Este documento resume una parábola bíblica sobre un rico y un pobre, y analiza su significado más profundo. Jesús usa esta parábola para enseñar que lo más importante no es la riqueza material sino cultivar virtudes como la justicia, el amor y la generosidad. Quienes viven obsesionados con acumular riquezas se encuentran solos, mientras que quienes practican la caridad y el cuidado de los demás construyen relaciones que les brindan paz tanto en la tierra como en el cielo.
1. Un abismo infranqueable
26º Domingo Ordinario – ciclo C
La parábola que leemos este domingo es muy conocida. El rico Epulón que ignora al hambriento y
el pobre Lázaro, hundido en la miseria, mueren. Y en la otra vida descubren que Dios revierte los
papeles: el que banqueteaba y disfrutaba de la vida despreocupadamente ahora sufre en el
infierno, mientras que el pobre enfermo que sufría ahora goza en la gloria.
Es fácil sacar conclusiones demasiado simples: que Dios castiga a los ricos y premia a los pobres.
Pero esta parábola es mucho más rica en contenido. Jesús enraíza directamente con el profetismo
de Israel.
Amós,el profeta de quien leemos la primera lectura, podríamos decir que es el profeta de la justicia
de Dios. Pocos discursos oiremos, tan duros y despiadados, contra los ricos que oprimen al pueblo
empobrecido. Nuestros políticos de hoy se quedan cortos, al lado del profeta, a la hora de
denunciar las injusticias y la desigualdad. Amós arremete contra los que viven nadando en lujo y
les promete un futuro espantoso: caerán bajo el ejército enemigo y todo su mundo se derrumbará.
Sufrirán la suerte del rico Epulón, un tormento eterno, mucho más terrible aún si lo comparan con
la vida placentera que han llevado hasta entonces.
El profeta Amós se indigna ante la injusticia y declara que Dios no puede querer eso. Hoy
podríamos decir que tampoco Dios quiere ese abismo tan grande que se abre entre pobres y ricos,
tampoco quiere el hambre y la miseria, tampoco le gusta el lujo desmesurado en el que viven los
ricos, los famosos y los gobernantes de muchos países.
Pero tanto Jesús como el profeta van más allá del discurso político y social. Porque, si lo miramos
bien, quienes protestan contra los ricos, en realidad, quisieran disfrutar de esa riqueza que no
tienen. Todos, ricos o pobres, estamos obsesionados con el dinero y el tener. El problema de fondo
no es la riqueza y los bienes materiales, sino nuestra actitud: hemos puesto como meta de nuestra
vida la prosperidad, y adoramos al dios dinero. Todo lo que hacemos, incluso rezar, es para tener
más abundancia material.
Ese es el gran pecado de Epulón. Olvidar que la vida no se termina en lo material. Olvidar que,
además de cuerpo, tenemos un alma. Olvidar que todo lo físico perece y que estamos llamados a
algo más que a acumular bienes. Cuando esto se acabe… ¿qué nos quedará? El que ha vivido
únicamente para su bienestar se encontrará, en la otra orilla, con una soledad tremenda. Se
encontrará solo en el infierno del egoísmo, donde no hay lugar más que para él. Él y sólo él. Ese es
el peor de los tormentos. Ese es el abismo infranqueable que no se puede salvar, porque el puente
para cruzarlo lo destruyó él mismo.
El sentido de nuestra vida no puede limitarse a estudiar, para poder trabajar, para ganar dinero,
para vivir cómodamente y, si podemos, ir escalando posiciones y ganar cada vez más. En esto
podemos caer todos, pobres y ricos. Es más, se nos educa para que aspiremos a esto. Incluso en
las familias, a menudo, parece que priorizamos el éxito material por encima de otros valores, y así
lo inculcamos a nuestros hijos.
2. San Pablo nos da la clave para vivir de otra manera y abrir las puertas del cielo: «Hombre de Dios,
busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate
de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado».
No nos dejemos engañar por la publicidad, por los medios, por el cine y todo lo que corre por las
redes sociales. No caigamos en la banalidad y en perseguir bienes perecibles, que sólo alimentan
nuestro ego. No nos dejemos arrastrar por el consumismo compulsivo.
¿Cuál es el camino a seguir? Cultivar esas virtudes de las que habla el apóstol: justicia, piedad,
amor, paciencia… Son las virtudes que abren nuestro corazón, nos acercan y nos vinculan a los
demás. Cultivar el tesoro de la amistad, las sanas relaciones familiares, el amor, la generosidad.
Acumular paciencia, escucha atenta, cariño, horas deentrega y horas de cuidado. Esta es, sinduda,
la mejor inversión. Quien vive así está construyendo un pequeño cielo en la tierra. Cuando muera,
tan sólo tendrá que dar unos pocos pasos para entrar en el otro cielo, el definitivo.