1. Hoy se ha salvado esta casa
31º Domingo Ordinario – ciclo C
El evangelio de este domingo nos cuenta la historia de Zaqueo, el recaudador de impuestos
convertido tras la visita de Jesús. Un hombre codicioso, amante del dinero, experimenta tal
cambio que decide devolver lo injustamente cobrado, e incluso con creces. Jesús dice: «Hoy se ha
salvado esta casa», porque realmente en ella se ha producido un milagro. Un adorador del dinero
se ha convertido en un hombre generoso. Que una persona cerrada en sí, volcada en sus propios
asuntos, se abra a los demás y se preocupe por el bien de otros es, sin duda, el mayor de los
milagros. Y el cielo se alegra, porque otro hijo perdido ha vuelto al hogar.
Podemos extraer varias enseñanzas de este episodio. El primero es que todo ser humano, por
miserable que nos parezca, es hijo de Dios. Jesús va a buscar a las ovejas perdidas, y en este caso
la oveja perdida es un hombre rico. El personaje de Zaqueo nos resulta simpático desde la
distancia, pero si fuera hoy… Pensemos en alguien que se ha enriquecido a costa de los demás,
usando del fraude, la extorsión y el abuso. En alguien que ha explotado a sus trabajadores, o se ha
valido de enchufes y sobornos para lucrarse. ¿Qué sentiríamos hacia todos los Zaqueos que nos
rodean?
Jesús llama a Zaqueo y lo mira, no como a un odioso recaudador, sino como a un ser humano. Y es
esta mirada la que empieza a sacudir el mundo interior de Zaqueo. Sin embargo, él ya buscaba
algo.Cuando Zaqueo se encarama a la higuera para poder ver a Jesús, esporque seha dado cuenta
de que en la vida no todo es el dinero y la riqueza. El alma humana pide algo más.
Dios jamás nos fuerza ni nos obliga, pero cuando advierte que tenemos sed de él, corre a darnos
su agua de vida. Jesús ve en el corazón de Zaqueo ese deseo que todos tenemos de amistad, de
sentir que nuestra vida es útil y marca una diferencia para alguien. En el fondo, lo que anhelamos
no son los bienes materiales, sino que nuestra vida tenga sentido y que esté unida a la de otros. A
veces, por miedo o malas experiencias, nos encastillamos en nuestro mundo y luchamos sólo por
tener: dinero, recursos, seguridades. Pero esa lucha por sobrevivir y enriquecernos acaba por
cerrarnos las puertas a una vida plena de verdad. Y Jesús vino a traernos esta vida que todos
anhelamos.
Sepamos mirar a los demás con ojos de Jesús. Ricos y pobres, vecinos y extranjeros, personas
afines a nuestras ideas y personas que piensen diferente, o incluso lo contrario, creyentes y ateos,
famosos y desconocidos. Sepamos ver en cada persona ese ser humano que quiere amar y ser
amado. Sepamos mirarlos como nos gustaría ser mirados a nosotros: con amor, con aceptación,
con comprensión. Es esa mirada que tan bellamente se describe en la primera lectura de hoy, del
libro de la Sabiduría. Es la mirada del Dios madre-padre que nos crea y nos sostiene en la
existencia, por puro amor: «… tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor,
amigo de la vida. Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas.»
Sí, todos tenemos un soplo divino que nos alienta y nos hace existir. Reposemos en este soplo, en
esta mirada, y abrámonos a su amor. Floreceremos, y podremos ofrecer lo mejor de nosotros a los
demás.