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LO QUE EL IMPERIO LE
HACE A UNA CULTURA
RODERICK T. LONG
Δ C R Δ C I Δ
[Este discurso se realizó el 27 de octubre de 2006 en la Cumbre de
Seguidores del Instituto Mises]
Hoy quiere ocuparme de cierto argumento a favor del
imperio que no viene de los enemigos de la libertad, sino de
sus amigos, aunque en este caso sean amigos equivocados,
en mi opinión. Lo llamaré el argumento cosmopolita del
imperio.
Según el argumento cosmopolita del imperio, hay una
tendencia en los imperios a ser más tolerantes y pluralistas
que los regímenes locales que abarcan, precisamente porque
aprovechan una variedad más amplia de tradiciones y valores
culturales. James Madison usa esencialmente este argumento
en el número 10 del Federalist cuando escribe:
Cuanto más pequeña sea la sociedad, serán menos
probable los distintos partidos e intereses que la
compongan; cuanto menos sean los distintos partidos e
intereses que la compongan, más frecuentemente se
encontrará una mayoría en el mismo partido y cuanto
menor sea el número de individuos que compongan la
mayoría y menor sea el límite en el que se ubiquen, más
fácilmente se pondrán de acuerdo y ejecutarán sus planes
de opresión. Extiendan la esfera y tendrán una mayor
variedad de partidos e intereses, harán menos probable que
una mayoría del conjunto tenga un motivo común para
invadir los derechos e otros ciudadanos o, si existe ese
motivo común, será más difícil para todos los que lo sientes
descubrir su propia fuerza y actuar al unísono con las
demás. (…) La influencia de líderes de facciones puede
encender una llama dentro de sus estados particulares,
pero no podrá extender una conflagración general en los
demás estados. Una secta religiosa puede degenerar en
facción política en una parte de la Confederación, pero la
variedad de sectas dispersas sobre toda la faz de ella debe
asegurar a los consejos nacionales contra cualquier peligro
de ese origen. Un brote a favor del papel moneda, de la
abolición de deudas, de una división igual de la propiedad
o de cualquier otro proyecto inapropiado o retorcido, será
menos posible que perviva en todo el cuerpo de la Unión
que en un miembro particular de ella; en la misma
proporción en que una dolencia como esa es más probable
que tiente a un condado o distrito concreto que a todo un
Estado.
Es desde esta perspectiva como se alabado, por ejemplo, al
Imperio Británico por parte de algunos libertarios, por
combatir prácticas como los sacrificios humanos y el sistema
de castas en sus colonia. Por ejemplo, Isabel Paterson escribe
en God of the Machine:
Como pasó con Roma, el mundo aceptó el imperio británico
porque abrió al mundo canales de energía para el comercio
en general. (…) Entre todas las exportaciones invisibles de
Inglaterra estuvieron el derecho y el libre comercio. En
términos prácticos, mientras Inglaterra gobernó los mares,
cualquier hombre de cualquier nación podía ir a cualquier
sitio, llevando consigo sus bienes y dinero, con seguridad.1
Y el anarquista spenceriano Wordsworth Donisthorpe decía
igualmente que apoyaba el Imperio Británico porque donde
ondeaba la Union Jack, a esta le seguía el libre comercio.2
Paterson ve también virtudes en el Imperio Romano,
argumentando que el ataque cartaginés a Roma fracasó
debido a que los aliados sometidos de Roma, de quienes
Aníbal había esperado que «se unieran al invasor para
librarse del yugo romano», permanecieron leales a Roma
debido a los beneficios del derecho romano.3
Y refiriéndose
al incidente en el que el apóstol Pablo escapaba al látigo
invocando su ciudadanía romana, escribe: «Lo crucial del
asunto es que un pobre predicador callejero, de la clase
trabajadora, bajo arresto y con enemigos en lugares
importantes, solo tenía que reclamar sus derechos civiles
como ciudadano romano y nadie podía negárselos».4
En el caso estadounidense, el poder centralizado se visto
como vital para la protección de los derechos de las minorías,
poniendo fin a la esclavitud en el siglo XIX y a las leyes Jim
Crow en el XX; David Bernstein ha argumentado que la muy
denostada sentencia Lochner a favor de la libertad de
contratación proporcionó una valiosa protección en esta área
al echar abajo leyes estatales racistas que restringían la
libertad de contratación en perjuicio de los afroamericanos.
Se puede igualmente apuntar a muchas otras áreas, de la
censura a la libertad reproductiva o los derechos de los gays,
en las que un tribunal federal con valores culturales
aparentemente más tolerantes ha actuado para proteger la
libertad individual contra los gobiernos estatales y locales
con valores menos tolerantes. El teórico legal anarquista
Randy Barnett ha defendido una teoría de jurisprudencia
constitucional que incluye la imposición federal de patrones
libertarios sobre los estados.
En este sentido, la blogger libertaria Lady Aster ofrece la
siguiente crítica a la descentralización:
Hace mucho que soy escéptica acerca de la
descentralización; lo que temo es que las sociedades con
valores culturales premodernos y tradicionales impongan
sus prejuicios locales despiadadamente sin el control de
una sociedad más grande y cosmopolita. Me alegra
Lawrence vs. Texas y me aterroriza Dakota del Sur, y
aunque apoyaría una reducción o eliminación del poder del
estado, también creo que dicho poder estatal es menos
destructivo cuando no está exactamente en manos de
autoridades sociales locales y tradicionales.
Históricamente, la tolerancia ha sido un valor alimentado
por la educación, el ocio y la urbanidad y se ha hecho
políticamente necesaria siempre que un cuerpo político
comprende diversas culturas integrantes del mismo. Mi
experiencia me lleva a creer que los derechos de las
minorías, incluyendo los inmigrantes (sin documentación o
con ella), no estarían mejor protegidos bajo una
descentralización. (…) Es verdad que hay casos en que la
sociedad local aprobaría leyes mejores que el estado
centralizado (…) Pero aun así, mi lectura de la historia es
que la tendencia general es hacia que la tolerancia cultural
florece en los centros urbanos. Si es así, el localismo
parece una idea con la que puedo tener alguna simpatía
anarquista, pero que parece en la práctica una amenaza
letal para minorías, disidentes e inconformistas de todo
tipo.5
Aunque simpatizo con muchas de las preocupaciones
encarnadas en el argumento cosmopolita del imperio, creo
que el argumento es erróneo. Dejadme explicar por qué.
Para empezar, deberíamos tener cuidado a la hora de
concluir que la centralización imperial lleva a una cultura
floreciente y cosmopolita. Es verdad que hay casos que
podrían parecer apoyar esa idea: los imperios romano y
británico, Francia bajo los borbones, Austria-Hungría bajo
los habsburgos.
Pero también son sorprendentes los casos contrarios.
Consideremos China, Grecia, Alemania y la Italia del
Renacimiento en sus respectivos apogeos culturales. En cada
caso, los principales pensadores dedicaban una gran parte del
tiempo a quejarse del hecho de que su región estuviera
fragmentada en muchos estados diminutos y hacían
fervientes llamadas a una mayor unificación política y en
cada caso cuando llegó la deseada unificación, la vigorosa y
dinámica explosión cultural se apagó en buena parte, junto
con la competencia que probablemente la alimentó. También
en el mundo musulmán, el punto álgido de la creatividad
cultural y la tolerancia religiosa se produjo, no bajo los
otomanos sino bajos las hegemonías árabes muchos menos
centralizadas que precedieron al gobierno otomano.
La protección ofrecida por el centralismo imperial
tampoco debe sobrestimarse. La visión del Imperio Británico
como garante universal del libre comercio parece un mal
chiste cuando se considera el sistema mercantilista de
privilegios económicos que mantuvo Gran Bretaña en la
India, por ejemplo. Y en Estados Unidos el gobierno federal
presidió alegremente con esclavitud durante casi un siglo
antes de hacer algo con ella y luego presidió alegremente con
el sistema Jim Crow durante casi otro siglo antes de hacer
algo con él. Además, la lucha contra Jim Crow se libró
inicialmente a nivel popular por parte de ciudadanos
privados con relativamente poco apoyo federal y fue solo
después de que el movimiento de derechos civiles hubiera
empezado a tomar fuerza cuando el gobierno federal se
movió como el búho de Minerva para colocarse a la cabeza
del movimiento.
Aunque es verdad que el gobierno federal ha sido más
tolerante que las jurisdicciones locales en algunos asuntos,
hay muchas excepciones, siendo las armas de fuego y la
marihuana dos ejemplos evidentes. E incluso cuando el
gobierno central es realmente un protector de valores más
tolerantes, un problema con este tipo de solución centralista
es que dirige a los reaccionarios locales hacia la política
nacional, ya que los reaccionarios ven entonces que tomar el
poder en el gobierno central es el único medio disponible
para proteger sus valores. Y una vez que los reaccionarios
ganan a nivel nacional, están en disposición de imponer su
programa a todos. Al menos con la descentralización hay
algún lugar al que escapar.
Supongamos que Madison tenga razón en que «Un brote
a favor (…) de cualquier (…) proyecto inapropiado o
retorcido, será menos posible que perviva en todo el cuerpo
de la Unión que en un miembro particular de ella».
Igualmente hay medios en un sistema centralizado por el que
las opresiones locales pueden agrandarse. Supongamos que
Falwellville está a favor de quemar libros de Darwin,
mientras que Mephistoville está a favor de quemar libros de
C.S. Lewis. En un legislativo centralizado, los representantes
o cabilderos de Falwellville pueden estar dispuestos a prestar
su apoyo a la quema de libros de C.S. Lewis a cambio de que
los representantes o cabilderos de Mephistoville presten su
apoyo a la quema de libros de Darwin.
Así que la centralización proporciona una vía por la que
las tiranías locales pueden conseguir más apoyo en toda la
nación del que obtendrían en otro caso. Y una vez que una
tiranía local consigue tener éxito en establecerse a nivel
centralizado, ya no se puede escapar de ella simplemente
trasladándose a otro distrito local. Un presidente Bush es
mucho más peligroso que un gobernador Bush, que a su vez
es mucho más peligros de lo que sería un alcalde Bush.
Y merece la pena recordar que lo que las potencias
centrales imperiales deciden imponer a las jurisdicciones
locales, incluso cuando no se ven influidas inapropiadamente
por representantes de la opresión local, no siempre va a
resultar dirigirse hacia una mayor liberalidad: pensemos en el
tratamiento soviético de Hungría en 1956 o de
Checoslovaquia en 1968. Y por supuesto el mismo Pablo que
estaba protegido por el derecho romano en las provincias fue
ejecutado bajo el derecho romano en la capital. Como escribe
Charles Johnson:
La urbanidad en el mejor de los casos tiende a ayudar a
ciertos tipos de tolerancia y a hacer florecer pensamiento a
favor de la libertad, pero creo que el agrarismo en el mejor
de los casos tiende a ayudar a florecer otros tipos. Las
mejores partes de la Revolución Americana (radical,
anti-estatista, directamente democrática, anti-mercantilista,
etc.), por ejemplo, en general vinieron del interior de
Massachusetts, por ejemplo, con la mayoría de las intrigas
mercantilistas y la ley y orden conservadores proviniendo
de los centros urbanos en Boston, Nueva York, etc. Me
inclino a decir que cada forma de vida alimenta tanto sus
propias virtudes características como sus propios vicios
característicos. La tradición agraria en el mejor de los
casos cultiva el escepticismo populista hacia las élites
autonombradas, el escepticismo individualista hacia las
demandas arbitrarias de otros, una ética de la
autosuficiencia, una voluntad de vivir y dejar vivir en
asuntos de propiedad privada, un escepticismo frente a la
planificación utópica centralizada, etc. En el peor de los
casos, tiende a animar la estrechez mental, el
anti-intelectualismo, el tradicionalismo empecinado, la
indiferencia de «tengo lo mío», el fanatismo convencional,
una falta de escepticismo hacia una autoridad tradicional y
supuestamente «natural», etc. Por el contrario, la tradición
de urbanidad en el mejor de los casos tiende a cultivar la
tolerancia intercultural, el respeto por el intelecto y la
educación, la solidaridad con otros, un intenso
escepticismo hacia los centros tradicionales de autoridad,
etc. Pero en el peor de los casos también ha cultivado el
mercantilismo depredador, la política de aniquilación
masiva (normalmente en nombre de la «democracia»), la
planificación centralizada utópica, la arrogancia imperial
(tanto hacia las provincias como hacia la clase marginal de
la propia ciudad), etc.6
Además, incluso cuando los valores del poder central son
más liberales, los resultados de tratar de imponerlos pueden
no ser los esperados. A veces se argumenta, por ejemplo, que
la ocupación soviética de Afganistán en realidad representó
una liberación, especialmente para las mujeres. Creo que hay
cierta verdad en esto: los soviéticos apoyaron la educación,
las carreras y la decisión marital de las mujeres y no
impusieron el hiyab.
Por otro lado, el trato soviético a las mujeres en
Afganistán tuvo sus propias historias de horror, pero, incluso
dejando aparte eso, el problema de imponer valores liberales
por medio de fuerza militar es que tiende a asociar los
valores liberales con la invasión y la opresión en las mentes
de la población. Es improbable que se gane la causa de los
derechos de la mujer cuando los que predican a favor de esa
causa te han robado tu granja, disparado a tu hermano y
arrancado las manos a tus hijos con una mina; de hecho es
probable que la causa de los derechos de las mujeres
retroceda más por esas asociaciones. La reforma cultural es
generalmente más eficaz, provocando menos resistencia y
reacción, cuando se logra por seducción y ósmosis en lugar
de a punta de bayoneta. Temo que Estados Unidos ha
aprendido poco de la experiencia soviética en Afganistán, ya
que parece inclinarse por repetirla.
Por supuesto no quiero negar que la influencia del poder
centralizado sobre las jurisdicciones locales pueda a veces
tener el efecto de liberalizar la cultura y proteger los
derechos individuales contra la opresión local. Pero sostengo
que cuando los imperios hacen esto, no lo hacen por ser
imperios y por tanto cualquier punto que se anoten a este
respecto no debería atribuirse al imperio como tal. El
comercio internacional y el intercambio cultural pueden
tener un efecto liberalizador estén o no acompañados por la
ocupación militar; de hecho, he argumentado que la
ocupación militar perjudica más que ayuda al proceso. Si
alguien bebe al tiempo veneno y medicina y la medicina
tiene algún efecto bueno, no debería atribuírselo al veneno.
Respecto de los casos en que el poder centralizado
protege genuinamente derechos imponiéndose a la autoridad
local, el beneficio que ofrecen no tiene nada que ver en
absoluto con la centralización. Lo importante en esos casos
es que el poder central está ofreciendo servicios legales en
competencia con la autoridad local. Y en la medida en que el
beneficio del poder central se encuentra en su papel como
competidor frente a la autoridad local, cualquier mérito que
tenga debería atribuirse a la descentralización en lugar de al
lado de la centralización de la contabilidad, ya que si la
competencia es buena a nivel local indudablemente será
también buena a gran escala.
El poder centralizado puede ser una forma de
proporcionar competencia a nivel local, pero no es la mejor
forma, ya que lo hace disminuyendo a la competencia a gran
escala. Por el contrario, el remedio para la tiranía local no es
menos descentralización, sino más: si una región más
pequeña se independiza de una región más grande y luego
practica la opresión, la solución más segura no es
reabsorberla en la región más grande (con el riesgo de una
opresión a mayor escala que produce), sino promover la
secesión de ella de regiones aún más pequeñas.
Los críticos de la secesión señalan la práctica de la
esclavitud de la Confederación y otros vicios políticos, pero
por supuesto la Confederación era ella misma un enorme
imperio centralizado desgarbado. Incluso los estados
miembros de la Confederación tomados individualmente
tenían el tamaño de países europeos. Simplemente no
llevaron las descentralización lo suficientemente lejos. El
verdadero defensor de la secesión fue Lysander Spooner, que
defendía no solo la secesión de los estados confederados de
la Unión, sino también la secesión de los esclavos, con sus
plantaciones ocupadas, de la autoridad de sus amos.
Como señala Johnson, los preocupados por la protección
de valores cosmopolitas tienen tantas razones para estar a
favor de la descentralización como cualquier otro:
Un tipo de política descentralizadora que se podría apoyar
sería la defensa de la secesión de centros urbanos de los
estados que los rodean y un orden descentralizado que se
base parcialmente en gente que forme una red de polis en
torno a estos centros urbanos. Indudablemente hay varias
ciudades (Nueva York, San Francisco, Detroit, Austin,
Atlanta…) en los que hay suficiente gente disgustada con
sus gobiernos estatales como para que esta idea puede
tener algún atractivo real. Después de todo, el poder de los
condados suburbanos y exurbanos y rurales para
imponerse a las ciudades mediante el control mayoritario
del gobierno estatal es, o al menos tendría que ser, tan
preocupante para los descentralizadores como lo
contrario.7
Y Paterson me da inadvertidamente la razón acerca de que
los imperios no hace el bien por ser imperios en el siguiente
pasaje:
Nunca ha habido un imperio militar ni puede haberlo
nunca. Es imposible, en la naturaleza de las cosas. Cuando
Augusto se convirtió en emperador, su primer movimiento
para consolidar el dominio romano fue reducir el tamaño
del ejército. Consecuentemente, cuando Roma incluyó
dentro de sus fronteras la mayoría de Europa, Oriente
Medio y el norte de África, la tarea se llevó a cabo con
menos de cuatrocientos mil soldados, de los cuales la mitad
eran auxiliares, es decir, regimientos proporcionados por
naciones sometidas y dirigidos por romanos. (…) Los
ejércitos romanos habrían sido lamentablemente
inadecuados para mantener un territorio tan amplio por
pura fuerza. (…) El hombre normal quería vivir bajo el
derecho romano. Las legiones victoriosas fueron un
resultado y no una causa.8
Hay dos cosas que decir acerca de esto. Primero, el hecho de
que Roma no mantuviera su imperio solo por la fuerza de las
armas no prueba que su gobierno fuera benigno. Como han
apuntado pensadores tan diversos como tienne de la La
Boétie, David Hume, Mahatma Gandhi, Ayn Rand y Murray
Rothbard, ningún gobierno, no importa lo tiránico que sea,
mantiene su poder solo por la fuerza de las armas. Los
gobernados siempre superan enormemente a los gobernantes
y por tanto el gobierno depende esencialmente de la
aceptación del pueblo, una aceptación que trata de promover
mediante patrocinio y propaganda.
Pero, segundo, supongamos que muchos de los súbditos
de Roma realmente aceptaran el gobierno romano porque
prefirieran su sistema legal a cualquier alternativa conocida
(y yo ciertamente reconozco que el derecho romano tenía
muchas características positivas). En ese caso o hasta ese
punto el Imperio Romano era innecesario. Si la
jurisprudencia romana era realmente un producto superior,
podría haber dominado el mercado sin ninguna necesidad de
legiones, senadores, cónsules, emperadores, guardias
pretorianos y el resto de cosas. No hacía falta ninguna
administración centralizada en absoluto.
Tampoco el imperio es solo de valor dudoso para los
sometidos. Citando no solo el caso romano, sino asimismo
Egipto, Esparta, Japón, la Francia absolutista y el
contemporáneo Imperio Británico, Herbert Spencer
documenta una variedad de formas en que la necesidad
mantener esclavizado un pueblo sometido tiende a generar
también restricciones a la libertad del grupo gobernante: «en
la proporción en que disminuye la libertad en las sociedad
sobre las que gobierna», dice, «la libertad disminuye dentro
de su propia organización». Spencer dibuja la siguiente
analogía:
He aquí un prisionero con las manos atadas y con una
cuerda alrededor de su cuello (…) siendo llevado a casa
por su salvaje conquistador, que trata de hacer de él un
esclavo. ¿Uno, decís, es cautivo y el otro libre? ¿Estáis
seguros de que el otro es libre? Agarra un extremo de la
cuerda y, salvo que quiera dejar escapar a su cautivo, debe
continuar unido sujetándola de tal manera que no sea fácil
soltarse. Debe estar el mismo atado al cautivo mientras el
cautivo esté ligado a él.9
La Guerra de Secesión de EEUU, junto con el periodo que
lleva a ella, ofrecen un útil ejemplo de la tesis de Spencer. La
Unión era una potencia imperial y expansionista desesperada
por mantener su control sobre el Sur, pero el Sur era también
una potencia imperial y expansionista desesperada por
mantener su control sobre los esclavos. En ambos casos, la
necesidad de mantener dicho control tuvo una influencia
corrosiva tanto en la libertad como en la cultura.
Para mantener el sistema esclavista, el Sur tenía que
abandonar los principios libertarios de Jefferson y la
revolución. Los gobiernos sureños encontraban necesario
imponer restricciones cada vez mayores a las libertades
civiles y económicas de los blancos para mantener
sometidos a los negros. Muchos estados hicieron ilegal que
los propietarios liberaran a sus esclavos y pronto no hubo
libertad de expresión o prensa para los blancos de
defendieran la abolición. En algunos casos, hablar contra
la esclavitud era castigado con la muerte.
Una vez se consiguió la secesión y se estableció la
Confederación, la supresión de las libertades de los
blancos creció aún más, ya que el gobierno central, en
nombre la necesidad militar, extendió sus controles sobre
todos los demás aspectos cotidianos. Hacían falta
pasaportes internos para viajar, se suspendieron derechos
civiles tradicionales, como el habeas corpus, se devaluó la
divisa y se nacionalizó la mayoría de los sectores de la
economía. En su búsqueda desesperada de mantener su
control sobre los negros, los blancos sureños se
encontraron obligados a establecer un orden político
autoritario que acabó reclamando asimismo su propia
libertad. (…)
Los intentos del Norte de someter al Sur tuvieron un
efecto en el Norte igual que el efecto en Sur de sus intentos
de conservar la esclavitud. Se centralizó más autoridad en
Washington, se violaron constantemente las libertades
civiles, se introdujeron el impuesto de la renta y el servicio
militar administrado federalmente y se extendió un ominoso
culto a la unidad nacional en la conciencia estadounidense.
El resultado fue un gobierno federal con enormes nuevos
poderes.10
El declive en la cultura política en ambos bandos es también
notable. En el Sur, durante el periodo que llevó a la guerra, la
ideología imperante cambia de la aproximación de los
derechos naturales de Jefferson and Taylor al
anti-derechos-naturales pero todavía liberal Calhoun, al
absolutamente anti-derechos y anti-liberal George Fitzhugh
(cada uno de ellos, no casualmente, más fácil de reconciliar
con la esclavitud que su predecesor). En el lado del Norte,
mientras pasamos del partido federalista y whig al
republicano, el compromiso con el privilegio mercantilista
permanece incólume, pero la visión de la ilustración urbana
de Hamilton (sean cuales sean sus defectos) da paso al
ferviente prohibicionismo de los fanáticos paternalistas.
Hoy afrontamos una dinámica similar, ya que los intentos
del gobierno de EEUU de contener las represalias terroristas
resultantes de nuestras aventuras políticas exteriores están
ocasionando restricciones de la libertad no solo en los
supuestos enemigos exteriores de Estados Unidos, sino
también en los ciudadanos estadounidenses, incluso quienes
apoyan la política del gobierno. Y aun así se adoptan esas
políticas (de la guerra contra los geles a la guerra contra el
habeas corpus), con la idea de considerar como justificada
cualquier pérdida de libertad si ayuda o se supone que ayuda
a la «Guerra contra el Terrorismo». El presidente se eleva en
la imaginación del público a un personaje divino,
permitiéndole así trasladar al poder al poder ejecutivo.
Películas como Black Hawk derribado inflaman las
pasiones populares contra un enemigo vagamente concebido,
mientras que series de televisión como 24 glorifican la
violación de las normas ordinarias de decencia moral en
nombre de la seguridad nacional. La religión cuyo fundador
enseñaba a amar a tus enemigos se ve de nuevo presionada al
servicio del estado y quienes afirman seguir a un líder
religioso que fue torturado hasta la muerte por el estado
defienden despreocupadamente la tortura. El pueblo está tan
absorto por una imaginación engañosa que se puede sustituir
un enemigo por otro, Iraq por Al-Qaeda, sin pestañear, como
los ministros de propaganda en el 1984 de Orwell sustituían
Asia del Este por Eurasia en neolengua. No hace falta decir
que este no es el tipo de descentralización que estén
buscando los defensores del argumento cosmopolita del
imperio. Pero parece ser lo que están consiguiendo.
Hace más de cien años, Spencer describía los efectos
políticos y culturales de la centralización y el imperialismo,
su tendencia a impulsarlo que llamaba «regimentación»,
«re-barbarización» y el modelo «militante» de sociedad y no
puedo hacer sino citarle por extenso:
Señalemos ahora cómo, junto con la extensión nominal de
la libertad constitucional, se ha estado produciendo una
disminución real de ella. Está primero el hecho de que las
funciones legislativas del Parlamento han estado
disminuyendo, mientras que el Ministerio las ha estado
usurpando. Medidas importante se impulsan y desarrollan
ahora por parte de miembros privados, pero se apela al
Estado para asumirlas: la creación de leyes está
gradualmente pasando a manos del ejecutivo. Y luego
dentro de este mismo ejecutivo la tendencia a poner el
poder en menos manos. (…) De forma similar, al tomar
para propósitos públicos cada vez más tiempo disponible
por los miembros privados, eliminado debates por
conclusiones y requiriendo ahora el voto para aprobar en
bloque todo un departamento, sin crítica de los detalles, se
nos muestra que mientras que la extensión de la franquicia
parece aumentar las libertades de los ciudadanos, estas
han disminuido al restringir las esferas de acción de sus
representantes. Todas estas son etapas en esa
concentración de poder que es simultánea al imperialismo.
(…)
La calidad de una pasión es en gran medida la misma
sea cual sea el objeto de su entusiasmo. El miedo que
despierta un perro agresivo es en lo esencial como el miedo
producido por el arma levantada de un asesino y el odio
que se siente por un animal desagradable es de la misma
naturaleza que odio de un hombre por otro que le
desagrade. Especialmente cuando los objetos de la pasión
son imaginarios, es probable que haya poca diferencia en
el estado mental producido. El cultivo de la animosidad
hacia un objeto imaginario, fortaleciendo el sentimiento de
animosidad en general, hace más fácil levantar animosidad
hacia otro objeto imaginario. (…)
Hago estos comentarios a propósito del Ejército de
Salvación. La palabra es importante: Ejército; como los
nombres de los grados, del llamado «general»,
descendiendo a los brigadas, coroneles, mayores, hasta los
suboficiales locales, todos vistiendo uniformes. Este sistema
es igual en idea y sentimiento al de un ejército real. ¿A qué
sentimientos se apela? La «Gaceta oficial del Ejército de
Salvación» se titula El grito de guerra y el lema que se
muestra claramente en la primera página es «Sangre y
fuego». Indudablemente se dirá que es hacia el principio de
mal, personal o impersonal (hacia «el diablo y todas sus
obras») hacia el que se invocan los sentimientos
destructivos con este título y este lema. Igualmente se dirá
que en un himno, visible en el número del ejemplar que
tengo en mis manos, el mismo animus se muestra en las
expresiones que selecciono de las primeras treinta líneas:
«Haznos guerreros por siempre, envíanos al campo de
batalla (…) Venceremos con fuego y sangre (…) Tomad
vuestras armas, el enemigo está cerca, los poderes del
infierno nos rodean (…) ¡El día de la batalla está cerca!
Adelante hacia la guerra gloriosa». Estos y otros como
ellos son estímulos para las tendencias a la lucha y la
excitación de las canciones unidas a los desfiles marciales
y la música instrumental no pueden dejar de enervar esas
pasiones dormidas que están listas para estallar incluso a
lo largo de la vida cotidiana. Esas apelaciones que
deberían ser a los sentimientos más amables que inculca la
religión, se pierden en la práctica en medio de estas
ruidosas invocaciones. A partir de las exhortaciones
mezcladas y contradictorias la gente que escucha responde
con lo que es más congruente con su propia naturaleza y se
ve poco afectada por el resto, así que bajo las formas
nominales de la religión de la amistad se ejercitan
diariamente los sentimiento apropiados para la religión de
la enemistad. Y después, como sugería antes, estas pasiones
destructivas dirigidas hacia «el enemigo», como se llama al
principio del mal, se dirigen fácilmente hacia un enemigo
concebido de otra manera. Si los espíritus malvados se
sustituyen por hombres malvados, estos se consideran con
los mismos sentimientos y cuando las calumnias sembradas
alrededor hacen que parezca que ciertas personas son
hombres malvados, la rabia y el odio que se han impulsado
perpetuamente se descargan sobre ellas. (…)
Esta difusión de ideas militares, sentimientos militares,
organización militar, disciplina militar se ha producido en
todas partes. (…) Así que en todas partes vemos las ideas y
sentimientos e instituciones apropiados para una vida
pacífica reemplazados por los apropiados para una vida de
lucha. Los continuos aumentos en el ejército, la formación
de campos militares permanentes, la institución de
concursos públicos y exhibiciones militares, han conducido
a este resultado. (…) Los constantes entusiasmos por las
pasiones destructivas (…) han hecho familiares la guerra y
el fuego y la sangre y bajo el disfraz de luchar contra el
mal se han encajado en lo más profundo de las emociones
amables. (…)
Sistema, regulación, uniformidad, compulsión: estas
palabras se están haciendo familiares en discusiones sobre
cuestiones sociales. En todas partes ha aparecido una
suposición no cuestionada de que todo debería disponerse
siguiendo un plan definido. (….) Aunque no hayamos
llegado a un estado como el que indicó un ministro francés
que dijo: «Ahora todos los niños de Francia están dando la
misma lección», aunque si comparamos nuestros sistema
actual con nuestro estado antes de que se crearan los
internados, vemos un movimiento hacia un ideal similar.
Tenemos un «código» que deben respetar directores y
maestros y tenemos inspectores que ven que se aplican las
ideas de la autoridad central. (…)
Mientras la pasión por el dominio supere a todas las
demás, se tolerará la esclavitud que va de la mano del
imperialismo. Entre hombres que no se enorgullezcan de la
posesión de rasgos puramente humanos, sino de la posesión
de rasgos que tengan en común con las bestias y en cuyas
bocas el «valor de un bulldog» equivalga a hombría, entre
gente que lleva su honor a un cuadrilátero de boxeo, en el
que los combatientes se someten a dolor, lesiones y riesgo
de muerte decididos a demostrar que son los «mejores»,
ninguna consideración disuasoria como las anteriores
tendrá ningún peso. Mientras continúen conquistando otros
pueblos y los mantengan sometidos, mezclarán sus
libertades personales con el poder del estado y a partir de
entonces y desde ahí aceptarán la esclavitud que va de la
mano del imperialismo.11
El mensaje de Spencer sigue siendo totalmente apropiado
para nuestra época actual y sugiere (como debería
igualmente sugerir un vistazo al actual ocupante de la Casa
Blanca) que las ambiciones imperiales y la centralización del
poder no son una receta para el triunfo de los valores
civilizados y cosmopolitas por encima de la opresión
reaccionaria estrecha de mente.
Repito, la cura para la tiranía local no es menos
descentralización, sino más. Primero, romper los imperios en
estados, los estados en condados, los condados en distritos,
los distritos en municipios, los municipios en barrios y así
sucesivamente hasta el nivel de la soberanía individual.
Segundo, separar la jurisdicción y la asociación legal de la
geografía; si vivo en Mississippi pero prefiero a ley de
Massachusetts o viceversa, debería ser libre de apuntarme al
sistema que prefiero sin tener que mudarme físicamente.
Maximicemos la competencia y minimizaremos así las
oportunidades para la opresión.
La seguridad más real para los valores liberales y
cosmopolitas no reside en el imperio, sino en la secesión y la
anarquía.
Notas
1. Isabel Paterson, God of the Machine (New Brunswick NJ: Transaction,
1993), p. 121.
2. Ver Wordworth Donisthorpe, Individualism: A System of Politics
(Londres: Macmillan, 1889) y Down the Stream of Civilization (Londres: G.
Newnes, 1898).
3. Paterson, pp. 9-10.
4. Ibíd., p. 25.
5. «two notes on conservatism and cosmopolitanism», Blog de Lady
Aster.
6. Charles Johnson, comentario en The Conservative Mind, 27 de marzo
de 2006.
7. Ibíd.
8. Paterson, p. 31.
9. Herbert Spencer, Facts and Comments (Nueva York: D. Appleton,
1902), ch. 24; también en línea.
10. Roderick T. Long, «The Nature of Law, Part IV: The Basis of Natural
Law», Formulations 4, nº 2 (Invierno de 1997).
11. Spencer, cap. 24-26.
Sobre el Autor
Roderick T. Long is a senior fellow of the Mises Institute
and a professor of philosophy at Auburn University. He runs
the Molinari Institute and Molinari Society. His website is
Praxeology.net.

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Lo que el Imperio le hace a una Cultura - Roderick T. Long

  • 1.
  • 2. LO QUE EL IMPERIO LE HACE A UNA CULTURA RODERICK T. LONG Δ C R Δ C I Δ
  • 3. [Este discurso se realizó el 27 de octubre de 2006 en la Cumbre de Seguidores del Instituto Mises] Hoy quiere ocuparme de cierto argumento a favor del imperio que no viene de los enemigos de la libertad, sino de sus amigos, aunque en este caso sean amigos equivocados, en mi opinión. Lo llamaré el argumento cosmopolita del imperio. Según el argumento cosmopolita del imperio, hay una tendencia en los imperios a ser más tolerantes y pluralistas que los regímenes locales que abarcan, precisamente porque aprovechan una variedad más amplia de tradiciones y valores culturales. James Madison usa esencialmente este argumento en el número 10 del Federalist cuando escribe: Cuanto más pequeña sea la sociedad, serán menos probable los distintos partidos e intereses que la compongan; cuanto menos sean los distintos partidos e intereses que la compongan, más frecuentemente se encontrará una mayoría en el mismo partido y cuanto menor sea el número de individuos que compongan la mayoría y menor sea el límite en el que se ubiquen, más fácilmente se pondrán de acuerdo y ejecutarán sus planes de opresión. Extiendan la esfera y tendrán una mayor variedad de partidos e intereses, harán menos probable que una mayoría del conjunto tenga un motivo común para
  • 4. invadir los derechos e otros ciudadanos o, si existe ese motivo común, será más difícil para todos los que lo sientes descubrir su propia fuerza y actuar al unísono con las demás. (…) La influencia de líderes de facciones puede encender una llama dentro de sus estados particulares, pero no podrá extender una conflagración general en los demás estados. Una secta religiosa puede degenerar en facción política en una parte de la Confederación, pero la variedad de sectas dispersas sobre toda la faz de ella debe asegurar a los consejos nacionales contra cualquier peligro de ese origen. Un brote a favor del papel moneda, de la abolición de deudas, de una división igual de la propiedad o de cualquier otro proyecto inapropiado o retorcido, será menos posible que perviva en todo el cuerpo de la Unión que en un miembro particular de ella; en la misma proporción en que una dolencia como esa es más probable que tiente a un condado o distrito concreto que a todo un Estado. Es desde esta perspectiva como se alabado, por ejemplo, al Imperio Británico por parte de algunos libertarios, por combatir prácticas como los sacrificios humanos y el sistema de castas en sus colonia. Por ejemplo, Isabel Paterson escribe en God of the Machine: Como pasó con Roma, el mundo aceptó el imperio británico porque abrió al mundo canales de energía para el comercio en general. (…) Entre todas las exportaciones invisibles de
  • 5. Inglaterra estuvieron el derecho y el libre comercio. En términos prácticos, mientras Inglaterra gobernó los mares, cualquier hombre de cualquier nación podía ir a cualquier sitio, llevando consigo sus bienes y dinero, con seguridad.1 Y el anarquista spenceriano Wordsworth Donisthorpe decía igualmente que apoyaba el Imperio Británico porque donde ondeaba la Union Jack, a esta le seguía el libre comercio.2 Paterson ve también virtudes en el Imperio Romano, argumentando que el ataque cartaginés a Roma fracasó debido a que los aliados sometidos de Roma, de quienes Aníbal había esperado que «se unieran al invasor para librarse del yugo romano», permanecieron leales a Roma debido a los beneficios del derecho romano.3 Y refiriéndose al incidente en el que el apóstol Pablo escapaba al látigo invocando su ciudadanía romana, escribe: «Lo crucial del asunto es que un pobre predicador callejero, de la clase trabajadora, bajo arresto y con enemigos en lugares importantes, solo tenía que reclamar sus derechos civiles como ciudadano romano y nadie podía negárselos».4 En el caso estadounidense, el poder centralizado se visto como vital para la protección de los derechos de las minorías, poniendo fin a la esclavitud en el siglo XIX y a las leyes Jim Crow en el XX; David Bernstein ha argumentado que la muy denostada sentencia Lochner a favor de la libertad de
  • 6. contratación proporcionó una valiosa protección en esta área al echar abajo leyes estatales racistas que restringían la libertad de contratación en perjuicio de los afroamericanos. Se puede igualmente apuntar a muchas otras áreas, de la censura a la libertad reproductiva o los derechos de los gays, en las que un tribunal federal con valores culturales aparentemente más tolerantes ha actuado para proteger la libertad individual contra los gobiernos estatales y locales con valores menos tolerantes. El teórico legal anarquista Randy Barnett ha defendido una teoría de jurisprudencia constitucional que incluye la imposición federal de patrones libertarios sobre los estados. En este sentido, la blogger libertaria Lady Aster ofrece la siguiente crítica a la descentralización: Hace mucho que soy escéptica acerca de la descentralización; lo que temo es que las sociedades con valores culturales premodernos y tradicionales impongan sus prejuicios locales despiadadamente sin el control de una sociedad más grande y cosmopolita. Me alegra Lawrence vs. Texas y me aterroriza Dakota del Sur, y aunque apoyaría una reducción o eliminación del poder del estado, también creo que dicho poder estatal es menos destructivo cuando no está exactamente en manos de autoridades sociales locales y tradicionales. Históricamente, la tolerancia ha sido un valor alimentado
  • 7. por la educación, el ocio y la urbanidad y se ha hecho políticamente necesaria siempre que un cuerpo político comprende diversas culturas integrantes del mismo. Mi experiencia me lleva a creer que los derechos de las minorías, incluyendo los inmigrantes (sin documentación o con ella), no estarían mejor protegidos bajo una descentralización. (…) Es verdad que hay casos en que la sociedad local aprobaría leyes mejores que el estado centralizado (…) Pero aun así, mi lectura de la historia es que la tendencia general es hacia que la tolerancia cultural florece en los centros urbanos. Si es así, el localismo parece una idea con la que puedo tener alguna simpatía anarquista, pero que parece en la práctica una amenaza letal para minorías, disidentes e inconformistas de todo tipo.5 Aunque simpatizo con muchas de las preocupaciones encarnadas en el argumento cosmopolita del imperio, creo que el argumento es erróneo. Dejadme explicar por qué. Para empezar, deberíamos tener cuidado a la hora de concluir que la centralización imperial lleva a una cultura floreciente y cosmopolita. Es verdad que hay casos que podrían parecer apoyar esa idea: los imperios romano y británico, Francia bajo los borbones, Austria-Hungría bajo los habsburgos. Pero también son sorprendentes los casos contrarios.
  • 8. Consideremos China, Grecia, Alemania y la Italia del Renacimiento en sus respectivos apogeos culturales. En cada caso, los principales pensadores dedicaban una gran parte del tiempo a quejarse del hecho de que su región estuviera fragmentada en muchos estados diminutos y hacían fervientes llamadas a una mayor unificación política y en cada caso cuando llegó la deseada unificación, la vigorosa y dinámica explosión cultural se apagó en buena parte, junto con la competencia que probablemente la alimentó. También en el mundo musulmán, el punto álgido de la creatividad cultural y la tolerancia religiosa se produjo, no bajo los otomanos sino bajos las hegemonías árabes muchos menos centralizadas que precedieron al gobierno otomano. La protección ofrecida por el centralismo imperial tampoco debe sobrestimarse. La visión del Imperio Británico como garante universal del libre comercio parece un mal chiste cuando se considera el sistema mercantilista de privilegios económicos que mantuvo Gran Bretaña en la India, por ejemplo. Y en Estados Unidos el gobierno federal presidió alegremente con esclavitud durante casi un siglo antes de hacer algo con ella y luego presidió alegremente con el sistema Jim Crow durante casi otro siglo antes de hacer algo con él. Además, la lucha contra Jim Crow se libró inicialmente a nivel popular por parte de ciudadanos privados con relativamente poco apoyo federal y fue solo
  • 9. después de que el movimiento de derechos civiles hubiera empezado a tomar fuerza cuando el gobierno federal se movió como el búho de Minerva para colocarse a la cabeza del movimiento. Aunque es verdad que el gobierno federal ha sido más tolerante que las jurisdicciones locales en algunos asuntos, hay muchas excepciones, siendo las armas de fuego y la marihuana dos ejemplos evidentes. E incluso cuando el gobierno central es realmente un protector de valores más tolerantes, un problema con este tipo de solución centralista es que dirige a los reaccionarios locales hacia la política nacional, ya que los reaccionarios ven entonces que tomar el poder en el gobierno central es el único medio disponible para proteger sus valores. Y una vez que los reaccionarios ganan a nivel nacional, están en disposición de imponer su programa a todos. Al menos con la descentralización hay algún lugar al que escapar. Supongamos que Madison tenga razón en que «Un brote a favor (…) de cualquier (…) proyecto inapropiado o retorcido, será menos posible que perviva en todo el cuerpo de la Unión que en un miembro particular de ella». Igualmente hay medios en un sistema centralizado por el que las opresiones locales pueden agrandarse. Supongamos que Falwellville está a favor de quemar libros de Darwin, mientras que Mephistoville está a favor de quemar libros de
  • 10. C.S. Lewis. En un legislativo centralizado, los representantes o cabilderos de Falwellville pueden estar dispuestos a prestar su apoyo a la quema de libros de C.S. Lewis a cambio de que los representantes o cabilderos de Mephistoville presten su apoyo a la quema de libros de Darwin. Así que la centralización proporciona una vía por la que las tiranías locales pueden conseguir más apoyo en toda la nación del que obtendrían en otro caso. Y una vez que una tiranía local consigue tener éxito en establecerse a nivel centralizado, ya no se puede escapar de ella simplemente trasladándose a otro distrito local. Un presidente Bush es mucho más peligroso que un gobernador Bush, que a su vez es mucho más peligros de lo que sería un alcalde Bush. Y merece la pena recordar que lo que las potencias centrales imperiales deciden imponer a las jurisdicciones locales, incluso cuando no se ven influidas inapropiadamente por representantes de la opresión local, no siempre va a resultar dirigirse hacia una mayor liberalidad: pensemos en el tratamiento soviético de Hungría en 1956 o de Checoslovaquia en 1968. Y por supuesto el mismo Pablo que estaba protegido por el derecho romano en las provincias fue ejecutado bajo el derecho romano en la capital. Como escribe Charles Johnson: La urbanidad en el mejor de los casos tiende a ayudar a
  • 11. ciertos tipos de tolerancia y a hacer florecer pensamiento a favor de la libertad, pero creo que el agrarismo en el mejor de los casos tiende a ayudar a florecer otros tipos. Las mejores partes de la Revolución Americana (radical, anti-estatista, directamente democrática, anti-mercantilista, etc.), por ejemplo, en general vinieron del interior de Massachusetts, por ejemplo, con la mayoría de las intrigas mercantilistas y la ley y orden conservadores proviniendo de los centros urbanos en Boston, Nueva York, etc. Me inclino a decir que cada forma de vida alimenta tanto sus propias virtudes características como sus propios vicios característicos. La tradición agraria en el mejor de los casos cultiva el escepticismo populista hacia las élites autonombradas, el escepticismo individualista hacia las demandas arbitrarias de otros, una ética de la autosuficiencia, una voluntad de vivir y dejar vivir en asuntos de propiedad privada, un escepticismo frente a la planificación utópica centralizada, etc. En el peor de los casos, tiende a animar la estrechez mental, el anti-intelectualismo, el tradicionalismo empecinado, la indiferencia de «tengo lo mío», el fanatismo convencional, una falta de escepticismo hacia una autoridad tradicional y supuestamente «natural», etc. Por el contrario, la tradición de urbanidad en el mejor de los casos tiende a cultivar la tolerancia intercultural, el respeto por el intelecto y la educación, la solidaridad con otros, un intenso escepticismo hacia los centros tradicionales de autoridad,
  • 12. etc. Pero en el peor de los casos también ha cultivado el mercantilismo depredador, la política de aniquilación masiva (normalmente en nombre de la «democracia»), la planificación centralizada utópica, la arrogancia imperial (tanto hacia las provincias como hacia la clase marginal de la propia ciudad), etc.6 Además, incluso cuando los valores del poder central son más liberales, los resultados de tratar de imponerlos pueden no ser los esperados. A veces se argumenta, por ejemplo, que la ocupación soviética de Afganistán en realidad representó una liberación, especialmente para las mujeres. Creo que hay cierta verdad en esto: los soviéticos apoyaron la educación, las carreras y la decisión marital de las mujeres y no impusieron el hiyab. Por otro lado, el trato soviético a las mujeres en Afganistán tuvo sus propias historias de horror, pero, incluso dejando aparte eso, el problema de imponer valores liberales por medio de fuerza militar es que tiende a asociar los valores liberales con la invasión y la opresión en las mentes de la población. Es improbable que se gane la causa de los derechos de la mujer cuando los que predican a favor de esa causa te han robado tu granja, disparado a tu hermano y arrancado las manos a tus hijos con una mina; de hecho es probable que la causa de los derechos de las mujeres retroceda más por esas asociaciones. La reforma cultural es
  • 13. generalmente más eficaz, provocando menos resistencia y reacción, cuando se logra por seducción y ósmosis en lugar de a punta de bayoneta. Temo que Estados Unidos ha aprendido poco de la experiencia soviética en Afganistán, ya que parece inclinarse por repetirla. Por supuesto no quiero negar que la influencia del poder centralizado sobre las jurisdicciones locales pueda a veces tener el efecto de liberalizar la cultura y proteger los derechos individuales contra la opresión local. Pero sostengo que cuando los imperios hacen esto, no lo hacen por ser imperios y por tanto cualquier punto que se anoten a este respecto no debería atribuirse al imperio como tal. El comercio internacional y el intercambio cultural pueden tener un efecto liberalizador estén o no acompañados por la ocupación militar; de hecho, he argumentado que la ocupación militar perjudica más que ayuda al proceso. Si alguien bebe al tiempo veneno y medicina y la medicina tiene algún efecto bueno, no debería atribuírselo al veneno. Respecto de los casos en que el poder centralizado protege genuinamente derechos imponiéndose a la autoridad local, el beneficio que ofrecen no tiene nada que ver en absoluto con la centralización. Lo importante en esos casos es que el poder central está ofreciendo servicios legales en competencia con la autoridad local. Y en la medida en que el beneficio del poder central se encuentra en su papel como
  • 14. competidor frente a la autoridad local, cualquier mérito que tenga debería atribuirse a la descentralización en lugar de al lado de la centralización de la contabilidad, ya que si la competencia es buena a nivel local indudablemente será también buena a gran escala. El poder centralizado puede ser una forma de proporcionar competencia a nivel local, pero no es la mejor forma, ya que lo hace disminuyendo a la competencia a gran escala. Por el contrario, el remedio para la tiranía local no es menos descentralización, sino más: si una región más pequeña se independiza de una región más grande y luego practica la opresión, la solución más segura no es reabsorberla en la región más grande (con el riesgo de una opresión a mayor escala que produce), sino promover la secesión de ella de regiones aún más pequeñas. Los críticos de la secesión señalan la práctica de la esclavitud de la Confederación y otros vicios políticos, pero por supuesto la Confederación era ella misma un enorme imperio centralizado desgarbado. Incluso los estados miembros de la Confederación tomados individualmente tenían el tamaño de países europeos. Simplemente no llevaron las descentralización lo suficientemente lejos. El verdadero defensor de la secesión fue Lysander Spooner, que defendía no solo la secesión de los estados confederados de la Unión, sino también la secesión de los esclavos, con sus
  • 15. plantaciones ocupadas, de la autoridad de sus amos. Como señala Johnson, los preocupados por la protección de valores cosmopolitas tienen tantas razones para estar a favor de la descentralización como cualquier otro: Un tipo de política descentralizadora que se podría apoyar sería la defensa de la secesión de centros urbanos de los estados que los rodean y un orden descentralizado que se base parcialmente en gente que forme una red de polis en torno a estos centros urbanos. Indudablemente hay varias ciudades (Nueva York, San Francisco, Detroit, Austin, Atlanta…) en los que hay suficiente gente disgustada con sus gobiernos estatales como para que esta idea puede tener algún atractivo real. Después de todo, el poder de los condados suburbanos y exurbanos y rurales para imponerse a las ciudades mediante el control mayoritario del gobierno estatal es, o al menos tendría que ser, tan preocupante para los descentralizadores como lo contrario.7 Y Paterson me da inadvertidamente la razón acerca de que los imperios no hace el bien por ser imperios en el siguiente pasaje: Nunca ha habido un imperio militar ni puede haberlo nunca. Es imposible, en la naturaleza de las cosas. Cuando Augusto se convirtió en emperador, su primer movimiento para consolidar el dominio romano fue reducir el tamaño
  • 16. del ejército. Consecuentemente, cuando Roma incluyó dentro de sus fronteras la mayoría de Europa, Oriente Medio y el norte de África, la tarea se llevó a cabo con menos de cuatrocientos mil soldados, de los cuales la mitad eran auxiliares, es decir, regimientos proporcionados por naciones sometidas y dirigidos por romanos. (…) Los ejércitos romanos habrían sido lamentablemente inadecuados para mantener un territorio tan amplio por pura fuerza. (…) El hombre normal quería vivir bajo el derecho romano. Las legiones victoriosas fueron un resultado y no una causa.8 Hay dos cosas que decir acerca de esto. Primero, el hecho de que Roma no mantuviera su imperio solo por la fuerza de las armas no prueba que su gobierno fuera benigno. Como han apuntado pensadores tan diversos como tienne de la La Boétie, David Hume, Mahatma Gandhi, Ayn Rand y Murray Rothbard, ningún gobierno, no importa lo tiránico que sea, mantiene su poder solo por la fuerza de las armas. Los gobernados siempre superan enormemente a los gobernantes y por tanto el gobierno depende esencialmente de la aceptación del pueblo, una aceptación que trata de promover mediante patrocinio y propaganda. Pero, segundo, supongamos que muchos de los súbditos de Roma realmente aceptaran el gobierno romano porque prefirieran su sistema legal a cualquier alternativa conocida
  • 17. (y yo ciertamente reconozco que el derecho romano tenía muchas características positivas). En ese caso o hasta ese punto el Imperio Romano era innecesario. Si la jurisprudencia romana era realmente un producto superior, podría haber dominado el mercado sin ninguna necesidad de legiones, senadores, cónsules, emperadores, guardias pretorianos y el resto de cosas. No hacía falta ninguna administración centralizada en absoluto. Tampoco el imperio es solo de valor dudoso para los sometidos. Citando no solo el caso romano, sino asimismo Egipto, Esparta, Japón, la Francia absolutista y el contemporáneo Imperio Británico, Herbert Spencer documenta una variedad de formas en que la necesidad mantener esclavizado un pueblo sometido tiende a generar también restricciones a la libertad del grupo gobernante: «en la proporción en que disminuye la libertad en las sociedad sobre las que gobierna», dice, «la libertad disminuye dentro de su propia organización». Spencer dibuja la siguiente analogía: He aquí un prisionero con las manos atadas y con una cuerda alrededor de su cuello (…) siendo llevado a casa por su salvaje conquistador, que trata de hacer de él un esclavo. ¿Uno, decís, es cautivo y el otro libre? ¿Estáis seguros de que el otro es libre? Agarra un extremo de la cuerda y, salvo que quiera dejar escapar a su cautivo, debe
  • 18. continuar unido sujetándola de tal manera que no sea fácil soltarse. Debe estar el mismo atado al cautivo mientras el cautivo esté ligado a él.9 La Guerra de Secesión de EEUU, junto con el periodo que lleva a ella, ofrecen un útil ejemplo de la tesis de Spencer. La Unión era una potencia imperial y expansionista desesperada por mantener su control sobre el Sur, pero el Sur era también una potencia imperial y expansionista desesperada por mantener su control sobre los esclavos. En ambos casos, la necesidad de mantener dicho control tuvo una influencia corrosiva tanto en la libertad como en la cultura. Para mantener el sistema esclavista, el Sur tenía que abandonar los principios libertarios de Jefferson y la revolución. Los gobiernos sureños encontraban necesario imponer restricciones cada vez mayores a las libertades civiles y económicas de los blancos para mantener sometidos a los negros. Muchos estados hicieron ilegal que los propietarios liberaran a sus esclavos y pronto no hubo libertad de expresión o prensa para los blancos de defendieran la abolición. En algunos casos, hablar contra la esclavitud era castigado con la muerte. Una vez se consiguió la secesión y se estableció la Confederación, la supresión de las libertades de los blancos creció aún más, ya que el gobierno central, en nombre la necesidad militar, extendió sus controles sobre
  • 19. todos los demás aspectos cotidianos. Hacían falta pasaportes internos para viajar, se suspendieron derechos civiles tradicionales, como el habeas corpus, se devaluó la divisa y se nacionalizó la mayoría de los sectores de la economía. En su búsqueda desesperada de mantener su control sobre los negros, los blancos sureños se encontraron obligados a establecer un orden político autoritario que acabó reclamando asimismo su propia libertad. (…) Los intentos del Norte de someter al Sur tuvieron un efecto en el Norte igual que el efecto en Sur de sus intentos de conservar la esclavitud. Se centralizó más autoridad en Washington, se violaron constantemente las libertades civiles, se introdujeron el impuesto de la renta y el servicio militar administrado federalmente y se extendió un ominoso culto a la unidad nacional en la conciencia estadounidense. El resultado fue un gobierno federal con enormes nuevos poderes.10 El declive en la cultura política en ambos bandos es también notable. En el Sur, durante el periodo que llevó a la guerra, la ideología imperante cambia de la aproximación de los derechos naturales de Jefferson and Taylor al anti-derechos-naturales pero todavía liberal Calhoun, al absolutamente anti-derechos y anti-liberal George Fitzhugh (cada uno de ellos, no casualmente, más fácil de reconciliar con la esclavitud que su predecesor). En el lado del Norte,
  • 20. mientras pasamos del partido federalista y whig al republicano, el compromiso con el privilegio mercantilista permanece incólume, pero la visión de la ilustración urbana de Hamilton (sean cuales sean sus defectos) da paso al ferviente prohibicionismo de los fanáticos paternalistas. Hoy afrontamos una dinámica similar, ya que los intentos del gobierno de EEUU de contener las represalias terroristas resultantes de nuestras aventuras políticas exteriores están ocasionando restricciones de la libertad no solo en los supuestos enemigos exteriores de Estados Unidos, sino también en los ciudadanos estadounidenses, incluso quienes apoyan la política del gobierno. Y aun así se adoptan esas políticas (de la guerra contra los geles a la guerra contra el habeas corpus), con la idea de considerar como justificada cualquier pérdida de libertad si ayuda o se supone que ayuda a la «Guerra contra el Terrorismo». El presidente se eleva en la imaginación del público a un personaje divino, permitiéndole así trasladar al poder al poder ejecutivo. Películas como Black Hawk derribado inflaman las pasiones populares contra un enemigo vagamente concebido, mientras que series de televisión como 24 glorifican la violación de las normas ordinarias de decencia moral en nombre de la seguridad nacional. La religión cuyo fundador enseñaba a amar a tus enemigos se ve de nuevo presionada al servicio del estado y quienes afirman seguir a un líder
  • 21. religioso que fue torturado hasta la muerte por el estado defienden despreocupadamente la tortura. El pueblo está tan absorto por una imaginación engañosa que se puede sustituir un enemigo por otro, Iraq por Al-Qaeda, sin pestañear, como los ministros de propaganda en el 1984 de Orwell sustituían Asia del Este por Eurasia en neolengua. No hace falta decir que este no es el tipo de descentralización que estén buscando los defensores del argumento cosmopolita del imperio. Pero parece ser lo que están consiguiendo. Hace más de cien años, Spencer describía los efectos políticos y culturales de la centralización y el imperialismo, su tendencia a impulsarlo que llamaba «regimentación», «re-barbarización» y el modelo «militante» de sociedad y no puedo hacer sino citarle por extenso: Señalemos ahora cómo, junto con la extensión nominal de la libertad constitucional, se ha estado produciendo una disminución real de ella. Está primero el hecho de que las funciones legislativas del Parlamento han estado disminuyendo, mientras que el Ministerio las ha estado usurpando. Medidas importante se impulsan y desarrollan ahora por parte de miembros privados, pero se apela al Estado para asumirlas: la creación de leyes está gradualmente pasando a manos del ejecutivo. Y luego dentro de este mismo ejecutivo la tendencia a poner el poder en menos manos. (…) De forma similar, al tomar
  • 22. para propósitos públicos cada vez más tiempo disponible por los miembros privados, eliminado debates por conclusiones y requiriendo ahora el voto para aprobar en bloque todo un departamento, sin crítica de los detalles, se nos muestra que mientras que la extensión de la franquicia parece aumentar las libertades de los ciudadanos, estas han disminuido al restringir las esferas de acción de sus representantes. Todas estas son etapas en esa concentración de poder que es simultánea al imperialismo. (…) La calidad de una pasión es en gran medida la misma sea cual sea el objeto de su entusiasmo. El miedo que despierta un perro agresivo es en lo esencial como el miedo producido por el arma levantada de un asesino y el odio que se siente por un animal desagradable es de la misma naturaleza que odio de un hombre por otro que le desagrade. Especialmente cuando los objetos de la pasión son imaginarios, es probable que haya poca diferencia en el estado mental producido. El cultivo de la animosidad hacia un objeto imaginario, fortaleciendo el sentimiento de animosidad en general, hace más fácil levantar animosidad hacia otro objeto imaginario. (…) Hago estos comentarios a propósito del Ejército de Salvación. La palabra es importante: Ejército; como los nombres de los grados, del llamado «general», descendiendo a los brigadas, coroneles, mayores, hasta los
  • 23. suboficiales locales, todos vistiendo uniformes. Este sistema es igual en idea y sentimiento al de un ejército real. ¿A qué sentimientos se apela? La «Gaceta oficial del Ejército de Salvación» se titula El grito de guerra y el lema que se muestra claramente en la primera página es «Sangre y fuego». Indudablemente se dirá que es hacia el principio de mal, personal o impersonal (hacia «el diablo y todas sus obras») hacia el que se invocan los sentimientos destructivos con este título y este lema. Igualmente se dirá que en un himno, visible en el número del ejemplar que tengo en mis manos, el mismo animus se muestra en las expresiones que selecciono de las primeras treinta líneas: «Haznos guerreros por siempre, envíanos al campo de batalla (…) Venceremos con fuego y sangre (…) Tomad vuestras armas, el enemigo está cerca, los poderes del infierno nos rodean (…) ¡El día de la batalla está cerca! Adelante hacia la guerra gloriosa». Estos y otros como ellos son estímulos para las tendencias a la lucha y la excitación de las canciones unidas a los desfiles marciales y la música instrumental no pueden dejar de enervar esas pasiones dormidas que están listas para estallar incluso a lo largo de la vida cotidiana. Esas apelaciones que deberían ser a los sentimientos más amables que inculca la religión, se pierden en la práctica en medio de estas ruidosas invocaciones. A partir de las exhortaciones mezcladas y contradictorias la gente que escucha responde con lo que es más congruente con su propia naturaleza y se
  • 24. ve poco afectada por el resto, así que bajo las formas nominales de la religión de la amistad se ejercitan diariamente los sentimiento apropiados para la religión de la enemistad. Y después, como sugería antes, estas pasiones destructivas dirigidas hacia «el enemigo», como se llama al principio del mal, se dirigen fácilmente hacia un enemigo concebido de otra manera. Si los espíritus malvados se sustituyen por hombres malvados, estos se consideran con los mismos sentimientos y cuando las calumnias sembradas alrededor hacen que parezca que ciertas personas son hombres malvados, la rabia y el odio que se han impulsado perpetuamente se descargan sobre ellas. (…) Esta difusión de ideas militares, sentimientos militares, organización militar, disciplina militar se ha producido en todas partes. (…) Así que en todas partes vemos las ideas y sentimientos e instituciones apropiados para una vida pacífica reemplazados por los apropiados para una vida de lucha. Los continuos aumentos en el ejército, la formación de campos militares permanentes, la institución de concursos públicos y exhibiciones militares, han conducido a este resultado. (…) Los constantes entusiasmos por las pasiones destructivas (…) han hecho familiares la guerra y el fuego y la sangre y bajo el disfraz de luchar contra el mal se han encajado en lo más profundo de las emociones amables. (…) Sistema, regulación, uniformidad, compulsión: estas
  • 25. palabras se están haciendo familiares en discusiones sobre cuestiones sociales. En todas partes ha aparecido una suposición no cuestionada de que todo debería disponerse siguiendo un plan definido. (….) Aunque no hayamos llegado a un estado como el que indicó un ministro francés que dijo: «Ahora todos los niños de Francia están dando la misma lección», aunque si comparamos nuestros sistema actual con nuestro estado antes de que se crearan los internados, vemos un movimiento hacia un ideal similar. Tenemos un «código» que deben respetar directores y maestros y tenemos inspectores que ven que se aplican las ideas de la autoridad central. (…) Mientras la pasión por el dominio supere a todas las demás, se tolerará la esclavitud que va de la mano del imperialismo. Entre hombres que no se enorgullezcan de la posesión de rasgos puramente humanos, sino de la posesión de rasgos que tengan en común con las bestias y en cuyas bocas el «valor de un bulldog» equivalga a hombría, entre gente que lleva su honor a un cuadrilátero de boxeo, en el que los combatientes se someten a dolor, lesiones y riesgo de muerte decididos a demostrar que son los «mejores», ninguna consideración disuasoria como las anteriores tendrá ningún peso. Mientras continúen conquistando otros pueblos y los mantengan sometidos, mezclarán sus libertades personales con el poder del estado y a partir de entonces y desde ahí aceptarán la esclavitud que va de la
  • 26. mano del imperialismo.11 El mensaje de Spencer sigue siendo totalmente apropiado para nuestra época actual y sugiere (como debería igualmente sugerir un vistazo al actual ocupante de la Casa Blanca) que las ambiciones imperiales y la centralización del poder no son una receta para el triunfo de los valores civilizados y cosmopolitas por encima de la opresión reaccionaria estrecha de mente. Repito, la cura para la tiranía local no es menos descentralización, sino más. Primero, romper los imperios en estados, los estados en condados, los condados en distritos, los distritos en municipios, los municipios en barrios y así sucesivamente hasta el nivel de la soberanía individual. Segundo, separar la jurisdicción y la asociación legal de la geografía; si vivo en Mississippi pero prefiero a ley de Massachusetts o viceversa, debería ser libre de apuntarme al sistema que prefiero sin tener que mudarme físicamente. Maximicemos la competencia y minimizaremos así las oportunidades para la opresión. La seguridad más real para los valores liberales y cosmopolitas no reside en el imperio, sino en la secesión y la anarquía.
  • 27. Notas 1. Isabel Paterson, God of the Machine (New Brunswick NJ: Transaction, 1993), p. 121. 2. Ver Wordworth Donisthorpe, Individualism: A System of Politics (Londres: Macmillan, 1889) y Down the Stream of Civilization (Londres: G. Newnes, 1898). 3. Paterson, pp. 9-10. 4. Ibíd., p. 25. 5. «two notes on conservatism and cosmopolitanism», Blog de Lady Aster. 6. Charles Johnson, comentario en The Conservative Mind, 27 de marzo de 2006. 7. Ibíd. 8. Paterson, p. 31. 9. Herbert Spencer, Facts and Comments (Nueva York: D. Appleton, 1902), ch. 24; también en línea. 10. Roderick T. Long, «The Nature of Law, Part IV: The Basis of Natural Law», Formulations 4, nº 2 (Invierno de 1997). 11. Spencer, cap. 24-26. Sobre el Autor Roderick T. Long is a senior fellow of the Mises Institute and a professor of philosophy at Auburn University. He runs the Molinari Institute and Molinari Society. His website is