En "Orlando. Una biografía", Virginia Woolf expone una completa teoria sobre la vida, la memoría y la inmortalidad.
La obra es una crítica despiada a los rígidos convencionalismos sociales que nos conforman y limitan, y un manifiesto sobre el derecho a escoger nuestra identidad y expresarnos con auténtica libertad.
5. Orlando (las costuras de la escritura)
(1) Frontispiece: ‘Orlando as a Boy’: The Hon. Edward Sackville from ‘The Two Sons of Edward, 4th Earl of Dorset’ by Cornelius Nuie, in Lord Sackville’s private apartments, Knole.
(2) ‘The Russian Princess as a Child’: Angelica Bell, aged nine, photographed by Vanessa Bell.
(3) ‘The Archduchess Harriet’: Mary, 4th Countess of Dorset, by Marcus Gheeraerts, in Lord Sackville’s private apartments, Knole.
(4) ‘Orlando as Ambassador’: Richard Sackville, 5th Earl of Dorset, by Robert Walker (previously attributed to Gilbert Soest), in Knole collection.
(5) ‘Orlando on her return to England’: Vita Sackville-West photographed by Lenare, 2 November 1927.
(6) ‘Orlando about the year 1840’: Vita Sackville-West photographed by Vanessa Bell & Duncan Grant, 14 November 1927.
(7) ‘Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, Esquire’: Unknown man c. 1820 by unknown artist, in Nigel Nicolson’s private collection, Sissinghurst.
(8) ‘Orlando at the present time’: Vita Sackville-West at Long Barn, photographed probably by Leonard Woolf, 29 April 1928.
http://www.virginiawoolfsociety.org.uk/resources/illustrations-in-the-first-editions-of-orlando-a-biography/
Niño (1) Embajador (4) De vuelta a Inglaterra (5) Hacia 1840 (6) En la actualidad (8)
6. Preface
Many friends have helped me in writing this book. Some are dead and so illustrious that I
scarcely dare name them, yet no one can read or write without being perpetually in the
debt of Defoe, Sir Thomas Browne, Sterne, Sir Walter Scott, Lord Macauley, Emily Brontë,
De Quincey, and Walter Pater—to name the first that come to mind. Others are alive, and
though perhaps as illustrious in their own way, are less formidable for that very reason.
Prólogo
Muchos amigos me han ayudado a escribir este libro. Algunos están muertos y son tan
ilustres que apenas me atrevo a nombrarlos, aunque nadie puede leer o escribir sin estar
en perpetua deuda con Defoe, Sir Thomas Browne, Sterne, Sir Walter Scott, Lord Macaulay,
Emily Brontë, De Quincey y Walter Pater para no mencionar sino a los primeros que se me
ocurren. Otros están vivos, y aunque quizás igualmente ilustres a su manera, son por esta
misma razón menos formidables.
El prólogo
7. He—for there could be no doubt about his sex, though the fashion of the
time did something to disguise it—was in the act of slicing at the head of a
Moor which swung from the rafters.
Él —porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época
contribuyera a disfrazarlo— estaba acometiendo la cabeza de un moro que
pendía de las vigas.
(traducción de J. L. Borges, 1937)
Estaba el muchacho —pues sobre su sexo no podía haber duda, aunque la
moda de la época algo hacía por disimularlo— tirando mandobles a una
cabeza de moro que pendía de las vigas.
(traducción de María Luisa Balseiro, Alianza Editorial, 2012)
Las traducciones
8. La Gran Helada
La Gran Helada fue, los
historiadores lo dicen, la más
severa que ha afligido estas
islas. Los pájaros se helaban en
el aire y se venían al suelo
como una piedra. En Norwich
una aldeana rozagante quiso
cruzar la calle y, al azotarla el
viento helado en la esquina,
varios testigos presenciales
vieron que se hizo polvo y fue
aventada sobre los techos. No
era raro encontrar una piara
entera de cerdos, helada en el
camino.
9. El primer gran amor de la princesa rusa Sasha
Cuando el muchacho —porque, ¡ay de mí!, un muchacho
tenía que ser, no había mujer capaz de patinar con esa
rapidez y esa fuerza— pasó en un vuelo junto a él, Orlando
estuvo por arrancarse los pelos, al ver que la persona era de
su mismo sexo, y que no había posibilidad de un abrazo…
… pero ningún muchacho tuvo jamás esa boca, esos pechos,
esos ojos que parecían recién pescados en el fondo del mar.
(…) Era una mujer.
Orlando la miró azorado, tembló; sintió calor, sintió frío;
quiso arrojarse al aire del verano; aplastar bellotas bajo los
pies; estirar los brazos como las hayas y los robles.
Era la Princesa Marusha Stanilovska Dagmar Natasha Iliana
Romanovich…
‘The Russian Princess as a Child’
Angelica Bell, aged nine, photographed by
Vanessa Bell
10. El amor por la literatura… y la escritura
Su afición por los libros era temprana. Orlando era un hidalgo
que padecía del amor de la literatura.
Un apuesto caballero como él, decían, no necesitaba libros.
Que dejara los libros, decían, a los tullidos y a los moribundos.
Pero algo peor venía. Pues una vez que el mal de leer se
apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una fácil
presa de ese otro azote que hace su habitación en el tintero y
que supura en la pluma. El miserable se dedica a escribir. (…)
Se le escapa el sabor de todo; lo torturan hierros candentes; lo
roen los gusanos. Daría el último centavo (¡tan virulento es ese
mal!) por escribir un solo librito y hacerse célebre.
escribir (y no hablemos de publicar) era, bien lo sabía, una
imperdonable falta en un noble.
‘Orlando as a Boy’:
Edward Sackville, by Cornelius Nuie
11. La memoria
La costurera es la Memoria, y por cierto bien caprichosa. La
Memoria mete y saca su aguja, de arriba abajo, de acá para allá.
Ignoramos lo que viene en seguida, lo que vendrá después.
De pie en la soledad de su cuarto juró ser el primer poeta de su
linaje y dar brillo inmortal a su nombre.
Sin embargo, no tardó en advertir que las batallas libradas por Sir
Miles y los otros para ganar un reino contra caballeros con
armadura, eran menos arduas que la emprendida ahora por él
para ganar inmortalidad contra la lengua inglesa. El lector que
haya intimado con las severidades del trabajo de redactar no
necesitará pormenores…
En una palabra, todos los secretos de un escritor, todas las
experiencias de su vida, todos los rasgos de su espíritu, están
patentes en su obra…
‘Orlando as Ambassador’
Richard Sackville, by Robert Walker
12. Crítica social despiadada
La ceremonia era siempre igual. En el
patio de honor, los Genízaros golpeaban
con los abanicos la puerta principal, que
inmediatamente se abría, descubriendo
un vasto salón, amueblado
espléndidamente. Ahí estaban sentados
los personajes, generalmente de
distinto sexo. Se cambiaban zalemas y
reverencias. En el primer salón, sólo se
podía hablar del tiempo. Tras haber
dicho que era seco o lluvioso, caliente o
frío, el Embajador pasaba al otro salón,
donde otras dos figuras se incorporaban
para recibirlo. Allí sólo era lícita la
comparación de Constantinopla con
Londres como lugar de residencia:
14. Nadie, desde que el mundo comenzó, ha sido más hermoso. Sus formas combinaban la fuerza del
hombre, y la gracia de la mujer. (…) Sin inmutarse, Orlando se miró de arriba abajo en un gran espejo y
se retiró, seguramente al cuarto de baño.
Orlando se había transformado en una mujer —inútil negarlo. Pero, en todo lo demás, Orlando era el
mismo. El cambio de sexo modificaba su porvenir, no su identidad. Su cara, como lo pueden demostrar
sus retratos, era la misma. Su memoria podía remontar sin obstáculos el curso de su vida pasada.
15. El regreso a Inglaterra
hasta ese momento, apenas había pensado en su sexo.
¿deberé resignarme a respetar la opinión del sexo contrario, por
monstruosa que sea? Si llevo faldas, si no puedo nadar, si quiero
que me salve un marinero, ¡por Dios!
«Ahora deberé padecer en carne propia esas exigencias —pensó—
, porque las mujeres no son (a juzgar por mí misma) naturalmente
sumisas, castas, perfumadas y exquisitamente ataviadas. Sólo una
disciplina aburridísima les otorga esas gracias,
Hasta qué punto habíamos llegado, cuando una mujer tiene que
ocultar su belleza para que un marinero no se caiga del palo
mayor.
«¡Gracias a Dios que soy una mujer», gritó y estuvo a punto de
incurrir en la suprema tontería —nada es más afligente en una
mujer o en un hombre— de envanecerse de su sexo
16. La vida – El Roble (o La Encima)
Orlando se llevó la mano al seno, como en busca de un medallón o de alguna reliquia de
amor perdido, y no sacó ninguna de esas cosas, sino un manuscrito enrollado,
manchado por el mar, la sangre y los viajes: el manuscrito de su poema «La Encina». Lo
había llevado consigo tantos años, y en circunstancias tan azarosas, que muchas páginas
estaban manchadas, algunas rotas (…) Volvió a la primera página y leyó la fecha 1586 en
la antigua letra de colegial. ¡Casi trescientos años que estaba trabajándolo! Ya era
tiempo de concluirlo.
El manuscrito, que yacía sobre su corazón, empezó a latir y a agitarse, como si estuviera
vivo, y (rasgo más raro e indicio de la fina simpatía que había entre los dos) a Orlando le
bastó inclinarse para entender lo que decía. Quería que lo leyeran. Exigía que lo leyeran.
Era capaz de morírsele sobre el pecho si no lo leían. Por primera vez en su vida (…) los
seres humanos eran imprescindibles.
18. Una teoría sobre la “inmortalidad”
Vida = Memoria
Escritura = Inmortalidad
El yo es, en gran medida, un
ejercicio de selección y
aislamiento
¿La Literatura? ¿La Vida? ¿Convertir la
una en la otra? ¡Qué monstruosamente
difícil!