1. ¿DÓNDE ESTÁ EL REY QUE HA NACIDO?
EPIFANÍA DEL SEÑOR – CICLO A
En esta fiesta leemos el evangelio de san Mateo donde se narra la adoración de los magos
de Oriente. ¡Cuántas cosas se pueden extraer de esta lectura! Si leyéramos por primera
vez el evangelio, con mucha atención, nos chocarían varios detalles. En primer lugar, el
contraste entre el mundo de los sabios, los sacerdotes y los salones del rey y la modestia
de una casita de pueblo donde viven María, José y el Niño. En segundo lugar, el contraste
de expectativas: tanto los magos como Herodes buscan un “rey”. Pero ¿qué clase de rey?
Herodes teme a un rival que lo desbanque de su trono. ¿Qué esperan encontrar los magos?
Seguramente no imaginaban encontrar a un niñito en brazos de una joven tan sencilla. En
tercer lugar, el contraste de intenciones. ¿Por qué quieren saber dónde está ese rey de los
judíos, anunciado por las estrellas? Herodes quiere matarlo para librarse de una amenaza.
Los magos quieren adorarlo. Todos ellos, tanto Herodes como los magos, son informados
de una noticia. Pero sus reacciones ¡son bien distintas!
También hoy la noticia de Dios perturba al mundo y sobresalta a muchos, como sucedió
con Jerusalén. El evangelio no adormece a nadie: es un mensaje que todo lo revoluciona.
Y también hoy las reacciones ante el anuncio de Jesús son muy diversas. Para quienes
ostentan el poder –cualquier tipo de poder— Dios es un rival que molesta y hay que quitarlo
de en medio. Para quienes se abren a la maravilla de la creación y sienten gratitud, Dios
merece toda la adoración. Para quienes entienden que Dios es humilde, como un niño, y
saben verlo en los demás, Dios es objeto de amor y generosidad.
¿Cómo adoramos nosotros a Dios? ¿Lo reverenciamos como a un rey, pero lo alejamos
de nuestra vida cotidiana, con un falso respeto y pudor? ¿Lo tememos y queremos
aplacarlo comprando su favor con devociones y penitencias? ¿Sabemos encontrarlo en
los demás y amarlo con gestos reales de afecto y entrega? ¿Le damos nuestro tiempo y
una parte de nuestros bienes, incluidos los económicos y materiales? Fijaos en los regalos
de los magos. Se da un simbolismo a cada uno, pero son bien concretos, no son deseos
ni palabras, sino objetos, fruto del esfuerzo y el trabajo. Dan lo mejor que tienen. En nuestra
comunidad cristiana tenemos muchas ocasiones de adorar a Dios y ser obsequiosos con
él, como los magos. Aprendamos de ellos: salieron de casa, destinaron un tiempo
importante para ir al encuentro del Niño, llevaron regalos. ¿Tenemos tiempo para Dios?
¿Sabemos regalar afecto y compañía a nuestros prójimos? ¿Sabemos ver en ellos a Cristo?
¿Somos generosos con la Iglesia? ¿Damos lo que podemos y un poquito más?
Esta es la verdadera adoración: hecha de entrega y de gestos reales. La que hará que,
como los magos de oriente, regresemos a casa por otro camino: cambiados,
transformados, renovados por dentro y con el alma llena de luz.