2. Dos hombres subieron al
templo a orar. Uno era
fariseo, el otro un publicano.
El fariseo, erguido, oraba así:
¡Oh, Dios!, te doy gracias
porque no soy como los
demás… El publicano, se
quedó atrás y no se atrevía a
levantar los ojos al cielo; sólo
se golpeaba el pecho
diciendo: ¡Oh Dios, ten
compasión de este pecador!
Lucas 18, 9-14.
3. La parábola
Es un gran instrumento
para enseñar.
Jesús, como buen
maestro, se vale de
una historia para
instruir y comunicar un
mensaje.
La parábola del fariseo
y el publicano nos
alerta acerca de un mal
de todos los tiempos:
la soberbia espiritual.
4. Jesús nos muestra dos
formas de dirigirse a Dios
El fariseo, satisfecho de sí
mismo, agradece no ser como
los demás.
En realidad, no está adorando
a Dios, sino que se convierte
en idólatra de sí mismo.
Está tan lleno de sí, que en él
ya no queda espacio para
Dios.
5. El publicano apenas se atreve
a elevar los ojos.
Solo suplica, una y otra vez:
Dios mío, ten compasión
de mí.
Es una oración sincera y
auténtica, la del que se siente
pequeño, falible, pecador.
Pero sabe que Dios ama y
acoge.
Solo quien se siente
perdonado y amado puede
vivir la experiencia de Dios
en su interior.
6. ¿En qué consiste la
perfección?
El fariseo la concibe como
el cumplimiento exacto de
las leyes y normas
litúrgicas.
Quienes así se creen
perfectos también se
vuelven muy críticos con
los demás, a quienes juzgan
y, a menudo, condenan.
7. Pero la perfección cristiana es otra cosa.
Dios no nos pide ser perfectos cumplidores: solo nos
pide amarlo, «con todas las fuerzas, con todo el
corazón, con toda la mente, con todo el ser». Y amar
al prójimo como a él mismo.
8. El fariseo nos recuerda
al «hombre hecho a sí
mismo»,
autosuficiente, seguro
en su arrogancia.
Jesús dice que «no
queda justificado».
La comunión con Dios
pasa por amar incluso
a los que consideramos
«pecadores, ladrones,
adúlteros»…
9. Cuánto nos cuesta a los cristianos adorar a
Dios, reconocernos pecadores y dejar que él entre
en nuestras vidas. Sin darnos cuenta, podemos caer
en el orgullo del fariseo, ¡es tan fácil!
10. Solo cuando la oración brote del corazón,
humilde, sincera, habrá una comunicación
verdadera con el Creador.
Y será casi sin palabras, con una apertura
total a su perdón y su misericordia infinita.