Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #3.pptx
Domingo de Pascua - ciclo B
1. Resucitar
Pascua de Resurrección – ciclo B
¿Qué significa resucitar? Los cristianos basamos nuestra fe en la
resurrección de Cristo. En el Credo repetimos, cada vez que asistimos a
Misa: «Creo en Jesucristo… que fue crucificado, muerto y sepultado;
resucitó al tercer día…» Sabemos que Jesús pasó de la muerte a otra vida,
inmortal e infinita, como no podemos imaginar.
Sí, lo creemos, y celebramos este domingo de Pascua con solemnidad y
con ánimo festivo. Que Jesús, tras una muerte tan atroz, resucitara, ¡es
una gran noticia! Que Jesús sea Dios, vivo y entre nosotros, es un misterio
que nos remite a un amor infinito.
Pero hoy, veinte siglos después… ¿De qué manera nos afecta la
resurrección de Jesús? ¿Cambia nuestra vida, como cambió la de los
apóstoles y la de tantos seguidores de Jesús a lo largo de la historia? ¿O
es simplemente una verdad que creemos y confesamos, para luego volver
a casa, a nuestras faenas, y seguir como siempre?
Como preguntaba un niño en catequesis: «Está muy bien que Jesús
resucitara… pero ¿y nosotros?»
San Pablo en la carta a los colosenses, que leemos hoy, nos dice: «Si
habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba…»
Es decir, san Pablo supone que los cristianos ya estamos resucitados con
Cristo. ¿Cómo entenderlo? Todos vamos a morir, ¿cómo podemos estar
resucitados?
La resurrección es una promesa que Jesús nos hace a todos: nos llama a
vivir como él para unirnos a él de tal manera que, cuando muramos,
también podamos resucitar. Dios nos resucitará como lo hizo con él. Y
cuando estemos resucitados estaremos más allá del tiempo y del espacio,
viviremos en el eterno presente de Dios, con él. Por eso, como algún día
viviremos esta vida resucitada, ahora ya podemos empezar a saborearla
de alguna manera. Es como si un niño aún no nacido, en el vientre de su
madre, comenzara a soñar la vida que tendrá una vez salga a la luz. Vivir
resucitados es vivir en la tierra como si ya estuviéramos en el cielo: con la
misma alegría, gratitud y confianza. Nada nos puede tumbar ni abatir,
porque sabemos Dios nos tiene preparada una vida eterna y plena.
Sigue san Pablo: «Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo
escondida en Dios.» ¿Qué significa que hemos muerto? Pues que hemos
2. cambiado de vida. Hemos dejado atrás lo que nos separaba de Dios:
orgullos, desconfianzas, miedos, cerrazón. Hemos muerto al mal, al
egoísmo, a vivir centrados en nosotros mismos. Este proceso es como una
muerte, un parto. Y después iniciamos una vida que, durante nuestros
años en la tierra es una semilla plantada, una vida «escondida en Dios»,
como dice Pablo. Qué bonita imagen: nuestra vida está escondida,
arropada, mecida en el seno de Dios. Él nos sostiene y él nos hará brotar,
un día, como planta resucitada en su Reino.
¿Somos conscientes de todo esto? La fiesta de Pascua, con el ciclo
litúrgico de la Iglesia, nos lo recuerda, año tras año. Vivamos en Cristo.
Crezcamos en él. Que año tras año nuestra semilla vaya brotando un poco
más. Vivamos en la tierra como en el cielo. Aceptando los contratiempos
que nos vienen, sin perder la paz ni la alegría profunda que da saberse
resucitados.
Nuestra fe tiene que ser más que creencia: tiene que ser vida. Se notará
cuando realmente vivamos resucitados y, como dice Pablo, dejemos de
interesarnos por las cosas de este mundo y aspiremos a «los bienes de
arriba». Las cosas de este mundo son brillantes y tentadoras, todos lo
sabemos: dinero, confort, prestigio, reconocimiento, éxito, fama y
proyección social… Pero todas, al final, son caducas y nunca sacian
nuestro corazón. Perseguirlas nos estresa, nos agota y nos entristece. Las
cosas de «arriba» son las que realmente nos alimentan y nos dan
plenitud. Más que cosas, son personas. Es Jesús. Es Dios. Y, en ellos, todos
aquellos a quienes amamos. Como decía Jesús en la santa Cena: «donde
yo voy quiero que también vengáis vosotros». Dios no romperá nunca
nuestros vínculos de amor. Al contrario: con él los viviremos en una
inagotable plenitud.