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El documento narra un acuerdo astral entre los cuerpos celestes Sol y Luna. Sol y Luna se enamoran pero no pueden estar juntos, lo que provoca el enojo de la madre Tierra. Finalmente se llega a un acuerdo donde Luna se queda con su madre Tierra, mientras que Sol jura no ejercer su atracción sobre Luna y todos los planetas pasan a girar en torno a él.
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La historia de amor de Sol y Luna
1. ACUERDO ASTRAL
A las cinco cincuenta y cinco de la mañana, fui a un lugar del infinito, de nombre
impreciso, llegué sin pasos, como el humo que deja correr la chimenea, ligero, sin
equipaje, con la agilidad de la sombra que persigue a su amo. Me movía lento y
silencioso, a mi lado cerca y distantes giraban los astros en órbitas de distintas formas,
ritmos y velocidades, condenados a seguir caminando, sin renunciar a la fuerza de
atracción que ejercían sobre ellos. Planetas, anillos, asteroides, cometas, vetustos
pobladores de un espacio en descabalamiento, alfa y omega sin presencia.
Ascendía mi consciencia como el humo, con la misma ubicuidad que tienen los sueños.
Esa noche, sentí tras de mí una succión sobrenatural, que llegó por mi espalda,
obligándome a voltear. Un agujero negro con dimensiones incomprensibles, como el
alcance que puede tener la palma de la mano, era una incisión en el espacio que me
tragó como el útero que expulsa a un recién nacido, sólo que esta vez al inverso.
Al entrar en la profundidad abismal de aquel ojo negro, paré donde no había espacio, ni
tiempo. Ante mí, se revelaban trozos del cronos que presentaban una historia sin contar.
Vi dos cuerpos astrales que se miraban desde lejos con nostalgia, como una luciérnaga
solitaria en medio de la noche, eran el señor Sol y la señora Luna. Ella vestía un abrigo de
piel de conejo, él se adornaba con un destello capaz de cegar a cualquiera. Distantes
siempre, ella a pesar de sus esfuerzos no podía moverse en dirección al señor Sol.
Todos conocían el poder de atracción del señor Sol, era irresistible, no sólo por su luz,
sino por el fuego de su voz, cada vez que un planeta lo veía empezaba a girar a su
alrededor sin poderse detener.
Mercurio, el Curioso, era el que estaba más cerca del astro rey. Cuando alguien se
disgustaba en la comunidad planetaria era el intermediario, llevaba y traía las cartas de
todos los solicitantes; Venus la Bella caminaba descalza con su túnica de sal, se paseaba
en elipsis, lo hacía sin discreción, con su tez blanquecina de tono madreperla e intentaba
conquistar no sólo al señor Sol, sino a todos los que vieran su pequeño destello que le
había quedado un día que Sol la vio de reojo. Otros aseguran que no fue una mirada sino
un brillo más poderoso. Ese acto enfurecía a Luna, la propietaria del corazón de este
mapa astral y sufría la pena de no poder gobernar el curso que tomaban los planetas que
estaban sometidos al influjo de su amado
Marte el de voz sin retroceso, gozaba de una amistad cercana con la pareja cósmica.
Una vez trató de asustar a Sol y consiguió su cometido; este se sobresaltó tanto que en
su estremecimiento se le escapó una llama que le cayó al bromista y lo dejó de color
rojoanaranjado. Ese día la madre Tierra se interpuso entre ellos y dejó caer un gran
chorro de agua sobre Marte, para devolverle su tono natural; pero fue inútil ya que siguió
con su piel rojiza tornasolada.
La madre Tierra era el único miembro del pueblo cósmico que no era gobernada
totalmente por los rayos de Sol, en sus entrañas poseía el germen de la consciencia,
llevaba millones de mundos alojados en las cabezas de las pequeñas partículas vivientes
de polvo cósmico que cargaba en su vientre, eran minúsculas luces que iban creciendo
cuando avanzaba; también era la madre de Luna, a quien amaba por ser la más delicada
e inocente.
2. Un día los jóvenes Sol y Luna se conocieron una noche de llovizna meteórica, frente a
miles de familiares, todos vieron como ella quedó fascinada por la brillantez que Sol
esparcía en toda su circunferencia, en ese momento impreciso, sin que nadie lo advirtiera
se escaparon de la mirada sideral de todos los que componían la carta astral. Recorrieron
el espacio tomados de sus cuerpos, hasta que se acercaron tanto el uno y la otra que la
luz caliente de Sol se adhirió a Luna y le traspasó el abrigo dejándolo caer, le cubrió todos
sus cráteres que ocultaba bajo la prenda. Ella ya no podía ocultar su amor, ni la cercanía
que había tenido con el rey. Cuando regresaron fue imposible ocultar su acto consumado,
los planetas cuando vieron a Luna, entendieron que la luz que llevaba era la huella del
amor en su cuerpo. Había quedado manchada de luz.
Luna iluminada frente a los ojos de los demás planetas se había convertido en un
atrayente trofeo, todos la querían poseer. Los gigantes vaporosos, la cortejaron de día y
de noche, aún cuando Sol había puesto sus rayos en ella, Júpiter y Saturno querían llenar
sus cráteres con aromas y anillos. Júpiter le regaló un frasco con tres esencias para que
al olerlo ella se rindiera de amor. La sorpresa fue que el compuesto de etano, amoniaco y
fosfina le produjo una alergia terrible. Esta experiencia hizo renunciar a Júpiter de sus
sueños de conquista, se retiró con la intención de volver con el gas aromático perfecto,
capaz de conquistar a Luna. Después llegó Saturno, quien le obsequió los anillos de la
familia, pero a ella no le interesaban las riquezas; amaba a su astro refulgente. Urano le
llevó figuras pétreas envueltas en sustancias glaciares y Neptuno el de capa azul, no
alcanzó a presentarse ya que era el más lejano.
Sol se paseaba con otras estrellas, buscaba a los chicos meteóricos, seguía con la
amistad de Venus la Bella. Mientras él ampliaba su recorrido, los planetas de otras
constelaciones, al ver a Luna empezaban a pretenderla y es que se le notaba a la
distancia que ya estaba iluminada. Los planetas ambicionaban tenerla para poder ser
como Sol, ya que ellos carecían de la fuerza de atracción y luz que éste tenía desde su
origen.
Tierra, la madre de Luna, no aguantaba la vergüenza destellante que su hija cargaba en
el cuerpo. Un día cuando todo era caos, la madre Tierra se sentía desordenada y vacía,
las tinieblas estaban sobre su faz como en un abismo, y sus pensamientos de amor y
cólera, se movían sobre las aguas separándose para siempre de lo seco. Se hizo el
génesis en su cuerpo, así duró la señora Tierra, hasta el séptimo día en que el polvo
cósmico que custodiaba en su vientre, se erigió y todas la luces se encapsularon en los
polvos cósmicos erguidos como animales, parásitos ingobernables; se le rebelaron de su
seno y comenzaron a ser carne y hueso con voluntad y poder, pero ellos tardarían
millones de años en descubrirlo.
Luna había probado al astro prohibido, ya no quería estar con su madre. Tierra al saber
esto reunió a sus océanos, juntó los ríos, mares, mantos acuáticos y toda gota de agua
que le pertenecía. Cargó sus líquidos, y salió a buscar a Sol, para exigirle que detuviera el
acoso que Luna padecía, que se casaran, que fuera sólo para su hija y se unieran como
un cuerpo astral; que dejara de pasear con Venus la Bella y los meteoritos. Sol amaba a
Luna pero no podía ser de ella, ni Sol mismo podía contener el fuego de su amor por la
libertad. Le hizo saber a Tierra, que la luz no se contiene en un solo corazón. La madre
dejó de girar, se acercó lenta y soberana; truenos y relámpagos aparecieron en su boca y
arrojó sobre él una cuarta parte de su agua, lo quiso extinguir, Sol se percató y la apartó
de su lado creándole volcanes en su cuerpo.
3. Ante esta ruptura Mercurio llegó como intermediario para evitar una catástrofe universal,
mientras Luna lloraba lágrimas de miel al ver que su amado no sería para ella. El corazón
de Sol, enorme y candente no le pertenecería a nadie. La madre Tierra y Sol llegaron a un
acuerdo, convocado por Mercurio; Marte como amigo cercano fue testigo y Venus la Bella
desde una fisura presenció el acontecimiento.
Luna se quedaría con su madre, estaría a su lado por la eternidad, Sol juró no ejercer su
poder de atracción sobre su amada, puso un cinturón de meteoros para que los gigantes
vaporosos no llegaran hasta ella y sometió a todos los planetas a girar en torno a él para
asegurarse que Luna desde lejos lo amaría para siempre.
Salí del de aquel agujero negro, no sin antes volver a mirar a estos dos cuerpos etéreos,
nostálgicos, incapaces de unirse y regresó esa partícula de luz de mi consciencia viajera
desde un mundo en el infinito albergado en mi cabeza. Los rayos que atravesaban mi
ventana me habían hecho volver.