Este documento discute el uso del lenguaje por parte de los políticos. Señala que los políticos a menudo usan expresiones coloquiales en privado pero son más moderados en público. Menciona algunos ejemplos recientes de políticos que han usado lenguaje vulgar. Argumenta que aunque el lenguaje de la gente es válido, las ideas también deben expresarse de manera austera y simple para no apelar a las emociones o adoctrinar a audiencias inexpertas.
EL RUIDO DE LA CALLE: ANÁLISIS DEL LENGUAJE POLÍTICO
1. EL RUIDO DE LA CALLE
Habla de carretero
RAÚL DEL POZO
Los escribas de La Moncloa piensan que al final el PSOE cederá,
pero en vez de vender la abstención como un gesto de partido
institucional y de Gobierno, «llegarán arrastrando los pies». Es así,
con expresiones coloquiales, con las que suelen hablar los áulicos,
asesores, politólogos y amanuenses cuando no hay cámaras ni
alcachofas. De pronto largan: «A Pedro se lo van a follar». «El
Niño Jesús se va a quedar sin pesebre». «A Pablo, Íñigo le va a
rebanar la coleta».
Luego, en la tribuna, suelen ser más melindrosos, aunque a los de la derecha se les haya
escapado en los últimos tiempos algún «coño» o «manda huevos». Un día, la
vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría tiró la gaita celta en los pasillos del Congreso
y habló en castellano: «No he cobrado un sobre en mi puta vida». Sólo Castilla sabe
mandar y soltar blasfemias como nadie.
Las palabras de los políticos tienen menos valor que las de los poetas porque suelen ser
fingidas, aunque esconden tanto peligro como dagas en el aire. Y el último que ha soltado
alpargata vallecana para decir palabras libertinas ha sido Pablo Iglesias. «Me acojona –dijo
en la Complutense– pasar de partisano a ejército regular» y «Puede suceder que nos
demos una hostia de proporciones bíblicas». Al escuchar estas palabrotas, Antonio
Gramsci se estremeció en la sombra donde lo guardaba Mussolini. Quizás Pablo pretendía
usar el argot de la gente, que no es el mismo que el de la casta, aunque en España los
que largan más tacos son los aristócratas y los campesinos. Después del retroceso
electoral, quizás piensa que hay que irse a Ginebra a empezarlo todo de nuevo o que con
los textos del socialismo utópico no se cantea la intención de voto.
Pero me temo que ha hecho también la travesía de profesor a carretero. Podemos pensar
que los que empezaron a hablar con las manos en las acampadas van a terminar dándole
al pico como los de la cuerda; o sea, hablando con el pijo. Antonio Gramsci les dejó escrito
en su testamento de la cárcel que la conquista de las palabras es previa a la conquista de
las instituciones y que hay que expresarse como la gente, pero sin vulgarizaciones o malas
palabras. Siguiendo el ejemplo de los romanos, aconsejaba que la elocuencia consagrada
a la verdad ha de ser austera y simple, sin intentar conmover a la turba o emplear la
vulgaridad para adoctrinar a un auditorio inexperto.
A pesar de lo que digo, a mí me gusta el lenguaje de los carreteros. Vi en mi niñez los
gancheros y los que transportaban los troncos de pino desde la serranía. Y no es verdad
que hablaran mal, se expresaban en un castellano sonoro y arcaico, no contaminado. El
2. lenguaje vulgar es el que nació en las besanas, se enriqueció en las batallas y en los
penales, en las noches de cuadrillas, en la jerga de los gitanos, mientras el idioma culto,
abstracto y libresco se iba alejando de la realidad.
Está muy bien que las ideas se expresen simplemente, pero cuidado con ese vulgo
disforme, al que ahora han dado en llamar «gente»