1. ¿TIENES ENVIDIA PORQUE SOY
BUENO?
25º DOMINGO ORDINARIO – CICLO A
La parábola de los viñadores de última hora es una gran lección que
Jesús nos da a los cristianos y a los que estamos comprometidos con el
evangelio y su anuncio. La viña es el mundo, el amo es Dios y los
viñadores son aquellos que trabajan por expandir su reino. Somos
muchos, algunos llevamos muchos años trabajando en parroquias,
comunidades o movimientos. Otros se han ido incorporando más tarde.
Algunos son recién llegados. ¿Por qué han tardado tanto en sumarse a
la gran tarea de la evangelización? Por motivos muy diversos, que quizás
no conocemos. El caso es que muchas personas pasan buena parte de
su vida desorientadas, buscando el sentido a su vida y esperando, como
esos trabajadores desocupados en la plaza, que alguien los llame.
Tanto si nos hemos convertido en la infancia como si nuestra conversión
es fruto tardío, Dios valora muchísimo todo lo que hagamos por él y por
su reino. No importa si hemos invertido décadas, días o unas horas. Todo
lo que hemos hecho por amor cuenta. Y lo va a remunerar según su
justicia. ¡Y aquí es donde llega la sorpresa!
El amo de la viña paga lo mismo a todos los obreros: los que trabajaron
de sol a sol y los que fueron a la viña al atardecer y sólo trabajaron una
hora. ¿Cómo es posible? Según nuestros criterios laborales y
económicos, eso es injusto. Nadie aceptaría un trato así. Pero el amo de
la viña se explica.
Primero, no comete injusticia pagando a los obreros lo que acordó con
ellos. ¿El trato era un denario por día? Pues si les paga esta cantidad,
cumple lo pactado. Son los empleados los que se comparan entre ellos
y piensan que, a más horas trabajadas, deberían cobrar más.
Esta es la forma de pensar del mundo: tanto haces, tanto ganas. Todo el
mundo debe recibir según trabaje. Quien hace más merece más. En la
cultura del mérito, el salario se mide por el esfuerzo, el tiempo y los
resultados. Lo prioritario es la faena y el beneficio material. Pero ¿dónde
entra la persona en este esquema? Es una mera máquina productora. Si
trabaja menos, entonces debe ganar menos.
2. La justicia de Dios no mira la productividad, sino la persona. Los obreros
de última hora han trabajado menos, sí, pero también tienen familia que
mantener. También necesitan casa, alimento y vestido, igual que los
otros, o quizás más. A la necesidad material se suma, quizás, la angustia
por no tener trabajo y la tristeza por sentirse inútiles o improductivos. El
amo de la viña sabe esto y actúa, no siguiendo las leyes del mercado,
sino las del corazón.
Dios recompensa, no según el merecimiento, sino la necesidad. Esta es
su justicia. No nos da lo que merecemos, sino lo que sabe que
necesitamos. ¡Y menos mal que lo hace así! Esto es lo propio de un
corazón lleno de misericordia y amor. Porque, si somos sinceros, ¿qué
merecemos? Todos cometemos errores y fallamos. Todos traicionamos
a Dios, alguna vez en la vida. Todos le ignoramos, le relegamos a un
segundo plano, le olvidamos, somos negligentes y cobardes a la hora de
servir a los demás y trabajar por su reino. Si Dios nos tuviera que dar lo
que merecemos, ¡pobres de nosotros!
Pero no es así. Dios, como una buena madre, da a sus hijos lo que
necesitan, y da generosamente, con amor y esplendidez. No le importa
dar lo mismo a todos, incluso más a quienes ve más débiles y
vulnerables. ¡Puede hacerlo! ¿Estaremos envidiosos porque es tan
bueno?
Lamentablemente, muchas personas, incluso personas comprometidas
con la Iglesia, somos duras de corazón. Nos enfada que Dios sea tan
bueno, tan generoso, tan comprensivo. Quisiéramos ser los favoritos,
¡porque hemos hecho tanto! Y resulta que Dios mima a los que han
llegado después que nosotros. Al final, lo que sucede es que el centro de
nuestra misión no era ni siquiera Dios: éramos nosotros, nuestro buen
hacer, nuestro ego, nuestro orgullo. Por eso nos irrita que Dios sea
magnánimo con los que no llegan a nuestro nivel.
Si realmente dejamos que Dios habite en nosotros, su amor nos hará ser
como él y seremos los primeros en alegrarnos de que Dios sea
espléndido con los últimos. Nos uniremos a su alegría cuando abraza a
un hijo pródigo. Y colaboraremos con él para llamar a muchos que están
esperando, en la plaza de este mundo, que alguien les dé una buena
noticia y los invite a formar parte de ella.