacía, con ojos de marfil. Aquella arquitectura casi laberíntica, sumada al modo de solicitar comida; un par de teclas y ya está... La mucama que se marcha por orden del patrón vestido de un blanco albo, con aquel cinturón de cuerina gris, aquella cruz de oro reluciendo en el pecho y la discreta barriga amenazada a ratos por una leve inspiración... Alfombras y más alfombras, aquella colección de enormes búhos de ónix, sobre la mesa tallada con patas de león, una lámpara con pedestal enchapado en oro, aquel mueble de raulí con diarios y revistas, el mágico televisor de cién pulgadas... - Bastián, estoy sorprendida: ¿ cómo un hombre de tu edad llega a tener todo esto? - Fácil, querida: sólo visión comercial. Una vez recorrida gran parte de la propiedad, se detuvieron en una pequeña sala cercana a la terraza, decorada con muebles rústicos. Su animada conversación fue interrumpida por el teléfono: - Lo siento linda, tengo muchos compromisos. Ella comenzó a fumar, fingiendo no escuchar. - Compadre, usted de nuevo: ya le dije que lo del envío se retrasaría. Por favor, espere al abuelo, él sabe bien qué hacer en estos casos. Me encuentro en lo mío. Bien, mañana hablamos y tranquilidad. ........................................................................ - Como te dije anteriormente, Aurora... las cosas llegan cuando menos te lo esperas. Aún no terminaba la frase, cuando sonó el citófono. - Un momento. Sí. Estoy acompañado, pero hágalo pasar, por favor. - ¿Qué pasa Bastián, alguien viene? - Es sólo un sujeto de la compañía, trae un recado y ya. - Por favor, deja retirarme a la biblioteca. No deseo ver a nadie. - Tranquila. Te noto algo nerviosa. - Por favor, Bastián. - Está bien, pasa por aquí. No verás a nadie más que a mí. Te lo prometo. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 12
  • 13. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Tras media hora de permanecer en la biblioteca acompañada de un libro de Truman Capotte, comprendió que era mejor dejar que Bastián atendiera sus llamadas el resto de la tarde. El taxista la acompañó hasta la puerta del cité, por instrucciones expresas del empresario que no escatimó en propinas. Apenas bajó del auto escuchó aquella música sound que acostumbraban a bailar sus vecinos. Madamme Miseria se encontraba en el hall, balanceándose en la mecedora que acompañaba sus momentos solemnes. Tenía un hálito a vino tinto que lo avinagraba todo y pronunciaba unos monosílabos imperceptibles, mientras se daba impulso apoyando los pies sobre un piso de madera. Cuando se incorporó a fin de solicitar dinero (como solía hacer cuando alguien llegaba tarde), perdió el equilibrio y cayó de espaldas, besando con la nuca el piso polvoriento. Aurora no rió esta vez. Se marchó indiferente al ¡sujétame, mierda! que pronunciaba la vieja, mientras un refajo de polleras multicolores le iba tapando la boca. Unos pasillos vándalos le dieron la bienvenida, se sintió torpe y cansada. La imagen de Bastián desaparecía entre las baldosas eternas. Unas ropas tendidas le cruzaron el cuerpo, como una gran telaraña con olor a jabón gringo. Desde el cielo una luna gigante parecía mirarla, como diciendo algo que no lograba escuchar. La música socarrona la había silenciado. Había fiesta en casa del Chicharrón. Los cuerpos se apelotonaban en las ventanas estoicas mientras un remezón sísmico se apoderaba del cité, en la medida que el baile al parecer muy efusivo, iba envalentonando poco a poco a los comensales. Juana freía sopaipillas en el patio trasero mientras un Yo me enamoré, de esa chica, me enamoré. provocaba los alaridos sollozantes de su marido, quien en franco estado de gracia salió del cuchitril con una damajuana de vino tinto en la mano, moviendo las caderas regordetas y sin dejar de cantar: Fui pal baile y me emborraché, miré una chica y me enamoré, era tan bella, era tan bella, la quería comer. Poco a poco, las mujeres algo más alegres de la cuenta, salieron al patio con sus fétidos perfumes y sus risas aparatosas. La Lucha, en ausencia del Gato, vestía una túnica negra y transparente que dejaba a la vista todo cuanto le sobraba. Juana lucía un vestido de algodón con un pronunciado escote, que concluía en una enorme flor amarilla sujeta fuertemente con ambos pechos. Sus piernas acojinadas y semidescubiertas provocaron los silbidos del Chincol quien la observaba desde un rincón con ojos hambrientos, entretanto el Chicharrón, con un aire casi místico continuaba bailando sin soltar la damajuana: esa colita que me enloqueció, esa colita me mató.... © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 13
  • 14. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Cuando Aurora se acercó a su habitación, el enorme trasero de Eugenia le impidió la pasada. - ¿Por qué no viene a bailare con nosotros?- gritó el Chicharrón- con las mejillas aceitosas de sudor. - No, gracias vecino. - ¡Claro como la muy pituca, no se mezcla con la chusma! - ¡Cállate Eugenia o te hago callar! - gritó Nacho enérgicamente, intimidando a su mujer. Poco a poco Aurora fue ganando el espacio que le permitiría entrar a su habitación, pero justo cuando introdujo la llave en la cerradura, Eugenia se volvió para decirle: - Esto, desgraciá; lo vai a pagar bien caro. Veinte mil pesos. Sólo veinte mil pesos. ¿Qué será de mí? Unas pocas traducciones; apenas para pagarle a la vieja su apestosa pensión, sus trapos sucios y sus cazuelas grasosas. En la maleta sólo quedaba la nada. Cogió iracunda los envoltorios de jabón. Tendría que comprarlo, además de confort y desodorante. Tal vez sería mejor, cambiar el desodorante por un poco de jabón en las axilas, como hacía Marina. Pensó en la importancia de oler bien en aquel cuchitril y llegó a la conclusión que no importaba . Recordó la supuesta depresión que había vivido el año anterior, aquella que los siquiatras trataron como un síndrome tensional, algunos tricalmas y ya está, de vez en cuando un diazepan... Depresión no tienes. Tú te bañas, te vistes, te maquillas. Los depresivos se olvidan por completo de si mismos. Por ende; tú no tienes depresión, sólo algunos trastornos ansiosos. Arrojó la maleta contra el borde de la cama. Un gesto agrio amenazó su rictus...¡Qué saben los siquiatras de depresión ! repitió en voz baja y continuó en lo suyo: Revisó su carnet de identidad y repitió en voz alta el número 9. 765.653- K . De un tiempo a esta parte le había dado por pensar en cosas que aparentemente no tenían sentido. Cuando egresó de su carrera de intérprete y traducción de inglés sólo pensaba en el éxito: viajar, ser reconocida y aceptada por el mundo. Aquella gente influyente la aplaudiría, la haría sentir hermosa, rebosante de vida y juventud, pues lo único verdadero era la juventud. Miró a su alrededor, las flores artificiales que Marina puso en aquel rincón, empeoraban aún más el lugar. Pero cómo decirle a esa santa mujer, que sus flores eran vulgares. Había visto por primera vez el alma de los que sufren. Ella jamás conoció el sufrimiento y todo llegó de golpe, como una gran bofetada. La bofetada de la vida -pensó- con intenso mutismo. Miró el espejo manchado que estaba frente al velador, unas pequeñas arrugas le dibujaban los ojos. Se alejó bruscamente y se tendió sobre la cama. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 14
  • 15. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Sacó un sobre rugoso que estaba bajo el colchón: la fotito, aquella a la que se refería su amiga. Miraba extasiada aquella imagen como si fuera su único mundo... Estaba tan ensimismada que tardó en percatarse que la música había cesado del todo. Eran las 5 de la madrugada. Pensó en dormir cuando comenzó a reparar en su entorno. Oyó ruidos extraños; una repentina taquicardia la obligó a pararse de la cama. ¿De qué se trataría?...¿Con qué sórdido incidente habría concluido la fiestecita? Recordó las riñas y la agresividad característica del lugar. Pero esta vez, eran gritos ahogados, más bien gemidos..¿ un hombre agónico tal vez?...Dios mío, ¡La policía! Comenzó a temblar. Unas gotas de sudor le entumecieron la frente. Alguien estaba en el patio trasero. Unos ruidos de neumáticos rotos se agolparon sobre las tablas que servían de pasadizo. Si se tratara de un muerto, obviamente no se movería. A más de algún culpable, se le ocurriría sacar el cadáver. Hizo un esfuerzo por calmarse y decidió averiguar sin involucrarse; se acercó al tabique que estaba tras de sí y apoyó fuertemente el oído hasta escucharlo todo: una larga exhalación seguida de muchos suspiros placenteros, una voz femenina que pronunció: ¡Chincolito! al borde del éxtasis y un hombre que concluyó el incidente con un ruidoso gemido. Aurora volvió a su cama con una sonrisa imprudente coloreándole el rostro . - ¡Aurorita, mija. Abra la puerta. Soy yo: la Marina! - ¿Qué pasa?. Son las seis de la mañana. - ¡Por el amor de Dios, mija. Abre la puerta! - ¡Usted Chincol! ¿Qué hace...? - Perdona huachita. Este cabro es mi amigo y el Chicharrón lo busca para matarlo. - ¿Y qué tengo que ver? - Este pobre infeliz se metió con la Juana . Algunos escucharon, por aquí cerca. Por favor; tenís que decirle que erai tú la que estaba con él. - Sita yo...yo ya me... - ¡ Cállate, idiota, y métete a la cama mejor será! - ¿Pero que hago, Marina, si alguien viene? - Tú tranquila ahí no más. Si el Chicharrón viene, le decís que este infeliz estaba contigo. - ¿Pero y qué pasa si...? - Tranquila, es re buen cabro. Me voy al tiro, mira que la Juana está con el Lucho. Si te preguntan por ella, estaba en mi casa. - Perdone sita...Yo no quería... - Lo único que le digo Chincol: ¡ Conmigo no. Conmigo no ! - Schisst...ni se me ocurriría, sita - Está bien, cúbrase con la colcha. Voy a esperar al lado de la puerta. ¡Dios mío, a usted lo quieren matar! © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 15
  • 16. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - Ni lo diga, sita: tenía el cuchillo del Gato en la mano. Paré que lo robó el muy desgracio. - Después que usted le robó a su mujer. - ¡La Juana!; si es cómo las gallinas. Aquí toos se la han pescao. Yo era el único que faltaba. - ¡Dios mío, la puerta! - ¡Me recondenara! - Desabróchese un poco... - ¿Qué me qué...? - ¡Chasconéese, hombre, suéltese la camis...! ........................................................................ - ¿Qué hace aquí, Chicharrón? - ¡ Tengo que entrar ahora mismo! - ¡ Pero no empuje tan fuerte, por favor...! - ¿Cómo es la huevá. El Chincol en su cama? - ¿Y qué hay con eso? - Cuando me dijeron, yo no creí. - ¿Y la Juana, entonces: dónde está la Juana? - Con la Marina supongo. - Chuta, discurpe... Fue el Gato Negro que me tomé. - Está bien, vecino. Vaya a dormir. - ¿Puedo decirle algo, mijita? - Sí , dígame. - ¡Putas que tiene mal gusto! Aquellas sábanas, no era fácil dormir entre ellas, a ese característico olor a humedad, a la aspereza de su enmarañada motudez, se había sumado la presencia fétida del Chincol. Era como estar durmiendo con él, como adivinarle sus precarios pensamientos, como absorberle la vida sin lograr evadirse. ¿Cómo rechazar una situación así, cuando vive un montón de gente nariz con nariz? ¿Cómo decirle que no a quien está en peligro de muerte?... ¿Y mi muerte qué? Mi muerte es tan evidente como estas ojeras que me han desfigurado. Yo he creado mi muerte, se dijo frente a un espejo que la distorsionaba aún más, porque ella no estaba fea ni envejecida, de no ser por ese gesto de profundo cansancio, se podría decir que estaba radiante: que sus ojos eran de un gris casi perfecto y su boca bien delineada, su nariz aunque algo larga poseía una armonía indescriptible, al igual que su cuerpo. Su pelo castaño, en cambio, era difícil de adivinar; en estos meses habría cambiado unas seis veces de color. Sus vecinas cuchicheaban cuando la veían pasar. Ella no quería cambiar hasta que despertaba y volvía a sentirse la misma, entonces ansiaba un cambio aún más radical: tal vez de barrio o de habitación, tal vez de vida... © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 16
  • 17. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Arturo Prat 630. Sí, esta es la dirección, pensó frente al letrero que decía: Se arriendan piezas - Sí. Dígame. - Vine por el aviso. Estoy buscando alojamiento. - Adelante, pase por aquí...Como puede ver: la pieza está impecable. El baño tiene que compartirlo, con unas estudiantes de la U de Santiago. - ¿Usted, trabaja? - Soy traductora de inglés. - Entonces; supongo que no tendrá problema en tomar esta pieza. Está un poco chica pero limpia; sin bichos, ni nada parecido. - ¿Cuánto pide por ella? - Cuarenta mil mensual. - Y cuénteme señorita...¿usted pololea? - No. - Por que aquí no admitimos hombres. - Entiendo. - Se interesa entonces. - Sí, me agrada... - Bueno, usted me muestra su carnet de identidad, me da unos datos y ya. Trato hecho. - ¿Mi carnet? - No es nada personal...es por precaución ¿entiende? - Ya lo creo, pero olvidé traerlo. Vuelvo durante la tarde. - Tiene que apurarse, mire que de repente salta la liebre. - Hasta la vista. - Adiós señorita. Blanco Encalada 935... Debo seguir buscando. Es preciso que lo haga... Caminaba como una autómata, con el diario La tercera la mano y algunas direcciones en su memoria prodigiosa. Cogió su bolso con fuerza después de mirar varias veces a su alrededor. Al menos nadie la violentaría para quitarle sus joyas, pues ya no las tenía. Después de tres asaltos y algunos ayunos forzados fue mejor llevarlos a “La tía rica” y allí quedaron para siempre: aquel anillo de esmeralda, el antiguo prendedor de brillantes, sus cadenas de oro... Ahora sólo llevaba alhajas de plata, de esa plata ordinaria que tanto detestaba. Seguro que Bastián había reparado en eso. ¿Cómo convivir con él en igualdad de condiciones? si el nivel social lo llevaba en la sangre, le brillaba en los ojos, emanaba de sus poros hasta volverlo intocable, radiante; como aquella nuez de Adán que le acariciaba el cuello , como el anillo de jade en su anular derecho, como el Cartier que relucía sobre el manto sedoso de su muñeca. Él era todo estatus todo © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 17
  • 18. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur elegancia. Le provocaba vulnerarlo, romperlo; como quien rompe una nuez con la suela del zapato. El lugar del anuncio era tan pobre como su actual domicilio, por lo cual decidió posponer la búsqueda para otro día. - Supe que anduviste buscando pensión, huacha. - ¿Cómo te enteraste, mujer? - Aquí todo se sabe. - En todo caso, no encontré nada bueno... - Que raro; conociendo esta huevá, cualquier cosa es mejor. - ¿Fue por lo del sábado, cierto? - Es mi alma gitana. - Debí pedirte disculpas por lo del Chincol. Puchas... - Olvídalo. Supongo que ustedes son muy solidarios siempre. - Casi siempre, mija. Casi siempre. - Si alguna vez yo necesitara, supongo que ustedes... - Ni lo dudes. A propósito de necesidad, quisiera preguntarte... - ¿Qué cosa? - ¿Qué hace una mujer tan elegante como tú, pasando miseria? - Eso es asunto mío, ¿no te parece? - Es que ahora se ha convertío en el chisme del año. - No me interesa lo que se diga, mientras me dejen vivir... - Por mí te quedaras con nosotros. Eso sí, más feliz - Voy a intentarlo. Lo prometo. - Si te arrimaras un poco más a don Bastián, las cosas cambiarían. - Salgo con él. Me relajo un rato y punto. - ¿No me digas que todavía no pasa? - Nada de lo que piensas. - Me cuesta creerlo... - Somos amigos...pero más allá. - Más allá están las puertas del cielo, hija mía. Piénsalo. Le parecía absurdo pensar en el amor. El amor era un asunto destinado a quienes tenían sus vidas resueltas. Ella en cambio sólo pensaba en sobrevivir. Sin embargo el tedio de aquella tarde la traicionó, aceptando la nueva invitación de Bastián. Algo había en él que lo delataba, era una actitud distraída, como fuera de sí. Tenía el cabello recién lavado cayendo ligeramente sobre la nuca, unos pantalones de lino gris y una camisa entreabierta que permitía descubrir el vello castaño de su pecho. Aurora llevaba el pelo rubio tomado en un moño. Su traje era largo como esa mirada suya que a ratos se extraviaba en la pequeña inmensidad del salón, en aquel compact disc de los Beatles , en aquella canción llamada Yesterday: © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 18
  • 19. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Yesterday all my troubles seemed so far away Now it looks as though they’re here to stay Oh believe in yesterday. Él no sabía claramente qué decir: su imponente presencia se subyugó al silencio de sus propias palabras, al compás de su corazón, a sus ojos danzarines que dibujaban las formas ocultas de aquella mujer. Sirvió el champagne con dificultad procurando no demostrar su turbación, en tanto ella, no cesaba de contemplar esa silueta, que se reconvertía en el armónico sonido de sus pensamientos... Ambos se sentaron sobre un cómodo sofá... conversaron apenas, para luego dedicarse a escuchar el burbujeo de un brindis inacabable... Al principio, las palabras se negaban a escapar de las bocas trémulas y sedientas, dificultando aquel ¡Salud! que a ella le pareció esta vez, una estúpida convención social...Ansiaba contarle su vida a aquel hombre, vaciar sobre esa piel luminosa la lúgubre oscuridad de sus vivencias, pero a cambio prefirió la sonrisa, aquella muletilla que estaba siempre a mano, que permitía mostrar una existencia distinta... Él tampoco quería hablar, pero ella insistió, rompiendo la magia de las sonrisas que parecían coludirse como en un sueño. - Soy separado, si eso quieres saber. - Creo que te molestó la pregunta, Bastián. No debí... - Tranquila. ¿Un cigarrillo? - ¿Sufriste mucho? - Un resto. Verás; tengo una hija de cuatro años que vive con su madre. - Debes extrañarla. - ¡Muchísimo!...aunque la veo de vez en cuando. - ¿De vez en cuando? - Mi ex mujer se ha encargado de ponerla en mi contra. La aborrezco, pero en fin. - Lo siento. No pensé que fuera un tema tan doloroso. - No es para tanto, mujer. No soy el único hombre separado en este mundo. Además, de las necesidades de mi hija me hago cargo. Algún día me lo va a agradecer. ........................................................................ - ¿Y tú Aurorita. Qué cuentas de tu vida? - Mi vida se va entre trabajo y trabajo... - A propósito de trabajo. Me parece absurdo que una traductora de inglés, con título universitario, trabaje en semejante lugar. - La vida es absurda, Bastián. - ¿Por qué no me dejas ayudarte? Tengo amigos que podrían ubicarte muy bien. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 19
  • 20. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - No necesito de tus amigos. Tal vez tengas razón, mujer. Tus influencias en aquel barrio son - mejores que las mías. - Dicho comentario hizo que Aurora comenzara a beber compulsivamente. Él se disculpó de inmediato, pidiéndole que sólo pensara en el momento, en aquel brindis, en aquella música, en fin, en todo lo que los unía...La cogió de los brazos tan lentamente que algo de licor se derramó sobre su falda. Aquella canción se desvaneció en el aire, prendado de ellos, como si nada más en el mundo tuviera espacio. Poco a poco, el vibrato de su voz viril tomó la forma de murmullo y comenzó a transportarla como en una enorme burbuja de jabón. La noche se hizo cómplice de un deseo mudo que comenzó a fluir, como briznas luminosas entre océanos blancos y tortuosos que cobraban sentido en medio de la penumbra... - Decidí visitarte, Marta. Tenía que agradecerte el envío de las traducciones. Don Guillermo es muy puntual. - Es cierto. Las funciones laborales de un conserje no incluyen esa molestia. - Pero él jamás ha expresado un disgusto. - ¡Cómo no, hija mía. La propina corre por mi cuenta! - Veo que estás molesta conmigo, Marta. - De ninguna manera, linda. Viniste a mi. Mi deber es ayudarte. - Ahora, me preocupa que vivas en aquel lugar. El conserje se sorprendió cuando fue por primera vez.. - Tendrías que verlo, prima: el cuarto es pequeño. Un par de vigas cruzadas enmarcan las ventanas, clavadas apenas por los bordes y en lugar de vidrio están forradas en nylon. Las paredes exteriores son de internit, tres ó cuatro paneles, reforzados con cartón prensado. En el techo hay neumáticos rotos sosteniendo las planchas de zinc . Al interior se filtra algo de lluvia, hay una veta de humedad estampada en las paredes. - ¡Pobre criatura! - ¡Por Dios Marta, tengo 32 años! - ¡Pero no reconsideras tu postura. Vuelve a tu vida! - ¿Y qué me espera? - Nada puede ser peor que esto. - Siempre puede ser peor. - ¡Pero mírate: de tu antigua elegancia va quedando poco! Por cierto...¿dónde compraste esas ropas? - En el Persa Estación. - ¿Y de tu antiguo guardarropas? - Lo robaron todo. - Ves, ese es el problema de convivir con la chusma. - ¿Y qué propones Marta? © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 20
  • 21. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - Bueno, tú sabes que estas cosas no dependen de mí... Claudio Andrés es tan complicado que dificulto... - Ya comprendo. No hay nada que explicar. - Mira, querida; mañana no voy a estar, pero dejaré con mis empleadas algo de mi ropa para que te la quedes y luzcas algo acorde a tu nivel. - No es necesario que te molestes. - No es molestia, al contrario. Hacer el bien, es prioridad número uno de un buen cristiano. Piensa tú que yo suelo organizar los té de beneficencia y las cenas con distinguidos prelados... - Bueno. Entonces será mejor que no te siga interrumpiendo. Adiós. - ¿Pero linda, no te sirves un café? - Adiós. - El lunes te envía.... - Adiós, Marta. Deseaba llamar a alguien mientras tendía su cama, mientras ordenaba sus trabajos dispuestos en aquella repisa desgarbada. Deseaba llamar a alguien. Pese a que sabía muy bien que no había teléfono. ¿Y si lo hubiere? ¿A quién podría llamar si lo hubiere? A su familia, a su pasado, a un destino que quería evitar con otro destino quizás peor. Bastián; no existían epítetos para calificarlo. Después de disfrutar juntos algunas noches en distintos lugares de Santiago, amándose hasta la saciedad, había optada por dejarla plantada una y otra vez.. Su actitud mostraba con claridad aquel maldito narciso que lo habitaba. Callada; imaginaba cuanto tendría que decirle a fin de vaciar su rabia. Pero era inútil, él no se dejaría abofetear. Ahora su recuerdo era como una braza candente capaz de quemarle los ojos. Cuando caminaba entre pasadizos, sólo respiraba el rumor de las vecinas que parecían mirarla con desdén. Su paso seguro, se convertía poco a poco en un recuerdo que no se dejaba ver...como Bastián, que ahora estaba absorto en su trabajo de acuerdo a lo referido por Nacho, quien le aconsejaba: - Llámelo sita. Él me pregunta siempre por usté. - ¿Y si pregunta, Nacho. Por qué no viene? - Son cosas...como ser...cosas que pasan. - ¿Otras mujeres, supongo? - Trabajo no más. - ¿Pero alguien lo presionará, supongo? - Juera del compaire, nadien más. - ¿Y ese compadre que usted dice...quién es? - Es un tipo vacán. Tiene comprao medio Santiago. - ¿Pero qué monos pinta ese tipo? - Son socios...y amigos. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 21
  • 22. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - ¿Amigos dice? - Siempre los encuentro tomándose unos copetes. Cosas así... - Ya veo, Nacho. Ya veo. Cerró la cortina del cuartucho y se envolvió con la colcha percudida como si fuera una momia. Pensar en Bastián resultaba infructuoso. Centrarse en todo aquello que la hizo sentir, era un acto en extremo infantil. Aunque estar así, retozando entre las mantas como una guagua trémula, también lo era. El alto de traducciones comenzaba a mermar. Seguro su prima estaba indignada después de aquella conversación. Un gesto extraño traspasó su mirada como una pequeña sombra. Miró a su alrededor y sintió cierta angustia al recordar aquel calefactor comprado hace dos días y robado al día siguiente. En fin, había que conformarse. Un suspiro ahogado la sacó de su letargo. El mejor remedio para sobrevivir era no pensar. Se concentró en el frío de la habitación. Un viento solapado comenzaba a levantarse, provocando la hinchazón de la ventana de nylon, que parecía dispuesta a todos los embates del tiempo. Ella estaba tendida en todo su largo como dejándose ser a través de las horas. Apenas pestañeaba, apenas escuchaba el constante ajetreo a su alrededor. Esto no es la soledad- pensó- mientras un grito inaudible apenas rozaba su tímpano. La soledad es una estupidez inventada por alguien demasiado dependiente. Sus conclusiones pálidas como ella, comenzaban a envolverla en un sueño que tenía de verdad, la inercia misma de la vida. Los pies a ratos buscaban el calor de la frazada inferior, aquella que cubría las múltiples imperfecciones de su cama. Si cambiara el colchón, murmuraba una y otra vez, hasta que el sueño calló sobre sus párpados. El estar de Marina relucía por su limpieza. Un televisor de veinte pulgada ocupaba el centro de la habitación, que contaba con un escaso mobiliario de mimbre y paredes atestadas con estampitas de Santa Teresa, pósteres de Luis Miguel y de Miriam Hernández. Marina estaba limpiando la mesita de centro, cuando llegó Aurora... - ¡Dios. Qué cara, hija mía! - Ya estoy bien, Marina. Sólo necesito un vaso de agua. - ¿No me digas que te asaltaron? - Algo así. - Espera. Te voy a traer agua con azúcar. ........................................................................ - Ahora cuéntame, huachita: ¿qué pasó? - Fue la Eugenia... Yo venía caminando como siempre, por Matucana, cuando sentí unos pasos tras de mí. Comencé a sudar; de ese sudor © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 22
  • 23. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur helado que te pone el cuello rígido y parece que no pudieras voltear la cabeza . - ¡Pero habla luego, niña, que estoy metía! - Creí que alguien me asaltaría, tomé fuertemente mi cartera y pensé en Dios. - ¿Y? - Cuando llegué a Tattersal, cerca del quiosco de don Nano... en ese lugar medio escondido, no sé si recuerdas, que tiene unos muros muy altos y forma una especie de ángulo invertido... - ¡Habla mujer, que me vai a matar! - Alguien me tomó del pelo y me tiró la nuca hacia atrás. Era la Eugenia. Puso una cuchilla en mi mejilla y me amenazó... - ¿Qué te dijo esa perra? - Que me iba a... - Tranquila huachita, si necesitas un trago o algo, tengo una botella de pisco escondía del Lucho. - Me aseguró que me iba a cortar la cara hasta desfigurarme. - ¡Que el diablo se la lleve! Dame tu mano. Estás temblando. - Ya estoy mejor... - ¿Y cómo es que no te pasó nada? - Cuando me tenía así...ella tenía los ojos brillantes, como de odio. Justo en ese momento llegó el Chincol, quien le quitó el cuchillo y la sujetó por el cuello: - Mira hueona. Yo voy a ser bueno con vos y no te voy a rajar la cara, pero sí la cabeza. Dime donde te queda mejor la partiura: al lado, al medio o si querís lo hacimos atravesá! - ¡Por favor...Chincolito, te rejuro que no vuelvo a...! - Te perdono esta vez, pero cacha la onda: si volvís a tocarla, entre el Gato y yo te desaparecimos. ¿ Entendiste? - Sí, sí , sí...te lo juro. - Ya, ándate rápido mierda, antes que me arrepienta. ........................................................................ - De la que te salvaste, Aurorita. - Me salvaron. Deguelta e mano- dijo el Chincol - cuando se despidió. - Aquí mijita, quien no tiene amigos está jodío. - Yo estoy jodía de todos modos, Marina. - Lo dices por ese hijo de put...de don Bastián. - No hables así, mujer. No es para tanto. - ¿Y cómo quieres que lo trate? Te tomó como mujer y ahora te larga. - Eso no tenía futuro. Lo que ahora me preocupa es el poco trabajo que tengo. - Deja de preocuparte. El Lalo y yo somos tu familia. - Les debo tanto. - Nada de eso. Tómese el agüita, que ya cambiarán las cosas. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 23
  • 24. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Marina y Lalo idiotizados frente al televisor, apenas reparan en el rostro de Aurora que parece haberse marchado a la ciudad de Puerto Varas; navegando en las aguas del lago Llanquihue, con la piel fragante de oxígeno, húmeda de lluvias. Su actitud meditabunda parece un grito de auxilio reprimido entre los dientes. - Mira vieja... - ¿Qué cosa viejo? - La Aurorita: anda como ida, no sé. - Vos hablái puras burrás, Lalo. - ¿Más harina tostá, mija? - No, gracias - respondió la joven- mientras rascaba su pierna envuelta en un gastado pantalón de cotelé. La camisa escocesa que le ceñía el talle estaba algo sucia en las mangas. - Aurorita: ¿Quieres que te lave la ropa? - Gracias, pero no tengo como pagarte el trabajo. - De vez en cuando me compras un jabón o un desodorante. ¿Qué dices? - Te respondo otro día. - Otro día, otro día ....y ahora. - Es verdad, sita. Hay que vivir el momento tamién. Yo supe de eso, Lalo. Supe vivir el momento y disfrutar de la vida. Pude renovar mi mobiliario, mi guardarropa, cambiar aquel Suzuki miserable por un BMW. Todo con mis clases en la universidad y mis particulares. Eso causaba buena impresión en la gente que acudía a mi casa. Que no se trataba de cualquiera; sino de gente de importancia, como siempre. - Gente de importancia, como siempre... - ¿Qué dices chiquilla? - Nada... Estaba pensando en voz alta. - Mira la tele, Lalo. No terminamos julio y ya estamos con el agua hasta el cogote. - Pura curpa e las autoridaes. - Es la miseria viejo. - ¡ Mira a ese gallo con el agua hasta la rodilla. Pobres cabros chicos...! - No te riai ná vieja, que si sigue lloviendo; mañana los van a hospedare en arguna escuela. - A propósito sita; ¿qué opina usté, del rebalsamiento este del agua? - Es simple. Simple estupidez. - ¡Qué diablos pasa afuera! - ¡Escuchen!: arrímense a la ventana. - El Gato y el Chincol están peleando con Madamme Miseria. - ¡Ya se me acabó la paciencia desgraciaos. Todas las noches lo mismo: corriendo por los techos pa arrancar de los pacos. Después se tiran por la muralla de atrás que me la tienen toa desastillá y manchá con sangre y ná que la arreglan. Estoy esperando hace meses la paga © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 24
  • 25. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur extra que prometieron por la gauchá con los tiras y el Gato roba que te roba y yo sin agarrar ni uno. Así que tendrán que decidire, si no hay plata tendrán que darme la chaqueta de cuero o las gargantillas! - ¡Chutas que está enojá la eñora! - El Gato va a tener que aflojar pus Lucho, esta vieja es cosa seria. - Ni tanto. - ¿Te sirvo un agüita perra, Aurorita? - No gracias. - Doña Napo...no sea mala leche, mire: mañana sin farta nos ponimos al día. - ¡Más te vale que sea ahora infeliz! - ¡ La vieja está armá, compadre! - Mira, Lucho, ahora los dos están cuchicheando. - Algo trama ese parcito... - Pásame la quisca, Chincol... - No se eche a la vieja, compadre. - ¡Paren el hueveo y aflojen ahora! - Está bien...tranquila Doña. - ¡Mira lo que le entrega viejo...! - ¡No corrái tanto la cortina pus Marina, que te va a caer la rocha! - Puras joyas : ¡ cacha el medio reloj!.......el Chincol, se hace el leso....mira donde guarda las joyas...¡ la embarró! - Espérate que esta vieja es capaz de empelotarlos. - Me voy a mi pieza, Marina. - Ahora no mija, está mala la cosa allá fuera. - ¡Y qué puede pasarme, a ver! - ¡Chitas que estai chora! No vaya a ser cosa, que esta vida te cambie demasiado. - ¿ A mi? ¡Déjate de bromas! - Ojalá, chiquilla. Ojalá fueran bromas. - ¡Aurora, cariño. Qué sorpresa verte! - ¿Cómo estás, Bastián? - No tan mal como tú. A juzgar por ese aspecto mujer. Pareces venir de la guerra . - Mi pieza se inundó. Lo primero que pensé, fue venir a molestarte... - No hables de molestarme, ¿somos amigos no? - Supongo que sí. - Conversaremos luego. Mandaré pedir el té y alguna ropa seca. - No es necesario que te molestes. - ¿Cómo no, mujer? Vas a agarrar una neumonía. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 25
  • 26. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur ........................................................................ - Ten... ¿Ahora estás mejor? - Sí. - Estás tosiendo mucho. Voy a llamar a mi médico. - No, por Dios. Mañana todo volverá a la normalidad. - ¿A qué llamas normalidad? - Es mi vida Bastián, deja los sermones. Aparte que no te sienta. - Es que has cambiado tanto, amor. - ¿Lo dices por mi ropa? - No sólo eso. Realmente da lástima verte. Si hasta la mirada se te ha endurecido. - Tú en cambio, no lo reflejas en la mirada. - ¿Qué quieres decir? - Eres más rudo que yo, pero disimulas bien. - ¿Fue mi ausencia, verdad? ¿Te hizo daño? - Tú y yo no tenemos compromisos. Es mejor así. - Si supieras, linda. - ¿Si supiera qué? - Lo ocupado que he estado. - No vine a discutir eso. ¿Puedo quedarme en la habitación de servicio por hoy? - Mejor en el cuarto de huéspedes. Mandaré preparar todo. - Espera un momento: el maldito teléfono. Compadre. Sí, todo listo. Esta misma noche nos vemos las caras. ¿Qué le parece en Las Vegas? Bien, ahí estaré. “Qué extraño. Será un Nigth Club Las Vegas” - Aurorita, tendré que ausentarme, pero mañana vuelvo sin falta. Te dejo en compañía de Cata, mi nana... se encargará de todo, tus necesidades, en fin. Ella responderá mis recados y contestará el teléfono. Tú pide lo que quieras y quedas en tu casa. O.K. - O.K. - Te agradezco, Bastián. - Nada de gratitud. Me honra tu presencia. Este no es mi hogar y jamás lo será Mi hogar está tan lejos como la punta de mi nariz Aquella que se inmiscuye en casa ajena sólo porque las circunstancias lo vuelven a uno impertinente Debiste escucharme antes de marcharte Bastián Tenía tantas cosas qué contarte Aquellos plazos de los que me habló el abogado Los barrotes fríos de una celda lejana que me tienen perpleja Si pudieras ayudarme y devolverme la tranquilidad que mencionó aquel abogado que poco sabe de sufrimientos de soledad de usureros que te roban la noche y gran parte de tu vida Porque yo no estoy loca exactamente aunque desearía estarlo y así tener una clara distorsión de la realidad como dijo el psiquiatra explicándome mi caso mientras mi madre esperaba afuera con cara de asco como si yo fuera un error en su vida Comprendo © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 26
  • 27. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur madre comprendo y es mejor así Voy a alejarme de ustedes por un tiempo Nadie sabrá de mi existencia Nadie podrá recriminarme Sé exactamente cuál es el lugar en donde debo estar Tal vez allí encuentre algo de sosiego Sí Sosiego No es posible hablar de paz en ciertas circunstancias Verdad Bastián que no es posible hablar de paz cuando uno va por la vida en medio de esta penumbra que en realidad son nubes que pasan y no me permiten apreciar el contorno de los ojos de aquel niño que me mira con amor de hijo a través de sus felices juegos infantiles que me han hecho pensar que Dios existe a pesar de todo A pesar de los plazos que mencionó el abogado que me pedía sensatez frente a mis decisiones Traductora de inglés La niña al fin se tituló Ahora tendrá una vida apacible Una vida plena de sosiego me digo a mí misma mientras el peso de la conciencia me pisotea Ahora sólo tengo una carrera de segundos sobre la giba de mi espalda que pronto se hará notoria y todos verán tu carga Todos verán que estás sufriendo hija Debes disimular Eres una mujer de familia no cualquier niñita con segundo medio. Tienes la obligación de mantener tu imagen Tienes una familia a quién responder Debes hacerlo por ti Por quienes serán tus hijos a través de los años De todos los años... Bastián ¿A qué hora llegarás?....Cuando tú llegues sólo quedará mi ausencia....No debí venir....Últimamente he hecho cosas que no logro comprender...que ni Dios comprendería...como estar soñando una pesadilla que se niega a abandonarme... - ¡ Maldita sea. Aquella mañana tenía la ilusión de verte y cuando llegué al departamento ya no estabas. Desapareciste simplemente...como una ladrona! - ¿Perdiste alguna de tus cosas, Bastián? - Por favor, no seas cínica. Lo cierto es que acudiste a mi, querías verme... - No era eso precisamente. - ¿Entonces qué? - La necesidad: ¿no has escuchado que tiene cara de hereje? - No he tenido el gusto de verle la cara. - Gracias a Dios. - Pero me buscaste. - Busqué refugio en tu casa, que es algo muy distinto. - ¿Quieres decir que no te intereso? - Fui yo quién dejó de interesarte primero, Bastián. - Aquello de los plantones...puedo explicarte. - Explicarme qué: que me botaste como una mercancía vieja, pidiéndome una y otra vez que acudiera aquí y allá para luego no presentarte. Sin duda fui la peor imbécil que hayas conocido. - Sé que es difícil comprender, pero tuve motivos para fallar... - ¿Tu famoso compadre? - ¿Qué diablos quieres decir? - No he dicho nada. Tal vez tú tengas algo que decirme... © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 27
  • 28. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - ¿Estás pensando que soy maricón? - Lunático diría yo...Debes pensar que en la variedad está el gusto. - ¿Y eso...? - Aquellas fotografías de mujeres repartidas por todas partes, las llamadas telefónicas, la extraña actitud de Cata, en fin, daba qué pensar. - Por favor escúchame: ni maricón ni mujeriego. Aquellas mujeres que viste en las fotos son sólo amigas. - ¿Amigas? - Son modelos. Tengo un conocido que tiene una Agencia. - ¿Tienes muchos conocidos? - Si tú supieras: en el espectáculo, en los tribunales, en el parlamento, la policía, la televisión, en fin. - Pero no eres del tipo dicharachero precisamente... - No es necesario, soy un hombre de mundo. - Y también un desgraciado. - Desde que te conozco Aurora: tal vez lo sea. - Está bien Bastián: dejemos esto aquí. Lamento haberme hospedado en tu casa. Fue un desatino. Puedes olvidarlo todo. - ¡Tú estás enferma. De seguro, debes estar mal de la cabeza para vivir entre chusma...! - Recuerde mi distinguido empresario que fue aquí, en este preciso lugar, en donde nos conocimos. - ¡Ya basta, Aurora! Sé que te hice daño, pero quisiera enmendar mis fallas... - ¿En qué hotel de Santiago me plantarás esta vez. Dime? - Sin plantones. Lo prometo. - ¿Y que tal si tu compadre interrumpe la cita? - Baja la voz Aurora. - ¿Qué sucede señor, no quiere que la chusma se entere de su vida? - No corresponde. - Para que sepas: el Nacho conoce muy bien tu intimidad. - Voy a hablar con ese huevón. - Tendrá que ser otro día. Mira que lo vi en un estado deplorable. - ¿Deplorable? - Drogado. Últimamente pasa drogado, y no es con marihuana precisamente, tampoco Neoprén. Acá conocemos bien la diferencia...No entiendo cómo tú lo tienes de júnior...¡francamente!. - ¿Qué pasa Bastián: enmudeciste.? - Mira Aurora, cuándo necesites algo, búscame. De verdad búscame. Pero no esperes que venga...Por favor. Los dolorosos pasos de Bastián ya habían desaparecido cuando apareció el niño...tal vez había estado toda una vida en el patio común del cité, pero sólo ahora reparaba en su presencia juguetona, en el pequeño cuerpecito rodeándose a sí mismo, escondiendo sin querer los botines andrajosos, la nariz mocosa y la panza distendida. Un mendrugo © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 28
  • 29. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur de carpa le servía de techo, sujeta al tendedero por unas calcetas estoicas. - ¡Juancho, anda onde on Nano y me traís azúcar! La voz de la madre era imperceptible, las bolitas danzaban entre sus piernas en una jugarreta de estrellas fugaces. - ¿Qué te dije cabro? La voz de la madre nuevamente a la carga y el niño continuaba rodeándose a si mismo en su universo diminuto. - ¡Si no obedecís, te las vai a ver...! - Una que sube y sube...por ahí... - Parece que andai buscando rosca cabrito. - ¡Toma la plata! - Una que va... - ¡Recibe la plata mierda! - Tovía no.... - ¡Cómo que no infeliz, que no respetai a tu maire...Ya vai a ver! - ¡No, mamá.....no, mamita! - ¡La correa no...la correa no! - ¡Por favor, no me peguís....! - ¡Acaso no soy tu madre, desgraciao! - ¡Suelte al niño! - ¡Usté que se mete! - ¡Deje al niño o llamo a los pacos! - Atrévete a meterte pituca e mierda y vái a ver quién soy yo. Aurora , al ver como la desconocida se negaba a escucharla, en una acción poco común a su compostura tiró fuertemente la correa hasta quitársela y arrojó tres latigazos sobre la espalda de la mujer. - ¡Maldita perra....Siente como duele, como le duele al niño! El niño intentó quitarle la correa en defensa de su madre, pero Aurora continuó en lo suyo con el rostro inyectado de ira, hasta que consiguió el Perdón que tanto quería escuchar. Estaba irreconocible: con las pantyes corridas por el esfuerzo, la delgada chaleca a punto de abandonarle los brazos, mientras un notorio surco de rimel negro dividía sus mejillas. Sólo entonces se percató de la presencia del público habitual. Marina la observaba con ojos desorbitados, como si la viera por primera vez. ¿Qué pasará con la Aurora, viejo? Ha cambiado tanto desde que llegó. Se ha vuelto chora, amatoná. Es como si de a poco fuera perdiendo la vergüenza. Imagínate que anoche; cuando le llevé las cosas ni siquiera me vio. Podría haber entrado cualquiera, le daba lo mismo. Se estaba peinando como una dama antigua que vive en palacio, pero ¡con una ropa! que daba pena . Le dije- huachita, querís ir a ver tele con nosotros- y apenas respondió. Me miró de reojo como para alejarme. Y siguió peinándose con esos aires que no le conocía. Es como si tuviera doble personalidad. Será que tanta soledad, la está enfermando a la pobre. En todo este tiempo, aparte de don Bastián © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 29
  • 30. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur que la tiene pa la patá y el combo, no se la ha visto con nadie. Cuando viene ese caballero a dejarle trabajo, ella lo mira como pidiendo perdón. ¿Será que su vida es una total complicación? ¿O estará volviéndose loca como dicen las vecinas? Mira que obsesionarse por teñirse el pelo y andar pensando en voz alta. Siento pena por ella; sobretodo cuando vuelve del centro. Las pocas veces que sale de día, llega tan alterada que ni saluda ¿Será el ajetreo, digo yo? Ahora; la que agarró de salir de noche, Las vecinas hablan como víboras diciendo lo peor... - Pinta de patín no tiene, vieja. - ¡Claro que no, pus Lalo! Además si así fuera, no estaría aquí... es tan bonita. - ¿Y qué creís tú que hace en la noche? - El Chincol dice que camina y camina de aquí para allá. Fuera de eso no sé. - Harto rara tu amiga, vieja, harto rara... Santiago es un demente que corre sin sosiego. El centro es un gran nicho de cemento, profanado por el smog y el tráfico infernal de autos y microbuses que transgreden la velocidad máxima permitida, compitiendo por pasajeros. Las calles atestadas de gente son testigo mudo de la ausencia de alegría, de las almas carcomidas por la nada...Todo rápido, agitado. Un hombre manco toca la flauta con la ayuda de un improvisado atril; su añeja balada, cabalga sobre unas cumbias encabritantes interpretada por unos jóvenes que parecen disfrutarlas. Más allá; una mujer de unos cuarenta pide limosna con un niño prestado entre los brazos. Un tango ofendido por un acordeón, presencia el tambaleo de un borracho, el caminar agitado de muchos oficinistas que parecen uniformados con sus trajecitos y sus sonrisas moribundas, como la de aquel obrero, como la de aquellos vendedores de intangibles que se sientan sudorosos en una banqueta a degustar su misérrima colación, mientras observan impasibles a un degenerado manoseando a una jovencita de minifalda azul. Un tipo de terno y corbata, ensordece su celular para jactarse públicamente de sus negocios. En un rincón; una pareja de ancianos se abrazan apenas. En Moneda con Ahumada; un minusválido lleva mucho tiempo esperando que alguien lo ayude a subir la escalera. Un ciego camina junto a su bastón, temeroso de las patadas y codazos que propinan algunos a la salida de las grandes tiendas. Un grupo de vendedores ambulantes huye de carabineros por no tener patente municipal, mientras una potente voz anuncia en nombre de Dios: “De verdad os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos”... en tanto, la eterna muchedumbre continúa su paseo, vestida de negro , gris, azul y blanco. La soledad de siempre los acompaña; nos acompaña a todos: junto al grito de auxilio tras un asalto, el robo de una cartera, la cadena de oro cortada en el acto por la mano entrenada del punga...La impotencia llega y parece irse al instante, al igual que la viejecita que sube al © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 30
  • 31. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur microbús, luchando contra el temblor de sus manos que la sostienen de la barandilla, mientras los demás pasajeros la ignoran...Es que Santiago es un narciso incompasivo que juega a vender felicidad, con aquellos anuncios fraudulentos que se publican en los periódicos, ofreciendo grandes sueldos a vendedores de imposibles y a prostitutas disfrazadas de azafatas o modelos de Nigth Club International. Seis millones de habitantes en Santiago, casi tres cuartos de Chile entre el bamboleo de un tumulto que se extingue bajo la luna, para liberar el paso de quienes concurren al Paseo Ahumada, engalanado de travestis, traficantes y prostitutas que aparece mágicamente como un zoológico humano que brilla bajo los faroles. Es el momento de ellos: los burlados, los burladores, los marginados de Dios y de los hombres. Aurora camina durante horas por el centro de Santiago después de la medianoche. El Chincol y el Gato son sus mejores aliados. Ella detesta el ajetreo bajo el sol, la irritación hidrocarbúrica de sus ojos cuando el smog la invade como un cáncer. Ella prefiere la desnudez de las avenidas, la complicidad distante de quien no la conoce, el grito de alguna estrella perdida tras el ozono, justificando una existencia falsa. - Debes cuidarte huachita. Esos paseos nocturnos, me están preocupando. Yo te puedo prestar al Lalo para que te acompañe... - No es necesario mujer. Lo único que quiero es caminar. - ¿Y porqué de noche? - Prefiero la oscuridad. - ¿De qué estai escapando, huachita? - De mí misma, supongo. - Escúchame bien: te he visto amanecer con los ojos hinchados y sin ganas de comer. Algo grave te pasa y no quieres contarlo. No puedes seguir así, tragándote la vida... - La policía me busca... - ¿Por qué, mija? - Giro doloso de cheques. - ¿Y eso que diablo es? - Se trata de los plazos esos... - ¿Qué plazos? - ¿No has escuchado aquello? - ¿Qué cosa? - Los plazos... - Aurorita, tienes mala cara. Si quieres seguimos conversando después. - Debo ser razonable. No lo he sido, no he sido razonable. Vine a este basurero buscando un escondite... Ningún policía me buscaría acá...nadie sospecharía... - Debes calmarte o vas a parar al manicomio. - El psiquiatra me habló de neurosis de angustia. - O sea que estás enferma. - Las deudas me tienen enferma. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 31
  • 32. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - Quisiera ayudarte. - Me has ayudado, mucho más que mi familia. - ¿Tienes familia? - En Puerto Varas. - ¿Eres casada ? - Separada de hecho. - ¡Ave María purísima! - Mi madre y una hermana soltera se fueron a vivir conmigo, para ayudarme a criar a mi hijo. Yo no estaba en condiciones. Los usureros comenzaron a perseguirme y tuve que renunciar al trabajo, en fin. Mi hermana se encargó del pequeño... - ¿Qué edad tiene tu hijo? - Dos años. - ¿El de la fotito? -Sí- respondió apenas y calló por muchas horas. El infierno, la serpiente... Adán y Eva, El Creador...Buscaba culpables como poseída por una extraña afección. ¿Seré yo misma?... A ratos ansiaba serenarse como el mejor de los yogis, pero algo le decía que todos sus malditos chacras, debían confinarse a la pasión más desatada para al fin encontrar un fulminante desenlace... Quería morir y vivir a la vez, y esa contradicción le envenenaba la sangre como la serpiente al paraíso... Creer en Dios y esperar milagrosamente que no se cumplan los plazos era algo muy estúpido...Volver a casa, pedir perdón a todos y esperar serenamente que hable la justicia de los hombres, era tal vez lo más sensato... Pero ¿cómo enfrentar la situación con sensatez, cuando el pavor al encierro simplemente la paralizaba? Pensó en su hijo...en su ex marido bailando animadamente con su nueva amante, pensó en su padre muerto, en su madre, incluso en los amigos de sus padres, pensó en su hermana y una hebra de compasión le hilvanó el pensamiento que estaba a punto de cortarse y caer al precipicio... Debí saberlo, debí sospecharlo: cada compra que hice, cada invitación, cada cena suntuosa, cada esfuerzo por presumir un nivel que no poseía, una situación que no me pertenecía , constituyó la lucha de toda una vida... Todo este tiempo huyendo sólo por deudas... ¿Puedes entenderlo, Bastián? Es realmente estúpido... Pero ya sé, no soy la única y hay quienes lo han enfrentado de mejor forma... Es más, alguien podría burlarse de mi situación: ¿Verdad Bastián, que alguien podría burlarse de mí?... Pero ¿Qué pasa amorcito? es la primera que vez que extraño tu elocuencia... ¿Qué no sea cínica?... ¿Quién ha sido cínico en realidad?... ¿Qué te perdone?... ¿Tú crees que se trata de perdonar?. Después que Marina supo lo mío, me aconsejó que acudiera a tu despacho y te lo contara todo. ¿Recuerdas? - Un momento por favor, el señor Cerutti se encuentra en reunión. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 32
  • 33. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Por favor, dígale que es urgente. - ¿Lo recuerdas verdad? ¿Qué te ocurre? ¿Estás arrepentido? No pensé que en tu corazón hubiera lugar para el arrepentimiento...¿Qué me calme dices ? pero amor, jamás he estado más calmada en mi vida. Es tan nítido aquel momento que me parece ahora...¿Que te perdone dices?... Recuérdalo nuevamente: - Perdón por interrumpirte, Bastián. Se trata de algo urgente. - Espero que así sea, pues despaché a mis clientes. -Estoy arruinada. -¿Cuánto debes...? - Cuarenta millones. - ¡Pero mujer por Dios. Qué son cuarenta millones! ........................................................................ - ¡Por favor, Bastián, deja de reír !... ¡deja de reír!... - Oye, no te enojes, linda. No es para tanto ¿Qué deseas olvidarlo?... ¿Qué te arrepientes de haberte burlado?... ¡Sí. es cierto, me ofreciste ayuda; pagarme la deuda y seguir riendo a mis expensas!... ¿Que no me comprendes?, ¿Que nadie me comprende?... ¿Y la dignidad qué? es todo lo que tengo...¿Que me case contigo? ¡Vaya solución!, con un proceso de nulidad pendiente... ¡Pero claro!: tus abogados pueden arreglarlo todo... ¿Que sea tu conviviente? Y lo pides así, sabiendo que estoy hipotecada... ¿Que lo solucionas? es decir, me prostituyo y punto... ¡Claro, todos dicen que no importa. Después que tienes la plata nadie te pregunta de donde la sacaste!... pero sabes, si he logrado sobrevivir sin ti, seguro puedo hacerlo el resto de mi vida. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 33
  • 34. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur Se llama Nataly López, hija de Juana y el Chicharrón, acostumbra a lucir sus quince años con jeans y poleras ceñidas. Por momentos parece vampiresa caminando entre pabellones, otras veces se la encuentra lavando ropa en el patio central, mientras cuida a sus hermanos menores. Aurora la observa compasivamente desde la ventana, sin reparar en la profunda envidia que la joven le tiene, sino más bien pensando en su antigua vida, cuando aquellos sentimientos la asediaban continuamente. Por eso, cuando Bastián se marchó la última vez y Nataly López se paseó delante suyo, ofrendándole el trasero en la danza ondulante de sus nalgas, para obtener de respuesta un simple “buenas tardes”, Aurora sintió gran compasión... compasión que venció las barreras de los muros para adentrarse en los rayados que solían cubrirlos y luego dejarse caer sobre el asfalto ligoso de los pasadizos, unidos entre sí por canaletas oxidadas que suelen confluir en los resumideros comunes, en donde la mierda se baña desnuda, vomitando su podredumbre en el corazón mismo de la pobreza... de toda la pobreza ; la ajena y la propia, aquella que Aurora fugazmente olvidó para contemplar a la joven y reparar en sus manos amoratadas, fregando la suciedad de los suyos con el desvelo inmaculado de una madre; una madre sin hijos, como ella, que sólo se limita a observar por la ventana... - Hola ricurita: ¿Por qué no deja la fregaura pa otro día y me acompaña a una cervecita? - Por qué no mejor, Chincol, invitái a Madamme Miseria. - ¡Schisst. Tanto que te hacís de rogar. Vos creís que acá adentro vai a encontrare argo gueno pa casarte. No pus, vai a tenerte que conformar con uno de los otros. Además ningún jetón de guena familia se casa con mujeres como vos. - ¿Por qué no. Tengo segundo medio? - ¿Y eso qué. Acaso uno puede negare de donde viene? - Tú siempre insistís en lo mismo. - Si yo te quiero pus huachita. Te puedo ofrecer argo gueno. - Algo robao será. - Hay otros que roban de otra manera, lo mío es más real. - Real será andar too el día arrancando de los pacos. - ¿Pero y? ¿Me la gano o no? Si tú querís te regalo una chaqueta de cuero o arguna otra cosita. - ¿Por qué no te virai? - ¿Y si no quiero, Ah? ........................................................................ - ¡Deja de molestare a la Nataly o te las vai a vértelas conmigo, Chincol ! - ¡Schisst, mansa hueá...si fui yo mismo el que te leyó la cartilla! - ¡Andate, Eugenia o el Chincol te va a...!- Interrumpió Nataly- nerviosamente. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 34
  • 35. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - ¿A mí no me tendrá respeto pero y al Nacho? - ¿Qué me va a hacerme el Nacho, a ver? - Acuérdate que él tiene contactos. - Será por las movías que tiene con don Bastián. - Más bien por los contactos. - No te dije Nataly. En este mundo hay gente mala que pasa botá. - ¿ A quien Te referís Chincol, al Nacho o a don Bastián? - Hablo de Tarzán no de los monos. - ¡Cállate pus Chincol, no vaya a escuchar la Aurora! - Vos empezaste pus Eugenia, así que callao el loro y no se hable más. Ella estaba pensativa. No podía creer que Bastián fuera un mal tipo. Si bien era inestable en el amor, era sin duda un hombre de trabajo. Aquellos comentarios eran producto de la envidia característica del lugar. Tal vez Bastián tenía razón; era preciso olvidar todos los malos entendidos y formar juntos un nuevo hogar. Así enterraría para siempre el pasado, en la bóveda de su memoria. Pero entonces sería inmoral, más inmoral que hasta ahora: ¿Podría despertar por las mañanas junto a ese hombre y olvidar el olor de su ex marido, la sonrisa transparente de su hijo, la palabra mamá? Pensó en Puerto Varas, recordó los escasos momentos en que la lucidez parecía habitarla, la dicha que sentía antes de ser acosada por aquellos cuestionamientos, que la hacían odiar su hogar de clase media, sus botas de cuero gastadas, el sonido mecánico de su auto viejo e incluso aquellas amistades que le preguntaban : ¿ el vestido de esta noche es el mismo de navidad? ...aquello era un agravio para quién sentía que su destino era brillar. Al fin y al cabo, su madre la preparó para eso desde pequeña. Por tal motivo, casarse con un simple maestro de escuela fue una decisión repudiada por su familia : ¿Por qué no mejor con un ingeniero, un médico o un empresario? No. tenía que ser con un simple maestro de escuela, de apellido García y sin más ambición que enseñar a leer a un niño... Si no les hubiera escuchado, se gritaba en silencio tragándose las sílabas. Si no les hubiera escuchado no estaría aquí, pero fui débil...tan débil. No podría explicarte claramente, Marina, cómo llegué a esta situación, pero recuerdo muy bien cómo empezó: en algún momento viví con cierto relajo, comencé a gastar y gastar. Salía mucho, al extremo que las fiestas e invitaciones se convirtieron en rutina. Poco a poco este modo de vida me fue sobrepasando, ante la imposibilidad de crédito bancario confié en los usureros...Mis deudas crecieron tanto y no pude controlarlas, con las ganancias en el casino... © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 35
  • 36. www.cyberletras.net e-libros ____________________________________________________________________________________________ Frenético sosiego – Roxana Heiser Venthur - ¿Te metiste en el juego, Aurorita? - Empezó como una entretención, después se convirtió en un vicio. - Debe ser difícil no tentarse con plata en la mano. - Una vez que ganas, quieres más. Juras que la próxima te salvará los intereses, pero no es así...te hundes más y más. - ¿Y tu ex marido, qué decía? - Mientras estaba en casa, discutíamos mucho. - ¿Mientras estaba en casa? - Se fue con otra: una amiga que nos visitaba. - ¡ Ave María! - Lo enloqueció, con aquellos escotes y esas caricias bajo la mesa... - ¡Pero si los hombres hijita por Dios, tienen el cerebro entremedio e las piernas! - Yo lo tuve en el bolsillo. - Pero deja de darle y darle, que vas a morir. - Ya lo estoy. - ¡Por qué dices eso! - Estoy desaparecida...Para muchas personas dejé de existir.. - ¿Pero tienes un nombre y un apellido? - Que no es el mío. - ¿Y, cómo te llamas? - Por ahora, prefiero no decirlo... El llanto de Eugenia rompió el silencio de los pasadizos refractarios a la luz. Fue casi un aullido de lobo que sacó a todos de su letargo, mientras el Lalo, consolaba a la desesperada... Que el Nacho se ausentara tres días, no era cosa rara ...pero que vinieran así; con cuentos, a decirle que lo habían visto reventáo, peleando con unos pandilleros que se lo querían echar...eso era otra cosa. Mire que tanto decirle y decirle; que cuidara el trabajo con don Bastián, que los estaba ayudando a salir de la miseria, para venir a caer tan bajo. Ahora, seguro no estaba haciéndole a los mandaos y ese don Bastián, que no se anda con rodeos, lo va a poner de patitas en la calle...¿Qué va a ser de mi y de mis hijos. Dígame Lalito...? - preguntaba Eugenia- para reanudar el llanto escandaloso, que empezaba a reunir espectadores. Esta vez el Nacho había llegado más lejos que otras veces...No había nada en la casa para comer...Los cabros chicos estaban con la Lucha y del perla ni señas...Alguien tenía que hacer algo. © Roxana Heise Ventur — E-mail: roxanaheise@entelchile.net 36