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El encanto. Anónimo
Ch´ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un
primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían
crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que
lo aceptaría de yerno. Ambos escucharonla promesa, y como estaban siempre
juntos, el amor aumentó día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener
relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven
funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi , olvidando su
antigua promesa, consintió.
Ch´ienniang, debiendo elegirentre el amor y el respeto que le debíaa su padre,
estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió
abandonar el país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y
le comunicó a su tío que debíamarchar a la capital. Como el tío no logró
disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida. Wang
Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndoseque
era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible.
Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la
noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcacióny que descansaran,
pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche,
oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó:
-¿Quién anda ahí, a estas horas de la noche?
-Soy yo, soy Ch´ienniang.
Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que
el padre había sido injusto con él y que no podíaresignarse a la separación.
También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera
arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la
reprobaciónde la gente y había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos,
muy dichosos, prosiguieronel viaje a Szechuen.
Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias
de la familia y Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Ésta era la
única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le
confió a Wang Chu su pena.
-Eres una buena hija -dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber
pasado el enojo. Volvamos a casa.
Ch´ienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños.
Cuando la embarcaciónllegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a
Ch´ienniang.
-No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo.
Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se
arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le
dijo:
-¿De qué hablas? Hace cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia.
No se ha levantado una sola vez.
-No comprendo -dijo Wang Chu- ella está perfectamente sana y nos esperaa
bordo.
Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang.
La encontraron sentada en la embarcaciónbien ataviada y contenta.
Maravillada, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi.
Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecíahaberse curado: sus
ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo.
Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación.
La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se
abrazaron y los dos cuerpos se confundierony sólo quedó una Ch´ienniang,
joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los
sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios
historia de Changfamei.
En la ladera de la montaña Dougao hay una gran cascada cuya forma se
semejaa una mujer acostada de modo tal que el agua que corre hacia abajo
pareciera su largo pelo blanco. La gente del lugar ha llamado a esa cascada
“Baifashui”, que significa agua del pelo blanco. Allí se cuenta la historia de
Changfamei.
Hace mucho, mucho tiempo en los alrededores de lamontaña Dougao no había
agua. Tanto el agua para bebercomo para el regadío de los cultivos dependía
de la lluvia. En caso de que no lloviera había que ir a buscarla a un pequeño río
que quedaba a siete li del lugar. Allí, el agua era tan preciosacomo el aceite.
En una aldea cercana a las montañas Dougao vivía una muchacha cuyo
cabello, que le llegaba hasta los talones, era de un negro oscurísimo:todo el
mundo la llamaba Changfamei.
Changfamei y su madre, que estaba postrada en la cama debido a una
parálisis, vivían de la cría de cerdos,de la cual se encargaba la muchacha.
Changfamei iba todos los días al río que quedaba a siete li de distancia a cargar
agua y luego tenía que ir a la montaña a traer comida para los cerdos,de modo
que estaba ocupadade la mañana hasta la noche.
Un día, Changfamei, cargando su cesta de bambú se dirigió a la montaña a
recogercomidapara los cerdos.Trepó la ladera, atravesó un precipicio y luego
vio un apetitoso rábano de hojas muy verdes que crecíaen la piedra. “Si
arranco este rábano y lo cocino en casa seguramente será muy sabroso” –
pensó la muchacha.
Entonces hizo fuerza y de un tirón arrancó el rábano redondo,rojo y del tamaño
de una taza de té. En la pared de la roca apareció un orificio de donde comenzó
a salir agua cristalina. En un momento,el rábano ¡zás! se le voló de las manos
y volvió a introducirse en la roca. De esta forma el agua dejó de salir.
Changfamei tenía mucha sed y quería beber,por lo que volvió a arrancar el
rábano: del orificio salió agua. Ella acercó su bocay bebió hasta hartarse. El
líquido era fresco y dulce, parecíajugo de pera helado. Apenas su boca se
apartó del hueco el rábano volvió a volar de sus manos y a meterse en la roca,
obstaculizando la salida del agua.
Changfamei se quedó sobre el precipicio observando.De súbito se levantó un
gran viento que la arrastró hasta una cueva. Allí, sobre una piedra, estaba
sentado un viejo con todo el cuerpo cubierto de pelos rubios, quien le dijo
rencorosamente:
- Has descubierto elsecreto de la fuente de la roca. No debes decírselo a
nadie. Si lo haces te mataré. Yo soy el dios de la montaña, ¡recuérdalo!
Otro viento se levantó y arrastró a Changfamei hasta el pie de la montaña; la
muchacha volvió desoladaa su casa. No se atrevía a contarle el secreto a su
madre y menos aún a los aldeanos.
Observó la tierra resquebrajada por la sequíay el sudor que bañaba los rostros
de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, cuando iban hasta el río para traer,
jadeantes, algo de agua. Ella quería decirle a la gente: “En la montaña Dougao
hay una fuente. Sólo hace falta arrancar un rábano, romperlo y luego agrandar
el hoyo donde estaba el rábano para que el agua corra”. Pero al recordaral
terrible hombre de pelos amarillos las palabras no osaban salir de su boca.
¡Qué triste estaba! No comíani dormíay parecía una muda o una tonta. Sus
ojos ya no eran cristalinos sino oscuros.Sus mejillas ya no eran sonrosadas,se
habían vuelto color de cera, y su cabello, otrora negrísimo,se veía como
marchito.
Su madre le tomó la delgada mano y le dijo:
- Hija, ¿qué enfermedad tienes?
Pero Changfamei se mordió los labios y no dijo ni pío.
Así fueron pasando los días y los meses. Los cabellos de la muchacha se
volvieron blancos. Como no tenía ánimo para peinarse ni arreglarse se lo
dejaba suelto.
- ¡Qué curioso! Una muchacha tan joven y con la cabellera cana – comentaban
a escondidas todos.
Changfamei se sentaba en la puerta de su casa y se quedaba como tonta
mirando el ir y venir de la gente. De pronto murmuraba “En la montaña Dougao
hay…”. Pero llegaba hasta aquí y se mordía los labios hasta que quedaba en
ellos un hilo de sangre.
Un día que Changfameiestaba parada en la puerta de su casa vio a un anciano
de barba blanca que venía del río, tambaleando con su carga de agua. En un
descuido,el viejo tropezó con una piedra y cayó al suelo. El agua se derramó
completamente,los cubos se rompierony el hombre se lastimó una pierna, de
la cual corría la sangre sin parar.
Ella corrió a ayudarlo. Se arrancó un pedazo de tela de su ropa y le vendó la
herida. Mientras oía los quejidos del anciano, observó que sus ojos cerrados y
su cara se crispaban sin cesar.
Entonces se dijo a sí misma: “Changfamei,¡tú le tienes miedo a la muerte!
¡Porque tú tienes miedo a morir la tierra está resecay los cultivos se han
marchitado! ¡Es porque tú le temes a la parca que el sudor baña el rostro de los
aldeanos exhaustos! ¡Porque tú le temes a la muerte este abuelito se ha
lastimado la pierna! ¡Tú!...”.
No se contenía más y de pronto gritó:
- ¡Abuelo, en la montaña hay agua de fuente! Sólo hay que arrancar un rábano,
romperlo,agrandar el orificio de donde sale el agua y ésta correrá a
manantiales. ¡De verdad! ¡Yo lo he visto con mis propios ojos!
La muchacha no esperó que el viejo respondiera,sino que se levantó y salió
corriendo con su cabello desplegadogritando por todo el pueblo:
- ¡En la montaña Dougao hay agua de fuente! ¡Vayan todos rápido!
Y a continuación les contó cómo había descubierto elagua, pero sin mencionar
al dios de la montaña.
Los pueblerinos siempre habían considerado a Changfamei como una persona
de buen corazón y todos le creyeron. La gente, unos con cuchillos de cocina y
otros con cinceles siguieron a Changfamei atravesando la montaña y llegaron al
precipicio.Ella arrancó con sus manos el rábano, lo tiró sobre una piedra y dijo:
- ¡Rápido! ¡Rápido! Aplasten este rábano.
Unos cuantos cuchillos hicieron picadillo al rábano y el agua del orificio empezó
a salir, pero como el orificio era muy pequeño salía muy poca.
- ¡Agranden el hueco con las herramientas! ¡Rápido! ¡Rápido! – dijo
Changfamei.
Perforando y perforando,en un rato el hueco quedó del tamaño de un tazón.
Luego ya alcanzaba el tamaño de un cubo y al final quedó tan grande como una
tinaja.
El agua comenzó a fluir por la montaña y los aldeanos rieron de alegría. Justo
en ese momento se levantó un gran viento y Changfamei desapareció.
Como todo el mundo estaba contento mirando el agua nadie se dio cuenta de
que ella ya no estaba.
Luego,alguien preguntó:
- ¿Y Changfamei? – Y otro contestó enseguida: “Seguramente se volvió primero
a darle la feliz noticia a su madre enferma”.
Muy contentos los hombres cruzaron el precipicio y bajaron de la montaña.
Pero Changfamei no había vuelto a su casa sino que había sido secuestrada
por el dios de la montaña, quien le recriminó a gritos:
- Te advertí que no lo dijeras a nadie y tú te llevas a la gente a arrancar el
rábano y a perforar un gran agujero. ¡Ahora te voy a matar!
Changfamei, con los cabellos desplegados,contestó fríamente:
- Si es por los demás, no me importa morir.
El dios de la montaña, apretando los dientes, le anunció:
- No voy a dejar que mueras tan fácilmente.Voy a hacer que te acuestes en el
precipicio y que el agua que cae a chorros de la montaña te embista, ¡así
sufrirás mucho tiempo!
- Si es por los demás, quiero sufrir ese tormento – respondió la muchacha –.
Pero te suplico que me dejes volver primero a mi casa y encargarle a alguien
que cuide de mi madre y de los cerdos.
El dios lo pensó y dijo:
- ¡Te dejo que vayas, pero si no regresas sellaré la salida del agua y mataré a
todos los aldeanos! Cuando regreses te acuestas tú misma en el precipicio,¡no
quiero que vuelvas a molestarme!
Changfamei asintió con la cabeza y un viento la arrastró al pie de la montaña.
Mirando el agua corriendo de la montaña, los campos regados y el verdor de
los cultivos, la muchacha rió a carcajadas.
Pero una vez en su casa no osaba contarle la verdad a su madre. – Mamá, en
la montaña hay agua de fuente, ya no hay que preocuparse más por el agua –
le dijo – las hermanitas de la aldea vecina me han invitado a que vaya a
divertirme con ellas unos días,así que le voy a encargar a la tía que vive al lado
que se ocupe en este tiempo de ti y de los cerdos.
- Bien – la madre sonrió.
Changfamei habló con la vecina y volvió junto a su madre:
- Mamá, no sé en verdad si estaré en la aldea vecina más de diez días, tú…
- Si te diviertes, quédate, la vecina es una buena persona y me cuidará bien.
Changfamei acarició el rostro y las manos de su madre y las lágrimas le
rodaron por la mejilla.
Luego fue donde los cerdos,les palmeteó las cabezas y las colas y las lágrimas
volvieron a correrpor sus ojos.
- Mamá, me voy – dijo desde la puerta y sin esperar respuestase dirigió a la
montaña con su pelo suelto.
En la mitad del camino se hallaba un baniano. La muchacha pasó por debajo de
él, acarició el tronco, y dijo:
- Gran baniano, ¡ya no podré venir a tomar el fresco bajo tu sombra!
De pronto, un anciano muy grande salió detrás del árbol. Tenía pelo verde,
barbas verdes y ropa del mismo color.
- ¿A dónde vas, Changfamei? – le preguntó.
Ella lanzó un suspiro, bajó la cabeza y no contestó.
- Ya sé lo que te sucede.Eres una buena persona y yo quiero salvarte. He
hecho una figura de piedra, igual a ti. Ve a verla, está detrás de la aldea.
Changfamei fue hasta allí y vio una muchacha hecha de piedra, muy parecida a
ella misma, sólo que no tenía pelo. Se quedó estupefacta.
- El dios de la montaña quiere que te recuestes en el precipicio a recibir la
embestidadelagua. Ese tormento es insufrible. Hay que cargar esta piedra
hasta el precipicio arecibir la embestidadelagua. Ese tormento es insufrible.
Hay que cargar esta piedra hasta el precipicio y hacer que ella te reemplace en
el castigo.Pero falta el pelo largo. ¡Muchachita, aguanta el dolor!
Voy a tirar de tu pelo y a ponerlo en la cabeza de piedra. De este modo el dios
de la montaña no sospechará.
El viejo no esperó respuesta,le arrancó la cabellera a la muchacha y la colocó
sobre la imagen de piedra. Y ¡qué curioso!,al ponerlo echó raíces.
Changfamei quedó calva y la estatua de piedra lucía cabellera blanca.
- Muchachita, vuelve a casa. Ahora hay agua en la aldea y tú podrás sembrar
junto con los aldeanos. ¡De ahora en adelante la vida mejorará cada vez más! –
y dicho esto el anciano cargó la piedra y corrió hacia la montaña. Luego colocó
la imagen en el precipicio haciendo que el agua la embistiera. El agua corríapor
el cuerpo a través de la cabellera, blanquísima y larga.
Changfamei se recostó contra el árbol como atontada. Sintió que la cabeza le
picaba y cuando levantó la mano para tocarse,notó que el pelo le estaba
creciendo.¡Ah! ¡El pelo crecíay le iba cayendo por la espalda! Se trajó hacia
adelante un mechóncon la mano y vio que su pelo era negrísimo.Entonces
saltó de la alegría.
Esperó un buen rato bajo el árbol, pero el viejo de ropas verdes no volvía. En
eso sopló una brisa, se movieron las hojas del baniano y se oyó un sonido:
- El malvado dios de la montaña ha sido engañado. Vuelve a casa tranquila.
Changfamei miró la cascada “delcabello blanco” en la montaña Douguao
observó el verdor de los cultivos en los campos,los vecinos alegres en el
campo,el baniano de hojas verdes,y regresó a los saltos con su negra
cabellera desplegada.
LI BAO Y CUI CUI
Había una vez un niño llamado Li Bao. Su madre había muerto cuando él era muy pequeño
y desde entonces vivió con una cruel madrastra. Li Bao fue creciendo día a día y la madrastra
comenzó a preocuparse por los bienes de la familia. Su deseo era matar a Li Bao para el hijo que
ella misma había concebido disfrutara solo de todo lo que poseían.
Un día, cual un gato que va a curar a un ratón, la madrastra dijo, fingiendo compasión:
-Li Bao, a tu edad ya deberías conseguirte una mujer. Pero somos muy pobres, ¿quién va a
querer mandar a su hija para que sufra en una casa pobre como ésta? Debemos pensar algo para
juntar un poco de dinero y conseguirte una esposa. – Li Bao todavía no había abierto la boca
cuando ella prosiguió:
-Te voy a dar una vaca y un toro y tú irás a la montaña a pastorearlos. Volverás cuando hayan
tenido cien crías: entonces las venderemos y así podrás conseguir esposa. Si tienes fuerza de
voluntad no vuelvas aunque te falte sólo uno. Si no esperas y regresas antes, te advierto que no
estaré dispuesta a seguir manteniendo a un muchacho sin futuro como tú, ¡y no entrarás más en
esta casa!
Li Bao, con el corazón como atenazado por cuchillos, lloraba y pensaba: ¿Cómo es posible que
dos animales engendren cien hijos? La montaña está llena de tigres, lobos y leopardos, ¡quién
sabe si no nos comerán a todos! Cuanto más lo pensaba más claro tenía que aquello era una
intriga de la madrastra para terminar con él. Pero lo pensó mejor y llegó a la conclusión de que
era preferible que lo comiera un lobo o un tigre a quedarse en esa casa con la aviesa madrastra.
Entonces apretó los dientes y asintió.
Ese mismo día Li Bao cogió el látigo para los animales, y se cargó al hombro un bulto
consistente en una olla con un tazón, cucharas y un viejo edredón floreado. Así partió. Primero
atravesó algunos picos y lomas hasta que llegó a la ladera de una montaña llena de verdes
hierbas. Decenas de frondosos pinos y cipreses crecían alrededor del agua de la fuente, y
rodeaban un templo del dios de la montaña, completamente hecho de piedra. Aunque las puertas
y ventanas del templo estaban íntegras, el interior aparecía totalmente vacío. Li Bao recogió
algunas hierbas, las ató e hizo una escoba, con la c ual barrió el interior hasta dejarlo limpio.
Luego se armó una cama con hierbas y hojas secas. Con tres piedras improvisó un horno;
mientras, en la pared occidental quedaba lugar para los vacunos. Cerrando bien la puerta las
bestias no podían entrar, de forma que Li Bao tuvo un lugar seguro para vivir.
Un día, después del desayuno, Li Bao llevó a los animales hasta la pradera. Al llegar allí puso
la fusta a un lado y se recostó en la hierba mirándolos pastar. Al momento cerró los ojos y se
quedó dormido: cuando se despertó ya iba a ser mediodía. Se puso de pie desperezándose, luego
recogió el látigo y pensaba llevar a los animales hasta el templo para hacer su almuerzo, cuando
vio de pronto una serpiente verde y otra
blanca luchando en una roca de la montaña.
Las serpientes se mordían entre sí y era
difícil de distinguir cada una y saber cuál
estaba en ventaja. Li Bao fue como una flecha
y restalló su látigo. Las dos serpientes se
asustaron mucho, salieron corriendo cada una
por su lado y desaparecieron en un abrir y
cerrar de ojos.
Al otro día después del desayuno Li Bao
llevó de nuevo a las bestias a pastar. Buscó
una piedra y apenas se había sentado escuchó
a alguien que gritaba:
- ¡Li Bao! ¡Li Bao!
Levantó la cabeza pero no vio a nadie por
ningún lado. Pensó: “¿Quién se atreve a venir
a estas montañas desoladas y salvajes
exponiéndose a que lo coma el lobo? Debe ser que escuché mal”. Pero pasó un rato y se volvió a
oír el grito.
- ¿Quién es? – preguntó al tiempo que se levantaba - ¡Sal, no bromees con este pobre
muchacho!
Apenas hubo terminado de hablar cuando apareció una persona atrás suyo y le dijo,
palmeándole la espalda:
- ¡Aquí estoy! – Li Bao se dio vuelta y vio a un hombre que llevaba pantalones verdes, blusa
verde, zapatos verdes y sombrero del mismo color. Miraba a Li Bao y le sonreía. El joven se quedó
muy asombrado. Nunca había visto a persona alguna en aquellos sitios y hete aquí que hoy venía
alguien a hablar con él, ¡qué alegría!
- ¡Li Bao! No me conoces ¿verdad? Yo me llamo Qing Qing[1]. Ayer peleé aquí con Bai
Bai[2]. Si tú no me hubieras salvado Bai Bai podría haberme matado a mordiscos. Cuando llegué
a casa se lo conté a mis padres. Hoy te invito a que vengas a mi hogar a jugar, vente ahora
mismo conmigo – le rogó.
- No puedo ir. Si lo hago no hay quien me cuide los animales: tengo miedo que se escapen y
se los coma el lobo.
- Si los pierdes te compensaré con cien burros – contestó el otro cordialmente.
Li Bao no tenía nada más que decir, así que ató bien a los animales y siguió a Qing Qing hacia
el suroeste. Por el camino iban charlando y charlando. Cuando llegaron hasta una cueva de la
montaña, Qing Qing se detuvo y dijo señalando la cueva:
- Li Bao, ésta es mi casa. Mi padre después de ofrecerte un banquete te hará un regalo. Aquí
en la montaña, el oro y la plata no son útiles. Pide ese palo de raíces de azufaifa que está colgado
detrás de la puerta; es un palo milagroso y el tesoro de la familia. Cuando se acerquen a tu casa
las bestias feroces o los bandidos, tú tirarás hacia el cielo el palo y dirás: “¡Palo milagroso! ¡Palo
milagroso! ¡Demuestra tu poder! ¡Defiende la tranquilidad de Li Bao!”. De esta manera él matará
a todos los que te quieran hacer daño.
Li Bao siguió a Qing Qing por la cueva que se iba ensanchando a cada paso y se hacía cada
vez más luminosa: luego notó una gran muralla y un patio. Los ladrillos eran verdes y blancos,
con colocación muy pareja. A ambos lados de una enorme puerta había dos grandes leones de
piedra con aire marcial. Avanzaron hasta allí, la gran puerta negra se abrió: salieron a su
encuentro un viejo de barbas blancas y una anciana de pelo cano, quienes dijeron sonriendo:
- ¡Ha llegado Li Bao! Gracias por haber salvado la vida de nuestro hijo. ¿Cómo podremos
corresponder tu bondad? – y a un tiempo los tres lo encaminaron a la sala de visitas.
Después de que Li Bao se hubo lavado la cara y tomado el té, se sirvió la mesa. Los platos se
iban sucediendo uno tras otro, a cual más rico y más exótico. Era la primera vez en su vida que Li
Bao veía una mesa tan abundantemente servida. Comió y bebió hasta hartarse y cuando terminó
de comer y de tomar el té se despidió como para irse. Entonces el viejo ordenó a un alguien que
trajera una bandeja con oro y otra con plata y le manifestó a Li Bao:
- Tú eres el salvador de mi hijo. No tengo nada bueno para ofrecerte como agradecimiento.
Recibe por favor este insignificante regalo, para expresarte mis respetos.
- Es mi obligación ayudar a los demás a salir de las dificultades. Ya he recibido un buen
banquete y una gran muestra de afecto, ¿qué más puedo pedir? – contestó Li Bao.
- Eso no. Tú has salvado de buen corazón a una persona, ¿cómo no voy a agradecértelo?
El viejo siguió insistiendo, pero Li Bao no aceptaba. Entonces no le quedó más remedio que
decir:
- Entonces hagamos así: mira lo que más te guste de esta casa y llévate dos. Así quedará
cumplida nuestra intención.
Li Bao miró por todas partes, notó que detrás de la puerta había en verdad colgado un
reluciente palo de azufaifa, y dijo tímidamente:
- … Denme ese palo de azufaifa. Me servirá para defenderme de los animales salvajes.
El viejo dudó un poco y contestó:
- Bien, cógelo. Puedes defenderte de los animales salvajes con él, pero no lastimar a la gente.
Qing Qing, acompaña a tu salvador.
Qing Qing acompañó a Li Bao hasta un cruce del camino y le expresó con reticencia:
- Hermano Li Bao, te voy a decir la verdad. Mi pelea de ayer con Bai Bai fue porque yo quería
una maceta que hay en su casa con una flor llamada yuzan[3]; él no me la quería dar, y me
llamó “diablo negro”. Yo pienso que seguramente Bai Bai te invitará a su casa. Cuando su familia
te ofrezca cosas en agradecimiento no aceptes nada, sólo esa maceta con la flor. ¡Ay, esa flor!
Pero ahora no te diré nada, eso lo sabrás tú mismo después… No te olvides de esto por nada del
mundo,… ¡Adiós! – y dicho esto volteó la cabeza y se convirtió en una serpiente verde que
desapareció hacia el suroeste.
Al otro día, después de desayunar, Li Bao se disponía a salir con los animales a pastar cuando
vio a lo lejos un joven que se acercaba. Estaba vestido de blanco de la cabeza a los pies, y
gritaba, al tiempo que lo saludaba con la mano:
- ¡Li Bao! ¡Li Bao! – Li Bao pensó que seguramente sería el Bai Bai que le había nombrado
Qing Qing, entonces preguntó:
- ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?
- Me llamo Bai Bai. Anteayer me salvaste, ¿no lo recuerdas? Ayer vine a invitarte a mi casa,
pero no te encontré. Sólo vi a tus animales pastando. Te invito hoy, ¡ven!
- No puedo ir, si el tigre se come mis animales mi madre me pegará.
- No te preocupes. ¡Si pierdes una vaca yo te daré cien caballos!
Li Bao no pudo replicar nada: no le quedó más que seguir a Bai Bai hacia las montañas del
noreste. Subieron una montaña y algunas lomas hasta que llegaron a una cueva en plena
montaña.
- Esta es mi casa – dijo Bai Bai.
Entraron los dos en la cueva y no habían caminado mucho cuando apareció ante su vista un
espacio de suelo plano lleno de flores y plantas muy extrañas. Pájaros raros y preciosos volaban
por el cielo mientras que en tierra corrían curiosos animales. A través de un pasillo de piedras de
colores llegaron a un quiosco rodeado de agua y flores de loto. Gasas de color verde cubrían las
ventanas de estilo clásico. Después de pasar la cortina se sentaron y Bai Bai le sirvió té frío en un
vaso de cristal.
- Hermano Li Bao, espera un momento, voy a llamar a mis padres – le dijo.
Li Bao observó a su alrededor. El suelo estaba cubierto de ladrillos con motivos de pájaros y
un fénix, de mucho colorido. Las mesas, las sillas y los bancos eran de un sándalo rojo y brillant e,
la delicada vajilla que estaba sobre la mesa presentaba múltiples colores. Las flores rojas y las
hojas verdes de los motivos parecían reales.
Muy pronto se oyó un ruido de pasos. Al tiempo que se abría la cortina apareció un anciano
encorvado de blancas barbas y una viejita de cabellos plateados.
- Bai Bai ha ido a invitarte dos veces y al fin estás aquí – dijeron sonriedo. – Siéntate, ¡por
favor! Si no hubiera sido por tu bondad nuestro hijo Bai Bai ya estaría muerto hace dos días…
Bai Bai, ¡ordena pronto que sirvan la comida!
Dos sirvientas pusieron la mesa y al ratito se empezaron a amontonar los platos exóticos, a
cual más sabroso.
Cuando terminó la comida Li Bao quiso volver a cuidar sus animales. Bai Bai ordenó traer una
gran bandeja con monedas de oro y una caja con perlas blancas, para regalarle a su amigo.
El muchacho hizo como le había dicho Qing Qing y no aceptó ningún regalo. Sólo dijo, muy
tímidamente y señalando aquella maceta:
- Esta flor es muy linda, ¿me la podrían regalar?
En el rostro del viejo se dibujó un gesto de embarazo mientras en los ojos de la anciana se
asomaron grandes lágrimas, que se desprendían como perlas de un collar roto. Bai Bai miraba a
sus padres sin hablar.
- No se pongan tristes – se apresuró a decir Li Bao – .No quiero la flor, ya me voy – .Y
diciendo esto comenzó a caminar. Pero Bai Bai se le interpuso en su camino, se acercó a sus
padres y les murmuró algo. Los dos ancianos asintieron con la cabeza y su rostro de preocupación
se volvió alegre.
- Li Bao, no te enojes – le dijeron – . Hay una razón para que hayamos actuado así, pero
ahora no te la podemos decir. Ya la sabrás tú mismo… Ya que te gusta esa flor, entonces
¡llévatela!... Esperamos que la cuides bien – y dicho esto le ordenaron a Bai Bai:
- Carga la flor y acompaña a Li Bao.
- Por nada del mundo – dijeron por último a nuestro héroe –, la expongas al viento o a la
lluvia ni la hagas pasar mal alguno.
Llevando la flor, Bai Bai acompañó a Li Bao hasta la salida de la cueva. Este último lo quiso
persuadir repetidas veces a que volviera, pero el otro no quería dejarlo y lo acompañó hasta el
sitio adonde había peleado con Qing Qing.
Ya muy seguro, Bai Bai le entregó entonces la flor a su amigo diciéndole:
-Espero que puedas hacer lo que te aconsejaron mis padres, no seas injusto con ella… - Bai
Bai sacó un pañuelo, se secó las lágrimas y se despidió, partiendo hacia el noreste.
Li Bao estaba confundido. ¿Por qué esta flor había provocado una lucha a vida o muerte entre
Qing Qing y Bai Bai? ¿Por qué los ancianos eran capaces de desprenderse de oro, plata y perlas y
no de esa planta? Como si fuera una madeja enredada, por más que pensaba en el problema no
daba con la punta del hilo.
Cuanto más cargaba la planta más pesada se le hacía, transpiraba del esfuerzo. Entonces la
colocó en el suelo. Intentaba sentarse a descansar un poco cuando vio que la cuerda que ataba a
la vaca se había soltado. Corrió a agarrar la cuerda: al verlo el animal, lo olió y le lamió las
manos, como una muestra de cariño. El sol estaba por esconderse en la montaña y Li Bao pensó
que los animales también tendrían sed. Entonces se apresuró a llevarlos a la orilla del agua: de
repente sintió una diáfana voz a sus espaldas.
- ¡Hermano Li Bao! ¿Cómo me dejas aquí y no te ocupas de mi persona? – Li Bao volteó a
mirar. Allí había una joven que parecía un hada, ataviada con sedas verdes. Sobresaltado y
contento a la vez, Li Bao se sintió más y más confundido.
- Li Bao – dijo sonriendo la hermosa muchacha –, ¿has olvidado lo que te dijeron mis padres y
mi hermano? ¿Te olvidas de todo junto a tus animales? – Li Bao se quedó estupefacto, y
preguntó:
- ¿Quién eres tú?
- Me llamo Cui Cui y soy la hermana mayor de Bai Bai. Yo soy la flor que cargabas hace un
rato.
Sin darse cuenta llegaron al
templo. Li Bao ató bien los
animales y luego entró al templo
en compañía de la joven. El bajó
la cabeza tímidamente y dijo
vergonzoso:
- Muchacha, yo no sabía que
esa flor eras tú. Ya ves que no
tengo ni comida ni vestidos y
vivo solo en la profundidad de la
montaña. ¿Cómo voy a dejar
que una muchacha tan mimada como tú venga a penar aquí? Aprovechemos que aún o ha
oscurecido, te acompañaré a tu casa.
- Hermano Li Bao, te diré la verdad. Cuando era pequeña frecuentemente iba a jugar a tu
aldea y por ello estoy segura de que eres una persona de buen corazón. Tu madrastra te ha
maltratado de mil formas, pero tú eres laborioso, valiente y tienes voluntad. Desde que hace un
mes te viste obligado a venir aquí, vengo día a día a observarte a escondidas. Cuando no te veía,
la comida no me sabía sabrosa y dormía intranquila. Siempre he pensado buscar una oportunidad
para hablar contigo, pero me ha dado vergüenza. – Hizo una pausa y continuó. – Qing Qing es el
hijo único de mi tía paterna y desde pequeño ha sido malcriado; sólo sabe estirar los brazos para
que lo vistan y abrir la boca cuando lo alimentan. Además se le han pegado algunas costumbres
inmorales. El ha venido muchas veces a pedir mi mano, pero yo no le he hecho caso. También ha
obligado a mi tía a interceder por él. A mis padres, delante de la hermana de mi padre, también
les ha dado reparo decirle algo. No les quedó más remedio que decirle a Bai Bai que hablara con
él para que me olvide. Nadie se hubiera imaginado que Qing Qing se iba a indignar y hasta llegar
a pelearse con Bai Bai. Afortunadamente tú salvaste la situación. Gracias a Dios y a la ayuda de
mi hermano, hoy estamos juntos nosotros dos. Si te disgusto no me quedaré a tu lado, me iré
enseguida…
- ¡De ninguna manera! ¿Cómo me vas a disgustar? ¿Cómo me vas a disgustar? – Se apresuró
a replicar Li Bao, al tiempo que se levantaba para preparar la comida.
- Por hablar nos hemos olvidado que es tarde. ¡Hay que entrar a los animales! – dijo Cui Cui.
Li Bao entró a los bovinos y los ató bien. En el momento de dar vuelta la cabeza vio sobre la
mesa de piedra un plato de pollo frito, otro de hongos frescos y otro más lleno de panecillos al
vapor calientes.
- ¿De dónde ha salido esto? – preguntó extrañado.
- No preguntes de dónde ha salido esto, ¡mira de dónde ha salido aquello! – Li Bao siguió la
dirección del dedo de Cui Cui y así pudo ver en la pared del este una gran cama de dos plazas en
reemplazo de su lecho de hojas secas, con edredones verdes y colchones rojos y almohadas
bordadas, todo muy bien tendido.
- Contigo, ya no tendré de qué preocuparme – expresó Li Bao con satisfacción.
Desde esa noche ellos constituyeron una íntima pareja.
Al día siguiente, ella le dijo a Li Bao:
- Hermano Li Bao, mira como vuelan en conjunto las ocas salvajes en el cielo y como las
hormigas caminan en grupo por el suelo. No podemos seguir viviendo mucho tiempo solos en la
profundidad de la montaña. ¡Volvamos a casa hoy mismo!
- ¡Eso es imposible! Mi padre ha muerto y mi madrastra es la que manda en casa. Cuando yo
vivía allí todos los días me ganaba una paliza y un rezongo. ¿Cómo podría soportar que tú vayas
allí a sufrir también? Cuando me mandó a la montaña mi madrastra me dijo: vuelve sólo cuando
los animales hayan tenido cien crías. Que no falte ni una”. Y ahora no tengo ni sombra de crías,
¿cómo volver?
- Cien terneros no son nada del otro mundo. Quédate tranquilo, cuando lleguemos se me
ocurrirá algo.
Li Bao no creía del todo en lo que había dicho su compañera, pero le dio vergüenza preguntar
más. Entonces recogió sus cosas y partieron, él adelante dirigiendo a los animales y Cui Cui
detrás, montada en el lomo de la vaca. Después de pasar una y otra montaña, Cuando el sol
había alcanzado su cenit llegaron a la entrada de la aldea.
Cui Cui le pidió a su amigo el látigo y exclamó, al tiempo que lo agitaba:
- Un latigazo por aquí y otro por allí, ¡cien terneritos ya están aquí! -
Y de verdad, en un abrir y cerrar de ojos corrieron hacia ellos cien terneros. Eran tan gordos
como si hubiesen sido modelados con arcilla, y con su piel brillante corrían de aquí para allá,
mugiendo. Li Bao llevaba a la pareja vacuna y los terneros seguían detrás suyo. Cuando entraron
en la aldea justamente la gente estaba almorzando. Los aldeanos nunca habían visto tantos
terneros y tan gordos, y menos aún una recién casada tan bella. Li Bao hizo entrar a los animales
en el patio, que pronto quedó lleno.
La madrastra del joven vino a contarlos: no faltaba ni uno. Como persona que amaba la
riqueza como a su propia vida, al ver tal cantidad de animales se le enrojecieron los ojos rojos y
exclamó:
- Li Bao, ahora que me has traído tantos animales ya no te maltrataré más. Quédate aquí a
vivir con tu mujer.
Desde entonces, la pareja vivió feliz, trabajando al unísono.

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Cuentos cortos

  • 1. El encanto. Anónimo Ch´ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos escucharonla promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi , olvidando su antigua promesa, consintió. Ch´ienniang, debiendo elegirentre el amor y el respeto que le debíaa su padre, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y le comunicó a su tío que debíamarchar a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndoseque era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible. Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcacióny que descansaran, pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño. Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó:
  • 2. -¿Quién anda ahí, a estas horas de la noche? -Soy yo, soy Ch´ienniang. Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido injusto con él y que no podíaresignarse a la separación. También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobaciónde la gente y había venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieronel viaje a Szechuen. Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Ésta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu su pena. -Eres una buena hija -dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo. Volvamos a casa. Ch´ienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños. Cuando la embarcaciónllegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch´ienniang. -No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo. Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chang Yi lo miró asombrado y le dijo: -¿De qué hablas? Hace cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez. -No comprendo -dijo Wang Chu- ella está perfectamente sana y nos esperaa bordo.
  • 3. Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang. La encontraron sentada en la embarcaciónbien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi. Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecíahaberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación. La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundierony sólo quedó una Ch´ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios
  • 4. historia de Changfamei. En la ladera de la montaña Dougao hay una gran cascada cuya forma se semejaa una mujer acostada de modo tal que el agua que corre hacia abajo pareciera su largo pelo blanco. La gente del lugar ha llamado a esa cascada “Baifashui”, que significa agua del pelo blanco. Allí se cuenta la historia de Changfamei. Hace mucho, mucho tiempo en los alrededores de lamontaña Dougao no había agua. Tanto el agua para bebercomo para el regadío de los cultivos dependía de la lluvia. En caso de que no lloviera había que ir a buscarla a un pequeño río que quedaba a siete li del lugar. Allí, el agua era tan preciosacomo el aceite. En una aldea cercana a las montañas Dougao vivía una muchacha cuyo cabello, que le llegaba hasta los talones, era de un negro oscurísimo:todo el mundo la llamaba Changfamei. Changfamei y su madre, que estaba postrada en la cama debido a una parálisis, vivían de la cría de cerdos,de la cual se encargaba la muchacha. Changfamei iba todos los días al río que quedaba a siete li de distancia a cargar agua y luego tenía que ir a la montaña a traer comida para los cerdos,de modo que estaba ocupadade la mañana hasta la noche. Un día, Changfamei, cargando su cesta de bambú se dirigió a la montaña a recogercomidapara los cerdos.Trepó la ladera, atravesó un precipicio y luego vio un apetitoso rábano de hojas muy verdes que crecíaen la piedra. “Si arranco este rábano y lo cocino en casa seguramente será muy sabroso” – pensó la muchacha. Entonces hizo fuerza y de un tirón arrancó el rábano redondo,rojo y del tamaño de una taza de té. En la pared de la roca apareció un orificio de donde comenzó a salir agua cristalina. En un momento,el rábano ¡zás! se le voló de las manos y volvió a introducirse en la roca. De esta forma el agua dejó de salir.
  • 5. Changfamei tenía mucha sed y quería beber,por lo que volvió a arrancar el rábano: del orificio salió agua. Ella acercó su bocay bebió hasta hartarse. El líquido era fresco y dulce, parecíajugo de pera helado. Apenas su boca se apartó del hueco el rábano volvió a volar de sus manos y a meterse en la roca, obstaculizando la salida del agua. Changfamei se quedó sobre el precipicio observando.De súbito se levantó un gran viento que la arrastró hasta una cueva. Allí, sobre una piedra, estaba sentado un viejo con todo el cuerpo cubierto de pelos rubios, quien le dijo rencorosamente: - Has descubierto elsecreto de la fuente de la roca. No debes decírselo a nadie. Si lo haces te mataré. Yo soy el dios de la montaña, ¡recuérdalo! Otro viento se levantó y arrastró a Changfamei hasta el pie de la montaña; la muchacha volvió desoladaa su casa. No se atrevía a contarle el secreto a su madre y menos aún a los aldeanos. Observó la tierra resquebrajada por la sequíay el sudor que bañaba los rostros de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, cuando iban hasta el río para traer, jadeantes, algo de agua. Ella quería decirle a la gente: “En la montaña Dougao hay una fuente. Sólo hace falta arrancar un rábano, romperlo y luego agrandar el hoyo donde estaba el rábano para que el agua corra”. Pero al recordaral terrible hombre de pelos amarillos las palabras no osaban salir de su boca. ¡Qué triste estaba! No comíani dormíay parecía una muda o una tonta. Sus ojos ya no eran cristalinos sino oscuros.Sus mejillas ya no eran sonrosadas,se habían vuelto color de cera, y su cabello, otrora negrísimo,se veía como marchito. Su madre le tomó la delgada mano y le dijo: - Hija, ¿qué enfermedad tienes? Pero Changfamei se mordió los labios y no dijo ni pío.
  • 6. Así fueron pasando los días y los meses. Los cabellos de la muchacha se volvieron blancos. Como no tenía ánimo para peinarse ni arreglarse se lo dejaba suelto. - ¡Qué curioso! Una muchacha tan joven y con la cabellera cana – comentaban a escondidas todos. Changfamei se sentaba en la puerta de su casa y se quedaba como tonta mirando el ir y venir de la gente. De pronto murmuraba “En la montaña Dougao hay…”. Pero llegaba hasta aquí y se mordía los labios hasta que quedaba en ellos un hilo de sangre. Un día que Changfameiestaba parada en la puerta de su casa vio a un anciano de barba blanca que venía del río, tambaleando con su carga de agua. En un descuido,el viejo tropezó con una piedra y cayó al suelo. El agua se derramó completamente,los cubos se rompierony el hombre se lastimó una pierna, de la cual corría la sangre sin parar. Ella corrió a ayudarlo. Se arrancó un pedazo de tela de su ropa y le vendó la herida. Mientras oía los quejidos del anciano, observó que sus ojos cerrados y su cara se crispaban sin cesar. Entonces se dijo a sí misma: “Changfamei,¡tú le tienes miedo a la muerte! ¡Porque tú tienes miedo a morir la tierra está resecay los cultivos se han marchitado! ¡Es porque tú le temes a la parca que el sudor baña el rostro de los aldeanos exhaustos! ¡Porque tú le temes a la muerte este abuelito se ha lastimado la pierna! ¡Tú!...”. No se contenía más y de pronto gritó: - ¡Abuelo, en la montaña hay agua de fuente! Sólo hay que arrancar un rábano, romperlo,agrandar el orificio de donde sale el agua y ésta correrá a manantiales. ¡De verdad! ¡Yo lo he visto con mis propios ojos! La muchacha no esperó que el viejo respondiera,sino que se levantó y salió corriendo con su cabello desplegadogritando por todo el pueblo:
  • 7. - ¡En la montaña Dougao hay agua de fuente! ¡Vayan todos rápido! Y a continuación les contó cómo había descubierto elagua, pero sin mencionar al dios de la montaña. Los pueblerinos siempre habían considerado a Changfamei como una persona de buen corazón y todos le creyeron. La gente, unos con cuchillos de cocina y otros con cinceles siguieron a Changfamei atravesando la montaña y llegaron al precipicio.Ella arrancó con sus manos el rábano, lo tiró sobre una piedra y dijo: - ¡Rápido! ¡Rápido! Aplasten este rábano. Unos cuantos cuchillos hicieron picadillo al rábano y el agua del orificio empezó a salir, pero como el orificio era muy pequeño salía muy poca. - ¡Agranden el hueco con las herramientas! ¡Rápido! ¡Rápido! – dijo Changfamei. Perforando y perforando,en un rato el hueco quedó del tamaño de un tazón. Luego ya alcanzaba el tamaño de un cubo y al final quedó tan grande como una tinaja. El agua comenzó a fluir por la montaña y los aldeanos rieron de alegría. Justo en ese momento se levantó un gran viento y Changfamei desapareció. Como todo el mundo estaba contento mirando el agua nadie se dio cuenta de que ella ya no estaba. Luego,alguien preguntó: - ¿Y Changfamei? – Y otro contestó enseguida: “Seguramente se volvió primero a darle la feliz noticia a su madre enferma”. Muy contentos los hombres cruzaron el precipicio y bajaron de la montaña. Pero Changfamei no había vuelto a su casa sino que había sido secuestrada
  • 8. por el dios de la montaña, quien le recriminó a gritos: - Te advertí que no lo dijeras a nadie y tú te llevas a la gente a arrancar el rábano y a perforar un gran agujero. ¡Ahora te voy a matar! Changfamei, con los cabellos desplegados,contestó fríamente: - Si es por los demás, no me importa morir. El dios de la montaña, apretando los dientes, le anunció: - No voy a dejar que mueras tan fácilmente.Voy a hacer que te acuestes en el precipicio y que el agua que cae a chorros de la montaña te embista, ¡así sufrirás mucho tiempo! - Si es por los demás, quiero sufrir ese tormento – respondió la muchacha –. Pero te suplico que me dejes volver primero a mi casa y encargarle a alguien que cuide de mi madre y de los cerdos. El dios lo pensó y dijo: - ¡Te dejo que vayas, pero si no regresas sellaré la salida del agua y mataré a todos los aldeanos! Cuando regreses te acuestas tú misma en el precipicio,¡no quiero que vuelvas a molestarme! Changfamei asintió con la cabeza y un viento la arrastró al pie de la montaña. Mirando el agua corriendo de la montaña, los campos regados y el verdor de los cultivos, la muchacha rió a carcajadas. Pero una vez en su casa no osaba contarle la verdad a su madre. – Mamá, en la montaña hay agua de fuente, ya no hay que preocuparse más por el agua – le dijo – las hermanitas de la aldea vecina me han invitado a que vaya a divertirme con ellas unos días,así que le voy a encargar a la tía que vive al lado que se ocupe en este tiempo de ti y de los cerdos.
  • 9. - Bien – la madre sonrió. Changfamei habló con la vecina y volvió junto a su madre: - Mamá, no sé en verdad si estaré en la aldea vecina más de diez días, tú… - Si te diviertes, quédate, la vecina es una buena persona y me cuidará bien. Changfamei acarició el rostro y las manos de su madre y las lágrimas le rodaron por la mejilla. Luego fue donde los cerdos,les palmeteó las cabezas y las colas y las lágrimas volvieron a correrpor sus ojos. - Mamá, me voy – dijo desde la puerta y sin esperar respuestase dirigió a la montaña con su pelo suelto. En la mitad del camino se hallaba un baniano. La muchacha pasó por debajo de él, acarició el tronco, y dijo: - Gran baniano, ¡ya no podré venir a tomar el fresco bajo tu sombra! De pronto, un anciano muy grande salió detrás del árbol. Tenía pelo verde, barbas verdes y ropa del mismo color. - ¿A dónde vas, Changfamei? – le preguntó. Ella lanzó un suspiro, bajó la cabeza y no contestó. - Ya sé lo que te sucede.Eres una buena persona y yo quiero salvarte. He hecho una figura de piedra, igual a ti. Ve a verla, está detrás de la aldea. Changfamei fue hasta allí y vio una muchacha hecha de piedra, muy parecida a ella misma, sólo que no tenía pelo. Se quedó estupefacta. - El dios de la montaña quiere que te recuestes en el precipicio a recibir la
  • 10. embestidadelagua. Ese tormento es insufrible. Hay que cargar esta piedra hasta el precipicio arecibir la embestidadelagua. Ese tormento es insufrible. Hay que cargar esta piedra hasta el precipicio y hacer que ella te reemplace en el castigo.Pero falta el pelo largo. ¡Muchachita, aguanta el dolor! Voy a tirar de tu pelo y a ponerlo en la cabeza de piedra. De este modo el dios de la montaña no sospechará. El viejo no esperó respuesta,le arrancó la cabellera a la muchacha y la colocó sobre la imagen de piedra. Y ¡qué curioso!,al ponerlo echó raíces. Changfamei quedó calva y la estatua de piedra lucía cabellera blanca. - Muchachita, vuelve a casa. Ahora hay agua en la aldea y tú podrás sembrar junto con los aldeanos. ¡De ahora en adelante la vida mejorará cada vez más! – y dicho esto el anciano cargó la piedra y corrió hacia la montaña. Luego colocó la imagen en el precipicio haciendo que el agua la embistiera. El agua corríapor el cuerpo a través de la cabellera, blanquísima y larga. Changfamei se recostó contra el árbol como atontada. Sintió que la cabeza le picaba y cuando levantó la mano para tocarse,notó que el pelo le estaba creciendo.¡Ah! ¡El pelo crecíay le iba cayendo por la espalda! Se trajó hacia adelante un mechóncon la mano y vio que su pelo era negrísimo.Entonces saltó de la alegría. Esperó un buen rato bajo el árbol, pero el viejo de ropas verdes no volvía. En eso sopló una brisa, se movieron las hojas del baniano y se oyó un sonido: - El malvado dios de la montaña ha sido engañado. Vuelve a casa tranquila. Changfamei miró la cascada “delcabello blanco” en la montaña Douguao observó el verdor de los cultivos en los campos,los vecinos alegres en el campo,el baniano de hojas verdes,y regresó a los saltos con su negra cabellera desplegada.
  • 11. LI BAO Y CUI CUI Había una vez un niño llamado Li Bao. Su madre había muerto cuando él era muy pequeño y desde entonces vivió con una cruel madrastra. Li Bao fue creciendo día a día y la madrastra comenzó a preocuparse por los bienes de la familia. Su deseo era matar a Li Bao para el hijo que ella misma había concebido disfrutara solo de todo lo que poseían. Un día, cual un gato que va a curar a un ratón, la madrastra dijo, fingiendo compasión: -Li Bao, a tu edad ya deberías conseguirte una mujer. Pero somos muy pobres, ¿quién va a querer mandar a su hija para que sufra en una casa pobre como ésta? Debemos pensar algo para juntar un poco de dinero y conseguirte una esposa. – Li Bao todavía no había abierto la boca cuando ella prosiguió: -Te voy a dar una vaca y un toro y tú irás a la montaña a pastorearlos. Volverás cuando hayan tenido cien crías: entonces las venderemos y así podrás conseguir esposa. Si tienes fuerza de voluntad no vuelvas aunque te falte sólo uno. Si no esperas y regresas antes, te advierto que no estaré dispuesta a seguir manteniendo a un muchacho sin futuro como tú, ¡y no entrarás más en esta casa! Li Bao, con el corazón como atenazado por cuchillos, lloraba y pensaba: ¿Cómo es posible que dos animales engendren cien hijos? La montaña está llena de tigres, lobos y leopardos, ¡quién sabe si no nos comerán a todos! Cuanto más lo pensaba más claro tenía que aquello era una intriga de la madrastra para terminar con él. Pero lo pensó mejor y llegó a la conclusión de que era preferible que lo comiera un lobo o un tigre a quedarse en esa casa con la aviesa madrastra. Entonces apretó los dientes y asintió. Ese mismo día Li Bao cogió el látigo para los animales, y se cargó al hombro un bulto consistente en una olla con un tazón, cucharas y un viejo edredón floreado. Así partió. Primero atravesó algunos picos y lomas hasta que llegó a la ladera de una montaña llena de verdes hierbas. Decenas de frondosos pinos y cipreses crecían alrededor del agua de la fuente, y rodeaban un templo del dios de la montaña, completamente hecho de piedra. Aunque las puertas y ventanas del templo estaban íntegras, el interior aparecía totalmente vacío. Li Bao recogió algunas hierbas, las ató e hizo una escoba, con la c ual barrió el interior hasta dejarlo limpio. Luego se armó una cama con hierbas y hojas secas. Con tres piedras improvisó un horno; mientras, en la pared occidental quedaba lugar para los vacunos. Cerrando bien la puerta las bestias no podían entrar, de forma que Li Bao tuvo un lugar seguro para vivir. Un día, después del desayuno, Li Bao llevó a los animales hasta la pradera. Al llegar allí puso la fusta a un lado y se recostó en la hierba mirándolos pastar. Al momento cerró los ojos y se quedó dormido: cuando se despertó ya iba a ser mediodía. Se puso de pie desperezándose, luego
  • 12. recogió el látigo y pensaba llevar a los animales hasta el templo para hacer su almuerzo, cuando vio de pronto una serpiente verde y otra blanca luchando en una roca de la montaña. Las serpientes se mordían entre sí y era difícil de distinguir cada una y saber cuál estaba en ventaja. Li Bao fue como una flecha y restalló su látigo. Las dos serpientes se asustaron mucho, salieron corriendo cada una por su lado y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Al otro día después del desayuno Li Bao llevó de nuevo a las bestias a pastar. Buscó una piedra y apenas se había sentado escuchó a alguien que gritaba: - ¡Li Bao! ¡Li Bao! Levantó la cabeza pero no vio a nadie por ningún lado. Pensó: “¿Quién se atreve a venir a estas montañas desoladas y salvajes exponiéndose a que lo coma el lobo? Debe ser que escuché mal”. Pero pasó un rato y se volvió a oír el grito. - ¿Quién es? – preguntó al tiempo que se levantaba - ¡Sal, no bromees con este pobre muchacho! Apenas hubo terminado de hablar cuando apareció una persona atrás suyo y le dijo, palmeándole la espalda: - ¡Aquí estoy! – Li Bao se dio vuelta y vio a un hombre que llevaba pantalones verdes, blusa verde, zapatos verdes y sombrero del mismo color. Miraba a Li Bao y le sonreía. El joven se quedó muy asombrado. Nunca había visto a persona alguna en aquellos sitios y hete aquí que hoy venía alguien a hablar con él, ¡qué alegría! - ¡Li Bao! No me conoces ¿verdad? Yo me llamo Qing Qing[1]. Ayer peleé aquí con Bai Bai[2]. Si tú no me hubieras salvado Bai Bai podría haberme matado a mordiscos. Cuando llegué a casa se lo conté a mis padres. Hoy te invito a que vengas a mi hogar a jugar, vente ahora mismo conmigo – le rogó. - No puedo ir. Si lo hago no hay quien me cuide los animales: tengo miedo que se escapen y se los coma el lobo. - Si los pierdes te compensaré con cien burros – contestó el otro cordialmente.
  • 13. Li Bao no tenía nada más que decir, así que ató bien a los animales y siguió a Qing Qing hacia el suroeste. Por el camino iban charlando y charlando. Cuando llegaron hasta una cueva de la montaña, Qing Qing se detuvo y dijo señalando la cueva: - Li Bao, ésta es mi casa. Mi padre después de ofrecerte un banquete te hará un regalo. Aquí en la montaña, el oro y la plata no son útiles. Pide ese palo de raíces de azufaifa que está colgado detrás de la puerta; es un palo milagroso y el tesoro de la familia. Cuando se acerquen a tu casa las bestias feroces o los bandidos, tú tirarás hacia el cielo el palo y dirás: “¡Palo milagroso! ¡Palo milagroso! ¡Demuestra tu poder! ¡Defiende la tranquilidad de Li Bao!”. De esta manera él matará a todos los que te quieran hacer daño. Li Bao siguió a Qing Qing por la cueva que se iba ensanchando a cada paso y se hacía cada vez más luminosa: luego notó una gran muralla y un patio. Los ladrillos eran verdes y blancos, con colocación muy pareja. A ambos lados de una enorme puerta había dos grandes leones de piedra con aire marcial. Avanzaron hasta allí, la gran puerta negra se abrió: salieron a su encuentro un viejo de barbas blancas y una anciana de pelo cano, quienes dijeron sonriendo: - ¡Ha llegado Li Bao! Gracias por haber salvado la vida de nuestro hijo. ¿Cómo podremos corresponder tu bondad? – y a un tiempo los tres lo encaminaron a la sala de visitas. Después de que Li Bao se hubo lavado la cara y tomado el té, se sirvió la mesa. Los platos se iban sucediendo uno tras otro, a cual más rico y más exótico. Era la primera vez en su vida que Li Bao veía una mesa tan abundantemente servida. Comió y bebió hasta hartarse y cuando terminó de comer y de tomar el té se despidió como para irse. Entonces el viejo ordenó a un alguien que trajera una bandeja con oro y otra con plata y le manifestó a Li Bao: - Tú eres el salvador de mi hijo. No tengo nada bueno para ofrecerte como agradecimiento. Recibe por favor este insignificante regalo, para expresarte mis respetos. - Es mi obligación ayudar a los demás a salir de las dificultades. Ya he recibido un buen banquete y una gran muestra de afecto, ¿qué más puedo pedir? – contestó Li Bao. - Eso no. Tú has salvado de buen corazón a una persona, ¿cómo no voy a agradecértelo? El viejo siguió insistiendo, pero Li Bao no aceptaba. Entonces no le quedó más remedio que decir: - Entonces hagamos así: mira lo que más te guste de esta casa y llévate dos. Así quedará cumplida nuestra intención. Li Bao miró por todas partes, notó que detrás de la puerta había en verdad colgado un reluciente palo de azufaifa, y dijo tímidamente: - … Denme ese palo de azufaifa. Me servirá para defenderme de los animales salvajes. El viejo dudó un poco y contestó: - Bien, cógelo. Puedes defenderte de los animales salvajes con él, pero no lastimar a la gente. Qing Qing, acompaña a tu salvador. Qing Qing acompañó a Li Bao hasta un cruce del camino y le expresó con reticencia:
  • 14. - Hermano Li Bao, te voy a decir la verdad. Mi pelea de ayer con Bai Bai fue porque yo quería una maceta que hay en su casa con una flor llamada yuzan[3]; él no me la quería dar, y me llamó “diablo negro”. Yo pienso que seguramente Bai Bai te invitará a su casa. Cuando su familia te ofrezca cosas en agradecimiento no aceptes nada, sólo esa maceta con la flor. ¡Ay, esa flor! Pero ahora no te diré nada, eso lo sabrás tú mismo después… No te olvides de esto por nada del mundo,… ¡Adiós! – y dicho esto volteó la cabeza y se convirtió en una serpiente verde que desapareció hacia el suroeste. Al otro día, después de desayunar, Li Bao se disponía a salir con los animales a pastar cuando vio a lo lejos un joven que se acercaba. Estaba vestido de blanco de la cabeza a los pies, y gritaba, al tiempo que lo saludaba con la mano: - ¡Li Bao! ¡Li Bao! – Li Bao pensó que seguramente sería el Bai Bai que le había nombrado Qing Qing, entonces preguntó: - ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? - Me llamo Bai Bai. Anteayer me salvaste, ¿no lo recuerdas? Ayer vine a invitarte a mi casa, pero no te encontré. Sólo vi a tus animales pastando. Te invito hoy, ¡ven! - No puedo ir, si el tigre se come mis animales mi madre me pegará. - No te preocupes. ¡Si pierdes una vaca yo te daré cien caballos! Li Bao no pudo replicar nada: no le quedó más que seguir a Bai Bai hacia las montañas del noreste. Subieron una montaña y algunas lomas hasta que llegaron a una cueva en plena montaña. - Esta es mi casa – dijo Bai Bai. Entraron los dos en la cueva y no habían caminado mucho cuando apareció ante su vista un espacio de suelo plano lleno de flores y plantas muy extrañas. Pájaros raros y preciosos volaban por el cielo mientras que en tierra corrían curiosos animales. A través de un pasillo de piedras de colores llegaron a un quiosco rodeado de agua y flores de loto. Gasas de color verde cubrían las ventanas de estilo clásico. Después de pasar la cortina se sentaron y Bai Bai le sirvió té frío en un vaso de cristal. - Hermano Li Bao, espera un momento, voy a llamar a mis padres – le dijo. Li Bao observó a su alrededor. El suelo estaba cubierto de ladrillos con motivos de pájaros y un fénix, de mucho colorido. Las mesas, las sillas y los bancos eran de un sándalo rojo y brillant e, la delicada vajilla que estaba sobre la mesa presentaba múltiples colores. Las flores rojas y las hojas verdes de los motivos parecían reales. Muy pronto se oyó un ruido de pasos. Al tiempo que se abría la cortina apareció un anciano encorvado de blancas barbas y una viejita de cabellos plateados. - Bai Bai ha ido a invitarte dos veces y al fin estás aquí – dijeron sonriedo. – Siéntate, ¡por favor! Si no hubiera sido por tu bondad nuestro hijo Bai Bai ya estaría muerto hace dos días… Bai Bai, ¡ordena pronto que sirvan la comida!
  • 15. Dos sirvientas pusieron la mesa y al ratito se empezaron a amontonar los platos exóticos, a cual más sabroso. Cuando terminó la comida Li Bao quiso volver a cuidar sus animales. Bai Bai ordenó traer una gran bandeja con monedas de oro y una caja con perlas blancas, para regalarle a su amigo. El muchacho hizo como le había dicho Qing Qing y no aceptó ningún regalo. Sólo dijo, muy tímidamente y señalando aquella maceta: - Esta flor es muy linda, ¿me la podrían regalar? En el rostro del viejo se dibujó un gesto de embarazo mientras en los ojos de la anciana se asomaron grandes lágrimas, que se desprendían como perlas de un collar roto. Bai Bai miraba a sus padres sin hablar. - No se pongan tristes – se apresuró a decir Li Bao – .No quiero la flor, ya me voy – .Y diciendo esto comenzó a caminar. Pero Bai Bai se le interpuso en su camino, se acercó a sus padres y les murmuró algo. Los dos ancianos asintieron con la cabeza y su rostro de preocupación se volvió alegre. - Li Bao, no te enojes – le dijeron – . Hay una razón para que hayamos actuado así, pero ahora no te la podemos decir. Ya la sabrás tú mismo… Ya que te gusta esa flor, entonces ¡llévatela!... Esperamos que la cuides bien – y dicho esto le ordenaron a Bai Bai: - Carga la flor y acompaña a Li Bao. - Por nada del mundo – dijeron por último a nuestro héroe –, la expongas al viento o a la lluvia ni la hagas pasar mal alguno. Llevando la flor, Bai Bai acompañó a Li Bao hasta la salida de la cueva. Este último lo quiso persuadir repetidas veces a que volviera, pero el otro no quería dejarlo y lo acompañó hasta el sitio adonde había peleado con Qing Qing. Ya muy seguro, Bai Bai le entregó entonces la flor a su amigo diciéndole: -Espero que puedas hacer lo que te aconsejaron mis padres, no seas injusto con ella… - Bai Bai sacó un pañuelo, se secó las lágrimas y se despidió, partiendo hacia el noreste. Li Bao estaba confundido. ¿Por qué esta flor había provocado una lucha a vida o muerte entre Qing Qing y Bai Bai? ¿Por qué los ancianos eran capaces de desprenderse de oro, plata y perlas y no de esa planta? Como si fuera una madeja enredada, por más que pensaba en el problema no daba con la punta del hilo. Cuanto más cargaba la planta más pesada se le hacía, transpiraba del esfuerzo. Entonces la colocó en el suelo. Intentaba sentarse a descansar un poco cuando vio que la cuerda que ataba a la vaca se había soltado. Corrió a agarrar la cuerda: al verlo el animal, lo olió y le lamió las manos, como una muestra de cariño. El sol estaba por esconderse en la montaña y Li Bao pensó que los animales también tendrían sed. Entonces se apresuró a llevarlos a la orilla del agua: de repente sintió una diáfana voz a sus espaldas.
  • 16. - ¡Hermano Li Bao! ¿Cómo me dejas aquí y no te ocupas de mi persona? – Li Bao volteó a mirar. Allí había una joven que parecía un hada, ataviada con sedas verdes. Sobresaltado y contento a la vez, Li Bao se sintió más y más confundido. - Li Bao – dijo sonriendo la hermosa muchacha –, ¿has olvidado lo que te dijeron mis padres y mi hermano? ¿Te olvidas de todo junto a tus animales? – Li Bao se quedó estupefacto, y preguntó: - ¿Quién eres tú? - Me llamo Cui Cui y soy la hermana mayor de Bai Bai. Yo soy la flor que cargabas hace un rato. Sin darse cuenta llegaron al templo. Li Bao ató bien los animales y luego entró al templo en compañía de la joven. El bajó la cabeza tímidamente y dijo vergonzoso: - Muchacha, yo no sabía que esa flor eras tú. Ya ves que no tengo ni comida ni vestidos y vivo solo en la profundidad de la montaña. ¿Cómo voy a dejar que una muchacha tan mimada como tú venga a penar aquí? Aprovechemos que aún o ha oscurecido, te acompañaré a tu casa. - Hermano Li Bao, te diré la verdad. Cuando era pequeña frecuentemente iba a jugar a tu aldea y por ello estoy segura de que eres una persona de buen corazón. Tu madrastra te ha maltratado de mil formas, pero tú eres laborioso, valiente y tienes voluntad. Desde que hace un mes te viste obligado a venir aquí, vengo día a día a observarte a escondidas. Cuando no te veía, la comida no me sabía sabrosa y dormía intranquila. Siempre he pensado buscar una oportunidad para hablar contigo, pero me ha dado vergüenza. – Hizo una pausa y continuó. – Qing Qing es el hijo único de mi tía paterna y desde pequeño ha sido malcriado; sólo sabe estirar los brazos para que lo vistan y abrir la boca cuando lo alimentan. Además se le han pegado algunas costumbres inmorales. El ha venido muchas veces a pedir mi mano, pero yo no le he hecho caso. También ha obligado a mi tía a interceder por él. A mis padres, delante de la hermana de mi padre, también les ha dado reparo decirle algo. No les quedó más remedio que decirle a Bai Bai que hablara con él para que me olvide. Nadie se hubiera imaginado que Qing Qing se iba a indignar y hasta llegar a pelearse con Bai Bai. Afortunadamente tú salvaste la situación. Gracias a Dios y a la ayuda de mi hermano, hoy estamos juntos nosotros dos. Si te disgusto no me quedaré a tu lado, me iré enseguida…
  • 17. - ¡De ninguna manera! ¿Cómo me vas a disgustar? ¿Cómo me vas a disgustar? – Se apresuró a replicar Li Bao, al tiempo que se levantaba para preparar la comida. - Por hablar nos hemos olvidado que es tarde. ¡Hay que entrar a los animales! – dijo Cui Cui. Li Bao entró a los bovinos y los ató bien. En el momento de dar vuelta la cabeza vio sobre la mesa de piedra un plato de pollo frito, otro de hongos frescos y otro más lleno de panecillos al vapor calientes. - ¿De dónde ha salido esto? – preguntó extrañado. - No preguntes de dónde ha salido esto, ¡mira de dónde ha salido aquello! – Li Bao siguió la dirección del dedo de Cui Cui y así pudo ver en la pared del este una gran cama de dos plazas en reemplazo de su lecho de hojas secas, con edredones verdes y colchones rojos y almohadas bordadas, todo muy bien tendido. - Contigo, ya no tendré de qué preocuparme – expresó Li Bao con satisfacción. Desde esa noche ellos constituyeron una íntima pareja. Al día siguiente, ella le dijo a Li Bao: - Hermano Li Bao, mira como vuelan en conjunto las ocas salvajes en el cielo y como las hormigas caminan en grupo por el suelo. No podemos seguir viviendo mucho tiempo solos en la profundidad de la montaña. ¡Volvamos a casa hoy mismo! - ¡Eso es imposible! Mi padre ha muerto y mi madrastra es la que manda en casa. Cuando yo vivía allí todos los días me ganaba una paliza y un rezongo. ¿Cómo podría soportar que tú vayas allí a sufrir también? Cuando me mandó a la montaña mi madrastra me dijo: vuelve sólo cuando los animales hayan tenido cien crías. Que no falte ni una”. Y ahora no tengo ni sombra de crías, ¿cómo volver? - Cien terneros no son nada del otro mundo. Quédate tranquilo, cuando lleguemos se me ocurrirá algo. Li Bao no creía del todo en lo que había dicho su compañera, pero le dio vergüenza preguntar más. Entonces recogió sus cosas y partieron, él adelante dirigiendo a los animales y Cui Cui detrás, montada en el lomo de la vaca. Después de pasar una y otra montaña, Cuando el sol había alcanzado su cenit llegaron a la entrada de la aldea. Cui Cui le pidió a su amigo el látigo y exclamó, al tiempo que lo agitaba: - Un latigazo por aquí y otro por allí, ¡cien terneritos ya están aquí! - Y de verdad, en un abrir y cerrar de ojos corrieron hacia ellos cien terneros. Eran tan gordos como si hubiesen sido modelados con arcilla, y con su piel brillante corrían de aquí para allá, mugiendo. Li Bao llevaba a la pareja vacuna y los terneros seguían detrás suyo. Cuando entraron en la aldea justamente la gente estaba almorzando. Los aldeanos nunca habían visto tantos terneros y tan gordos, y menos aún una recién casada tan bella. Li Bao hizo entrar a los animales en el patio, que pronto quedó lleno.
  • 18. La madrastra del joven vino a contarlos: no faltaba ni uno. Como persona que amaba la riqueza como a su propia vida, al ver tal cantidad de animales se le enrojecieron los ojos rojos y exclamó: - Li Bao, ahora que me has traído tantos animales ya no te maltrataré más. Quédate aquí a vivir con tu mujer. Desde entonces, la pareja vivió feliz, trabajando al unísono.