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DIÁLOGOS
SOBRE LA
CONFIANZA
¿Por qué es una virtud heroica y cómo alcanzarla?
Editorial Surgite!
2022
Dedicatoria
Al Sagrado Corazón, que nos ama con locura,
a Nuestra Señora, confianza nuestra,
al Gloriosísimo Patriarca San José, protector de la Santa Iglesia,
a los santos ángeles, nuestro celestial auxilio.
a las almas bienaventuradas, nuestras compañeras celestiales y
grandes auxilios en nuestra vida sobre la tierra.
Prólogo
¿Por qué tratar la virtud de la confianza en estos días? Los
grandes problemas de los tiempos en que vivimos nos
arrastran, en mayor o menor medida, a la desesperación, el
desánimo o el abatimiento.
Cuando los hechos suelen confirmar nuestros temores,
podemos sentir que todo está perdido: es evidencia, no
creencia. ¿Quién puede seguir creyendo que las cosas
cambiarán si lo contrario es tan concreto?
La confianza nos pide creer a pesar de los hechos. Es una
fe tan inconmovible, tan santamente ciega, que espera lo
imposible: lo improbable es superado por la certeza de que
Dios nos dará su gracia, que el Cielo se moverá para obrar sus
maravillas. Esa Misericordia que se espera es tan real y
cumplida que el tiempo desaparece y tenemos la seguridad de
que “ya es” aunque aún no ocurra.
Los siglos que nos preceden fueron una revolución, como
trazada por un péndulo, que va desde un racionalismo
materialista absurdo hacia un romanticismo idealista
insostenible. Nuestras almas quedaron tan afectadas que, o
esperamos certezas matemáticas o creemos en finales de
cuentos de hadas. Algunos llevan las dos ideas en su pecho y
quedan aplastadas por el choque violento de conceptos.
Por eso la confianza se nos presenta como una virtud más
heroica que nunca. Nos sentimos solos en esta tarea y como
que aplastados por esta dureza, como Cristo en el Huerto de
los Olivos.
La luz de las verdades que aquí se presentan, de la calidez
de esta realidad y por muy difícil que sea su experiencia,
hacen que el esfuerzo editorial que presentamos esté
ampliamente recompensado si en los lectores nace la
confianza con toda su fuerza, esplendor y frutos.
Contenido
Dedicatoria .........................................................................3
Prólogo ...............................................................................4
Contenido ...........................................................................5
Presentación........................................................................8
A ti, que buscas una respuesta al dolor ..............................17
¿Por qué a mí?...................................................................19
¿Qué es la confianza? ........................................................23
La invitación de Dios ........................................................25
Nuestros temores...............................................................26
¿Que nos falta? ..................................................................29
Los dos demonios .............................................................32
La confianza .....................................................................37
Esperar lo imposible..........................................................40
Los bienes de la tierra........................................................43
Los males ocultos..............................................................46
La mirada de Dios.............................................................48
Después de la justicia ........................................................52
Cuando el espíritu sufre.....................................................56
¿Por qué debería confiar en Dios?......................................58
El misterio de la Gloria .....................................................61
El corazón elevado............................................................65
APENDICE......................................................................67
Alma que prestas batalla por la confianza..........................67
Razones para la confianza .............................................67
El primer orden .............................................................69
La perfección y el orden.................................................71
¿Por qué cuesta tanto la confianza?................................74
¿Estamos solos en las probaciones?................................76
Gracias que no veíamos.................................................77
Primera......................................................................77
Segunda .....................................................................77
Tercera.......................................................................78
Cuarta........................................................................78
Quinta .......................................................................78
Sexta..........................................................................78
Séptima......................................................................78
Octava .......................................................................79
Novena......................................................................79
Décima ......................................................................79
Decimoprimera..........................................................79
Decimosegunda .........................................................79
Decimotercera ...........................................................80
Objeciones a la confianza ..............................................80
“Si el desastre que sufrimos es consecuencia de vicios y
pecados; no se puede esperar auxilio sin riesgo de tentar
a la Providencia” .......................................................80
“La proporción del auxilio esperado es inaudita,
excesiva, respecto a las posibilidades del pecador”.....82
“Dios quiere dilatar el tiempo de su respuesta para
probar nuestra confianza y fortalecer nuestra fe. Pero
podría ser demasiado tarde, vistas las consecuencias que
se acumulan como desgracias ante la ‘impasibilidad
divina’”......................................................................83
“Si Dios quiere que insistamos como la cananea hasta
‘arrancarle las gracias’ y nos da de buen grado, ¿no será
querer lo que Él no quiere darnos? Si amamos con
perfección, querremos siempre lo que Él quiere”........84
“Siento miedo ante los problemas. Dios no estará
contento porque pequé contra la confianza” ..............85
“Tengo miedo porque parece que, mientras más confío
en Dios, más problemas aparecen. Es como si los
demonios escucharan y estropearan todo o como si
cargasen con más pesos mi cruz” ...............................86
“Queremos confiar en Dios y nos entregamos de todo
corazón, pero mientras más lo hacemos, peores
reacciones vienen de las personas que tratamos”........87
“Dios no responde, por lo tanto, no tenemos fe”........88
Palabras que deben reposar............................................89
Una oración para la prueba ...........................................91
Deo gratias!.......................................................................94
Presentación
La idea de la confianza en Dios en nuestros días,
cargados de problemas, preocupaciones y amenazas parece
extraña cuando no imposible o ridícula.
Sentimos que Él se ha retirado, que Nuestra Señora ya no
atiende las súplicas, que los santos no interceden más por
nosotros. Los ángeles están ausentes en cualquier análisis de
la realidad.
¿Falta de fe? ¿Desilusión de los creyentes? ¿Temor de que
por los pecados propios no seamos respondidos? ¿Conceptos
absurdos en un mundo racional y científico? Tal vez un poco
de todo.
La literatura piadosa, propia de otros tiempos en los que
la piedad era algo común, no responden a los lectores
modernos sus dudas, angustias y temores.
Por su parte, los escritos modernos no tratan la confianza.
Y los protestantes la proponen con las deformaciones propias
de sus errores.
El presente trabajo no es una recopilación de frases
motivacionales, de conceptos mucho mejor trabajados en
otras obras o de lecturas críticas a todo lo anterior. Es un
llamado de retorno a la confianza, al orden sobrenatural, a la
entrega incondicional y desinteresada a la Providencia
Divina. Es una clamorosa invitación a volver a las manos de
la omnipotencia suplicante de Nuestra Señora, al convivio
filial con lo celestial.
Juntos repasaremos sus problemas, las dificultades que
encontramos, los grados de confianza y el heroísmo de esta
virtud, lo gratas que son para el Cielo las almas confiantes, las
objeciones más comunes que surgirán en este Getsemaní, los
auxilios divinos y su perfección en la vida cristiana.
Cuando todo parezca perdido…
Es curioso el ser humano. Usualmente no desarrolla ni se
acerca a las maravillas de la confianza hasta que el dolor le
quiebra los huesos. Entonces, con el rostro lleno de lágrimas,
se acerca a Dios. O huye de Él entregándose a la
desesperación, supersticiones o males mayores.
Lo que debería nacer por el conocimiento de Dios, del
trato materno de Nuestra Señora, de la cercanía de los ángeles
y santos en su vida cotidiana, es decir, del día a día con la
acción de la gracia, surge de lo extraordinario. La confianza
es buscada cuando la Cruz aparece en nuestras vidas. ¡Y qué
cruces! ¡Qué desesperos, angustias y dolores! ¡Qué problemas
irresolubles y desesperados!
No es por la mirada puesta en el Cielo que la buscamos,
sino cuando el golpe nos dobla el cuello y nos humilla por la
impotencia. No es por el Amor, sino por el dolor. Es como
despertar de un sueño más o menos feliz en una pesadilla que
no tiene salida.
La inteligencia, mayor o menor según el caso, el sentido
común, coinciden en el mismo juicio: todo está perdido.
¿Cómo podríamos, seres racionales, negar lo evidente?
Los sentimientos, que tanto hacen en el ser humano
moderno, nos aprietan el cuello, revientan el corazón y
revuelven todo en una tormenta de confusión, desesperación
y angustia. ¿Cómo negar lo comprensible de ese estado de
desgracia?
Y la voluntad, olvidada y reformulada por los autores de
autoayuda, se siente impotente. No. No se trataba, entonces
de “si lo quieres, lo puedes”, “si puedes soñarlo, puedes
tenerlo” o “deséalo y el Universo conspirará a tu favor”. Es el
estrellamiento contra el duro pavimento de la realidad. No
somos omnipotentes.
Ahí nos acordamos de Dios. A veces lo maldecimos por
permitir que nos pasen cosas tan malas. Otras murmuramos,
medio aceptando que es bueno, pero que con nosotros
pareciera no tener el menor afecto.
Le pedimos ayuda, pero tras intentar una y otra vez,
desistimos porque pareciera estar sordo a nuestros ruegos y
buenas intenciones.
En ese panorama sombrío, pesadillesco, surge una luz en
el horizonte. Podemos hacer nuestra la promesa de Nuestra
Señora en Fátima: “Cuando todo parezca perdido… ¡por fin
mi Inmaculado Corazón triunfará!”
Calma en el desastre
Cuando estamos preocupados, adoloridos, al rezar
solemos distraernos con la vista interior puesta en los
problemas. Nada más natural. Pero no es el momento de fijar
la vista en el abismo sino en el Cielo.
Queremos decir con esto que hay dos momentos de
intimidad con Dios. Uno, en el que abrimos nuestro corazón
exponiendo con sencillez y humildad nuestros dolores,
pidiendo los remedios que se nos quieran dar. Hablamos con
la mente y el corazón.
Y otro en el que el alma rinde honor a Dios, a Nuestra
Señora, a San José, los santos ángeles, los santos de nuestra
mayor devoción, cuando usamos de las oraciones
recomendadas por la Iglesia y nos servimos de pensamientos
y jaculatorias apropiadas para mantenernos unidos al Cielo.
Nos esforzamos por poner orden en la mente y el
corazón, dominar los impulsos de la carne, ordenar la
inteligencia, forzarnos a querer o abandonar determinados
puntos.
¿Quiere decir que, a partir de decidir ser confiantes deja
de importar todo lo demás, todo lo terreno, material y más
humano?
Nada de eso. Dios nos hizo de cuerpo y de alma y conoce
que necesitamos de lo material para vivir tan bien como
corresponda. Lo que sí quiere decir es que procuramos
primero la gloria de Dios, servirlo, amarlo, buscar Su amor, y
luego todo lo demás, según el orden que tiene en el mundo.
Priorizamos las cosas como se disponen desde el Cielo hacia
la tierra.
La paz no es insensibilidad sino un llamado al orden.
Vemos las olas que amenazan con hundirnos, las
complicaciones financieras que significan la ruina, la
desesperación nos hace temer lo peor, una enfermedad
terrible, vemos todo el mal que se agita, como San Pedro vio
las olas furiosas, pero continuamos avanzando con la mirada
puesta en Dios, que nos dice que no temamos, que Él está con
nosotros, y cooperamos con Él caminando. No nos quedamos
quietos, sino que avanzamos por la confianza hacia Dios.
Cuesta mucho, sin duda, alcanzar esa calma virtuosa que
observa las situaciones y los peligros, de un lado, y el Poder y
el Amor de Dios, del otro.
Requiere de fuerzas enormes, una voluntad firme que
apoye eso que comprende la inteligencia y moviliza nuestros
sentimientos hacia la piedad y también la humildad que
suplica y espera.
Confianza, virtud heroica
No es un salto mágico, instantáneo, pasar desde el estado
asfixiante que describíamos hasta la confianza plena que
mueve los Cielos. Es un buen contraste, pero no es fácil. Por
el contrario, requiere de un grado de heroísmo colosal.
Quien vive el momento de dolor desesperado siente que
mover la roca de Sísifo o las columnas de Hércules es más
probable o tolerable que confiar en algo que no alcanzamos a
comprender. Y nos desespera.
Queremos que sea ahora, que sea ya, que sea como
pedimos y porque nos duele tanto. No es necesariamente falso
alguno de esos puntos. Comentables, sin duda, pero cargados
de razón.
Somos quienes sufrimos y bajo el supuesto de que nuestro
pedido no sea auxilio para un pecado o un disparate, muchas
veces podemos tener razón.
Por eso duele más: esperamos comprensión de Dios y no
la tenemos. Sobre todo, cuando ofrecemos a cambio algo
valioso y, como en un intercambio, no recibimos nada.
Normalmente confundimos la virtud de la esperanza,
virtud grandiosa —teologal junto con la fe y la caridad— con
la confianza.
La confianza es más que la simple esperanza. Todo
cristiano posee el don de la fe. Lo que se nos pide es llevarla,
impulsarla con todas las fibras de nuestra alma, al grado
superior, es decir, a que sea una esperanza inquebrantable.
Que nada, nadie, bajo ninguna forma, pueda hacerla
tambalear.
¿Cómo no será heroica la confianza como virtud si nos
lleva a reunir en favor de la fe todas nuestras fuerzas, pedir
auxilios de nuevas fuerzas, para poner lo que naturalmente no
nos sale de la mente y el corazón atormentados por el peligro?
Es, por así decir, un acto sobrehumano. Del mundo
podemos tomar cuenta de todos los desastres morales que
produce la desesperación. Vemos, cada día, actos horribles
más allá de las enfermedades psíquicas que sobrepasaron los
límites de una persona cualquiera.
Por la caída de Adán nuestra naturaleza está
desordenada. La imaginación desarreglada desemboca en
fantasías alocadas que nos llevan a tomar pésimas decisiones
y a sufrir pesadillas dormidos y despiertos.
La inteligencia corrompida hace cálculos absurdos que
resultan en decisiones, cuando menos, desafortunadísimas.
La sensibilidad, acostumbrada a gobernarnos en la
cultura moderna, da alaridos, se retuerce, gime y desespera
cuando no ve cumplidos sus deseos y necesidades.
Los cuerpos, consentidos hasta lo absurdo, danzan ese
aquelarre de todas las fuerzas anteriores en un festejo
macabro, masoquista y autodestructivo.
Dominar todo eso para ponerlo en orden, ¡qué proeza
épica! Requiere de resoluciones enérgicas, de perseverancia
inaudita. Y de actos de fe, de confianza, de fidelidad que
saborean el umbral de la vida santa.
Para el mundo moderno, tan alejado de Dios y los
mandamientos, la idea de la confianza suena extraña. Los
descreídos se burlarán, los creyentes tibios dudarán y los
pecadores temerán no ser respondidos.
Todos tienen razón y ninguno la tiene.
En estas páginas responderemos esta paradoja y
desarrollaremos, poco a poco, la confianza, sus
características, requisitos, medios y resultados, objeciones y
respuestas.
Los tratadistas clásicos de esta virtud gozan de tal
superioridad de estilo y elevación, piedad y mística, que no
pretenderíamos imitarles. Ellos son fuentes grandiosas para
los devotos. Resultan más que recomendables: son
insustituibles.
Nuestra intención, más humilde, tampoco es recopilar
frases grandiosas ni recomendar devociones particulares.
Si cooperamos, la gracia actúa y llevará a los lectores a
los mejores auxilios que el alma necesita según su situación.
Lo que nos mueve es presentar una respuesta a un
problema actual que pone las condiciones del fiel en un estado
muy diferente a los tiempos en que se escribieron esos trabajos
tan elogiables.
Cuando la fe es compartida, no es difícil encontrar
modelos de inspiración, seguir almas superiores o encontrar
apoyo espiritual entre nuestros semejantes.
Pero si la fe se ha perdido, deformado o combatido, es
muy ardua la vida espiritual.
Son mayores los peligros y tentaciones, las resistencias
del mundo, de nuestra carne corrompida y nuestro espíritu
deformado, la inteligencia desequilibrada, las fantasías
desbocadas.
Y lo que antes hacía bien, hoy nos parece —en el mejor
de los casos— un cuento de hadas. O algo para gurúes
trascendidos tan lejanos de nosotros como las altas y exóticas
puntas del Tíbet.
Era necesario hablar con la franqueza de pecadores y
creyentes a las almas modernas, con problemas nuevos y
condiciones pésimas para el ejercicio de la virtud.
El arte, la televisión, novelas, videojuegos, internet, el
estado del clero, la pérdida de la inteligencia vivaz o de la
voluntad efectiva, por no mencionar doctrinas perniciosas
que explican al hombre su realidad, psicología y progreso,
dañan mucho más que mil bombas atómicas sobre nuestras
almas y obras.
No es necesario haber recibido grandes gracias por la
confianza para escribir sobre lo que más gloria da a Dios y a
Nuestra Señora.
Es, mas bien, por amor a las almas sufrientes que nos
mueve llegar con palabras que, esperamos, lleven paz y luz,
así como las bases y medios para una confianza capaz de
mover montañas y unirnos con más amor y gratitud que
nunca, con el auxilio de San José y de los santos ángeles, a los
Sagrados Corazones de Jesús y María.
Quiera Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos,
Refugio de los Pecadores, Consuelo de los Afligidos, Pronto
Socorro de los sin esperanza y Madre de la Confianza, hacer
de este esfuerzo un medio para Su Gloria y de Nuestro Señor
Jesucristo, para mayor bien de la Santa Iglesia y perdón de
nuestros pecados. Todo mérito sea para Su gloria y bien de
los sufrientes.
Consejo de Redacción
Editorial Surgite!
2022
"Para mí es más cierto que existe la Divina Providencia,
que el que exista la ciudad donde vivo"
SAN BENITO COTTOLENGO — 1786-1842
Piccola Casa della Divina Provvidenza
A ti, que buscas una respuesta al dolor
Pobre alma que sufres tanto: no temas. Es la dulce voz de
Cristo que te llama para despertar en ti una nueva vida. Tal
vez antes de este golpe que te hunde del pesar dormías como
los apóstoles en el Getsemaní. O caminabas con entusiasmo,
pero habías errado el camino y todo terminaría mal. Son los
planes de Dios que corrigen y auxilian para que regresemos a
su Corazón amoroso a refugiarnos en Él y regalarnos todas
Sus ternuras de Padre y Amigo.
Si acaso el dolor renovó tu cercanía con Él, bendita sea
esa herida. Si tu corazón se rebela, ciego e incrédulo hasta la
indignación, tampoco temas: es para ti también ese reclamo.
Si sientes la perplejidad que se une al aturdimiento, sin
entender por qué ni para qué sirve lo que sufres, también es
para ti el llamado.
Es la poderosa Voz del Creador que te ve, te escucha, se
interesa por ti tanto que se preocupa por tus cosas al punto de
obrar giros que, de Su mano, terminarán mejor de lo que
estaba todo antes de Su llamado. Ten confianza. Y si no
puedes confiar, entonces este libro está especialmente hecho
para ti. Y para todos.
No será un camino fácil. Y como descubrirás más
adelante, es lo mejor de esta vía. Pero no debes apresurarte en
hacer juicios. ¡Hay tantas cosas que debemos comprender,
hacer y esperar antes!
El Dios de las grandes misericordias y de los grandes
prodigios es el que hace maravillas cuando le dejamos.
Vamos a recorrer con paciencia y humildad el misterio de
la confianza. Descorreremos sus secretos, miraremos al Cielo
buscando respuestas y las encontraremos como rayos de luz
en medio de la oscuridad.
Cuando terminemos reconocerás que la confianza es una
virtud elevadísima, pero heroica, que cuesta como todo lo que
tiene gran valor: es su precio la dificultad por sobre nuestras
fuerzas. No te inquietes, no te aflijas y, sobre cualquier cosa,
no te dejes llevar por la desesperación. Todo irá bien si
seguimos la dulce Voz que nos ha llamado.
¿Por qué a mí?
Esa es la primera pregunta que nos hacemos cuando el
dolor entra a nuestra vida. De un golpe o con invitación, con
violencia o por consecuencia, es el mismo rastro que nos deja:
sufrimiento y no encontrar salidas. Se nos aprieta el pecho,
cierra la garganta y saltan las lágrimas. Enmudecemos o
lloramos. Apretados como estamos, vemos que la vida se
oscurece y a nuestra vista el panorama se hace angosto: la
angustia —que de ahí viene su origen, de ‘angosto’— se sienta
a nuestro lado y se queda a vivir en nuestro pecho.
Imagina1
, buena alma, que caminas sin rumbo, con ese
gran dolor y tus preocupaciones más graves. ¡Tantos temas y
ganas de hacer cosas han quedado como muertas, sin sentido!
Entonces llegas, sin darte cuenta de cómo o por donde, a
un camino en lo alto de una colina. La hierba es verde, los
árboles altos y robustos, mazos de flores cuidadosamente
cultivados prestan al lugar una belleza desconocida. Un
riachuelo de aguas frescas y cristalinas puede ser cruzado por
un puente centenario. Frente a ti una abadía: es de esas que
verías en una historia fantástica. Soberbia y sencilla, solemne
y que transmite una profunda paz. “¡Ah!” —te dices— “¡Si
pudiese vivir en un lugar así! Sin preocupaciones, sin dolores, sin
1
Nota de los Editores: Para facilidad y provecho de los lectores se ha
hecho uso de una pequeña ficción literaria para desplegar las
dificultades y esplendores que el alma encuentra en la conquista de la
confianza. A continuación, en el Apéndice, se resumen y refuerzan, en
una clave más cercana a la espiritualidad de San Ignacio de Loyola y al
modelo de pensamiento tomista, las razones y argumentos de esta
virtud. Ese equilibrio necesario favorece el aspecto místico y espiritual
tanto como el de nuestra naturaleza lógica y racional.
lamentos. Ocupándome de nada más que de una vida simple con todo
asegurado”.
Y, antes de que vuelvas a pensar en tu sufrimiento, notas
que las puertas están entreabiertas: un monje con aire de
santidad, tal como puedas verlo en tu mente ahora, sale sin
prisa hacia el bosque del otro lado de la colina. Te mira,
inclina la cabeza saludándote, y sigue su camino. Sientes pena
al verle cargar una cesta que supera las fuerzas de su edad. Sin
pensarlo avanzas hasta él y sin palabras tomas la carga y le
acompañas. Es tan natural todo que es como si contara
contigo y tú con encontrarle. Giran hacia el bosque, pero a la
vuelta de la abadía se sientan en un banco de piedra. Aspiras
el aroma del musgo que sube por los costados. Desde allí
sientes el sol y ves más allá de la colina. Huele a jardín vivo,
a naturaleza intensa… y a paz.
El anciano monje mira hacia donde tú estás mirando,
mete una mano bajo el escapulario de su hábito, busca sin
esfuerzo y toma un paquetito. Está envuelto en un viejo papel
y atado con cuidado. No es grande. Es como si contuviese una
carta o un documento. Con una letra anticuada y en tinta, ves
en rojo los caracteres “IHS” y una cruz roja por encima. Abajo
una frase en latín. Te lo pasa y agrega “Guárdelo. Es para
usted”. Su mirada cristalina tiene una vida sorprendente,
luminosa.
Es todo tan natural que no te sorprende. Te sientes a
gusto donde estás. Miran el panorama en silencio. Una
bandada de pájaros cruza el aire y se pierde entre los árboles
del bosque que nace a los pies de la colina. Casi no ves nubes
en el cielo.
—Entonces, ¿por qué a usted?
La pregunta te saca del sueño. Sí, eso era lo que te
preguntabas cuando paseabas antes del encuentro.
Aquí, alma que bebes de este libro, comienzan los
diálogos que nos llevarán por los misterios del dolor y la
confianza.
Quedaste en silencio. No sabes responder, pero ensayas
alguna respuesta.
—Sí, eso me preguntaba. ¿Por qué a mí?
El monje te mira sin juzgarte. Si leyese tu mente te
avergonzarías de las cosas que han pasado por tu cabeza en
este tiempo de dolor. Algo tira dentro tuyo, luchando por
sacar fuera todo eso. No temes abrirte ante él y confiesas tus
dolores, angustias, sufrimientos, temores, rebeldías y dudas
sobre la bondad de Dios. Y, tal vez, hasta de Su existencia.
Él te escucha sin juzgarte. Sientes su afecto. No se
escandaliza con nada de lo que cuentas. Hace preguntas.
Escucha pacientemente. Quiere entender alguna cosa más y
la respondes sin darle vueltas a cada asunto. Es como te
sientes y lo que pasa dentro y fuera de ti.
Ahora las miradas se unen.
—No tema nada. Está aquí porque Dios le trajo y le ama.
¿Amor? ¿En serio me habla de amor cuando es tan cruel
la situación? ¿Amor, cuando un Dios bueno no permitiría que
las cosas pasen así? ¿Un Dios amoroso que aplasta mis buenos
deseos de esta manera? ¿Un Dios al que no le importa que yo
sea feliz y tenga las mejores intenciones?
—Sí, es amor. Ahora no puede comprenderlo, pero es amor.
Lee tus pensamientos, pero quiere que se lo digas con tus
palabras.
—Si es amor, ¿por qué me pasa todo esto, tan malo, tan
grave, tan terrible que no puedo ni dormir ni estar en paz?
—Si todo se solucionara, ¿qué haría?
Mencionas todas las cosas buenas que se arreglarían. Y
repites todas las promesas que le hiciste a Dios si te ayudaba.
—Tenga cuidado al prometer. Dios toma muy en serio cada
palabra. No prometa tanto. Déjese guiar por lo que Él quiere de usted.
Ya veremos cómo corresponder a lo que reciba.
¿Cómo tenía tanta seguridad en que habría una
respuesta? ¿Qué sabía él de nuestras promesas y cómo las
cumplimos siempre? ¿Cómo sabía, incluso, si a veces
tememos prometer porque preferimos hacer las cosas en lugar
de “negociar con Dios”?
—Padre, tengo dudas. —respondes con un suspiro—
Demasiadas.
Aquí, querida alma que pasas por el sufrimiento, déjate
iluminar por los diálogos que siguen. No leas como quien lo
hace con una novela, pasando sus ojos por las escenas. Aun
cuando sepas que no queda tiempo para que el desastre
arruine tu vida, harás más por tu problema meditando cada
punto, poco a poco, tratando de hacer tuyas las preguntas y
aprovechar las respuestas. Tal vez no sientas algunas
inquietudes, pero conoces o conocerás a alguien a quien le
torturen esas ideas y serás tú la Voz de Dios para esa criatura.
Y lo que toque tu alma, porque te interpreta, medítalo con
seriedad, ve cuanto puede hacer en ti esa luz, cómo puedes
iluminar a otros y qué puedes hacer desde ese momento para
hacer bien el camino que te toca recorrer. Dios te habla, que
tu alma escuche y aproveche Sus gracias.
¿Qué es la confianza?
Hay silencio en torno a todo. Pareciera ser que el tiempo
se ha detenido. El dolor vuelve al corazón, inquieto por las
preocupaciones, pero lo vemos como un visitante en nuestra
mente. Podemos contemplar cada idea que viene y la
retenemos para observar qué nos dice, por qué nos duele, qué
tememos, a qué nos resistimos.
El monje mira la hierba. Pasa un tiempo, que parece
interminable, y nos mira. Insistimos.
—Dígame, ¿qué es lo primero que sale de sus pensamientos?
—La confianza. Me pide que confíe, pero no es que no
tenga fe. Tengo. Si no, no estaría hablando con usted, ¿no le
parece? Tengo fe. Confío, claro, pero parece que Dios no me
escucha. O, al menos, que no responde como pido. Y pido lo
que sé que necesito. No más.
—¿Cuándo dije yo que se trataba de confianza?
—Bueno. No lo dijo así. Pero si me dice que todo se
solucionará y que… déjeme recordar… sí… que “ya veremos qué
haremos cuando reciba lo que pido”. ¿No es eso confiar?
Entonces, ¿qué es la confianza?
—La confianza… —mira al cielo y cierra los ojos.
Continúa sin aires de dar una lección, sino como un amigo—
La confianza es fe. Si ya la tiene, no debería preocuparse.
—Pero son cosas distintas, ¿no? Digo, parece que la
confianza es más que fe. Es algo más.
—Sí, por supuesto. Es fe. Es una fe inquebrantable, que nada la
puede hacer dudar. Es una fe ciega, tan segura de todo que da como
cierto lo que espera. Es una fe con tanto amor y certeza que lo obtiene
todo de Dios. Es, como dice el santo rey David en los Salmos, una
‘superesperanza’2
.
—Entonces no tengo remedio. Tengo, ya dije,
demasiadas dudas. No podría esperar que Dios me ayude.
—¿Por qué duda?
—Por muchas, ¡tantas cosas!
—¿Quiere contarme todo?
Y así, como un dique que se rompe y saltan con fuerza
las aguas contenidas, abres tu alma.
2
“In verba tua supersperavi”. Sal. CXVIII, 147.
La invitación de Dios
Al contar y recordar todo, salían lágrimas y suspiros. El
monje, serio y bondadoso, te ofrece un pañuelo. Tiene
bordadas pequeñas cruces. Con el alivio de quien saca el dolor
y lo comparte, le miras y esperas alguna palabra.
—¿Qué cree que le diría Dios en este momento?
—Que soy un alma desagradecida. Que no merezco
nada. Que por mi vida no puedo pedir nada. No soy lo que se
podría llamar una persona buena o santa.
—El Señor le diría exactamente lo que decía en Su paso por la
tierra: ¡Confianza! ¡Confianza! Es lo que premiaba al obrar Sus
milagros: que por la fe, por la confianza, les era concedido lo que
pedían o necesitaban. Cuando caminaba por las aguas y en la Santa
Cena pedía confianza. Esos labios adorables, tan tiernos y dulces,
pedían que confiaran. Eran como los rayos del sol, llevando luz a las
tinieblas y calor a las almas que temblaban en el frío del temor y
sufrimiento.
Son palabras hermosas, sin duda, pero que, por algún
movimiento en tu alma no logran calmarte.
Entiendes cada palabra. Las meditas, las repasas en tu
mente, las comprendes y sabes que es verdad. Pero dentro
tuyo se agitan aguas negras, profundas, y una tormenta
eléctrica de nervios que se retuercen. Sin embargo, algo de esa
luz llega a tu corazón y quieres más. ¡Incluso llegar a tener esa
confianza!
Nuestros temores
De la cesta que cargaban al comienzo, el monje toma un
par de copas de madera. Ves talladas escenas que parecen del
Evangelio o de la vida de los santos. Él sirve un poco de vino
que sabe a miel, pasas y frutas. Beben en silencio,
contemplando el paisaje tan calmo, tan brillante. Te gustaría
que un poco de todo eso entrase en tu corazón para calmarlo.
—Dígame, Padre: ¿todos los cristianos tienen esa fe de la
que me habla? ¿Soy yo quien está tan mal? Lo entendería…
—Pocos. Muy pocos tienen esa fe que deja fuera cualquier duda.
En estos tiempos de nerviosismo y ansiedad, diría que menos aún.
Pero nunca fueron muchos.
—¿Por qué?
—¿Me lo pregunta después de contarme todos sus problemas
para confiar?
Es verdad. ¡Son tantas cosas las que nos pueden hacer
dudar!
De la cesta parte un pan oscuro. Te ofrece la mitad.
—Tome usted. La miel es de la abadía y las almendras son de
nuestros huertos.
Es tan simple esa vida. Tan ordenada, calma y sencilla.
Pruebas y te gusta el sabor, su humedad, el dejo después de
cada bocado. Un águila vuela sobre el edificio y se posa en el
campanario de una capilla que puedes ver del otro lado del
riachuelo.
—¿Por qué me cuesta esperar que Dios me escuche?
—¿Por qué siente usted que no Le escucharía?
—Porque no soy precisamente una persona buena.
—¿Recuerda usted la pesca milagrosa?
—Algo. No mucho. No soy de leer mucho los
Evangelios.
—Bien, bien. Entiendo. Los apóstoles que pescaban eran
estupendos en su trabajo. Era su oficio y lo conocían bien. Trataron
una y otra vez de coger algo, pero las redes salían vacías. Un mal día,
sin duda. Cuando el Señor dio la orden de volver a echar las redes a
las aguas, a los que eran conocedores de la pesca, con sus buenos y
malos días, con la abundancia de peces o no, les pareció inútil. Pero
lo hicieron. Y las redes se llenaron de tanta pesca que comenzaron a
romperse. ¡Era un milagro! Un algo, digamos, ‘técnicamente’
imposible.
—Entiendo. Debo confiar en lo que Dios me pide.
—Sí, por supuesto. Siempre. Pero espere. No es ahí donde le
quiero llevar.
—¿Hay más?
—San Pedro, que había estado intentando pescar, que juzgaba
perdido el día porque conocía su trabajo, él, que era apasionado,
impetuoso, entendió que quien hablaba era Dios mismo. Y él, tan
pecador, tan miserable, era nada ante Él. Y cayó, lleno de temor, de
miedo ante lo sagrado. Con el rostro en la tierra, temblando, gritó:
“Señor, apártate de mí, que soy pecador”3
.
El monje te mira con bondad, Y continúa:
—Así son muchas almas. Tienen terror de Dios. Tiemblan al
pensar en Su Justicia y los pecados que han cometido. En lo
miserables que son para presentarse ante Dios, para pedirle algo
porque no sólo no lo merecen, sino que deberían esperar castigos,
reproches y condenas.
—Siento eso. O al menos al principio pensé que sería mi
problema.
—Eso es muy bueno. Hoy en día no es muy frecuente que las
personas sientan que son miserables frente a Dios. Todo lo contrario:
es como si le levantasen el puño, exigiendo o dándole órdenes. Es
bueno que se sienta así. Pero no debe quedarse en ese estado de
parálisis.
—¿Qué debo hacer?
3
“Exi a me, quia homo peccator sum, Domine”. Lc V, 8.
—Tener en cuenta todo lo malo y lo insuficiente es la ayuda que
necesita para saber cómo enderezar su vida y dar buenos frutos. Pero
recuerde que el Señor se acercó a San Pedro y le dijo, con tanto poder
y amor, con tanta ternura: “¡No temas!”. Y no le dejó así, con el rostro
en la tierra. Le hizo levantarse. Él vino por los pecadores, por los
necesitados de auxilio divino.
—No lo pensé así.
—Es más, debe comprender que Dios recela, se duele muchísimo
cuando tenemos miedo de Él, que es amor. El único miedo santo es el
de ofenderle. En una pareja que se ama no se tiene miedo a la otra
persona, o sería una monstruosidad y no habría amor. Lo que
debemos temer es ofenderla, herirla, hacerle daño… porque la
amamos con todo el corazón. Y así con todas las criaturas, por afecto
y porque son imagen de Dios. ¿Cómo no deberá ser lo mismo, pero en
grado sobrenatural con el mismo Dios?
—¡Hay tantas cosas que nadie sabe de mí, Padre! Si se
supieran yo moriría de vergüenza.
—Piense que Dios le conoce mejor que se conoce usted. Conoce
sus debilidades, las circunstancias en las que ocurrió cada momento
y acto, sus imperfecciones, sus virtudes, sus pecados y sus buenos
actos, las veces en que volvió a caer en alguna cosa. Y le ama. Él dio
la vida, Su vida, para que usted sea eternamente feliz. A más miseria,
más misericordia. A más pena, más ternura. Lo que un Padre espera
es que sus hijos e hijas regresen a Él, se iluminen transformándose en
mejores por Amor y perdonarles, ayudándoles en todo. No imagina
cuánta preocupación, con qué atención Él ve su vida y lamenta que
no le pidamos ayuda en todo y para todo. Que pidamos Su consejo,
Su gracia, que le ofrezcamos cada momento en unión con Él.
—Es demasiado para mí. Lo reconozco: no estoy a su
altura, Padre. Me faltarían años, tal vez una vida entera para
sentir y ver las cosas así.
—Ya comenzó a caminar. Tranquilícese y deje que Dios ordene
las cosas. Confíe.
¿Que nos falta?
No es un silencio incómodo. Es una especie de claridad
que se une desde dentro con lo demás. Meditas un poco en
todo. Entendemos, pero es verdad que nos falta esa fe.
—¿Por qué queda en silencio?
—Tal vez porque, ahora que lo pienso, no es que no tengo
fe. Quiero decir, creo en todo lo que me dice y más. De hecho,
creo que Dios es bueno y todopoderoso. Y todo lo demás.
Pero no es tanto eso. Más bien es que me falta algo para que
sea como usted me dice. Creer, ¿sabe?
—¿Puede ser que lo que le falta es la convicción de que Dios está
atento a sus pruebas y quiere socorrerle?
—Sí. Eso es.
—Dios le pide precisamente eso. Antes de concederle una gracia
tan grande como sacarle del dolor, el problema que tanto le angustia,
pide que usted no dude en nada. Que crea a ciegas que vendrá en su
auxilio. Mire, al padre del niño poseso le dice “si puedes creer, todo es
posible para el que cree”4
. Cuando llegamos a ese punto de fe, entonces
conocemos cuán grande es Su poder.
—No tengo esa fe.
—Entonces pida esa primera ayuda, que el Señor aumente su fe.
Así enseña el Señor al padre del hijo poseso que pida por su falta:
"Creo, Señor, ¡pero ayuda a mi incredulidad!"5
.
—¿Y si me falta esa fe? ¿Entonces no recibiré nada?
—Piense siempre en los sentimientos de Dios. Si a usted una
buena amistad, un pariente, alguien que aprecia, le dice que desconfía
de usted, ¿cómo se sentiría?
—Mal. Me ofenden.
4
“Si crederes potes, omnia possibilia sunt credenti”. Mc. IX, 23.
5
“Credo, Domine; adjuva incredulitatem meam”, Mc. IX, 23.
—¿Y si después le sonríen y le piden un gran favor?
—Entiendo el punto.
—Hay más. Si usted va a un banco y le niegan dinero porque
no tiene crédito, es decir, desconfían de que usted vaya a pagar lo que
pide…
—Suele pasar. Mucho. Aunque lleve papeles de todo en
orden.
—¿Y si ese banco viene luego a pedirle que haga publicidad para
ellos como un cliente feliz?
—Entendí el punto.
—La desconfianza hiere mucho a un Dios que es tan bueno con
nosotros. Él nos da, nos quiere dar incluso mucho más de lo que
pedimos. Pero desconfiamos. Es como cuando San Pedro, en medio
de la tormenta, del oleaje furioso, se lanzó a las aguas para ir con el
Señor. Y caminó sobre las aguas, era un milagro, un cariño especial
que le mostraba Jesús. Era un panorama terrible alrededor. Pero
caminaba sobre las aguas. Entonces, San Pedro, viendo que el mar
parecía querer devorarlo, dudó un segundo. Y se hundió. El Señor le
lanza un duro reproche: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”.
Ve usted que el milagro lo estaba viviendo, comprobando el apóstol.
Pero aún así, su corazón tuvo miedo. Eso nos pasa cuando dudamos
viendo que el dolor, que la prueba por la que pasamos amenaza con
destrozar nuestra vida.
—No siempre he sido así. He tenido, ahora que lo
recuerdo, muy buenos momentos con Dios. De intimidad
verdadera.
—Cuando las cosas van bien, aunque sea en la oración, estamos
en paz con Dios, nos sentimos seguros, abrigados por Su presencia.
Pero cuando bajamos la mirada, como San Pedro, y vemos el peligro
en el que nos encontramos, la inseguridad tremenda que nos angustia,
entonces dudamos y…
—¡Nos hundimos!
—Usted lo ha dicho. Todo se siente molesto, incómodo, pesado.
Cualquier cosa se hace insufrible porque nuestros pensamientos, el
corazón mismo, están en una tormenta que amenaza con tragarnos.
Nos desanimamos, perdemos la visión de Dios, caemos en la
desesperación. Y murmuramos contra Dios. De otro modo habríamos
caminado sobre las aguas, por sobre el peligro, y llegado hasta los
brazos de Dios, que nos esperaba para darnos más amor aún porque
creímos y confiamos en Él… ¡pese a todo!
—Suena tan bien…
—Debemos ser almas confiantes, así reparamos todas nuestras
faltas de fe. Al Señor le agradan muchísimo esas muestras heroicas de
amor. Pero para eso debemos cuidarnos de los dos demonios que
tratan de destrozarnos en esos momentos.
—¿Demonios?
—El de la desesperación y el de la angustia. Hay más, por
supuesto, el del nerviosismo, pero a ese le llamamos nosotros con
gusto, el del desánimo, el de la depresión, es decir hundirnos, y
muchos más.
—Algunas de esas cosas, Padre, son enfermedades.
—Sin duda. Pero vea usted el tema también desde mi punto de
vista. Sea más completo al ver el panorama. Cada una de esas
tentaciones, si no caemos, es un llamado a la desconfianza.
Los dos demonios
Las palabras dan vueltas en la cabeza. No se trata de fe,
pero hablar de demonios en situaciones perfectamente
naturales suena, por decir lo menos, algo extraño. O, al
menos, inusual en nuestro día a día.
—¿Le resulta extraño que hable así?
—Pues… la verdad es que sí.
—El demonio ronda en torno nuestro para perdernos. Desea que
perdamos el amor de Dios porque él vive odiando para siempre. Y
quiere que pasemos la eternidad en ese odio, que la Sangre Preciosa
de Nuestro Señor se pierda por culpa nuestra. El problema no es que
nos tiente, eso no es pecado, la cosa está en no aceptar lo que nos
sugiere. Si usted ve, por ejemplo, la oportunidad de robar algo, el
demonio le dará todas las razones posibles, muy lógicas, de cómo
podría hacerlo sin que le pillen, cómo usted podría gozar de eso.
Incluso le dará ideas de cosas buenas que podría hacer con lo robado.
Usted no dialogue con el demonio, no escuche razones, rechace y siga
en paz. El valor de eso es tan grande como no imagina y pone a Dios
tan contento que le dará gracias especiales por su fidelidad.
—Reconozco muchas veces en que me pasó algo así. Y a
veces hice mal, otras bien.
—Si el amor de su vida viniese y le dijera que le fue infiel, que le
gustó hacerlo y que si se le presenta otra ocasión lo hará con placer.
¿Cómo se sentiría? No me responda, que sabemos cómo pasarían
tantas cosas dentro suyo. Ahora, si al contrario, le dijese que pudo
haberlo hecho, pero que le quiere tanto que vino con usted y desea
estrecharle entre sus brazos, besarle y complacerlo con mil detalles y
atenciones porque le ama por sobre cualquier otra cosa. Así es nuestra
relación con Dios.
—¿Cómo son esos demonios de los que me habló?
—Inteligentes. Mucho. Los demonios son ángeles, pero caídos
por su maldad. Cualquier demonio posee una inteligencia superior a
los más inteligentes de los hombres de toda la historia. Imagine
cuánto puede hacer con nosotros. Y la gloria para usted al vencerlo.
—Me gusta la idea.
—Cuidado, que también puede tentarle a ser soberbio. Por
ejemplo, presentarse con la idea de “eres tan inteligente que me
superas, tan grande que me vences, etc. ¡Que pena que los demás no
lo vean así! ¡Que mal que Dios no reconozca tantos esfuerzos y
triunfos!” Usted caería en el pecado de Lucifer. Debemos ser siempre
humildes y hacer todo por amor de Dios.
—Es verdad.
—Hay algo muy importante que debe comprender antes de
hablar del tema. Es lo siguiente: el demonio no puede tocar su
voluntad, es decir, hacer que usted haga algo que no quiere. Siempre
actúa en su inteligencia. Es su naturaleza. Por lo tanto, él viene a su
pensamiento y sabe que gusta de sentirse inteligente, más que los
demás. Él sugerirá ideas e imágenes, pensamientos que serán muy
razonables. Si le dijese una tontería que usted puede notar, entonces
fracasaría. Los demonios le traerán recuerdos e ideas lógicas que
acompañan los pensamientos, que le hacen sentir cosas fuertes,
intensas, que si usted acepta se convertirán en actos. Por ejemplo, pasa
usted por una dificultad económica o de salud. Usted hace cuestión
de confiar en Dios para que le ayude a salir del problema. Se queda
tranquilo, reza, hace todo cuanto pueda hacer al respecto. Pero viene
el demonio y le recuerda el desastre que pasará si Dios no le ayuda,
tal vez la muerte o cosas graves y dolorosas. Le muestra que Dios no
le ha ayudado otras veces, que usted es miserable y que no tendría por
qué pasarle a usted ese milagro. Y mil otras ideas parecidas. Su
corazón se agita, se retuerce todo dentro suyo. Se desespera y llega a
volverse contra Dios por lo que está viviendo y Él no le escucha. El
demonio ha ganado la partida cuando parece que todo está perdido,
tal como él le dice, y usted le da la razón y hace algo malo por su
causa. Lo mismo pasa cuando alguien tiene un vicio muy fuerte y
pide ayuda, pero no puede salir de eso. Viene el demonio y le muestra
toda una vida de fracasos intentando superar el problema, un pasado
lleno de una fuerte necesidad de ese vicio, todas las oportunidades que
tiene para caer, que incluso no son culpa suya porque vive en un
medio en el que es muy fácil caer. Le da la razón en todo y usted cae
culpando a Dios de no ayudarle. Y así con lo que usted quiera poner
como ejemplo. Desconfía y le es infiel a Dios.
—¿Así son los que me decía?
—Estos demonios de los que le hablo son muy hábiles. Mencioné
dos porque son los más frecuentes en la tentación contra la confianza.
Mire, cuando Nuestro Señor habló a Santa Catalina de Siena, como
ella recoge en su libro ‘El Diálogo’, Jesús le dice que el último pecado
de los que enumera, el de la desesperación, es el más grave de todos
los pecados, porque las almas juzgan su miseria mayor que la
Misericordia de Dios. Por eso, agrega, la desesperación de Judas le
disgustó y fue más grave que la traición que había cometido.
—¿Tan grave es?
—Tanto que no se podría esperar perdón para quien no confía
en la Misericordia. Dios es Justicia, terrible, perfecta, pero es también
Misericordia. No puede haber misericordia si no hay justicia, porque
no habría algo que perdonar. Así como es Severo, es Clemente, así
como es Justo, es Bueno. Y nos perdona y quiere ayudar no por causa
de Su Justicia, porque no mereceríamos nada, sino por Su Amor, Su
Misericordia, que son infinitas.
—Me da temor sólo pensarlo. Me parece tan natural
desesperarse frente a cosas graves y dolorosas.
—No se desespere, que estaría dando lugar a algo malo. Dios
toma cuenta de todos sus actos y sabe en qué situación se encuentra
usted, con todas las circunstancias y consecuencias. Las conoce mejor
incluso que usted, porque conoce los pensamientos y decisiones que
toman todos los demás. Y cuida de usted, si le deja. Él no le pide que
no se inquiete, porque es natural. Él espera que, a pesar de todo, confíe
ciegamente en Su Amor. Que Su Providencia cuidará de usted
siempre, como Padre bueno y amoroso que es.
—Entonces, ¿cómo hacen esos demonios para hacer
tanto daño?
—Como le decía, con pensamientos, recuerdos, ideas, imágenes
en su mente, todo junto para que el alma caiga aplastada por el peso
de tanta cosa. Y así desespere. Es decir, que pierda toda esperanza o
al menos dude de que Dios vendrá en su ayuda. Ese es el demonio de
la desesperación, que además disfruta de verle a usted retorciéndose
de dolor.
—¿Y el otro?
—El de la angustia o del abatimiento, que andan en pareja,
vienen cuando usted ha alcanzado algo de fe más fuerte, es decir, cree
que Dios le ayudará, y se siente con el ánimo caído, desalentado
porque sufre sin respuestas de Dios. Entonces aparece en su cara la
tristeza, la amargura en su pecho, la inquietud en sus entrañas. Es
como desconfiar sin rebelarse. Ahí los demonios festejan que mire a
Dios con esa cara y que los demás se sientan mal por cómo se
encuentra, mientras arrastra a todos a su mundo de oscuridad.
—He sentido las dos cosas. Las tres, la verdad.
—Por eso le decía antes que es una acción en su inteligencia, que
luego se siente con mucha fuerza y después, si usted acepta, cae en el
mal. Queda el alma atrapada en eso y hasta el cuerpo sufre.
—¿Y eso son las enfermedades?
—No es tan simple, porque algunas vienen de problemas físicos
que le inclinan a ciertos estados de ánimo. Pero si usted deja que eso
que antes decíamos se quede en su espíritu, en sus pensamientos y
sentimientos, si usted mantiene actos seguidos de mal, se convierte en
un hábito, en un vicio que incluso gustamos de sufrir.
—¿Cómo es posible que alguien quiera vivir así de mal?
—No quiere el mal en sí mismo, al menos no conscientemente.
Pero piense, por ejemplo, en que en esta sociedad el nerviosismo es
bien visto. Es casi un símbolo de ser activo, e incluso de ser importante
en algunos círculos, porque tiene muchas preocupaciones. Hasta no
hace mucho, tener úlcera era signo de ser un ejecutivo de gran altura.
Creo que hoy se consumen muchísimos fármacos para enfermedades
nerviosas como ansiedad, insomnio, depresión y tantas cosas más. Le
diré algo que no sonará bien, pero le pido que me comprenda. Hay
personas que gustan de esa excitación, de sentir esos impulsos
eléctricos que, aunque dolorosos, le hacen sentirse vivas. Es como las
almas que sienten placer en sufrir y piden que les humillen y torturen.
Es lo contrario a las regiones de paz, luz, ternura y amor del Cielo. Si
usted dijese a cualquiera de esas personas que la virtud es mantenerse
calmo ante el dolor, dignos y serenos, amorosos con Dios que vendrá
a socorrernos no porque lo merezcamos sino porque Él nos ama
muchísimo y espera que nos entreguemos en sus brazos, en fin, que es
la calma y el amor donde debemos vivir cuando tenemos
preocupaciones y dolores, no lo entenderían. Viven en la tierra un
infierno doloroso, oscuro y sin salida.
El tiempo parece no pasar estando junto a los muros de
la abadía, sentados y conversando, con las caricias de un sol
amable y el aroma del jardín. Puedes sentir en las mejillas el
calor del día.
La confianza
Con esas palabras no sientes más paz, aunque sí muchas
cosas pasan por tu cabeza. Te preguntas algunas, otras las vas
comprendiendo.
—Padre, antes de seguir, ¿podría decirme qué es para
usted la confianza?
—La confianza. Veamos. Podría decirle lo que Santo Tomás de
Aquino nos dice. Lo digo porque nadie es mejor que él para definir
cosas muy altas. Sería una esperanza fortalecida por una sólida
convicción6
.Es decir, no es una simple esperanza, que a veces puede
dudar o vacilar. Es segura, sin titubeos, firme, decidida. Estamos por
dentro tan decididos, es tan íntima esa seguridad, tan inquebrantable,
que lo que esperamos lo damos por obtenido. Por esa seguridad no
sentimos temor o inquietud. Por eso es una esperanza muy sólida y
segura. Es fuerte porque el amor es más fuerte que todo lo demás. Es
una mirada a los ojos de Dios que le dice que le amamos y confiamos
en Él y que nos responde con ese Amor infinito que cuida de
nosotros... aunque en ese momento nada parezca darnos la razón. Por
eso es una prueba, dolorosa es verdad, pero ve cuánto le amamos y si
merecemos tanto amor y cuidado que nos quiere dar. Si nos
inquietamos o dudamos, no estamos perdiendo la esperanza, es
comprensible que sintamos eso, pero ya no es confianza. No es lo
mismo.
—Entonces no cualquiera puede confiar. Es muy difícil
confiar así como usted dice.
—Es verdad. Pero lo que cuesta vale más. A mayor precio, más
y mejor obtenemos. Por eso no es una simple virtud, sino que es una
6
“Est enim fiducia spes roborata ex aliqua firme opinione”. S. Th. IIa,
IIae. q. 129, art. 6, ad 3.
virtud heroica, porque nos obliga a dar más de todo lo que
naturalmente podríamos dar. Es extraordinaria, si lo piensa.
—Tanto que casi diría que no podría tenerla nunca. O no
ahora, con tantos problemas.
—Puede. Todos podemos. Pero lo que diferencia al héroe de los
demás es el grado con que se entrega. Una persona puede no mentir,
pero si por decir la verdad arriesga su vida, entonces su veracidad pasa
a ser heroica. Y así con todas las virtudes. Pasan de normales a
extraordinarias cuando demostramos que las amamos más que a
nosotros mismos, que a lo que nos sale naturalmente como a cualquier
otro.
—¿Y por qué Dios vendría a ayudarme justo a mí?
—Porque Dios es fiel a Sus promesas. Puede recordárselo si
quiere cuando vaya a rezar. Él prometió que si pedíamos,
recibiríamos, que si buscábamos, le encontraríamos, que si tocábamos
Sus puertas7
, Él las abriría y agrega que, si un padre al que el hijo
pide un pan no le da una piedra o si le pide un pez, no le da una
serpiente porque Dios que está en los cielos nos dará cosas buenas, así
que no podemos temer de Él; nos dice que si pedimos al Padre en Su
nombre, todo nos será concedido;8
que cuanto pidamos en oración, si
pedimos con fe, nos será concedido9
. Y así podría enumerarle muchas
promesas más. Dios es siempre fiel a Sus palabras. Tal vez no es el
momento mejor para respondernos, pero puede tener seguridad de que
Él siempre cumplirá.
7
"Petite et dabitur vobis quærite et invenietis pulsate et aperietur
vobis..Omnis enim qui petit accipit et qui quærit invenit et pulsanti
aperietur aut quis est ex vobis homo quem si petierit filius suus panem
numquid lapidem porriget ei aut si piscem petet numquid serpentem
porriget ei si ergo vos cum sitis mali nostis bona dare filiis vestris
quanto magis Pater vester qui in cælis est dabit bona petentibus se".
Mt. VII, 7-11
8
"Et quodcumque petieritis in nomine meo hoc faciam ut glorificetur
Pater in Filio". Jo. XIV, 13
9
“Et omnia quæcumque petieritis in oratione credentes accipietis".
Mat. XXI, 22
—Entonces, la fe y la confianza. Quiero decir, si estoy en
peligro, o con un gran problema, lo que debo hacer es rezar,
tener mucha fe en la ayuda de Dios y no dudar.
—Y en tanto pueda, hacer todo lo posible por sus propios medios.
San Ignacio de Loyola decía que actuemos como si todo dependiera
de nosotros, sabiendo que en realidad todo depende de Dios. Dios no
toma nuestro lugar, no nos suplanta, sino que actúa a través de
nosotros. O, como la expresión popular dice: “a Dios rogando y con
el mazo dando”. Por otra parte, piense en la fe y la confianza como
parientes. La confianza nace y crece de la fe. Si tiene una fe débil, la
confianza lo será, o no nacerá incluso. Si la fe es fuerte, la confianza
crece robusta y alcanza el Cielo. De hecho, como curiosidad, verá que
en las Sagradas Escrituras se usa la misma palabra para decir tanto
fe como confianza. Se dice “fides”, fe.
Esperar lo imposible
El monje nos mira. Su expresión es plácida, paterna.
Comprende lo que sentimos, nuestra angustia y el desaliento
que pasa por nosotros pensando en que nos falta tanto para
confiar como nos dice.
—Cuando usted está en un lugar seguro sabe que nada le puede
pasar. En un terremoto, por ejemplo, está muy bien que nada
derrumbe el lugar, por supuesto, pero lo superior sería que ni siquiera
sintiese el movimiento. Así es la confianza respecto a la fe. Nada
puede inquietarnos. Si todo está en contra y nos amenaza, miramos
como quien ve un oleaje furioso desde la seguridad de donde está. —
hace una pausa y mira hacia el bosque por encima— La
confianza tiene una lógica inversa, contraria a la nuestra. Quiero
decir que mientras más mal, más confianza. Mientras menos medios
tenemos para solucionar una cosa, más confiamos. Si nada pudiese
ayudarnos, entonces es el momento de confiar con más seguridad,
porque ya no podremos decir “fui yo”, ni “fue un amigo” ni nada
parecido. Diremos que fue Dios, fuera de toda duda o explicación,
quien vino en nuestro auxilio y que el mundo, las amistades o
contactos, la ciencia o cualquier medio en el que normalmente
esperamos una salida pudieron fallar, pero Dios fue fiel a Su palabra
y a Su Amor.
—La verdad es que yo, mientras peor se ponen las cosas,
bueno, al principio rezo, pero en un momento dejo de rezar
porque tengo que preocuparme en serio de todo.
—La mejor ocupación sería la oración confiada. Es lo más serio
y útil que puede hacer. No quiere decir, como le dije antes, que no
haga todo lo posible en sus manos. Pero cuando más necesitamos de
Dios, ¿le dejamos de hablar? No. No está bien. ¡Es cuando más
debemos orar! Debemos esperar de Dios lo imposible. Él se ocupa de
las cosas digamos extraordinarias porque es Su naturaleza. Las cosas
más comunes tienen remedios más normales y de esos nos ocupamos
nosotros, con Su auxilio, claro, pero está en nuestro hacer. Cuando
ya no podemos, ¿no es el momento de Dios?
—Sí, lo es. Entiendo. Pero, ¿por qué no me escucha
cuando pido?
—A veces dejamos de rezar porque en el fondo nos sentimos
ofendidos o desilusionados. Nos gustaría que siendo nosotros, Dios
escuche y obedezca, que corra para hacernos caso y actuar. Mas allá
de que cuando Él nos pide algo a través de sus criaturas o las
circunstancias no siempre corremos o no vamos de buena gana, es
muy orgulloso y soberbio ofenderse porque las cosas no son como
esperamos. Dios nos pide humildad, es decir, reconocernos indignos y
esperar que sea por Su amor que nos ayude, y nos pide constancia, es
decir, no decaer, mantenernos en esa esperanza firme, hasta
“vencerlo” por amor. Como un padre que a veces hace como que no
nos oye para que le pidamos con más ganas y valoremos más, así es
Dios que nos pide que insistamos y midamos lo que pedimos.
Debemos pedir mucho, no poco. Pero eso es otro asunto.
—Suena un poco desesperante esperar a que las cosas
lleguen a ponerse así.
—Cuando despertamos de un sueño nos sentimos aturdidos, a
veces asustados, otras un poco desilusionados con la realidad. Cuando
las pruebas de la vida nos muestran que todo en lo que podíamos
humanamente confiar era un sueño, una ilusión, duele mucho porque
sentimos la soledad, el abandono. Yo diría que, si lo miramos desde
el punto de vista de la virtud, del vuelo del águila, es el refinamiento
máximo de la confianza, confiar contra todo, a pesar de todo, por
encima de todo. Pero para llegar a ponernos incluso contentos con
esas pruebas tan terribles sin ayuda posible, hay que subir hasta el
Cielo y entender cómo Dios es piadoso y amante de nosotros, cómo
escoge el momento perfecto y de qué manera se preocupa de todos los
detalles, a diferencia nuestra que comprendemos poco y nos
informamos de forma insuficiente.
—¿Sentir alegría en esos momentos? ¿En serio lo dice?
—Dios no desconoce nuestra naturaleza. No le pide que cante,
dance o ría a carcajadas cuando sufre una prueba. Nos pide, sí, que
no maldigamos Su nombre, que no murmuremos contra Él. No una
alegría irradiante, que ya sería una virtud más que extraordinaria,
sino valor, una fe reanimada por actos de amor de Dios, de confianza
en Él. Yo le revelaré un secreto.
—¿Eh? ¿Secreto? ¡Dígame que secreto!
—Cuando usted quiera saber cuándo llegó el momento de Dios,
el Gran Momento, vea cuando le deja a usted sin ningún tipo de
apoyo. Ninguno. Nada que luego usted pueda decir que tiene esa
explicación sin Dios de por medio. Es el punto en que nuestra
inquietud y lo que vemos no puede ser más desesperante y, al mismo
tiempo, tenemos más esperanza que nunca, verdadera confianza,
porque ahora es el momento en el que Dios puede actuar con todo
despejado y hacer Sus grandes maravillas en nuestra vida que, puede
usted contar con eso, no se limitarán a lo que pidió sino a mucho más
y más profundo. Es el amor de un Padre que escucha a una de sus
criaturas y ve desde el Cielo en todo lo que se ha metido y le reordena
las cosas porque le ama muchísimo y le quiere feliz y que, al final de
su vida, venga con Él y se amen por siempre.
—No recuerdo a Jesús hablando y actuando como usted
dice, la verdad. Pero me gusta eso que comenta. Tiene
sentido.
—El Señor en todo Su tiempo en la tierra es una demostración
de Su bondad, ternura, compasión. No resiste a quienes se le acercan
pidiendo cualquier tipo de ayuda y Él les acoge con amor y les da lo
que piden con confianza.
Los bienes de la tierra
El sol brilla sobre las aguas del riachuelo. La brisa suave,
perfumada, refresca el ambiente y da un vigor desconocido al
corazón. Las penas siguen, las preocupaciones y necesidades
están ahí, reclamando salidas, soluciones. Pero algo en todo
eso nos regala una calma suave.
—Padre… perdone lo que voy a preguntar. Tal vez es una
impertinencia, pero necesito aclarar todo.
—Dígame, ¿qué le inquieta?
—No soy monje. Y si lo fuera, creo que igual lo
preguntaría.
—No todos están llamados a la misma forma de vida. Muchas
inquietudes son comunes. Cuénteme.
—Decía lo de ser monje porque comprendo que hay
cosas superiores, las espirituales, que son las más importantes.
Pero ¿y las terrenas? Esas que necesitamos para vivir día a día.
Incluso las de nuestro trabajo, estudio, de la familia. No sé.
Creo que me entiende. ¿Está mal pedir y confiar por esas
necesidades?
El religioso hace una pausa y la ternura de su mirada casi
nos hace salir lágrimas, como las de un niño cuando siente
cómo sus padres le aman.
—No somos ángeles. Ni usted ni yo. Somos criaturas de Dios
creadas con cuerpo y alma. Tenemos necesidades tanto para lo
material como para lo espiritual. Si no atendemos al cuerpo,
morimos. Si descuidamos el alma, también. Aquí y en la vida eterna.
Debemos pedir ayuda a Dios para las cosas materiales. No es malo:
es necesario. Son cosas que precisamos para vivir. No podemos
descuidar nuestra naturaleza material ni la espiritual.
—¿Pedir incluso riquezas?
—No se avergüence preguntando todo. Sí, puede pedirlas, como
salud vigorosa o lo que precise. Dios promete, como le dije, dar todo
lo que pidamos con confianza. No pone un límite en el pedir.
—¿Incluso yo? ¿Con todos mis pecados y la vida que he
llevado?
—Tampoco pone una condición para quien pide. Debe ser con
confianza.
—Sinceramente suena un poco… escandaloso. Por decir
lo menos.
—Le entiendo. Hay tantas malas ideas que se forman en los
siglos sobre Dios. Él es la Justicia, Santidad, pero también es Bondad,
la Misericordia, el Perdón. Y no se la niega a quien se la pida.
—Entonces primero me debo arrepentir.
—Si alguien le ofende o hace daño y le pide un favor y no
promete cambiar lo que hace, ¿usted cómo respondería?
—No sería tan bueno ni misericordioso. Sería muy
injusto que venga y pida así.
—Para Dios también. Por eso nos acercamos con el corazón
arrepentido y resuelto a enmendar nuestra vida en adelante. Por eso
las pruebas son toques de amor de Dios para hacernos corregir el
camino que llevábamos, aprender de nuestra maldad para convertir
lo malo que hizo en virtudes nuevas suyas que reparen todo el mal
hecho y consuelen al Sagrado Corazón por usted y por todos quienes
le ofenden.
—Hay algo que me da vueltas aún. Si puedo pedirle todo,
entonces puede ser cualquier cosa.
—Sí, por supuesto. Pero medite en lo que hemos dicho. Si Dios
es la Bondad, no le concederá algo malo. Si es Justo, no le dará algo
injusto. Dios siempre le concederá lo bueno. Y a veces pedimos cosas
buenas en sí mismas pero que no nos convienen o ayudan para
nuestro mayor bien. Puede ser que no lo conceda en ese momento y
luego sí. Si usted es presa de un vicio y pide ayuda para mantenerse
en él, Dios ciertamente no se lo concederá. No puede pedir la muerte
de alguien que odia o que se le haga daño. Podemos pedirlo todo en
tanto sea para nuestro mayor bien, de los demás y para mayor gloria
de Dios. Fuera de esas, digamos, condiciones tan naturales, puede
pedir con confianza y Él le dará todo lo mejor para usted. Es
todopoderoso, nada se lo impide más que Su Amor y Voluntad.
Los males ocultos
Es tan nuevo pensar así, tan distinto a cómo pensábamos
las cosas hasta ahora, que entre los diálogos se hace un
silencio. No es incómodo, sino más bien una sensación de dos
almas que se entienden y quieren mucho.
—¿Por eso Dios no responde mis oraciones?
—¿Porque pidió cosas malas?
—No. Eso es lógico. No lo había pensado, pero es
verdad. Me refiero a cosas buenas que quiero y no me
escucha.
—Dios siempre le escucha. Sus ojos vigilan con atención toda su
vida, sus momentos, sus necesidades, sus problemas, sus logros, sus
alegrías.
—¿Entonces?
—Existe un problema poco comentado. Son los males ocultos.
—¿Ocultos? ¿Demonios o algo así?
—Ocultos a nuestra vista. A veces son de nuestra propia vida, de
los demás, o del momento.
—¿Me lo explica, por favor?
—Por supuesto. Le pondré tres casos. Usted va a cobrar una
suma de dinero, por ejemplo. A un par de calles hay delincuentes que
le robarán todo. Ese día no le pagan, le dan otra fecha. Usted piensa
que con lo mucho que necesitaba ese dinero, el Cielo no escuchó sus
oraciones. Regresa a casa y le asaltan, roban poca cosa que llevaba
con usted. Da gracias a Dios porque no le robaron el dinero que
precisaba.
—Sería terrible.
—Así es. O usted ruega porque a cierta persona se le conceda
algo, bueno en sí mismo y hasta usted sabe que lo necesita mucho. Le
quiere y desea lo mejor para esa persona. Pero sus oraciones no son
respondidas. Usted no conoce todas las circunstancias de esa persona,
las interiores o de quienes le rodean o algo que le pueda pasar si se le
concede eso que usted pide. A veces vienen a pedir oraciones porque
una pareja de novios se comprometa en matrimonio. Y el enlace se
rompe. Tal vez no era la persona que Dios preparó para esas vidas y
habría resultado un infierno en la tierra. Cuando ve cómo cambian
las personas en el tiempo, lo comprenderá. Sus compañeros de
estudio, por ejemplo, años después pueden ir para bien o mal, y ser
irreconocibles si les compara de jóvenes.
—Eso es una gran verdad.
—Pues lo mismo ocurre en su propia vida. Tal vez usted no ha
comprendido lo mal que hace las cosas y ese auxilio que pide no sería
bueno para usted o para alguien más. Por eso es tan importante
examinar nuestra conciencia, así como usted se lava las manos, con
mucha frecuencia. O pide un camino determinado, pero no podía ver
que otro era mejor. De ahí que debemos pedir siempre el consejo de
Dios, que se haga Su Voluntad, que desea lo mejor y más feliz para
nosotros. Esos son los males ocultos. Si Dios nos respondiese como un
cajero automático, nos condenaría a cosas terribles. Debemos confiar
en que Él nos responderá siempre con lo mejor, en el momento óptimo,
aunque no podamos comprenderlo ahora mismo o nos parezca
injusto.
—¿Y una enfermedad? ¿No son crueles esos dolores?
—No conocemos toda la verdad ni la realidad o el futuro, que sí
los conoce Dios. Grandes cosas salen de grandes males, si le
permitimos a Dios actuar y hacemos Su Voluntad. A veces nos llama
la atención o nos pide confianza para que seamos lo que Él creó y
deseó para nosotros.
—¿Y la muerte?
—¿Sabemos si esa persona no se condenaría o haría grandes
males si hubiese seguido entre los vivos?
—Cuesta aceptar eso.
—No conocemos toda la realidad. Cuando se ha vivido mucho,
como yo, se comprenden muchas cosas sobre el destino de las personas.
Y siempre, se lo aseguro, el camino de Dios era el mejor.
La mirada de Dios
El temor es un compañero natural en la vida: somos
débiles, ignorantes y pensamos apresuradamente. Juzgamos
más rápido aún. Pero que sea natural no significa que el temor
sea necesario ni bueno. Es comprensible, nada más.
—Padre, una cosa, nada más.
—Lo que desee preguntar. Con gusto, si puedo, responderé.
—Bien, se trata de lo siguiente. Trataré de explicarme,
¿sí? Sé que Dios responde a las cosas buenas y nos provee de
lo necesario. Hasta ahí, todo va bien. Pero, si considero lo que
merezco por como he vivido o lo que pido porque lo
necesito… en el fondo lo que quiero… sí… bueno, Dios me
dará eso. No hay problema. El punto está en que yo…
—¿Teme que Dios le dé, digamos, “justo lo necesario”?
—Sí, también eso. Pero lo otro se lo comento después, si
aún tengo la duda.
—Como guste usted. Como no conocemos a Dios, digamos,
‘personalmente’, le entendemos por lo que vemos o comprendemos. Si
le digo que Dios proveerá todo lo que se necesite, ¿no cree que sería
blasfemar, ofenderle gravemente si pensamos que será mezquino en
proveer? Él, Creador del universo, de la multitud de constelaciones y
galaxias, de todo lo que vemos en el esplendor de la naturaleza, ¿le
arrojará a usted un poco de comida rancia, unas ropas viejas y un
hueco en la tierra para protegerse? No. Dios es un padre bueno,
tiernísimo, que nos ama. En todo actúa con una infinita generosidad,
de hecho, si usted ve la imaginación divina en todos los detalles de la
creación se sorprenderá tanto que no puede sino amarle.
—Pero pueden pasar cosas peores y no las detiene.
—Sin duda, sí, por supuesto. Pero también cosas mejores. En la
línea de las cosas que nos vienen sucediendo, lo esperable sería que
llegue a lo peor. Eso si Dios no interviene y estamos hablando siempre
de que usted está haciendo algo, confiando, rezando, cambiando,
actuando, pidiendo, para que eso no ocurra. Aun así, por peor que
continúen las cosas, usted debe confiar en que, si Dios lo permite, es
para su bien y que lo que vendría, a pesar de sus dolores y pérdidas de
por medio, será mejor de como habría sido incluso si hubiese tenido
auxilio humano. Ya conocerá usted cómo son las personas cuando
nos hacen favores y luego exigen pagos o la retribución de favores. No
digo que no hay que buscar todo lo que esté a mano, porque
pecaríamos de temeridad e irresponsabilidad. Sólo añado que, si
pasan cosas que temíamos y nos encomendamos con confianza en las
manos de Dios, si nos mantenemos a Su lado, veremos sus grandes
obras llegar a nuestra vida.
—¿Y la gente arruinada por cualquier motivo?
—Bueno. Hay dos principios en eso. El primero nos dice que
Dios no le puede haber creado “destinado” a la ruina. Puede usted
arruinarse por imprevisión, errores o necedad, y sería su culpa, o bien
por un imprevisto, una estafa, un infortunio cualquiera, que no son
culpa suya. Dios quiere que el hombre despliegue todo el potencial que
le dio, que desarrolle al máximo sus talentos. Le ayudará, por tanto,
según sus necesidades particulares, a lograrlo. De una ruina se puede
salir y si usted no tiene medio para lograrlo, es decir, está impedido,
entonces Dios hará algo extraordinario. A grandes males, grandes
remedios. A problemas naturales, auxilios naturales y se sirve de lo
que mejor convenga según el caso.
—El otro principio, ¿cuál es?
—Uno que irrita mucho a la gente moderna y es… —sonríe
con picardía— el principio de las desigualdades. Dios ama las
desigualdades al punto en que usted puede examinar todo el universo
y verá casi un infinito de diferencias entre las cosas. Cosas más
grandes y otras diminutas, algunas de estupenda calidad y otras
fragilísimas, y así, con lo que quiera. Tiene el águila y la codorniz, el
león y el ratón, una montaña y una piedrecita de río. Tiene una rosa
y una florecilla de campo. Tiene personas altas y bajas, gruesas y
delgadas, inteligentes y menos hábiles y por consecuencia algunas
más poderosas y otras menos, más ricas y más pobres en condiciones
parecidas, etc. El más pobre de un país riquísimo es más rico que el
más rico de un país pobre. Un genio en un lugar puede ser muy poco
aventajado si le cambia a un lugar donde se concentren las mejores
mentes del mundo. Y así, puede usted comprender lo que quiero decir,
que Dios le dará a cada quien lo que mejor le convenga según su
situación y necesidades muy particulares. A todos les sostendrá en Su
mano y les mostrará Su amor. Y si alguno decae o el otro se las
ingenia para mejorar, ¡bendito sea y Dios le ayudará o permitirá el
mal para que se levante otra vez!
—Pensé que lo ideal es ser pobre como ustedes, los
monjes.
—¿Quién le dijo eso? Ya le digo, cada alma o grupo de almas es
diferente y con necesidades y talentos distintos. No todos los religiosos
o religiosas están obligados a una pobreza que depende totalmente de
la Providencia. De hecho, la mayoría debemos trabajar o reunir el
dinero para sostenernos y administrar con sabiduría porque daremos
cuentas a Dios por eso. Y quienes no son religiosos, también. Todos
debemos ocuparnos por mantener y mejorar lo que tenemos o
recibimos. Con toda nuestra fuerza, nuestra fe y voluntad, poniendo
todo lo disponible de nuestra parte. Pero eso es una parte. La otra
viene de parte de Dios. No podemos, por ejemplo, decidir el clima.
Vienen lluvias, calores o pestes, nuestros cultivos sufren o se benefician
de eso. La regla espiritual más perfecta está en encontrar el equilibrio
entre extremos de mal. Podemos inquietarnos tanto por el mañana,
por las preocupaciones materiales o espirituales, que no tenemos otra
cosa en mente. Incluso cuando en la oración nos dirigimos a Dios,
sólo le hablamos de eso. O caemos en despreocuparnos de todo, y por
necedad, negligencia o pereza, nos desentendemos de los asuntos
terrenales, y no somos ángeles: tenemos el deber de ocuparnos del
cuerpo y del alma. Esos tientan a Dios porque pecan esperando que
Dios les ayude. Si puede hacer, haga. Si no, espere y haga lo que
pueda mientras llega. Pero siempre haga y espere de Dios con
confianza. No afligirse demasiado por el mañana ni desentenderse.
Mire que contar con que el futuro será tan terrible como nuestros
pensamientos es ofender gravísimamente la Bondad de Dios. Le
ofende hasta provocar su cólera como cuando los hebreos, que vieron
todo el poder y las atenciones que Dios tenía para con ellos en su
salida de la esclavitud de Egipto, dudaron de cómo les alimentaría y
cuidaría en el desierto. Dios hizo caer fuego sobre ellos. Siga la regla
del equilibrio virtuoso y siempre, siempre, confíe en que Dios también
es Amor, Misericordia y Bondad.
Después de la justicia
Cuando comenzamos a cambiar nuestra forma de
observar, pensar, juzgar, sentir o actuar, sentimos resistencias
por dentro y desde afuera. Es verdad que es más cómodo
seguir tal y como estaban las cosas si no causaban grandes
inconvenientes, aunque a largo plazo se terminase mal.
—Si a todos se les da algo distinto, porque necesitan cosas
diferentes, según entendí, entonces, ¿qué es necesario para
que Dios nos dé lo que nos corresponda, por así decir?
—¿Ha escuchado usted algo sobre la Providencia Divina?
—Poco. No mucho, la verdad. Entiendo que es lo que
Dios hace para que podamos vivir, por lo que comprendí.
—Sí, muy bien. Es algo más grande y maravilloso que eso, es
cómo Dios sostiene a toda la creación. Cuando Él nos dice que no nos
preocupemos, por ejemplo, de qué comeremos o vestiremos, porque las
aves del campo, las flores de los valles tienen comidas en abundancia
y vestidos que ni Salomón probó de tanta belleza, nos dice que no
debemos inquietarnos por las cosas temporales como esas, sino de lo
más alto, del reino de Dios. Ya le dije que eso no significa que uno
deba o pueda descuidar sus asuntos materiales, es necesario, prudente
y justo, pero siempre debe ser una ocupación es su propia medida. Lo
mismo lo espiritual, en su medida.
—Sí, eso lo entiendo.
—Aquí va un poco más que sólo entender. Es una
transformación total de nuestra vida, radical —es decir desde nuestra
raíz—. Se trata de comprender lo que podríamos decir que es un
“trato” con Dios. Lo dice con la belleza el Señor cuando nos reprende
por preguntarnos qué comeremos, beberemos o cómo nos vestiremos.
Nos dice: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se
os dará por añadidura10
”.
—Eso suena muy bien… para monjes. ¿Cómo la gente
como yo podría ponerse a buscar ese reino y la justicia, si
somos personas comunes, pecadores, con vidas normales, que
tenemos que estudiar, pagar cuentas, trabajar, atender a
nuestras familias?
—Pobres almas, que por ignorancia desconocen las verdades de
la fe. Cuando Cristo es acusado en Su pasión, nos declara que el Reino
de Dios está dentro de nosotros11
. El alma es el reino de Dios. Y la
justicia es la santidad. El justo, en las Sagradas Escrituras, es aquel
que cumple los mandamientos y honra el nombre de Dios. Es la
perfección cristiana.
—Y eso, ¿qué quiere decir?
—Creo que lo comprende, pero cuesta aceptarlo. Significa que
debe trabajar en su santificación, en la perfección de las virtudes. Y
va más allá de no pecar, que es lo mínimo, es decir, no enemistarse
con Dios, expulsarlo de Su reino, de su propia alma. Si usted es hijo
de Dios, tiene justicia en sus obras, en sus pensamientos, palabras y
obras, si su corazón anhela a Dios y espera reunirse con Él en el Cielo,
todo lo demás, todas sus necesidades de cuerpo y de alma, vendrán
por añadidura. Dios, que es un Padre amoroso, cuidará de usted y de
los suyos. Y conoce mejor que usted, más allá de lo que podemos
comprender, todas sus necesidades.
—Si fuese así, ni siquiera sería necesario rezar, ¿o me
equivoco?
—Debemos rezar porque como Padre le gusta conocer, ver en
nosotros ese deseo y complacerlo. Pero ¿cuántas veces no vemos que se
nos dan cosas que no esperábamos pero que necesitábamos? Al rezar
abrimos nuestro corazón, comprendemos la maldad de nuestras
10
"Quærite autem primum regnum et justitiam ejus et omnia hæc
adicientur vobis". Mat. VI, 6, 33.
11
"Neque dicent ecce hic aut ecce illic ecce enim regnum Dei intra vos
est". Luc. XVII, 22.
ofensas a Quien nos ama tanto, pedimos con humildad por nuestras
necesidades y las de nuestros prójimos y practicamos la fe, esperanza
y caridad, porque reafirmamos que creemos en que Dios es bueno,
esperamos que sea bueno con nosotros y le amamos por esa bondad.
—¿Eso es el Reino de Dios?
—Es colocarle en nuestro corazón como Rey, que gobierne y
mande en nuestros pensamientos, deseos y actos, amándole
constantemente, pensando en Su Amor, correspondiéndolo,
hablándole con perfecta sinceridad, reparando la ingratitud, frialdad
y maldad de tantas almas, consolándole. Esa caridad ardiente que
practicamos es la perfección de la vida espiritual, es decir, la justicia
que comentábamos. Y como obramos por amor, querremos que las
otras almas también le amen, sirvan y correspondan a Su amor, es el
apostolado, el reinado en la sociedad y su cultura embebida de amor
de Dios. Trabajamos, buscamos el reino de Dios y Él nos responde
proveyendo nuestras necesidades.
—Es, en cierto modo, un contrato. Pero ¿qué hago con
mis preocupaciones?
—Literalmente es eso. Usted le busca y sirve, Él le cuida como
Padre amoroso y todopoderoso. Usted piensa en Él, y Él piensa en
usted, como revela el Sagrado Corazón a Santa Catalina de Siena y
a Santa Margarita María de Alacoque. Y verá cómo Dios obra Sus
maravillas. Y para eso, como le hace reinar en su corazón, para que
la gracia opere en su vida, todo desorden y pecado, es decir, sus vicios
y malas inclinaciones, las situaciones que le llevan a pecar, deben
quedar fuera de su vida y de los que se ven afectados por su maldad.
—Entonces, debo servir a Dios y esperar esa ayuda.
—Y rezar, mucho. Debe pedir insistentemente esas gracias,
demostrar que las desea con todo el corazón, que las espera de Él y, en
ese proceso ver con honestidad si sus deseos son buenos para usted y
los demás y, si no, que Dios le conceda las mejores gracias posibles.
Pedir como en el padrenuestro, ahí usted ruega por su pan de cada
día. No más ni menos, no antes ni después. Es la oración perfecta.
Puede pedir riqueza, salud, lo que mejor estime conveniente y ponerse
en las manos de Dios, que verá lo mejor para usted que, con el amor
de hijos estamos junto a Él constantemente unidos por oración y
mostrándoles nuestro afecto. Y Él le concederá todo lo que sirva a su
santificación y la de los demás.
Cuando el espíritu sufre
Dentro de tu pecho sientes los rayos de luz. Acarician
zonas del alma que estaban en el frío y la oscuridad. Es un
brillo de esperanza que nace. Pero hay preocupaciones de otro
orden que se agolpan, bien deseando un alivio o bien
rebelándose a lo que se despeja poco a poco en el corazón.
—¿Me permite hacerle una pregunta?
—Sí, por supuesto.
—¿Por qué veo preocupación en sus ojos?
—La verdad, ¡me siento tan miserable ante ese Dios del
que me habla! Y más porque es bueno conmigo y no lo
merezco. Y porque espero cosas que, bueno, es dudoso que
las merezca.
—Él mereció para usted el Cielo, dio Su vida por usted. Cuando
le mira, Él ve Su Sangre preciosa vertida por usted y por su felicidad.
No se trata de méritos nuestros, que son pocos e insuficientes. Esa
distancia, ese abismo, Él lo llena, lo supera con Su Amor. No rema.
El Señor pasa los Evangelios repitiendo eso: que no tengamos temor.
—¿Aunque sea una vida entera en ese estado de pecado,
de errores?
—Con más motivos aún debemos esperar Su Misericordia. Él
espera que corramos a Sus pies, pidamos perdón, deseemos mejorar y
nos socorrerá con gracias abundantes para que alcancemos la
perfección.
—¿Y no se cansa de perdonar?
—Su paciencia es infinita y su hambre de amor es tal que hasta
el último suspiro de nuestra vida estará esperando por nosotros. Ni
los pecados más horribles, ni los del mismo Judas, dejan de ser
perdonados si perdimos ese perdón. Cuando vamos a Su encuentro,
Él corre hacia nosotros con el amor del padre del hijo pródigo, del
pastor que recupera a su oveja perdida. No podemos tener miedo de
acercarnos a Él: Su vida es un testimonio de lo contrario y es un
llamado constante de confiar en Su Amor. Por nuestras faltas
mantenemos la humildad. Siempre es tiempo para arrepentirnos y el
peor mal sería desesperarnos.
—Pero hay cosas que no podemos sacarnos de la cabeza.
—Al demonio le gusta atormentarle con esas cosas. Vivir
recordando cosas malas, culpándole como si Dios no perdonase. Si
caemos, debemos arrepentirnos profundamente porque ofendimos a
Dios y le hicimos sufrir por nosotros. Confesarnos lo antes posible,
siempre, pero lo primero es caer de rodillas, pedir perdón y auxilio de
la gracia para reformarnos. Desconfiar de nuestras fuerzas y confiar
en las que Dios nos presta, que siempre nos las dará, porque nuestra
salvación está de por medio. Caeremos otras veces, no lo podemos
negar, pero siempre con confianza levantémonos y sigamos al Señor.
—¿Y cómo recupero la confianza que me dice?
—Piense en el Señor crucificado. En cada dolor, llaga, en Su
Sangre, en todo lo que sufrió. Eso lo hizo por amor, por usted, por mí,
por todos los que se salvan. No pudo darnos más, no ahorró nada por
nuestra felicidad. ¿No podemos confiar en que nos ayudará con todos
los medios posibles para que cada sufrimiento sirva para nuestra
salvación?
¿Por qué debería confiar en Dios?
Todas estas palabras y sus consecuencias se asientan en
nosotros. Tal vez no como una revelación refulgente como un
relámpago que nos ciega y sobrecoge, pero al menos se
afirman por dentro. El aire se siente más transparente y puro,
la fuerza del día nos llena de un nuevo vigor.
—Entonces debo confiar porque Dios es bueno y porque
murió por nosotros. Y porque cambiaré de vida, por supuesto.
—Y porque Dios nos dio a Cristo. Nos lo dio para que muriese
por nosotros y nos diese la vida eterna, para que quienes crean en Él
y se conviertan sean eternamente felices. Pero lo central es que es
nuestro. Es un secreto que poco se comenta. Cristo nos pertenece y
podemos, con santa audacia, recordárselo a Dios y ofrecer los méritos
de Cristo por nuestras necesidades, primeramente, por el perdón de
nuestros pecados y por las necesidades de alma y de cuerpo que hemos
estado conversando. Es un negocio injusto, sí, pero grato a Dios: a
cambio de lo que precisamos le pagamos con algo infinitamente más
valioso.
—Y Dios, que es todopoderoso, lo concederá.
—Cristo es Señor y dueño de todo, para Él nada es imposible. Y
nos ama. Puede protegernos de cualquier peligro y socorrernos en
cualquier necesidad. Le obedece el universo entero, todas las fuerzas
naturales y sobrenaturales, todas sus criaturas están bajo Su poder,
incluso la muerte le obedece y retrocede cuando Él ordena la
resurrección. Como Padre, espera que como hijos corramos a Sus pies,
reposemos, como San Juan en la última cena, en Su corazón, en Su
pecho. Desea que tengamos confianza por amor a Él. Que le revelemos
nuestros pensamientos, temores, proyectos, sueños, que confesemos
nuestros pecados y pidamos gracia y perdón, que pidamos mucho, que
pidamos tanto por los demás que casi nos olvidemos de nosotros
mismos, que confiemos en que Él conoce todo y más allá de lo que
nosotros podemos comprender del alcance y gravedad de un problema
o los bienes de una buena acción. Debemos esperar y pedir sin cesar.
—¿Y si no me quiere dar lo que le pido?
—Puede retrasar la ayuda para que insistamos más o bien nos
quiere dar algo mejor. Sepa que muchas veces, por insistencia, como
en la parábola del Evangelio, Dios termina consintiendo en darnos
algo que en principio no quería, en consideración a nuestro amor e
insistencia. Y debe pensar en que Él es la Bondad misma. Toda su
vida fue un paso entre los hombres mostrando Su bondad. Todo el
tiempo, en mil detalles, desde el vino para los esposos a calmar a los
sufrientes, liberar a los posesos, alimentar a los hambrientos, iluminar
las mentes y corazones con Sus palabras, curar enfermos, etc. Y hasta
resucitar muertos sin que se lo pidiesen, sólo por compasión. Su
Corazón sagrado sufre en nosotros y con nosotros, no puede resistirse
al sufrimiento.
—Comprendo. Pero ¿cómo debería, entonces, ser mi
oración para que Dios la escuche?
—Conforme a sus necesidades, por supuesto, pero jamás
debemos olvidar que es Él quien nos llama a una gracia especial con
el sufrimiento que ha permitido. Es decir, Su Providencia ha
contemplado todo esto por lo que usted está pasando. Con mucha
facilidad, para un Dios Todopoderoso, habría impedido que tal y tal
punto de su historia no hubiese ocurrido. Impedírselo estaba en Sus
manos y usted, por otra parte, cooperó para que así ocurriese. Y si no,
si es inocente de todo, entonces con mayor razón aún debe esperar en
la Misericordia. Lo mismo si está impedido de poder obrar en algún
modo que lo solucione, es en la Misericordia que debe esperar.
—Sí, entiendo.
—Respecto a la oración, bien, debe entregarse al Amor de Dios,
dejarse guiar por lo que Él desee que ocurra. Siempre será lo mejor.
Ese futuro que tememos, del que ignoramos todo y aun cuando es
terrible, cruel y doloroso lo que vivimos y vemos que ocurrirá. Nos
abandonamos como niños en manos de su padre. Recurrimos a
Nuestra Señora, amorosísima Madre, para que nos cuide y sostenga.
Siempre por Ella, porque sin Ella ninguna gracia es concedida ni un
pedido es atendido, es intercesora nuestra y sin ese consuelo
podríamos desesperar porque por nuestra miseria jamás seríamos
atendidos. Ella, con su gracia, consigue suavizar el dolor y nos da
esperanzas para el alivio. De los Sagrados Corazones podemos y
debemos esperar todo alivio y que se nos preserve de caer en la
tentación por nuestras flaquezas. Podemos recostarnos, como dicen los
Salmos, y dormir sin turbación.
El misterio de la Gloria
La mirada que sentimos sobre nosotros nos llena de paz,
nos sentimos comprendidos en nuestro miedo, en el dolor y
la desesperación en la que caímos antes de llegar aquí. La
sonrisa es la de alguien que nos ama como padre, como
hermano afectuoso que nos entiende y le duele que suframos.
—Hay algo que quisiera agregar, si me lo permite.
—Por favor, puede usted decirme lo que desee.
—Si se aventura por el peregrinaje de la confianza, debo
advertirle que toma el camino del héroe. No es, como habrá
comprendido, una vía para cualquiera. De hecho, es la más rara de
las formas de heroísmo. No es para almas tímidas o temerosas,
sensibles o apocadas. Es un grito de guerra que le lanza de la tierra al
Cielo, sin descansos entremedio.
—No lo había visto así: me gusta.
—Y es mucho más que eso. Tal vez no haya otro modo más
elevado de dar gloria a Dios. Vuela con arrojo desde lo más bajo de la
tierra al Corazón Sagrado de Dios, que arde de amor esperando a Sus
hijos. Le honra porque no confía ya en nada más que en Su Bondad,
no en los auxilios de las criaturas y, por tanto, en el Poder de Dios
que es absoluto. Se humilla usted porque desprecia su propia
inteligencia y los mismos hechos, queriendo ver con los ojos de Dios el
problema y si no le comprende, cierra esos ojos y se deja llevar por Su
mano en la oscuridad. Así rinde usted una gran gloria a Dios. Es un
acto de fe en Sus promesas y su Revelación. Podría usted mirar cada
atributo de Dios, de Nuestra Señora, y comprender hasta qué punto
le agrada que confíe, cómo le honra en cada punto y hasta qué grado
se podría esperar la confianza que le damos. Es, sin duda, la vida del
Cielo, lo más elevado que se puede esperar en la vida espiritual. Son
las virtudes de la fe, esperanza y caridad reunidas en la más gloriosa
virtud posible.
—Entonces, desconfiar sería todo lo contrario. De la
virtud, digo.
—Sería lo contrario de glorificar a Dios. Es ofenderle e irritarle
gravemente. Es dudar de su Bondad, de que nos cuida y nos provee,
de que nos ama quien dio la vida por nosotros y pasó su vida en la
tierra haciendo el bien y en el Cielo no ha cambiado, porque es Dios
y es Amor infinito, es dudar de su Sabiduría. Es cambiarle por favores
de criaturas que son pecadoras y tienen intereses propios, que pueden
fallar o ser impotentes a la hora en que les necesitamos. Muchas veces
le cambiamos hasta por supersticiones o brujería. Es como cambiar
una columna de mármol, firmísima, por ruinas que cuando nos
apoyamos se derrumban junto a nuestras ilusiones y nos dejan
heridos y sin auxilio. Nos exponemos a Su cólera y justo castigo, pues
constantemente nos recuerda, si miramos la Creación y nuestras
propias vidas, hasta qué punto la Providencia cuida y protege a las
creaturas.
—Es decir, confiando no sólo le amamos y honramos,
creo entender, sino que, además, ¿podemos esperar más
cuidados que los que esperábamos?
—Así es. San Pablo nos lo dice con estas hermosas palabras:
“Por eso no pierdan ahora su confianza, que tendrá una gran
recompensa12
”. Y en los Salmos el Espíritu Santo elogia la confianza
con tanta belleza que sólo podemos sentir paz y consuelo. Nos dice:
“pues a mí se acogió, lo libraré, lo protegeré, pues mi Nombre conoció.
Si me invoca, yo le responderé, y en la angustia estaré junto a él, lo
salvaré, le rendiré honores13
”. Esto lo dice después de elevar la
confianza y sus promesas a un grado sobrenatural: “Pero tú dices:
"Mi amparo es el Señor", tú has hecho del Altísimo tu asilo. La
desgracia no te alcanzará ni la plaga se acercará a tu tienda: pues a
12
"Nolite itaque amittere confidentiam vestram quæ magnam habet
remunerationem", Heb. X, 35.
13
“Plantati in domo Domini in atriis Dei nostri florebunt. Adhuc
multiplicabuntur in senecta uberi et bene patientes erunt”, Sal. XC, 14-
15.
los ángeles les ha ordenado que te escolten en todos tus caminos. En
sus manos te habrán de sostener para que no tropiece tu pie en alguna
piedra; andarás sobre víboras y leones y pisarás cachorros y
dragones14
". Podemos y debemos tener seguridad en que la confianza
nos protege no sólo del pecado, porque nos hacemos humildes y
apartamos las maldiciones que atrae la soberbia, sino que podemos
descansar en los brazos del Señor, sabiendo que Él nos protegerá y que
todos los males que vemos en torno nuestro son permitidos y que Él
nos sostiene, defiende y auxilia. Son pruebas para demostrar nuestro
amor y merecer gracias extraordinarias.
—Si tuviese su cultura podría haberlo sabido. Al menos
no tendría tantas dudas.
—No se atormente usted. Cuando Dios le llama a través del
dolor, es para que vuelva su mirada hacia Él, que levante la vista de
la tierra, de las cosas que tenían su atención y la levante hacia el Cielo.
No es que las cosas humanas, como ya dijimos, sean malas. Usted
debe atender a todo eso y hasta pedir el auxilio del Cielo por cosas
buenas en ese orden. Lo mismo para las espirituales. Es que tal vez le
teníamos olvidado y llevábamos un camino que no terminaría en el
Cielo. Usted puede comenzar a estudiar mejor lo que Dios dice,
quiere, enseña, desea. Nunca es tarde ni temprano. Por otra parte, el
pensamiento central debe estar en Dios, en saber que siempre,
absolutamente siempre, quien reza con confianza es atendido. Y esa
confianza es la que lo obtiene todo de Dios. Y más de lo que pedimos,
porque como Padre que escucha a Sus hijos con tanto amor, les
llenará de obsequios. Como Sus hijos estamos pidiendo sin sombra de
dudas ni temores: lo esperamos todo de Él y eso le agrada
sobremanera. Pedir con vigor, con insistencia, con ardor… y si no
14
“Tu autem Altissimus in æternum Domine quoniam ecce inimici tui
Domine quoniam ecce inimici tui peribunt et dispergentur omnes qui
operantur iniquitatem et exaltabitur sicut unicornis cornu meum et
senectus mea in misericordia uberi et despexit oculus meus inimicis
meis et insurgentibus in me malignantibus audiet auris mea justus ut
palma florebit ut cedrus Libani multiplicabitur”, Sal XC, 9-14.
siente nada, entonces por el convencimiento que le dan todas las
razones de la confianza, pedir con insistencia y ofrecerle a Dios esas
dificultades que siente. Ni siquiera dude en si lo que pide es bueno.
Pida, pida, pida, que si no es lo mejor, Dios le dará lo mejor. Esa
certeza en ser escuchados es lo que Él nos pide. Si tenemos ese
convencimiento, puede creer que Dios ya está prometiendo concederlo.
Es pedir como los mendigos o los niños, que nos persiguen, insisten y
están tan seguros de que algo obtendrán que lo consiguen.
—¿Y qué me recomienda rezar para obtener lo que pido?
—Rece mucho, de corazón, con las oraciones que conozca o le
inspiren mayor devoción. Insista diciéndole a Dios cuánto espera de
Él y cómo está con el alma entregada a Su Providencia. El Señor
revela a las almas más entregadas a Él que la simple oración
“Sagrado Corazón de Jesús, ¡en vos confío!” le encantaba el Corazón,
que no podía negar nada, porque contiene la fe, la esperanza, la
caridad... y la humildad. Por Su amor infinito, por Su fidelidad a
todas Sus promesas, por Su Misericordia infinita, merece también
infinita confianza. Nunca es poca ni exagerada la confianza. Él
merece esa entrega total.
El corazón elevado
El sol comienza a dorar la cima de las cumbres y las copas
de los árboles muestran el esplendor del cielo. El agua, tan
refrescante a mediodía, ahora resuena con alegría. El monje
nos mira, sonríe y sentimos que es la hora de despedirnos.
Aunque le vemos tan serio y amable, nada se contradice
en él. Es un padre y un amigo, alguien cercano y, al mismo
tiempo, de una superioridad que nos despierta admiración.
Son tantas las cosas que se reúnen en nuestro pecho, que
hablan en los pensamientos. Los sentimientos presionan,
contradiciéndose, agolpándose, cediendo a una paz
desconocida.
—Es tan agradable permanecer aquí. Me gustaría vivir así
para siempre.
—Puede vivir así donde sea que vaya.
—Pero ¿cómo?
—Llevando en su pecho estas verdades, viviéndolas
intensamente en su vida, recordando que Dios está con usted, que todo
lo ve y que le ama.
—¿Podré regresar con usted?
—Dios le trajo a esta conversación. Fueron los ángeles quienes,
apiadados de su dolor, le dieron la inspiración y el encuentro con estos
pensamientos. Y cuando sienta dudas, lea lo que dejé para usted en el
paquetito que le di.
—Entonces lo recordaré siempre.
—Lleve la bendición de Dios con usted. Y Su paz sea en su alma
y con los suyos.
Las despedidas, cuando el afecto es mucho, son
dolorosas, pero llenas de consuelo por la esperanza en el
reencuentro aquí en la tierra o ya en el Cielo. Estos diálogos
permanecerán en nuestro corazón, en el fulgor de la mente,
en la guía de nuestros actos, de manera tal que reformen
nuestra vida y podamos consultarlos cada vez que nuestra fe
se vea tentada o que para auxiliar a los sufrientes precisemos
de sus palabras para irradiar la calma dulzura de la confianza.
Regresas por el camino que te trajo, meditando tantas
cosas como quedaron ahora en tu pecho. Al regresar a tus
asuntos, enfrentar los problemas, necesidades y dolores, la
confianza acude a ti como compañera inseparable de tus
oraciones y pensamientos. Desde ahora pedirás siempre el
reino de Dios y su santidad y podrás esperar, con seguridad,
la añadidura que precisas.
Que la luz interior, esa fuerza incontenible de la
confianza, brille en nuestras almas, nos fortalezca y hagamos
de las gracias y favores que Dios nos concede medios
estupendos para santificar nuestras vidas y salvar tantas almas
como podamos junto con el Sagrado Corazón, el Corazón
Inmaculado de Nuestra Señora, el paternal corazón de San
José, el auxilio de los santos ángeles y de nuestros santos
patronos.
APENDICE
Alma que prestas batalla por la confianza
Carta contenida en el sobre15
A ti, alma que te preparas para luchar en tu interior y
contra todo lo que se te opone para confiar, te escribo.
No esperes grandes consolaciones ni amenazas de
castigos, ni siquiera grandes elevaciones intelectuales o
belleza literaria. Te escribo, sí, desde el corazón iluminado
por la fe y la razón, para que cuando fallen tus fuerzas y todo
parezca oscuro o perdido, recobres el ánimo con lo que aquí
te expongo.
Razones para la confianza
Podrás, como es natural, sentir el aguijón de la
desconfianza, sea porque pasas por una tentación o bien
porque la mente exige más razones que lo que el mundo llama
“simple fe”. Es comprensible y si no te aferras a eso, podrás
superarlo todo.
La pregunta que tal vez te haces es “¿qué razones lógicas
tendríamos para confiar cuando desconfiamos?”
Pues bien. Si todo lo que conversamos y meditamos en
nuestro encuentro no hiciese efecto, siempre podemos —y
debemos— obligar a la inteligencia, voluntad y sensibilidad.
¿Por qué? Porque son verdades reveladas por Dios que no
15
Nota de los editores: El sobre entregado por el monje contenía unos
legajos, del que procede las líneas que siguen a continuación, un
paquete pequeño amarrado con cintas y un sobre menor con unas
medallas. Los pétalos, demasiado resecos, no se conservaron más que
en pequeños fragmentos oscurecidos.
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DIÁLOGOS SOBRE LA CONFIANZA. ¿Por qué es una virtud heroica y cómo alcanzarla?

  • 1.
  • 2. DIÁLOGOS SOBRE LA CONFIANZA ¿Por qué es una virtud heroica y cómo alcanzarla? Editorial Surgite! 2022
  • 3. Dedicatoria Al Sagrado Corazón, que nos ama con locura, a Nuestra Señora, confianza nuestra, al Gloriosísimo Patriarca San José, protector de la Santa Iglesia, a los santos ángeles, nuestro celestial auxilio. a las almas bienaventuradas, nuestras compañeras celestiales y grandes auxilios en nuestra vida sobre la tierra.
  • 4. Prólogo ¿Por qué tratar la virtud de la confianza en estos días? Los grandes problemas de los tiempos en que vivimos nos arrastran, en mayor o menor medida, a la desesperación, el desánimo o el abatimiento. Cuando los hechos suelen confirmar nuestros temores, podemos sentir que todo está perdido: es evidencia, no creencia. ¿Quién puede seguir creyendo que las cosas cambiarán si lo contrario es tan concreto? La confianza nos pide creer a pesar de los hechos. Es una fe tan inconmovible, tan santamente ciega, que espera lo imposible: lo improbable es superado por la certeza de que Dios nos dará su gracia, que el Cielo se moverá para obrar sus maravillas. Esa Misericordia que se espera es tan real y cumplida que el tiempo desaparece y tenemos la seguridad de que “ya es” aunque aún no ocurra. Los siglos que nos preceden fueron una revolución, como trazada por un péndulo, que va desde un racionalismo materialista absurdo hacia un romanticismo idealista insostenible. Nuestras almas quedaron tan afectadas que, o esperamos certezas matemáticas o creemos en finales de cuentos de hadas. Algunos llevan las dos ideas en su pecho y quedan aplastadas por el choque violento de conceptos. Por eso la confianza se nos presenta como una virtud más heroica que nunca. Nos sentimos solos en esta tarea y como que aplastados por esta dureza, como Cristo en el Huerto de los Olivos. La luz de las verdades que aquí se presentan, de la calidez de esta realidad y por muy difícil que sea su experiencia, hacen que el esfuerzo editorial que presentamos esté ampliamente recompensado si en los lectores nace la confianza con toda su fuerza, esplendor y frutos.
  • 5. Contenido Dedicatoria .........................................................................3 Prólogo ...............................................................................4 Contenido ...........................................................................5 Presentación........................................................................8 A ti, que buscas una respuesta al dolor ..............................17 ¿Por qué a mí?...................................................................19 ¿Qué es la confianza? ........................................................23 La invitación de Dios ........................................................25 Nuestros temores...............................................................26 ¿Que nos falta? ..................................................................29 Los dos demonios .............................................................32 La confianza .....................................................................37 Esperar lo imposible..........................................................40 Los bienes de la tierra........................................................43 Los males ocultos..............................................................46 La mirada de Dios.............................................................48 Después de la justicia ........................................................52 Cuando el espíritu sufre.....................................................56 ¿Por qué debería confiar en Dios?......................................58 El misterio de la Gloria .....................................................61 El corazón elevado............................................................65 APENDICE......................................................................67 Alma que prestas batalla por la confianza..........................67 Razones para la confianza .............................................67
  • 6. El primer orden .............................................................69 La perfección y el orden.................................................71 ¿Por qué cuesta tanto la confianza?................................74 ¿Estamos solos en las probaciones?................................76 Gracias que no veíamos.................................................77 Primera......................................................................77 Segunda .....................................................................77 Tercera.......................................................................78 Cuarta........................................................................78 Quinta .......................................................................78 Sexta..........................................................................78 Séptima......................................................................78 Octava .......................................................................79 Novena......................................................................79 Décima ......................................................................79 Decimoprimera..........................................................79 Decimosegunda .........................................................79 Decimotercera ...........................................................80 Objeciones a la confianza ..............................................80 “Si el desastre que sufrimos es consecuencia de vicios y pecados; no se puede esperar auxilio sin riesgo de tentar a la Providencia” .......................................................80 “La proporción del auxilio esperado es inaudita, excesiva, respecto a las posibilidades del pecador”.....82 “Dios quiere dilatar el tiempo de su respuesta para probar nuestra confianza y fortalecer nuestra fe. Pero podría ser demasiado tarde, vistas las consecuencias que
  • 7. se acumulan como desgracias ante la ‘impasibilidad divina’”......................................................................83 “Si Dios quiere que insistamos como la cananea hasta ‘arrancarle las gracias’ y nos da de buen grado, ¿no será querer lo que Él no quiere darnos? Si amamos con perfección, querremos siempre lo que Él quiere”........84 “Siento miedo ante los problemas. Dios no estará contento porque pequé contra la confianza” ..............85 “Tengo miedo porque parece que, mientras más confío en Dios, más problemas aparecen. Es como si los demonios escucharan y estropearan todo o como si cargasen con más pesos mi cruz” ...............................86 “Queremos confiar en Dios y nos entregamos de todo corazón, pero mientras más lo hacemos, peores reacciones vienen de las personas que tratamos”........87 “Dios no responde, por lo tanto, no tenemos fe”........88 Palabras que deben reposar............................................89 Una oración para la prueba ...........................................91 Deo gratias!.......................................................................94
  • 8. Presentación La idea de la confianza en Dios en nuestros días, cargados de problemas, preocupaciones y amenazas parece extraña cuando no imposible o ridícula. Sentimos que Él se ha retirado, que Nuestra Señora ya no atiende las súplicas, que los santos no interceden más por nosotros. Los ángeles están ausentes en cualquier análisis de la realidad. ¿Falta de fe? ¿Desilusión de los creyentes? ¿Temor de que por los pecados propios no seamos respondidos? ¿Conceptos absurdos en un mundo racional y científico? Tal vez un poco de todo. La literatura piadosa, propia de otros tiempos en los que la piedad era algo común, no responden a los lectores modernos sus dudas, angustias y temores. Por su parte, los escritos modernos no tratan la confianza. Y los protestantes la proponen con las deformaciones propias de sus errores. El presente trabajo no es una recopilación de frases motivacionales, de conceptos mucho mejor trabajados en otras obras o de lecturas críticas a todo lo anterior. Es un llamado de retorno a la confianza, al orden sobrenatural, a la entrega incondicional y desinteresada a la Providencia Divina. Es una clamorosa invitación a volver a las manos de la omnipotencia suplicante de Nuestra Señora, al convivio filial con lo celestial. Juntos repasaremos sus problemas, las dificultades que encontramos, los grados de confianza y el heroísmo de esta virtud, lo gratas que son para el Cielo las almas confiantes, las objeciones más comunes que surgirán en este Getsemaní, los auxilios divinos y su perfección en la vida cristiana.
  • 9. Cuando todo parezca perdido… Es curioso el ser humano. Usualmente no desarrolla ni se acerca a las maravillas de la confianza hasta que el dolor le quiebra los huesos. Entonces, con el rostro lleno de lágrimas, se acerca a Dios. O huye de Él entregándose a la desesperación, supersticiones o males mayores. Lo que debería nacer por el conocimiento de Dios, del trato materno de Nuestra Señora, de la cercanía de los ángeles y santos en su vida cotidiana, es decir, del día a día con la acción de la gracia, surge de lo extraordinario. La confianza es buscada cuando la Cruz aparece en nuestras vidas. ¡Y qué cruces! ¡Qué desesperos, angustias y dolores! ¡Qué problemas irresolubles y desesperados! No es por la mirada puesta en el Cielo que la buscamos, sino cuando el golpe nos dobla el cuello y nos humilla por la impotencia. No es por el Amor, sino por el dolor. Es como despertar de un sueño más o menos feliz en una pesadilla que no tiene salida. La inteligencia, mayor o menor según el caso, el sentido común, coinciden en el mismo juicio: todo está perdido. ¿Cómo podríamos, seres racionales, negar lo evidente? Los sentimientos, que tanto hacen en el ser humano moderno, nos aprietan el cuello, revientan el corazón y revuelven todo en una tormenta de confusión, desesperación y angustia. ¿Cómo negar lo comprensible de ese estado de desgracia? Y la voluntad, olvidada y reformulada por los autores de autoayuda, se siente impotente. No. No se trataba, entonces de “si lo quieres, lo puedes”, “si puedes soñarlo, puedes tenerlo” o “deséalo y el Universo conspirará a tu favor”. Es el estrellamiento contra el duro pavimento de la realidad. No somos omnipotentes. Ahí nos acordamos de Dios. A veces lo maldecimos por permitir que nos pasen cosas tan malas. Otras murmuramos,
  • 10. medio aceptando que es bueno, pero que con nosotros pareciera no tener el menor afecto. Le pedimos ayuda, pero tras intentar una y otra vez, desistimos porque pareciera estar sordo a nuestros ruegos y buenas intenciones. En ese panorama sombrío, pesadillesco, surge una luz en el horizonte. Podemos hacer nuestra la promesa de Nuestra Señora en Fátima: “Cuando todo parezca perdido… ¡por fin mi Inmaculado Corazón triunfará!” Calma en el desastre Cuando estamos preocupados, adoloridos, al rezar solemos distraernos con la vista interior puesta en los problemas. Nada más natural. Pero no es el momento de fijar la vista en el abismo sino en el Cielo. Queremos decir con esto que hay dos momentos de intimidad con Dios. Uno, en el que abrimos nuestro corazón exponiendo con sencillez y humildad nuestros dolores, pidiendo los remedios que se nos quieran dar. Hablamos con la mente y el corazón. Y otro en el que el alma rinde honor a Dios, a Nuestra Señora, a San José, los santos ángeles, los santos de nuestra mayor devoción, cuando usamos de las oraciones recomendadas por la Iglesia y nos servimos de pensamientos y jaculatorias apropiadas para mantenernos unidos al Cielo. Nos esforzamos por poner orden en la mente y el corazón, dominar los impulsos de la carne, ordenar la inteligencia, forzarnos a querer o abandonar determinados puntos. ¿Quiere decir que, a partir de decidir ser confiantes deja de importar todo lo demás, todo lo terreno, material y más humano? Nada de eso. Dios nos hizo de cuerpo y de alma y conoce que necesitamos de lo material para vivir tan bien como
  • 11. corresponda. Lo que sí quiere decir es que procuramos primero la gloria de Dios, servirlo, amarlo, buscar Su amor, y luego todo lo demás, según el orden que tiene en el mundo. Priorizamos las cosas como se disponen desde el Cielo hacia la tierra. La paz no es insensibilidad sino un llamado al orden. Vemos las olas que amenazan con hundirnos, las complicaciones financieras que significan la ruina, la desesperación nos hace temer lo peor, una enfermedad terrible, vemos todo el mal que se agita, como San Pedro vio las olas furiosas, pero continuamos avanzando con la mirada puesta en Dios, que nos dice que no temamos, que Él está con nosotros, y cooperamos con Él caminando. No nos quedamos quietos, sino que avanzamos por la confianza hacia Dios. Cuesta mucho, sin duda, alcanzar esa calma virtuosa que observa las situaciones y los peligros, de un lado, y el Poder y el Amor de Dios, del otro. Requiere de fuerzas enormes, una voluntad firme que apoye eso que comprende la inteligencia y moviliza nuestros sentimientos hacia la piedad y también la humildad que suplica y espera. Confianza, virtud heroica No es un salto mágico, instantáneo, pasar desde el estado asfixiante que describíamos hasta la confianza plena que mueve los Cielos. Es un buen contraste, pero no es fácil. Por el contrario, requiere de un grado de heroísmo colosal. Quien vive el momento de dolor desesperado siente que mover la roca de Sísifo o las columnas de Hércules es más probable o tolerable que confiar en algo que no alcanzamos a comprender. Y nos desespera. Queremos que sea ahora, que sea ya, que sea como pedimos y porque nos duele tanto. No es necesariamente falso
  • 12. alguno de esos puntos. Comentables, sin duda, pero cargados de razón. Somos quienes sufrimos y bajo el supuesto de que nuestro pedido no sea auxilio para un pecado o un disparate, muchas veces podemos tener razón. Por eso duele más: esperamos comprensión de Dios y no la tenemos. Sobre todo, cuando ofrecemos a cambio algo valioso y, como en un intercambio, no recibimos nada. Normalmente confundimos la virtud de la esperanza, virtud grandiosa —teologal junto con la fe y la caridad— con la confianza. La confianza es más que la simple esperanza. Todo cristiano posee el don de la fe. Lo que se nos pide es llevarla, impulsarla con todas las fibras de nuestra alma, al grado superior, es decir, a que sea una esperanza inquebrantable. Que nada, nadie, bajo ninguna forma, pueda hacerla tambalear. ¿Cómo no será heroica la confianza como virtud si nos lleva a reunir en favor de la fe todas nuestras fuerzas, pedir auxilios de nuevas fuerzas, para poner lo que naturalmente no nos sale de la mente y el corazón atormentados por el peligro? Es, por así decir, un acto sobrehumano. Del mundo podemos tomar cuenta de todos los desastres morales que produce la desesperación. Vemos, cada día, actos horribles más allá de las enfermedades psíquicas que sobrepasaron los límites de una persona cualquiera. Por la caída de Adán nuestra naturaleza está desordenada. La imaginación desarreglada desemboca en fantasías alocadas que nos llevan a tomar pésimas decisiones y a sufrir pesadillas dormidos y despiertos. La inteligencia corrompida hace cálculos absurdos que resultan en decisiones, cuando menos, desafortunadísimas. La sensibilidad, acostumbrada a gobernarnos en la cultura moderna, da alaridos, se retuerce, gime y desespera cuando no ve cumplidos sus deseos y necesidades.
  • 13. Los cuerpos, consentidos hasta lo absurdo, danzan ese aquelarre de todas las fuerzas anteriores en un festejo macabro, masoquista y autodestructivo. Dominar todo eso para ponerlo en orden, ¡qué proeza épica! Requiere de resoluciones enérgicas, de perseverancia inaudita. Y de actos de fe, de confianza, de fidelidad que saborean el umbral de la vida santa. Para el mundo moderno, tan alejado de Dios y los mandamientos, la idea de la confianza suena extraña. Los descreídos se burlarán, los creyentes tibios dudarán y los pecadores temerán no ser respondidos. Todos tienen razón y ninguno la tiene. En estas páginas responderemos esta paradoja y desarrollaremos, poco a poco, la confianza, sus características, requisitos, medios y resultados, objeciones y respuestas. Los tratadistas clásicos de esta virtud gozan de tal superioridad de estilo y elevación, piedad y mística, que no pretenderíamos imitarles. Ellos son fuentes grandiosas para los devotos. Resultan más que recomendables: son insustituibles. Nuestra intención, más humilde, tampoco es recopilar frases grandiosas ni recomendar devociones particulares. Si cooperamos, la gracia actúa y llevará a los lectores a los mejores auxilios que el alma necesita según su situación. Lo que nos mueve es presentar una respuesta a un problema actual que pone las condiciones del fiel en un estado muy diferente a los tiempos en que se escribieron esos trabajos tan elogiables. Cuando la fe es compartida, no es difícil encontrar modelos de inspiración, seguir almas superiores o encontrar apoyo espiritual entre nuestros semejantes. Pero si la fe se ha perdido, deformado o combatido, es muy ardua la vida espiritual.
  • 14. Son mayores los peligros y tentaciones, las resistencias del mundo, de nuestra carne corrompida y nuestro espíritu deformado, la inteligencia desequilibrada, las fantasías desbocadas. Y lo que antes hacía bien, hoy nos parece —en el mejor de los casos— un cuento de hadas. O algo para gurúes trascendidos tan lejanos de nosotros como las altas y exóticas puntas del Tíbet. Era necesario hablar con la franqueza de pecadores y creyentes a las almas modernas, con problemas nuevos y condiciones pésimas para el ejercicio de la virtud. El arte, la televisión, novelas, videojuegos, internet, el estado del clero, la pérdida de la inteligencia vivaz o de la voluntad efectiva, por no mencionar doctrinas perniciosas que explican al hombre su realidad, psicología y progreso, dañan mucho más que mil bombas atómicas sobre nuestras almas y obras. No es necesario haber recibido grandes gracias por la confianza para escribir sobre lo que más gloria da a Dios y a Nuestra Señora. Es, mas bien, por amor a las almas sufrientes que nos mueve llegar con palabras que, esperamos, lleven paz y luz, así como las bases y medios para una confianza capaz de mover montañas y unirnos con más amor y gratitud que nunca, con el auxilio de San José y de los santos ángeles, a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Quiera Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos, Refugio de los Pecadores, Consuelo de los Afligidos, Pronto Socorro de los sin esperanza y Madre de la Confianza, hacer de este esfuerzo un medio para Su Gloria y de Nuestro Señor Jesucristo, para mayor bien de la Santa Iglesia y perdón de nuestros pecados. Todo mérito sea para Su gloria y bien de los sufrientes.
  • 16. "Para mí es más cierto que existe la Divina Providencia, que el que exista la ciudad donde vivo" SAN BENITO COTTOLENGO — 1786-1842 Piccola Casa della Divina Provvidenza
  • 17. A ti, que buscas una respuesta al dolor Pobre alma que sufres tanto: no temas. Es la dulce voz de Cristo que te llama para despertar en ti una nueva vida. Tal vez antes de este golpe que te hunde del pesar dormías como los apóstoles en el Getsemaní. O caminabas con entusiasmo, pero habías errado el camino y todo terminaría mal. Son los planes de Dios que corrigen y auxilian para que regresemos a su Corazón amoroso a refugiarnos en Él y regalarnos todas Sus ternuras de Padre y Amigo. Si acaso el dolor renovó tu cercanía con Él, bendita sea esa herida. Si tu corazón se rebela, ciego e incrédulo hasta la indignación, tampoco temas: es para ti también ese reclamo. Si sientes la perplejidad que se une al aturdimiento, sin entender por qué ni para qué sirve lo que sufres, también es para ti el llamado. Es la poderosa Voz del Creador que te ve, te escucha, se interesa por ti tanto que se preocupa por tus cosas al punto de obrar giros que, de Su mano, terminarán mejor de lo que estaba todo antes de Su llamado. Ten confianza. Y si no puedes confiar, entonces este libro está especialmente hecho para ti. Y para todos. No será un camino fácil. Y como descubrirás más adelante, es lo mejor de esta vía. Pero no debes apresurarte en hacer juicios. ¡Hay tantas cosas que debemos comprender, hacer y esperar antes! El Dios de las grandes misericordias y de los grandes prodigios es el que hace maravillas cuando le dejamos. Vamos a recorrer con paciencia y humildad el misterio de la confianza. Descorreremos sus secretos, miraremos al Cielo buscando respuestas y las encontraremos como rayos de luz en medio de la oscuridad.
  • 18. Cuando terminemos reconocerás que la confianza es una virtud elevadísima, pero heroica, que cuesta como todo lo que tiene gran valor: es su precio la dificultad por sobre nuestras fuerzas. No te inquietes, no te aflijas y, sobre cualquier cosa, no te dejes llevar por la desesperación. Todo irá bien si seguimos la dulce Voz que nos ha llamado.
  • 19. ¿Por qué a mí? Esa es la primera pregunta que nos hacemos cuando el dolor entra a nuestra vida. De un golpe o con invitación, con violencia o por consecuencia, es el mismo rastro que nos deja: sufrimiento y no encontrar salidas. Se nos aprieta el pecho, cierra la garganta y saltan las lágrimas. Enmudecemos o lloramos. Apretados como estamos, vemos que la vida se oscurece y a nuestra vista el panorama se hace angosto: la angustia —que de ahí viene su origen, de ‘angosto’— se sienta a nuestro lado y se queda a vivir en nuestro pecho. Imagina1 , buena alma, que caminas sin rumbo, con ese gran dolor y tus preocupaciones más graves. ¡Tantos temas y ganas de hacer cosas han quedado como muertas, sin sentido! Entonces llegas, sin darte cuenta de cómo o por donde, a un camino en lo alto de una colina. La hierba es verde, los árboles altos y robustos, mazos de flores cuidadosamente cultivados prestan al lugar una belleza desconocida. Un riachuelo de aguas frescas y cristalinas puede ser cruzado por un puente centenario. Frente a ti una abadía: es de esas que verías en una historia fantástica. Soberbia y sencilla, solemne y que transmite una profunda paz. “¡Ah!” —te dices— “¡Si pudiese vivir en un lugar así! Sin preocupaciones, sin dolores, sin 1 Nota de los Editores: Para facilidad y provecho de los lectores se ha hecho uso de una pequeña ficción literaria para desplegar las dificultades y esplendores que el alma encuentra en la conquista de la confianza. A continuación, en el Apéndice, se resumen y refuerzan, en una clave más cercana a la espiritualidad de San Ignacio de Loyola y al modelo de pensamiento tomista, las razones y argumentos de esta virtud. Ese equilibrio necesario favorece el aspecto místico y espiritual tanto como el de nuestra naturaleza lógica y racional.
  • 20. lamentos. Ocupándome de nada más que de una vida simple con todo asegurado”. Y, antes de que vuelvas a pensar en tu sufrimiento, notas que las puertas están entreabiertas: un monje con aire de santidad, tal como puedas verlo en tu mente ahora, sale sin prisa hacia el bosque del otro lado de la colina. Te mira, inclina la cabeza saludándote, y sigue su camino. Sientes pena al verle cargar una cesta que supera las fuerzas de su edad. Sin pensarlo avanzas hasta él y sin palabras tomas la carga y le acompañas. Es tan natural todo que es como si contara contigo y tú con encontrarle. Giran hacia el bosque, pero a la vuelta de la abadía se sientan en un banco de piedra. Aspiras el aroma del musgo que sube por los costados. Desde allí sientes el sol y ves más allá de la colina. Huele a jardín vivo, a naturaleza intensa… y a paz. El anciano monje mira hacia donde tú estás mirando, mete una mano bajo el escapulario de su hábito, busca sin esfuerzo y toma un paquetito. Está envuelto en un viejo papel y atado con cuidado. No es grande. Es como si contuviese una carta o un documento. Con una letra anticuada y en tinta, ves en rojo los caracteres “IHS” y una cruz roja por encima. Abajo una frase en latín. Te lo pasa y agrega “Guárdelo. Es para usted”. Su mirada cristalina tiene una vida sorprendente, luminosa. Es todo tan natural que no te sorprende. Te sientes a gusto donde estás. Miran el panorama en silencio. Una bandada de pájaros cruza el aire y se pierde entre los árboles del bosque que nace a los pies de la colina. Casi no ves nubes en el cielo. —Entonces, ¿por qué a usted? La pregunta te saca del sueño. Sí, eso era lo que te preguntabas cuando paseabas antes del encuentro. Aquí, alma que bebes de este libro, comienzan los diálogos que nos llevarán por los misterios del dolor y la confianza.
  • 21. Quedaste en silencio. No sabes responder, pero ensayas alguna respuesta. —Sí, eso me preguntaba. ¿Por qué a mí? El monje te mira sin juzgarte. Si leyese tu mente te avergonzarías de las cosas que han pasado por tu cabeza en este tiempo de dolor. Algo tira dentro tuyo, luchando por sacar fuera todo eso. No temes abrirte ante él y confiesas tus dolores, angustias, sufrimientos, temores, rebeldías y dudas sobre la bondad de Dios. Y, tal vez, hasta de Su existencia. Él te escucha sin juzgarte. Sientes su afecto. No se escandaliza con nada de lo que cuentas. Hace preguntas. Escucha pacientemente. Quiere entender alguna cosa más y la respondes sin darle vueltas a cada asunto. Es como te sientes y lo que pasa dentro y fuera de ti. Ahora las miradas se unen. —No tema nada. Está aquí porque Dios le trajo y le ama. ¿Amor? ¿En serio me habla de amor cuando es tan cruel la situación? ¿Amor, cuando un Dios bueno no permitiría que las cosas pasen así? ¿Un Dios amoroso que aplasta mis buenos deseos de esta manera? ¿Un Dios al que no le importa que yo sea feliz y tenga las mejores intenciones? —Sí, es amor. Ahora no puede comprenderlo, pero es amor. Lee tus pensamientos, pero quiere que se lo digas con tus palabras. —Si es amor, ¿por qué me pasa todo esto, tan malo, tan grave, tan terrible que no puedo ni dormir ni estar en paz? —Si todo se solucionara, ¿qué haría? Mencionas todas las cosas buenas que se arreglarían. Y repites todas las promesas que le hiciste a Dios si te ayudaba. —Tenga cuidado al prometer. Dios toma muy en serio cada palabra. No prometa tanto. Déjese guiar por lo que Él quiere de usted. Ya veremos cómo corresponder a lo que reciba. ¿Cómo tenía tanta seguridad en que habría una respuesta? ¿Qué sabía él de nuestras promesas y cómo las
  • 22. cumplimos siempre? ¿Cómo sabía, incluso, si a veces tememos prometer porque preferimos hacer las cosas en lugar de “negociar con Dios”? —Padre, tengo dudas. —respondes con un suspiro— Demasiadas. Aquí, querida alma que pasas por el sufrimiento, déjate iluminar por los diálogos que siguen. No leas como quien lo hace con una novela, pasando sus ojos por las escenas. Aun cuando sepas que no queda tiempo para que el desastre arruine tu vida, harás más por tu problema meditando cada punto, poco a poco, tratando de hacer tuyas las preguntas y aprovechar las respuestas. Tal vez no sientas algunas inquietudes, pero conoces o conocerás a alguien a quien le torturen esas ideas y serás tú la Voz de Dios para esa criatura. Y lo que toque tu alma, porque te interpreta, medítalo con seriedad, ve cuanto puede hacer en ti esa luz, cómo puedes iluminar a otros y qué puedes hacer desde ese momento para hacer bien el camino que te toca recorrer. Dios te habla, que tu alma escuche y aproveche Sus gracias.
  • 23. ¿Qué es la confianza? Hay silencio en torno a todo. Pareciera ser que el tiempo se ha detenido. El dolor vuelve al corazón, inquieto por las preocupaciones, pero lo vemos como un visitante en nuestra mente. Podemos contemplar cada idea que viene y la retenemos para observar qué nos dice, por qué nos duele, qué tememos, a qué nos resistimos. El monje mira la hierba. Pasa un tiempo, que parece interminable, y nos mira. Insistimos. —Dígame, ¿qué es lo primero que sale de sus pensamientos? —La confianza. Me pide que confíe, pero no es que no tenga fe. Tengo. Si no, no estaría hablando con usted, ¿no le parece? Tengo fe. Confío, claro, pero parece que Dios no me escucha. O, al menos, que no responde como pido. Y pido lo que sé que necesito. No más. —¿Cuándo dije yo que se trataba de confianza? —Bueno. No lo dijo así. Pero si me dice que todo se solucionará y que… déjeme recordar… sí… que “ya veremos qué haremos cuando reciba lo que pido”. ¿No es eso confiar? Entonces, ¿qué es la confianza? —La confianza… —mira al cielo y cierra los ojos. Continúa sin aires de dar una lección, sino como un amigo— La confianza es fe. Si ya la tiene, no debería preocuparse. —Pero son cosas distintas, ¿no? Digo, parece que la confianza es más que fe. Es algo más. —Sí, por supuesto. Es fe. Es una fe inquebrantable, que nada la puede hacer dudar. Es una fe ciega, tan segura de todo que da como cierto lo que espera. Es una fe con tanto amor y certeza que lo obtiene
  • 24. todo de Dios. Es, como dice el santo rey David en los Salmos, una ‘superesperanza’2 . —Entonces no tengo remedio. Tengo, ya dije, demasiadas dudas. No podría esperar que Dios me ayude. —¿Por qué duda? —Por muchas, ¡tantas cosas! —¿Quiere contarme todo? Y así, como un dique que se rompe y saltan con fuerza las aguas contenidas, abres tu alma. 2 “In verba tua supersperavi”. Sal. CXVIII, 147.
  • 25. La invitación de Dios Al contar y recordar todo, salían lágrimas y suspiros. El monje, serio y bondadoso, te ofrece un pañuelo. Tiene bordadas pequeñas cruces. Con el alivio de quien saca el dolor y lo comparte, le miras y esperas alguna palabra. —¿Qué cree que le diría Dios en este momento? —Que soy un alma desagradecida. Que no merezco nada. Que por mi vida no puedo pedir nada. No soy lo que se podría llamar una persona buena o santa. —El Señor le diría exactamente lo que decía en Su paso por la tierra: ¡Confianza! ¡Confianza! Es lo que premiaba al obrar Sus milagros: que por la fe, por la confianza, les era concedido lo que pedían o necesitaban. Cuando caminaba por las aguas y en la Santa Cena pedía confianza. Esos labios adorables, tan tiernos y dulces, pedían que confiaran. Eran como los rayos del sol, llevando luz a las tinieblas y calor a las almas que temblaban en el frío del temor y sufrimiento. Son palabras hermosas, sin duda, pero que, por algún movimiento en tu alma no logran calmarte. Entiendes cada palabra. Las meditas, las repasas en tu mente, las comprendes y sabes que es verdad. Pero dentro tuyo se agitan aguas negras, profundas, y una tormenta eléctrica de nervios que se retuercen. Sin embargo, algo de esa luz llega a tu corazón y quieres más. ¡Incluso llegar a tener esa confianza!
  • 26. Nuestros temores De la cesta que cargaban al comienzo, el monje toma un par de copas de madera. Ves talladas escenas que parecen del Evangelio o de la vida de los santos. Él sirve un poco de vino que sabe a miel, pasas y frutas. Beben en silencio, contemplando el paisaje tan calmo, tan brillante. Te gustaría que un poco de todo eso entrase en tu corazón para calmarlo. —Dígame, Padre: ¿todos los cristianos tienen esa fe de la que me habla? ¿Soy yo quien está tan mal? Lo entendería… —Pocos. Muy pocos tienen esa fe que deja fuera cualquier duda. En estos tiempos de nerviosismo y ansiedad, diría que menos aún. Pero nunca fueron muchos. —¿Por qué? —¿Me lo pregunta después de contarme todos sus problemas para confiar? Es verdad. ¡Son tantas cosas las que nos pueden hacer dudar! De la cesta parte un pan oscuro. Te ofrece la mitad. —Tome usted. La miel es de la abadía y las almendras son de nuestros huertos. Es tan simple esa vida. Tan ordenada, calma y sencilla. Pruebas y te gusta el sabor, su humedad, el dejo después de cada bocado. Un águila vuela sobre el edificio y se posa en el campanario de una capilla que puedes ver del otro lado del riachuelo. —¿Por qué me cuesta esperar que Dios me escuche? —¿Por qué siente usted que no Le escucharía? —Porque no soy precisamente una persona buena. —¿Recuerda usted la pesca milagrosa? —Algo. No mucho. No soy de leer mucho los Evangelios.
  • 27. —Bien, bien. Entiendo. Los apóstoles que pescaban eran estupendos en su trabajo. Era su oficio y lo conocían bien. Trataron una y otra vez de coger algo, pero las redes salían vacías. Un mal día, sin duda. Cuando el Señor dio la orden de volver a echar las redes a las aguas, a los que eran conocedores de la pesca, con sus buenos y malos días, con la abundancia de peces o no, les pareció inútil. Pero lo hicieron. Y las redes se llenaron de tanta pesca que comenzaron a romperse. ¡Era un milagro! Un algo, digamos, ‘técnicamente’ imposible. —Entiendo. Debo confiar en lo que Dios me pide. —Sí, por supuesto. Siempre. Pero espere. No es ahí donde le quiero llevar. —¿Hay más? —San Pedro, que había estado intentando pescar, que juzgaba perdido el día porque conocía su trabajo, él, que era apasionado, impetuoso, entendió que quien hablaba era Dios mismo. Y él, tan pecador, tan miserable, era nada ante Él. Y cayó, lleno de temor, de miedo ante lo sagrado. Con el rostro en la tierra, temblando, gritó: “Señor, apártate de mí, que soy pecador”3 . El monje te mira con bondad, Y continúa: —Así son muchas almas. Tienen terror de Dios. Tiemblan al pensar en Su Justicia y los pecados que han cometido. En lo miserables que son para presentarse ante Dios, para pedirle algo porque no sólo no lo merecen, sino que deberían esperar castigos, reproches y condenas. —Siento eso. O al menos al principio pensé que sería mi problema. —Eso es muy bueno. Hoy en día no es muy frecuente que las personas sientan que son miserables frente a Dios. Todo lo contrario: es como si le levantasen el puño, exigiendo o dándole órdenes. Es bueno que se sienta así. Pero no debe quedarse en ese estado de parálisis. —¿Qué debo hacer? 3 “Exi a me, quia homo peccator sum, Domine”. Lc V, 8.
  • 28. —Tener en cuenta todo lo malo y lo insuficiente es la ayuda que necesita para saber cómo enderezar su vida y dar buenos frutos. Pero recuerde que el Señor se acercó a San Pedro y le dijo, con tanto poder y amor, con tanta ternura: “¡No temas!”. Y no le dejó así, con el rostro en la tierra. Le hizo levantarse. Él vino por los pecadores, por los necesitados de auxilio divino. —No lo pensé así. —Es más, debe comprender que Dios recela, se duele muchísimo cuando tenemos miedo de Él, que es amor. El único miedo santo es el de ofenderle. En una pareja que se ama no se tiene miedo a la otra persona, o sería una monstruosidad y no habría amor. Lo que debemos temer es ofenderla, herirla, hacerle daño… porque la amamos con todo el corazón. Y así con todas las criaturas, por afecto y porque son imagen de Dios. ¿Cómo no deberá ser lo mismo, pero en grado sobrenatural con el mismo Dios? —¡Hay tantas cosas que nadie sabe de mí, Padre! Si se supieran yo moriría de vergüenza. —Piense que Dios le conoce mejor que se conoce usted. Conoce sus debilidades, las circunstancias en las que ocurrió cada momento y acto, sus imperfecciones, sus virtudes, sus pecados y sus buenos actos, las veces en que volvió a caer en alguna cosa. Y le ama. Él dio la vida, Su vida, para que usted sea eternamente feliz. A más miseria, más misericordia. A más pena, más ternura. Lo que un Padre espera es que sus hijos e hijas regresen a Él, se iluminen transformándose en mejores por Amor y perdonarles, ayudándoles en todo. No imagina cuánta preocupación, con qué atención Él ve su vida y lamenta que no le pidamos ayuda en todo y para todo. Que pidamos Su consejo, Su gracia, que le ofrezcamos cada momento en unión con Él. —Es demasiado para mí. Lo reconozco: no estoy a su altura, Padre. Me faltarían años, tal vez una vida entera para sentir y ver las cosas así. —Ya comenzó a caminar. Tranquilícese y deje que Dios ordene las cosas. Confíe.
  • 29. ¿Que nos falta? No es un silencio incómodo. Es una especie de claridad que se une desde dentro con lo demás. Meditas un poco en todo. Entendemos, pero es verdad que nos falta esa fe. —¿Por qué queda en silencio? —Tal vez porque, ahora que lo pienso, no es que no tengo fe. Quiero decir, creo en todo lo que me dice y más. De hecho, creo que Dios es bueno y todopoderoso. Y todo lo demás. Pero no es tanto eso. Más bien es que me falta algo para que sea como usted me dice. Creer, ¿sabe? —¿Puede ser que lo que le falta es la convicción de que Dios está atento a sus pruebas y quiere socorrerle? —Sí. Eso es. —Dios le pide precisamente eso. Antes de concederle una gracia tan grande como sacarle del dolor, el problema que tanto le angustia, pide que usted no dude en nada. Que crea a ciegas que vendrá en su auxilio. Mire, al padre del niño poseso le dice “si puedes creer, todo es posible para el que cree”4 . Cuando llegamos a ese punto de fe, entonces conocemos cuán grande es Su poder. —No tengo esa fe. —Entonces pida esa primera ayuda, que el Señor aumente su fe. Así enseña el Señor al padre del hijo poseso que pida por su falta: "Creo, Señor, ¡pero ayuda a mi incredulidad!"5 . —¿Y si me falta esa fe? ¿Entonces no recibiré nada? —Piense siempre en los sentimientos de Dios. Si a usted una buena amistad, un pariente, alguien que aprecia, le dice que desconfía de usted, ¿cómo se sentiría? —Mal. Me ofenden. 4 “Si crederes potes, omnia possibilia sunt credenti”. Mc. IX, 23. 5 “Credo, Domine; adjuva incredulitatem meam”, Mc. IX, 23.
  • 30. —¿Y si después le sonríen y le piden un gran favor? —Entiendo el punto. —Hay más. Si usted va a un banco y le niegan dinero porque no tiene crédito, es decir, desconfían de que usted vaya a pagar lo que pide… —Suele pasar. Mucho. Aunque lleve papeles de todo en orden. —¿Y si ese banco viene luego a pedirle que haga publicidad para ellos como un cliente feliz? —Entendí el punto. —La desconfianza hiere mucho a un Dios que es tan bueno con nosotros. Él nos da, nos quiere dar incluso mucho más de lo que pedimos. Pero desconfiamos. Es como cuando San Pedro, en medio de la tormenta, del oleaje furioso, se lanzó a las aguas para ir con el Señor. Y caminó sobre las aguas, era un milagro, un cariño especial que le mostraba Jesús. Era un panorama terrible alrededor. Pero caminaba sobre las aguas. Entonces, San Pedro, viendo que el mar parecía querer devorarlo, dudó un segundo. Y se hundió. El Señor le lanza un duro reproche: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Ve usted que el milagro lo estaba viviendo, comprobando el apóstol. Pero aún así, su corazón tuvo miedo. Eso nos pasa cuando dudamos viendo que el dolor, que la prueba por la que pasamos amenaza con destrozar nuestra vida. —No siempre he sido así. He tenido, ahora que lo recuerdo, muy buenos momentos con Dios. De intimidad verdadera. —Cuando las cosas van bien, aunque sea en la oración, estamos en paz con Dios, nos sentimos seguros, abrigados por Su presencia. Pero cuando bajamos la mirada, como San Pedro, y vemos el peligro en el que nos encontramos, la inseguridad tremenda que nos angustia, entonces dudamos y… —¡Nos hundimos! —Usted lo ha dicho. Todo se siente molesto, incómodo, pesado. Cualquier cosa se hace insufrible porque nuestros pensamientos, el corazón mismo, están en una tormenta que amenaza con tragarnos.
  • 31. Nos desanimamos, perdemos la visión de Dios, caemos en la desesperación. Y murmuramos contra Dios. De otro modo habríamos caminado sobre las aguas, por sobre el peligro, y llegado hasta los brazos de Dios, que nos esperaba para darnos más amor aún porque creímos y confiamos en Él… ¡pese a todo! —Suena tan bien… —Debemos ser almas confiantes, así reparamos todas nuestras faltas de fe. Al Señor le agradan muchísimo esas muestras heroicas de amor. Pero para eso debemos cuidarnos de los dos demonios que tratan de destrozarnos en esos momentos. —¿Demonios? —El de la desesperación y el de la angustia. Hay más, por supuesto, el del nerviosismo, pero a ese le llamamos nosotros con gusto, el del desánimo, el de la depresión, es decir hundirnos, y muchos más. —Algunas de esas cosas, Padre, son enfermedades. —Sin duda. Pero vea usted el tema también desde mi punto de vista. Sea más completo al ver el panorama. Cada una de esas tentaciones, si no caemos, es un llamado a la desconfianza.
  • 32. Los dos demonios Las palabras dan vueltas en la cabeza. No se trata de fe, pero hablar de demonios en situaciones perfectamente naturales suena, por decir lo menos, algo extraño. O, al menos, inusual en nuestro día a día. —¿Le resulta extraño que hable así? —Pues… la verdad es que sí. —El demonio ronda en torno nuestro para perdernos. Desea que perdamos el amor de Dios porque él vive odiando para siempre. Y quiere que pasemos la eternidad en ese odio, que la Sangre Preciosa de Nuestro Señor se pierda por culpa nuestra. El problema no es que nos tiente, eso no es pecado, la cosa está en no aceptar lo que nos sugiere. Si usted ve, por ejemplo, la oportunidad de robar algo, el demonio le dará todas las razones posibles, muy lógicas, de cómo podría hacerlo sin que le pillen, cómo usted podría gozar de eso. Incluso le dará ideas de cosas buenas que podría hacer con lo robado. Usted no dialogue con el demonio, no escuche razones, rechace y siga en paz. El valor de eso es tan grande como no imagina y pone a Dios tan contento que le dará gracias especiales por su fidelidad. —Reconozco muchas veces en que me pasó algo así. Y a veces hice mal, otras bien. —Si el amor de su vida viniese y le dijera que le fue infiel, que le gustó hacerlo y que si se le presenta otra ocasión lo hará con placer. ¿Cómo se sentiría? No me responda, que sabemos cómo pasarían tantas cosas dentro suyo. Ahora, si al contrario, le dijese que pudo haberlo hecho, pero que le quiere tanto que vino con usted y desea estrecharle entre sus brazos, besarle y complacerlo con mil detalles y atenciones porque le ama por sobre cualquier otra cosa. Así es nuestra relación con Dios. —¿Cómo son esos demonios de los que me habló?
  • 33. —Inteligentes. Mucho. Los demonios son ángeles, pero caídos por su maldad. Cualquier demonio posee una inteligencia superior a los más inteligentes de los hombres de toda la historia. Imagine cuánto puede hacer con nosotros. Y la gloria para usted al vencerlo. —Me gusta la idea. —Cuidado, que también puede tentarle a ser soberbio. Por ejemplo, presentarse con la idea de “eres tan inteligente que me superas, tan grande que me vences, etc. ¡Que pena que los demás no lo vean así! ¡Que mal que Dios no reconozca tantos esfuerzos y triunfos!” Usted caería en el pecado de Lucifer. Debemos ser siempre humildes y hacer todo por amor de Dios. —Es verdad. —Hay algo muy importante que debe comprender antes de hablar del tema. Es lo siguiente: el demonio no puede tocar su voluntad, es decir, hacer que usted haga algo que no quiere. Siempre actúa en su inteligencia. Es su naturaleza. Por lo tanto, él viene a su pensamiento y sabe que gusta de sentirse inteligente, más que los demás. Él sugerirá ideas e imágenes, pensamientos que serán muy razonables. Si le dijese una tontería que usted puede notar, entonces fracasaría. Los demonios le traerán recuerdos e ideas lógicas que acompañan los pensamientos, que le hacen sentir cosas fuertes, intensas, que si usted acepta se convertirán en actos. Por ejemplo, pasa usted por una dificultad económica o de salud. Usted hace cuestión de confiar en Dios para que le ayude a salir del problema. Se queda tranquilo, reza, hace todo cuanto pueda hacer al respecto. Pero viene el demonio y le recuerda el desastre que pasará si Dios no le ayuda, tal vez la muerte o cosas graves y dolorosas. Le muestra que Dios no le ha ayudado otras veces, que usted es miserable y que no tendría por qué pasarle a usted ese milagro. Y mil otras ideas parecidas. Su corazón se agita, se retuerce todo dentro suyo. Se desespera y llega a volverse contra Dios por lo que está viviendo y Él no le escucha. El demonio ha ganado la partida cuando parece que todo está perdido, tal como él le dice, y usted le da la razón y hace algo malo por su causa. Lo mismo pasa cuando alguien tiene un vicio muy fuerte y pide ayuda, pero no puede salir de eso. Viene el demonio y le muestra
  • 34. toda una vida de fracasos intentando superar el problema, un pasado lleno de una fuerte necesidad de ese vicio, todas las oportunidades que tiene para caer, que incluso no son culpa suya porque vive en un medio en el que es muy fácil caer. Le da la razón en todo y usted cae culpando a Dios de no ayudarle. Y así con lo que usted quiera poner como ejemplo. Desconfía y le es infiel a Dios. —¿Así son los que me decía? —Estos demonios de los que le hablo son muy hábiles. Mencioné dos porque son los más frecuentes en la tentación contra la confianza. Mire, cuando Nuestro Señor habló a Santa Catalina de Siena, como ella recoge en su libro ‘El Diálogo’, Jesús le dice que el último pecado de los que enumera, el de la desesperación, es el más grave de todos los pecados, porque las almas juzgan su miseria mayor que la Misericordia de Dios. Por eso, agrega, la desesperación de Judas le disgustó y fue más grave que la traición que había cometido. —¿Tan grave es? —Tanto que no se podría esperar perdón para quien no confía en la Misericordia. Dios es Justicia, terrible, perfecta, pero es también Misericordia. No puede haber misericordia si no hay justicia, porque no habría algo que perdonar. Así como es Severo, es Clemente, así como es Justo, es Bueno. Y nos perdona y quiere ayudar no por causa de Su Justicia, porque no mereceríamos nada, sino por Su Amor, Su Misericordia, que son infinitas. —Me da temor sólo pensarlo. Me parece tan natural desesperarse frente a cosas graves y dolorosas. —No se desespere, que estaría dando lugar a algo malo. Dios toma cuenta de todos sus actos y sabe en qué situación se encuentra usted, con todas las circunstancias y consecuencias. Las conoce mejor incluso que usted, porque conoce los pensamientos y decisiones que toman todos los demás. Y cuida de usted, si le deja. Él no le pide que no se inquiete, porque es natural. Él espera que, a pesar de todo, confíe ciegamente en Su Amor. Que Su Providencia cuidará de usted siempre, como Padre bueno y amoroso que es. —Entonces, ¿cómo hacen esos demonios para hacer tanto daño?
  • 35. —Como le decía, con pensamientos, recuerdos, ideas, imágenes en su mente, todo junto para que el alma caiga aplastada por el peso de tanta cosa. Y así desespere. Es decir, que pierda toda esperanza o al menos dude de que Dios vendrá en su ayuda. Ese es el demonio de la desesperación, que además disfruta de verle a usted retorciéndose de dolor. —¿Y el otro? —El de la angustia o del abatimiento, que andan en pareja, vienen cuando usted ha alcanzado algo de fe más fuerte, es decir, cree que Dios le ayudará, y se siente con el ánimo caído, desalentado porque sufre sin respuestas de Dios. Entonces aparece en su cara la tristeza, la amargura en su pecho, la inquietud en sus entrañas. Es como desconfiar sin rebelarse. Ahí los demonios festejan que mire a Dios con esa cara y que los demás se sientan mal por cómo se encuentra, mientras arrastra a todos a su mundo de oscuridad. —He sentido las dos cosas. Las tres, la verdad. —Por eso le decía antes que es una acción en su inteligencia, que luego se siente con mucha fuerza y después, si usted acepta, cae en el mal. Queda el alma atrapada en eso y hasta el cuerpo sufre. —¿Y eso son las enfermedades? —No es tan simple, porque algunas vienen de problemas físicos que le inclinan a ciertos estados de ánimo. Pero si usted deja que eso que antes decíamos se quede en su espíritu, en sus pensamientos y sentimientos, si usted mantiene actos seguidos de mal, se convierte en un hábito, en un vicio que incluso gustamos de sufrir. —¿Cómo es posible que alguien quiera vivir así de mal? —No quiere el mal en sí mismo, al menos no conscientemente. Pero piense, por ejemplo, en que en esta sociedad el nerviosismo es bien visto. Es casi un símbolo de ser activo, e incluso de ser importante en algunos círculos, porque tiene muchas preocupaciones. Hasta no hace mucho, tener úlcera era signo de ser un ejecutivo de gran altura. Creo que hoy se consumen muchísimos fármacos para enfermedades nerviosas como ansiedad, insomnio, depresión y tantas cosas más. Le diré algo que no sonará bien, pero le pido que me comprenda. Hay personas que gustan de esa excitación, de sentir esos impulsos
  • 36. eléctricos que, aunque dolorosos, le hacen sentirse vivas. Es como las almas que sienten placer en sufrir y piden que les humillen y torturen. Es lo contrario a las regiones de paz, luz, ternura y amor del Cielo. Si usted dijese a cualquiera de esas personas que la virtud es mantenerse calmo ante el dolor, dignos y serenos, amorosos con Dios que vendrá a socorrernos no porque lo merezcamos sino porque Él nos ama muchísimo y espera que nos entreguemos en sus brazos, en fin, que es la calma y el amor donde debemos vivir cuando tenemos preocupaciones y dolores, no lo entenderían. Viven en la tierra un infierno doloroso, oscuro y sin salida. El tiempo parece no pasar estando junto a los muros de la abadía, sentados y conversando, con las caricias de un sol amable y el aroma del jardín. Puedes sentir en las mejillas el calor del día.
  • 37. La confianza Con esas palabras no sientes más paz, aunque sí muchas cosas pasan por tu cabeza. Te preguntas algunas, otras las vas comprendiendo. —Padre, antes de seguir, ¿podría decirme qué es para usted la confianza? —La confianza. Veamos. Podría decirle lo que Santo Tomás de Aquino nos dice. Lo digo porque nadie es mejor que él para definir cosas muy altas. Sería una esperanza fortalecida por una sólida convicción6 .Es decir, no es una simple esperanza, que a veces puede dudar o vacilar. Es segura, sin titubeos, firme, decidida. Estamos por dentro tan decididos, es tan íntima esa seguridad, tan inquebrantable, que lo que esperamos lo damos por obtenido. Por esa seguridad no sentimos temor o inquietud. Por eso es una esperanza muy sólida y segura. Es fuerte porque el amor es más fuerte que todo lo demás. Es una mirada a los ojos de Dios que le dice que le amamos y confiamos en Él y que nos responde con ese Amor infinito que cuida de nosotros... aunque en ese momento nada parezca darnos la razón. Por eso es una prueba, dolorosa es verdad, pero ve cuánto le amamos y si merecemos tanto amor y cuidado que nos quiere dar. Si nos inquietamos o dudamos, no estamos perdiendo la esperanza, es comprensible que sintamos eso, pero ya no es confianza. No es lo mismo. —Entonces no cualquiera puede confiar. Es muy difícil confiar así como usted dice. —Es verdad. Pero lo que cuesta vale más. A mayor precio, más y mejor obtenemos. Por eso no es una simple virtud, sino que es una 6 “Est enim fiducia spes roborata ex aliqua firme opinione”. S. Th. IIa, IIae. q. 129, art. 6, ad 3.
  • 38. virtud heroica, porque nos obliga a dar más de todo lo que naturalmente podríamos dar. Es extraordinaria, si lo piensa. —Tanto que casi diría que no podría tenerla nunca. O no ahora, con tantos problemas. —Puede. Todos podemos. Pero lo que diferencia al héroe de los demás es el grado con que se entrega. Una persona puede no mentir, pero si por decir la verdad arriesga su vida, entonces su veracidad pasa a ser heroica. Y así con todas las virtudes. Pasan de normales a extraordinarias cuando demostramos que las amamos más que a nosotros mismos, que a lo que nos sale naturalmente como a cualquier otro. —¿Y por qué Dios vendría a ayudarme justo a mí? —Porque Dios es fiel a Sus promesas. Puede recordárselo si quiere cuando vaya a rezar. Él prometió que si pedíamos, recibiríamos, que si buscábamos, le encontraríamos, que si tocábamos Sus puertas7 , Él las abriría y agrega que, si un padre al que el hijo pide un pan no le da una piedra o si le pide un pez, no le da una serpiente porque Dios que está en los cielos nos dará cosas buenas, así que no podemos temer de Él; nos dice que si pedimos al Padre en Su nombre, todo nos será concedido;8 que cuanto pidamos en oración, si pedimos con fe, nos será concedido9 . Y así podría enumerarle muchas promesas más. Dios es siempre fiel a Sus palabras. Tal vez no es el momento mejor para respondernos, pero puede tener seguridad de que Él siempre cumplirá. 7 "Petite et dabitur vobis quærite et invenietis pulsate et aperietur vobis..Omnis enim qui petit accipit et qui quærit invenit et pulsanti aperietur aut quis est ex vobis homo quem si petierit filius suus panem numquid lapidem porriget ei aut si piscem petet numquid serpentem porriget ei si ergo vos cum sitis mali nostis bona dare filiis vestris quanto magis Pater vester qui in cælis est dabit bona petentibus se". Mt. VII, 7-11 8 "Et quodcumque petieritis in nomine meo hoc faciam ut glorificetur Pater in Filio". Jo. XIV, 13 9 “Et omnia quæcumque petieritis in oratione credentes accipietis". Mat. XXI, 22
  • 39. —Entonces, la fe y la confianza. Quiero decir, si estoy en peligro, o con un gran problema, lo que debo hacer es rezar, tener mucha fe en la ayuda de Dios y no dudar. —Y en tanto pueda, hacer todo lo posible por sus propios medios. San Ignacio de Loyola decía que actuemos como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que en realidad todo depende de Dios. Dios no toma nuestro lugar, no nos suplanta, sino que actúa a través de nosotros. O, como la expresión popular dice: “a Dios rogando y con el mazo dando”. Por otra parte, piense en la fe y la confianza como parientes. La confianza nace y crece de la fe. Si tiene una fe débil, la confianza lo será, o no nacerá incluso. Si la fe es fuerte, la confianza crece robusta y alcanza el Cielo. De hecho, como curiosidad, verá que en las Sagradas Escrituras se usa la misma palabra para decir tanto fe como confianza. Se dice “fides”, fe.
  • 40. Esperar lo imposible El monje nos mira. Su expresión es plácida, paterna. Comprende lo que sentimos, nuestra angustia y el desaliento que pasa por nosotros pensando en que nos falta tanto para confiar como nos dice. —Cuando usted está en un lugar seguro sabe que nada le puede pasar. En un terremoto, por ejemplo, está muy bien que nada derrumbe el lugar, por supuesto, pero lo superior sería que ni siquiera sintiese el movimiento. Así es la confianza respecto a la fe. Nada puede inquietarnos. Si todo está en contra y nos amenaza, miramos como quien ve un oleaje furioso desde la seguridad de donde está. — hace una pausa y mira hacia el bosque por encima— La confianza tiene una lógica inversa, contraria a la nuestra. Quiero decir que mientras más mal, más confianza. Mientras menos medios tenemos para solucionar una cosa, más confiamos. Si nada pudiese ayudarnos, entonces es el momento de confiar con más seguridad, porque ya no podremos decir “fui yo”, ni “fue un amigo” ni nada parecido. Diremos que fue Dios, fuera de toda duda o explicación, quien vino en nuestro auxilio y que el mundo, las amistades o contactos, la ciencia o cualquier medio en el que normalmente esperamos una salida pudieron fallar, pero Dios fue fiel a Su palabra y a Su Amor. —La verdad es que yo, mientras peor se ponen las cosas, bueno, al principio rezo, pero en un momento dejo de rezar porque tengo que preocuparme en serio de todo. —La mejor ocupación sería la oración confiada. Es lo más serio y útil que puede hacer. No quiere decir, como le dije antes, que no haga todo lo posible en sus manos. Pero cuando más necesitamos de Dios, ¿le dejamos de hablar? No. No está bien. ¡Es cuando más debemos orar! Debemos esperar de Dios lo imposible. Él se ocupa de las cosas digamos extraordinarias porque es Su naturaleza. Las cosas
  • 41. más comunes tienen remedios más normales y de esos nos ocupamos nosotros, con Su auxilio, claro, pero está en nuestro hacer. Cuando ya no podemos, ¿no es el momento de Dios? —Sí, lo es. Entiendo. Pero, ¿por qué no me escucha cuando pido? —A veces dejamos de rezar porque en el fondo nos sentimos ofendidos o desilusionados. Nos gustaría que siendo nosotros, Dios escuche y obedezca, que corra para hacernos caso y actuar. Mas allá de que cuando Él nos pide algo a través de sus criaturas o las circunstancias no siempre corremos o no vamos de buena gana, es muy orgulloso y soberbio ofenderse porque las cosas no son como esperamos. Dios nos pide humildad, es decir, reconocernos indignos y esperar que sea por Su amor que nos ayude, y nos pide constancia, es decir, no decaer, mantenernos en esa esperanza firme, hasta “vencerlo” por amor. Como un padre que a veces hace como que no nos oye para que le pidamos con más ganas y valoremos más, así es Dios que nos pide que insistamos y midamos lo que pedimos. Debemos pedir mucho, no poco. Pero eso es otro asunto. —Suena un poco desesperante esperar a que las cosas lleguen a ponerse así. —Cuando despertamos de un sueño nos sentimos aturdidos, a veces asustados, otras un poco desilusionados con la realidad. Cuando las pruebas de la vida nos muestran que todo en lo que podíamos humanamente confiar era un sueño, una ilusión, duele mucho porque sentimos la soledad, el abandono. Yo diría que, si lo miramos desde el punto de vista de la virtud, del vuelo del águila, es el refinamiento máximo de la confianza, confiar contra todo, a pesar de todo, por encima de todo. Pero para llegar a ponernos incluso contentos con esas pruebas tan terribles sin ayuda posible, hay que subir hasta el Cielo y entender cómo Dios es piadoso y amante de nosotros, cómo escoge el momento perfecto y de qué manera se preocupa de todos los detalles, a diferencia nuestra que comprendemos poco y nos informamos de forma insuficiente. —¿Sentir alegría en esos momentos? ¿En serio lo dice?
  • 42. —Dios no desconoce nuestra naturaleza. No le pide que cante, dance o ría a carcajadas cuando sufre una prueba. Nos pide, sí, que no maldigamos Su nombre, que no murmuremos contra Él. No una alegría irradiante, que ya sería una virtud más que extraordinaria, sino valor, una fe reanimada por actos de amor de Dios, de confianza en Él. Yo le revelaré un secreto. —¿Eh? ¿Secreto? ¡Dígame que secreto! —Cuando usted quiera saber cuándo llegó el momento de Dios, el Gran Momento, vea cuando le deja a usted sin ningún tipo de apoyo. Ninguno. Nada que luego usted pueda decir que tiene esa explicación sin Dios de por medio. Es el punto en que nuestra inquietud y lo que vemos no puede ser más desesperante y, al mismo tiempo, tenemos más esperanza que nunca, verdadera confianza, porque ahora es el momento en el que Dios puede actuar con todo despejado y hacer Sus grandes maravillas en nuestra vida que, puede usted contar con eso, no se limitarán a lo que pidió sino a mucho más y más profundo. Es el amor de un Padre que escucha a una de sus criaturas y ve desde el Cielo en todo lo que se ha metido y le reordena las cosas porque le ama muchísimo y le quiere feliz y que, al final de su vida, venga con Él y se amen por siempre. —No recuerdo a Jesús hablando y actuando como usted dice, la verdad. Pero me gusta eso que comenta. Tiene sentido. —El Señor en todo Su tiempo en la tierra es una demostración de Su bondad, ternura, compasión. No resiste a quienes se le acercan pidiendo cualquier tipo de ayuda y Él les acoge con amor y les da lo que piden con confianza.
  • 43. Los bienes de la tierra El sol brilla sobre las aguas del riachuelo. La brisa suave, perfumada, refresca el ambiente y da un vigor desconocido al corazón. Las penas siguen, las preocupaciones y necesidades están ahí, reclamando salidas, soluciones. Pero algo en todo eso nos regala una calma suave. —Padre… perdone lo que voy a preguntar. Tal vez es una impertinencia, pero necesito aclarar todo. —Dígame, ¿qué le inquieta? —No soy monje. Y si lo fuera, creo que igual lo preguntaría. —No todos están llamados a la misma forma de vida. Muchas inquietudes son comunes. Cuénteme. —Decía lo de ser monje porque comprendo que hay cosas superiores, las espirituales, que son las más importantes. Pero ¿y las terrenas? Esas que necesitamos para vivir día a día. Incluso las de nuestro trabajo, estudio, de la familia. No sé. Creo que me entiende. ¿Está mal pedir y confiar por esas necesidades? El religioso hace una pausa y la ternura de su mirada casi nos hace salir lágrimas, como las de un niño cuando siente cómo sus padres le aman. —No somos ángeles. Ni usted ni yo. Somos criaturas de Dios creadas con cuerpo y alma. Tenemos necesidades tanto para lo material como para lo espiritual. Si no atendemos al cuerpo, morimos. Si descuidamos el alma, también. Aquí y en la vida eterna. Debemos pedir ayuda a Dios para las cosas materiales. No es malo: es necesario. Son cosas que precisamos para vivir. No podemos descuidar nuestra naturaleza material ni la espiritual. —¿Pedir incluso riquezas?
  • 44. —No se avergüence preguntando todo. Sí, puede pedirlas, como salud vigorosa o lo que precise. Dios promete, como le dije, dar todo lo que pidamos con confianza. No pone un límite en el pedir. —¿Incluso yo? ¿Con todos mis pecados y la vida que he llevado? —Tampoco pone una condición para quien pide. Debe ser con confianza. —Sinceramente suena un poco… escandaloso. Por decir lo menos. —Le entiendo. Hay tantas malas ideas que se forman en los siglos sobre Dios. Él es la Justicia, Santidad, pero también es Bondad, la Misericordia, el Perdón. Y no se la niega a quien se la pida. —Entonces primero me debo arrepentir. —Si alguien le ofende o hace daño y le pide un favor y no promete cambiar lo que hace, ¿usted cómo respondería? —No sería tan bueno ni misericordioso. Sería muy injusto que venga y pida así. —Para Dios también. Por eso nos acercamos con el corazón arrepentido y resuelto a enmendar nuestra vida en adelante. Por eso las pruebas son toques de amor de Dios para hacernos corregir el camino que llevábamos, aprender de nuestra maldad para convertir lo malo que hizo en virtudes nuevas suyas que reparen todo el mal hecho y consuelen al Sagrado Corazón por usted y por todos quienes le ofenden. —Hay algo que me da vueltas aún. Si puedo pedirle todo, entonces puede ser cualquier cosa. —Sí, por supuesto. Pero medite en lo que hemos dicho. Si Dios es la Bondad, no le concederá algo malo. Si es Justo, no le dará algo injusto. Dios siempre le concederá lo bueno. Y a veces pedimos cosas buenas en sí mismas pero que no nos convienen o ayudan para nuestro mayor bien. Puede ser que no lo conceda en ese momento y luego sí. Si usted es presa de un vicio y pide ayuda para mantenerse en él, Dios ciertamente no se lo concederá. No puede pedir la muerte de alguien que odia o que se le haga daño. Podemos pedirlo todo en tanto sea para nuestro mayor bien, de los demás y para mayor gloria
  • 45. de Dios. Fuera de esas, digamos, condiciones tan naturales, puede pedir con confianza y Él le dará todo lo mejor para usted. Es todopoderoso, nada se lo impide más que Su Amor y Voluntad.
  • 46. Los males ocultos Es tan nuevo pensar así, tan distinto a cómo pensábamos las cosas hasta ahora, que entre los diálogos se hace un silencio. No es incómodo, sino más bien una sensación de dos almas que se entienden y quieren mucho. —¿Por eso Dios no responde mis oraciones? —¿Porque pidió cosas malas? —No. Eso es lógico. No lo había pensado, pero es verdad. Me refiero a cosas buenas que quiero y no me escucha. —Dios siempre le escucha. Sus ojos vigilan con atención toda su vida, sus momentos, sus necesidades, sus problemas, sus logros, sus alegrías. —¿Entonces? —Existe un problema poco comentado. Son los males ocultos. —¿Ocultos? ¿Demonios o algo así? —Ocultos a nuestra vista. A veces son de nuestra propia vida, de los demás, o del momento. —¿Me lo explica, por favor? —Por supuesto. Le pondré tres casos. Usted va a cobrar una suma de dinero, por ejemplo. A un par de calles hay delincuentes que le robarán todo. Ese día no le pagan, le dan otra fecha. Usted piensa que con lo mucho que necesitaba ese dinero, el Cielo no escuchó sus oraciones. Regresa a casa y le asaltan, roban poca cosa que llevaba con usted. Da gracias a Dios porque no le robaron el dinero que precisaba. —Sería terrible. —Así es. O usted ruega porque a cierta persona se le conceda algo, bueno en sí mismo y hasta usted sabe que lo necesita mucho. Le quiere y desea lo mejor para esa persona. Pero sus oraciones no son respondidas. Usted no conoce todas las circunstancias de esa persona,
  • 47. las interiores o de quienes le rodean o algo que le pueda pasar si se le concede eso que usted pide. A veces vienen a pedir oraciones porque una pareja de novios se comprometa en matrimonio. Y el enlace se rompe. Tal vez no era la persona que Dios preparó para esas vidas y habría resultado un infierno en la tierra. Cuando ve cómo cambian las personas en el tiempo, lo comprenderá. Sus compañeros de estudio, por ejemplo, años después pueden ir para bien o mal, y ser irreconocibles si les compara de jóvenes. —Eso es una gran verdad. —Pues lo mismo ocurre en su propia vida. Tal vez usted no ha comprendido lo mal que hace las cosas y ese auxilio que pide no sería bueno para usted o para alguien más. Por eso es tan importante examinar nuestra conciencia, así como usted se lava las manos, con mucha frecuencia. O pide un camino determinado, pero no podía ver que otro era mejor. De ahí que debemos pedir siempre el consejo de Dios, que se haga Su Voluntad, que desea lo mejor y más feliz para nosotros. Esos son los males ocultos. Si Dios nos respondiese como un cajero automático, nos condenaría a cosas terribles. Debemos confiar en que Él nos responderá siempre con lo mejor, en el momento óptimo, aunque no podamos comprenderlo ahora mismo o nos parezca injusto. —¿Y una enfermedad? ¿No son crueles esos dolores? —No conocemos toda la verdad ni la realidad o el futuro, que sí los conoce Dios. Grandes cosas salen de grandes males, si le permitimos a Dios actuar y hacemos Su Voluntad. A veces nos llama la atención o nos pide confianza para que seamos lo que Él creó y deseó para nosotros. —¿Y la muerte? —¿Sabemos si esa persona no se condenaría o haría grandes males si hubiese seguido entre los vivos? —Cuesta aceptar eso. —No conocemos toda la realidad. Cuando se ha vivido mucho, como yo, se comprenden muchas cosas sobre el destino de las personas. Y siempre, se lo aseguro, el camino de Dios era el mejor.
  • 48. La mirada de Dios El temor es un compañero natural en la vida: somos débiles, ignorantes y pensamos apresuradamente. Juzgamos más rápido aún. Pero que sea natural no significa que el temor sea necesario ni bueno. Es comprensible, nada más. —Padre, una cosa, nada más. —Lo que desee preguntar. Con gusto, si puedo, responderé. —Bien, se trata de lo siguiente. Trataré de explicarme, ¿sí? Sé que Dios responde a las cosas buenas y nos provee de lo necesario. Hasta ahí, todo va bien. Pero, si considero lo que merezco por como he vivido o lo que pido porque lo necesito… en el fondo lo que quiero… sí… bueno, Dios me dará eso. No hay problema. El punto está en que yo… —¿Teme que Dios le dé, digamos, “justo lo necesario”? —Sí, también eso. Pero lo otro se lo comento después, si aún tengo la duda. —Como guste usted. Como no conocemos a Dios, digamos, ‘personalmente’, le entendemos por lo que vemos o comprendemos. Si le digo que Dios proveerá todo lo que se necesite, ¿no cree que sería blasfemar, ofenderle gravemente si pensamos que será mezquino en proveer? Él, Creador del universo, de la multitud de constelaciones y galaxias, de todo lo que vemos en el esplendor de la naturaleza, ¿le arrojará a usted un poco de comida rancia, unas ropas viejas y un hueco en la tierra para protegerse? No. Dios es un padre bueno, tiernísimo, que nos ama. En todo actúa con una infinita generosidad, de hecho, si usted ve la imaginación divina en todos los detalles de la creación se sorprenderá tanto que no puede sino amarle. —Pero pueden pasar cosas peores y no las detiene. —Sin duda, sí, por supuesto. Pero también cosas mejores. En la línea de las cosas que nos vienen sucediendo, lo esperable sería que llegue a lo peor. Eso si Dios no interviene y estamos hablando siempre
  • 49. de que usted está haciendo algo, confiando, rezando, cambiando, actuando, pidiendo, para que eso no ocurra. Aun así, por peor que continúen las cosas, usted debe confiar en que, si Dios lo permite, es para su bien y que lo que vendría, a pesar de sus dolores y pérdidas de por medio, será mejor de como habría sido incluso si hubiese tenido auxilio humano. Ya conocerá usted cómo son las personas cuando nos hacen favores y luego exigen pagos o la retribución de favores. No digo que no hay que buscar todo lo que esté a mano, porque pecaríamos de temeridad e irresponsabilidad. Sólo añado que, si pasan cosas que temíamos y nos encomendamos con confianza en las manos de Dios, si nos mantenemos a Su lado, veremos sus grandes obras llegar a nuestra vida. —¿Y la gente arruinada por cualquier motivo? —Bueno. Hay dos principios en eso. El primero nos dice que Dios no le puede haber creado “destinado” a la ruina. Puede usted arruinarse por imprevisión, errores o necedad, y sería su culpa, o bien por un imprevisto, una estafa, un infortunio cualquiera, que no son culpa suya. Dios quiere que el hombre despliegue todo el potencial que le dio, que desarrolle al máximo sus talentos. Le ayudará, por tanto, según sus necesidades particulares, a lograrlo. De una ruina se puede salir y si usted no tiene medio para lograrlo, es decir, está impedido, entonces Dios hará algo extraordinario. A grandes males, grandes remedios. A problemas naturales, auxilios naturales y se sirve de lo que mejor convenga según el caso. —El otro principio, ¿cuál es? —Uno que irrita mucho a la gente moderna y es… —sonríe con picardía— el principio de las desigualdades. Dios ama las desigualdades al punto en que usted puede examinar todo el universo y verá casi un infinito de diferencias entre las cosas. Cosas más grandes y otras diminutas, algunas de estupenda calidad y otras fragilísimas, y así, con lo que quiera. Tiene el águila y la codorniz, el león y el ratón, una montaña y una piedrecita de río. Tiene una rosa y una florecilla de campo. Tiene personas altas y bajas, gruesas y delgadas, inteligentes y menos hábiles y por consecuencia algunas más poderosas y otras menos, más ricas y más pobres en condiciones
  • 50. parecidas, etc. El más pobre de un país riquísimo es más rico que el más rico de un país pobre. Un genio en un lugar puede ser muy poco aventajado si le cambia a un lugar donde se concentren las mejores mentes del mundo. Y así, puede usted comprender lo que quiero decir, que Dios le dará a cada quien lo que mejor le convenga según su situación y necesidades muy particulares. A todos les sostendrá en Su mano y les mostrará Su amor. Y si alguno decae o el otro se las ingenia para mejorar, ¡bendito sea y Dios le ayudará o permitirá el mal para que se levante otra vez! —Pensé que lo ideal es ser pobre como ustedes, los monjes. —¿Quién le dijo eso? Ya le digo, cada alma o grupo de almas es diferente y con necesidades y talentos distintos. No todos los religiosos o religiosas están obligados a una pobreza que depende totalmente de la Providencia. De hecho, la mayoría debemos trabajar o reunir el dinero para sostenernos y administrar con sabiduría porque daremos cuentas a Dios por eso. Y quienes no son religiosos, también. Todos debemos ocuparnos por mantener y mejorar lo que tenemos o recibimos. Con toda nuestra fuerza, nuestra fe y voluntad, poniendo todo lo disponible de nuestra parte. Pero eso es una parte. La otra viene de parte de Dios. No podemos, por ejemplo, decidir el clima. Vienen lluvias, calores o pestes, nuestros cultivos sufren o se benefician de eso. La regla espiritual más perfecta está en encontrar el equilibrio entre extremos de mal. Podemos inquietarnos tanto por el mañana, por las preocupaciones materiales o espirituales, que no tenemos otra cosa en mente. Incluso cuando en la oración nos dirigimos a Dios, sólo le hablamos de eso. O caemos en despreocuparnos de todo, y por necedad, negligencia o pereza, nos desentendemos de los asuntos terrenales, y no somos ángeles: tenemos el deber de ocuparnos del cuerpo y del alma. Esos tientan a Dios porque pecan esperando que Dios les ayude. Si puede hacer, haga. Si no, espere y haga lo que pueda mientras llega. Pero siempre haga y espere de Dios con confianza. No afligirse demasiado por el mañana ni desentenderse. Mire que contar con que el futuro será tan terrible como nuestros pensamientos es ofender gravísimamente la Bondad de Dios. Le
  • 51. ofende hasta provocar su cólera como cuando los hebreos, que vieron todo el poder y las atenciones que Dios tenía para con ellos en su salida de la esclavitud de Egipto, dudaron de cómo les alimentaría y cuidaría en el desierto. Dios hizo caer fuego sobre ellos. Siga la regla del equilibrio virtuoso y siempre, siempre, confíe en que Dios también es Amor, Misericordia y Bondad.
  • 52. Después de la justicia Cuando comenzamos a cambiar nuestra forma de observar, pensar, juzgar, sentir o actuar, sentimos resistencias por dentro y desde afuera. Es verdad que es más cómodo seguir tal y como estaban las cosas si no causaban grandes inconvenientes, aunque a largo plazo se terminase mal. —Si a todos se les da algo distinto, porque necesitan cosas diferentes, según entendí, entonces, ¿qué es necesario para que Dios nos dé lo que nos corresponda, por así decir? —¿Ha escuchado usted algo sobre la Providencia Divina? —Poco. No mucho, la verdad. Entiendo que es lo que Dios hace para que podamos vivir, por lo que comprendí. —Sí, muy bien. Es algo más grande y maravilloso que eso, es cómo Dios sostiene a toda la creación. Cuando Él nos dice que no nos preocupemos, por ejemplo, de qué comeremos o vestiremos, porque las aves del campo, las flores de los valles tienen comidas en abundancia y vestidos que ni Salomón probó de tanta belleza, nos dice que no debemos inquietarnos por las cosas temporales como esas, sino de lo más alto, del reino de Dios. Ya le dije que eso no significa que uno deba o pueda descuidar sus asuntos materiales, es necesario, prudente y justo, pero siempre debe ser una ocupación es su propia medida. Lo mismo lo espiritual, en su medida. —Sí, eso lo entiendo. —Aquí va un poco más que sólo entender. Es una transformación total de nuestra vida, radical —es decir desde nuestra raíz—. Se trata de comprender lo que podríamos decir que es un “trato” con Dios. Lo dice con la belleza el Señor cuando nos reprende por preguntarnos qué comeremos, beberemos o cómo nos vestiremos.
  • 53. Nos dice: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura10 ”. —Eso suena muy bien… para monjes. ¿Cómo la gente como yo podría ponerse a buscar ese reino y la justicia, si somos personas comunes, pecadores, con vidas normales, que tenemos que estudiar, pagar cuentas, trabajar, atender a nuestras familias? —Pobres almas, que por ignorancia desconocen las verdades de la fe. Cuando Cristo es acusado en Su pasión, nos declara que el Reino de Dios está dentro de nosotros11 . El alma es el reino de Dios. Y la justicia es la santidad. El justo, en las Sagradas Escrituras, es aquel que cumple los mandamientos y honra el nombre de Dios. Es la perfección cristiana. —Y eso, ¿qué quiere decir? —Creo que lo comprende, pero cuesta aceptarlo. Significa que debe trabajar en su santificación, en la perfección de las virtudes. Y va más allá de no pecar, que es lo mínimo, es decir, no enemistarse con Dios, expulsarlo de Su reino, de su propia alma. Si usted es hijo de Dios, tiene justicia en sus obras, en sus pensamientos, palabras y obras, si su corazón anhela a Dios y espera reunirse con Él en el Cielo, todo lo demás, todas sus necesidades de cuerpo y de alma, vendrán por añadidura. Dios, que es un Padre amoroso, cuidará de usted y de los suyos. Y conoce mejor que usted, más allá de lo que podemos comprender, todas sus necesidades. —Si fuese así, ni siquiera sería necesario rezar, ¿o me equivoco? —Debemos rezar porque como Padre le gusta conocer, ver en nosotros ese deseo y complacerlo. Pero ¿cuántas veces no vemos que se nos dan cosas que no esperábamos pero que necesitábamos? Al rezar abrimos nuestro corazón, comprendemos la maldad de nuestras 10 "Quærite autem primum regnum et justitiam ejus et omnia hæc adicientur vobis". Mat. VI, 6, 33. 11 "Neque dicent ecce hic aut ecce illic ecce enim regnum Dei intra vos est". Luc. XVII, 22.
  • 54. ofensas a Quien nos ama tanto, pedimos con humildad por nuestras necesidades y las de nuestros prójimos y practicamos la fe, esperanza y caridad, porque reafirmamos que creemos en que Dios es bueno, esperamos que sea bueno con nosotros y le amamos por esa bondad. —¿Eso es el Reino de Dios? —Es colocarle en nuestro corazón como Rey, que gobierne y mande en nuestros pensamientos, deseos y actos, amándole constantemente, pensando en Su Amor, correspondiéndolo, hablándole con perfecta sinceridad, reparando la ingratitud, frialdad y maldad de tantas almas, consolándole. Esa caridad ardiente que practicamos es la perfección de la vida espiritual, es decir, la justicia que comentábamos. Y como obramos por amor, querremos que las otras almas también le amen, sirvan y correspondan a Su amor, es el apostolado, el reinado en la sociedad y su cultura embebida de amor de Dios. Trabajamos, buscamos el reino de Dios y Él nos responde proveyendo nuestras necesidades. —Es, en cierto modo, un contrato. Pero ¿qué hago con mis preocupaciones? —Literalmente es eso. Usted le busca y sirve, Él le cuida como Padre amoroso y todopoderoso. Usted piensa en Él, y Él piensa en usted, como revela el Sagrado Corazón a Santa Catalina de Siena y a Santa Margarita María de Alacoque. Y verá cómo Dios obra Sus maravillas. Y para eso, como le hace reinar en su corazón, para que la gracia opere en su vida, todo desorden y pecado, es decir, sus vicios y malas inclinaciones, las situaciones que le llevan a pecar, deben quedar fuera de su vida y de los que se ven afectados por su maldad. —Entonces, debo servir a Dios y esperar esa ayuda. —Y rezar, mucho. Debe pedir insistentemente esas gracias, demostrar que las desea con todo el corazón, que las espera de Él y, en ese proceso ver con honestidad si sus deseos son buenos para usted y los demás y, si no, que Dios le conceda las mejores gracias posibles. Pedir como en el padrenuestro, ahí usted ruega por su pan de cada día. No más ni menos, no antes ni después. Es la oración perfecta. Puede pedir riqueza, salud, lo que mejor estime conveniente y ponerse en las manos de Dios, que verá lo mejor para usted que, con el amor
  • 55. de hijos estamos junto a Él constantemente unidos por oración y mostrándoles nuestro afecto. Y Él le concederá todo lo que sirva a su santificación y la de los demás.
  • 56. Cuando el espíritu sufre Dentro de tu pecho sientes los rayos de luz. Acarician zonas del alma que estaban en el frío y la oscuridad. Es un brillo de esperanza que nace. Pero hay preocupaciones de otro orden que se agolpan, bien deseando un alivio o bien rebelándose a lo que se despeja poco a poco en el corazón. —¿Me permite hacerle una pregunta? —Sí, por supuesto. —¿Por qué veo preocupación en sus ojos? —La verdad, ¡me siento tan miserable ante ese Dios del que me habla! Y más porque es bueno conmigo y no lo merezco. Y porque espero cosas que, bueno, es dudoso que las merezca. —Él mereció para usted el Cielo, dio Su vida por usted. Cuando le mira, Él ve Su Sangre preciosa vertida por usted y por su felicidad. No se trata de méritos nuestros, que son pocos e insuficientes. Esa distancia, ese abismo, Él lo llena, lo supera con Su Amor. No rema. El Señor pasa los Evangelios repitiendo eso: que no tengamos temor. —¿Aunque sea una vida entera en ese estado de pecado, de errores? —Con más motivos aún debemos esperar Su Misericordia. Él espera que corramos a Sus pies, pidamos perdón, deseemos mejorar y nos socorrerá con gracias abundantes para que alcancemos la perfección. —¿Y no se cansa de perdonar? —Su paciencia es infinita y su hambre de amor es tal que hasta el último suspiro de nuestra vida estará esperando por nosotros. Ni los pecados más horribles, ni los del mismo Judas, dejan de ser perdonados si perdimos ese perdón. Cuando vamos a Su encuentro, Él corre hacia nosotros con el amor del padre del hijo pródigo, del pastor que recupera a su oveja perdida. No podemos tener miedo de
  • 57. acercarnos a Él: Su vida es un testimonio de lo contrario y es un llamado constante de confiar en Su Amor. Por nuestras faltas mantenemos la humildad. Siempre es tiempo para arrepentirnos y el peor mal sería desesperarnos. —Pero hay cosas que no podemos sacarnos de la cabeza. —Al demonio le gusta atormentarle con esas cosas. Vivir recordando cosas malas, culpándole como si Dios no perdonase. Si caemos, debemos arrepentirnos profundamente porque ofendimos a Dios y le hicimos sufrir por nosotros. Confesarnos lo antes posible, siempre, pero lo primero es caer de rodillas, pedir perdón y auxilio de la gracia para reformarnos. Desconfiar de nuestras fuerzas y confiar en las que Dios nos presta, que siempre nos las dará, porque nuestra salvación está de por medio. Caeremos otras veces, no lo podemos negar, pero siempre con confianza levantémonos y sigamos al Señor. —¿Y cómo recupero la confianza que me dice? —Piense en el Señor crucificado. En cada dolor, llaga, en Su Sangre, en todo lo que sufrió. Eso lo hizo por amor, por usted, por mí, por todos los que se salvan. No pudo darnos más, no ahorró nada por nuestra felicidad. ¿No podemos confiar en que nos ayudará con todos los medios posibles para que cada sufrimiento sirva para nuestra salvación?
  • 58. ¿Por qué debería confiar en Dios? Todas estas palabras y sus consecuencias se asientan en nosotros. Tal vez no como una revelación refulgente como un relámpago que nos ciega y sobrecoge, pero al menos se afirman por dentro. El aire se siente más transparente y puro, la fuerza del día nos llena de un nuevo vigor. —Entonces debo confiar porque Dios es bueno y porque murió por nosotros. Y porque cambiaré de vida, por supuesto. —Y porque Dios nos dio a Cristo. Nos lo dio para que muriese por nosotros y nos diese la vida eterna, para que quienes crean en Él y se conviertan sean eternamente felices. Pero lo central es que es nuestro. Es un secreto que poco se comenta. Cristo nos pertenece y podemos, con santa audacia, recordárselo a Dios y ofrecer los méritos de Cristo por nuestras necesidades, primeramente, por el perdón de nuestros pecados y por las necesidades de alma y de cuerpo que hemos estado conversando. Es un negocio injusto, sí, pero grato a Dios: a cambio de lo que precisamos le pagamos con algo infinitamente más valioso. —Y Dios, que es todopoderoso, lo concederá. —Cristo es Señor y dueño de todo, para Él nada es imposible. Y nos ama. Puede protegernos de cualquier peligro y socorrernos en cualquier necesidad. Le obedece el universo entero, todas las fuerzas naturales y sobrenaturales, todas sus criaturas están bajo Su poder, incluso la muerte le obedece y retrocede cuando Él ordena la resurrección. Como Padre, espera que como hijos corramos a Sus pies, reposemos, como San Juan en la última cena, en Su corazón, en Su pecho. Desea que tengamos confianza por amor a Él. Que le revelemos nuestros pensamientos, temores, proyectos, sueños, que confesemos nuestros pecados y pidamos gracia y perdón, que pidamos mucho, que pidamos tanto por los demás que casi nos olvidemos de nosotros mismos, que confiemos en que Él conoce todo y más allá de lo que
  • 59. nosotros podemos comprender del alcance y gravedad de un problema o los bienes de una buena acción. Debemos esperar y pedir sin cesar. —¿Y si no me quiere dar lo que le pido? —Puede retrasar la ayuda para que insistamos más o bien nos quiere dar algo mejor. Sepa que muchas veces, por insistencia, como en la parábola del Evangelio, Dios termina consintiendo en darnos algo que en principio no quería, en consideración a nuestro amor e insistencia. Y debe pensar en que Él es la Bondad misma. Toda su vida fue un paso entre los hombres mostrando Su bondad. Todo el tiempo, en mil detalles, desde el vino para los esposos a calmar a los sufrientes, liberar a los posesos, alimentar a los hambrientos, iluminar las mentes y corazones con Sus palabras, curar enfermos, etc. Y hasta resucitar muertos sin que se lo pidiesen, sólo por compasión. Su Corazón sagrado sufre en nosotros y con nosotros, no puede resistirse al sufrimiento. —Comprendo. Pero ¿cómo debería, entonces, ser mi oración para que Dios la escuche? —Conforme a sus necesidades, por supuesto, pero jamás debemos olvidar que es Él quien nos llama a una gracia especial con el sufrimiento que ha permitido. Es decir, Su Providencia ha contemplado todo esto por lo que usted está pasando. Con mucha facilidad, para un Dios Todopoderoso, habría impedido que tal y tal punto de su historia no hubiese ocurrido. Impedírselo estaba en Sus manos y usted, por otra parte, cooperó para que así ocurriese. Y si no, si es inocente de todo, entonces con mayor razón aún debe esperar en la Misericordia. Lo mismo si está impedido de poder obrar en algún modo que lo solucione, es en la Misericordia que debe esperar. —Sí, entiendo. —Respecto a la oración, bien, debe entregarse al Amor de Dios, dejarse guiar por lo que Él desee que ocurra. Siempre será lo mejor. Ese futuro que tememos, del que ignoramos todo y aun cuando es terrible, cruel y doloroso lo que vivimos y vemos que ocurrirá. Nos abandonamos como niños en manos de su padre. Recurrimos a Nuestra Señora, amorosísima Madre, para que nos cuide y sostenga. Siempre por Ella, porque sin Ella ninguna gracia es concedida ni un
  • 60. pedido es atendido, es intercesora nuestra y sin ese consuelo podríamos desesperar porque por nuestra miseria jamás seríamos atendidos. Ella, con su gracia, consigue suavizar el dolor y nos da esperanzas para el alivio. De los Sagrados Corazones podemos y debemos esperar todo alivio y que se nos preserve de caer en la tentación por nuestras flaquezas. Podemos recostarnos, como dicen los Salmos, y dormir sin turbación.
  • 61. El misterio de la Gloria La mirada que sentimos sobre nosotros nos llena de paz, nos sentimos comprendidos en nuestro miedo, en el dolor y la desesperación en la que caímos antes de llegar aquí. La sonrisa es la de alguien que nos ama como padre, como hermano afectuoso que nos entiende y le duele que suframos. —Hay algo que quisiera agregar, si me lo permite. —Por favor, puede usted decirme lo que desee. —Si se aventura por el peregrinaje de la confianza, debo advertirle que toma el camino del héroe. No es, como habrá comprendido, una vía para cualquiera. De hecho, es la más rara de las formas de heroísmo. No es para almas tímidas o temerosas, sensibles o apocadas. Es un grito de guerra que le lanza de la tierra al Cielo, sin descansos entremedio. —No lo había visto así: me gusta. —Y es mucho más que eso. Tal vez no haya otro modo más elevado de dar gloria a Dios. Vuela con arrojo desde lo más bajo de la tierra al Corazón Sagrado de Dios, que arde de amor esperando a Sus hijos. Le honra porque no confía ya en nada más que en Su Bondad, no en los auxilios de las criaturas y, por tanto, en el Poder de Dios que es absoluto. Se humilla usted porque desprecia su propia inteligencia y los mismos hechos, queriendo ver con los ojos de Dios el problema y si no le comprende, cierra esos ojos y se deja llevar por Su mano en la oscuridad. Así rinde usted una gran gloria a Dios. Es un acto de fe en Sus promesas y su Revelación. Podría usted mirar cada atributo de Dios, de Nuestra Señora, y comprender hasta qué punto le agrada que confíe, cómo le honra en cada punto y hasta qué grado se podría esperar la confianza que le damos. Es, sin duda, la vida del Cielo, lo más elevado que se puede esperar en la vida espiritual. Son las virtudes de la fe, esperanza y caridad reunidas en la más gloriosa virtud posible.
  • 62. —Entonces, desconfiar sería todo lo contrario. De la virtud, digo. —Sería lo contrario de glorificar a Dios. Es ofenderle e irritarle gravemente. Es dudar de su Bondad, de que nos cuida y nos provee, de que nos ama quien dio la vida por nosotros y pasó su vida en la tierra haciendo el bien y en el Cielo no ha cambiado, porque es Dios y es Amor infinito, es dudar de su Sabiduría. Es cambiarle por favores de criaturas que son pecadoras y tienen intereses propios, que pueden fallar o ser impotentes a la hora en que les necesitamos. Muchas veces le cambiamos hasta por supersticiones o brujería. Es como cambiar una columna de mármol, firmísima, por ruinas que cuando nos apoyamos se derrumban junto a nuestras ilusiones y nos dejan heridos y sin auxilio. Nos exponemos a Su cólera y justo castigo, pues constantemente nos recuerda, si miramos la Creación y nuestras propias vidas, hasta qué punto la Providencia cuida y protege a las creaturas. —Es decir, confiando no sólo le amamos y honramos, creo entender, sino que, además, ¿podemos esperar más cuidados que los que esperábamos? —Así es. San Pablo nos lo dice con estas hermosas palabras: “Por eso no pierdan ahora su confianza, que tendrá una gran recompensa12 ”. Y en los Salmos el Espíritu Santo elogia la confianza con tanta belleza que sólo podemos sentir paz y consuelo. Nos dice: “pues a mí se acogió, lo libraré, lo protegeré, pues mi Nombre conoció. Si me invoca, yo le responderé, y en la angustia estaré junto a él, lo salvaré, le rendiré honores13 ”. Esto lo dice después de elevar la confianza y sus promesas a un grado sobrenatural: “Pero tú dices: "Mi amparo es el Señor", tú has hecho del Altísimo tu asilo. La desgracia no te alcanzará ni la plaga se acercará a tu tienda: pues a 12 "Nolite itaque amittere confidentiam vestram quæ magnam habet remunerationem", Heb. X, 35. 13 “Plantati in domo Domini in atriis Dei nostri florebunt. Adhuc multiplicabuntur in senecta uberi et bene patientes erunt”, Sal. XC, 14- 15.
  • 63. los ángeles les ha ordenado que te escolten en todos tus caminos. En sus manos te habrán de sostener para que no tropiece tu pie en alguna piedra; andarás sobre víboras y leones y pisarás cachorros y dragones14 ". Podemos y debemos tener seguridad en que la confianza nos protege no sólo del pecado, porque nos hacemos humildes y apartamos las maldiciones que atrae la soberbia, sino que podemos descansar en los brazos del Señor, sabiendo que Él nos protegerá y que todos los males que vemos en torno nuestro son permitidos y que Él nos sostiene, defiende y auxilia. Son pruebas para demostrar nuestro amor y merecer gracias extraordinarias. —Si tuviese su cultura podría haberlo sabido. Al menos no tendría tantas dudas. —No se atormente usted. Cuando Dios le llama a través del dolor, es para que vuelva su mirada hacia Él, que levante la vista de la tierra, de las cosas que tenían su atención y la levante hacia el Cielo. No es que las cosas humanas, como ya dijimos, sean malas. Usted debe atender a todo eso y hasta pedir el auxilio del Cielo por cosas buenas en ese orden. Lo mismo para las espirituales. Es que tal vez le teníamos olvidado y llevábamos un camino que no terminaría en el Cielo. Usted puede comenzar a estudiar mejor lo que Dios dice, quiere, enseña, desea. Nunca es tarde ni temprano. Por otra parte, el pensamiento central debe estar en Dios, en saber que siempre, absolutamente siempre, quien reza con confianza es atendido. Y esa confianza es la que lo obtiene todo de Dios. Y más de lo que pedimos, porque como Padre que escucha a Sus hijos con tanto amor, les llenará de obsequios. Como Sus hijos estamos pidiendo sin sombra de dudas ni temores: lo esperamos todo de Él y eso le agrada sobremanera. Pedir con vigor, con insistencia, con ardor… y si no 14 “Tu autem Altissimus in æternum Domine quoniam ecce inimici tui Domine quoniam ecce inimici tui peribunt et dispergentur omnes qui operantur iniquitatem et exaltabitur sicut unicornis cornu meum et senectus mea in misericordia uberi et despexit oculus meus inimicis meis et insurgentibus in me malignantibus audiet auris mea justus ut palma florebit ut cedrus Libani multiplicabitur”, Sal XC, 9-14.
  • 64. siente nada, entonces por el convencimiento que le dan todas las razones de la confianza, pedir con insistencia y ofrecerle a Dios esas dificultades que siente. Ni siquiera dude en si lo que pide es bueno. Pida, pida, pida, que si no es lo mejor, Dios le dará lo mejor. Esa certeza en ser escuchados es lo que Él nos pide. Si tenemos ese convencimiento, puede creer que Dios ya está prometiendo concederlo. Es pedir como los mendigos o los niños, que nos persiguen, insisten y están tan seguros de que algo obtendrán que lo consiguen. —¿Y qué me recomienda rezar para obtener lo que pido? —Rece mucho, de corazón, con las oraciones que conozca o le inspiren mayor devoción. Insista diciéndole a Dios cuánto espera de Él y cómo está con el alma entregada a Su Providencia. El Señor revela a las almas más entregadas a Él que la simple oración “Sagrado Corazón de Jesús, ¡en vos confío!” le encantaba el Corazón, que no podía negar nada, porque contiene la fe, la esperanza, la caridad... y la humildad. Por Su amor infinito, por Su fidelidad a todas Sus promesas, por Su Misericordia infinita, merece también infinita confianza. Nunca es poca ni exagerada la confianza. Él merece esa entrega total.
  • 65. El corazón elevado El sol comienza a dorar la cima de las cumbres y las copas de los árboles muestran el esplendor del cielo. El agua, tan refrescante a mediodía, ahora resuena con alegría. El monje nos mira, sonríe y sentimos que es la hora de despedirnos. Aunque le vemos tan serio y amable, nada se contradice en él. Es un padre y un amigo, alguien cercano y, al mismo tiempo, de una superioridad que nos despierta admiración. Son tantas las cosas que se reúnen en nuestro pecho, que hablan en los pensamientos. Los sentimientos presionan, contradiciéndose, agolpándose, cediendo a una paz desconocida. —Es tan agradable permanecer aquí. Me gustaría vivir así para siempre. —Puede vivir así donde sea que vaya. —Pero ¿cómo? —Llevando en su pecho estas verdades, viviéndolas intensamente en su vida, recordando que Dios está con usted, que todo lo ve y que le ama. —¿Podré regresar con usted? —Dios le trajo a esta conversación. Fueron los ángeles quienes, apiadados de su dolor, le dieron la inspiración y el encuentro con estos pensamientos. Y cuando sienta dudas, lea lo que dejé para usted en el paquetito que le di. —Entonces lo recordaré siempre. —Lleve la bendición de Dios con usted. Y Su paz sea en su alma y con los suyos. Las despedidas, cuando el afecto es mucho, son dolorosas, pero llenas de consuelo por la esperanza en el reencuentro aquí en la tierra o ya en el Cielo. Estos diálogos
  • 66. permanecerán en nuestro corazón, en el fulgor de la mente, en la guía de nuestros actos, de manera tal que reformen nuestra vida y podamos consultarlos cada vez que nuestra fe se vea tentada o que para auxiliar a los sufrientes precisemos de sus palabras para irradiar la calma dulzura de la confianza. Regresas por el camino que te trajo, meditando tantas cosas como quedaron ahora en tu pecho. Al regresar a tus asuntos, enfrentar los problemas, necesidades y dolores, la confianza acude a ti como compañera inseparable de tus oraciones y pensamientos. Desde ahora pedirás siempre el reino de Dios y su santidad y podrás esperar, con seguridad, la añadidura que precisas. Que la luz interior, esa fuerza incontenible de la confianza, brille en nuestras almas, nos fortalezca y hagamos de las gracias y favores que Dios nos concede medios estupendos para santificar nuestras vidas y salvar tantas almas como podamos junto con el Sagrado Corazón, el Corazón Inmaculado de Nuestra Señora, el paternal corazón de San José, el auxilio de los santos ángeles y de nuestros santos patronos.
  • 67. APENDICE Alma que prestas batalla por la confianza Carta contenida en el sobre15 A ti, alma que te preparas para luchar en tu interior y contra todo lo que se te opone para confiar, te escribo. No esperes grandes consolaciones ni amenazas de castigos, ni siquiera grandes elevaciones intelectuales o belleza literaria. Te escribo, sí, desde el corazón iluminado por la fe y la razón, para que cuando fallen tus fuerzas y todo parezca oscuro o perdido, recobres el ánimo con lo que aquí te expongo. Razones para la confianza Podrás, como es natural, sentir el aguijón de la desconfianza, sea porque pasas por una tentación o bien porque la mente exige más razones que lo que el mundo llama “simple fe”. Es comprensible y si no te aferras a eso, podrás superarlo todo. La pregunta que tal vez te haces es “¿qué razones lógicas tendríamos para confiar cuando desconfiamos?” Pues bien. Si todo lo que conversamos y meditamos en nuestro encuentro no hiciese efecto, siempre podemos —y debemos— obligar a la inteligencia, voluntad y sensibilidad. ¿Por qué? Porque son verdades reveladas por Dios que no 15 Nota de los editores: El sobre entregado por el monje contenía unos legajos, del que procede las líneas que siguen a continuación, un paquete pequeño amarrado con cintas y un sobre menor con unas medallas. Los pétalos, demasiado resecos, no se conservaron más que en pequeños fragmentos oscurecidos.