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Ricardo Manuel Rojas
Ricardo M. Rojas
LA INFLACIÓN
COMO DELITO
Unión Editorial
2023
© 2022 Ricardo M Rojas
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COLECCIÓN DERECHO Y LIBERTAD
Nos sentimos muy satisfechos de poder presentar a
nuestros lectores esta nueva colección dentro del sello
Unión Editorial. La filosofía de la libertad y el Derecho han
estado ligados en forma permanente, y ello se vio
expresado cuando, en el siglo XVIII, Europa comenzaba a
alumbrar una transformación en formas y conceptos, lo que
debía consecuentemente tener su correlato en las
instituciones llamadas a impartir la justicia entre los
ciudadanos.
Con Derecho y Libertad pretendemos publicar una serie de
títulos, tanto clásicos como de autores de nuevo cuño, que
abarquen las áreas de los estudios jurídicos, de la teoría del
Derecho y distintos aspectos de lo legislativo y lo judicial.
Una colección única, dentro de la literatura en castellano.
Esperamos que sea del gusto tanto de los buenos
conocedores del catálogo de Unión Editorial como de
aquellos que se acerquen por primera vez a los títulos de
esta casa.
Ricardo Manuel Rojas
«El dinero no es una creación de la ley; no es un fenómeno de origen
estatal, sino un fenómeno de origen social. Al concepto general de
dinero le es ajena su sanción por parte de la autoridad estatal».
CARL MENGER
El dinero
«Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con
simples tiras de papel que nada prometen, ni obligan a reembolso
alguno, el poder omnímodo vivirá inalterable como un gusano roedor
en el corazón de la Constitución misma».
JUAN BAUTISTA ALBERDI
Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina
«Al estudiar la historia del dinero, uno no puede dejar de
preguntarse por qué la gente ha soportado un poder exclusivo
ejercido por el Estado durante más de 2.000 años para explotar al
pueblo y engañarlo. Esto sólo puede explicarse porque el mito (la
necesidad de la prerrogativa estatal) se estableció tan firmemente
que ni a los estudiosos profesionales de este tema se les ocurrió
ponerlo en duda (incluido durante mucho tiempo el autor de este
trabajo). Pero una vez que se duda de la validez de la doctrina
establecida, se observa enseguida que su base es frágil».
FRIEDRICH A. HAYEK
La desnacionalización del dinero
«Para evitar ser acusado de las nefastas consecuencias de la
inflación, el gobierno y sus secuaces recurren a un truco semántico.
Tratan de cambiar el significado de los términos. Llaman ‘inflación’ a
la consecuencia inevitable de la inflación, es decir, al aumento en los
precios. Ansían relegar al olvido el hecho de que este aumento se
produce por un incremento en la cantidad de dinero y sustitutivos
del dinero. Nunca mencionan este incremento. Atribuyen la
responsabilidad del aumento del coste de la vida a los negocios. Es
un caso clásico del ladrón gritando ‘¡Al ladrón!’. El gobierno, que
produjo la inflación multiplicando la oferta de dinero, incrimina a los
fabricantes y comerciantes y disfruta del papel de ser un defensor de
los precios bajos».
LUDWIG VON MISES
Economic Freedom and Interventionism
«A mi modo de ver, en todos los países del mundo la avaricia e
injusticia de los príncipes y Estados soberanos abusaron de la
confianza de los súbditos, disminuyendo grandemente la cantidad
real del metal que originariamente debían contener las monedas».
ADAM SMITH
La Riqueza de las Naciones
«Si el príncipe no es señor, sino administrador de los bienes de
particulares, ni por este camino ni por otro les podrá tomar parte de
sus haciendas, como se hace todas las veces que se rebaja la
moneda, pues les dan por más lo que vale menos».
JUAN DE MARIANA
Tratado y Discurso sobre la moneda de vellón (1609)
I. INTRODUCCIÓN
En el último siglo, la inflación ha sido un tema de discusión
intensa en varios países del mundo. Los políticos, analistas y
periodistas hablan vehementemente de inflación, pero
cuando lo hacen, invariablemente se refiere a algún índice
promedio de incremento de determinados precios.
Esta forma de entender la inflación es equívoca por varios
motivos:
1. porque técnicamente la inflación no es el aumento de
los precios. El aumento de los precios es una consecuencia
directa de la inflación. Incluso puede haber técnicamente
inflación sin que los precios aumenten.
2. porque los precios suben y bajan circunstancialmente
por muchos motivos que no se vinculan con la inflación. En
definitiva, todos los precios –incluido el del dinero- están
en constante movimiento según una multiplicidad de
factores que influyen sobre la oferta y la demanda.
3. porque la elección de un puñado de productos, por más
importantes y generales que sean, suele ser arbitraria y
dar resultados distintos según cuáles bienes se escojan.
Esta forma de “medir la inflación” no es resultado de la
ignorancia, sino que generalmente es la manera en que los
gobiernos suelen distraer a las personas con sus
estadísticas y manipular los resultados.
Sin embargo, y a pesar de ello, en todo el mundo se habla
de inflación en este sentido, y se hacen cálculos,
proyecciones y pronósticos sobre esas bases, con el
auspicio de los políticos, quienes están prestos a colaborar
en esparcir la confusión con el fin de alejar su propia
responsabilidad, en un hecho del cual son los únicos
culpables.
Lo cierto es que la inflación es el incremento de la
cantidad de dinero -lo que se infla es el dinero, no los
precios-, y el único que puede producir ese efecto en los
actuales regímenes de dinero fiat, creado e impuesto
monopólicamente por la legislación, es el propio gobierno.
En efecto, en tiempos de patrones monetarios vinculados a
determinados bienes de uso habitual, la cantidad de dinero
se regulaba por mecanismos de mercado en los que no
intervenía el Estado. Recién con la elección de ciertos
metales preciosos, se generó la oportunidad para tal
intervención a través de la acuñación de monedas, cuyo
monopolio los monarcas justificaron en la necesidad de
garantizar la cantidad y calidad de metal que contuviera
cada unidad. Pero como veremos, esa terminó siendo tan
solo la excusa para degradar la calidad de las monedas con
el propósito de incrementar su cantidad y financiar sus
propios gastos. La inflación, como fenómeno político
generalizado, tiene su origen en estas maniobras
efectuadas por los gobernantes sobre las monedas que
acuñaban.
Hace más de un siglo, en tiempos en que el patrón oro
tambaleaba por la intervención de los Estados que
suspendían la convertibilidad de los billetes para usar el oro
en sus gastos de guerra, Ludwig von Mises advertía lo
siguiente:
En un sistema económico basado en la propiedad privada
de los medios de producción ninguna regulación
gubernamental puede alterar los términos del
intercambio, a no ser modificando los factores que los
determinen.
Reyes y repúblicas se han negado repetidamente a
reconocer este hecho. El edicto de Diocleciano de pretiis
rerum venalium, las regulaciones de precios en la Edad
Media, los precios máximos de la Revolución Francesa
son los ejemplos más conocidos del fracaso de la
interferencia autoritaria en el mercado… En un estado
que deja la producción y la distribución a la empresa
individual tales medidas no pueden menos que fracasar.
El concepto de dinero como creación del derecho y del
estado es claramente insostenible. No lo justifica ningún
fenómeno de mercado. Atribuir al Estado el poder de
dictar las leyes del intercambio es ignorar los principios
fundamentales de las sociedades que emplean dinero1.
El abandono de los patrones monetarios basados en
bienes físicos –fundamentalmente el patrón oro-, y su
reemplazo por dinero de papel impreso que el Estado emite
monopólicamente y obliga a las personas a utilizar a través
del curso legal y forzoso, pusieron en peligro mortal al
dinero. La generalización de situaciones de alta inflación
que se vio en buena parte del mundo en muchos momentos
del siglo XX y lo que va del XXI, se ha debido a los excesos
provocados por ese monopolio estatal de emitir los papeles
llamados “dinero” y la falta de un control efectivo sobre
quienes tienen la facultad de producirlos.
Como señaló Hayek, los gobiernos nunca han utilizado su
poder para proporcionar una moneda aceptable y han
evitado cometer grandes abusos sólo mientras se mantuvo
el patrón oro2. Una vez liberados de las ataduras que les
imponía la limitación en la cantidad de metal, cometieron
todo tipo de descalabros a través del manejo discrecional
del dinero de papel.
Por medio de este mecanismo se produce una lesión
generalizada al derecho de propiedad. El Estado monopoliza
el manejo del dinero, emite moneda de curso forzoso que
las personas deben obligatoriamente utilizar y recibir en sus
transacciones, y a la vez le va quitando valor al aumentar
su cantidad. En la práctica, este proceso equivale a
sustraerle a cada persona algo de dinero que lleva en los
bolsillos sin que siquiera lo advierta.
El problema se vuelve complejo porque la relación que
existe entre los precios y el dinero es tan estrecha, que a
veces se dificulta diferenciarlos y se tiende a identificar la
inflación con el aumento de los precios, en lugar del
aumento de la cantidad de dinero. Pero señalar claramente
esa diferencia es algo muy necesario para poder determinar
quién es el verdadero culpable por la inflación; pues
considerar como inflación al incremento de los precios no es
un error inocente, sino un medio para desviar la atención de
la gente, quitando el foco de los propios gobernantes y
depositándolo en comerciantes, banqueros y conspiradores.
No existe queja más extendida que la que tiene por
objeto la “carestía de la vida”. Ninguna generación ha
dejado de expresar su descontento por los “costosos
tiempos” en que le ha tocado vivir. Pero el hecho de que
“todo” se vaya encareciendo significa simplemente que
desciende el valor de cambio objetivo del dinero3.
Este doble discurso que los políticos utilizan para esconder
la causa de la inflación, ha tenido mucho éxito en todo el
mundo, y se ha visto intensificado con la propensión de las
personas a poner sus derechos en manos del gobierno y
esperar que sea él quien resuelva todos los problemas. Al
respecto, decía Sennholz en 1978 sobre los efectos de la
inflación en los Estados Unidos:
La nuestra es una era de inflación. Durante nuestra vida,
todas las monedas han sufrido depreciaciones
importantes. En términos del dólar del consumidor de
1933, hoy hacemos nuestras compras con dólares que
sólo valen veinte centavos; y en términos de la
construcción, tan vitales para los negocios, estamos
comprando materiales y mano de obra con dólares que
sólo valen desde seis hasta cinco centavos. Si bien quizá
las autoridades no tuvieron la intención manifiesta de
inflar la moneda, sus síntomas y consecuencias son
igualmente serios y reales. La inflación destruye el ahorro
individual y la confianza en los propios recursos ya que
ella va erosionando gradualmente los ahorros de las
personas. AI beneficiar a los deudores a expensas de los
acreedores, crea un flujo masivo de ingresos y pérdidas
inmerecidos. Consume el capital productivo y destruye a
la clase media que invierte en instrumentos monetarios.
Produce los llamados ciclos económicos, los movimientos
comerciales de auge y crisis que perjudican a millones de
personas. Invita a que el gobierno haga uso de los
controles de precios y salarios y de otras políticas
restrictivas que impiden la libertad y la actividad
individuales. En resumen, la inflación produce catástrofes
económicas y desórdenes sociales y, en general, erosiona
la fibra moral y social de la sociedad libre.
No hay duda de que todo verdadero norteamericano
desea sinceramente detener la inflación y salvar al dólar.
Pero la dificultad proviene de la adhesión del público a
aquellas políticas que son directamente inflacionarias o
requieren la creación de moneda. La manera como la
gente condena públicamente las consecuencias de estas
políticas es incongruente. Se parece a la confesión
pública de los pecados que se hace en la iglesia el
domingo por la mañana. El sacerdote recita la confesión,
la congregación lo acompaña en voz alta y después sus
integrantes regresan a sus casas a seguir pecando. El
presidente denuncia la inflación el lunes y el martes
aprueba otra ley otorgando miles de millones de dólares.
Políticos que el miércoles hacen un gran ruido
combatiendo la inflación, el jueves proponen más leyes
costosas destinarlas al estímulo económico artificioso y a
la redistribución de la riqueza. Los comentaristas de
noticias se enrolan públicamente en la guerra contra la
inflación el viernes, pero el sábado se manifiestan
valientemente a favor de otro programa dispendioso para
el mejoramiento económico artificial. El ritual se repite a
la semana siguiente.
El gobierno nacional que una y otra vez declaró la guerra
a la inflación es el mismo que la inició activamente, la
condujo y ahora continúa llevándola adelante con fuerza
cada vez mayor. Los mismos políticos que a veces hablan
como si fueran militantes que luchan contra la inflación,
se pelean entre sí por gastar cada dólar del déficit fiscal4.
Por ello, las “soluciones” estatales a la inflación
frecuentemente han consistido en establecer controles de
precios, cuyos resultados siempre fueron fallidos. Decía
Ludwig von Mises al finalizar la Segunda Guerra Mundial:
El peligro real no reside en lo ya ocurrido, sino en las
falsas doctrinas provenientes de estos hechos. La
superstición según la cual el gobierno puede prevenir las
inevitables consecuencias de la inflación a través del
control de precios constituye el principal peligro. Esto se
debe a que dicha doctrina distrae la atención pública del
fondo del problema. Mientras las autoridades están
empeñadas en una lucha inútil contra el fenómeno que
acompaña a la inflación, solo unas pocas personas están
atacando el origen del mal, es decir, los métodos que el
tesoro emplea para solventar los enormes gastos.
Mientras la burocracia ocupa las primeras planas de los
periódicos con sus actividades, los datos estadísticos
referidos al aumento de la circulación monetaria de la
nación son relegados a un espacio secundario en las
páginas financieras de los periódicos5.
Eso es lo que pretendo mostrar en la primera parte de este
trabajo. Para ello abordaré cuestiones tales como qué es el
dinero, qué son los precios, qué es la inflación, cuáles son
sus causas y cómo podría evitarse. Ello permitirá concluir
que en la actualidad el gobierno es el único productor de
inflación, y que al hacerlo genera un mecanismo de
exacción que confisca la propiedad de las personas, mina la
confianza pública en la moneda y encarna un creciente
abuso de poder.
Luego examinaré este proceso de alteración de moneda y
exacción de propiedad a la luz del derecho penal. Mi
conclusión será que la actividad intencional de incrementar
la cantidad de dinero de papel llevada a cabo por
determinados funcionarios del gobierno –que en general
realizan con el propósito de cubrir el déficit de sus
presupuestos- vulnera ciertos bienes jurídicos que la
legislación penal protege.
De ello se sigue que esa acción dolosa debería ser incluida
como delito en los códigos penales. Pero para garantizar el
principio de legalidad que rige en materia penal, la propia
legislación debería aclarar cuáles son los límites objetivos
concretos a la emisión de dinero, cuya transgresión
convertiría en delictiva la conducta de los funcionarios que
la dispongan.
Finalmente, propondré un tipo penal específico, como
corolario de mi explicación, que debería ser incluido en el
capítulo sobre falsificación y adulteración de moneda, donde
creo que corresponde ubicar a este crimen; y también una
modificación a la legislación orgánica del Banco Central o la
autoridad monetaria de cada país, en lo que se refiere a su
facultad para disponer la emisión de moneda y sus límites,
que debería ser complementada con la garantía de la libre
circulación de monedas, de modo tal que la competencia
actúe como un efectivo control para detectar
tempranamente cualquier alteración a las limitaciones en la
cantidad de dinero circulante.
Para eliminar la causa principal de emisión monetaria, que
es cubrir los gastos excesivos del gobierno, se propondrá
también que a través de una modificación legislativa se
impida al Banco Central otorgar financiamiento al gobierno
o adquirir bonos del Estado, ya sea con sus reservas o con
dinero emitido al efecto.
Los sujetos activos de este tipo penal serán tanto los
funcionarios del Banco Central como del Poder Ejecutivo que
estén involucrados en la decisión de emitir y poner en
circulación dinero en forma espuria.
De este modo, la intención de este trabajo es alertar sobre
la necesidad de ponerle mayores límites y responsabilidad a
un poder estatal que se ha vuelto prácticamente
incontrolable. Nunca como en estos tiempos el Estado se ha
inmiscuido tan profundamente en un tema que jamás debió
haberle sido expropiado a las personas. El dinero surgió
espontáneamente como un bien cuya aceptabilidad
generalizada lo convirtió en medio de intercambio. No fue
una creación de ninguna autoridad o gobierno. Sin embargo,
a lo largo del tiempo su dependencia de la autoridad política
no paró de crecer.
Sé que lo ideal sería devolverle a los individuos esa
facultad, y permitir que el dinero surja espontáneamente en
el mercado, en tantas formas distintas como lo indique la
voluntad de las personas que efectúan intercambios. Pero
mientras siga siendo el producto de una actividad estatal, al
menos será necesario poner algunos límites más claros a
ese poder.
Resulta interesante observar que mientras la teoría
económica ha podido desarrollarse a partir de decisiones
individuales tomadas por personas siguiendo sus propios
valores e incentivos, y se admiten las ventajas del proceso
de mercado para la determinación de precios y el
crecimiento general de la economía, ha habido casi el
mismo consenso para eliminar el proceso de mercado en la
determinación de un precio fundamental, el precio del
dinero, el precio de aquello que se usa para expresar los
demás precios. La injerencia estatal en la moneda ha
impedido el desarrollo teórico alrededor de cómo
funcionarían sistemas con libertad monetaria, con bancos
actuando libremente, emitiendo sus propios billetes y
haciéndose cargo de sus decisiones frente al impiadoso
escrutinio de los consumidores de dinero.
El que la libre competencia entre los distintos
productores de bienes y servicios sirve a los intereses de
los consumidores y el monopolio se opone a ellos es un
principio que ha servido de guía a la corriente dominante
en el pensamiento económico desde los tiempos de
Adam Smith. La mayoría de las iniciativas empresariales
acometidas han estado influidas por este principio con la
única excepción de la acuñación de monedas metálicas
primero y la emisión de billetes de banco más adelante.
Sólo una minoría de teóricos se han opuesto a los
gobiernos que permitieron la constitución de bancos a los
que se otorgó el monopolio o cuasi-monopolio de la
emisión de billetes de banco en los siglos XVII, XVIII y XIX
y menos aún censuraron a los gobiernos, más tarde,
cuando idearon la constitución de bancos centrales de
emisión al frente de los sistemas bancarios –una versión
supuestamente bien pensada para monopolizar la oferta
de billetes de banco y reservas bancarias-, una solución
que ha llegado a considerarse una pieza indispensable de
una política monetaria nacional.
Como consecuencia de estos desarrollos, la teoría de las
implicaciones de la oferta de dinero bancario interno
(billetes de banco y cuentas corrientes a la vista)
descentralizada mediante emisores múltiples en
competencia ha sido, en gran medida, ignorada. En
realidad, la existencia de un banco central que
monopoliza la emisión de billetes de banco y reservas
monetarias para el resto de bancos comerciales de una
nación se ha considerado, durante muchos años, una
realidad tan evidente que no se ha realizado esfuerzo
alguno para analizar sistemas alternativos, aunque sólo
hubiera sido para demostrar que, en el caso de ser
establecidos, fracasarían6.
Entiendo que esa solución de mercado debe ser explorada
e implementada en el futuro. La aparición de crypto-
monedas privadas tal vez fuerce la sustitución del actual
paradigma de la moneda y los bancos. Pero mientras tanto,
las facultades estatales sobre la creación y uso del dinero,
deberán ser sometidas a los mayores controles y
limitaciones que sean posibles.
Incluso quizá la presión que la amenaza con penas de
prisión ejerza sobre los políticos irresponsables que inflan la
cantidad de dinero para pagar sus excesos, contribuya a
que ellos mismos decidan finalmente liberar un mercado
que jamás debió estar cautivo en su poder.
Tal vez sea bueno recordar, como cierre de esta
introducción, la reflexión formulada por Friedrich Hayek:
Gran parte de la política contemporánea se basa en la
presunción de que los gobiernos tienen poder para crear,
y hacer que la gente acepte, cualquier cantidad de dinero
adicional. Por esta razón los gobernantes defienden
encarnizadamente sus derechos tradicionales, pero por la
misma razón es importante privarlos de ellos7.
Al estudiar la historia del dinero, uno no puede dejar de
preguntarse por qué la gente ha soportado un poder
exclusivo ejercido por el Estado durante más de 2.000
años para explotar al pueblo y engañarlo. Esto sólo
puede explicarse porque el mito (la necesidad de la
prerrogativa estatal) se estableció tan firmemente que ni
a los estudiosos profesionales de este tema se les ocurrió
ponerlo en duda (incluido durante mucho tiempo el autor
de este trabajo8). Pero una vez que se duda de la validez
de la doctrina establecida, se observa enseguida que su
base es frágil9.
Por ello, al menos hasta que se abandone el monopolio
estatal de la creación de dinero, deberían limitarse sus
atribuciones no sólo en cuanto a la emisión –considerando
delito su extralimitación- sino también con la garantía de un
mercado lo más abierto posible de dinero y bancos, y
restricciones que eviten que la autoridad monetaria pueda
financiar al gobierno de ninguna forma.
Me dirán que ya existen varias limitaciones de este tipo, y
que en algunos países funcionan razonablemente bien aun
existiendo el monopolio estatal en la materia. Pero lo cierto
es que tales limitaciones no han sido efectivas en aquellos
países de débil institucionalidad y legalidad. De allí la
propuesta de intensificarlas y reforzarlas a través de la
legislación penal, pues la acción criminal de emitir dinero
sin justificación y ponerlo a circular con grave perjuicio para
la comunidad, no se diferencia de otras acciones criminales
que puedan cometer los funcionarios del gobierno y que
desde hace siglos han merecido castigo penal.
El peor de los mundos es el monopolio estatal de pedazos
de papel impuestos legalmente para su uso y cancelación
de deudas, emitidos y puestos a circular por funcionarios del
gobierno sin ningún control o límite efectivo. Entiendo que
mientras estos pedazos de papel a los que se llama “dinero”
sigan existiendo, la legislación debería reforzar los límites a
las facultades de emisión.
II. EL DINERO. ORIGEN Y EVOLUCIÓN
Cuando Adam Ferguson enunció su famosa frase en el
sentido de que las personas tropiezan con instituciones que
son el producto de la acción humana pero no del diseño
humano, incluyó como ejemplos al mercado, el derecho, la
moral, el lenguaje y la moneda10.
En efecto, estas instituciones se formaron y desarrollaron
porque existen personas que actúan. Si no fuese así, la
moneda no sería necesaria y no existiría. Pero ninguna
persona o grupo de personas “inventó” la moneda. Fue el
producto espontáneo de la interacción humana, que a
través de las prácticas comerciales sostenidas descubrió
esa forma de facilitar los intercambios y acumular riqueza.
Por supuesto que cuando Ferguson escribió estas ideas no
existían Bancos Centrales que “produjeran” dinero estatal,
monopólico y de curso forzoso, consistente en pedazos de
papel sin valor como mercancía. Pero a partir del siglo XX,
las reglas cambiaron generalizada y definitivamente, y en
buena medida aquella frase de Ferguson perdió virtualidad.
No obstante, es importante no olvidar cuál ha sido el
origen del dinero y su razón de ser, pues estas
circunstancias siguen teniendo hoy la misma validez a pesar
de las imposiciones estatales. Por ello, un estudio que
pretenda comprender un fenómeno económico como el de
la inflación, deberá necesariamente comenzar explicando
las circunstancias en que el dinero se formó y cómo
evolucionó con el tiempo.
1. La primitiva economía del trueque y el surgimiento
del dinero
Debemos entender la aparición del dinero a la luz de la
forma evolutiva del proceso social: la sociedad primitiva,
basada en una economía tribal y familiar sin intercambios
comerciales, dio paso a la división del trabajo y la propiedad
privada, que fomentaron el comercio fuera de la familia,
originalmente en forma de trueque11. Como Hayek explicó
muy bien, la circunstancia de que los procesos sociales
evolucionaron desde sus inicios sobre la base de acciones
individuales originadas en la conveniencia, y no por el poder
de alguna autoridad, fue comprendida claramente en los
estudios antropológicos desde los primeros tiempos12.
En efecto, la división del trabajo y la propiedad privada
permitieron el incremento de la riqueza y la consecuente
aparición de mercados donde realizar los intercambios. Pero
la economía previa al surgimiento del dinero podía ser muy
complicada y poco eficiente. Muchas veces, para obtener el
bien que uno quería, o para poder vender el propio, debían
hacerse múltiples transacciones previas que no tenían que
ver con el interés de los comerciantes, pero que eran
necesarias tan sólo para poder conseguir el bien deseado.
Ya sea por la disparidad de valor entre los bienes
disponibles, o la falta de interés de uno de los contratantes
por los bienes que el otro quería entregarle a cambio del
suyo, las operaciones se volvían engorrosas y caras13.
Sin embargo, la necesidad de obtener previamente el bien
que la contraparte estuviera dispuesta a aceptar para poder
cerrar el acuerdo principal, permitió gestar la noción de
dinero. Algunas personas comprendieron que determinados
bienes eran más aceptados que otros como pago, debido a
que por su utilidad y eso permitía que fueran fácilmente
negociados. Poco a poco, tales bienes adquirieron la calidad
de dinero, al afianzar su función como intermediarios del
comercio.
Desde la perspectiva de la individualidad del valor de los
bienes, se pudo evaluar su mayor o menor grado de
negociabilidad a partir de su aceptación generalizada. Como
la perspicacia para los negocios no se desarrolla de igual
manera en todas las personas, quienes advirtieron esta
calidad de algunos bienes, la aprovecharon e hicieron
mejores y más rápidos tratos. Esta visión del modo en que
ciertos individuos se adaptan mejor al medio y optimizan su
conducta y relación con los demás -lo que a la larga
beneficia al conjunto- fue muy bien entendida por los
autores morales escoceses. Décadas más tarde fueron
tomadas de ellos por Charles Darwin para elaborar su teoría
de la evolución14.
En este contexto, aquellos concurrentes asiduos a los
mercados que advirtieron que evaluar la aceptabilidad de
los distintos objetos facilitaba la adquisición de los bienes
deseados, rápidamente se volvieron más exitosos que sus
competidores. Produjeron de este modo un salto en la
evolución institucional, potenciando la importancia del
comercio15.
En todas partes existieron bienes de mayor negociabilidad,
disponibles en cantidad limitada y estable, pero
universalmente necesarios y deseados, lo que generó una
demanda constante, pero no satisfecha16. Por ello, aun en
tiempos de trueque, los comerciantes más perspicaces o
experimentados llevaban a los mercados objetos de este
tipo, con el propósito de facilitar el intercambio de aquellos
otros más exclusivos o valiosos. De descubrir que había
ciertos bienes que poseían mayor aceptación general en los
mercados, a descubrir el dinero, sólo fue cuestión de tiempo
y ejercicio habitual del comercio.
El interés de los distintos agentes económicos en
abastecerse de bienes les condujo, con la progresiva
consciencia de este su interés –sin acuerdos, sin coerción
legislativa alguna, sin tener en cuenta el interés general,
sino persiguiendo simplemente sus objetivos económicos
individuales- a emprender cada vez con mayor frecuencia
una serie de actos de intercambios indirectos, hasta
considerarlos una forma normal de transacción de
bienes17.
Pero además, esos mismos comerciantes más perspicaces
advirtieron que el incremento en el intercambio les permitía
acumular mayor cantidad de riqueza. Si esa riqueza se
acumulaba en bienes perecederos, se descomponía al poco
tiempo; si eran otros tipos de bienes, suponía un volumen
difícil de manejar y mantener. Vieron que era conveniente
atesorar objetos que fueran muy valiosos en sí mismos y
aceptados por los demás como medio de intercambio, de
limitado volumen y no perecederos; y en lo posible
fraccionables y fungibles. Los metales cumplían esos
requisitos.
De ese modo, las virtudes para ejercer el comercio podrían
ser mejor aprovechadas al poder acumular la riqueza
obtenida para gastarla más adelante y no tener que
consumirla en el momento. Ello generaba incentivos para
producir y comerciar más, y al mismo tiempo permitía el
ahorro y la inversión, bases del desarrollo económico que
más tarde produjo el capitalismo.
Por ambos caminos se llegaba a un mismo resultado: la
conveniencia de utilizar determinados bienes como dinero.
En consecuencia, como puso de resalto Menger, el dinero
lejos de ser inventado o producto de un acto deliberado del
legislador, surgió como “el resultado espontáneo... de una
serie de esfuerzos personales concretos de los miembros
que integran la sociedad”18.
El dinero no es una creación de la ley, no es un fenómeno
de origen estatal, sino un fenómeno de origen social. Al
concepto general de dinero le es ajena su sanción por
parte de la autoridad estatal19.
Es importante entender que el dinero no desplazó al
trueque. El uso del dinero es una forma más compleja de
trueque: es un sistema de trueques simultáneos en el que
previamente se pasa por el intercambio con un bien de
aceptación generalizada que permite poder obtener la
mercancía buscada.
Sin la aparición del dinero -que potenció las ventajas de
poder intercambiar excedentes, de cooperar en una acción
productiva, de acumular riqueza- mantendríamos una
supervivencia primitiva. La división del trabajo y la
asociación permitieron incrementar exponencialmente la
riqueza, pero para que ello ocurriera se necesitó un medio
de intercambio. En la teoría económica, David Ricardo fue el
autor que posiblemente inició el camino científico de
explicar la importancia de este proceso, idea que a partir de
entonces fue un pilar de la teoría económica20.
Es decir que el dinero apareció para cumplir dos funciones
económicas fundamentales descubiertas por los
comerciantes habituales:
1. Es medio de intercambio y pago, facilitando el comercio
y la eliminación de buena parte de los inconvenientes del
trueque tradicional. Como medio de intercambio permite
establecer relaciones de valor de todos los demás bienes
al convertirse en un común denominador del valor
económico, lo que facilita el cálculo y las decisiones.
2. Contribuye a acumular riqueza, en la medida en que las
personas pueden conservar en forma de moneda el valor
de mercancías perecederas que de otro modo se
perderían, lo que genera incentivos para incrementar la
producción, el comercio, el ahorro y la inversión.
Al cumplir estas funciones, el dinero es una institución
fundamental para el ejercicio de derechos de propiedad, en
especial en los intercambios que suponen
contraprestaciones diferidas. De este modo, sin importar a
lo que cada uno se dedique, puede aprovechar su propiedad
mediante intercambios útiles. Sin dinero el comercio sería
imposible, al menos en el nivel en que ocurre actualmente.
2. La evolución del dinero
El valor adjudicado como moneda, en tiempos en los que la
autoridad política no estaba involucrada, partía del valor
como mercancía del bien escogido, al que se le sumaba el
valor adicional de su posible uso como medio de
intercambio. Pero para tener ese valor futuro y ser aceptado
como dinero, debía previamente ser apreciado como bien
de uso21.
Ello supone que los bienes finalmente utilizados como
dinero cumplieron una serie de requisitos para su
aceptación. También determina que lo que la gente
aceptaba para intermediar sus transacciones, no sólo
evolucionó con el tiempo, y varió en distintas comunidades,
sino que también pudo diferir en el mismo momento y
lugar, de acuerdo con las preferencias y valoraciones
personales, lo que permitió que múltiples expresiones del
dinero coexistieran y compitiesen entre sí. De este modo
puede considerarse al dinero como una formación -en el
sentido hayekiano- en constante evolución.
Esta evolución se ha visto a lo largo de la historia,
producto de valoraciones y preferencias unidas a cambios
tecnológicos, políticos y otras circunstancias exógenas. En
los primeros tiempos se utilizaron espontáneamente
distintos bienes comunes en diferentes regiones, tales como
la sal, el cuero, el ganado, los clavos de hierro o el tabaco,
hasta evolucionar hacia los metales; luego se impusieron los
metales preciosos amonedados y acuñados, el papel
moneda y más recientemente las crypto-monedas. Pero esa
evolución fue entorpecida primero e interrumpida después,
debido a la intromisión estatal.
La acuñación gubernamental de moneda, los sistemas de
convertibilidad regulada, y luego la sustitución definitiva del
patrón oro por dinero fiduciario producido discrecionalmente
por el Estado, cambiaron completamente la naturaleza del
dinero, lo que le ha dado a los gobiernos facultades que son
muy peligrosas para el libre ejercicio de los derechos de
propiedad. El surgimiento de monedas virtuales que se
desarrollan con independencia del control estatal y su
aceptación a pesar de su relativa ilegalidad en algunos
países, refleja la desconfianza de la gente en la moneda
estatal.
Como sucede respecto de otros bienes, la manera de
saber cuál es la mejor moneda es permitiendo que el
mercado funcione. La aceptación y uso voluntario por las
personas es un indicador mucho más eficiente que el más
férreo de los controles estatales.
En general, lo que ha convertido a un bien determinado en
moneda, es la satisfacción de una serie de condiciones:
1. Alto valor y aceptación como bien de uso. Dicho bien ha
de ser valioso y aceptado como tal antes de que las
personas lo evalúen como medio de intercambio.
2. Alto valor por peso y volumen. Será más usado como
dinero un bien que sea más adecuado por la relación de su
valor respecto del volumen y peso, es decir que sea
práctico para usar.
3. Durabilidad. Que no se eche a perder rápidamente y por
lo tanto pueda circular y ser conservado e intercambiado
durante un tiempo considerable.
4. Fraccionabilidad. Si el bien no fuese fraccionable, sólo
podría ser usado como medio de intercambio de bienes de
valor similar, lo que reduciría notoriamente su utilidad.
5. Estabilidad en su cantidad. El dinero como bien está
sometido a las mismas reglas de oferta y demanda que el
resto de los bienes. De modo que un incremento abrupto
en su cantidad disminuirá su valor, y viceversa. Esto ha
llevado a considerar que el dinero debe tener una cantidad
estable. Pero esta afirmación debe ser tomada con
cuidado, pues es difícil pedir estabilidad en un mundo
donde nada es estable. Pero sí es importante que no se
produzcan cambios abruptos en las cantidades de dinero,
y en lo posible, que el incremento de la cantidad de dinero
acompañe al incremento de la producción de otros
bienes22.
Tras el uso inicial de todo tipo de bienes de aceptación
general, pronto se advirtió que los metales cumplían mejor
que otros objetos los requerimientos del dinero. Con el
tiempo y el desarrollo del comercio, los metales preciosos -
especialmente la plata, el oro y el cobre- se convirtieron en
los preferidos y terminaron desplazando a casi todos los
demás, al menos en las sociedades más complejas23.
En una economía de mercado que haya superado las
primeras fases de su desarrollo no existen otros bienes
en los que se realice, como en los metales nobles, una
coincidencia tan amplia de los condicionamientos
personales, cuantitativos, espaciales, temporales y de
negociabilidad. Mucho antes de que asumieran la función
de intermediarios del cambio en todos los pueblos
económicamente avanzados, los metales nobles eran ya
los bienes que tenían una demanda explícita, y por tanto
normalmente efectiva, casi en todos los lugares, en todo
tiempo y en cualquier cantidad digna de consideración en
que llegaran al mercado.
No fue la casualidad ni tampoco la consecuencia de una
coerción estatal o de un acuerdo voluntario, sino el
conocimiento exacto de los intereses individuales lo que
hizo que, tan pronto como se acumuló y entró en
circulación una cantidad suficiente de metales nobles,
estos fueran excluyendo gradualmente los viejos medios
de cambio de uso general en los pueblos desarrollados.
También el paso siguiente de los metales menos costosos
a los más costosos se debió a causas análogas24.
La necesidad de verificar tanto la cantidad como la pureza
del metal precioso contenido en las monedas, llevó al
surgimiento del cuño o su acuñación por parte de banqueros
primero, y de gobiernos más tarde. Tal acuñación les daba a
las monedas un valor adicional, que es el de la confianza, y
que dependía del prestigio que pudiera gozar quien cumplía
esa tarea. Las primeras monedas eran pequeñas piezas de
metal con una marca visible. Las utilizaron los Lidios de Asia
Menor desde el año 650 A.C., y poco después los griegos.
Los romanos extendieron su uso, y en especial desarrollaron
mecanismos más sofisticados de acuñación.
Al principio se usaron como monedas trozos de metal, sin
ninguna forma o señal especiales, que se llamaban
monedas rústicas, monetae rudes, y se negociaban al
peso; de ahí el origen de la pesa y la balanza en los
contratos romanos. Después se comenzó a trazar signos
en ellos, y así surgieron las monedas con signos,
monetae signatae. Posteriormente, para darles a esos
signos mayor duración y apariencia se les imprimió sobre
tozos de metal, reducidos a determinada forma,
mediante la percusión en ellos de marcas o cuños, a
golpes de mazo; tal fue el origen de las monedas batidas,
monetae percussae; y así quedó en el lenguaje la
expresión golpear o batir monedas, para indicar la acción
de acuñarlas. Por último, al progresar las artes, se viene
aplicando a este oficio la potencia del torno compresor,
que dio origen a lo que han llamado los doctos officinae
torculariae, talleres de acuñación, y monetae torculariae,
monedas acuñadas con troquel o molde25.
La verificación de la calidad del metal en lingotes y
monedas fue hecha en los primeros tiempos por los propios
comerciantes y luego por expertos que se acercaban a los
mercados para brindar ese servicio. Pero estos
procedimientos fueron inicialmente poco fiables y muy
caros.
La aparición de las balanzas resolvió en parte el problema
de la cantidad de metal, pero no el de su pureza, que sólo
podía ser verificada en cada caso por expertos. Tanto esa
verificación como el fraccionamiento para su uso revestían
dificultades y costos. No obstante ello, la moneda acuñada
desplazó rápidamente a los demás bienes como medio de
intercambio.
La demostración más clamorosa de la gran importancia
que para el comercio tiene la acuñación de los metales
destinados a hacer de dinero, está seguramente en el
hecho de que en casi todas partes se adopta el dinero
acuñado, el cual despoja gradualmente de su función de
medio de cambio al metal no amonedado que tiene que
pesarse. La moneda acuñada se convierte en el medio
exclusivo de cambio de uso general, mientras que el
metal monetario no acuñado pasa a convertirse en un
objeto comerciable más26.
Ello generó dos efectos: 1) que las monedas comenzaran a
llevar denominaciones vinculadas con el peso; 2) que las
monedas cuyos cuños fueran más confiables comenzaran a
tener un valor incluso superior al del metal contenido en
ellas. Por ejemplo, que una moneda de una onza de oro
cuyo cuño garantizara tanto la pureza como el peso del
metal utilizado, podía tener un valor superior al de una onza
de oro sin acuñar27. La aparición de la moneda acuñada
permitió además desarrollar sistemas de contabilidad, al
permitir el uso de ciertos criterios de verificación de
cuentas.
Por otra parte, con el florecimiento del comercio entre las
ciudades europeas tras la Edad Media, y la remanente
inseguridad de sus caminos, surgieron espontáneamente
mecanismos jurídicos y económicos para poder comerciar
sin necesidad de transportar físicamente grandes
cantidades de dinero metálico. Fue el caso de los títulos al
portador (letras de cambio, pagarés) y otras formas
documentales contractuales que permitieron representar a
la moneda depositada en los bancos, y que poco a poco
también comenzaron a circular y funcionar como moneda.
Es importante resaltar que el uso de tales formas
documentales como moneda estuvo restringido en sus
comienzos fundamentalmente por dos motivos:
1. En rigor representaban la misma cantidad de riqueza
depositada en el banco, no podían incrementarla. Un
pagaré que dijera que se le entregarían 10 monedas de
oro a quien portara el documento a partir de determinado
día y en determinado lugar, permitió la circulación del
documento como si fueran las diez monedas de oro, con la
comodidad y la seguridad de que dicho dinero físico
permanecía a resguardo. Pero en definitiva, su existencia
se justificaba en tanto esas diez monedas de oro
preexistieran y estuvieran en el lugar indicado. No había
documentos si el oro efectivamente no existía, a menos
que se cometiera un fraude.
2. El temor a esa posibilidad de fraude hacía que la
circulación de estos documentos se viera restringida a
aquellos emitidos por banqueros que gozaban de buena
reputación y credibilidad.
Estos documentos dieron paso a los billetes convertibles,
que emitieron los bancos que conservaban el oro
resguardado en sus arcas. De este modo, los tenedores de
certificados o billetes podían comerciar con mayor
comodidad y seguridad, sabiendo además que en cualquier
momento podían presentar el documento al banco y retirar
el oro.
Como dije, la base de la aceptabilidad de estos billetes era
la confianza en que el banquero no emitiría más billetes que
el oro acumulado. Pero era muy grande la tentación de
emitir billetes sin respaldo o reutilizarlos una vez canjeados
y mantener su circulación con la expectativa de que sólo un
porcentaje menor de las personas los presentarían al
cambio. De este modo, un banquero inescrupuloso podría
inflar artificialmente la cantidad de billetes. Pero hacer esto
ponía en serio riesgo a su banco, pues en caso de que la
gente comenzara a desconfiar y decidiera retirar su oro,
podría producirse una corrida que lo dejaría en insolvencia y
provocaría su quiebra.
Por ello, maniobras de este tipo no eran frecuentes en
bancos solventes y respetables, pues no estaban dispuestos
a poner sus negocios en peligro por realizar estas
operaciones marginales. En definitiva, mientras tales
billetes fueron emitidos por bancos privados que competían
en el mercado, la propia gente optaría por usar aquellos que
le merecieran más confianza, de acuerdo con la reputación
de los bancos, generando un control de calidad adicional.
Las malas artes de un banquero podrían ser denunciadas,
en primer lugar, por sus propios competidores o por sus
clientes.
Pero este sistema de billetes convertibles fue aprovechado
por los gobiernos para avanzar sobre la estatización del
dinero. Recurrieron en primera instancia a la suspensión de
dicha convertibilidad por ley, y la retención por parte del
Estado del oro conservado en las arcas de los bancos, como
modo de tener un respaldo económico para afrontar crisis
generalmente vinculadas con las guerras o las malas
administraciones. El gobierno suspendía la convertibilidad,
se comprometía a que el oro seguiría estando allí –aunque
sabía que lo iba a usar para cubrir sus gastos-; y las
personas seguirían utilizando los billetes, con la esperanza
de que la convertibilidad sería restablecida una vez que se
superara la emergencia28.
Se inició así a principios del siglo XX el camino para
eliminar completamente el dinero de mercado respaldado
por el oro, y sustituirlo por el dinero fiduciario de papel,
emitido y puesto a circular por el Estado a través de
legislación que establecía su curso forzoso.
Si bien la convertibilidad y el patrón oro se eliminaron
oficialmente a principios de los años 70, ya desde mucho
antes en el mundo circulaba con exclusividad el papel
impuesto por los gobiernos. En sus inicios, como resabio de
la cultura de la convertibilidad, se invocaba que los billetes
estatales estaban atados a la cantidad de oro disponible en
las reservas de los bancos centrales, pero muy pronto esa
atadura desapareció, y la cantidad de dinero pasó a
depender de la discrecionalidad de la autoridad monetaria
estatal29.
A diferencia de lo que hasta entonces fue el dinero, el
papel moneda estatal carece de valor como mercancía30, y
por lo tanto su valor radica en dos elementos:
1. El valor que arbitrariamente le pretenda asignar el
Estado.
2. El que luego las personas le reconozcan en sus
transacciones a partir de su poder adquisitivo real.
Como ocurre con otras formas de intervención estatal en el
proceso económico, sin importar lo que el gobierno
disponga y las penalidades que prometa a quienes no
obedecen, cada quien tomará sus propias decisiones basado
en sus valoraciones y expectativas, dentro de las cuales
incluirá el riesgo de la sanción estatal por la desobediencia.
Esto hace que el papel moneda, al no tener un valor de uso,
es susceptible de desaparecer si la gente le pierde la
confianza31.
Por supuesto que los derechos de propiedad se verán
lesionados o alterados cuando la moneda impuesta por el
curso forzoso decretado por el Estado deja de cumplir
correctamente sus funciones.
3. La intervención estatal sobre el dinero.
La intervención del gobierno en la producción o circulación
de dinero estuvo circunscripta, durante mucho tiempo, al
ejercicio del monopolio de la acuñación de monedas de oro,
plata y cobre. Como señala Hayek, esta facultad puede
rastrearse hasta los tiempos en que solamente se marcaban
con un punzón las barras de metal para certificar su ley. Si
bien hay ejemplos muy antiguos, como la acuñación de
monedas por el rey Creso de Lidia en el siglo VI a.c., la
prerrogativa de la acuñación por parte del soberano se
estableció firmemente con los emperadores romanos32.
Cuando los metales preciosos se impusieron como
moneda, el peso y la pureza adquirieron una importancia
relevante para calcular su valor de cambio. Fue entonces
que el proceso oficial de acuñación llevado a cabo por orden
de los gobernantes, cambió la percepción de la gente sobre
la moneda: se la apreció con independencia del metal del
que estaba hecha, y su valor se comenzó a asentar en la
autoridad que la acuñaba.
Casi todo el mundo piensa en la moneda como si se
tratara de unidades abstractas de alguna cosa, cada una
de las cuales se ajusta a un determinado país. Hasta en
la época en que las naciones se atenían al “patrón oro”,
la gente pensaba en términos similares: la moneda
americana eran los “dólares”, la francesa los “francos”, la
alema a los “marcos”, etc. Se reconocía que todas ellas
estaban ligadas al oro, pero todas se consideraban
soberanas e independientes y, en consecuencia, era fácil
para las naciones “salirse del patrón oro”. Sin embargo,
todas aquellas expresiones eran simplemente nombres
asignados a unidades de peso de oro y plata33.
A partir de la monetización del dinero, la intervención
estatal ha ido creciendo de distintas maneras:
a. El monopolio de la acuñación. Para la Edad Media, ya
estaba bien afirmada en el mundo la prerrogativa del
Soberano de acuñar la moneda. Las enseñanzas de Bodino
fueron un impulso muy fuerte en esa dirección, pues él
consideró a la moneda como un símbolo y expresión de la
soberanía territorial, y por lo tanto, debía estar sometida al
control del Estado.
Las regalías, nombre latino de estas prerrogativas, las
más importantes de las cuales eran la acuñación de
monedas y los derechos de aduana, fueron durante la
Edad Media la principal fuente de ingresos de los
príncipes, y en esto tan sólo estriba su utilidad en un
principio. Es evidente que, a medida que aumentaba la
acuñación, los gobiernos se dieron cuenta de que este
derecho exclusivo era, además de un importante
instrumento de poder, una tentadora fuente de
ganancias. Desde el principio, la facultad no se concedió
o reclamó sobre la base de que era para el bien común,
sino como elemento esencial de poder gubernamental.
Las monedas sirvieron de símbolos de poder, como la
bandera, a través de los cuales el gobernante afirmaba
su soberanía y mostraba a su pueblo que el amo era
aquel cuya imagen portaban las monedas hasta los
lugares más remotos34.
Consecuentemente, en los primeros tiempos los
gobernantes no tenían la facultad de emitir la moneda, sino
de certificar el peso y la ley de los materiales que se
empleaban en su fabricación. Las monedas sólo se
consideraban auténticas si contenían el sello de la
autoridad. Con el tiempo fueron ampliando esa facultad
hacia el monopolio de la acuñación, y finalmente a su curso
legal.
Esa facultad era reconocida en tanto permitía resolver
varios problemas: 1) el costo de la acuñación y verificación,
que ahora se transfería al gobernante, aunque éste solía
establecer determinados tributos para resarcirse de estos
gastos e incluso ganar algo de dinero; 2) La generalidad y
homogeneidad de ese control, que se certificaba al
momento de colocar el cuño oficial en la moneda; 3) La
mayor confianza que, en los primeros tiempos, daba la
intervención de una autoridad “neutral” a los negocios –el
gobernante-, para prestar tan delicado servicio.
Ello llevó a difundir la errónea idea de que lo que le daba
valor a las monedas era el acto del gobierno y no el metal
del que estaban fabricadas; lo que con el tiempo llevó a
gobernantes inescrupulosos a acuñar monedas de menor
peso, pretendiendo que tuvieran el mismo valor que las de
mayor cantidad de metal, tan sólo por tener impreso el
mismo sello oficial. La idea de que el valor de la moneda
estaba dado por la acuñación hizo que las nuevas monedas
con menos metal, en tanto tuvieran las marcas oficiales,
circularan sin problemas y fueran aceptadas al valor
nominal, al menos en los primeros tiempos.
Pero a partir de entonces, la intervención estatal
acompañó a la evolución del concepto del dinero, y frente a
cada nuevo sistema dinerario, tal intervención no se hizo
esperar. Como señaló Hayek:
…desde los romanos hasta el siglo XVII, momento en que
el papel moneda empieza a cobrar importancia, la
historia de la moneda se compone ininterrumpidamente
de adulteraciones o continuas reducciones del contenido
del metal en las monedas y del correspondiente aumento
del precio de los bienes35.
b. El dinero de papel. El dinero de papel originó una
intervención directa del Estado en el manejo monetario. Lo
hizo a partir de la impresión de billetes no convertibles
entregados a la gente a cambio de su oro, como forma de
ahorros forzosos.
Prácticamente desde la aparición del dinero de papel en
cualquiera de sus modalidades, el gobierno intervino
directamente en su creación y circulación, y castigó
severamente a quienes no lo aceptaban. Hayek recuerda
algunos ejemplos:
Sabemos por Marco Polo que en el siglo XIII la ley china
castigaba con la muerte el rechazo del papel moneda
imperial, y negarse a aceptar los assignats franceses
podía ser castigado con veinte años de prisión e incluso
con la muerte en algunos casos. En el antiguo Derecho
inglés se castigaba el rechazo como de lesa majestad.
Durante la revolución americana no aceptar los billetes
continentales se consideraba como un acto hostil y a
veces significaba la cancelación de la deuda36.
Se dice que los chinos, escarmentados por su experiencia
con el papel moneda, intentaron prohibirlo totalmente
(por supuesto sin éxito) antes de que los europeos lo
inventaran37. Desde luego, los Estados europeos, una vez
al tanto de esta posibilidad, comenzaron a explotarla
despiadadamente, no para producir un dinero mejor, sino
para sacar de ello mayores ingresos38.
Mientras la emisión de billetes se vinculó con la
representación de los metales preciosos, la intervención
estatal se mantuvo en cierto modo limitada, pues las
personas confiaban en los papeles sólo en tanto estuvieran
respaldados o pudieran ser canjeados por el metal. No
obstante ello, desde el primer momento los gobernantes
advirtieron el formidable poder que les podía dar desligar
los billetes del metal. La emisión de billetes era más sencilla
y barata que la acuñación de monedas. Sólo debían lograr
que la gente aceptara –por las buenas o por las malas- a
esos papeles como dinero.
También los bancos privados notaron el nuevo ámbito que
se abría ante sus ojos con la posibilidad de emitir billetes.
Pero sus intentos de ingresar en ese negocio fueron en
principio limitados y finalmente abortados por el poder
estatal.
Algunos de los primeros bancos fundados en Amsterdam
y otros lugares surgieron de los intentos de los
comerciantes de crear una moneda estable, pero el
creciente absolutismo pronto impidió los esfuerzos de
producir una moneda no estatal. En lugar de ello,
protegió el crecimiento de los bancos que emitían billetes
denominados en la unidad de cuenta oficial…
Desde que la Corona británica, en 1694, otorgó al Banco
de Inglaterra un monopolio limitado de emisión de
billetes de banco, la principal preocupación de los
gobiernos ha sido impedir que su poder sobre el dinero,
basado en la prerrogativa de la acuñación, se traspasara
a bancos realmente independientes… En cuanto se
generalizó la idea de que la convertibilidad en oro era
sólo un método para controlar la cantidad de moneda,
factor real de determinación de su valor, los gobernantes
quisieron escapar rápidamente a esa disciplina y el
dinero se convirtió más que nunca en el juguete de la
política gubernamental. Sólo algunas de las grandes
potencias mantuvieron, durante algún tiempo, una
estabilidad monetaria tolerable llevándola también a sus
colonias. Ahora bien, ni Europa oriental ni Sudamérica
tuvieron jamás un período prolongado de estabilidad
monetaria39.
Poco a poco, los billetes que en sus inicios eran meros
representantes de los metales preciosos, fueron producidos
sin respaldo alguno por gobiernos que requerían
financiamiento. La gente se fue acostumbrando a utilizar los
papeles, y lentamente se resignó a que ya no podría
recuperar el oro.
c. El dinero fiat. El abandono del patrón oro liberó la
producción de dinero al monopolio estatal, lo que convirtió
al Estado en el virtual “creador” del dinero, y a su vez en la
autoridad que dispone su uso obligatorio para cancelar
obligaciones o aceptar pagos.
La intervención estatal llevó a su manejo monopólico por
los bancos centrales, que paulatinamente se fueron
convirtiendo en los instrumentos para el manejo estatal del
dinero y excluyeron cualquier forma de intervención privada
en su producción y comercio. Concluyó Vera Smith sobre los
bancos centrales en su trabajo sobre el tema publicado en
1936:
Si examinamos las circunstancias que rodearon la
creación de la mayoría de ellos, observamos que los
primeros monopolios fueron fundados por razones
políticas muy ligadas a las necesidades financieras del
Estado y no por razones económicas que aconsejaran o
desaconsejaran el libre acceso al negocio de emitir
billetes en aquellos tiempos. Ahora bien, una vez
establecido, el monopolio se mantuvo hasta antes e
incluso después de que su justificación económica
empezara a ser cuestionada.
Las discusiones giraron primero en torno al problema de
elección entre un sistema de monopolio en la emisión por
oposición al de libre competencia entre distintos
emisores, pero más tarde, consolidado ya el monopolio,
la superioridad del banco central sobre su alternativa
llegó a convertirse en un verdadero dogma de fe que ya
nunca se volvió a discutir, y se aceptó sin preguntarse
cuáles eran sus fundamentos40.
El último siglo ha mostrado todo tipo de abusos cometidos
en varias regiones del planeta por el uso indiscriminado de
la facultad estatal de emitir dinero con el propósito de pagar
sus gastos o acumular poder político. Hace un siglo se vivió
una significativa hiperinflación en Alemania por tal motivo, y
desde entonces, con distintas intensidades asistimos al
daño que ese manejo imprudente y arbitrario de la moneda
ocasiona en el mundo, desgraciadamente con la bendición
de determinados intelectuales y economistas que han dado
argumentos pseudocientíficos a políticos inescrupulosos y
criminales.
4. La visión jurídica: el dinero como medio legal de
pago
Es importante tener en cuenta que mientras el economista
ve en el dinero a un medio de intercambio y de reserva de
valor, el jurista –y lo que es más grave, la legislación-, ven
al dinero como un medio legal de pago de obligaciones
exigibles. La visión jurídica de la moneda como medio legal
para la liberación de obligaciones mediante el pago, llevó a
justificar el monopolio estatal del manejo del dinero, y como
consecuencia directa su curso legal y forzoso.
No puede pasarse por alto que mientras la economía
surgió y en buena medida se desarrolló a partir de un
individualismo metodológico que se basa en la valoración -y
consecuente acción- individual, el derecho, en los últimos
siglos, ha sido concebido como el producto de la acción
estatal de sancionar normas e imponerlas a las personas. En
este contexto es inevitable que sus objetivos y conclusiones
difieran notoriamente41. Como en otros campos, la
regulación jurídica terminó distorsionando los efectos
económicos y de allí el daño terrible que le ha provocado al
estudio del dinero esa visión basada esencialmente en sus
consecuencias jurídicas impuestas por la legislación.
La teoría económica del dinero se expresa generalmente
en una terminología que no es económica sino jurídica.
Esta terminología ha sido elaborada por escritores,
políticos, comerciantes, jueces y otros que se interesaban
principalmente por las características jurídicas de las
diferentes clases de dinero y sus sustitutos. Esto es útil
cuando se trata de aquellos aspectos del sistema
monetario que son importantes desde el punto de vista
jurídico, pero para los fines de la investigación económica
resulta prácticamente inútil. No se ha prestado la debida
atención a este defecto, a pesar de que la confusión de
los respectivos territorios de las ciencias jurídicas y la
economía en ninguna parte ha sido tan frecuente y tan
preñada de malas consecuencias como en el campo de la
teoría monetaria42.
En la evolución del dinero, la intervención estatal
necesariamente condujo a la intervención jurídica, y a darle
al dinero una nueva dimensión y función. Al mismo tiempo,
distorsionó las reglas económicas que permiten su
existencia.
El concepto de dinero como creación del derecho y del
Estado es claramente insostenible. No lo justifica ningún
fenómeno del mercado. Atribuir al Estado el poder de
dictar las leyes del intercambio es ignorar los principios
fundamentales de las sociedades que emplean dinero43.
En los reclamos jurídicos ocasionados por el
incumplimiento de una obligación contractual o la
producción de un daño, lo que las partes discutirán y el juez
resolverá, en definitiva, es qué tipo de moneda y en qué
cantidad harán falta para que la parte responsable cancele
sus obligaciones legales con la otra y se dé por terminado el
pleito.
El hecho de que la ley considere el dinero solamente
como un medio de cancelar obligaciones pendientes
tiene importantes consecuencias para su definición legal.
Lo que la ley entiende por dinero es de hecho, no el
medio común de cambio, sino el medio legal de pago. No
entra en los propósitos del legislador o del jurista definir
el concepto económico de dinero…
…Pero el estado puede atribuir el poder de liberar de
deudas también a otros objetos. La ley puede declarar
cualquier cosa como medio de pago, y esta norma
vinculará a todos los tribunales y a todos cuantos
intervienen en hacer cumplir las decisiones judiciales.
Pero conferir a una cosa la propiedad de moneda de
curso legal no es suficiente para convertirla en dinero en
sentido económico. Sólo a través de la práctica de
quienes intervienen en las transacciones comerciales
pueden los bienes convertirse en instrumento común de
cambio; y sólo las valoraciones de estos sujetos son las
que determinan las relaciones de cambio del mercado. Es
muy posible que el comercio utilice aquellos objetos a los
que el Estado atribuye el poder de pago; pero no tiene
por qué ser así. Puede, si quiere, rechazarlos44.
Esta observación fue realizada por Mises en tiempos en
que los gobiernos establecían suspensiones a la
convertibilidad, emitían pedazos de papel que obligaban a
utilizar como dinero y para cancelar legalmente
obligaciones. Sin embargo, aun quedaba latente el regreso
a la convertibilidad de los billetes por el oro. Hoy en día, en
cambio, el problema parece naturalizado por la práctica de
tanto tiempo de monopolio legal en la creación del dinero
de papel, cada vez más difícil de rechazar y reemplazar
voluntariamente por quienes no confían en él, y al que se le
otorga el poder excluyente de cancelar deudas.
Puede suceder que ese objeto proclamado por el gobierno
como medio de pago obligatorio, tenga para los
contratantes un valor inferior al que ellos acordaron. Como
el curso legal y forzoso permite cancelar las deudas
pagando con dinero estatal, por este camino no se cumplen
las obligaciones, sino que se condonan total o parcialmente
las deudas, con una lesión significativa a los derechos
adquiridos y la certidumbre jurídica.
Cuando se atribuye valor de moneda de curso legal a
unos billetes que comercialmente se valoran a la mitad
de su valor nominal, ello significa fundamentalmente
conceder a los deudores la condonación legal de la mitad
de sus obligaciones45.
Como en tantas otras áreas del proceso de mercado, la
legislación puede interferir de manera dañina en el dinero.
Ello se extiende a las consecuencias de su poder para
establecer paridades cambiarias con monedas extranjeras,
pues en tal caso, las obligaciones nacidas de contratos que
prevén pagos en tales monedas, finalmente podrán ser
canceladas con la “nacional” de curso forzoso, al arbitrario
cambio que establezca el gobierno46.
Hace más de un siglo, cuando Mises escribía el libro que
vengo citando, todavía podía concluir lo siguiente:
Durante aproximadamente los últimos doscientos años la
influencia del Estado en el sistema monetario ha ido
creciendo progresivamente. Sin embargo, una cosa debe
quedar clara: ni siquiera en nuestros días tiene el Estado
poder para convertir directamente algo en dinero, es
decir en medio común de cambio. Incluso hoy, es
únicamente la práctica de los individuos que participan
en el tráfico mercantil la que puede convertir una
mercancía en medio común de cambio47.
Pero contemporáneamente, la Gran Guerra trajo nuevas
suspensiones de la convertibilidad, la imposición del uso de
billetes que no estuvieron respaldados en oro, y luego el
descalabro de emisión de papel moneda sin respaldo
alguno, que provocó la hiperinflación en Alemania al no
poder afrontar deudas. Si bien muchos se esperanzaban con
el restablecimiento del patrón oro convertible, lo cierto es
que asistían a los últimos tiempos en los que todavía se
podía sostener que el poder estatal no era suficiente como
para torcer la decisión de la gente en el mercado, respecto
de qué bienes se aceptarían como dinero.
A partir de entonces se produjo la brutal intromisión
estatal que culminó con la eliminación definitiva de todo
patrón monetario basado en algún bien y su reemplazo por
dinero de papel impreso por el Estado. La imposición del
curso legal y forzoso de la moneda fue definitoria para que
las personas no pudieran ejercer su voluntad en el proceso
de intercambio, y tuvieran que arreglárselas con la moneda
estatal.
De este modo, el sistema legal acompañó al proceso de
estatización de la moneda, y en lugar de encargarse de que
las deudas se cancelaran del modo acordado por las partes,
utilizaron como excusa la necesidad de establecer un
mecanismo objetivo y general para cancelar las deudas –
invocando curiosamente la necesidad de dar certidumbre
jurídica-, e impusieron soluciones caprichosas y basadas en
la autoridad del propio gobierno.
La ficción legal introducida para facilitar el trabajo del
abogado o del juez, que sostiene que sólo hay una cosa
claramente definida que se llama “dinero”,
rigurosamente distinguible de otras, nunca fue cierta en
lo que se refiere a los efectos característicos del dinero.
Sin embargo, ha sido altamente nociva, ya que ha
conducido a que, en algunos casos, sólo pueda utilizarse
el “dinero” emitido por el gobierno, o que siempre tenga
que haber algo que pueda llamarse el “dinero” del país48.
En este sentido, el concepto jurídico de “curso legal” del
dinero, ha llevado a confusión a la gente, pues resulta
frecuentemente asociado con el poder estatal de imponer
una determinada moneda emitida por él. Es, efectivamente,
el dinero de creación estatal legalmente indicado para
cancelar deudas y obligaciones de todo tipo. Ello no significa
que no puedan circular otras monedas, pero en última
instancia, a falta del cumplimiento voluntario de los
acuerdos, las deudas se podrán cancelar con la moneda de
curso legal. La identificación de curso legal con dinero
emitido por el Estado ha fortalecido la idea de la necesidad
de un monopolio estatal del dinero. No obstante ello, el
poder estatal para imponer su dinero dio lugar al
surgimiento de un concepto más drástico aun, que es el del
“curso forzoso”, que sí se refiere a la imposición del
monopolio estatal de la moneda. El concepto de “curso
forzoso” surgió a raíz de las leyes que suspendieron la
convertibilidad durante el patrón oro, de modo que la gente
forzosamente debía utilizar los billetes por imposición legal.
Al suprimirse el patrón oro, el concepto de “curso forzoso”
se diluye con el de “curso legal”, y juntos sostienen el
monopolio estatal de la moneda, con exclusivo poder
cancelatorio por encima de cualquier otra que hayan
elegido las partes de un negocio.
El término “curso legal” se ha rodeado en la imaginación
popular de una penumbra de vagas ideas acerca de la
necesidad de que el Estado suministre el dinero. Es la
supervivencia de la idea medieval según la cual el Estado
confiere de alguna forma al dinero un valor que de otra
manera no tendría. Esto, a su vez, es cierto sólo en la
medida en que el gobierno puede obligarnos a aceptar
cualquier cosa que determine en lugar de la contratada;
en este sentido, puede dar al sustituto el mismo valor
para el deudor que el objeto original del contrato. Pero la
superstición de que el gobierno (normalmente llamado
“Estado” para que suene mejor) tiene que definir lo que
es dinero, como si lo hubiera creado y éste no pudiera
existir al margen de los poderes públicos, se originó en la
ingenua creencia de que el dinero debió ser “inventado”
por alguien y que un inventor originario nos lo
proporcionó. Esta creencia ha sido totalmente desplazada
por el conocimiento de la generación de semejantes
instituciones involuntarias que a través de un proceso de
evolución social del que el dinero es principal paradigma
(siendo otros ejemplos destacados el derecho, el lenguaje
y la moral)49.
En un mercado libre basado en derechos de propiedad, los
contratos podrían ser pactados en la moneda que las partes
decidan, y en caso de conflictos o reclamos deberían ser los
jueces, examinando cada contrato en particular y los
motivos del incumplimiento, quienes determinen con qué
moneda y en qué monto se podrá cancelar la deuda, de
acuerdo con los tipos de cambio del mercado.
Como en muchos otros ámbitos, la pretensión de
certidumbre jurídica que se busca estableciendo ex ante
obligatoriamente, por ley escrita y general, cuál será la
moneda o monedas aceptadas para cancelar deudas, choca
con la realidad de que lejos de generar certeza, tal
imposición produce mayor incertidumbre al impedir que sea
la gente en sus contratos la que decida esos aspectos y
que, llegado el caso, pueda discutirlos en los tribunales.
En este sentido cabe recordar la máxima romana
elaborada desde el inicio por los pretores en el sentido de
que el contrato es ley para las partes50. El “curso legal”, en
todo caso, está establecido por las partes al contratar
libremente. La “ley” es la “ley de las partes”, el contrato. Si
no se puede o no se quiere cancelar la deuda en la moneda
pactada, probablemente el propio contrato prevea
alternativas o procedimientos para solucionar el problema.
De lo contrario lo hará un juez o árbitro51.
Cuando se legisla sobre la cancelación de deudas, si dicha
ley indicase que debe pagarse en la moneda pactada por
las partes, sería innecesaria. Si indicara que debe ser
pagada de otra forma, sería ilegítima.
En este caso se intensifica la incertidumbre de los
negocios, “al sustituir la acción libre de un contrato
voluntario y de una ley que simplemente obliga al
cumplimiento de tales contratos, por una interpretación
artificial de la misma en la que nunca habrían pensado las
partes si una ley arbitraria no se la impusiera”52.
Comentario aparte merece la intromisión estatal en la
actividad de los bancos, también con el alegado propósito
de evitar abusos.
Así como los emperadores romanos y todos los
gobernantes justificaron el monopolio estatal de la
acuñación de moneda con el argumento de garantizar la
exactitud en cuanto a calidad y cantidad de metal precioso
que contenían –aunque su propósito escondido fue
cercenarla para incrementar el dinero circulante y
aprovecharse de la diferencia-, el monopolio de la emisión
de billetes y el férreo control de los bancos a través de una
autoridad central se inició con el alegado propósito de evitar
abusos y fraudes por parte de los banqueros, y convirtió al
Estado en un gigantesco y abusivo estafador. El control de
la actividad bancaria por bancos centrales, ha cerrado el
círculo del control estatal del dinero:
Un sistema bancario descentralizado es algo que no ha
existido en ninguna parte del mundo desde 1845 cuando
el sistema bancario escocés, que es el ejemplo histórico
que más se le ha aproximado, dejó de existir como
resultado de la promulgación de la Ley de Peel que
prohibió la libre emisión de billetes de banco y consagró
el monopolio de emisión de billetes del Banco de
Inglaterra. Los ejemplos históricos más parecidos al
sistema escocés de pluralidad de emisores privados de
billetes de banco que se dieron en Suecia, China y
Canadá llegaron a sobrevivir ya dentro del siglo XX, pero
fueron sustituidos pronto por sistemas mucho más
restrictivos y monopolísticos, basados todos ellos en la
idea de un banco que centraliza la emisión del dinero
bancario básico. ¿Qué importancia tiene esto? ¿Qué
gravedad tiene el hecho de que los Gobiernos hayan
impedido que sea la competencia la que genere la clase
de dinero que el público quiere demandar, es decir
mantener a su disposición, para llevar a cabo sus
actividades económicas?
La consecuencia de esta interferencia gubernamental, a
partir del momento en que los banqueros inventaron el
billete de banco para salvar las dificultades que prestaba
la circulación del dinero metálico, han sido muy graves
por razones que hoy día deberían ser evidentes para
todos porque con la centralización de la emisión de
billetes y reservas bancarias la oferta de dinero bancario
ha dejado de responder automáticamente a las
variaciones de su demanda y se ha convertido en una
variable sometida a planificación que, por lo regular, ha
llevado a la creación excesiva de dinero bancario, a la
inflación de precios y a la formación de un ahorro forzoso
que al no ser querido acaba precipitando el sistema en
crisis que acaban con centenares de empresas cuya
desaparición precipita las economías en depresión,
estancamiento y paro masivo53.
Por lo tanto, para estudiar cómo funcionaría un sistema de
banca libre, con bancos emitiendo sus propios billetes en
competencia y sin intromisión estatal, sería casi imposible
remontarse a ejemplos históricos, dado que la injerencia del
soberano en la producción de dinero viene de larga data y
recurrentemente ha impedido esta actividad privada. Es así
como Selgin (con la colaboración de White) ha debido
remitirse al ejemplo de un país imaginario –Ruritania- y al
desarrollo espontáneo de sus instituciones, para explicar
cómo funcionarían la moneda y la banca libres, y cómo sería
su evolución a través de un relato lógico e hipotético54.
III. DINERO Y PRECIO
Existe una fuerte ligazón entre los conceptos de dinero y
precio. Las personas expresan sus valoraciones cuando
realizan intercambios, que se manifiestan en la acción de
llevar a cabo una transacción fijando un precio, lo que suele
hacerse utilizando un denominador común que es el dinero.
Esta explicación habitual, sin embargo, no está exenta de
conducir a confusión en determinadas circunstancias.
Pareciera sugerir que el dinero es un elemento externo,
utilizado por ambas partes para ayudarlas a ponerse de
acuerdo en su transacción. Pero en realidad, el dinero es
parte indispensable de la transacción. Como veremos, una
compraventa es un trueque de un bien por dinero; el dinero
es uno de los elementos directamente involucrados en la
determinación de cada precio, y su valor se rige por los
mismos principios que el resto de los bienes.
Cuando alguien menciona un precio, normalmente lo hará
en algún signo monetario. Y cuando quiere referirse a otras
consecuencias o prestaciones vinculadas con la transacción,
aclarará que se trata de precios “no monetarios” –como ser
el valor sentimental que el bien tiene para él, o el de querer
ayudar al vendedor comprándole el producto que en otras
circunstancias no compraría-. Sin embargo, es importante
no olvidar que el precio es una forma de expresar las
relaciones entre distintos bienes, que no sólo pueden
formularse en dinero. En la época del trueque directo, los
“precios” se expresaban de muchas formas distintas. Un
cerdo podía valer dos bolsas de trigo o diez de patatas. Ya
vimos los problemas que generaba ello para el
funcionamiento del mercado, y cómo el surgimiento del
dinero como común denominador de las valoraciones ayudó
notoriamente al crecimiento económico.
Pero su función fundamental como medio de intercambio
no debe hacer olvidar que el dinero es además un bien que
tiene su propio valor en el mercado, expresado en su
relación con los demás bienes. Cuando alguien compra un
producto y lo paga con dinero, en puridad está haciendo un
trueque entre el dinero y el bien; y gracias a la función de
común denominador, ese intercambio, a diferencia de otros,
permite establecer un precio unitario y comparativo con los
demás bienes.
Antes de la aparición del dinero, cada bien tenía múltiples
“precios”, dados por su relación con cada uno de los demás
bienes y servicios con los cuales trocaba. No existían precios
en los términos en que hoy nos referimos a ellos, sino
relaciones de intercambio tan numerosas como los
productos en el mercado55.
En definitiva, el precio es el tipo de cambio entre dos
bienes expresado en términos de uno de ellos56.
Ordinariamente, ese cambio se produce entre un bien y el
dinero, y el precio se expresa en dinero. De allí la estrecha
relación entre ambos conceptos y la necesidad de aclarar el
significado del “precio”, en especial porque ello nos
permitirá entender mejor al dinero y por qué la inflación no
puede ser definida simplemente como un “aumento en los
precios”.
Como expresión de valoraciones, los precios pueden
modificarse permanentemente, en tanto las valoraciones
varíen. Una persona puede cambiar su orden de
preferencias por cambios en sus gustos o intereses, por
variación en la disponibilidad de determinados bienes que
se traduzcan en modificaciones en la oferta y demanda, y
por otros motivos que tienen que ver por el propio juego de
las leyes económicas.
Pero también puede variar por cuestiones vinculadas con
la relación entre la cantidad de bienes y la cantidad de
dinero. Cuando la cantidad de dinero crece se produce una
distorsión de los precios que se vincula con oferta y
demanda de dinero. De hecho, probablemente la relación de
valoración de todos los demás bienes entre sí permanezca
mayormente inalterada. Sólo se altera la relación valorativa
de todos los bienes con el dinero.
Ello explica en parte la confusión del concepto de inflación
con el de incremento de los precios. Al inflarse la cantidad
de dinero inevitablemente éste pierde valor adquisitivo
respecto de los demás bienes. Como el precio es la
expresión de la relación entre el dinero y los bienes, el
incremento en la cantidad de dinero hará que su utilidad
marginal decrezca, y en consecuencia será necesario
entregar más dinero para obtener los mismos bienes. Ello
será advertido de inmediato como un “alza” de los precios,
aunque en realidad lo que se produjo es una baja en el valor
del dinero.
De allí la necesidad de detenernos por un instante en el
concepto de precio y su formación.
1. ¿Qué es un precio?
El proceso de intercambio en que consiste la sociedad, se
basa en decisiones individuales que se manifiestan a través
de la acción. En este sentido puede decirse que la economía
–o mejor la cataláctica- tiene como punto de partida a la
praxeología, que es la ciencia de la acción humana57.
El proceso de mercado es un proceso de acciones e
interacciones de individuos que intentan alcanzar
objetivos personales que consideran valiosos, a través
del uso e intercambio de bienes escasos. En ese proceso,
cada persona decide su acción, tras una previa
valoración, tanto de lo que aspira a conseguir como de lo
que está dispuesto a entregar a cambio. Por lo tanto, el
punto de partida para el estudio del mercado es el
análisis del valor58.
Las personas piensan, valoran y deciden individualmente
siguiendo su propio proceso de razonamiento para alcanzar
sus fines. Pero todo ello es irrelevante si no se manifiesta en
acción, en términos de interacción social59. Por ello,
nuestras valoraciones de las cosas no se expresan por lo
que pensamos –que muchas veces no es revelado ni
conocido por los demás-, ni por lo que decimos –pues a las
palabras se las lleva el viento-, sino por lo que hacemos60.
En este proceso de acción e interacción entre las personas
consiste la sociedad, y en términos de intercambios
económicos, es el proceso de mercado.
No existe nada automático o misterioso en el
funcionamiento del mercado. Las únicas fuerzas que
determinan el siempre fluctuante mercado son los juicios
de valor de los distintos individuos y las acciones
derivadas de dichos juicios61.
La acción se ejecuta a partir de previas valoraciones que
siguen un orden de preferencias, que están influidas por
factores puntuales tales como la escasez del bien que se
desea, su utilidad para quien lo valora en un momento y
lugar determinados, y los recursos de los que dispone para
realizar un intercambio. Dentro de tal contexto, que es
complejo e individual para cada persona y en cada
momento, se manifiestan las acciones que forman el
proceso social.
En circunstancias determinadas, un bien o unidad de bien
puede tener para quien lo posee un mayor valor de uso
directo o un mayor valor de cambio, o una mezcla de
ambos. El valor superior es el que determinará su acción62.
Tales intercambios se perfeccionan a través de la
determinación de los precios, que pueden ser entendidos
como la expresión de la yuxtaposición de valoraciones de
oferentes y demandantes63. Allí donde encuentran
correlación sus valoraciones, como paso previo a realizar un
intercambio, nacerá un precio. Cada persona valora las
cosas de manera diferente, elabora su propio orden de
preferencias, y ello es lo que permite que los intercambios
sean deseables, en tanto ambos consideran que van a
ganar con esa acción. Ese intercambio se lleva a cabo
porque cada individuo valora más el bien que recibe que el
que entrega.
De allí se deriva que una condición necesaria para el
intercambio es que los dos bienes tengan un orden de
valoración distinta en las respectivas escalas de valores de
las partes intervinientes.
Las condiciones del intercambio son: que los bienes sean
valorados en orden inverso por las dos partes y que cada
una de ellas conozca de la existencia de la otra y de los
bienes que posee. Sin conocimiento de los activos de la
otra persona, no podría ocurrir intercambio alguno.
...Los objetos del intercambio deben ser medios escasos
para satisfacer los fines humanos, ya que si su
abundancia fuera ilimitada serían condiciones generales
de bienestar humano y no objeto de la acción humana; si
fuera así, no habría necesidad de dar algo a cambio para
adquirirlos, y no se convertirían en objetos de
intercambio64.
No existe una correlación matemática entre el valor que
cada persona le asigna a un bien y el precio final. La
valoración del potencial comprador nos permitirá saber lo
que está dispuesto a entregar a cambio del producto que
quiere; pero por supuesto tratará de entregar lo menos
posible, y si lograra que se lo regalen sería lo ideal para él.
A la inversa, la valoración del potencial vendedor le indica
cuánto es lo mínimo que estaría dispuesto a recibir por el
producto que entrega; y por supuesto que querría que le
entreguen mucho más, todo lo posible, pero no lo daría por
menos que el piso que establece su valoración personal.
La cantidad del bien del que disponen los negociantes es
un factor de suma importancia desde el punto de vista de la
valoración individual, base de intercambio y del nivel de los
precios. En definitiva, lo que cada uno valora al decidir el
intercambio no es lo que significa un bien determinado en
términos abstractos, sino el valor que le otorga a la unidad
de dicho bien que se encuentra en discusión, en el contexto
de tiempo, espacio y cantidad determinados. A esa utilidad
que le damos a la porción de bien que evaluamos
intercambiar, se la denomina utilidad marginal, base de la
determinación de los precios.
Valoramos un bien de acuerdo con los distintos usos que le
podemos dar. De modo que según la cantidad de ese bien
de la que dispongamos, la utilidad marginal será la utilidad
del uso menos valorado, es decir, al que renunciaríamos en
caso de intercambiar esa cantidad del bien por otro. Dicho
de otro modo, la utilidad de un bien es inversamente
proporcional a la cantidad disponible. Cuando mayor
cantidad tenemos de ese bien, menos valiosa para nosotros
sería una nueva unidad65.
De modo que cuando evaluamos un intercambio, estamos
calculando sobre la base de ese menor valor que tiene la
unidad marginal para nosotros; y por eso cuando nos
preguntamos qué valor le asignamos a algo en términos
económicos, debemos entender que ese valor se calculará
en el contexto de las circunstancias dadas, en el que las
cantidades disponibles son un factor determinante.
Como vimos, la interacción de esas valoraciones se
expresa a partir de la comparación entre los bienes que se
intercambian. En una economía sin dinero, existirán tantos
precios distintos como bienes haya en el mercado. En una
economía con dinero, se facilitan las cosas pues al utilizarse
el dinero en todas las operaciones, los precios se expresarán
finalmente en esa denominación, lo que ayuda al cálculo de
cómo utilizar los recursos escasos del modo más eficiente
todas las opciones disponibles.
A partir de estas valoraciones, en el caso de una operación
única entre un comprador y un vendedor, el precio final
dependerá de varios factores involucrados en la negociación
que se lleve a cabo entre ambos, en la que cuestiones
psicológicas, ansiedad, obsesión, mayor o menos aversión
al riesgo, el nivel de las preferencias, la disponibilidad de
recursos, la utilidad marginal que la unidad que se negocia
tiene para cada uno, las habilidades para negociar, etc.,
terminarán determinando cuál será el precio final.
Cuando la operación involucra a varios compradores y
varios vendedores, las reglas de la oferta y demanda y las
cantidades involucradas harán que los precios estén
además influidos por las decisiones de otras personas, y que
adquieran relevancia fundamental las cantidades totales de
bienes y dinero involucrados en las operaciones. En este
caso, como veremos, los precios tenderán a unificarse para
cada bien, sopesando las valoraciones individuales de
innumerables oferentes y demandantes.
Lo maravilloso del orden espontáneo del mercado es que
en lugar de que una autoridad intente la imposible misión
de calcular los precios adivinando las valoraciones
diferentes de millones de personas, ocurrirá algo mucho
más sencillo: millones de personas tomarán sus propias
decisiones individuales a la luz de las señales que le
indicarán los precios. Curiosamente, la gente ha sido
convencida, tras una prédica constante, de que es más fácil
que un funcionario resuelva por todos a que cada uno
resuelva por sí mismo. Esta idea, base del autoritarismo
paternalista, ha sido suficientemente contradicha por la
teoría económica y por los hechos.
2. La vinculación de todos los precios. El factor
competitivo permanente
Bienes, servicios y dinero, compiten entre sí porque son
escasos con relación a los distintos usos a los que las
personas podrían aplicarlos. La economía expresa las
preferencias de las personas respecto de bienes escasos; y
para tomar esas decisiones se basa en la relación de
intercambio entre todos los bienes con uno que sirve de
denominador común, que es el dinero, y que también es
escaso.
Si el dinero fuese de una cantidad infinita y estuviese
disponible en todo momento para todas las personas, no
existirían precios, pues quien quisiera un bien estaría
dispuesto a ofrecer lo infinito, al igual que otros potenciales
compradores, y el vendedor no estaría dispuesto a entregar
su bien escaso a cambio de dinero que también sería infinito
para él. Los bienes no competirían entre sí por el dinero
disponible, pues habría dinero para comprarlo todo a
cualquier precio, lo que significaría en definitiva que el
dinero ya no existe66.
Examinar la teoría de precios nos ayuda a entender el
funcionamiento del mundo. En la medida en que se convirtió
en un sitio más poblado, más complejo, con mayor cantidad
de posibilidades de interacción y búsqueda de bienestar, se
ha hecho evidente que participamos en un proceso de
cooperación y asociación que suele tener como producto
final una serie de consecuencias que ni siquiera sabíamos
que contribuíamos a provocar. Por eso se ha concluido -
como hizo Hayek- que la complejidad del proceso social es
tal que no puede ser regulado o planificado por ninguna
autoridad67.
El presunto éxito de la planificación se basó en un hecho
claro, que Hayek explicó al examinar los dos regímenes
totalitarios en conflicto durante la Segunda Guerra mundial,
la Alemania Nazi y la Rusia Soviética: cualquier meta es
alcanzable si los recursos son ilimitados. Yo puedo tener un
Ferrari, si para ello vendo mi casa, mi auto y pongo todos
mis ahorros y además adquiero un préstamo. Pero el costo
de oportunidad es tan alto que jamás haría eso en mi sano
juicio. No obstante, es posible pensar que el Estado es
capaz de hacer cosas que las personas individualmente no
pueden hacer, tan solo porque tiene acceso a los recursos
necesarios gracias a ese monopolio de la fuerza. Claro que
al pensar en ello omitimos el hecho de que esos recursos les
serán sustraídos a la gente a un alto coste, consistente en
que deberían renunciar cada uno a sus propios fines
personales.
Apenas cabe dudar que casi todos los ideales técnicos de
nuestros expertos se podrían realizar dentro de un
tiempo relativamente breve, si logramos que fuera el
único fin de la Humanidad68.
Esta circunstancia produce varios efectos en el
razonamiento de la gente:
a. Tiende a pensar que las grandes obras sólo pueden ser
hechas a través de una planificación centralizada.
b. Ve las ventajas de que sea un representante del
“pueblo” quien decida qué cosas hacer en lugar del
egoísmo individual de los particulares.
c. Menosprecia y descarta las preferencias de los
propietarios de los recursos expropiados por el Estado,
quienes los hubiesen empleado en sus propios fines.
Todas las personas tienen valores diferentes que ordenan
según sus preferencias, y si pudieran, utilizarían todos los
recursos disponibles de la sociedad para seguir ese orden
de lo que consideran bueno o deseable. Rápidamente pasan
de pensar que algo es bueno a pensar que debería ser
obligatorio. En definitiva, quieren que haya un planificador,
pero que planifique según su propia escala de valores.
La ilusión del especialista, de lograr en una sociedad
planificada mayor atención para los objetivos que le son
más queridos, es un fenómeno más general de lo que la
palabra especialista sugiere en un principio. En nuestras
predilecciones e intereses, todos somos especialistas en
cierta medida. Y todos pensamos que nuestra personal
ordenación de valores no es sólo nuestra, pues en una
libre discusión entre gentes razonables convenceríamos a
los demás de que estamos en lo justo... y todos desean,
por ese motivo, la planificación. Pero sin duda, adoptar la
planificación social por la que claman no haría más que
revelar el latente conflicto entre sus objetivos69.
Esta situación no mejora si se introducen elementos de
democracia en la toma de decisiones. Pues a lo sumo la
democracia permitirá, o bien elegir al planificador –quien
luego tomará sus propias decisiones siguiendo sus propios
intereses y valores-, o bien elegir los fines –que no serán los
de cada una de las personas que será obligada a contribuir,
sino los de una parte de ellas que terminarán decidiendo los
fines del conjunto70. Es que ningún planificador, por más
poderoso que sea, tendrá el conocimiento necesario sobre
las preferencias y decisiones individuales. Ese es el principal
inconveniente de la pretensión de planificación:
No es simplemente la enorme cantidad de datos que
excede la capacidad de la mente humana. Cabe pensar
que un ordenador con capacidad suficiente podría
almacenarlos. Pero el problema real es que el
conocimiento necesario es un conocimiento de pautas
subjetivas, de compromisos entre objetivos que no se
encuentran articulados en ninguna parte, ni siquiera en
el seno de la persona misma. Se podría pensar que ante
la cruda perspectiva de una bancarrota vendería antes mi
automóvil que el mobiliario de mi casa o que sacrificaría
antes la nevera que la estufa, pero esto es algo que no
sabré hasta que llegue el momento. Si nunca llegaré a
convencer de antemano cuál será mi decisión en esta
clase de encrucijadas menos conoceré las de los demás.
No hay forma de introducir esta clase de información en
un ordenador cuando nadie la posee de antemano71.
Por el contrario, a través del proceso de mercado, no es la
autoridad de un planificador la que toma por la fuerza los
recursos de todos y los emplea en lo que en definitiva
indique su propia orden de valores, sino que cada uno
persigue sus propósitos individuales, y al hacerlo busca la
cooperación de los demás, para lo cual debe a su vez
contribuir a la satisfacción de los suyos. De este modo las
personas ordenan el empleo de sus recursos de modo
eficiente, siguiendo la indicación de los precios72.
Los precios transmiten la experiencia y las percepciones
subjetivas de unos como conocimiento efectivo para los
demás. Es un conocimiento implícito que toma la forma
de incentivo explícito. Las fluctuaciones de los precios
transmiten el conocimiento de los conflictos cambiantes
entre opciones que varían cuando las personas ponderan
costes y beneficios de manera diferente a lo largo del
tiempo, con variaciones en las preferencias o la
tecnología. La totalidad del conocimiento transmitido por
los innumerables precios y sus amplias fluctuaciones
excede con creces lo que cualquier persona puede o
necesita saber para sus propósitos73.
El proceso de mercado basado en el ejercicio de derechos
de propiedad y la libertad contractual, sin interferencias y
con acceso libre al conocimiento, genera un proceso de
acomodamiento de bienes escasos a sus usos más
eficientes o valorados, que es difícil de asimilar a primera
vista. Intuitivamente se piensa que los procesos complejos
necesitan de planificadores; pero la realidad es que los
procesos sociales, que se cuentan entre los fenómenos más
complejos, dependen de tantas decisiones volubles tomadas
por tal cantidad de personas, que ninguna autoridad los
podría planificar. El sistema de precios hace ese trabajo con
mucha mayor eficiencia74. De hecho, el proceso de mercado
es conceptualmente contrario al de la planificación, en el
sentido de que las personas que contribuyen
voluntariamente, ni saben ni les interesan los fines o
resultados últimos a los que están contribuyendo –los cuales
en la etapa de su colaboración tal vez ni siquiera existan-,
sino cómo el acuerdo o intercambio puntual en el que
interviene, es provechoso para sus propios intereses.
Las personas tienen recursos limitados, que deben ser
distribuidos para adquirir la mayor cantidad posible de los
bienes que desean tener. Cada vez que emplean parte de
sus recursos en la adquisición de un bien, no sólo pagan un
coste vinculado con la disminución de sus recursos, sino que
además pagan un “coste de oportunidad”, que está dado
por todos aquellos otros bienes que no pudieron adquirir
porque se decidieron por aquel que finalmente compraron.
Esto ocurre fundamentalmente por dos motivos, que se
interrelacionan:
a. Porque los recursos son escasos, con respecto a todos
los potenciales usos que a cada uno de nosotros se nos
puedan ocurrir.
b. Porque todos los bienes compiten entre sí por esos
recursos escasos, de modo que si me decido por adquirir
un bien, deberé resignar otro75.
Cuando se observa el fenómeno de la competencia en el
mercado, se suele examinar la contienda entre distintos
oferentes de un mismo producto, que se enfrentan por
obtener mejor precio y calidad. Pero lo cierto es que todos
los productos están compitiendo. Si compro zapatos,
posiblemente me quede sin dinero para comprar naranjas,
de modo que las naranjas y los zapatos compiten por mis
recursos, a pesar de que a simple vista parecieran no estar
relacionados y de que la actividad de uno es desconocida y
carece de interés para quien produce el otro.
Por la definición de “bien” deducimos que dos bienes no
pueden ser “sustitutos perfectos” uno del otro, puesto
que si los consumidores los consideran idénticos se
transformarían, por definición, en un mismo bien. Todos
los bienes de consumo son, por otra parte, sustitutos
parciales de algún otro bien. Cuando una persona ordena
según su escala de valores la infinidad de bienes
disponibles y estima la utilidad decreciente de cada uno,
está considerando unos como sustitutos parciales de
otros. Un cambio de posición en la escala
necesariamente cambiará la posición de todos los bienes,
puesto que toda relación valorativa es ordinal y relativa.
El aumento de precio de un bien (debido, por ejemplo, a
una disminución en la producción) tenderá a desviar la
demanda del consumidor hacia otros bienes de consumo
y, por lo tanto, sus demandas tenderán a aumentar.
A la inversa, un aumento en la oferta y la consiguiente
disminución del precio de un bien tenderá a desviar la
demanda del consumidor desde otros bienes hacia este,
y decrecerán las demandas de los otros bienes (en
algunos casos más que en otros)76.
Los precios permiten resumir las valoraciones individuales
a un común denominador, que es el dinero, y ello cumple a
su vez varias funciones:
a. Individualmente, permite orientar u ordenar las
preferencias individuales para el empleo de recursos
escasos.
b. Socialmente, permite “barrer” el mercado, al encontrar
un punto (el “precio de mercado”) donde se nivelan la
oferta y la demanda. Por encima de ese precio ya no habrá
gente dispuesta a comprar; por debajo de ese precio no
habrá gente dispuesta a vender. En ese punto, existen
tantos compradores como vendedores que harán tratos
para adquirir las cantidades disponibles de los distintos
bienes.
Ello no significa que no quede gente que quisiera adquirir
el bien o desprenderse de él. Pero ya no estarán dispuestas
a hacerlo al precio de mercado. A dicho precio no habrá ni
sobrantes ni faltantes artificiales del bien.
Ello explica las variaciones de precios cuando varía la
cantidad de un bien. Si crece la producción de naranjas,
para poder venderlas todas el precio deberá descender al
nivel de potenciales compradores que con menor cantidad
hubiesen quedado fuera por el precio superior. En definitiva,
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La Inflación como Delito - Ricardo M. Rojas

  • 1.
  • 2. Colección dirigida por Ricardo Manuel Rojas Ricardo M. Rojas LA INFLACIÓN COMO DELITO Unión Editorial 2023 © 2022 Ricardo M Rojas © 2023 UNIÓN EDITORIAL, S.A. c/ Galileo, 52 local - 28015 Madrid Tel.: 913 500 228 Correo: editorial@unioneditorial.net www.unioneditorial.es ISBN: 978-84-7209-892-3 Depósito Legal: M. 4.141-2023 Compuesto por JACKO Impreso por EL BUEY LIBERAL, S.L. Printed in Spain · Impreso en España Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por las leyes que establecen penas de prisión y multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y prejuicios, para quienes reprodujeran total o parcialmente el contenido de este libro por cualquier procedimiento elctrónico o mecánico, incluso fotocopia, grabación magnética, óptica o informática, o cualquier sistema de almacenamiento de información o sistema de recuperación, sin permiso escrito de los propietarios del copyright. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. COLECCIÓN DERECHO Y LIBERTAD Nos sentimos muy satisfechos de poder presentar a nuestros lectores esta nueva colección dentro del sello
  • 3. Unión Editorial. La filosofía de la libertad y el Derecho han estado ligados en forma permanente, y ello se vio expresado cuando, en el siglo XVIII, Europa comenzaba a alumbrar una transformación en formas y conceptos, lo que debía consecuentemente tener su correlato en las instituciones llamadas a impartir la justicia entre los ciudadanos. Con Derecho y Libertad pretendemos publicar una serie de títulos, tanto clásicos como de autores de nuevo cuño, que abarquen las áreas de los estudios jurídicos, de la teoría del Derecho y distintos aspectos de lo legislativo y lo judicial. Una colección única, dentro de la literatura en castellano. Esperamos que sea del gusto tanto de los buenos conocedores del catálogo de Unión Editorial como de aquellos que se acerquen por primera vez a los títulos de esta casa. Ricardo Manuel Rojas «El dinero no es una creación de la ley; no es un fenómeno de origen estatal, sino un fenómeno de origen social. Al concepto general de dinero le es ajena su sanción por parte de la autoridad estatal». CARL MENGER El dinero «Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que nada prometen, ni obligan a reembolso alguno, el poder omnímodo vivirá inalterable como un gusano roedor en el corazón de la Constitución misma». JUAN BAUTISTA ALBERDI Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina «Al estudiar la historia del dinero, uno no puede dejar de preguntarse por qué la gente ha soportado un poder exclusivo ejercido por el Estado durante más de 2.000 años para explotar al pueblo y engañarlo. Esto sólo puede explicarse porque el mito (la necesidad de la prerrogativa estatal) se estableció tan firmemente que ni a los estudiosos profesionales de este tema se les ocurrió ponerlo en duda (incluido durante mucho tiempo el autor de este
  • 4. trabajo). Pero una vez que se duda de la validez de la doctrina establecida, se observa enseguida que su base es frágil». FRIEDRICH A. HAYEK La desnacionalización del dinero «Para evitar ser acusado de las nefastas consecuencias de la inflación, el gobierno y sus secuaces recurren a un truco semántico. Tratan de cambiar el significado de los términos. Llaman ‘inflación’ a la consecuencia inevitable de la inflación, es decir, al aumento en los precios. Ansían relegar al olvido el hecho de que este aumento se produce por un incremento en la cantidad de dinero y sustitutivos del dinero. Nunca mencionan este incremento. Atribuyen la responsabilidad del aumento del coste de la vida a los negocios. Es un caso clásico del ladrón gritando ‘¡Al ladrón!’. El gobierno, que produjo la inflación multiplicando la oferta de dinero, incrimina a los fabricantes y comerciantes y disfruta del papel de ser un defensor de los precios bajos». LUDWIG VON MISES Economic Freedom and Interventionism «A mi modo de ver, en todos los países del mundo la avaricia e injusticia de los príncipes y Estados soberanos abusaron de la confianza de los súbditos, disminuyendo grandemente la cantidad real del metal que originariamente debían contener las monedas». ADAM SMITH La Riqueza de las Naciones «Si el príncipe no es señor, sino administrador de los bienes de particulares, ni por este camino ni por otro les podrá tomar parte de sus haciendas, como se hace todas las veces que se rebaja la moneda, pues les dan por más lo que vale menos». JUAN DE MARIANA Tratado y Discurso sobre la moneda de vellón (1609) I. INTRODUCCIÓN En el último siglo, la inflación ha sido un tema de discusión intensa en varios países del mundo. Los políticos, analistas y periodistas hablan vehementemente de inflación, pero cuando lo hacen, invariablemente se refiere a algún índice promedio de incremento de determinados precios.
  • 5. Esta forma de entender la inflación es equívoca por varios motivos: 1. porque técnicamente la inflación no es el aumento de los precios. El aumento de los precios es una consecuencia directa de la inflación. Incluso puede haber técnicamente inflación sin que los precios aumenten. 2. porque los precios suben y bajan circunstancialmente por muchos motivos que no se vinculan con la inflación. En definitiva, todos los precios –incluido el del dinero- están en constante movimiento según una multiplicidad de factores que influyen sobre la oferta y la demanda. 3. porque la elección de un puñado de productos, por más importantes y generales que sean, suele ser arbitraria y dar resultados distintos según cuáles bienes se escojan. Esta forma de “medir la inflación” no es resultado de la ignorancia, sino que generalmente es la manera en que los gobiernos suelen distraer a las personas con sus estadísticas y manipular los resultados. Sin embargo, y a pesar de ello, en todo el mundo se habla de inflación en este sentido, y se hacen cálculos, proyecciones y pronósticos sobre esas bases, con el auspicio de los políticos, quienes están prestos a colaborar en esparcir la confusión con el fin de alejar su propia responsabilidad, en un hecho del cual son los únicos culpables. Lo cierto es que la inflación es el incremento de la cantidad de dinero -lo que se infla es el dinero, no los precios-, y el único que puede producir ese efecto en los actuales regímenes de dinero fiat, creado e impuesto monopólicamente por la legislación, es el propio gobierno. En efecto, en tiempos de patrones monetarios vinculados a determinados bienes de uso habitual, la cantidad de dinero se regulaba por mecanismos de mercado en los que no intervenía el Estado. Recién con la elección de ciertos metales preciosos, se generó la oportunidad para tal
  • 6. intervención a través de la acuñación de monedas, cuyo monopolio los monarcas justificaron en la necesidad de garantizar la cantidad y calidad de metal que contuviera cada unidad. Pero como veremos, esa terminó siendo tan solo la excusa para degradar la calidad de las monedas con el propósito de incrementar su cantidad y financiar sus propios gastos. La inflación, como fenómeno político generalizado, tiene su origen en estas maniobras efectuadas por los gobernantes sobre las monedas que acuñaban. Hace más de un siglo, en tiempos en que el patrón oro tambaleaba por la intervención de los Estados que suspendían la convertibilidad de los billetes para usar el oro en sus gastos de guerra, Ludwig von Mises advertía lo siguiente: En un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción ninguna regulación gubernamental puede alterar los términos del intercambio, a no ser modificando los factores que los determinen. Reyes y repúblicas se han negado repetidamente a reconocer este hecho. El edicto de Diocleciano de pretiis rerum venalium, las regulaciones de precios en la Edad Media, los precios máximos de la Revolución Francesa son los ejemplos más conocidos del fracaso de la interferencia autoritaria en el mercado… En un estado que deja la producción y la distribución a la empresa individual tales medidas no pueden menos que fracasar. El concepto de dinero como creación del derecho y del estado es claramente insostenible. No lo justifica ningún fenómeno de mercado. Atribuir al Estado el poder de dictar las leyes del intercambio es ignorar los principios fundamentales de las sociedades que emplean dinero1. El abandono de los patrones monetarios basados en bienes físicos –fundamentalmente el patrón oro-, y su
  • 7. reemplazo por dinero de papel impreso que el Estado emite monopólicamente y obliga a las personas a utilizar a través del curso legal y forzoso, pusieron en peligro mortal al dinero. La generalización de situaciones de alta inflación que se vio en buena parte del mundo en muchos momentos del siglo XX y lo que va del XXI, se ha debido a los excesos provocados por ese monopolio estatal de emitir los papeles llamados “dinero” y la falta de un control efectivo sobre quienes tienen la facultad de producirlos. Como señaló Hayek, los gobiernos nunca han utilizado su poder para proporcionar una moneda aceptable y han evitado cometer grandes abusos sólo mientras se mantuvo el patrón oro2. Una vez liberados de las ataduras que les imponía la limitación en la cantidad de metal, cometieron todo tipo de descalabros a través del manejo discrecional del dinero de papel. Por medio de este mecanismo se produce una lesión generalizada al derecho de propiedad. El Estado monopoliza el manejo del dinero, emite moneda de curso forzoso que las personas deben obligatoriamente utilizar y recibir en sus transacciones, y a la vez le va quitando valor al aumentar su cantidad. En la práctica, este proceso equivale a sustraerle a cada persona algo de dinero que lleva en los bolsillos sin que siquiera lo advierta. El problema se vuelve complejo porque la relación que existe entre los precios y el dinero es tan estrecha, que a veces se dificulta diferenciarlos y se tiende a identificar la inflación con el aumento de los precios, en lugar del aumento de la cantidad de dinero. Pero señalar claramente esa diferencia es algo muy necesario para poder determinar quién es el verdadero culpable por la inflación; pues considerar como inflación al incremento de los precios no es un error inocente, sino un medio para desviar la atención de la gente, quitando el foco de los propios gobernantes y depositándolo en comerciantes, banqueros y conspiradores.
  • 8. No existe queja más extendida que la que tiene por objeto la “carestía de la vida”. Ninguna generación ha dejado de expresar su descontento por los “costosos tiempos” en que le ha tocado vivir. Pero el hecho de que “todo” se vaya encareciendo significa simplemente que desciende el valor de cambio objetivo del dinero3. Este doble discurso que los políticos utilizan para esconder la causa de la inflación, ha tenido mucho éxito en todo el mundo, y se ha visto intensificado con la propensión de las personas a poner sus derechos en manos del gobierno y esperar que sea él quien resuelva todos los problemas. Al respecto, decía Sennholz en 1978 sobre los efectos de la inflación en los Estados Unidos: La nuestra es una era de inflación. Durante nuestra vida, todas las monedas han sufrido depreciaciones importantes. En términos del dólar del consumidor de 1933, hoy hacemos nuestras compras con dólares que sólo valen veinte centavos; y en términos de la construcción, tan vitales para los negocios, estamos comprando materiales y mano de obra con dólares que sólo valen desde seis hasta cinco centavos. Si bien quizá las autoridades no tuvieron la intención manifiesta de inflar la moneda, sus síntomas y consecuencias son igualmente serios y reales. La inflación destruye el ahorro individual y la confianza en los propios recursos ya que ella va erosionando gradualmente los ahorros de las personas. AI beneficiar a los deudores a expensas de los acreedores, crea un flujo masivo de ingresos y pérdidas inmerecidos. Consume el capital productivo y destruye a la clase media que invierte en instrumentos monetarios. Produce los llamados ciclos económicos, los movimientos comerciales de auge y crisis que perjudican a millones de personas. Invita a que el gobierno haga uso de los controles de precios y salarios y de otras políticas restrictivas que impiden la libertad y la actividad
  • 9. individuales. En resumen, la inflación produce catástrofes económicas y desórdenes sociales y, en general, erosiona la fibra moral y social de la sociedad libre. No hay duda de que todo verdadero norteamericano desea sinceramente detener la inflación y salvar al dólar. Pero la dificultad proviene de la adhesión del público a aquellas políticas que son directamente inflacionarias o requieren la creación de moneda. La manera como la gente condena públicamente las consecuencias de estas políticas es incongruente. Se parece a la confesión pública de los pecados que se hace en la iglesia el domingo por la mañana. El sacerdote recita la confesión, la congregación lo acompaña en voz alta y después sus integrantes regresan a sus casas a seguir pecando. El presidente denuncia la inflación el lunes y el martes aprueba otra ley otorgando miles de millones de dólares. Políticos que el miércoles hacen un gran ruido combatiendo la inflación, el jueves proponen más leyes costosas destinarlas al estímulo económico artificioso y a la redistribución de la riqueza. Los comentaristas de noticias se enrolan públicamente en la guerra contra la inflación el viernes, pero el sábado se manifiestan valientemente a favor de otro programa dispendioso para el mejoramiento económico artificial. El ritual se repite a la semana siguiente. El gobierno nacional que una y otra vez declaró la guerra a la inflación es el mismo que la inició activamente, la condujo y ahora continúa llevándola adelante con fuerza cada vez mayor. Los mismos políticos que a veces hablan como si fueran militantes que luchan contra la inflación, se pelean entre sí por gastar cada dólar del déficit fiscal4. Por ello, las “soluciones” estatales a la inflación frecuentemente han consistido en establecer controles de precios, cuyos resultados siempre fueron fallidos. Decía Ludwig von Mises al finalizar la Segunda Guerra Mundial:
  • 10. El peligro real no reside en lo ya ocurrido, sino en las falsas doctrinas provenientes de estos hechos. La superstición según la cual el gobierno puede prevenir las inevitables consecuencias de la inflación a través del control de precios constituye el principal peligro. Esto se debe a que dicha doctrina distrae la atención pública del fondo del problema. Mientras las autoridades están empeñadas en una lucha inútil contra el fenómeno que acompaña a la inflación, solo unas pocas personas están atacando el origen del mal, es decir, los métodos que el tesoro emplea para solventar los enormes gastos. Mientras la burocracia ocupa las primeras planas de los periódicos con sus actividades, los datos estadísticos referidos al aumento de la circulación monetaria de la nación son relegados a un espacio secundario en las páginas financieras de los periódicos5. Eso es lo que pretendo mostrar en la primera parte de este trabajo. Para ello abordaré cuestiones tales como qué es el dinero, qué son los precios, qué es la inflación, cuáles son sus causas y cómo podría evitarse. Ello permitirá concluir que en la actualidad el gobierno es el único productor de inflación, y que al hacerlo genera un mecanismo de exacción que confisca la propiedad de las personas, mina la confianza pública en la moneda y encarna un creciente abuso de poder. Luego examinaré este proceso de alteración de moneda y exacción de propiedad a la luz del derecho penal. Mi conclusión será que la actividad intencional de incrementar la cantidad de dinero de papel llevada a cabo por determinados funcionarios del gobierno –que en general realizan con el propósito de cubrir el déficit de sus presupuestos- vulnera ciertos bienes jurídicos que la legislación penal protege. De ello se sigue que esa acción dolosa debería ser incluida como delito en los códigos penales. Pero para garantizar el
  • 11. principio de legalidad que rige en materia penal, la propia legislación debería aclarar cuáles son los límites objetivos concretos a la emisión de dinero, cuya transgresión convertiría en delictiva la conducta de los funcionarios que la dispongan. Finalmente, propondré un tipo penal específico, como corolario de mi explicación, que debería ser incluido en el capítulo sobre falsificación y adulteración de moneda, donde creo que corresponde ubicar a este crimen; y también una modificación a la legislación orgánica del Banco Central o la autoridad monetaria de cada país, en lo que se refiere a su facultad para disponer la emisión de moneda y sus límites, que debería ser complementada con la garantía de la libre circulación de monedas, de modo tal que la competencia actúe como un efectivo control para detectar tempranamente cualquier alteración a las limitaciones en la cantidad de dinero circulante. Para eliminar la causa principal de emisión monetaria, que es cubrir los gastos excesivos del gobierno, se propondrá también que a través de una modificación legislativa se impida al Banco Central otorgar financiamiento al gobierno o adquirir bonos del Estado, ya sea con sus reservas o con dinero emitido al efecto. Los sujetos activos de este tipo penal serán tanto los funcionarios del Banco Central como del Poder Ejecutivo que estén involucrados en la decisión de emitir y poner en circulación dinero en forma espuria. De este modo, la intención de este trabajo es alertar sobre la necesidad de ponerle mayores límites y responsabilidad a un poder estatal que se ha vuelto prácticamente incontrolable. Nunca como en estos tiempos el Estado se ha inmiscuido tan profundamente en un tema que jamás debió haberle sido expropiado a las personas. El dinero surgió espontáneamente como un bien cuya aceptabilidad generalizada lo convirtió en medio de intercambio. No fue
  • 12. una creación de ninguna autoridad o gobierno. Sin embargo, a lo largo del tiempo su dependencia de la autoridad política no paró de crecer. Sé que lo ideal sería devolverle a los individuos esa facultad, y permitir que el dinero surja espontáneamente en el mercado, en tantas formas distintas como lo indique la voluntad de las personas que efectúan intercambios. Pero mientras siga siendo el producto de una actividad estatal, al menos será necesario poner algunos límites más claros a ese poder. Resulta interesante observar que mientras la teoría económica ha podido desarrollarse a partir de decisiones individuales tomadas por personas siguiendo sus propios valores e incentivos, y se admiten las ventajas del proceso de mercado para la determinación de precios y el crecimiento general de la economía, ha habido casi el mismo consenso para eliminar el proceso de mercado en la determinación de un precio fundamental, el precio del dinero, el precio de aquello que se usa para expresar los demás precios. La injerencia estatal en la moneda ha impedido el desarrollo teórico alrededor de cómo funcionarían sistemas con libertad monetaria, con bancos actuando libremente, emitiendo sus propios billetes y haciéndose cargo de sus decisiones frente al impiadoso escrutinio de los consumidores de dinero. El que la libre competencia entre los distintos productores de bienes y servicios sirve a los intereses de los consumidores y el monopolio se opone a ellos es un principio que ha servido de guía a la corriente dominante en el pensamiento económico desde los tiempos de Adam Smith. La mayoría de las iniciativas empresariales acometidas han estado influidas por este principio con la única excepción de la acuñación de monedas metálicas primero y la emisión de billetes de banco más adelante. Sólo una minoría de teóricos se han opuesto a los
  • 13. gobiernos que permitieron la constitución de bancos a los que se otorgó el monopolio o cuasi-monopolio de la emisión de billetes de banco en los siglos XVII, XVIII y XIX y menos aún censuraron a los gobiernos, más tarde, cuando idearon la constitución de bancos centrales de emisión al frente de los sistemas bancarios –una versión supuestamente bien pensada para monopolizar la oferta de billetes de banco y reservas bancarias-, una solución que ha llegado a considerarse una pieza indispensable de una política monetaria nacional. Como consecuencia de estos desarrollos, la teoría de las implicaciones de la oferta de dinero bancario interno (billetes de banco y cuentas corrientes a la vista) descentralizada mediante emisores múltiples en competencia ha sido, en gran medida, ignorada. En realidad, la existencia de un banco central que monopoliza la emisión de billetes de banco y reservas monetarias para el resto de bancos comerciales de una nación se ha considerado, durante muchos años, una realidad tan evidente que no se ha realizado esfuerzo alguno para analizar sistemas alternativos, aunque sólo hubiera sido para demostrar que, en el caso de ser establecidos, fracasarían6. Entiendo que esa solución de mercado debe ser explorada e implementada en el futuro. La aparición de crypto- monedas privadas tal vez fuerce la sustitución del actual paradigma de la moneda y los bancos. Pero mientras tanto, las facultades estatales sobre la creación y uso del dinero, deberán ser sometidas a los mayores controles y limitaciones que sean posibles. Incluso quizá la presión que la amenaza con penas de prisión ejerza sobre los políticos irresponsables que inflan la cantidad de dinero para pagar sus excesos, contribuya a que ellos mismos decidan finalmente liberar un mercado que jamás debió estar cautivo en su poder.
  • 14. Tal vez sea bueno recordar, como cierre de esta introducción, la reflexión formulada por Friedrich Hayek: Gran parte de la política contemporánea se basa en la presunción de que los gobiernos tienen poder para crear, y hacer que la gente acepte, cualquier cantidad de dinero adicional. Por esta razón los gobernantes defienden encarnizadamente sus derechos tradicionales, pero por la misma razón es importante privarlos de ellos7. Al estudiar la historia del dinero, uno no puede dejar de preguntarse por qué la gente ha soportado un poder exclusivo ejercido por el Estado durante más de 2.000 años para explotar al pueblo y engañarlo. Esto sólo puede explicarse porque el mito (la necesidad de la prerrogativa estatal) se estableció tan firmemente que ni a los estudiosos profesionales de este tema se les ocurrió ponerlo en duda (incluido durante mucho tiempo el autor de este trabajo8). Pero una vez que se duda de la validez de la doctrina establecida, se observa enseguida que su base es frágil9. Por ello, al menos hasta que se abandone el monopolio estatal de la creación de dinero, deberían limitarse sus atribuciones no sólo en cuanto a la emisión –considerando delito su extralimitación- sino también con la garantía de un mercado lo más abierto posible de dinero y bancos, y restricciones que eviten que la autoridad monetaria pueda financiar al gobierno de ninguna forma. Me dirán que ya existen varias limitaciones de este tipo, y que en algunos países funcionan razonablemente bien aun existiendo el monopolio estatal en la materia. Pero lo cierto es que tales limitaciones no han sido efectivas en aquellos países de débil institucionalidad y legalidad. De allí la propuesta de intensificarlas y reforzarlas a través de la legislación penal, pues la acción criminal de emitir dinero sin justificación y ponerlo a circular con grave perjuicio para la comunidad, no se diferencia de otras acciones criminales
  • 15. que puedan cometer los funcionarios del gobierno y que desde hace siglos han merecido castigo penal. El peor de los mundos es el monopolio estatal de pedazos de papel impuestos legalmente para su uso y cancelación de deudas, emitidos y puestos a circular por funcionarios del gobierno sin ningún control o límite efectivo. Entiendo que mientras estos pedazos de papel a los que se llama “dinero” sigan existiendo, la legislación debería reforzar los límites a las facultades de emisión.
  • 16. II. EL DINERO. ORIGEN Y EVOLUCIÓN Cuando Adam Ferguson enunció su famosa frase en el sentido de que las personas tropiezan con instituciones que son el producto de la acción humana pero no del diseño humano, incluyó como ejemplos al mercado, el derecho, la moral, el lenguaje y la moneda10. En efecto, estas instituciones se formaron y desarrollaron porque existen personas que actúan. Si no fuese así, la moneda no sería necesaria y no existiría. Pero ninguna persona o grupo de personas “inventó” la moneda. Fue el producto espontáneo de la interacción humana, que a través de las prácticas comerciales sostenidas descubrió esa forma de facilitar los intercambios y acumular riqueza. Por supuesto que cuando Ferguson escribió estas ideas no existían Bancos Centrales que “produjeran” dinero estatal, monopólico y de curso forzoso, consistente en pedazos de papel sin valor como mercancía. Pero a partir del siglo XX, las reglas cambiaron generalizada y definitivamente, y en buena medida aquella frase de Ferguson perdió virtualidad. No obstante, es importante no olvidar cuál ha sido el origen del dinero y su razón de ser, pues estas circunstancias siguen teniendo hoy la misma validez a pesar de las imposiciones estatales. Por ello, un estudio que pretenda comprender un fenómeno económico como el de la inflación, deberá necesariamente comenzar explicando las circunstancias en que el dinero se formó y cómo evolucionó con el tiempo. 1. La primitiva economía del trueque y el surgimiento del dinero Debemos entender la aparición del dinero a la luz de la forma evolutiva del proceso social: la sociedad primitiva, basada en una economía tribal y familiar sin intercambios comerciales, dio paso a la división del trabajo y la propiedad privada, que fomentaron el comercio fuera de la familia,
  • 17. originalmente en forma de trueque11. Como Hayek explicó muy bien, la circunstancia de que los procesos sociales evolucionaron desde sus inicios sobre la base de acciones individuales originadas en la conveniencia, y no por el poder de alguna autoridad, fue comprendida claramente en los estudios antropológicos desde los primeros tiempos12. En efecto, la división del trabajo y la propiedad privada permitieron el incremento de la riqueza y la consecuente aparición de mercados donde realizar los intercambios. Pero la economía previa al surgimiento del dinero podía ser muy complicada y poco eficiente. Muchas veces, para obtener el bien que uno quería, o para poder vender el propio, debían hacerse múltiples transacciones previas que no tenían que ver con el interés de los comerciantes, pero que eran necesarias tan sólo para poder conseguir el bien deseado. Ya sea por la disparidad de valor entre los bienes disponibles, o la falta de interés de uno de los contratantes por los bienes que el otro quería entregarle a cambio del suyo, las operaciones se volvían engorrosas y caras13. Sin embargo, la necesidad de obtener previamente el bien que la contraparte estuviera dispuesta a aceptar para poder cerrar el acuerdo principal, permitió gestar la noción de dinero. Algunas personas comprendieron que determinados bienes eran más aceptados que otros como pago, debido a que por su utilidad y eso permitía que fueran fácilmente negociados. Poco a poco, tales bienes adquirieron la calidad de dinero, al afianzar su función como intermediarios del comercio. Desde la perspectiva de la individualidad del valor de los bienes, se pudo evaluar su mayor o menor grado de negociabilidad a partir de su aceptación generalizada. Como la perspicacia para los negocios no se desarrolla de igual manera en todas las personas, quienes advirtieron esta calidad de algunos bienes, la aprovecharon e hicieron mejores y más rápidos tratos. Esta visión del modo en que
  • 18. ciertos individuos se adaptan mejor al medio y optimizan su conducta y relación con los demás -lo que a la larga beneficia al conjunto- fue muy bien entendida por los autores morales escoceses. Décadas más tarde fueron tomadas de ellos por Charles Darwin para elaborar su teoría de la evolución14. En este contexto, aquellos concurrentes asiduos a los mercados que advirtieron que evaluar la aceptabilidad de los distintos objetos facilitaba la adquisición de los bienes deseados, rápidamente se volvieron más exitosos que sus competidores. Produjeron de este modo un salto en la evolución institucional, potenciando la importancia del comercio15. En todas partes existieron bienes de mayor negociabilidad, disponibles en cantidad limitada y estable, pero universalmente necesarios y deseados, lo que generó una demanda constante, pero no satisfecha16. Por ello, aun en tiempos de trueque, los comerciantes más perspicaces o experimentados llevaban a los mercados objetos de este tipo, con el propósito de facilitar el intercambio de aquellos otros más exclusivos o valiosos. De descubrir que había ciertos bienes que poseían mayor aceptación general en los mercados, a descubrir el dinero, sólo fue cuestión de tiempo y ejercicio habitual del comercio. El interés de los distintos agentes económicos en abastecerse de bienes les condujo, con la progresiva consciencia de este su interés –sin acuerdos, sin coerción legislativa alguna, sin tener en cuenta el interés general, sino persiguiendo simplemente sus objetivos económicos individuales- a emprender cada vez con mayor frecuencia una serie de actos de intercambios indirectos, hasta considerarlos una forma normal de transacción de bienes17. Pero además, esos mismos comerciantes más perspicaces advirtieron que el incremento en el intercambio les permitía
  • 19. acumular mayor cantidad de riqueza. Si esa riqueza se acumulaba en bienes perecederos, se descomponía al poco tiempo; si eran otros tipos de bienes, suponía un volumen difícil de manejar y mantener. Vieron que era conveniente atesorar objetos que fueran muy valiosos en sí mismos y aceptados por los demás como medio de intercambio, de limitado volumen y no perecederos; y en lo posible fraccionables y fungibles. Los metales cumplían esos requisitos. De ese modo, las virtudes para ejercer el comercio podrían ser mejor aprovechadas al poder acumular la riqueza obtenida para gastarla más adelante y no tener que consumirla en el momento. Ello generaba incentivos para producir y comerciar más, y al mismo tiempo permitía el ahorro y la inversión, bases del desarrollo económico que más tarde produjo el capitalismo. Por ambos caminos se llegaba a un mismo resultado: la conveniencia de utilizar determinados bienes como dinero. En consecuencia, como puso de resalto Menger, el dinero lejos de ser inventado o producto de un acto deliberado del legislador, surgió como “el resultado espontáneo... de una serie de esfuerzos personales concretos de los miembros que integran la sociedad”18. El dinero no es una creación de la ley, no es un fenómeno de origen estatal, sino un fenómeno de origen social. Al concepto general de dinero le es ajena su sanción por parte de la autoridad estatal19. Es importante entender que el dinero no desplazó al trueque. El uso del dinero es una forma más compleja de trueque: es un sistema de trueques simultáneos en el que previamente se pasa por el intercambio con un bien de aceptación generalizada que permite poder obtener la mercancía buscada. Sin la aparición del dinero -que potenció las ventajas de poder intercambiar excedentes, de cooperar en una acción
  • 20. productiva, de acumular riqueza- mantendríamos una supervivencia primitiva. La división del trabajo y la asociación permitieron incrementar exponencialmente la riqueza, pero para que ello ocurriera se necesitó un medio de intercambio. En la teoría económica, David Ricardo fue el autor que posiblemente inició el camino científico de explicar la importancia de este proceso, idea que a partir de entonces fue un pilar de la teoría económica20. Es decir que el dinero apareció para cumplir dos funciones económicas fundamentales descubiertas por los comerciantes habituales: 1. Es medio de intercambio y pago, facilitando el comercio y la eliminación de buena parte de los inconvenientes del trueque tradicional. Como medio de intercambio permite establecer relaciones de valor de todos los demás bienes al convertirse en un común denominador del valor económico, lo que facilita el cálculo y las decisiones. 2. Contribuye a acumular riqueza, en la medida en que las personas pueden conservar en forma de moneda el valor de mercancías perecederas que de otro modo se perderían, lo que genera incentivos para incrementar la producción, el comercio, el ahorro y la inversión. Al cumplir estas funciones, el dinero es una institución fundamental para el ejercicio de derechos de propiedad, en especial en los intercambios que suponen contraprestaciones diferidas. De este modo, sin importar a lo que cada uno se dedique, puede aprovechar su propiedad mediante intercambios útiles. Sin dinero el comercio sería imposible, al menos en el nivel en que ocurre actualmente. 2. La evolución del dinero El valor adjudicado como moneda, en tiempos en los que la autoridad política no estaba involucrada, partía del valor como mercancía del bien escogido, al que se le sumaba el valor adicional de su posible uso como medio de
  • 21. intercambio. Pero para tener ese valor futuro y ser aceptado como dinero, debía previamente ser apreciado como bien de uso21. Ello supone que los bienes finalmente utilizados como dinero cumplieron una serie de requisitos para su aceptación. También determina que lo que la gente aceptaba para intermediar sus transacciones, no sólo evolucionó con el tiempo, y varió en distintas comunidades, sino que también pudo diferir en el mismo momento y lugar, de acuerdo con las preferencias y valoraciones personales, lo que permitió que múltiples expresiones del dinero coexistieran y compitiesen entre sí. De este modo puede considerarse al dinero como una formación -en el sentido hayekiano- en constante evolución. Esta evolución se ha visto a lo largo de la historia, producto de valoraciones y preferencias unidas a cambios tecnológicos, políticos y otras circunstancias exógenas. En los primeros tiempos se utilizaron espontáneamente distintos bienes comunes en diferentes regiones, tales como la sal, el cuero, el ganado, los clavos de hierro o el tabaco, hasta evolucionar hacia los metales; luego se impusieron los metales preciosos amonedados y acuñados, el papel moneda y más recientemente las crypto-monedas. Pero esa evolución fue entorpecida primero e interrumpida después, debido a la intromisión estatal. La acuñación gubernamental de moneda, los sistemas de convertibilidad regulada, y luego la sustitución definitiva del patrón oro por dinero fiduciario producido discrecionalmente por el Estado, cambiaron completamente la naturaleza del dinero, lo que le ha dado a los gobiernos facultades que son muy peligrosas para el libre ejercicio de los derechos de propiedad. El surgimiento de monedas virtuales que se desarrollan con independencia del control estatal y su aceptación a pesar de su relativa ilegalidad en algunos
  • 22. países, refleja la desconfianza de la gente en la moneda estatal. Como sucede respecto de otros bienes, la manera de saber cuál es la mejor moneda es permitiendo que el mercado funcione. La aceptación y uso voluntario por las personas es un indicador mucho más eficiente que el más férreo de los controles estatales. En general, lo que ha convertido a un bien determinado en moneda, es la satisfacción de una serie de condiciones: 1. Alto valor y aceptación como bien de uso. Dicho bien ha de ser valioso y aceptado como tal antes de que las personas lo evalúen como medio de intercambio. 2. Alto valor por peso y volumen. Será más usado como dinero un bien que sea más adecuado por la relación de su valor respecto del volumen y peso, es decir que sea práctico para usar. 3. Durabilidad. Que no se eche a perder rápidamente y por lo tanto pueda circular y ser conservado e intercambiado durante un tiempo considerable. 4. Fraccionabilidad. Si el bien no fuese fraccionable, sólo podría ser usado como medio de intercambio de bienes de valor similar, lo que reduciría notoriamente su utilidad. 5. Estabilidad en su cantidad. El dinero como bien está sometido a las mismas reglas de oferta y demanda que el resto de los bienes. De modo que un incremento abrupto en su cantidad disminuirá su valor, y viceversa. Esto ha llevado a considerar que el dinero debe tener una cantidad estable. Pero esta afirmación debe ser tomada con cuidado, pues es difícil pedir estabilidad en un mundo donde nada es estable. Pero sí es importante que no se produzcan cambios abruptos en las cantidades de dinero, y en lo posible, que el incremento de la cantidad de dinero acompañe al incremento de la producción de otros bienes22.
  • 23. Tras el uso inicial de todo tipo de bienes de aceptación general, pronto se advirtió que los metales cumplían mejor que otros objetos los requerimientos del dinero. Con el tiempo y el desarrollo del comercio, los metales preciosos - especialmente la plata, el oro y el cobre- se convirtieron en los preferidos y terminaron desplazando a casi todos los demás, al menos en las sociedades más complejas23. En una economía de mercado que haya superado las primeras fases de su desarrollo no existen otros bienes en los que se realice, como en los metales nobles, una coincidencia tan amplia de los condicionamientos personales, cuantitativos, espaciales, temporales y de negociabilidad. Mucho antes de que asumieran la función de intermediarios del cambio en todos los pueblos económicamente avanzados, los metales nobles eran ya los bienes que tenían una demanda explícita, y por tanto normalmente efectiva, casi en todos los lugares, en todo tiempo y en cualquier cantidad digna de consideración en que llegaran al mercado. No fue la casualidad ni tampoco la consecuencia de una coerción estatal o de un acuerdo voluntario, sino el conocimiento exacto de los intereses individuales lo que hizo que, tan pronto como se acumuló y entró en circulación una cantidad suficiente de metales nobles, estos fueran excluyendo gradualmente los viejos medios de cambio de uso general en los pueblos desarrollados. También el paso siguiente de los metales menos costosos a los más costosos se debió a causas análogas24. La necesidad de verificar tanto la cantidad como la pureza del metal precioso contenido en las monedas, llevó al surgimiento del cuño o su acuñación por parte de banqueros primero, y de gobiernos más tarde. Tal acuñación les daba a las monedas un valor adicional, que es el de la confianza, y que dependía del prestigio que pudiera gozar quien cumplía esa tarea. Las primeras monedas eran pequeñas piezas de
  • 24. metal con una marca visible. Las utilizaron los Lidios de Asia Menor desde el año 650 A.C., y poco después los griegos. Los romanos extendieron su uso, y en especial desarrollaron mecanismos más sofisticados de acuñación. Al principio se usaron como monedas trozos de metal, sin ninguna forma o señal especiales, que se llamaban monedas rústicas, monetae rudes, y se negociaban al peso; de ahí el origen de la pesa y la balanza en los contratos romanos. Después se comenzó a trazar signos en ellos, y así surgieron las monedas con signos, monetae signatae. Posteriormente, para darles a esos signos mayor duración y apariencia se les imprimió sobre tozos de metal, reducidos a determinada forma, mediante la percusión en ellos de marcas o cuños, a golpes de mazo; tal fue el origen de las monedas batidas, monetae percussae; y así quedó en el lenguaje la expresión golpear o batir monedas, para indicar la acción de acuñarlas. Por último, al progresar las artes, se viene aplicando a este oficio la potencia del torno compresor, que dio origen a lo que han llamado los doctos officinae torculariae, talleres de acuñación, y monetae torculariae, monedas acuñadas con troquel o molde25. La verificación de la calidad del metal en lingotes y monedas fue hecha en los primeros tiempos por los propios comerciantes y luego por expertos que se acercaban a los mercados para brindar ese servicio. Pero estos procedimientos fueron inicialmente poco fiables y muy caros. La aparición de las balanzas resolvió en parte el problema de la cantidad de metal, pero no el de su pureza, que sólo podía ser verificada en cada caso por expertos. Tanto esa verificación como el fraccionamiento para su uso revestían dificultades y costos. No obstante ello, la moneda acuñada desplazó rápidamente a los demás bienes como medio de intercambio.
  • 25. La demostración más clamorosa de la gran importancia que para el comercio tiene la acuñación de los metales destinados a hacer de dinero, está seguramente en el hecho de que en casi todas partes se adopta el dinero acuñado, el cual despoja gradualmente de su función de medio de cambio al metal no amonedado que tiene que pesarse. La moneda acuñada se convierte en el medio exclusivo de cambio de uso general, mientras que el metal monetario no acuñado pasa a convertirse en un objeto comerciable más26. Ello generó dos efectos: 1) que las monedas comenzaran a llevar denominaciones vinculadas con el peso; 2) que las monedas cuyos cuños fueran más confiables comenzaran a tener un valor incluso superior al del metal contenido en ellas. Por ejemplo, que una moneda de una onza de oro cuyo cuño garantizara tanto la pureza como el peso del metal utilizado, podía tener un valor superior al de una onza de oro sin acuñar27. La aparición de la moneda acuñada permitió además desarrollar sistemas de contabilidad, al permitir el uso de ciertos criterios de verificación de cuentas. Por otra parte, con el florecimiento del comercio entre las ciudades europeas tras la Edad Media, y la remanente inseguridad de sus caminos, surgieron espontáneamente mecanismos jurídicos y económicos para poder comerciar sin necesidad de transportar físicamente grandes cantidades de dinero metálico. Fue el caso de los títulos al portador (letras de cambio, pagarés) y otras formas documentales contractuales que permitieron representar a la moneda depositada en los bancos, y que poco a poco también comenzaron a circular y funcionar como moneda. Es importante resaltar que el uso de tales formas documentales como moneda estuvo restringido en sus comienzos fundamentalmente por dos motivos:
  • 26. 1. En rigor representaban la misma cantidad de riqueza depositada en el banco, no podían incrementarla. Un pagaré que dijera que se le entregarían 10 monedas de oro a quien portara el documento a partir de determinado día y en determinado lugar, permitió la circulación del documento como si fueran las diez monedas de oro, con la comodidad y la seguridad de que dicho dinero físico permanecía a resguardo. Pero en definitiva, su existencia se justificaba en tanto esas diez monedas de oro preexistieran y estuvieran en el lugar indicado. No había documentos si el oro efectivamente no existía, a menos que se cometiera un fraude. 2. El temor a esa posibilidad de fraude hacía que la circulación de estos documentos se viera restringida a aquellos emitidos por banqueros que gozaban de buena reputación y credibilidad. Estos documentos dieron paso a los billetes convertibles, que emitieron los bancos que conservaban el oro resguardado en sus arcas. De este modo, los tenedores de certificados o billetes podían comerciar con mayor comodidad y seguridad, sabiendo además que en cualquier momento podían presentar el documento al banco y retirar el oro. Como dije, la base de la aceptabilidad de estos billetes era la confianza en que el banquero no emitiría más billetes que el oro acumulado. Pero era muy grande la tentación de emitir billetes sin respaldo o reutilizarlos una vez canjeados y mantener su circulación con la expectativa de que sólo un porcentaje menor de las personas los presentarían al cambio. De este modo, un banquero inescrupuloso podría inflar artificialmente la cantidad de billetes. Pero hacer esto ponía en serio riesgo a su banco, pues en caso de que la gente comenzara a desconfiar y decidiera retirar su oro, podría producirse una corrida que lo dejaría en insolvencia y provocaría su quiebra.
  • 27. Por ello, maniobras de este tipo no eran frecuentes en bancos solventes y respetables, pues no estaban dispuestos a poner sus negocios en peligro por realizar estas operaciones marginales. En definitiva, mientras tales billetes fueron emitidos por bancos privados que competían en el mercado, la propia gente optaría por usar aquellos que le merecieran más confianza, de acuerdo con la reputación de los bancos, generando un control de calidad adicional. Las malas artes de un banquero podrían ser denunciadas, en primer lugar, por sus propios competidores o por sus clientes. Pero este sistema de billetes convertibles fue aprovechado por los gobiernos para avanzar sobre la estatización del dinero. Recurrieron en primera instancia a la suspensión de dicha convertibilidad por ley, y la retención por parte del Estado del oro conservado en las arcas de los bancos, como modo de tener un respaldo económico para afrontar crisis generalmente vinculadas con las guerras o las malas administraciones. El gobierno suspendía la convertibilidad, se comprometía a que el oro seguiría estando allí –aunque sabía que lo iba a usar para cubrir sus gastos-; y las personas seguirían utilizando los billetes, con la esperanza de que la convertibilidad sería restablecida una vez que se superara la emergencia28. Se inició así a principios del siglo XX el camino para eliminar completamente el dinero de mercado respaldado por el oro, y sustituirlo por el dinero fiduciario de papel, emitido y puesto a circular por el Estado a través de legislación que establecía su curso forzoso. Si bien la convertibilidad y el patrón oro se eliminaron oficialmente a principios de los años 70, ya desde mucho antes en el mundo circulaba con exclusividad el papel impuesto por los gobiernos. En sus inicios, como resabio de la cultura de la convertibilidad, se invocaba que los billetes estatales estaban atados a la cantidad de oro disponible en
  • 28. las reservas de los bancos centrales, pero muy pronto esa atadura desapareció, y la cantidad de dinero pasó a depender de la discrecionalidad de la autoridad monetaria estatal29. A diferencia de lo que hasta entonces fue el dinero, el papel moneda estatal carece de valor como mercancía30, y por lo tanto su valor radica en dos elementos: 1. El valor que arbitrariamente le pretenda asignar el Estado. 2. El que luego las personas le reconozcan en sus transacciones a partir de su poder adquisitivo real. Como ocurre con otras formas de intervención estatal en el proceso económico, sin importar lo que el gobierno disponga y las penalidades que prometa a quienes no obedecen, cada quien tomará sus propias decisiones basado en sus valoraciones y expectativas, dentro de las cuales incluirá el riesgo de la sanción estatal por la desobediencia. Esto hace que el papel moneda, al no tener un valor de uso, es susceptible de desaparecer si la gente le pierde la confianza31. Por supuesto que los derechos de propiedad se verán lesionados o alterados cuando la moneda impuesta por el curso forzoso decretado por el Estado deja de cumplir correctamente sus funciones. 3. La intervención estatal sobre el dinero. La intervención del gobierno en la producción o circulación de dinero estuvo circunscripta, durante mucho tiempo, al ejercicio del monopolio de la acuñación de monedas de oro, plata y cobre. Como señala Hayek, esta facultad puede rastrearse hasta los tiempos en que solamente se marcaban con un punzón las barras de metal para certificar su ley. Si bien hay ejemplos muy antiguos, como la acuñación de monedas por el rey Creso de Lidia en el siglo VI a.c., la
  • 29. prerrogativa de la acuñación por parte del soberano se estableció firmemente con los emperadores romanos32. Cuando los metales preciosos se impusieron como moneda, el peso y la pureza adquirieron una importancia relevante para calcular su valor de cambio. Fue entonces que el proceso oficial de acuñación llevado a cabo por orden de los gobernantes, cambió la percepción de la gente sobre la moneda: se la apreció con independencia del metal del que estaba hecha, y su valor se comenzó a asentar en la autoridad que la acuñaba. Casi todo el mundo piensa en la moneda como si se tratara de unidades abstractas de alguna cosa, cada una de las cuales se ajusta a un determinado país. Hasta en la época en que las naciones se atenían al “patrón oro”, la gente pensaba en términos similares: la moneda americana eran los “dólares”, la francesa los “francos”, la alema a los “marcos”, etc. Se reconocía que todas ellas estaban ligadas al oro, pero todas se consideraban soberanas e independientes y, en consecuencia, era fácil para las naciones “salirse del patrón oro”. Sin embargo, todas aquellas expresiones eran simplemente nombres asignados a unidades de peso de oro y plata33. A partir de la monetización del dinero, la intervención estatal ha ido creciendo de distintas maneras: a. El monopolio de la acuñación. Para la Edad Media, ya estaba bien afirmada en el mundo la prerrogativa del Soberano de acuñar la moneda. Las enseñanzas de Bodino fueron un impulso muy fuerte en esa dirección, pues él consideró a la moneda como un símbolo y expresión de la soberanía territorial, y por lo tanto, debía estar sometida al control del Estado. Las regalías, nombre latino de estas prerrogativas, las más importantes de las cuales eran la acuñación de monedas y los derechos de aduana, fueron durante la Edad Media la principal fuente de ingresos de los
  • 30. príncipes, y en esto tan sólo estriba su utilidad en un principio. Es evidente que, a medida que aumentaba la acuñación, los gobiernos se dieron cuenta de que este derecho exclusivo era, además de un importante instrumento de poder, una tentadora fuente de ganancias. Desde el principio, la facultad no se concedió o reclamó sobre la base de que era para el bien común, sino como elemento esencial de poder gubernamental. Las monedas sirvieron de símbolos de poder, como la bandera, a través de los cuales el gobernante afirmaba su soberanía y mostraba a su pueblo que el amo era aquel cuya imagen portaban las monedas hasta los lugares más remotos34. Consecuentemente, en los primeros tiempos los gobernantes no tenían la facultad de emitir la moneda, sino de certificar el peso y la ley de los materiales que se empleaban en su fabricación. Las monedas sólo se consideraban auténticas si contenían el sello de la autoridad. Con el tiempo fueron ampliando esa facultad hacia el monopolio de la acuñación, y finalmente a su curso legal. Esa facultad era reconocida en tanto permitía resolver varios problemas: 1) el costo de la acuñación y verificación, que ahora se transfería al gobernante, aunque éste solía establecer determinados tributos para resarcirse de estos gastos e incluso ganar algo de dinero; 2) La generalidad y homogeneidad de ese control, que se certificaba al momento de colocar el cuño oficial en la moneda; 3) La mayor confianza que, en los primeros tiempos, daba la intervención de una autoridad “neutral” a los negocios –el gobernante-, para prestar tan delicado servicio. Ello llevó a difundir la errónea idea de que lo que le daba valor a las monedas era el acto del gobierno y no el metal del que estaban fabricadas; lo que con el tiempo llevó a gobernantes inescrupulosos a acuñar monedas de menor
  • 31. peso, pretendiendo que tuvieran el mismo valor que las de mayor cantidad de metal, tan sólo por tener impreso el mismo sello oficial. La idea de que el valor de la moneda estaba dado por la acuñación hizo que las nuevas monedas con menos metal, en tanto tuvieran las marcas oficiales, circularan sin problemas y fueran aceptadas al valor nominal, al menos en los primeros tiempos. Pero a partir de entonces, la intervención estatal acompañó a la evolución del concepto del dinero, y frente a cada nuevo sistema dinerario, tal intervención no se hizo esperar. Como señaló Hayek: …desde los romanos hasta el siglo XVII, momento en que el papel moneda empieza a cobrar importancia, la historia de la moneda se compone ininterrumpidamente de adulteraciones o continuas reducciones del contenido del metal en las monedas y del correspondiente aumento del precio de los bienes35. b. El dinero de papel. El dinero de papel originó una intervención directa del Estado en el manejo monetario. Lo hizo a partir de la impresión de billetes no convertibles entregados a la gente a cambio de su oro, como forma de ahorros forzosos. Prácticamente desde la aparición del dinero de papel en cualquiera de sus modalidades, el gobierno intervino directamente en su creación y circulación, y castigó severamente a quienes no lo aceptaban. Hayek recuerda algunos ejemplos: Sabemos por Marco Polo que en el siglo XIII la ley china castigaba con la muerte el rechazo del papel moneda imperial, y negarse a aceptar los assignats franceses podía ser castigado con veinte años de prisión e incluso con la muerte en algunos casos. En el antiguo Derecho inglés se castigaba el rechazo como de lesa majestad. Durante la revolución americana no aceptar los billetes
  • 32. continentales se consideraba como un acto hostil y a veces significaba la cancelación de la deuda36. Se dice que los chinos, escarmentados por su experiencia con el papel moneda, intentaron prohibirlo totalmente (por supuesto sin éxito) antes de que los europeos lo inventaran37. Desde luego, los Estados europeos, una vez al tanto de esta posibilidad, comenzaron a explotarla despiadadamente, no para producir un dinero mejor, sino para sacar de ello mayores ingresos38. Mientras la emisión de billetes se vinculó con la representación de los metales preciosos, la intervención estatal se mantuvo en cierto modo limitada, pues las personas confiaban en los papeles sólo en tanto estuvieran respaldados o pudieran ser canjeados por el metal. No obstante ello, desde el primer momento los gobernantes advirtieron el formidable poder que les podía dar desligar los billetes del metal. La emisión de billetes era más sencilla y barata que la acuñación de monedas. Sólo debían lograr que la gente aceptara –por las buenas o por las malas- a esos papeles como dinero. También los bancos privados notaron el nuevo ámbito que se abría ante sus ojos con la posibilidad de emitir billetes. Pero sus intentos de ingresar en ese negocio fueron en principio limitados y finalmente abortados por el poder estatal. Algunos de los primeros bancos fundados en Amsterdam y otros lugares surgieron de los intentos de los comerciantes de crear una moneda estable, pero el creciente absolutismo pronto impidió los esfuerzos de producir una moneda no estatal. En lugar de ello, protegió el crecimiento de los bancos que emitían billetes denominados en la unidad de cuenta oficial… Desde que la Corona británica, en 1694, otorgó al Banco de Inglaterra un monopolio limitado de emisión de billetes de banco, la principal preocupación de los
  • 33. gobiernos ha sido impedir que su poder sobre el dinero, basado en la prerrogativa de la acuñación, se traspasara a bancos realmente independientes… En cuanto se generalizó la idea de que la convertibilidad en oro era sólo un método para controlar la cantidad de moneda, factor real de determinación de su valor, los gobernantes quisieron escapar rápidamente a esa disciplina y el dinero se convirtió más que nunca en el juguete de la política gubernamental. Sólo algunas de las grandes potencias mantuvieron, durante algún tiempo, una estabilidad monetaria tolerable llevándola también a sus colonias. Ahora bien, ni Europa oriental ni Sudamérica tuvieron jamás un período prolongado de estabilidad monetaria39. Poco a poco, los billetes que en sus inicios eran meros representantes de los metales preciosos, fueron producidos sin respaldo alguno por gobiernos que requerían financiamiento. La gente se fue acostumbrando a utilizar los papeles, y lentamente se resignó a que ya no podría recuperar el oro. c. El dinero fiat. El abandono del patrón oro liberó la producción de dinero al monopolio estatal, lo que convirtió al Estado en el virtual “creador” del dinero, y a su vez en la autoridad que dispone su uso obligatorio para cancelar obligaciones o aceptar pagos. La intervención estatal llevó a su manejo monopólico por los bancos centrales, que paulatinamente se fueron convirtiendo en los instrumentos para el manejo estatal del dinero y excluyeron cualquier forma de intervención privada en su producción y comercio. Concluyó Vera Smith sobre los bancos centrales en su trabajo sobre el tema publicado en 1936: Si examinamos las circunstancias que rodearon la creación de la mayoría de ellos, observamos que los primeros monopolios fueron fundados por razones
  • 34. políticas muy ligadas a las necesidades financieras del Estado y no por razones económicas que aconsejaran o desaconsejaran el libre acceso al negocio de emitir billetes en aquellos tiempos. Ahora bien, una vez establecido, el monopolio se mantuvo hasta antes e incluso después de que su justificación económica empezara a ser cuestionada. Las discusiones giraron primero en torno al problema de elección entre un sistema de monopolio en la emisión por oposición al de libre competencia entre distintos emisores, pero más tarde, consolidado ya el monopolio, la superioridad del banco central sobre su alternativa llegó a convertirse en un verdadero dogma de fe que ya nunca se volvió a discutir, y se aceptó sin preguntarse cuáles eran sus fundamentos40. El último siglo ha mostrado todo tipo de abusos cometidos en varias regiones del planeta por el uso indiscriminado de la facultad estatal de emitir dinero con el propósito de pagar sus gastos o acumular poder político. Hace un siglo se vivió una significativa hiperinflación en Alemania por tal motivo, y desde entonces, con distintas intensidades asistimos al daño que ese manejo imprudente y arbitrario de la moneda ocasiona en el mundo, desgraciadamente con la bendición de determinados intelectuales y economistas que han dado argumentos pseudocientíficos a políticos inescrupulosos y criminales. 4. La visión jurídica: el dinero como medio legal de pago Es importante tener en cuenta que mientras el economista ve en el dinero a un medio de intercambio y de reserva de valor, el jurista –y lo que es más grave, la legislación-, ven al dinero como un medio legal de pago de obligaciones exigibles. La visión jurídica de la moneda como medio legal para la liberación de obligaciones mediante el pago, llevó a
  • 35. justificar el monopolio estatal del manejo del dinero, y como consecuencia directa su curso legal y forzoso. No puede pasarse por alto que mientras la economía surgió y en buena medida se desarrolló a partir de un individualismo metodológico que se basa en la valoración -y consecuente acción- individual, el derecho, en los últimos siglos, ha sido concebido como el producto de la acción estatal de sancionar normas e imponerlas a las personas. En este contexto es inevitable que sus objetivos y conclusiones difieran notoriamente41. Como en otros campos, la regulación jurídica terminó distorsionando los efectos económicos y de allí el daño terrible que le ha provocado al estudio del dinero esa visión basada esencialmente en sus consecuencias jurídicas impuestas por la legislación. La teoría económica del dinero se expresa generalmente en una terminología que no es económica sino jurídica. Esta terminología ha sido elaborada por escritores, políticos, comerciantes, jueces y otros que se interesaban principalmente por las características jurídicas de las diferentes clases de dinero y sus sustitutos. Esto es útil cuando se trata de aquellos aspectos del sistema monetario que son importantes desde el punto de vista jurídico, pero para los fines de la investigación económica resulta prácticamente inútil. No se ha prestado la debida atención a este defecto, a pesar de que la confusión de los respectivos territorios de las ciencias jurídicas y la economía en ninguna parte ha sido tan frecuente y tan preñada de malas consecuencias como en el campo de la teoría monetaria42. En la evolución del dinero, la intervención estatal necesariamente condujo a la intervención jurídica, y a darle al dinero una nueva dimensión y función. Al mismo tiempo, distorsionó las reglas económicas que permiten su existencia.
  • 36. El concepto de dinero como creación del derecho y del Estado es claramente insostenible. No lo justifica ningún fenómeno del mercado. Atribuir al Estado el poder de dictar las leyes del intercambio es ignorar los principios fundamentales de las sociedades que emplean dinero43. En los reclamos jurídicos ocasionados por el incumplimiento de una obligación contractual o la producción de un daño, lo que las partes discutirán y el juez resolverá, en definitiva, es qué tipo de moneda y en qué cantidad harán falta para que la parte responsable cancele sus obligaciones legales con la otra y se dé por terminado el pleito. El hecho de que la ley considere el dinero solamente como un medio de cancelar obligaciones pendientes tiene importantes consecuencias para su definición legal. Lo que la ley entiende por dinero es de hecho, no el medio común de cambio, sino el medio legal de pago. No entra en los propósitos del legislador o del jurista definir el concepto económico de dinero… …Pero el estado puede atribuir el poder de liberar de deudas también a otros objetos. La ley puede declarar cualquier cosa como medio de pago, y esta norma vinculará a todos los tribunales y a todos cuantos intervienen en hacer cumplir las decisiones judiciales. Pero conferir a una cosa la propiedad de moneda de curso legal no es suficiente para convertirla en dinero en sentido económico. Sólo a través de la práctica de quienes intervienen en las transacciones comerciales pueden los bienes convertirse en instrumento común de cambio; y sólo las valoraciones de estos sujetos son las que determinan las relaciones de cambio del mercado. Es muy posible que el comercio utilice aquellos objetos a los que el Estado atribuye el poder de pago; pero no tiene por qué ser así. Puede, si quiere, rechazarlos44.
  • 37. Esta observación fue realizada por Mises en tiempos en que los gobiernos establecían suspensiones a la convertibilidad, emitían pedazos de papel que obligaban a utilizar como dinero y para cancelar legalmente obligaciones. Sin embargo, aun quedaba latente el regreso a la convertibilidad de los billetes por el oro. Hoy en día, en cambio, el problema parece naturalizado por la práctica de tanto tiempo de monopolio legal en la creación del dinero de papel, cada vez más difícil de rechazar y reemplazar voluntariamente por quienes no confían en él, y al que se le otorga el poder excluyente de cancelar deudas. Puede suceder que ese objeto proclamado por el gobierno como medio de pago obligatorio, tenga para los contratantes un valor inferior al que ellos acordaron. Como el curso legal y forzoso permite cancelar las deudas pagando con dinero estatal, por este camino no se cumplen las obligaciones, sino que se condonan total o parcialmente las deudas, con una lesión significativa a los derechos adquiridos y la certidumbre jurídica. Cuando se atribuye valor de moneda de curso legal a unos billetes que comercialmente se valoran a la mitad de su valor nominal, ello significa fundamentalmente conceder a los deudores la condonación legal de la mitad de sus obligaciones45. Como en tantas otras áreas del proceso de mercado, la legislación puede interferir de manera dañina en el dinero. Ello se extiende a las consecuencias de su poder para establecer paridades cambiarias con monedas extranjeras, pues en tal caso, las obligaciones nacidas de contratos que prevén pagos en tales monedas, finalmente podrán ser canceladas con la “nacional” de curso forzoso, al arbitrario cambio que establezca el gobierno46. Hace más de un siglo, cuando Mises escribía el libro que vengo citando, todavía podía concluir lo siguiente:
  • 38. Durante aproximadamente los últimos doscientos años la influencia del Estado en el sistema monetario ha ido creciendo progresivamente. Sin embargo, una cosa debe quedar clara: ni siquiera en nuestros días tiene el Estado poder para convertir directamente algo en dinero, es decir en medio común de cambio. Incluso hoy, es únicamente la práctica de los individuos que participan en el tráfico mercantil la que puede convertir una mercancía en medio común de cambio47. Pero contemporáneamente, la Gran Guerra trajo nuevas suspensiones de la convertibilidad, la imposición del uso de billetes que no estuvieron respaldados en oro, y luego el descalabro de emisión de papel moneda sin respaldo alguno, que provocó la hiperinflación en Alemania al no poder afrontar deudas. Si bien muchos se esperanzaban con el restablecimiento del patrón oro convertible, lo cierto es que asistían a los últimos tiempos en los que todavía se podía sostener que el poder estatal no era suficiente como para torcer la decisión de la gente en el mercado, respecto de qué bienes se aceptarían como dinero. A partir de entonces se produjo la brutal intromisión estatal que culminó con la eliminación definitiva de todo patrón monetario basado en algún bien y su reemplazo por dinero de papel impreso por el Estado. La imposición del curso legal y forzoso de la moneda fue definitoria para que las personas no pudieran ejercer su voluntad en el proceso de intercambio, y tuvieran que arreglárselas con la moneda estatal. De este modo, el sistema legal acompañó al proceso de estatización de la moneda, y en lugar de encargarse de que las deudas se cancelaran del modo acordado por las partes, utilizaron como excusa la necesidad de establecer un mecanismo objetivo y general para cancelar las deudas – invocando curiosamente la necesidad de dar certidumbre
  • 39. jurídica-, e impusieron soluciones caprichosas y basadas en la autoridad del propio gobierno. La ficción legal introducida para facilitar el trabajo del abogado o del juez, que sostiene que sólo hay una cosa claramente definida que se llama “dinero”, rigurosamente distinguible de otras, nunca fue cierta en lo que se refiere a los efectos característicos del dinero. Sin embargo, ha sido altamente nociva, ya que ha conducido a que, en algunos casos, sólo pueda utilizarse el “dinero” emitido por el gobierno, o que siempre tenga que haber algo que pueda llamarse el “dinero” del país48. En este sentido, el concepto jurídico de “curso legal” del dinero, ha llevado a confusión a la gente, pues resulta frecuentemente asociado con el poder estatal de imponer una determinada moneda emitida por él. Es, efectivamente, el dinero de creación estatal legalmente indicado para cancelar deudas y obligaciones de todo tipo. Ello no significa que no puedan circular otras monedas, pero en última instancia, a falta del cumplimiento voluntario de los acuerdos, las deudas se podrán cancelar con la moneda de curso legal. La identificación de curso legal con dinero emitido por el Estado ha fortalecido la idea de la necesidad de un monopolio estatal del dinero. No obstante ello, el poder estatal para imponer su dinero dio lugar al surgimiento de un concepto más drástico aun, que es el del “curso forzoso”, que sí se refiere a la imposición del monopolio estatal de la moneda. El concepto de “curso forzoso” surgió a raíz de las leyes que suspendieron la convertibilidad durante el patrón oro, de modo que la gente forzosamente debía utilizar los billetes por imposición legal. Al suprimirse el patrón oro, el concepto de “curso forzoso” se diluye con el de “curso legal”, y juntos sostienen el monopolio estatal de la moneda, con exclusivo poder cancelatorio por encima de cualquier otra que hayan elegido las partes de un negocio.
  • 40. El término “curso legal” se ha rodeado en la imaginación popular de una penumbra de vagas ideas acerca de la necesidad de que el Estado suministre el dinero. Es la supervivencia de la idea medieval según la cual el Estado confiere de alguna forma al dinero un valor que de otra manera no tendría. Esto, a su vez, es cierto sólo en la medida en que el gobierno puede obligarnos a aceptar cualquier cosa que determine en lugar de la contratada; en este sentido, puede dar al sustituto el mismo valor para el deudor que el objeto original del contrato. Pero la superstición de que el gobierno (normalmente llamado “Estado” para que suene mejor) tiene que definir lo que es dinero, como si lo hubiera creado y éste no pudiera existir al margen de los poderes públicos, se originó en la ingenua creencia de que el dinero debió ser “inventado” por alguien y que un inventor originario nos lo proporcionó. Esta creencia ha sido totalmente desplazada por el conocimiento de la generación de semejantes instituciones involuntarias que a través de un proceso de evolución social del que el dinero es principal paradigma (siendo otros ejemplos destacados el derecho, el lenguaje y la moral)49. En un mercado libre basado en derechos de propiedad, los contratos podrían ser pactados en la moneda que las partes decidan, y en caso de conflictos o reclamos deberían ser los jueces, examinando cada contrato en particular y los motivos del incumplimiento, quienes determinen con qué moneda y en qué monto se podrá cancelar la deuda, de acuerdo con los tipos de cambio del mercado. Como en muchos otros ámbitos, la pretensión de certidumbre jurídica que se busca estableciendo ex ante obligatoriamente, por ley escrita y general, cuál será la moneda o monedas aceptadas para cancelar deudas, choca con la realidad de que lejos de generar certeza, tal imposición produce mayor incertidumbre al impedir que sea
  • 41. la gente en sus contratos la que decida esos aspectos y que, llegado el caso, pueda discutirlos en los tribunales. En este sentido cabe recordar la máxima romana elaborada desde el inicio por los pretores en el sentido de que el contrato es ley para las partes50. El “curso legal”, en todo caso, está establecido por las partes al contratar libremente. La “ley” es la “ley de las partes”, el contrato. Si no se puede o no se quiere cancelar la deuda en la moneda pactada, probablemente el propio contrato prevea alternativas o procedimientos para solucionar el problema. De lo contrario lo hará un juez o árbitro51. Cuando se legisla sobre la cancelación de deudas, si dicha ley indicase que debe pagarse en la moneda pactada por las partes, sería innecesaria. Si indicara que debe ser pagada de otra forma, sería ilegítima. En este caso se intensifica la incertidumbre de los negocios, “al sustituir la acción libre de un contrato voluntario y de una ley que simplemente obliga al cumplimiento de tales contratos, por una interpretación artificial de la misma en la que nunca habrían pensado las partes si una ley arbitraria no se la impusiera”52. Comentario aparte merece la intromisión estatal en la actividad de los bancos, también con el alegado propósito de evitar abusos. Así como los emperadores romanos y todos los gobernantes justificaron el monopolio estatal de la acuñación de moneda con el argumento de garantizar la exactitud en cuanto a calidad y cantidad de metal precioso que contenían –aunque su propósito escondido fue cercenarla para incrementar el dinero circulante y aprovecharse de la diferencia-, el monopolio de la emisión de billetes y el férreo control de los bancos a través de una autoridad central se inició con el alegado propósito de evitar abusos y fraudes por parte de los banqueros, y convirtió al Estado en un gigantesco y abusivo estafador. El control de
  • 42. la actividad bancaria por bancos centrales, ha cerrado el círculo del control estatal del dinero: Un sistema bancario descentralizado es algo que no ha existido en ninguna parte del mundo desde 1845 cuando el sistema bancario escocés, que es el ejemplo histórico que más se le ha aproximado, dejó de existir como resultado de la promulgación de la Ley de Peel que prohibió la libre emisión de billetes de banco y consagró el monopolio de emisión de billetes del Banco de Inglaterra. Los ejemplos históricos más parecidos al sistema escocés de pluralidad de emisores privados de billetes de banco que se dieron en Suecia, China y Canadá llegaron a sobrevivir ya dentro del siglo XX, pero fueron sustituidos pronto por sistemas mucho más restrictivos y monopolísticos, basados todos ellos en la idea de un banco que centraliza la emisión del dinero bancario básico. ¿Qué importancia tiene esto? ¿Qué gravedad tiene el hecho de que los Gobiernos hayan impedido que sea la competencia la que genere la clase de dinero que el público quiere demandar, es decir mantener a su disposición, para llevar a cabo sus actividades económicas? La consecuencia de esta interferencia gubernamental, a partir del momento en que los banqueros inventaron el billete de banco para salvar las dificultades que prestaba la circulación del dinero metálico, han sido muy graves por razones que hoy día deberían ser evidentes para todos porque con la centralización de la emisión de billetes y reservas bancarias la oferta de dinero bancario ha dejado de responder automáticamente a las variaciones de su demanda y se ha convertido en una variable sometida a planificación que, por lo regular, ha llevado a la creación excesiva de dinero bancario, a la inflación de precios y a la formación de un ahorro forzoso que al no ser querido acaba precipitando el sistema en
  • 43. crisis que acaban con centenares de empresas cuya desaparición precipita las economías en depresión, estancamiento y paro masivo53. Por lo tanto, para estudiar cómo funcionaría un sistema de banca libre, con bancos emitiendo sus propios billetes en competencia y sin intromisión estatal, sería casi imposible remontarse a ejemplos históricos, dado que la injerencia del soberano en la producción de dinero viene de larga data y recurrentemente ha impedido esta actividad privada. Es así como Selgin (con la colaboración de White) ha debido remitirse al ejemplo de un país imaginario –Ruritania- y al desarrollo espontáneo de sus instituciones, para explicar cómo funcionarían la moneda y la banca libres, y cómo sería su evolución a través de un relato lógico e hipotético54.
  • 44. III. DINERO Y PRECIO Existe una fuerte ligazón entre los conceptos de dinero y precio. Las personas expresan sus valoraciones cuando realizan intercambios, que se manifiestan en la acción de llevar a cabo una transacción fijando un precio, lo que suele hacerse utilizando un denominador común que es el dinero. Esta explicación habitual, sin embargo, no está exenta de conducir a confusión en determinadas circunstancias. Pareciera sugerir que el dinero es un elemento externo, utilizado por ambas partes para ayudarlas a ponerse de acuerdo en su transacción. Pero en realidad, el dinero es parte indispensable de la transacción. Como veremos, una compraventa es un trueque de un bien por dinero; el dinero es uno de los elementos directamente involucrados en la determinación de cada precio, y su valor se rige por los mismos principios que el resto de los bienes. Cuando alguien menciona un precio, normalmente lo hará en algún signo monetario. Y cuando quiere referirse a otras consecuencias o prestaciones vinculadas con la transacción, aclarará que se trata de precios “no monetarios” –como ser el valor sentimental que el bien tiene para él, o el de querer ayudar al vendedor comprándole el producto que en otras circunstancias no compraría-. Sin embargo, es importante no olvidar que el precio es una forma de expresar las relaciones entre distintos bienes, que no sólo pueden formularse en dinero. En la época del trueque directo, los “precios” se expresaban de muchas formas distintas. Un cerdo podía valer dos bolsas de trigo o diez de patatas. Ya vimos los problemas que generaba ello para el funcionamiento del mercado, y cómo el surgimiento del dinero como común denominador de las valoraciones ayudó notoriamente al crecimiento económico. Pero su función fundamental como medio de intercambio no debe hacer olvidar que el dinero es además un bien que tiene su propio valor en el mercado, expresado en su
  • 45. relación con los demás bienes. Cuando alguien compra un producto y lo paga con dinero, en puridad está haciendo un trueque entre el dinero y el bien; y gracias a la función de común denominador, ese intercambio, a diferencia de otros, permite establecer un precio unitario y comparativo con los demás bienes. Antes de la aparición del dinero, cada bien tenía múltiples “precios”, dados por su relación con cada uno de los demás bienes y servicios con los cuales trocaba. No existían precios en los términos en que hoy nos referimos a ellos, sino relaciones de intercambio tan numerosas como los productos en el mercado55. En definitiva, el precio es el tipo de cambio entre dos bienes expresado en términos de uno de ellos56. Ordinariamente, ese cambio se produce entre un bien y el dinero, y el precio se expresa en dinero. De allí la estrecha relación entre ambos conceptos y la necesidad de aclarar el significado del “precio”, en especial porque ello nos permitirá entender mejor al dinero y por qué la inflación no puede ser definida simplemente como un “aumento en los precios”. Como expresión de valoraciones, los precios pueden modificarse permanentemente, en tanto las valoraciones varíen. Una persona puede cambiar su orden de preferencias por cambios en sus gustos o intereses, por variación en la disponibilidad de determinados bienes que se traduzcan en modificaciones en la oferta y demanda, y por otros motivos que tienen que ver por el propio juego de las leyes económicas. Pero también puede variar por cuestiones vinculadas con la relación entre la cantidad de bienes y la cantidad de dinero. Cuando la cantidad de dinero crece se produce una distorsión de los precios que se vincula con oferta y demanda de dinero. De hecho, probablemente la relación de valoración de todos los demás bienes entre sí permanezca
  • 46. mayormente inalterada. Sólo se altera la relación valorativa de todos los bienes con el dinero. Ello explica en parte la confusión del concepto de inflación con el de incremento de los precios. Al inflarse la cantidad de dinero inevitablemente éste pierde valor adquisitivo respecto de los demás bienes. Como el precio es la expresión de la relación entre el dinero y los bienes, el incremento en la cantidad de dinero hará que su utilidad marginal decrezca, y en consecuencia será necesario entregar más dinero para obtener los mismos bienes. Ello será advertido de inmediato como un “alza” de los precios, aunque en realidad lo que se produjo es una baja en el valor del dinero. De allí la necesidad de detenernos por un instante en el concepto de precio y su formación. 1. ¿Qué es un precio? El proceso de intercambio en que consiste la sociedad, se basa en decisiones individuales que se manifiestan a través de la acción. En este sentido puede decirse que la economía –o mejor la cataláctica- tiene como punto de partida a la praxeología, que es la ciencia de la acción humana57. El proceso de mercado es un proceso de acciones e interacciones de individuos que intentan alcanzar objetivos personales que consideran valiosos, a través del uso e intercambio de bienes escasos. En ese proceso, cada persona decide su acción, tras una previa valoración, tanto de lo que aspira a conseguir como de lo que está dispuesto a entregar a cambio. Por lo tanto, el punto de partida para el estudio del mercado es el análisis del valor58. Las personas piensan, valoran y deciden individualmente siguiendo su propio proceso de razonamiento para alcanzar sus fines. Pero todo ello es irrelevante si no se manifiesta en acción, en términos de interacción social59. Por ello,
  • 47. nuestras valoraciones de las cosas no se expresan por lo que pensamos –que muchas veces no es revelado ni conocido por los demás-, ni por lo que decimos –pues a las palabras se las lleva el viento-, sino por lo que hacemos60. En este proceso de acción e interacción entre las personas consiste la sociedad, y en términos de intercambios económicos, es el proceso de mercado. No existe nada automático o misterioso en el funcionamiento del mercado. Las únicas fuerzas que determinan el siempre fluctuante mercado son los juicios de valor de los distintos individuos y las acciones derivadas de dichos juicios61. La acción se ejecuta a partir de previas valoraciones que siguen un orden de preferencias, que están influidas por factores puntuales tales como la escasez del bien que se desea, su utilidad para quien lo valora en un momento y lugar determinados, y los recursos de los que dispone para realizar un intercambio. Dentro de tal contexto, que es complejo e individual para cada persona y en cada momento, se manifiestan las acciones que forman el proceso social. En circunstancias determinadas, un bien o unidad de bien puede tener para quien lo posee un mayor valor de uso directo o un mayor valor de cambio, o una mezcla de ambos. El valor superior es el que determinará su acción62. Tales intercambios se perfeccionan a través de la determinación de los precios, que pueden ser entendidos como la expresión de la yuxtaposición de valoraciones de oferentes y demandantes63. Allí donde encuentran correlación sus valoraciones, como paso previo a realizar un intercambio, nacerá un precio. Cada persona valora las cosas de manera diferente, elabora su propio orden de preferencias, y ello es lo que permite que los intercambios sean deseables, en tanto ambos consideran que van a ganar con esa acción. Ese intercambio se lleva a cabo
  • 48. porque cada individuo valora más el bien que recibe que el que entrega. De allí se deriva que una condición necesaria para el intercambio es que los dos bienes tengan un orden de valoración distinta en las respectivas escalas de valores de las partes intervinientes. Las condiciones del intercambio son: que los bienes sean valorados en orden inverso por las dos partes y que cada una de ellas conozca de la existencia de la otra y de los bienes que posee. Sin conocimiento de los activos de la otra persona, no podría ocurrir intercambio alguno. ...Los objetos del intercambio deben ser medios escasos para satisfacer los fines humanos, ya que si su abundancia fuera ilimitada serían condiciones generales de bienestar humano y no objeto de la acción humana; si fuera así, no habría necesidad de dar algo a cambio para adquirirlos, y no se convertirían en objetos de intercambio64. No existe una correlación matemática entre el valor que cada persona le asigna a un bien y el precio final. La valoración del potencial comprador nos permitirá saber lo que está dispuesto a entregar a cambio del producto que quiere; pero por supuesto tratará de entregar lo menos posible, y si lograra que se lo regalen sería lo ideal para él. A la inversa, la valoración del potencial vendedor le indica cuánto es lo mínimo que estaría dispuesto a recibir por el producto que entrega; y por supuesto que querría que le entreguen mucho más, todo lo posible, pero no lo daría por menos que el piso que establece su valoración personal. La cantidad del bien del que disponen los negociantes es un factor de suma importancia desde el punto de vista de la valoración individual, base de intercambio y del nivel de los precios. En definitiva, lo que cada uno valora al decidir el intercambio no es lo que significa un bien determinado en términos abstractos, sino el valor que le otorga a la unidad
  • 49. de dicho bien que se encuentra en discusión, en el contexto de tiempo, espacio y cantidad determinados. A esa utilidad que le damos a la porción de bien que evaluamos intercambiar, se la denomina utilidad marginal, base de la determinación de los precios. Valoramos un bien de acuerdo con los distintos usos que le podemos dar. De modo que según la cantidad de ese bien de la que dispongamos, la utilidad marginal será la utilidad del uso menos valorado, es decir, al que renunciaríamos en caso de intercambiar esa cantidad del bien por otro. Dicho de otro modo, la utilidad de un bien es inversamente proporcional a la cantidad disponible. Cuando mayor cantidad tenemos de ese bien, menos valiosa para nosotros sería una nueva unidad65. De modo que cuando evaluamos un intercambio, estamos calculando sobre la base de ese menor valor que tiene la unidad marginal para nosotros; y por eso cuando nos preguntamos qué valor le asignamos a algo en términos económicos, debemos entender que ese valor se calculará en el contexto de las circunstancias dadas, en el que las cantidades disponibles son un factor determinante. Como vimos, la interacción de esas valoraciones se expresa a partir de la comparación entre los bienes que se intercambian. En una economía sin dinero, existirán tantos precios distintos como bienes haya en el mercado. En una economía con dinero, se facilitan las cosas pues al utilizarse el dinero en todas las operaciones, los precios se expresarán finalmente en esa denominación, lo que ayuda al cálculo de cómo utilizar los recursos escasos del modo más eficiente todas las opciones disponibles. A partir de estas valoraciones, en el caso de una operación única entre un comprador y un vendedor, el precio final dependerá de varios factores involucrados en la negociación que se lleve a cabo entre ambos, en la que cuestiones psicológicas, ansiedad, obsesión, mayor o menos aversión
  • 50. al riesgo, el nivel de las preferencias, la disponibilidad de recursos, la utilidad marginal que la unidad que se negocia tiene para cada uno, las habilidades para negociar, etc., terminarán determinando cuál será el precio final. Cuando la operación involucra a varios compradores y varios vendedores, las reglas de la oferta y demanda y las cantidades involucradas harán que los precios estén además influidos por las decisiones de otras personas, y que adquieran relevancia fundamental las cantidades totales de bienes y dinero involucrados en las operaciones. En este caso, como veremos, los precios tenderán a unificarse para cada bien, sopesando las valoraciones individuales de innumerables oferentes y demandantes. Lo maravilloso del orden espontáneo del mercado es que en lugar de que una autoridad intente la imposible misión de calcular los precios adivinando las valoraciones diferentes de millones de personas, ocurrirá algo mucho más sencillo: millones de personas tomarán sus propias decisiones individuales a la luz de las señales que le indicarán los precios. Curiosamente, la gente ha sido convencida, tras una prédica constante, de que es más fácil que un funcionario resuelva por todos a que cada uno resuelva por sí mismo. Esta idea, base del autoritarismo paternalista, ha sido suficientemente contradicha por la teoría económica y por los hechos. 2. La vinculación de todos los precios. El factor competitivo permanente Bienes, servicios y dinero, compiten entre sí porque son escasos con relación a los distintos usos a los que las personas podrían aplicarlos. La economía expresa las preferencias de las personas respecto de bienes escasos; y para tomar esas decisiones se basa en la relación de intercambio entre todos los bienes con uno que sirve de
  • 51. denominador común, que es el dinero, y que también es escaso. Si el dinero fuese de una cantidad infinita y estuviese disponible en todo momento para todas las personas, no existirían precios, pues quien quisiera un bien estaría dispuesto a ofrecer lo infinito, al igual que otros potenciales compradores, y el vendedor no estaría dispuesto a entregar su bien escaso a cambio de dinero que también sería infinito para él. Los bienes no competirían entre sí por el dinero disponible, pues habría dinero para comprarlo todo a cualquier precio, lo que significaría en definitiva que el dinero ya no existe66. Examinar la teoría de precios nos ayuda a entender el funcionamiento del mundo. En la medida en que se convirtió en un sitio más poblado, más complejo, con mayor cantidad de posibilidades de interacción y búsqueda de bienestar, se ha hecho evidente que participamos en un proceso de cooperación y asociación que suele tener como producto final una serie de consecuencias que ni siquiera sabíamos que contribuíamos a provocar. Por eso se ha concluido - como hizo Hayek- que la complejidad del proceso social es tal que no puede ser regulado o planificado por ninguna autoridad67. El presunto éxito de la planificación se basó en un hecho claro, que Hayek explicó al examinar los dos regímenes totalitarios en conflicto durante la Segunda Guerra mundial, la Alemania Nazi y la Rusia Soviética: cualquier meta es alcanzable si los recursos son ilimitados. Yo puedo tener un Ferrari, si para ello vendo mi casa, mi auto y pongo todos mis ahorros y además adquiero un préstamo. Pero el costo de oportunidad es tan alto que jamás haría eso en mi sano juicio. No obstante, es posible pensar que el Estado es capaz de hacer cosas que las personas individualmente no pueden hacer, tan solo porque tiene acceso a los recursos necesarios gracias a ese monopolio de la fuerza. Claro que
  • 52. al pensar en ello omitimos el hecho de que esos recursos les serán sustraídos a la gente a un alto coste, consistente en que deberían renunciar cada uno a sus propios fines personales. Apenas cabe dudar que casi todos los ideales técnicos de nuestros expertos se podrían realizar dentro de un tiempo relativamente breve, si logramos que fuera el único fin de la Humanidad68. Esta circunstancia produce varios efectos en el razonamiento de la gente: a. Tiende a pensar que las grandes obras sólo pueden ser hechas a través de una planificación centralizada. b. Ve las ventajas de que sea un representante del “pueblo” quien decida qué cosas hacer en lugar del egoísmo individual de los particulares. c. Menosprecia y descarta las preferencias de los propietarios de los recursos expropiados por el Estado, quienes los hubiesen empleado en sus propios fines. Todas las personas tienen valores diferentes que ordenan según sus preferencias, y si pudieran, utilizarían todos los recursos disponibles de la sociedad para seguir ese orden de lo que consideran bueno o deseable. Rápidamente pasan de pensar que algo es bueno a pensar que debería ser obligatorio. En definitiva, quieren que haya un planificador, pero que planifique según su propia escala de valores. La ilusión del especialista, de lograr en una sociedad planificada mayor atención para los objetivos que le son más queridos, es un fenómeno más general de lo que la palabra especialista sugiere en un principio. En nuestras predilecciones e intereses, todos somos especialistas en cierta medida. Y todos pensamos que nuestra personal ordenación de valores no es sólo nuestra, pues en una libre discusión entre gentes razonables convenceríamos a los demás de que estamos en lo justo... y todos desean, por ese motivo, la planificación. Pero sin duda, adoptar la
  • 53. planificación social por la que claman no haría más que revelar el latente conflicto entre sus objetivos69. Esta situación no mejora si se introducen elementos de democracia en la toma de decisiones. Pues a lo sumo la democracia permitirá, o bien elegir al planificador –quien luego tomará sus propias decisiones siguiendo sus propios intereses y valores-, o bien elegir los fines –que no serán los de cada una de las personas que será obligada a contribuir, sino los de una parte de ellas que terminarán decidiendo los fines del conjunto70. Es que ningún planificador, por más poderoso que sea, tendrá el conocimiento necesario sobre las preferencias y decisiones individuales. Ese es el principal inconveniente de la pretensión de planificación: No es simplemente la enorme cantidad de datos que excede la capacidad de la mente humana. Cabe pensar que un ordenador con capacidad suficiente podría almacenarlos. Pero el problema real es que el conocimiento necesario es un conocimiento de pautas subjetivas, de compromisos entre objetivos que no se encuentran articulados en ninguna parte, ni siquiera en el seno de la persona misma. Se podría pensar que ante la cruda perspectiva de una bancarrota vendería antes mi automóvil que el mobiliario de mi casa o que sacrificaría antes la nevera que la estufa, pero esto es algo que no sabré hasta que llegue el momento. Si nunca llegaré a convencer de antemano cuál será mi decisión en esta clase de encrucijadas menos conoceré las de los demás. No hay forma de introducir esta clase de información en un ordenador cuando nadie la posee de antemano71. Por el contrario, a través del proceso de mercado, no es la autoridad de un planificador la que toma por la fuerza los recursos de todos y los emplea en lo que en definitiva indique su propia orden de valores, sino que cada uno persigue sus propósitos individuales, y al hacerlo busca la cooperación de los demás, para lo cual debe a su vez
  • 54. contribuir a la satisfacción de los suyos. De este modo las personas ordenan el empleo de sus recursos de modo eficiente, siguiendo la indicación de los precios72. Los precios transmiten la experiencia y las percepciones subjetivas de unos como conocimiento efectivo para los demás. Es un conocimiento implícito que toma la forma de incentivo explícito. Las fluctuaciones de los precios transmiten el conocimiento de los conflictos cambiantes entre opciones que varían cuando las personas ponderan costes y beneficios de manera diferente a lo largo del tiempo, con variaciones en las preferencias o la tecnología. La totalidad del conocimiento transmitido por los innumerables precios y sus amplias fluctuaciones excede con creces lo que cualquier persona puede o necesita saber para sus propósitos73. El proceso de mercado basado en el ejercicio de derechos de propiedad y la libertad contractual, sin interferencias y con acceso libre al conocimiento, genera un proceso de acomodamiento de bienes escasos a sus usos más eficientes o valorados, que es difícil de asimilar a primera vista. Intuitivamente se piensa que los procesos complejos necesitan de planificadores; pero la realidad es que los procesos sociales, que se cuentan entre los fenómenos más complejos, dependen de tantas decisiones volubles tomadas por tal cantidad de personas, que ninguna autoridad los podría planificar. El sistema de precios hace ese trabajo con mucha mayor eficiencia74. De hecho, el proceso de mercado es conceptualmente contrario al de la planificación, en el sentido de que las personas que contribuyen voluntariamente, ni saben ni les interesan los fines o resultados últimos a los que están contribuyendo –los cuales en la etapa de su colaboración tal vez ni siquiera existan-, sino cómo el acuerdo o intercambio puntual en el que interviene, es provechoso para sus propios intereses.
  • 55. Las personas tienen recursos limitados, que deben ser distribuidos para adquirir la mayor cantidad posible de los bienes que desean tener. Cada vez que emplean parte de sus recursos en la adquisición de un bien, no sólo pagan un coste vinculado con la disminución de sus recursos, sino que además pagan un “coste de oportunidad”, que está dado por todos aquellos otros bienes que no pudieron adquirir porque se decidieron por aquel que finalmente compraron. Esto ocurre fundamentalmente por dos motivos, que se interrelacionan: a. Porque los recursos son escasos, con respecto a todos los potenciales usos que a cada uno de nosotros se nos puedan ocurrir. b. Porque todos los bienes compiten entre sí por esos recursos escasos, de modo que si me decido por adquirir un bien, deberé resignar otro75. Cuando se observa el fenómeno de la competencia en el mercado, se suele examinar la contienda entre distintos oferentes de un mismo producto, que se enfrentan por obtener mejor precio y calidad. Pero lo cierto es que todos los productos están compitiendo. Si compro zapatos, posiblemente me quede sin dinero para comprar naranjas, de modo que las naranjas y los zapatos compiten por mis recursos, a pesar de que a simple vista parecieran no estar relacionados y de que la actividad de uno es desconocida y carece de interés para quien produce el otro. Por la definición de “bien” deducimos que dos bienes no pueden ser “sustitutos perfectos” uno del otro, puesto que si los consumidores los consideran idénticos se transformarían, por definición, en un mismo bien. Todos los bienes de consumo son, por otra parte, sustitutos parciales de algún otro bien. Cuando una persona ordena según su escala de valores la infinidad de bienes disponibles y estima la utilidad decreciente de cada uno, está considerando unos como sustitutos parciales de
  • 56. otros. Un cambio de posición en la escala necesariamente cambiará la posición de todos los bienes, puesto que toda relación valorativa es ordinal y relativa. El aumento de precio de un bien (debido, por ejemplo, a una disminución en la producción) tenderá a desviar la demanda del consumidor hacia otros bienes de consumo y, por lo tanto, sus demandas tenderán a aumentar. A la inversa, un aumento en la oferta y la consiguiente disminución del precio de un bien tenderá a desviar la demanda del consumidor desde otros bienes hacia este, y decrecerán las demandas de los otros bienes (en algunos casos más que en otros)76. Los precios permiten resumir las valoraciones individuales a un común denominador, que es el dinero, y ello cumple a su vez varias funciones: a. Individualmente, permite orientar u ordenar las preferencias individuales para el empleo de recursos escasos. b. Socialmente, permite “barrer” el mercado, al encontrar un punto (el “precio de mercado”) donde se nivelan la oferta y la demanda. Por encima de ese precio ya no habrá gente dispuesta a comprar; por debajo de ese precio no habrá gente dispuesta a vender. En ese punto, existen tantos compradores como vendedores que harán tratos para adquirir las cantidades disponibles de los distintos bienes. Ello no significa que no quede gente que quisiera adquirir el bien o desprenderse de él. Pero ya no estarán dispuestas a hacerlo al precio de mercado. A dicho precio no habrá ni sobrantes ni faltantes artificiales del bien. Ello explica las variaciones de precios cuando varía la cantidad de un bien. Si crece la producción de naranjas, para poder venderlas todas el precio deberá descender al nivel de potenciales compradores que con menor cantidad hubiesen quedado fuera por el precio superior. En definitiva,