El documento analiza la situación económica actual y compara la posible recesión con crisis anteriores. A diferencia de 2008, los bancos ahora están más sólidos con menores tasas de morosidad y mayores niveles de capitalización. Aunque se enfrenta una desaceleración, no hay señales de problemas en el sistema financiero o de deuda soberana como en el pasado. Esto representa un factor positivo en medio de la incertidumbre actual.
Revista Estudiantil de la Carrera de Contaduría Pública de la Universidad May...
RECESION CON ATENUANTES?
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¿RECESION CON ATENUANTE?
Manfred Nolte
A pesar de que los heraldos del apocalipsis, incluido el habitualmente ponderado
Fondo Monetario Internacional (FMI), van estrechando el cerco de la opinión
pública advirtiendo del peligro de una crisis inminente, es conveniente referir
alguna circunstancia económica que, en clave comparativa, pueda verter cierta
esperanza frente a la desconfianza reinante.
Una de estas circunstancias reside en que las grandes crisis económicas de la
historia, las más dañinas y pertinaces han venido acompañadas de un ataque y
derribo del sistema financiero con un determinado contagio del riesgo soberano.
Junto a ellas, hay crisis de superproducción y, últimamente, de índole exógena,
aunque estas son de una recuperación más rápida, tan pronto como la variable
externa detonadora, que suele estar nítidamente identificada, queda
neutralizada.
La crisis COVID, una de las más profundas de nuestra historia solo registró dos
trimestres consecutivos de caída. Desplomes del diez por ciento en el PIB, pero
que hoy estarían definitivamente enjugados si no hubiera sido por la catástrofe
adicional de la invasión rusa de Ucrania. Y aun esta última, la que padecemos hoy
en nuestras carnes como consecuencia del delirio de un psicópata, saldrá airosa
al término del factor bélico exógeno citado.
Lamentablemente, a las calamidades provocadas por el déspota ruso hay que
añadir la enfermedad inflacionaria -que parece ir tocando techo- y las subidas de
los tipos de interés monetarios, terapia que en el corto plazo agrava la dolencia
del desenfreno de los precios. Por eso el FMI advierte del daño colateral
producido por estas subidas, que deprimen una demanda equilibrada, cuando
nos enfrentamos básicamente a una inflación de oferta, producida por un recorte
en la cadena global de suministros, incluidos los productos energéticos y
alimentarios. El referido daño colateral puede ser tanto mayor cuanto más
endeudada se halle una economía, como es nuestro caso particular y, como es
obvio, puede agravarse en las economías emergentes y en los países más frágiles
del globo.
Pero lo sustantivo en el entorno de los países centrales-y volvemos a nuestro
argumento central-, es que, a diferencia de lo ocurrido en 2008 y años sucesivos,
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en ninguna de estas dos últimas recesiones se ha tambaleado el edificio bancario
y tampoco hay visos de que lo vayan a hacer en un futuro inmediato. Lo cual no
se contradice con la evidencia de que encaramos una seria desaceleración y las
expectativas se deterioran, aunque menos en España que en la Unión Europea.
Tampoco se detecta alarma significativa sobre eventos desfavorables de riesgo
soberano, que incidieron de forma brutal en países como Grecia, Portugal,
Irlanda, Chipre o España en la crisis de 2008.
La alerta se halla habitualmente en los cambios que atribuyen a los estados las
agencias de calificación, que, por el momento, no han variado sus notas. Como es
sabido, los referidos cambios a la baja contienen un poderoso efecto de
prociclicidad, -endurecimiento de las condiciones de financiación- muy
perjudicial en momentos de incertidumbre económica para el sistema bancario.
Dichas rebajas tienen incidencia igualmente en los bancos si afectan a las grandes
corporaciones privadas. La razón es que la rebaja de las calificaciones reduce la
lista de activos elegibles como garantía, lo que limita la capacidad de las entidades
financieras de financiarse en los bancos centrales. Por estas razones, los
descensos de rating suponen un riesgo para la transmisión de la política
monetaria de un país en su sentido más amplio.
La mayoría de los bancos españoles tienen calificaciones situadas en la parte baja
del grado de inversión. Se trata de notas aceptables o moderadamente buenas,
lejos de las posiciones de excelencia -la ‘triple A’- pero a cierta distancia de la
‘triple B’ que abre el capítulo de los ‘activos basura’.
Un recorte de su calificación crediticia, además de los efectos directos sobre las
propias entidades, puede tener también efectos de arrastre sobre el resto de la
economía en la medida en que se transmita el encarecimiento de su financiación
a sus clientes. Tal advertencia obliga a vigilar atentamente este indicador -junto
a otros relevantes- para anticipar a su debido tiempo cualquier fisura en el
sistema financiero. Pero como ya se ha dicho, no es el caso, por el momento.
En una reciente intervención pública Pablo Hernández de Cos ha analizado la
situación actual del sector, preguntándose cómo podría verse afectado por el
entorno tan complejo que atravesamos. El punto de partida es favorable en
comparación con 2008 y siguientes. Hoy nuestras entidades financieras tienen
menores ratios de morosidad y una rentabilidad por encima del coste del capital.
La calidad de los balances bancarios ha continuado mejorando hasta la fecha de
tal modo que la tasa de morosidad ha alcanzado el 3,8 % en junio de 2022,
volviendo a registrar mínimos tras la crisis de 2008. En segundo lugar, la
rentabilidad del sector bancario español ha continuado mejorando. En concreto,
el rendimiento sobre capital se situó en el 10 % en el primer semestre. En tercer
lugar, en cuanto a la solvencia, la ratio de capital ordinario del conjunto de las
entidades bancarias españolas se situó en el 12,9 % en junio de 2022, 70 puntos
básicos por encima del nivel prepandemia.
Aunque sea preciso extremar la prudencia, el hecho de que no penda sobre el
sector financiero una amenaza inminente representa un atenuante en la alarma,
un factor de optimismo moderado en esta feria del desconsuelo