1. ECONOMIA DE LA BONDAD.
Manfred Nolte
La filosofía clásica medieval, que aun reclama alguna vigencia en nuestros días,
seleccionó tres atributos ontológicos concernientes al ser absoluto: la unidad, la
verdad y la bondad. Una cuarta propiedad, la belleza se agregó posteriormente
con carácter menos unánime. Labondad, en consecuencia, según los escolásticos,
sería un trascendental en el orden universal de las cosas.
La pregunta que nos ocupa en esta columna, en este ferragosto de calor africano,
es si la bondad o sus manifestaciones tiene algún valor económico y en su caso de
qué magnitud.
La bondad puede mostrarse, al menos, en cuatro estadios diferenciados. El
primero se encuentra en el gesto espontaneo, la palabra amable, la pequeña
ayuda, la mirada de empatía y de apoyo. Sucede con profusión en el día a día,
aunque no todos sean -seamos- portadores de estaespontánea virtud.La segunda
se refiere a la acción desinteresada, generalmente organizada, de aportación del
tiempo propio a acciones en favor de terceros. Es la función de la sociedad civil
traducida en organizaciones no gubernamentales, las llamadas ONGs. Lugar
especial ocupan, a continuación, aquellas sociedades que revisten un carácter de
altruismo religioso o espiritual y que dedican no ya una parte sino su vida entera
a una determinada acción cultural, asistencial o de otra índole. Son las órdenes
religiosas y cuantos deciden desempeñar, a tiempo completo, el bien en favor de
los demás. La cuarta podría ser la filantropía, más selectiva y referida a grandes
fortunas queempeñan su fortuna como forma diferenciada de ayudaa la sociedad
allí donde se halle más necesitada.
Como común denominador, estas acciones o conductas son gratuitas y no buscan
una contraprestación, no tienen atribuido un precio de venta, elemento esencial
en el comentario que se ha de desarrollar y, en su consecuencia, carecen para los
estándares de nuestra contabilidad nacional, de nuestra forma de contar y sumar
las cosas, de valor económico alguno, ya que solo se computa como valor
económico aquello que tiene un precio de mercado. Es la regla básica de inclusión
en el PIB.
Lo cual no está reñido con la obtención, como bien colateral, de un beneficio
reputacional. Dicho beneficio reputacional, según ataña a uno de los cuatro
segmentos arriba aludidos, podría apoyar la imagen del agente básico, del agente
primario, y catapultar sus beneficios a través de aumentos en la demanda de
productos u otros equivalentes.
Pensemos en el filántropo húngaro George Soros. Soros, nacido en 1930,es dueño
de una marca -la marca Soros- que practica simultáneamente la gestión de
millonarias carteras de valores propias y ajenas, una acción política beligerante,
y una de las gestiones filantrópicas más extensa del planeta. Soros es conocido en
los círculos financieros por el éxito alcanzado en 1997 al derribar la economía
tailandesa en sus especulaciones contra su moneda -el Bath- que le reportaron
enormes beneficios. Pero, sobre todo, su nombre está asociado al del hombre que
provocó un enorme quebranto al Banco de Inglaterra debido a su venta al
2. descubierto de 10.000 millones de dólares en libras esterlinas que le reportaron
una ganancia de mil millones de dólares durante la crisis cambiaria del Reino
Unido del miércoles negro de 1992. Una cifra descomunal en aquellas fechas y
circunstancias. El Reino Unido tuvo que devaluar su moneda y abandonar el
mecanismo monetario europeo.
Paralelamente a estas operaciones que podríamos calificar de capitalismo
financiero desmesurado, y que valieron al húngaro un patrimonio de enorme
magnitud, el fondo de su propiedad OPEN SOCIETY FOUNDATIONS acumula
un capital de 32.000 millones de dólares asignables exclusivamente a fines
benéficos, que convierten al magnate nacionalizado americano en el donante más
generoso del planeta, según la revista FORBES. ¿Puede Soros despertar una
determinada simpatía por sus operaciones altruistas y atraer así más y mejores
capitales privados a su actividad propia de gestión patrimonial? Indudablemente.
De tal manera que, en este caso, los beneficios marginales así obtenidos
constituirían el precio facturado por su generosidad.
De igual manera un destacado deportista puede organizar, sin cobro alguno, un
torneo en homenaje a las víctimas de un acto terrorista, 0 un escultor famoso
puede modelar sus rostros inertes para perpetuar su memoria. La bondad es
gratuita en el instante de su exhibición. Ni el escultor, ni el deportista cobran por
sus respectivos actos de bondad. Pero en una reacción que no tiene por qué ser
deliberada, invierten en su futuro, mejorando su imagen de marca a través de los
medios de opinión pública. He ahí, nuevamente, el precio indirecto facturado
exógenamente por su bondad.
Se ha dicho más arriba que estas acciones carecen de valor económico y así es en
ortodoxia contable. Miles de situaciones generan o conllevan valor, pero el valor
económico computable en el PIB debe responder a una transacción de mercado
con su correspondiente precio.
Lo cual nos lleva a objetar lisa y llanamente la oportunidad del citado agregado
económico. Al exigir una transacción dineraria el PIB elude un amplísimo campo
de la actividad económica, al ignorar actividades tan importantes como el trabajo
doméstico, el voluntariado o el ocio. Estudios recientes arrojan cifras
espectaculares: hasta un 53% del trabajo realizado en España no es remunerado.
La bondad en consecuencia carece de valor económico, pero constituye un valor
humano insustituible.