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ESFÉRICA
Un relato sobre gordofobia
Carmen Godino Megía, 2022
Gracias a Joaquín por la idea del título.
Gracias a la periodista Lucía Márquez quien publicó en la web de Valencia
Plaza un artículo sobre mi fanzines con fecha 23/05/2022:
https://valenciaplaza.com/fanzines-contra-la-gordofobia-o-como-combatir-
la-dictadura-del-peso-a-golpe-de-grapas
Gracias a ti por leer esto.
"Esférica" sigue al fanzine "Redonda".
Espero que las historias de Ana te resuenen.
esférico, esférica
adjetivo
1-De la esfera o relacionado con este cuerpo geométrico.
“superficie esférica”
2-Que tiene forma de esfera.
“fruto esférico”
esfera
nombre femenino
1-Cuerpo geométrico limitado por una superficie curva cuyos puntos están
todos a igual distancia de uno interior llamado centro.
“toda sección plana de una esfera es un círculo”
2-Objeto o figura que tiene esta forma.
“esfera oscular”
Seguimos rodando. Girando por el mundo, sorteando las piedras del
camino. Inseguridades, insultos, complejos, mensajes de odio. Este círculo
es nuestro hogar aunque a veces renegamos de él. Este círculo, urgente
que lo abracemos. Ruedo mejor cuando ruedo acompañada con más
panzas subversas*. Soy porque somos. Somos y soy. Las estrías, las pieles
flácidas, las torturas, las dietas, las básculas, los pechos caídos. Todo está
bien siendo redonda, esférica. Todo está bien en Ana.
(*Stop Gordofobia y las panzas subversas, libro de Magda Piñeyro publicado en 2016 por
Zambra / Baladre).
El año pasado me quedé enganchada de la espalda más de diez veces.
Cuando ocurría de noche, me tumbaba en la cama haciendo la croqueta y
me balanceaba de lado a lado. A duras penas mis dedos alcanzaban el
móvil situado en la mesita. Entonces marcaba el teléfono de mi padre para
pedirle que viniera a darme la vuelta como un filete de seitán en la sartén.
Lo que más me aliviaba el dolor eran las inyecciones de cortisona, que solo
se pueden aplicar en una cantidad "X" de ocasiones por las consecuencias
nocivas que pueden tener para la salud. También me recetaron un montón
de medicamentos que llegaron a parecerme gominolas. Los tomaba sin
apenas notar nada.
Mi médico insistía en la necesidad de hacer más ejercicio y dieta para
perder peso. Una y otra vez me repetía que mi cuerpo me estaba
destrozando la espalda y la cadera. La verdad es que comía más y me
movía menos. Me solía sentir mal cuando, estando en su consulta, lo veía
entornar los ojos sin separar casi la cara del ordenador. Parecía que la
frustración se apoderaba de él.
Mi madre y mi padre se sumaban a su discurso. Consideraban que debía
perder peso urgentemente y temían que mi gordura me dejara secuelas
físicas. A menudo ponían ejemplos dramáticos, situaciones vistas en
programas amarillistas sobre personas postradas en la cama a las cuales
un cirujano amenazaba constantemente con dejar sin ayuda. ¿Y si el dolor
de espalda era el primer síntoma de que algo no iba bien en el cuerpo de
su hija? ¿Y si la gordura les estaba dando por fin la razón sobre sus malos
efectos?
Durante ese calvario de dolores que se extendían por todo mi cuerpo y me
producían una soberana impotencia, me topé con profesionales médicos
de todas las sensibilidades y, en general, con un sistema sanitario saturado
que no llega a atender debidamente a todas las personas. Donde deberían
haber más manos hay tensión y mucho cansancio.
Una noche, retorcida por el dolor y caminando como un PlayMobil, acudí al
centro de emergencias médicas próximo a mi pueblo. A los diez minutos
de ser atendida, la doctora de guardia me dijo que con mis lloros
preocupaba a mi familia de manera innecesaria (mi padre estaba en la sala
de espera). "Podrías contenerte un ratito", fue su frase. Ese diminutivo
condescendiente me dejó aplastada contra el suelo. Sencillamente esa
señora consideraba que estaba molestando.
Pero no respondí. Tenía dolor y apenas me podía sentar, esa era mi
máxima preocupación. Mientras me sorbía los mocos pronuncié con voz
temblorosa: “Tengo mucho dolor”. Pensé en pedirle un justificante de
reposo por 24 horas para el trabajo pero tal fue la vergüenza y culpabilidad
que me causó, que me fuí de allí encorvada y grogui, dormí 3 o 4 horas y
me incorporé a mi puesto como pude.
Regresé varias veces a ese centro en horario nocturno. Un centro abierto
para intentar descongestionar las colas y esperas del hospital más cercano
pero que solía recibirme, o eso sentía yo, como si estuviera haciendo algo
mal. Me repetían una y otra vez que ya tenía un médico de cabecera
asignado. Y yo tenía que explicarles que el buen señor estaba al día de todo
pero que los dolores persistían.
En mi última visita a urgencias por el dolor corporal decidí pasar
directamente por el hospital. Otra vez caminaba con dificultad: la espalda
tensa, el dolor subiendo hasta la cabeza, mis brazos agarrotados. Ni tan
solo me había podido poner las bragas yo sola. Tras la exploración, la
doctora se quedó sorprendida. No sabía cómo podía mantenerme en pie
ante las múltiples contracturas que presentaba y el dolor que sin duda
estaba sufriendo. Entre otras cuestiones, sugirió que podría estar viviendo
alguna situación de estrés. Me preguntó directamente si había pasado
algo que me estuviera preocupando, puesto que los malestares
psicológicos a menudo son causa de malestares físicos.
Tímidamente le hablé del nerviosismo que hacía meses me invadía en el
trabajo. Un nerviosismo que me hacía sentir inferior y totalmente
cuestionada. La doctora quiso saber el por qué de esas emociones.
Llorando le conté como pude que llevaba más de un año viviendo una
situación que no alcanzaba a entender ni procesar: me daban labores de
menor categoría, me enteraba la última de las decisiones, algunas
compañeras se daban el gusto de corregirme sin tacto alguno delante de
la coordinadora, se agrandaban de forma exagerada errores carentes de
relevancia, me negaban situaciones que habían ocurrido e incluso se me
había puesto un aviso de sanción gracias a un buen puñado de mentiras.
Además, no era la primera vez que me ocurría una experiencia laboral
desagradable lo que me hacía sentir doblemente culpable.
La mujer vino a sentarse a mi lado mientras me daba papel para que me
sonase la nariz y me secase las lágrimas. Aunque yo ya había leído algo al
respecto, me informó más extensamente sobre el mobbing (acoso laboral).
Me planteó la posibilidad de acudir a un sindicato o un abogado laborista y
también la necesidad de recibir apoyo de un especialista en salud mental.
- Ana, es normal que tengas la espalda así. Esa situación no es
sostenible para nadie. Estás sufriendo mucho psicológicamente.
También podrías pedirte una baja laboral.
Lloré de nuevo al poder verbalizar mi malestar y sentir su comprensión y
sensibilidad. Por fin una persona me preguntaba por mis problemas
laborales y no los minimizaba con un "trabajo es trabajo", "es que no es la
primera vez que te quejas de un curro", "igual eres una blanda" o un "en
todos los sitios pasan cosas".
Durante ese año mi ansiedad se había disparado brutalmente. Comía más
y salía menos de casa. Los pensamientos negativos los intentaba resolver (y
no lo conseguía) devorando bolsas de patatas fritas. La sensación de
fracaso y agotamiento acababan por llevarme a dormir durante horas
aunque el sueño nunca era reparador.
Me sentía infravolarada, vigilada, apartada casi a cada minuto del día. Una
vorágine de malestar de la que me costaba salir por culpa de la luz de gas
que se estaba ejerciendo sobre mí. "Soy yo, todo lo hago mal, me lo
merezco", era una afirmación que se repetía una y otra vez en mi cabeza.
Un goteo constante que dejaba mi espalda en posición de huida hacia
ninguna parte.
Tras consultarlo conmigo la doctora de urgencias añadió en el informe:
"Relata posible situación de mobbing (acoso laboral)". También me pautó
dos días de reposo y la pertinente medicación.
- Ana si un día tienes que denunciar o defenderte, aporta todos los
informes profesionales y que en ellos se indique lo que está
pasando.
A partir de aquí inicié un viaje acompañada de gente de mi confianza, con
quiénes me abrí y lloré a mares. A mis familiares les tuve que explicar que
no era solo una dificultad propia del trabajo o que yo fuera una débil. Más
concretamente a mi madre y mi padre, que mi cuerpo no era mi cárcel,
que mi cárcel era un contexto laboral maltratador. A mis amistades, que no
era que no quisiera salir con ellas. A mi médico de cabecera le puse al día
aportando el informe de la doctora de urgencias del hospital. A algunas
personas les costó entender la magnitud de los hechos. "¿Quién no tiene
momentos complejos en el trabajo?", solían expresar. Y aunque razón no
les faltaba, mi experiencia pasaba el límite de los momentos puntuales
para ser una manipulación constante hacia mi persona. Mi médico
también mostró un poco de escepticismo: “En cualquier caso, plantéate
hacer deporte y dieta para adelgazar”. Por lo menos me derivó a la
unidad de salud mental aunque, debido a las largas esperas para ser
citada, me decanté por la atención privada.
Volví a terapia y comencé con una fisioterapeuta. También me apunté a
baile y yoga. Tuve que estar de baja un mes tras otro episodio de
difamaciones hacia mi persona. Decidí no volver a repetir los errores de mi
anterior experiencia laboral. En aquella ocasión, conseguí ciertos logros al
acudir a Recursos Humanos, pero con el tiempo acabé marchándome sin
ningún tipo de retribución económica. No podía permanecer en un
espacio donde no sentía la cultura laboral de la empresa en sintonía con
mis valores.
Un conocido me ayudó a emprender el camino hacia la ruptura total con la
situación que se estaba quedando con mi salud. Con el asesoramiento de
su abogado, conseguí un acuerdo más que aceptable con la empresa para
que se produjera mi salida. No me atreví a denunciar. Demasiado malestar
me corroía por dentro.
El síndrome post traumático sigue conmigo desde entonces. Las bombas
de los recuerdos estallan a veces. Se han despertado viejos fantasmas y se
han añadido los nuevos. Los momentos de desconcierto, desconfianza, las
frases hirientes, las tácticas de chantaje emocional vienen y me encuentro
volviendo al lloro, a la ansiedad, a la tristeza. ¿Sabéis ese momento en la
película de animación "Ratatouille" cuando el crítico prueba el plato y
puede transportarse a su infancia y los guisos de su madre? Pues algo así
me ocurre cuando se dispara mi mente. Necesito tiempo. Estar
acompañada, entender, aceptar, perdonarme (porque no tuve culpa), sacar
la rabia y seguir.
Parece que a las gordas solo nos pueden enfermar los kilos.
___________________________________________________________________________
Nerea tiene 20 años y está buena. Lo sabe y se regodea ante las personas
que considera poco atractivas. Prácticamente la preocupación por su
cuerpo es lo que ocupa todo su día. Las dietas milagro a las que recurre, los
batidos, el gimnasio, las calorías que cuenta, los sujetadores con relleno
para hacer su figura más curvilínea, las revistas que lee o las actrices que le
gustan, todo, absolutamente todo, hace referencia al cuerpo perfecto.
Lleva un mes trabajando en una tienda de moda vaquera a las afueras de
su barrio. Un lugar de peregrinaje para toda la gente de la ciudad que
acude a comprar buenas prendas a precios económicos. Su madre le dijo
que ya no le iba a costear más los tintes ni los cosméticos: “Si no estudias, a
trabajar”. Y eso hizo. Le gusta la moda pero la tienda no es precisamente
su trabajo ideal.
A menudo tiene que soportar largas colas de personas indecisas que se
prueban dos millones de pantalones, chaquetas y/o faldas vaqueras para
acabar reconociendo que se lo tienen que pensar. Mientras dobla y cuelga
ropa, maldice a todas ellas para sus adentros, especialmente si es sábado y
quiere salir a tiempo para estar con sus amigas en el parque.
Hoy Nerea se mira en un espejo de cuerpo entero que tienen en la tienda.
Se pregunta si realmente tiene los glúteos del tamaño idóneo mientras
pega pequeños tirones al recién estrenado piercing ombliguero.
Por la puerta una madre y su criatura avanzan buscando el vaquero
idóneo. La mujer gruesa, de baja estatura, pelo negro intenso y una
elegancia que la precariedad no quita, busca que la prenda no se rompa
con el primer culazo contra el suelo. La criatura, también gruesa, con una
cola de caballo y múltiples ganchos en el pelo, busca una prenda que
muestre un estilo gamberro y despreocupado. A fin de cuentas, ya no se
siente ninguna niña pequeña.
Nerea se acerca y finge una amabilidad muy mal fingida. El: “¿En qué
puedo ayudarles?” es, quizás, la pregunta más falsa que ha pronunciado
en las últimas 48 horas. La madre verbaliza sus intenciones y la criatura
aclara algunos puntos para acabar con la explicación. Nerea comienza a
buscar vaqueros como si fuera a llegar el fin del mundo.
En los probadores la señora destapa cada dos por tres a su hija al grito de:
“¡Ana si no hay casi nadie! ¡Todas tenemos lo mismo!”. La muchacha
protesta de manera totalmente justificada.
- Es un poco grandota y nos cuesta encontrar ropa.
Confiesa la señora a Nerea. La dependienta no entiende aquella confesión.
¿A caso no ha sabido esa madre nutrir bien a su hija sin hincharla a bollos?
Nerea tiene que contenerse para no mostrar una cara de desaprobación.
Las prendas van llegando al probador. Un pantalón vaquero negro, uno
azul, algunos con estampados, otros con parches, de campana y, casi
todos, altos de cintura y rectos de camal, como marca la moda noventera.
Los vaqueros van desfilando sin mucho éxito ante la frustración de la
incipiente adolescente que comienza a mostrar el temor de irse con las
manos vacías.
Nerea mira la hora y hace la cuenta de la vieja para saber cuánto le falta
para salir de la soporífera tienda. La madre sigue pidiendo tallas.
- ¡Es que no entiendo porque no hacen tallas más grandes!
- Nadie tiene culpa de que su hija no tenga cuerpo de niña. ¡Vayanse
a la sección de señoras!- dice Nerea desairadamente.
La mujer abre los ojos y aprieta los labios para no decirle a Nerea del mal
que se tiene que morir. La niña, medio petrificada, contiene la rabia y el
enfado en su redonda cara sonrojada.
- ¿Cómo te atreves a decirnos eso?
Nerea desea preguntarle cómo se atreve ella a estar gorda y criar a una
niña gorda, pero entonces se acuerda que tiene que pagar unos pintauñas
y unas gafas de sol de marca que ya ha encargado.
- Señora, le he dicho la pura verdad. Deben marcharse a la sección
de mujeres mayores.
No es que el tono de Nerea sea el más conciliador ni comprensivo, pero ella
considera que ha estado bastante diplomática. La madre sigue con los ojos
abiertos y se muestra inquieta.
- Mamá, no quiero ropa de señora, no me gusta. Vámonos, no quiero
que nadie nos mire.
La criatura tiene los ojos vidriosos. Agacha la cabeza, no quiere mirar a
Nerea ni a la gente que hay cerca. Quiere salir de allí como el
Correcaminos. Ya no piensa en vaqueros bonitos que muestren su
personalidad. Siente que esos vaqueros no existen. Al menos no existen
para ella. En alguna otra galaxia quizá sí, pero no ahí, en ese punto del
planeta Tierra, en un pequeño barrio de Valencia. Las niñas gordas no
merecen ropas bonitas, merecen ser identificadas como auténticas
señoras, expulsadas de su infancia y de su adolescencia.
Nerea no mira a Ana. Con toda probabilidad si la mirase se sentiría fatal, y
tendría ganas hasta de tener un gesto empático con la criatura. Ella solo
quiere que su jornada acabe y poder irse al parque tranquilamente.
La mujer divaga sobre la idea de poner una queja, pero los nervios pueden
con ella. Amenaza con volver otro día para hablar en persona con el
encargado. Asegura que no comprará nunca más en esa tienda y que le
hará mala publicidad para que toda la vecindad del pueblo deje de ir. La
mujer se tomará su pequeña venganza personal en un acto de boicot
contra la injusticia que su hija y ella acaban de experimentar. Ana estira del
brazo de su madre. Posiblemente sea el sábado más molesto de su corta
vida. Nerea dice en voz baja: “Como usted vea”, emite un pequeño soplido
y pide a una compañera que la releve para fumarse un cigarro.
Una moto irrumpe su mini descanso en la parte trasera de la tienda. Su
amiga Sandra le saluda.
- ¿Qué haces tú aquí? Todavía me queda media hora para terminar.
- Pues nada tia, que te tenía que contar una cosa y así, ya de paso, te
recojo y vamos juntas al parque.
- ¿Qué cosa?
- El imbécil de Josete- Josete no es un amigo de Nerea. Tampoco es
un novio de Nerea. Se puede decir que es un "medio algo" con el que
se magrea algunas veces.
- ¿Qué le pasa?
- Lleva desde anoche diciendo que eres una cerda y que para tia
buena Belén- Belén es morena, alta, delgada y para Nerea tiene el
culo perfecto, aunque jamás lo va a reconocer delante de nadie.
- ¿Perdona? ¿Me estás vacilando…?
- No, no, tía. Es un cabrón y ella una puta.
- ¡Esta noche se va a enterar! ¿Yo una cerda y esa una tia buena? ¡Y
una puta mierda! ¡No sabe con quién está jugando! ¿Qué pasa, que
yo no valgo nada?
- Dice que pasa de ti, que eres una estrecha aunque vayas de guarra
y que tampoco estás tan buena.
El humo del cigarro no es lo único que sale de la boca de Nerea. La rabia y
el enfado se agolpan en su cerebro pero solo puede pronunciar torpes e
infantiles insultos. A ella también le han mandado a la sección de señoras.
*Aclaración→ Ser una señora no tiene nada de malo, de hecho yo lo encuentro liberador.
Esas mujeres que ya están de vuelta de todo, las heroínas reales de nuestros tiempos.
Invisibilizadas constantemente, son muestra de saberes y de historias que deben ser
contadas, de sororidad y de resiliencia. Ser una señora es algo que a mis 36 años siento
conmigo y que gozo. Simplemente relato un momento que muchas personas gordas
hemos vivido al ir a comprar ropa: encontrarnos con prendas que no concuerdan con
nuestra edad y/o gusto personal pero que adquirimos porque al menos nos vienen.
También es importante decir que ser una señora, o un señor, no exime a las tiendas de
crear ropas diferentes y por qué no, alegres. Por suerte, esto está cambiando. En el último
momento del relato, quiero recordar que a todas las personas nos pueden humillar y
juzgar injustamente y que nunca es plato de buen gusto. Me parece evidente lo que
quiero expresar, pero no quería dejar pasar por alto que ser una señora no es indigno ni
negativo ni nada por el estilo. No desearía reforzar el estigma contra la vejez, y menos
contra las mujeres.
___________________________________________________________________________
Hoy me dispongo a comer lentejas caseras de las que hace mi madre. Miro
el tupper con ganas de hincarle el diente y mojar trozos de pan. Vanessa y
Mercedes no han dejado de beber té sin azúcar toda la mañana para
"llenarse". Este es mi segundo empleo. Llevo trabajando para la misma
empresa que Vanessa y Mercedes tres años, pero solo el último en la
misma oficina y sector, lo que nos hace tener un contacto directo cada día.
Ambas dedican un porcentaje altísimo de horas a hablar de michelines,
estrías, cremas y gordura. Da igual que las dos sean delgadas y tengan
cuerpos considerablemente normativos, viven con tanto miedo la
posibilidad de engordar, que cada dos por tres inician una dieta nueva de
pérdida de peso.
Sus tuppers son idénticos esta vez ya que han iniciado la misma rutina
alimentaria: un tomate partido y una pechuga de pollo a la plancha
sumado a la ingesta de cantidades industriales de agua mineral.
Vanessa huele las lentejas calentándose en el microondas de la oficina y
recuerda los momentos donde se permitía comer pan y mojar en las salsas
y los platos de cuchara. Mercedes le recuerda que todo eso se va a las
caderas: "Para estar guapa hay que sufrir".
Es increíble cómo la sociedad se engaña hablando de salud cuando todo el
tiempo se persigue una apariencia que se considere atractiva a los ojos de
los demás. Vanessa y Mercedes jamás hablan de salud, hablan de los
vestidos que se pueden poner, los piropos que reciben y de si se parecen a
la famosa de turno.
Mi relación con ambas es cordial. Un tanto más cercana con Vanessa, a
quién no solo considero mejor compañera, si no también mejor persona.
Mercedes suele lanzar frases hirientes cuando se siente amenazada o
simplemente cuando sus prejuicios le nublan la vista.
Hace un tiempo que vengo percibiendo en ella cierta intolerancia hacia la
gente gorda, que se ha incrementado progresivamente con frases y
miradas desafortunadas hacia mi persona. Vanessa no me defiende a capa
y espada pero me dedica alguna mueca de comprensión o me dice que no
le haga caso. A menudo, muestra una personalidad voluble capaz de todo
por encajar. Es consciente que Mercedes es la más normativa
corporalmente de las dos y eso parece hacerle sentir inferior, a juzgar por
sus comentarios. Ambas son compañeras desde hace muchos más años y
tienen una amistad algo disfuncional.
Hace unos meses la empresa celebró una cena por las buenas ventas del
último semestre. No soy muy dada a estos eventos, me gusta que el
trabajo sea eso y se separe de la vida personal. En mi primer trabajo,
intimar con cierta gente me perjudicó, bien porque luego mi vida se usó
en mi contra, bien porque tuve algún desafortunado amante. En ninguna
de las dos situaciones fue agradable cruzarse diariamente con quién me
hacía sentir retortijones en el estómago.
Vanessa y Mercedes querían acudir a la fiesta. Mercedes tenía ganas de
emborracharse e intentar enrollarse con algún compañero. Vanessa no
manifestaba las mismas ganas pero al menos el evento le serviría de
excusa para comprarse un vestido nuevo. En el momento que nos llegó la
invitación, yo sentí una pereza enorme.
Siempre me debato entre la idea de salir de casa y exponerme a
situaciones sociales o la de quedarme viendo alguna serie de los ochenta
en bata y rodeada de mis tres gatos. ¿Y si no voy y me pierdo algo bueno?
¿Y si voy y no estoy bien? ¿Y si me quedo en casa y me arrepiento? ¿No será
un mal gesto para la empresa? ¿Y si pongo una excusa? Al final decidí ir,
podía escuchar el discurso de turno, tomar un par de copas de vino blanco
y volver a casa relativamente pronto.
Ahora venía la siguiente duda; qué ponerse. Encontrar ropa que me gusta
es una misión, una situación que me tensa, un viaje hacia la frustración.
Además desconozco el protocolo de los eventos profesionales y/o sociales y
siempre acabo buscando el asesoramiento de alguien. Me cuesta saber
qué ropa es la más correcta y no me siento nada cómoda con los modelitos
de oficina. La mayoría del tiempo visto de mercadillo y no le dedico mucho
a la estética. Lejos estoy de ser una "chica in" y mucho menos de algo
similar a una "influencer".
Por supuesto, tengo mis preferencias y hasta cierta gracia. Los estilos más
alternativos, por decirlo de alguna forma, son los que encajan con mi
personalidad. Tampoco me gusta sentir que llevo un disfraz y que tengo
que ponerme todos los complementos de "Barbie Hippy". Soy más dada a
la espontaneidad y a lo funcional.
Finalmente decidí salir de mi zona de confort, al menos en una parte. Me
puse una falda larga con estampados florales, de acuerdo a mi estilo
habitual, y unos zapatos sin apenas tacón. El riesgo lo volqué en un body
negro escotado que, aunque no era exagerado, no era lo que yo solía vestir.
Vanessa y Mercedes lucían vestidos ceñidos sobre la rodilla, medias,
tacones y unas chaquetas que les daban aspecto de ejecutivas. Llegué a
pensar que habían coordinado su atuendo. Realmente se les veía atractivas
con sus melenas sueltas.
Durante la noche todo transcurrió tranquilamente y no me sentía
demasiado fuera de lugar. En algunas ocasiones, Mercedes perseguía a
gente a la que hacerle la pelota y Vanessa iba detrás. Entonces yo me
quedaba en alguna esquina bebiendo una copa.
Comencé a hablar con una compañera y un compañero de otro sector de
la empresa con los que me cruzaba cuando había reuniones o íbamos a
por café. Nos habían trasladado a un local reservado donde un DJ
pinchaba a esas horas música. Comencé a bailar tímidamente con ambos
pero pronto me sentí bastante cómoda. Poco a poco mi timidez se fue
desvaneciendo y pude bailar con mayor libertad.
Entonces Mercedes y Vanessa hicieron su aparición de nuevo y se sumaron
a los bailes. Mercedes se me quedó mirando y sonriendo. Reclamó
entonces la atención del grupo, indicando, con gestos, que juntáramos las
cabezas para poder oírla bien.
- La verdad es que admiro a Ana. ¡Se le ve tan bien consigo misma!
Nadie entendía nada a juzgar por sus caras y la mía, desde luego, tuvo que
ser de interrogante absoluto.
- Ya sabéis. A pesar de su aspecto físico, ¡la veo tan feliz!
Vanessa me miró. Su expresión era de incomodidad pero no dijo nada. Las
otras dos personas actuaron según los mandatos de género: él sonrió ante
la frase y pegó un trago de su copa, ella me miró buscando complicidad.
En ese preciso momento, y a pesar de que sentía que algo no había sido
correcto, solo intenté ignorar el comentario y seguir bailando. Me
concentré todo lo que pude en el tema que sonaba, tarareando y mirando
a mi alrededor, en un intento de no cruzarme con los ojos de Mercedes.
Su rechazo hacia mi persona no ha quedado ahí. Se ha seguido
manifestando en comentarios y preguntas, aparentemente inofensivas,
pero que tanto por su tono como por su reiteración, me afectan. Desde: "Se
te vería más guapa delgada" pasando por: "¿No te preocupa el peso?"
hasta: "¡No te privas de nada!", si me ve comer un dulce. Está claro que
Mercedes no soporta la gordura y no puede comprender que yo sea gorda
y no haga nada por cambiar.
Hace ya unas cuantas semanas nos cruzamos en la zona del café con el
compañero y la compañera con quiénes habíamos estado en la fiesta.
Comenzamos a hablar de banalidades y de una canción que está de moda.
Vanessa y Mercedes se pusieron a cantar y bailar cogiéndose por la cintura.
Mercedes se giró hacia mí. Yo hice un gesto de acercamiento para seguir el
momento divertido y bailar con ella.
- ¡A ti no sé si te puedo coger por la cintura! ¡No sé si me darán los
brazos!
No puedo describir lo humillada que me sentí. Simplemente algo dentro
de mi hizo "crack". Un dolor en el pecho y en la cabeza y un sofoco
recorrían todo mi cuerpo.
- No me cojas, en serio, no me toques.
Vanessa intervino.
- ¡Anda Ana, baila conmigo!
No puedo comprender la cobardía de Vanessa. Esa estúpida manía de
relativizar toda broma a mi costa a pesar de verme herida. Rechacé su
oferta y salí de allí. No recuerdo ni siquiera cómo estaban las otras dos
personas, qué hicieron o si se sorprendieron. Tenía que huir. Meterme en el
baño o salir a que me diera el aire.
El chiste constante con la molestia de tenerme cerca o tener que tocarme.
El chiste constante con lo que como o no como. El chiste con una felicidad
injusta que no puede darse en un cuerpo podrido como el mío. Mercedes
me quiere amargada como ella. Bebiendo té, pesándome todo el rato,
viviendo a través de cada tío que valora mi cuerpo, porque al parecer no
hay otra forma de ser.
Por exagerado que parezca, tuve un ataque de ansiedad. Una compañera
me vio hiperventilando en el baño con la sensación de tener el brazo
izquierdo dormido. Mi coordinador propuso llamar a la ambulancia pero
decidí ir en taxi al médico. Me preguntó si había ocurrido algo que me
hiciera estar agitada. Me limité a responder que estaba bien.
Al día siguiente Vanessa me dio un abrazo fuerte y quiso hablar conmigo
en privado. Intentó convencerme de la bondad de Mercedes, de sus
problemas personales y su manera nefasta de proyectarlos en mi. Le
solicité aplazar la conversación. En esos momentos mi mente estaba
nublada. Seguía medio grogui por la medicación recetada.
Mercedes se limitó a darme un abrazo, me preguntó por mi estado de
salud y, con una voz que me parecía teatralizada (igual solo es que ya no
me creo nada de ella), me dijo que había sido una broma.
Hoy hemos ido a comer fuera de la oficina. La verdad es que yo no tengo
muchas ganas, pero quiero confiar en que todo se va a calmar. Mercedes
se cansará y simplemente todo será historia. Se centrará en sus clases de
spinning, sus ligues y sus batidos, y yo seré historia.
Hace un día estupendo, de un sol radiante pero para nada molesto.
Aprovechamos para sentarnos en la terraza de un restaurante próximo al
trabajo, donde ya nos conocen. Ocupamos una mesa de cuatro plazas.
Vanessa y Mercedes se sientan una al lado de la otra. Yo enfrente, cara a
cara con Mercedes.
- ¡Ays Ana! ¡Me tapas todo el sol! Pero es que chica, ocupas como dos
o tres veces yo.
Me marcho al baño, lloro y llamo por teléfono a una amiga. No sé qué
hacer. Obviamente no quiero comer con ellas. Tampoco quiero trabajar
con Mercedes pero no puedo irme sin acabar mi jornada. Mi amiga me
escucha hasta que la emoción baja. Me dedica palabras de consuelo y
acompañamiento.
Salgo del baño y les digo que me voy. Vanessa hace un intento por
detenerme. Mercedes con una sonrisa, que yo percibo cruel, repite el
argumento ridículo de siempre.
- Son comentarios sin importancia. Y además no sé porqué te
enfadas, es la verdad.
Quiero decirle que es idiota, mala persona, una cabrona, que se vaya a la
mierda y hasta partirle la cara, pero solo me sale: "Es muy fuerte que no
veas el daño que me haces". Regreso a la oficina para hacer mis horas y,
con suerte, acabar antes. Cuando ellas regresan, me limito a resolver
algunas dudas y a coordinarme con Vanessa. El ambiente es tenso,
horrible, pero al menos todas mantenemos el pacto no hablado de no
volver a sacar el tema, ni hablar de peso, dietas o semejantes durante el
día.
La verdad es que ya no quiero trabajar con Mercedes y en realidad
tampoco con Vanessa. Aún sabiendo que no es ni mucho menos mala
persona, su incapacidad para estar de mi lado me está hiriendo.
Seguramente, ella tiene sus fantasmas, y dentro de esa amistad
disfuncional, algo la mantiene al lado de Mercedes. Pero yo ya estoy harta
de estar con ellas, en ese espacio violento e inseguro para mí.
Hoy he solicitado una cita con la responsable de Recursos Humanos. Por
suerte tiene muy clara la perspectiva de género y la teoría feminista, lo que
sin duda alguna es bueno para que yo pueda sincerarme. Aunque
normalmente tarda al menos una semana en atender al personal, para
poder cuadrar su agenda, me ha avisado a última hora de la tarde, en un
hueco que se le ha quedado libre.
Me escucha y no se posiciona de mi lado pero valida mis emociones, lo
cual ya supone un alivio. Su ética profesional y su bagaje contra el acoso
hacia las mujeres, le hace darme algunas pistas de lo que puedo hacer.
Necesito "algo" que demuestre la veracidad de mi versión: testigos,
conversaciones grabadas, whatssaps… Si eso está pasando, tengo que
presentar un relato sólido a base de fechas y hechos. Salgo de allí algo más
centrada. Me quedo con la duda de saber si me hubiera dado toda esta
información de haber sido Mercedes un cargo superior y/o un hombre.
Quiero confiar en que sí pero las jerarquías suelen mandar (y los hombres
también).
Al salir de allí tengo claro que no voy a involucrar a Vanessa y tampoco a la
gente de la fiesta. Me voy a limitar a grabar conversaciones, llamadas de
teléfono, pantallazos del móvil y a hacer un diario lo más fiel posible con lo
que ocurre.
A base de recopilar información y de mantener, con mucho esfuerzo, un
perfil bajo frente a Vanessa y Mercedes, he generado una carpeta de
pruebas sin levantar alguna sospecha. Mi psicóloga también me ha
redactado un informe donde relata el malestar que me producen los
comentarios negativos sobre mi aspecto físico.
A los cuatro meses regreso a Recursos Humanos con todo lo que se me
pidió. Adjunto también un artículo sobre discriminación por cuestión de
aspecto físico de una conocida ONG estatal. Tras varias reuniones, a la
empresa no le queda más remedio que abrir una
"Investigación-Mediación". Finalmente, me cambian de puesto tal y como
yo había solicitado. Mercedes ha sido sancionada con una falta grave y
suspendida un mes de empleo y sueldo. Tiene que pedirme disculpas
(aunque ahora mismo no las acepto ni me importan) y comprometerse a
no comentar nada al respecto de mi cuerpo.
___________________________________________________________________________
El político progresista de buen parecer presenta la campaña. La salud está
por delante, el azúcar es droga. La gente aplaude y asiente con la cabeza.
Por fin alguien que se preocupa por la alimentación como Dios manda.
Los materiales trabajados por el equipo de gobierno se componen de
vídeos, folletos, libros didácticos y unos cuantos posters. Las criaturas
gordas inundan todo como síntoma de mala salud, una sociedad venida a
menos y casi desvalida.
Abre un folleto donde dos siluetas representan los malos y los buenos
alimentos: la silueta gorda contiene hamburguesas, refrescos, chocolate,
patatas fritas, gominolas. La silueta delgada contiene verdura, fruta,
legumbres, semillas, agua.
"Joder, ¡pues anda que no hay gente delgada comiendo en el McDonald's
los fines de semana!".
Las personas gordas, devoradoras de hamburguesas, tienen la culpa de
todo en el planeta. Por el contrario, las delgadas, como el apuesto
presidente, tienen las vidas perfectas en los cuerpos perfectos y la salud
inmaculada. La soja navega por sus venas junto a alguna bebida sin azúcar.
Sus análisis les aseguran 200 años de vida.
Pone el telediario. Imágenes con caras pixeladas de criaturas con
sobrepeso pasan una tras otra. Le parece violencia contra la infancia.
Subidas a básculas, los opinólogos les califican de epidemia. Las epidemias
deben ser atajadas. Estas criaturas no deben ir así por el mundo. La gente
sigue aplaudiendo estas afirmaciones desde diferentes redes sociales. Al
parecer, estas medidas son esenciales para la subsistencia de la especie.
Se recuerda así misma corriendo y jugando felizmente, ocupando espacios,
disfrutando de la vida. Cuando mira las fotos no se observa tan gorda como
todo el mundo quería hacerle ver a su madre. Quizá con un ligero
sobrepeso pero en ningún caso con problemáticas graves de salud. Muy al
contrario, era una niña muy sana, que si bien disfrutaba de comer (y a
veces comía más que otras niñas, es cierto), era feliz devorando fruta,
verdura, legumbres y no solo bollos de chocolate (que sí, también los
comía).
Un puñado de personas empezaron a señalarla, atreviéndose a dar
consejos a su madre, quién con toda probabilidad sentía sobre sus
hombros la culpa de no hacer las cosas mejor. Porque ya se sabe, todas las
mujeres que se salen del patrón establecido son malas madres para la
sociedad. Por alguna razón, que ella no alcanzaba a entender, comenzó a
notar que algo tenía que estar mal en ella.
Siguió feliz, atrevida y sonriente mientras iban apareciendo los primeros
"gordas", los motes y las primeras risas. El profesor de gimnasia a menudo
bromeaba con que "le pesaba el culo", lo que provocaba sonoras
carcajadas entre sus compañeros y compañeras. Le gustaba moverse pero
le molestaba que lo importante fuera ser la persona que más corre, la
persona que más goles marca, la persona que hace más flexiones. La
mayoría de ejercicios le parecían totalmente aburridos. También le
horrorizaba tener que exponer cada uno de los ejercicios ante un público
cruel dispuesto a burlarse de ella. ¿Nadie se percataba de que no era un
espacio seguro para todos los cuerpos?
La gente alarmaba a su madre sobre su peso. El futuro iba a ser muy
terrible para una gorda como ella, enfermedades, soledad y ropa fea. Su
cuerpo merecía una reparación inmediata. Sus compañeras habían oído a
sus familiares hablar de dietas y de lo malo de la gordura. Eso legitimaba
cualquier comentario, viniera de quién viniera y de la forma que viniera,
hacia su persona.
Preocupada, su madre le llevó al médico quién no dudó en aconsejarle un
nutricionista. Comenzó así su primera dieta para adelgazar. Tenía 10 años.
Restringieron todas sus comidas, algunos alimentos pasaron a estar
prohibidos y respetar los horarios era fundamental. Su madre vigilaba todo
cada día, pero también su padre y su hermana mayor. A menudo se sentía
mal, juzgada, poco escuchada. Al inicio la dieta le pareció insufrible. "Es
normal, te tienes que esforzar", le decía el profesional.
A partir de aquí ya nada fue igual. Aunque perdió mucho peso en poco
tiempo, gracias a una dieta de esas consideradas "milagro", al año volvió a
engordar. Esta vez pesaba mucho más. Las burlas se incrementaron con el
consiguiente sentimiento de fracaso. A los chistes antiguos se sumaron los
nuevos sobre la gorda que pasó a ser ex gorda y volvió siendo gordísima.
Dejó de sonreír tanto. Dejó de vestir como le gustaba. Dejó de ocupar
espacios del mismo modo que antes. Seguía siendo vivaracha, divertida y
sensible, pero no era lo mismo. Se aislaba más. Dejó de hacer actividades
que antes le gustaban por diversos miedos. La gente decía que era lo
normal. Poco a poco la adolescencia iba llegando y con ella, los complejos y
las dudas.
Inició así un viaje de dietas, ejercicios y médicos que le llevó a probar de
todo para adelgazar a lo largo de su vida. Cada vez que probaba algún
nuevo método, y aunque pudiera funcionar temporalmente, volvía a
engordar mucho más. Su cuerpo era totalmente un boomerang. Se
estiraba, se encogía, se estiraba, se encogía. Iba y volvía sin parar, sin
equilibrio, sin estabilidad. Los comentarios y las miradas con mejor o peor
intención no le ayudaron en absoluto. A veces simplemente no quería ser
cuerpo. A veces se ponía ropa extra larga en pleno verano pasando calor.
Mira nuevamente los folletos que simplifican la experiencia gorda infantil.
Le parece preocupante y cree que desvía el debate real sobre la
alimentación y los hábitos de la ciudadanía. Hubiera estado bien que el
delgado presidente, y su grupo de personas expertas asesoras (supone que
todas igual de delgadas), hubieran apostado por un mensaje al margen de
tamaños y formas corporales.
Ella sigue haciéndose preguntas.
¿Nadie va a hablar de una educación física masculinizante y cruel con la
gente diferente? ¿Nadie va a hablar del acoso escolar por el peso? ¿Nadie
va a mencionar que estos materiales, tan modernos y progresistas, anulan
todas esas experiencias horribles que viven los cuerpos gordos en la
infancia? ¿Nadie va a dar una visión diferente sobre estos mensajes de
prohibición de alimentos? ¿Es todo culpa del azúcar? ¿Es en sí el azúcar
bueno o malo?
¿Acaso es el azúcar patrimonio de la gente gorda? ¿Qué hay de todos
aquellos compañeros y compañeras de escuela que teniendo cuerpos
delgados almorzaban cada día bollería industrial? ¿Qué hay de aquel
compañero gordo que llevaba bocadillos de pan integral con hortalizas y
quesos varios, alternando con piezas de frutas y trozos de pizzas caseras?
No quiere seguir leyendo la notícia por las redes sociales. Se le sube la bilis.
Le vienen a la memoria unos cuantos casos de adolescentes que se han
suicidado en su país por culpa del acoso hacia sus cuerpos gordos. A veces,
ni siquiera eran cuerpos gordos- en un sentido exagerado-, simplemente
estaban un poco por encima del IMC. Hasta ahí llega la presión estética.
"Los gordófobos de mierda ya tienen más motivos para tenernos asco
gracias al aval del gobierno. En fin".
___________________________________________________________________________
"Final de curso" es la serie más popular del momento. Destinada a un
público adolescente, transcurre en un colegio y sus protagonistas cubren
las carpetas de medio país. Los personajes son algunos de los estereotipos
propios de otras producciones culturales similares.
Ricky es un rebelde, misterioso y atractivo. Cata es sensual, arrogante y
también atractiva. Durante buena parte de las temporadas, protagonizan
un romance de idas y venidas con una cantidad importante de toxicidad
disfrazada de "lo más bonito que le podría pasar a cualquiera por amor".
Rosa es la idealista, reivindicativa y reaccionaria. Fele es el chico gay,
confidente y bondadoso. Duna es la chica tímida, con menos experiencia
en temas amorosos. Los tres forman una amistad de las más estrechas de
la serie.
Roberto es el típico acosador, con un buen físico, dispuesto a todo para
conseguir sus objetivos. Suele ir con Ricky y Marcos. Cata es su amor
platónico.
Pablo no solo es atractivo sino que también es inteligente y un chico muy
maduro para su edad. Andrea es estudiosa y un poco borde. Su familia
tiene problemas económicos y los ayuda en todo lo que puede en su
pequeño negocio familiar. Ambos se conocen del barrio y se apoyan en
clase.
Marcos es gracioso, atractivo y un poco veleta. Ríe algunas bromas pesadas
de los gamberros de turno pero a la vez suele frenar y mostrar sensibilidad
en situaciones de gran conflicto.
Pedro es un chico considerado poco atractivo, friki y en general, solitario.
Durante la serie recibe acoso pero también va generando lazos de amistad
con los que no contaba.
El profesorado lo forman también un buen puñado de estereotipos: la
enrollada, el carca, la crítica con la sociedad, el aburrido, la nueva, la
autoritaria, la directora con mucha paciencia y el subdirector con el que
hace un buen equipo (y quizá algo más).
Ana no deja ni un hueco libre en las paredes de su habitación. Los pósters
inundan su alrededor. Su madre intenta sin ningún éxito que deje de
colgar la cara de todas esas actrices y actores por todas partes. No le
parece bien que use celo, ni chinchetas, y le encantaría que las paredes, de
un tono azul celeste claro, estuvieran vestidas con un par de cuadros de
perritos metidos en tazas. Pero se ha dado por vencida. Su hija se ha
convertido en una fan. Una fan con toda la equipación de fan al completo:
camiseta, sudadera, pulsera, collar, cromos, el cassette con las canciones y
la sintonía de "Final de curso" y unos cuantos parches para la ropa.
En la segunda temporada un nuevo personaje promete ser el reflejo con el
que muchas adolescentes se van a sentir identificadas: Victoria es una
chica gorda que ha sufrido acoso escolar y un problema de atracones. Ana
está expectante. Por fin un personaje no delgado, una chica que no liga,
que le cuesta acercarse a los chicos.
Pero este nuevo personaje le resulta algo diferente. Victoria es preciosa y
viste muy moderna. Ana la mira y se mira. No entiende nada. ¿Es esta la
gorda de la serie? Victoria tiene la cara redonda y puede ser seis o siete
kilos más grande que sus compañeras, pero no ve en ella ni rastro de
gordura por ningún lado.
A pesar de esto, Ana se engancha al personaje de Victoria, a sus complejos,
a su no encajar, a su forma patosa de relacionarse con los chicos que le
gustan. A veces le irrita que sea tan buena, que lo soporte todo. ¿Dónde
está su historia propia?
Ha comprado "Todo Pop". Deja la revista abierta en la mesa de la cocina
mientras se prepara la merienda. Su madre entra y aprovecha para ojear la
revista.
- ¿Esta es la chica nueva de la serie?
- Sí, es Victoria.
- "Victoria es la gordita de clase, oculta su cuerpo y nunca ha estado
con un chico"- lee su madre- Pero, ¿cómo gordita?
- Ya, yo tampoco veo en ella nada gordo...
- Si es que esta chica está lejos de ser gorda, ¿cómo pueden decir
esta mentira? ¿acaso no hay actrices gordas para el papel? ¡Así solo
van a hacer que más jóvenes se acomplejen!
Cuelga un póster de Victoria tras su puerta. Lleva el pelo rubio rizado, tiene
una melena espectacular. Sonríe y se ven unos dientes blancos y
perfectamente rectos. Sus labios son gruesos, sus ojos grandes y azules.
Viste una camiseta ceñida y un vaquero acampanado con un cinturón de
un color llamativo. También lleva unas botas de plataforma blancas y unos
pendientes de aro grandes. Apenas se percibe una diminuta barriga en ese
cuerpo catalogado como gordo.
Ana mira el póster de Victoria y luego mira su reflejo en el espejo. Su pelo:
recogido en una coleta. Sus ojos: castaños, pequeños y con gafas. Sus
labios: normales. Sus dientes: algunos torcidos. Su ropa: intenta ir ancha
por los complejos con su barriga, una barriga que sí se nota y que a
menudo no cabe en la ropa que le gustaría. No se considera así misma fea,
pero desde luego no es tan bella como Victoria.
Durante la temporada, todo el mundo hace bromas con Victoria de una
forma u otra. La foca, la vaca, la ballena son los insultos más frecuentes
(¿qué inesperado, eh?). Es acosada por Roberto y, en otra media, por Ricky
y, aunque todo el mundo lo ve, nadie parece darle realmente importancia.
Incluso algunos miembros del profesorado se permiten hacerle
comentarios condescendientes sobre su peso o soltar una gracia cuando
está comiendo.
Victoria no tiene ni un solo grupo sólido de amistades. Persigue a
compañeras y compañeros en un intento de integrarse y sentirse
aceptada, ofreciendo apoyo y comprensión a coste cero. Ni tan solo Rosa,
Fele y Duna, que a priori sería el grupo que la podría acoger, forman parte
cotidiana de la vida de Victoria, y con Pedro solo intercambia unos cuantos
diálogos sobre el acoso y la soledad que experimentan.
Ana tiene amigas y amigos y, aunque no forman el grupo más popular del
colegio, no necesita ir mendigando amor. Siente de sobra el afecto. Las
veces que ha recibido burlas siempre ha encontrado en alguien consuelo y
apoyo. Aunque es verdad que la insultan con frecuencia y que sufre por
ello, su grupo la defiende e incluso se enfrenta a los agresores. Entre el
profesorado ha visto de todo: desde quiénes no le dan importancia y
apenas se involucran, pasando por los que le piden paciencia (¿paciencia?),
hasta los que muestran preocupación por ella e intentan solucionar la
problemática.
En "Final de curso" Victoria vive un romance con Marcos. Marcos el
gracioso. Marcos el veleta. Marcos el atractivo. Marcos el popular. ¡Marcos el
que la oculta casi todo el tiempo! Y es que Marcos no está dispuesto a que
el colegio sepa que le gusta una gorda, que se besa con ella y hasta que
mantienen sexo. Durante todo el romance, él la deja constantemente, la
ridiculiza delante del resto si hace falta, y le pide perdón cuando es
consciente de que no está tratándola bien.
Ana no sabe ni lo que es besarse con alguien tímidamente. Aunque a veces
fantasea, especialmente con cantantes pop o chicos de cursos superiores,
tampoco tiene un interés mayor por los amoríos. Se siente bastante
diferente al resto para tener 14 años. No tiene prisa ni un gran despertar
sexual para ser una adolescente (al menos para lo que se supone que debe
ser una adolescente). Tiene algo de curiosidad pero piensa que está a años
luz en cuestiones sexuales. Escucha al resto hablar de enrollarse, de
tocarse, de hacerlo, pero no tiene nada que decir al respecto. No es que se
sienta mal consigo misma, simplemente no le parece su momento.
Además, le resulta muy poco probable que alguien popular se pudiera fijar
en ella.
En la temporada tres de "Final de curso", Victoria sale de la serie sin pena ni
gloria. Eso sí, en el último momento Marcos la besa delante de todo el
mundo. Ana se siente totalmente estafada. ¡Para una vez que aparece una
gorda- aunque no sea muy gorda- en una serie de máxima audiencia! ¡Y
encima casi toda la relación con Marcos está mal! ¡Y tampoco ha
protagonizado ninguna historia interesante! Ana está súper indignada.
Entonces mira el póster de Victoria y se mira a ella en el espejo. Su barriga.
La no barriga de Victoria. Su coleta. El pelo rizado de Victoria. Sus dientes.
La sonrisa perfecta de Victoria. Sus labios normales. Los labios carnosos de
Victoria. Sus gafas. Los ojos azules de Victoria. También mira las fotos con
sus amigas y amigos, las dedicatorias en las agendas. Las cartas que se
escriben cuando se enfadan y se quieren reconciliar, y el escrito que
redactaron para darle apoyo el día que recibió una burla cruel en clase de
gimnasia.
Puede que nadie haya sido el reflejo de las adolescentes gordas del país.
___________________________________________________________________________
¿Cómo pueden decir que solo hay un tipo de belleza?
(¿O qué la belleza es lo único importante?)
(¿O qué sin belleza- #asaberqueesbelleza - se acaba el cuento?)
¿Cómo pueden hacernos creer que el cuerpo solo es posible en un tallaje?
¿Cómo pueden desconectarnos de lo que somos?
¿Cómo pueden convencernos de que nos sobran michelines, que las
estrías son lo peor que nos ha pasado o que no deberíamos ser cómo
somos?
¿Cómo pueden excusarse en la salud estandarizando hasta la salud
creando un nuevo estereotipo de salud?
(¡He visto mesías hablando de Real Fooding!)
¿Cómo pueden repetirnos el discurso desde la más tierna infancia,
cuando comienzas a escuchar:
- esa ropa no es para ti,
- esa cara es demasiado redondita,
- solo si cambias te querrán,
- es tu culpa por disfrutar de los bocatas,
- las chicas bonitas tienen que ser delgadas?
Hoy miré mi cuerpo con respeto
Hoy me miré
(De mirarme de bien, de verme, de tocarme, de escucharme, de estar)
Hoy me sentí guapa
(Aunque ser guapa o fea es lo de menos)
(Aunque a veces me siento fea pero me sigo sintiendo bien conmigo
misma)
Hoy conecté los trozos
Y me recordé a mi misma:
¡Te han mentido!
¡Te han sesgado!
¡Mira hacia adelante!
¡Defiende la verdad!
¡Nos traspasan miles de realidades!
¡Somos más que una campaña publicitaria!
¡Somos más que esta hegemonía!
Mi poder es dudar
Mi poder es hacerte dudar
Mi poder está compartido con mis compañeras
___________________________________________________________________________
Ojalá mi gordura no fuera
renunciar a que te deseen.
Poder ser redonda sin culpa.
Y tener estrías
que asomen sin vergüenza.
Ojalá alguien besase los pliegues
y no ocultase su fascinación
por las caderas anchas.
Y aunque el amor por una misma
deba prevalecer ante todo,
que hermoso cuando alguien
ama aquello que te provoca
tantos miedos.
No soy una heroína,
solo una humana.
Poesía: Carmen Godino.
Ilustración: Laura Mars.
Colaboración lanzada en el IG de Laura Mars, @iamlauramars, y el de
Carmen Godino, @estriadafatactivim, el 8 de marzo de 2022.
Al día siguiente, fue publicada en @stopgordofobiaoficial.
___________________________________________________________________________
Instagram: @estriadafatactivism
Correo: estriadafatactivism85@gmail.com
Facebook: Estriadafatactivism
Website: https://enmediodeningunapa.wixsite.com/estriada
Las gordas somos discriminadas en tantos momentos que los
relatos podrían ser muchos más. Por extraño que os parezca, la
gran mayoría de lo que aquí se cuenta ha ocurrido en realidad.
Se cambian ligeramente personajes y situaciones pero las frases,
los malos gestos, el sufrimiento por la humillación y el rechazo
recibido, se han dado. Hablar del cuerpo es necesario. Hablar del
mito de la belleza, del body neutral, del body positive y del
activismo gordo. Hablar desde los márgenes para que el
feminismo despierte y trascienda la crítica a ese cajón de sastre
llamado presión estética o violencia estética. Si nos quieren
delgadas siempre es, entre otras cuestiones, porque existe
gordofobia. Así de simple. Las gordas sabemos que es eso de
que nos hagan invisibles por mucho que nuestras lorzas y culos
ocupen espacio. A menudo, nos concentramos en no molestar.
Encogemos el cuerpo y la mente, por si en algún momento, por
arte de magia, fuera a desaparecer la esfera que somos. Un
fanzine no es suficiente pero si sirve para apoyar que seamos un
poco más nosotras, ocupando lo que tengamos que ocupar, me
daré por satisfecha.

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ESFÉRICA_2022.pdf

  • 1. ESFÉRICA Un relato sobre gordofobia Carmen Godino Megía, 2022
  • 2. Gracias a Joaquín por la idea del título. Gracias a la periodista Lucía Márquez quien publicó en la web de Valencia Plaza un artículo sobre mi fanzines con fecha 23/05/2022: https://valenciaplaza.com/fanzines-contra-la-gordofobia-o-como-combatir- la-dictadura-del-peso-a-golpe-de-grapas Gracias a ti por leer esto. "Esférica" sigue al fanzine "Redonda". Espero que las historias de Ana te resuenen.
  • 3. esférico, esférica adjetivo 1-De la esfera o relacionado con este cuerpo geométrico. “superficie esférica” 2-Que tiene forma de esfera. “fruto esférico” esfera nombre femenino 1-Cuerpo geométrico limitado por una superficie curva cuyos puntos están todos a igual distancia de uno interior llamado centro. “toda sección plana de una esfera es un círculo” 2-Objeto o figura que tiene esta forma. “esfera oscular”
  • 4. Seguimos rodando. Girando por el mundo, sorteando las piedras del camino. Inseguridades, insultos, complejos, mensajes de odio. Este círculo es nuestro hogar aunque a veces renegamos de él. Este círculo, urgente que lo abracemos. Ruedo mejor cuando ruedo acompañada con más panzas subversas*. Soy porque somos. Somos y soy. Las estrías, las pieles flácidas, las torturas, las dietas, las básculas, los pechos caídos. Todo está bien siendo redonda, esférica. Todo está bien en Ana. (*Stop Gordofobia y las panzas subversas, libro de Magda Piñeyro publicado en 2016 por Zambra / Baladre).
  • 5. El año pasado me quedé enganchada de la espalda más de diez veces. Cuando ocurría de noche, me tumbaba en la cama haciendo la croqueta y me balanceaba de lado a lado. A duras penas mis dedos alcanzaban el móvil situado en la mesita. Entonces marcaba el teléfono de mi padre para pedirle que viniera a darme la vuelta como un filete de seitán en la sartén. Lo que más me aliviaba el dolor eran las inyecciones de cortisona, que solo se pueden aplicar en una cantidad "X" de ocasiones por las consecuencias nocivas que pueden tener para la salud. También me recetaron un montón de medicamentos que llegaron a parecerme gominolas. Los tomaba sin apenas notar nada. Mi médico insistía en la necesidad de hacer más ejercicio y dieta para perder peso. Una y otra vez me repetía que mi cuerpo me estaba destrozando la espalda y la cadera. La verdad es que comía más y me movía menos. Me solía sentir mal cuando, estando en su consulta, lo veía entornar los ojos sin separar casi la cara del ordenador. Parecía que la frustración se apoderaba de él. Mi madre y mi padre se sumaban a su discurso. Consideraban que debía perder peso urgentemente y temían que mi gordura me dejara secuelas físicas. A menudo ponían ejemplos dramáticos, situaciones vistas en programas amarillistas sobre personas postradas en la cama a las cuales un cirujano amenazaba constantemente con dejar sin ayuda. ¿Y si el dolor de espalda era el primer síntoma de que algo no iba bien en el cuerpo de su hija? ¿Y si la gordura les estaba dando por fin la razón sobre sus malos efectos? Durante ese calvario de dolores que se extendían por todo mi cuerpo y me producían una soberana impotencia, me topé con profesionales médicos de todas las sensibilidades y, en general, con un sistema sanitario saturado que no llega a atender debidamente a todas las personas. Donde deberían haber más manos hay tensión y mucho cansancio. Una noche, retorcida por el dolor y caminando como un PlayMobil, acudí al centro de emergencias médicas próximo a mi pueblo. A los diez minutos de ser atendida, la doctora de guardia me dijo que con mis lloros preocupaba a mi familia de manera innecesaria (mi padre estaba en la sala de espera). "Podrías contenerte un ratito", fue su frase. Ese diminutivo condescendiente me dejó aplastada contra el suelo. Sencillamente esa señora consideraba que estaba molestando.
  • 6. Pero no respondí. Tenía dolor y apenas me podía sentar, esa era mi máxima preocupación. Mientras me sorbía los mocos pronuncié con voz temblorosa: “Tengo mucho dolor”. Pensé en pedirle un justificante de reposo por 24 horas para el trabajo pero tal fue la vergüenza y culpabilidad que me causó, que me fuí de allí encorvada y grogui, dormí 3 o 4 horas y me incorporé a mi puesto como pude. Regresé varias veces a ese centro en horario nocturno. Un centro abierto para intentar descongestionar las colas y esperas del hospital más cercano pero que solía recibirme, o eso sentía yo, como si estuviera haciendo algo mal. Me repetían una y otra vez que ya tenía un médico de cabecera asignado. Y yo tenía que explicarles que el buen señor estaba al día de todo pero que los dolores persistían. En mi última visita a urgencias por el dolor corporal decidí pasar directamente por el hospital. Otra vez caminaba con dificultad: la espalda tensa, el dolor subiendo hasta la cabeza, mis brazos agarrotados. Ni tan solo me había podido poner las bragas yo sola. Tras la exploración, la doctora se quedó sorprendida. No sabía cómo podía mantenerme en pie ante las múltiples contracturas que presentaba y el dolor que sin duda estaba sufriendo. Entre otras cuestiones, sugirió que podría estar viviendo alguna situación de estrés. Me preguntó directamente si había pasado algo que me estuviera preocupando, puesto que los malestares psicológicos a menudo son causa de malestares físicos. Tímidamente le hablé del nerviosismo que hacía meses me invadía en el trabajo. Un nerviosismo que me hacía sentir inferior y totalmente cuestionada. La doctora quiso saber el por qué de esas emociones. Llorando le conté como pude que llevaba más de un año viviendo una situación que no alcanzaba a entender ni procesar: me daban labores de menor categoría, me enteraba la última de las decisiones, algunas compañeras se daban el gusto de corregirme sin tacto alguno delante de la coordinadora, se agrandaban de forma exagerada errores carentes de relevancia, me negaban situaciones que habían ocurrido e incluso se me había puesto un aviso de sanción gracias a un buen puñado de mentiras. Además, no era la primera vez que me ocurría una experiencia laboral desagradable lo que me hacía sentir doblemente culpable. La mujer vino a sentarse a mi lado mientras me daba papel para que me sonase la nariz y me secase las lágrimas. Aunque yo ya había leído algo al
  • 7. respecto, me informó más extensamente sobre el mobbing (acoso laboral). Me planteó la posibilidad de acudir a un sindicato o un abogado laborista y también la necesidad de recibir apoyo de un especialista en salud mental. - Ana, es normal que tengas la espalda así. Esa situación no es sostenible para nadie. Estás sufriendo mucho psicológicamente. También podrías pedirte una baja laboral. Lloré de nuevo al poder verbalizar mi malestar y sentir su comprensión y sensibilidad. Por fin una persona me preguntaba por mis problemas laborales y no los minimizaba con un "trabajo es trabajo", "es que no es la primera vez que te quejas de un curro", "igual eres una blanda" o un "en todos los sitios pasan cosas". Durante ese año mi ansiedad se había disparado brutalmente. Comía más y salía menos de casa. Los pensamientos negativos los intentaba resolver (y no lo conseguía) devorando bolsas de patatas fritas. La sensación de fracaso y agotamiento acababan por llevarme a dormir durante horas aunque el sueño nunca era reparador. Me sentía infravolarada, vigilada, apartada casi a cada minuto del día. Una vorágine de malestar de la que me costaba salir por culpa de la luz de gas que se estaba ejerciendo sobre mí. "Soy yo, todo lo hago mal, me lo merezco", era una afirmación que se repetía una y otra vez en mi cabeza. Un goteo constante que dejaba mi espalda en posición de huida hacia ninguna parte. Tras consultarlo conmigo la doctora de urgencias añadió en el informe: "Relata posible situación de mobbing (acoso laboral)". También me pautó dos días de reposo y la pertinente medicación. - Ana si un día tienes que denunciar o defenderte, aporta todos los informes profesionales y que en ellos se indique lo que está pasando. A partir de aquí inicié un viaje acompañada de gente de mi confianza, con quiénes me abrí y lloré a mares. A mis familiares les tuve que explicar que no era solo una dificultad propia del trabajo o que yo fuera una débil. Más concretamente a mi madre y mi padre, que mi cuerpo no era mi cárcel, que mi cárcel era un contexto laboral maltratador. A mis amistades, que no era que no quisiera salir con ellas. A mi médico de cabecera le puse al día
  • 8. aportando el informe de la doctora de urgencias del hospital. A algunas personas les costó entender la magnitud de los hechos. "¿Quién no tiene momentos complejos en el trabajo?", solían expresar. Y aunque razón no les faltaba, mi experiencia pasaba el límite de los momentos puntuales para ser una manipulación constante hacia mi persona. Mi médico también mostró un poco de escepticismo: “En cualquier caso, plantéate hacer deporte y dieta para adelgazar”. Por lo menos me derivó a la unidad de salud mental aunque, debido a las largas esperas para ser citada, me decanté por la atención privada. Volví a terapia y comencé con una fisioterapeuta. También me apunté a baile y yoga. Tuve que estar de baja un mes tras otro episodio de difamaciones hacia mi persona. Decidí no volver a repetir los errores de mi anterior experiencia laboral. En aquella ocasión, conseguí ciertos logros al acudir a Recursos Humanos, pero con el tiempo acabé marchándome sin ningún tipo de retribución económica. No podía permanecer en un espacio donde no sentía la cultura laboral de la empresa en sintonía con mis valores. Un conocido me ayudó a emprender el camino hacia la ruptura total con la situación que se estaba quedando con mi salud. Con el asesoramiento de su abogado, conseguí un acuerdo más que aceptable con la empresa para que se produjera mi salida. No me atreví a denunciar. Demasiado malestar me corroía por dentro. El síndrome post traumático sigue conmigo desde entonces. Las bombas de los recuerdos estallan a veces. Se han despertado viejos fantasmas y se han añadido los nuevos. Los momentos de desconcierto, desconfianza, las frases hirientes, las tácticas de chantaje emocional vienen y me encuentro volviendo al lloro, a la ansiedad, a la tristeza. ¿Sabéis ese momento en la película de animación "Ratatouille" cuando el crítico prueba el plato y puede transportarse a su infancia y los guisos de su madre? Pues algo así me ocurre cuando se dispara mi mente. Necesito tiempo. Estar acompañada, entender, aceptar, perdonarme (porque no tuve culpa), sacar la rabia y seguir. Parece que a las gordas solo nos pueden enfermar los kilos. ___________________________________________________________________________
  • 9. Nerea tiene 20 años y está buena. Lo sabe y se regodea ante las personas que considera poco atractivas. Prácticamente la preocupación por su cuerpo es lo que ocupa todo su día. Las dietas milagro a las que recurre, los batidos, el gimnasio, las calorías que cuenta, los sujetadores con relleno para hacer su figura más curvilínea, las revistas que lee o las actrices que le gustan, todo, absolutamente todo, hace referencia al cuerpo perfecto. Lleva un mes trabajando en una tienda de moda vaquera a las afueras de su barrio. Un lugar de peregrinaje para toda la gente de la ciudad que acude a comprar buenas prendas a precios económicos. Su madre le dijo que ya no le iba a costear más los tintes ni los cosméticos: “Si no estudias, a trabajar”. Y eso hizo. Le gusta la moda pero la tienda no es precisamente su trabajo ideal. A menudo tiene que soportar largas colas de personas indecisas que se prueban dos millones de pantalones, chaquetas y/o faldas vaqueras para acabar reconociendo que se lo tienen que pensar. Mientras dobla y cuelga ropa, maldice a todas ellas para sus adentros, especialmente si es sábado y quiere salir a tiempo para estar con sus amigas en el parque. Hoy Nerea se mira en un espejo de cuerpo entero que tienen en la tienda. Se pregunta si realmente tiene los glúteos del tamaño idóneo mientras pega pequeños tirones al recién estrenado piercing ombliguero. Por la puerta una madre y su criatura avanzan buscando el vaquero idóneo. La mujer gruesa, de baja estatura, pelo negro intenso y una elegancia que la precariedad no quita, busca que la prenda no se rompa con el primer culazo contra el suelo. La criatura, también gruesa, con una cola de caballo y múltiples ganchos en el pelo, busca una prenda que muestre un estilo gamberro y despreocupado. A fin de cuentas, ya no se siente ninguna niña pequeña. Nerea se acerca y finge una amabilidad muy mal fingida. El: “¿En qué puedo ayudarles?” es, quizás, la pregunta más falsa que ha pronunciado en las últimas 48 horas. La madre verbaliza sus intenciones y la criatura aclara algunos puntos para acabar con la explicación. Nerea comienza a buscar vaqueros como si fuera a llegar el fin del mundo.
  • 10. En los probadores la señora destapa cada dos por tres a su hija al grito de: “¡Ana si no hay casi nadie! ¡Todas tenemos lo mismo!”. La muchacha protesta de manera totalmente justificada. - Es un poco grandota y nos cuesta encontrar ropa. Confiesa la señora a Nerea. La dependienta no entiende aquella confesión. ¿A caso no ha sabido esa madre nutrir bien a su hija sin hincharla a bollos? Nerea tiene que contenerse para no mostrar una cara de desaprobación. Las prendas van llegando al probador. Un pantalón vaquero negro, uno azul, algunos con estampados, otros con parches, de campana y, casi todos, altos de cintura y rectos de camal, como marca la moda noventera. Los vaqueros van desfilando sin mucho éxito ante la frustración de la incipiente adolescente que comienza a mostrar el temor de irse con las manos vacías. Nerea mira la hora y hace la cuenta de la vieja para saber cuánto le falta para salir de la soporífera tienda. La madre sigue pidiendo tallas. - ¡Es que no entiendo porque no hacen tallas más grandes! - Nadie tiene culpa de que su hija no tenga cuerpo de niña. ¡Vayanse a la sección de señoras!- dice Nerea desairadamente. La mujer abre los ojos y aprieta los labios para no decirle a Nerea del mal que se tiene que morir. La niña, medio petrificada, contiene la rabia y el enfado en su redonda cara sonrojada. - ¿Cómo te atreves a decirnos eso? Nerea desea preguntarle cómo se atreve ella a estar gorda y criar a una niña gorda, pero entonces se acuerda que tiene que pagar unos pintauñas y unas gafas de sol de marca que ya ha encargado. - Señora, le he dicho la pura verdad. Deben marcharse a la sección de mujeres mayores. No es que el tono de Nerea sea el más conciliador ni comprensivo, pero ella considera que ha estado bastante diplomática. La madre sigue con los ojos abiertos y se muestra inquieta.
  • 11. - Mamá, no quiero ropa de señora, no me gusta. Vámonos, no quiero que nadie nos mire. La criatura tiene los ojos vidriosos. Agacha la cabeza, no quiere mirar a Nerea ni a la gente que hay cerca. Quiere salir de allí como el Correcaminos. Ya no piensa en vaqueros bonitos que muestren su personalidad. Siente que esos vaqueros no existen. Al menos no existen para ella. En alguna otra galaxia quizá sí, pero no ahí, en ese punto del planeta Tierra, en un pequeño barrio de Valencia. Las niñas gordas no merecen ropas bonitas, merecen ser identificadas como auténticas señoras, expulsadas de su infancia y de su adolescencia. Nerea no mira a Ana. Con toda probabilidad si la mirase se sentiría fatal, y tendría ganas hasta de tener un gesto empático con la criatura. Ella solo quiere que su jornada acabe y poder irse al parque tranquilamente. La mujer divaga sobre la idea de poner una queja, pero los nervios pueden con ella. Amenaza con volver otro día para hablar en persona con el encargado. Asegura que no comprará nunca más en esa tienda y que le hará mala publicidad para que toda la vecindad del pueblo deje de ir. La mujer se tomará su pequeña venganza personal en un acto de boicot contra la injusticia que su hija y ella acaban de experimentar. Ana estira del brazo de su madre. Posiblemente sea el sábado más molesto de su corta vida. Nerea dice en voz baja: “Como usted vea”, emite un pequeño soplido y pide a una compañera que la releve para fumarse un cigarro. Una moto irrumpe su mini descanso en la parte trasera de la tienda. Su amiga Sandra le saluda. - ¿Qué haces tú aquí? Todavía me queda media hora para terminar. - Pues nada tia, que te tenía que contar una cosa y así, ya de paso, te recojo y vamos juntas al parque. - ¿Qué cosa? - El imbécil de Josete- Josete no es un amigo de Nerea. Tampoco es un novio de Nerea. Se puede decir que es un "medio algo" con el que se magrea algunas veces. - ¿Qué le pasa? - Lleva desde anoche diciendo que eres una cerda y que para tia buena Belén- Belén es morena, alta, delgada y para Nerea tiene el culo perfecto, aunque jamás lo va a reconocer delante de nadie. - ¿Perdona? ¿Me estás vacilando…?
  • 12. - No, no, tía. Es un cabrón y ella una puta. - ¡Esta noche se va a enterar! ¿Yo una cerda y esa una tia buena? ¡Y una puta mierda! ¡No sabe con quién está jugando! ¿Qué pasa, que yo no valgo nada? - Dice que pasa de ti, que eres una estrecha aunque vayas de guarra y que tampoco estás tan buena. El humo del cigarro no es lo único que sale de la boca de Nerea. La rabia y el enfado se agolpan en su cerebro pero solo puede pronunciar torpes e infantiles insultos. A ella también le han mandado a la sección de señoras. *Aclaración→ Ser una señora no tiene nada de malo, de hecho yo lo encuentro liberador. Esas mujeres que ya están de vuelta de todo, las heroínas reales de nuestros tiempos. Invisibilizadas constantemente, son muestra de saberes y de historias que deben ser contadas, de sororidad y de resiliencia. Ser una señora es algo que a mis 36 años siento conmigo y que gozo. Simplemente relato un momento que muchas personas gordas hemos vivido al ir a comprar ropa: encontrarnos con prendas que no concuerdan con nuestra edad y/o gusto personal pero que adquirimos porque al menos nos vienen. También es importante decir que ser una señora, o un señor, no exime a las tiendas de crear ropas diferentes y por qué no, alegres. Por suerte, esto está cambiando. En el último momento del relato, quiero recordar que a todas las personas nos pueden humillar y juzgar injustamente y que nunca es plato de buen gusto. Me parece evidente lo que quiero expresar, pero no quería dejar pasar por alto que ser una señora no es indigno ni negativo ni nada por el estilo. No desearía reforzar el estigma contra la vejez, y menos contra las mujeres. ___________________________________________________________________________
  • 13. Hoy me dispongo a comer lentejas caseras de las que hace mi madre. Miro el tupper con ganas de hincarle el diente y mojar trozos de pan. Vanessa y Mercedes no han dejado de beber té sin azúcar toda la mañana para "llenarse". Este es mi segundo empleo. Llevo trabajando para la misma empresa que Vanessa y Mercedes tres años, pero solo el último en la misma oficina y sector, lo que nos hace tener un contacto directo cada día. Ambas dedican un porcentaje altísimo de horas a hablar de michelines, estrías, cremas y gordura. Da igual que las dos sean delgadas y tengan cuerpos considerablemente normativos, viven con tanto miedo la posibilidad de engordar, que cada dos por tres inician una dieta nueva de pérdida de peso. Sus tuppers son idénticos esta vez ya que han iniciado la misma rutina alimentaria: un tomate partido y una pechuga de pollo a la plancha sumado a la ingesta de cantidades industriales de agua mineral. Vanessa huele las lentejas calentándose en el microondas de la oficina y recuerda los momentos donde se permitía comer pan y mojar en las salsas y los platos de cuchara. Mercedes le recuerda que todo eso se va a las caderas: "Para estar guapa hay que sufrir". Es increíble cómo la sociedad se engaña hablando de salud cuando todo el tiempo se persigue una apariencia que se considere atractiva a los ojos de los demás. Vanessa y Mercedes jamás hablan de salud, hablan de los vestidos que se pueden poner, los piropos que reciben y de si se parecen a la famosa de turno. Mi relación con ambas es cordial. Un tanto más cercana con Vanessa, a quién no solo considero mejor compañera, si no también mejor persona. Mercedes suele lanzar frases hirientes cuando se siente amenazada o simplemente cuando sus prejuicios le nublan la vista. Hace un tiempo que vengo percibiendo en ella cierta intolerancia hacia la gente gorda, que se ha incrementado progresivamente con frases y miradas desafortunadas hacia mi persona. Vanessa no me defiende a capa y espada pero me dedica alguna mueca de comprensión o me dice que no le haga caso. A menudo, muestra una personalidad voluble capaz de todo por encajar. Es consciente que Mercedes es la más normativa corporalmente de las dos y eso parece hacerle sentir inferior, a juzgar por
  • 14. sus comentarios. Ambas son compañeras desde hace muchos más años y tienen una amistad algo disfuncional. Hace unos meses la empresa celebró una cena por las buenas ventas del último semestre. No soy muy dada a estos eventos, me gusta que el trabajo sea eso y se separe de la vida personal. En mi primer trabajo, intimar con cierta gente me perjudicó, bien porque luego mi vida se usó en mi contra, bien porque tuve algún desafortunado amante. En ninguna de las dos situaciones fue agradable cruzarse diariamente con quién me hacía sentir retortijones en el estómago. Vanessa y Mercedes querían acudir a la fiesta. Mercedes tenía ganas de emborracharse e intentar enrollarse con algún compañero. Vanessa no manifestaba las mismas ganas pero al menos el evento le serviría de excusa para comprarse un vestido nuevo. En el momento que nos llegó la invitación, yo sentí una pereza enorme. Siempre me debato entre la idea de salir de casa y exponerme a situaciones sociales o la de quedarme viendo alguna serie de los ochenta en bata y rodeada de mis tres gatos. ¿Y si no voy y me pierdo algo bueno? ¿Y si voy y no estoy bien? ¿Y si me quedo en casa y me arrepiento? ¿No será un mal gesto para la empresa? ¿Y si pongo una excusa? Al final decidí ir, podía escuchar el discurso de turno, tomar un par de copas de vino blanco y volver a casa relativamente pronto. Ahora venía la siguiente duda; qué ponerse. Encontrar ropa que me gusta es una misión, una situación que me tensa, un viaje hacia la frustración. Además desconozco el protocolo de los eventos profesionales y/o sociales y siempre acabo buscando el asesoramiento de alguien. Me cuesta saber qué ropa es la más correcta y no me siento nada cómoda con los modelitos de oficina. La mayoría del tiempo visto de mercadillo y no le dedico mucho a la estética. Lejos estoy de ser una "chica in" y mucho menos de algo similar a una "influencer". Por supuesto, tengo mis preferencias y hasta cierta gracia. Los estilos más alternativos, por decirlo de alguna forma, son los que encajan con mi personalidad. Tampoco me gusta sentir que llevo un disfraz y que tengo que ponerme todos los complementos de "Barbie Hippy". Soy más dada a la espontaneidad y a lo funcional.
  • 15. Finalmente decidí salir de mi zona de confort, al menos en una parte. Me puse una falda larga con estampados florales, de acuerdo a mi estilo habitual, y unos zapatos sin apenas tacón. El riesgo lo volqué en un body negro escotado que, aunque no era exagerado, no era lo que yo solía vestir. Vanessa y Mercedes lucían vestidos ceñidos sobre la rodilla, medias, tacones y unas chaquetas que les daban aspecto de ejecutivas. Llegué a pensar que habían coordinado su atuendo. Realmente se les veía atractivas con sus melenas sueltas. Durante la noche todo transcurrió tranquilamente y no me sentía demasiado fuera de lugar. En algunas ocasiones, Mercedes perseguía a gente a la que hacerle la pelota y Vanessa iba detrás. Entonces yo me quedaba en alguna esquina bebiendo una copa. Comencé a hablar con una compañera y un compañero de otro sector de la empresa con los que me cruzaba cuando había reuniones o íbamos a por café. Nos habían trasladado a un local reservado donde un DJ pinchaba a esas horas música. Comencé a bailar tímidamente con ambos pero pronto me sentí bastante cómoda. Poco a poco mi timidez se fue desvaneciendo y pude bailar con mayor libertad. Entonces Mercedes y Vanessa hicieron su aparición de nuevo y se sumaron a los bailes. Mercedes se me quedó mirando y sonriendo. Reclamó entonces la atención del grupo, indicando, con gestos, que juntáramos las cabezas para poder oírla bien. - La verdad es que admiro a Ana. ¡Se le ve tan bien consigo misma! Nadie entendía nada a juzgar por sus caras y la mía, desde luego, tuvo que ser de interrogante absoluto. - Ya sabéis. A pesar de su aspecto físico, ¡la veo tan feliz! Vanessa me miró. Su expresión era de incomodidad pero no dijo nada. Las otras dos personas actuaron según los mandatos de género: él sonrió ante la frase y pegó un trago de su copa, ella me miró buscando complicidad. En ese preciso momento, y a pesar de que sentía que algo no había sido correcto, solo intenté ignorar el comentario y seguir bailando. Me concentré todo lo que pude en el tema que sonaba, tarareando y mirando a mi alrededor, en un intento de no cruzarme con los ojos de Mercedes.
  • 16. Su rechazo hacia mi persona no ha quedado ahí. Se ha seguido manifestando en comentarios y preguntas, aparentemente inofensivas, pero que tanto por su tono como por su reiteración, me afectan. Desde: "Se te vería más guapa delgada" pasando por: "¿No te preocupa el peso?" hasta: "¡No te privas de nada!", si me ve comer un dulce. Está claro que Mercedes no soporta la gordura y no puede comprender que yo sea gorda y no haga nada por cambiar. Hace ya unas cuantas semanas nos cruzamos en la zona del café con el compañero y la compañera con quiénes habíamos estado en la fiesta. Comenzamos a hablar de banalidades y de una canción que está de moda. Vanessa y Mercedes se pusieron a cantar y bailar cogiéndose por la cintura. Mercedes se giró hacia mí. Yo hice un gesto de acercamiento para seguir el momento divertido y bailar con ella. - ¡A ti no sé si te puedo coger por la cintura! ¡No sé si me darán los brazos! No puedo describir lo humillada que me sentí. Simplemente algo dentro de mi hizo "crack". Un dolor en el pecho y en la cabeza y un sofoco recorrían todo mi cuerpo. - No me cojas, en serio, no me toques. Vanessa intervino. - ¡Anda Ana, baila conmigo! No puedo comprender la cobardía de Vanessa. Esa estúpida manía de relativizar toda broma a mi costa a pesar de verme herida. Rechacé su oferta y salí de allí. No recuerdo ni siquiera cómo estaban las otras dos personas, qué hicieron o si se sorprendieron. Tenía que huir. Meterme en el baño o salir a que me diera el aire. El chiste constante con la molestia de tenerme cerca o tener que tocarme. El chiste constante con lo que como o no como. El chiste con una felicidad injusta que no puede darse en un cuerpo podrido como el mío. Mercedes me quiere amargada como ella. Bebiendo té, pesándome todo el rato, viviendo a través de cada tío que valora mi cuerpo, porque al parecer no hay otra forma de ser.
  • 17. Por exagerado que parezca, tuve un ataque de ansiedad. Una compañera me vio hiperventilando en el baño con la sensación de tener el brazo izquierdo dormido. Mi coordinador propuso llamar a la ambulancia pero decidí ir en taxi al médico. Me preguntó si había ocurrido algo que me hiciera estar agitada. Me limité a responder que estaba bien. Al día siguiente Vanessa me dio un abrazo fuerte y quiso hablar conmigo en privado. Intentó convencerme de la bondad de Mercedes, de sus problemas personales y su manera nefasta de proyectarlos en mi. Le solicité aplazar la conversación. En esos momentos mi mente estaba nublada. Seguía medio grogui por la medicación recetada. Mercedes se limitó a darme un abrazo, me preguntó por mi estado de salud y, con una voz que me parecía teatralizada (igual solo es que ya no me creo nada de ella), me dijo que había sido una broma. Hoy hemos ido a comer fuera de la oficina. La verdad es que yo no tengo muchas ganas, pero quiero confiar en que todo se va a calmar. Mercedes se cansará y simplemente todo será historia. Se centrará en sus clases de spinning, sus ligues y sus batidos, y yo seré historia. Hace un día estupendo, de un sol radiante pero para nada molesto. Aprovechamos para sentarnos en la terraza de un restaurante próximo al trabajo, donde ya nos conocen. Ocupamos una mesa de cuatro plazas. Vanessa y Mercedes se sientan una al lado de la otra. Yo enfrente, cara a cara con Mercedes. - ¡Ays Ana! ¡Me tapas todo el sol! Pero es que chica, ocupas como dos o tres veces yo. Me marcho al baño, lloro y llamo por teléfono a una amiga. No sé qué hacer. Obviamente no quiero comer con ellas. Tampoco quiero trabajar con Mercedes pero no puedo irme sin acabar mi jornada. Mi amiga me escucha hasta que la emoción baja. Me dedica palabras de consuelo y acompañamiento. Salgo del baño y les digo que me voy. Vanessa hace un intento por detenerme. Mercedes con una sonrisa, que yo percibo cruel, repite el argumento ridículo de siempre.
  • 18. - Son comentarios sin importancia. Y además no sé porqué te enfadas, es la verdad. Quiero decirle que es idiota, mala persona, una cabrona, que se vaya a la mierda y hasta partirle la cara, pero solo me sale: "Es muy fuerte que no veas el daño que me haces". Regreso a la oficina para hacer mis horas y, con suerte, acabar antes. Cuando ellas regresan, me limito a resolver algunas dudas y a coordinarme con Vanessa. El ambiente es tenso, horrible, pero al menos todas mantenemos el pacto no hablado de no volver a sacar el tema, ni hablar de peso, dietas o semejantes durante el día. La verdad es que ya no quiero trabajar con Mercedes y en realidad tampoco con Vanessa. Aún sabiendo que no es ni mucho menos mala persona, su incapacidad para estar de mi lado me está hiriendo. Seguramente, ella tiene sus fantasmas, y dentro de esa amistad disfuncional, algo la mantiene al lado de Mercedes. Pero yo ya estoy harta de estar con ellas, en ese espacio violento e inseguro para mí. Hoy he solicitado una cita con la responsable de Recursos Humanos. Por suerte tiene muy clara la perspectiva de género y la teoría feminista, lo que sin duda alguna es bueno para que yo pueda sincerarme. Aunque normalmente tarda al menos una semana en atender al personal, para poder cuadrar su agenda, me ha avisado a última hora de la tarde, en un hueco que se le ha quedado libre. Me escucha y no se posiciona de mi lado pero valida mis emociones, lo cual ya supone un alivio. Su ética profesional y su bagaje contra el acoso hacia las mujeres, le hace darme algunas pistas de lo que puedo hacer. Necesito "algo" que demuestre la veracidad de mi versión: testigos, conversaciones grabadas, whatssaps… Si eso está pasando, tengo que presentar un relato sólido a base de fechas y hechos. Salgo de allí algo más centrada. Me quedo con la duda de saber si me hubiera dado toda esta información de haber sido Mercedes un cargo superior y/o un hombre. Quiero confiar en que sí pero las jerarquías suelen mandar (y los hombres también). Al salir de allí tengo claro que no voy a involucrar a Vanessa y tampoco a la gente de la fiesta. Me voy a limitar a grabar conversaciones, llamadas de teléfono, pantallazos del móvil y a hacer un diario lo más fiel posible con lo que ocurre.
  • 19. A base de recopilar información y de mantener, con mucho esfuerzo, un perfil bajo frente a Vanessa y Mercedes, he generado una carpeta de pruebas sin levantar alguna sospecha. Mi psicóloga también me ha redactado un informe donde relata el malestar que me producen los comentarios negativos sobre mi aspecto físico. A los cuatro meses regreso a Recursos Humanos con todo lo que se me pidió. Adjunto también un artículo sobre discriminación por cuestión de aspecto físico de una conocida ONG estatal. Tras varias reuniones, a la empresa no le queda más remedio que abrir una "Investigación-Mediación". Finalmente, me cambian de puesto tal y como yo había solicitado. Mercedes ha sido sancionada con una falta grave y suspendida un mes de empleo y sueldo. Tiene que pedirme disculpas (aunque ahora mismo no las acepto ni me importan) y comprometerse a no comentar nada al respecto de mi cuerpo. ___________________________________________________________________________
  • 20. El político progresista de buen parecer presenta la campaña. La salud está por delante, el azúcar es droga. La gente aplaude y asiente con la cabeza. Por fin alguien que se preocupa por la alimentación como Dios manda. Los materiales trabajados por el equipo de gobierno se componen de vídeos, folletos, libros didácticos y unos cuantos posters. Las criaturas gordas inundan todo como síntoma de mala salud, una sociedad venida a menos y casi desvalida. Abre un folleto donde dos siluetas representan los malos y los buenos alimentos: la silueta gorda contiene hamburguesas, refrescos, chocolate, patatas fritas, gominolas. La silueta delgada contiene verdura, fruta, legumbres, semillas, agua. "Joder, ¡pues anda que no hay gente delgada comiendo en el McDonald's los fines de semana!". Las personas gordas, devoradoras de hamburguesas, tienen la culpa de todo en el planeta. Por el contrario, las delgadas, como el apuesto presidente, tienen las vidas perfectas en los cuerpos perfectos y la salud inmaculada. La soja navega por sus venas junto a alguna bebida sin azúcar. Sus análisis les aseguran 200 años de vida. Pone el telediario. Imágenes con caras pixeladas de criaturas con sobrepeso pasan una tras otra. Le parece violencia contra la infancia. Subidas a básculas, los opinólogos les califican de epidemia. Las epidemias deben ser atajadas. Estas criaturas no deben ir así por el mundo. La gente sigue aplaudiendo estas afirmaciones desde diferentes redes sociales. Al parecer, estas medidas son esenciales para la subsistencia de la especie. Se recuerda así misma corriendo y jugando felizmente, ocupando espacios, disfrutando de la vida. Cuando mira las fotos no se observa tan gorda como todo el mundo quería hacerle ver a su madre. Quizá con un ligero sobrepeso pero en ningún caso con problemáticas graves de salud. Muy al contrario, era una niña muy sana, que si bien disfrutaba de comer (y a veces comía más que otras niñas, es cierto), era feliz devorando fruta, verdura, legumbres y no solo bollos de chocolate (que sí, también los comía). Un puñado de personas empezaron a señalarla, atreviéndose a dar consejos a su madre, quién con toda probabilidad sentía sobre sus
  • 21. hombros la culpa de no hacer las cosas mejor. Porque ya se sabe, todas las mujeres que se salen del patrón establecido son malas madres para la sociedad. Por alguna razón, que ella no alcanzaba a entender, comenzó a notar que algo tenía que estar mal en ella. Siguió feliz, atrevida y sonriente mientras iban apareciendo los primeros "gordas", los motes y las primeras risas. El profesor de gimnasia a menudo bromeaba con que "le pesaba el culo", lo que provocaba sonoras carcajadas entre sus compañeros y compañeras. Le gustaba moverse pero le molestaba que lo importante fuera ser la persona que más corre, la persona que más goles marca, la persona que hace más flexiones. La mayoría de ejercicios le parecían totalmente aburridos. También le horrorizaba tener que exponer cada uno de los ejercicios ante un público cruel dispuesto a burlarse de ella. ¿Nadie se percataba de que no era un espacio seguro para todos los cuerpos? La gente alarmaba a su madre sobre su peso. El futuro iba a ser muy terrible para una gorda como ella, enfermedades, soledad y ropa fea. Su cuerpo merecía una reparación inmediata. Sus compañeras habían oído a sus familiares hablar de dietas y de lo malo de la gordura. Eso legitimaba cualquier comentario, viniera de quién viniera y de la forma que viniera, hacia su persona. Preocupada, su madre le llevó al médico quién no dudó en aconsejarle un nutricionista. Comenzó así su primera dieta para adelgazar. Tenía 10 años. Restringieron todas sus comidas, algunos alimentos pasaron a estar prohibidos y respetar los horarios era fundamental. Su madre vigilaba todo cada día, pero también su padre y su hermana mayor. A menudo se sentía mal, juzgada, poco escuchada. Al inicio la dieta le pareció insufrible. "Es normal, te tienes que esforzar", le decía el profesional. A partir de aquí ya nada fue igual. Aunque perdió mucho peso en poco tiempo, gracias a una dieta de esas consideradas "milagro", al año volvió a engordar. Esta vez pesaba mucho más. Las burlas se incrementaron con el consiguiente sentimiento de fracaso. A los chistes antiguos se sumaron los nuevos sobre la gorda que pasó a ser ex gorda y volvió siendo gordísima. Dejó de sonreír tanto. Dejó de vestir como le gustaba. Dejó de ocupar espacios del mismo modo que antes. Seguía siendo vivaracha, divertida y sensible, pero no era lo mismo. Se aislaba más. Dejó de hacer actividades que antes le gustaban por diversos miedos. La gente decía que era lo
  • 22. normal. Poco a poco la adolescencia iba llegando y con ella, los complejos y las dudas. Inició así un viaje de dietas, ejercicios y médicos que le llevó a probar de todo para adelgazar a lo largo de su vida. Cada vez que probaba algún nuevo método, y aunque pudiera funcionar temporalmente, volvía a engordar mucho más. Su cuerpo era totalmente un boomerang. Se estiraba, se encogía, se estiraba, se encogía. Iba y volvía sin parar, sin equilibrio, sin estabilidad. Los comentarios y las miradas con mejor o peor intención no le ayudaron en absoluto. A veces simplemente no quería ser cuerpo. A veces se ponía ropa extra larga en pleno verano pasando calor. Mira nuevamente los folletos que simplifican la experiencia gorda infantil. Le parece preocupante y cree que desvía el debate real sobre la alimentación y los hábitos de la ciudadanía. Hubiera estado bien que el delgado presidente, y su grupo de personas expertas asesoras (supone que todas igual de delgadas), hubieran apostado por un mensaje al margen de tamaños y formas corporales. Ella sigue haciéndose preguntas. ¿Nadie va a hablar de una educación física masculinizante y cruel con la gente diferente? ¿Nadie va a hablar del acoso escolar por el peso? ¿Nadie va a mencionar que estos materiales, tan modernos y progresistas, anulan todas esas experiencias horribles que viven los cuerpos gordos en la infancia? ¿Nadie va a dar una visión diferente sobre estos mensajes de prohibición de alimentos? ¿Es todo culpa del azúcar? ¿Es en sí el azúcar bueno o malo? ¿Acaso es el azúcar patrimonio de la gente gorda? ¿Qué hay de todos aquellos compañeros y compañeras de escuela que teniendo cuerpos delgados almorzaban cada día bollería industrial? ¿Qué hay de aquel compañero gordo que llevaba bocadillos de pan integral con hortalizas y quesos varios, alternando con piezas de frutas y trozos de pizzas caseras? No quiere seguir leyendo la notícia por las redes sociales. Se le sube la bilis. Le vienen a la memoria unos cuantos casos de adolescentes que se han suicidado en su país por culpa del acoso hacia sus cuerpos gordos. A veces, ni siquiera eran cuerpos gordos- en un sentido exagerado-, simplemente estaban un poco por encima del IMC. Hasta ahí llega la presión estética.
  • 23. "Los gordófobos de mierda ya tienen más motivos para tenernos asco gracias al aval del gobierno. En fin". ___________________________________________________________________________
  • 24. "Final de curso" es la serie más popular del momento. Destinada a un público adolescente, transcurre en un colegio y sus protagonistas cubren las carpetas de medio país. Los personajes son algunos de los estereotipos propios de otras producciones culturales similares. Ricky es un rebelde, misterioso y atractivo. Cata es sensual, arrogante y también atractiva. Durante buena parte de las temporadas, protagonizan un romance de idas y venidas con una cantidad importante de toxicidad disfrazada de "lo más bonito que le podría pasar a cualquiera por amor". Rosa es la idealista, reivindicativa y reaccionaria. Fele es el chico gay, confidente y bondadoso. Duna es la chica tímida, con menos experiencia en temas amorosos. Los tres forman una amistad de las más estrechas de la serie. Roberto es el típico acosador, con un buen físico, dispuesto a todo para conseguir sus objetivos. Suele ir con Ricky y Marcos. Cata es su amor platónico. Pablo no solo es atractivo sino que también es inteligente y un chico muy maduro para su edad. Andrea es estudiosa y un poco borde. Su familia tiene problemas económicos y los ayuda en todo lo que puede en su pequeño negocio familiar. Ambos se conocen del barrio y se apoyan en clase. Marcos es gracioso, atractivo y un poco veleta. Ríe algunas bromas pesadas de los gamberros de turno pero a la vez suele frenar y mostrar sensibilidad en situaciones de gran conflicto. Pedro es un chico considerado poco atractivo, friki y en general, solitario. Durante la serie recibe acoso pero también va generando lazos de amistad con los que no contaba. El profesorado lo forman también un buen puñado de estereotipos: la enrollada, el carca, la crítica con la sociedad, el aburrido, la nueva, la autoritaria, la directora con mucha paciencia y el subdirector con el que hace un buen equipo (y quizá algo más). Ana no deja ni un hueco libre en las paredes de su habitación. Los pósters inundan su alrededor. Su madre intenta sin ningún éxito que deje de colgar la cara de todas esas actrices y actores por todas partes. No le
  • 25. parece bien que use celo, ni chinchetas, y le encantaría que las paredes, de un tono azul celeste claro, estuvieran vestidas con un par de cuadros de perritos metidos en tazas. Pero se ha dado por vencida. Su hija se ha convertido en una fan. Una fan con toda la equipación de fan al completo: camiseta, sudadera, pulsera, collar, cromos, el cassette con las canciones y la sintonía de "Final de curso" y unos cuantos parches para la ropa. En la segunda temporada un nuevo personaje promete ser el reflejo con el que muchas adolescentes se van a sentir identificadas: Victoria es una chica gorda que ha sufrido acoso escolar y un problema de atracones. Ana está expectante. Por fin un personaje no delgado, una chica que no liga, que le cuesta acercarse a los chicos. Pero este nuevo personaje le resulta algo diferente. Victoria es preciosa y viste muy moderna. Ana la mira y se mira. No entiende nada. ¿Es esta la gorda de la serie? Victoria tiene la cara redonda y puede ser seis o siete kilos más grande que sus compañeras, pero no ve en ella ni rastro de gordura por ningún lado. A pesar de esto, Ana se engancha al personaje de Victoria, a sus complejos, a su no encajar, a su forma patosa de relacionarse con los chicos que le gustan. A veces le irrita que sea tan buena, que lo soporte todo. ¿Dónde está su historia propia? Ha comprado "Todo Pop". Deja la revista abierta en la mesa de la cocina mientras se prepara la merienda. Su madre entra y aprovecha para ojear la revista. - ¿Esta es la chica nueva de la serie? - Sí, es Victoria. - "Victoria es la gordita de clase, oculta su cuerpo y nunca ha estado con un chico"- lee su madre- Pero, ¿cómo gordita? - Ya, yo tampoco veo en ella nada gordo... - Si es que esta chica está lejos de ser gorda, ¿cómo pueden decir esta mentira? ¿acaso no hay actrices gordas para el papel? ¡Así solo van a hacer que más jóvenes se acomplejen! Cuelga un póster de Victoria tras su puerta. Lleva el pelo rubio rizado, tiene una melena espectacular. Sonríe y se ven unos dientes blancos y perfectamente rectos. Sus labios son gruesos, sus ojos grandes y azules. Viste una camiseta ceñida y un vaquero acampanado con un cinturón de
  • 26. un color llamativo. También lleva unas botas de plataforma blancas y unos pendientes de aro grandes. Apenas se percibe una diminuta barriga en ese cuerpo catalogado como gordo. Ana mira el póster de Victoria y luego mira su reflejo en el espejo. Su pelo: recogido en una coleta. Sus ojos: castaños, pequeños y con gafas. Sus labios: normales. Sus dientes: algunos torcidos. Su ropa: intenta ir ancha por los complejos con su barriga, una barriga que sí se nota y que a menudo no cabe en la ropa que le gustaría. No se considera así misma fea, pero desde luego no es tan bella como Victoria. Durante la temporada, todo el mundo hace bromas con Victoria de una forma u otra. La foca, la vaca, la ballena son los insultos más frecuentes (¿qué inesperado, eh?). Es acosada por Roberto y, en otra media, por Ricky y, aunque todo el mundo lo ve, nadie parece darle realmente importancia. Incluso algunos miembros del profesorado se permiten hacerle comentarios condescendientes sobre su peso o soltar una gracia cuando está comiendo. Victoria no tiene ni un solo grupo sólido de amistades. Persigue a compañeras y compañeros en un intento de integrarse y sentirse aceptada, ofreciendo apoyo y comprensión a coste cero. Ni tan solo Rosa, Fele y Duna, que a priori sería el grupo que la podría acoger, forman parte cotidiana de la vida de Victoria, y con Pedro solo intercambia unos cuantos diálogos sobre el acoso y la soledad que experimentan. Ana tiene amigas y amigos y, aunque no forman el grupo más popular del colegio, no necesita ir mendigando amor. Siente de sobra el afecto. Las veces que ha recibido burlas siempre ha encontrado en alguien consuelo y apoyo. Aunque es verdad que la insultan con frecuencia y que sufre por ello, su grupo la defiende e incluso se enfrenta a los agresores. Entre el profesorado ha visto de todo: desde quiénes no le dan importancia y apenas se involucran, pasando por los que le piden paciencia (¿paciencia?), hasta los que muestran preocupación por ella e intentan solucionar la problemática. En "Final de curso" Victoria vive un romance con Marcos. Marcos el gracioso. Marcos el veleta. Marcos el atractivo. Marcos el popular. ¡Marcos el que la oculta casi todo el tiempo! Y es que Marcos no está dispuesto a que el colegio sepa que le gusta una gorda, que se besa con ella y hasta que mantienen sexo. Durante todo el romance, él la deja constantemente, la
  • 27. ridiculiza delante del resto si hace falta, y le pide perdón cuando es consciente de que no está tratándola bien. Ana no sabe ni lo que es besarse con alguien tímidamente. Aunque a veces fantasea, especialmente con cantantes pop o chicos de cursos superiores, tampoco tiene un interés mayor por los amoríos. Se siente bastante diferente al resto para tener 14 años. No tiene prisa ni un gran despertar sexual para ser una adolescente (al menos para lo que se supone que debe ser una adolescente). Tiene algo de curiosidad pero piensa que está a años luz en cuestiones sexuales. Escucha al resto hablar de enrollarse, de tocarse, de hacerlo, pero no tiene nada que decir al respecto. No es que se sienta mal consigo misma, simplemente no le parece su momento. Además, le resulta muy poco probable que alguien popular se pudiera fijar en ella. En la temporada tres de "Final de curso", Victoria sale de la serie sin pena ni gloria. Eso sí, en el último momento Marcos la besa delante de todo el mundo. Ana se siente totalmente estafada. ¡Para una vez que aparece una gorda- aunque no sea muy gorda- en una serie de máxima audiencia! ¡Y encima casi toda la relación con Marcos está mal! ¡Y tampoco ha protagonizado ninguna historia interesante! Ana está súper indignada. Entonces mira el póster de Victoria y se mira a ella en el espejo. Su barriga. La no barriga de Victoria. Su coleta. El pelo rizado de Victoria. Sus dientes. La sonrisa perfecta de Victoria. Sus labios normales. Los labios carnosos de Victoria. Sus gafas. Los ojos azules de Victoria. También mira las fotos con sus amigas y amigos, las dedicatorias en las agendas. Las cartas que se escriben cuando se enfadan y se quieren reconciliar, y el escrito que redactaron para darle apoyo el día que recibió una burla cruel en clase de gimnasia. Puede que nadie haya sido el reflejo de las adolescentes gordas del país. ___________________________________________________________________________
  • 28. ¿Cómo pueden decir que solo hay un tipo de belleza? (¿O qué la belleza es lo único importante?) (¿O qué sin belleza- #asaberqueesbelleza - se acaba el cuento?) ¿Cómo pueden hacernos creer que el cuerpo solo es posible en un tallaje? ¿Cómo pueden desconectarnos de lo que somos? ¿Cómo pueden convencernos de que nos sobran michelines, que las estrías son lo peor que nos ha pasado o que no deberíamos ser cómo somos? ¿Cómo pueden excusarse en la salud estandarizando hasta la salud creando un nuevo estereotipo de salud? (¡He visto mesías hablando de Real Fooding!) ¿Cómo pueden repetirnos el discurso desde la más tierna infancia, cuando comienzas a escuchar: - esa ropa no es para ti, - esa cara es demasiado redondita, - solo si cambias te querrán, - es tu culpa por disfrutar de los bocatas, - las chicas bonitas tienen que ser delgadas? Hoy miré mi cuerpo con respeto Hoy me miré (De mirarme de bien, de verme, de tocarme, de escucharme, de estar) Hoy me sentí guapa (Aunque ser guapa o fea es lo de menos) (Aunque a veces me siento fea pero me sigo sintiendo bien conmigo misma) Hoy conecté los trozos Y me recordé a mi misma: ¡Te han mentido! ¡Te han sesgado! ¡Mira hacia adelante! ¡Defiende la verdad! ¡Nos traspasan miles de realidades! ¡Somos más que una campaña publicitaria! ¡Somos más que esta hegemonía! Mi poder es dudar Mi poder es hacerte dudar Mi poder está compartido con mis compañeras ___________________________________________________________________________
  • 29. Ojalá mi gordura no fuera renunciar a que te deseen. Poder ser redonda sin culpa. Y tener estrías que asomen sin vergüenza. Ojalá alguien besase los pliegues y no ocultase su fascinación por las caderas anchas. Y aunque el amor por una misma deba prevalecer ante todo, que hermoso cuando alguien ama aquello que te provoca tantos miedos. No soy una heroína, solo una humana.
  • 30. Poesía: Carmen Godino. Ilustración: Laura Mars. Colaboración lanzada en el IG de Laura Mars, @iamlauramars, y el de Carmen Godino, @estriadafatactivim, el 8 de marzo de 2022. Al día siguiente, fue publicada en @stopgordofobiaoficial. ___________________________________________________________________________
  • 31. Instagram: @estriadafatactivism Correo: estriadafatactivism85@gmail.com Facebook: Estriadafatactivism Website: https://enmediodeningunapa.wixsite.com/estriada
  • 32. Las gordas somos discriminadas en tantos momentos que los relatos podrían ser muchos más. Por extraño que os parezca, la gran mayoría de lo que aquí se cuenta ha ocurrido en realidad. Se cambian ligeramente personajes y situaciones pero las frases, los malos gestos, el sufrimiento por la humillación y el rechazo recibido, se han dado. Hablar del cuerpo es necesario. Hablar del mito de la belleza, del body neutral, del body positive y del activismo gordo. Hablar desde los márgenes para que el feminismo despierte y trascienda la crítica a ese cajón de sastre llamado presión estética o violencia estética. Si nos quieren delgadas siempre es, entre otras cuestiones, porque existe gordofobia. Así de simple. Las gordas sabemos que es eso de que nos hagan invisibles por mucho que nuestras lorzas y culos ocupen espacio. A menudo, nos concentramos en no molestar. Encogemos el cuerpo y la mente, por si en algún momento, por arte de magia, fuera a desaparecer la esfera que somos. Un fanzine no es suficiente pero si sirve para apoyar que seamos un poco más nosotras, ocupando lo que tengamos que ocupar, me daré por satisfecha.