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Capitalismo, ¿por qué no?
La mayoría de los economistas cree que el capitalismo es una especie de pacto
con el egoísmo de la naturaleza humana. Como dijo Adam Smith: «No es
gracias a la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero, que obtenemos
nuestra comida, sino que gracias a la búsqueda de su interés propio». El
capitalismo, de acuerdo a esta manera de pensar, solo funciona mejor que el
socialismo debido a que no somos lo suficientemente buenos ni generosos para
hacer que el socialismo funcione. Si fuésemos santos, todos seríamos
socialistas.
En Capitalismo, ¿por qué no?, Jason Brennan ataca esta creencia común,
argumentando que el capitalismo se puede seguir considerando como el mejor
sistema incluso si consideramos que somos, los humanos, moralmente
perfectos. Incluso en un mundo ideal, la propiedad privada y los mercados
libres serían la mejor manera de promover la cooperación mutua, justicia
social, harmonía y prosperidad. Los socialistas buscan adueñarse de una
superioridad moral mostrando un socialismo ideal como superior al
capitalismo real. Sin embargo, responde Brennan, el capitalismo ideal es
superior al socialismo ideal y los derrota en todas las dimensiones.
Escrito de una manera clara, atractiva y, a veces, provocadora, Capitalismo,
¿por qué no?, hará cuestionarse las posiciones de todos los lectores de
política, independiente de su posición respecto a prioridades y sistemas
económicos ― tal cual como existen hoy y como existirán en el futuro―.
Jason Brennan es Profesor Asistente de Estrategia, Economía, Ética y Políticas
Públicas en la Universidad de Georgetown. Es autor de los libros
CompulsoryVoting: For and Against con Lisa Hill, Libertarianism: What
Everyone Needs to Know, The Ethics of Voting, y A Brief History of Liberty
con David Schmidtz.
JASON BRENNAN
CAPITALISMO, ¿POR QUÉ NO?
All Rights Reserved.
Authorized translation from English language edition published by Routledge, an imprint of
Taylor & Francis Group LLC
Título original: Why Not Capitalism?
Publicado en inglés por Routledge el año 2014.
Traducido por Fernando Claro V
.
1ª edición en español, 2017.
Edición a cargo de Fernando Claro V
.
Diseño y diagramación: María Luisa Mira.
® Jason Brennan
® De la traducción, Fundación para el Progreso
® 2014 Taylor and Francis
All Rights Reserved.
Authorized translation from English language edition published by Routledge,
an imprint of Taylor & Francis Group LLC
ISBN 978-956-9225-13-0
N° Propiedad Intelectual: A-277755
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por
las leyes, que establecen penas de prisión y multas, además de las
correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios para quienes
reprodujeran total o parcialmente el contenido de este libro por cualquier
procedimiento electrónica o mecánico, incluso fotocopia, grabación
magnética, óptica o informática o cualquier sistema de almacenamiento de
información o de recuperación sin permiso escrito por los propietarios del
copyright.
Contenidos
Agradecimientos………………………………………………………………..
……………………………………….p XX
UNO. Bien en el fondo, toda persona es socialista… pero está equivocada.
…………..p XX
DOS. El Club del Ratón Mickey como defensa del capitalismo: una
parodia. ………….p XX
TRES. Naturaleza Humana y Justicia.
………………………………………………………………….p XX
CUATRO. El por qué la utopía es el capitalismo.
…………………………………………………….….p XX
Bibliografía……………………………………….
………………………………………………………………………….p XX
Agradecimientos
Una vez, conversando con mi mentor, David Schmidtz, me dijo: «Nunca
concedas el argumento de superioridad moral». Escuché, también de él, que
una correcta defensa de los mercados tiene que ser hecha en el lenguaje de la
moral, no solo en el lenguaje económico. Este libro está escrito con ese
espíritu.
Agradezco a John Tomasi, David Schmidtz, David Estlund, Corey
Brettschneider, Sharon Krause, Greg Weinar, Pete Boettke, Loren Lomasky,
John Hasnas, Peter Jaworski, Kevin Vallier, Michael Heumer, Bryan Caplan,
Thomas Cushman y James Otteson con quienes, a lo largo de varios años, he
tenido muchas y fructíferas conversaciones acerca de estos temas. Un doble
agradecimiento a John Tomasi por haberme sugerido convertir el experimento
teórico del Club del Ratón Mickey, que yo usaba simplemente como una
herramienta didáctica en mis clases, en un pequeño libro. Les agradezco a mis
audiencias presentes en la Universidad de Arizona, Universidad de Toronto,
Universidad de Nueva Orleans, Universidad del Estado de Bowling Green, la
American Philosophical Society, el grupo Hoyas for Liberty de la
Universidad de Georgetown y los estudiantes de la Universidad de Brown,
Universidad de Georgetown y el Wellesley College por sus valiosos
comentarios y críticas. Gracias a Andy Beck, de la editorial Routledge, por su
entusiasmo en el proyecto y por su ayuda en que lograse que este argumento
pudiese ir más allá de ser una mera parodia. Finalmente, gracias a Keaton y
Aiden Brennan, de 2 y 5 años, por su apoyo en la investigación, apoyo del cual
depende en gran parte este libro.
Jason Brennan
Advertencia del traductor.
Leyendo este libro me pareció necesario hacerlo disponible a nosotros, los
hispanoparlantes. Aunque iluminador, creo que hay que leerlo sin olvidar unas
palabras del escritor austríaco Stefan Zweig publicadas en 1929 (el énfasis es
mío):
«[Las personas]… se agrupan en torno a uno de esos hombres singulares que
toda revolución empuja de repente hacia arriba, uno de esos hombres puros,
idealistas y creyentes, que siempre causan más desgracias con su fe y más
derramamiento de sangre con su idealismo que los más brutales políticos
apegados a la realidad y los más furibundos hombres del Terror. Siempre será
precisamente el espíritu puro, …, el [hombre] reformador que va a cambiar el
mundo, el que con la más noble de las intenciones dará impulso al crimen y la
desgracia que él mismo detesta»
«…la Política no es, como se nos quiere hacer creer, la dirección de la
opinión pública, sino el doblegarse esclavo de los líderes precisamente ante
esa instancia que ellos mismos han creado y sobre la que han influido».
Fernando Claro V
.
Prólogo
Este libro de Jason Brennan es una réplica directa al influyente texto del
filósofo marxista Gerald Cohen, Socialismo, ¿por qué no?, publicado en 2009.
Una obra breve pero incisiva, en la que Cohen reclama la superioridad moral
del socialismo por sobre un capitalismo que estaría basado en los vicios de la
«codicia, el miedo y el egoísmo». Brennan intenta mostrar lo contrario. Por
supuesto, y es útil aclararlo de entrada, aunque el autor no lo haga, el
capitalismo que Brennan defiende es el de libre mercado, cuya raíz filosófica
se encuentra en el liberalismo y uno de sus pilares: la libertad económica.[1]
Pocas dudas cabe respecto a que el capitalismo ha probado ser la mejor forma
de organización económica. La historia económica es elocuente. A modo de
ejemplo, en los últimos 200 años, que es cuando emerge el capitalismo luego
de la revolución industrial, el ingreso por habitante se ha multiplicado unas 15
veces, 8 veces más de todo lo que lo hizo en los dos milenios anteriores. Si la
esperanza de vida era baja y plana –apenas de unos 24– años esta se ha
triplicado en los últimos dos siglos.
No es a esta evidencia a la que se refiere Brennan. Descontada la superioridad
del capitalismo en términos de eficiencia económica y de resolver el problema
epistemológico que enfrenta la organización económica y la coordinación de
los actores a través de las señales de precio (algo que el propio Cohen
reconoce), lo de Brennan es centrarse en sus fundamentos morales. ¿Se basa el
capitalismo en la codicia y el egoísmo como sus detractores reclaman? ¿Es el
socialismo moralmente superior o, por el contrario, se puede reclamar la
superioridad del capitalismo?¿Es correcto comparar un socialismo ideal y
virtuoso pero inexistente, con el capitalismo real, pero distorsionado a su peor
expresión?
Estas son algunas de las pertinentes preguntas que intenta responder Brennan.
Y lo hace a través de un texto tan ágil y breve como el de Cohen y que
reproduce su misma estructura y ejemplos. Por lo mismo, es un libro de trazos
gruesos que se esfuerza en mostrar las contradicciones de los argumentos de
Cohen y enunciar lo que serían las virtudes generales del capitalismo, pero
que deliberadamente no tiene la pretensión de ir al detalle de los fundamentos
conceptuales más profundos.
La respuesta a las interrogantes planteadas es de la máxima importancia.
Particularmente por su implicancia en el plano político. Y es que la idea de
inferioridad moral del capitalismo que reclama Cohen ha sido ampliamente
extendida por diversos intelectuales, creando, como bien lo advirtieran Hayek
o V
on Mises, realidades que rápidamente se instalan en la arena política. La
consigna sería más o menos la siguiente: Puede que el capitalismo sea un
sistema eficiente de organización económica, pero opera en base a la codicia y
el egoísmo, al aprovechamiento del otro y, competencia mediante, a expensas
de la solidaridad y la cooperación. Sin ir más lejos, en el debate político de
nuestro país, este argumento es pan de cada día cada vez que se cuestiona al
capitalismo y al llamado modelo «neoliberal».
Entre los detractores del capitalismo, es usual utilizar –y Cohen lo hace– el
célebre pasaje del carnicero, el panadero y el cervecero de la La Riqueza de
las Naciones, para ilustrar la supuesta codicia y el egoísmo en las que se
fundaría el libre mercado. Pero esta es una distorsión de los términos. Ni el
mercado se basa necesariamente en ellos, ni tampoco Smith utiliza esos
adjetivos. El padre de la economía hablaba de la búsqueda del interés propio
(«self-interest»). Y, como es obvio, codicia e interés propio no son sinónimos.
La codicia corresponde a una excesiva búsqueda del interés propio (de ahí
que sea un vicio), aun a costa del resto. ¿Es esta la base del libre mercado?
Por cierto que no.
Un principio básico en el que reposa el mercado es la voluntariedad de los
intercambios. En un mundo de búsqueda del interés propio, tal voluntariedad
implica que el intercambio solo se produce si genera beneficios recíprocos. Si
los términos del mismo no fueran beneficiosos para alguna de las partes, este
no se efectuaría, al menos no libremente. Dicho de otra manera, un mercado
basado exclusivamente en la codicia, donde una parte gana sistemáticamente a
expensas de la otra, no es ni aquello que tiene en mente Smith ni tampoco lo
que caracteriza el capitalismo de libre mercado. Por cierto, ello no obsta a
que bajo el capitalismo, como bajo cualquier otro sistema económico, existan
individuos marcadamente egoístas y codiciosos, pero el punto es que esta no
es una particularidad del capitalismo. Como bien apunta Brennan «el
capitalismo no está analíticamente vinculado a la codicia y el miedo».
Identificar al socialismo y al capitalismo, que a final de cuentas son formas de
organizar la propiedad, con virtudes morales es una falacia, señala nuestro
autor.
Si el concepto de interés propio no es equivalente al de la codicia, tampoco es
correcto suponer que sea el único principio, o que tenga una manifestación
puramente materialista. Smith nunca planteó que la búsqueda de ganancias
económicas fuera un principio suficientario. Como bien señala Brennan, «el
intercambio de mercado no se basa únicamente en el interés propio. También
depende –al tiempo que lo refuerza– de la confianza mutua, la reciprocidad y
la integridad».
La caricatura que tantas veces se hace de la mano invisible y del mercado,
reduciéndolo al peor egoísmo y a un individualismo mal entendido, es un
reduccionismo que omite que el liberalismo que le da sustento filosófico al
capitalismo no pregona en modo alguno estos vicios ni supone individuos
aislados. Si el concepto de interés propio es pieza clave de La Riqueza de las
Naciones, la simpatía, la benevolencia o el interés social son piedras
angulares de la otra gran obra de Smith: La Teoría de los sentimientos
morales. La complejidad y riqueza del ser humano se estructura en torno a un
equilibrio de ambas esferas. Un punto que también planteara otro gran liberal
clásico como David Hume en su Investigación sobre los principios de la
moral.
El valor de la crítica de Brennan reposa además en que desnuda un artilugio
metodológico usualmente utilizado por los detractores del capitalismo para
relevar su supuesta inferioridad moral. Este consiste en comparar el mundo de
un socialismo ideal, de personas perfectamente virtuosas, con un capitalismo
real pero en su peor versión. El autor señala que la estructura lógica planteada
por Cohen seguiría el siguiente silogismo: «i) el socialismo con gente
moralmente perfecta es superior al capitalismo con gente moralmente
imperfecta; ii) un mundo con un socialismo de gente moralmente perfecta es
preferible a nuestro mundo actual de gente real y moralmente imperfecta; iii)
luego, se concluye, el socialismo es intrínsecamente preferible al
capitalismo». Siguiendo a Rawls, Brennan nos dice que la falacia del
argumento anterior es que «Cohen no compara equivalentes». La comparación
pertinente es entre el capitalismo real, con sus virtudes y defectos, con el
socialismo real, o bien entre las versiones idealizadas de ambos paradigmas.
Por supuesto, como señala Brennan, uno podría retrucar el caso contrario:
¿qué tal si comparamos un capitalismo ideal con el socialismo real en la peor
de sus expresiones (y ejemplos hay varios)?
La precisión anterior es pertinente si consideramos que el punto de partida del
análisis de Cohen se estructura en base a un ejemplo concreto que nos
interpela: la organización de un picnic. El autor correctamente diagnostica que
solemos organizar este tipo de actividades comunitaria y solidariamente: todos
colaboran con todos y reparten los frutos de esta empresa equitativamente.
Enseguida, Cohen se imagina cómo sería este mismo picnic si se organizara
bajo la lógica «egoísta». del capitalismo y bajo la cual quien contribuye más
recibe más. Aquí, incluso el más acérrimo partidario del capitalismo
convendría, al igual que Brennan lo hace, en que el picnic parece más
placentero en el primer caso. A partir de aquí, Cohen especula que la misma
conclusión que fluye sobre la superioridad de los principios morales en el
caso del picnic es extensible a las relaciones sociales en su conjunto.
Por supuesto, esta extensión argumentativa peca, por lo bajo, de ser una
falacia de composición: no es automático que lo que es válido para un
subconjunto o situación particular sea también válido para el conjunto o caso
general. Tomemos el caso de la familia, estructura donde resulta natural y aún
más evidente la aplicación del principio socialista «de cada uno según sus
posibilidades, a cada uno según sus necesidades». Que la familia se ordene en
base a este paradigma no implica en grado alguno que lo deseable o
moralmente superior sea aplicarlo al resto de las esferas de la interacción
humana, incluyendo la organización de la sociedad toda. Y lo anterior sin
siquiera considerar la factibilidad de extender el paradigma familiar a
realidades más complejas. Por de pronto, las mismas personas que deciden
organizarse en torno a ciertos principios en su vida familiar o en un picnic,
naturalmente escogen hacerlo bajo otros principios en sistemas más complejos
e impersonales.
Otro de los argumentos usualmente usados para cuestionar al capitalismo es
que se trataría de un sistema que erosiona la confianza y mina la cooperación.
Este sería el resultado natural de un modelo amparado en los vicios que Cohen
denuncia. Uno en que el aprovechamiento del otro deriva, en el mejor de los
casos, en intercambios de suma cero: lo que una parte gana, la otra lo pierde.
Lo cierto es que el libre mercado es precisamente un instrumento de
cooperación y no lo contrario. En sociedades complejas, con intercambios
impersonales, esta colaboración requiere de la división del trabajo, la
propiedad privada, la confianza, reglas de justicia y del mercado como
espacio de intercambio. Los detractores del libre mercado suelen obviar la
infinita complejidad colaborativa que está detrás de cualquiera de los bienes
que consumimos (desde un fósforo hasta un iPhone). La evolucionada sociedad
mercantil a la que se refería Smith, caracterizada por millones de intercambios
con desconocidos, no podría sostenerse sin altísimos niveles de confianza.
Este tipo de reduccionismo olvida, además, que el mercado no solo es una
esfera de intercambio de bienes, sino también de ideas, sustrato natural de la
colaboración intelectual. Al final del día, como bien apunta Brennan (y hay
evidencia empírica al respecto), allí donde hay mercado tiende a haber
mayores niveles de confianza que donde no lo hay.
Naturalmente, nada de lo anterior implica que el capitalismo no sea sujeto de
abusos que minan su legitimidad y la confianza. De ahí la importancia que este
se dote de reglas y sanciones para quienes defrauden. Como bien mostraron
Ostrom y Schwab, el capitalismo no puede prevalecer en ausencia de normas
éticas que nos restrinjan de robar o engañar. A este respecto, si bien la
autorregulación resulta fundamental, es insuficiente, algo que el mismo Smith,
crítico de la captura regulatoria del mercantilismo de su época o de las
tentaciones a coludirse, advertía con claridad. Así, el libre mercado requiere
de reglas formales y regulaciones estatales que sancionen los abusos y las
malas prácticas. Sorprendentemente, este es un aspecto que Brennan no trata
en el libro.
Una de las áreas en que esta regulación resulta clave es respecto a velar por la
competencia. Amén de su insustituible rol en pro de la eficiencia, la
innovación y del descubrimiento de aquello que no conocemos, esta juega un
rol disciplinador fundamental para evitar las malas prácticas. Y es que solo en
mercados poco competitivos una empresa puede darse el lujo de abusar
sistemáticamente de sus consumidores o proveedores. Desde este punto de
vista, es tan llamativo como erróneo que los detractores del capitalismo
critiquen a la competencia como uno de sus vicios.
¿Dónde radica la moralidad del capitalismo? Es la pregunta última que
escudriña Brennan. Uno podría mostrar que bajo el capitalismo se ha
producido un progreso material y de reducción de la pobreza como nunca
antes. También que los niveles de educación de la población son los más altos
de la historia y que la esperanza de vida de las personas ha aumentado como
nunca. O que el libre comercio, como anticipara Montesquieu, ha reducido la
conflictividad y las guerras entre países. Todo esto es correcto, pero se trata
de consecuencias, ciertamente deseables, pero no necesariamente de
fundamentos morales a priori.
La respuesta de Brennan apela a las bases del liberalismo clásico sobre el que
se construye el capitalismo de libre mercado. Esto es, el reconocimiento de
individuos como fines en sí mismo y, en tanto tales, libres «para ser autores de
sus propias vidas». La voluntariedad de los intercambios en que se basa el
capitalismo no es sino la expresión de la libertad económica anclada en la
propiedad privada y, de este modo, inseparable de la libertad en un sentido
amplio. La libertad económica no solo tiene una justificación en términos de la
división del trabajo, una organización eficiente de la actividad económica y
del fomento del emprendimiento y la innovación entendidos como procesos de
descubrimiento. La libertad económica, nos plantea Brennan, es una fuente de
reconocimiento y de dignidad, ya que la propiedad privada es condición
necesaria para la construcción de los diversos proyectos vitales. No solo
habría aspectos materialistas en la propiedad privada, sino que un camino de
construcción de vidas e identidades. Brennan lo ilustra con el ejemplo de
alguien que decide tener un negocio o empresa. No es únicamente la posesión
de una empresa lo que está en juego, sino cómo esa actividad da cuenta de los
intereses y preferencias más íntimas de quien está detrás.
Ahora bien, si la libertad, incluyendo su dimensión económica, es fuente de
moralidad, ¿basta la libertad negativa para asegurar la justicia? Brennan,
quien se inscribe dentro de los llamados liberales neoclásicos, sugiere que no.
De allí que señale que la justicia social es un objetivo deseable. Esto
naturalmente nos lleva a la clásica pugna, principalmente con la doctrina
libertaria, sobre la pertinencia de la libertad positiva. Si bien para los
liberales neoclásicos la libertad económica no posee un status inferior que el
de otras libertades (como plantean los liberales de izquierda), esta libertad no
es absoluta en el sentido que pueda hacerse a expensas de la justicia social.
De acuerdo a esta visión, la preocupación última para la vida en comunidad es
generar condiciones para que los individuos puedan tener niveles sustantivos
de libertad para actuar en un plano relacional de igualdad. Un punto que
Brennan ha abordado en otros escritos, pero que lamentablemente no elabora
con más detalle en este libro.
Par finalizar, una recomendación al lector. El buen entendimiento y valoración
de esta obra hace recomendable la lectura previa del libro de Cohen. Si bien
Brennan es riguroso en presentar los principales argumentos del filósofo
marxista, no cabe duda que forjarse su propia opinión crítica es condición
necesaria para mejor dimensionar los aciertos y temas abiertos de la réplica a
Cohen que nos ofrece Jason Brennan.
Por Ignacio Briones
Decano de Escuela de Gobierno, Universidad Adolfo Ibáñez
PhD Sciences Po
Abril 2017
Pocos son proclives a encontrar fallas en el capitalismo como motor
de producción. Las críticas comúnmente provienen de condenas morales o
culturales de ciertas características del sistema capitalista o de vicisitudes de
corto plazo (crisis y depresiones) que se intercalan dentro de las mejoras que
el capitalismo acarrea en el largo plazo.
– Frase de la Enciclopedia Británica sobre el término «Capitalismo».
[2]
Bien en el fondo, toda persona es socialista… pero está equivocada.
UNO
CAPITALISMO: MALA TEORÍA, ¿ESPECIES CORRECTAS?
Michael Moore termina su documental Capitalism: A Love Story (2009)
pontificando: «El capitalismo es un demonio, y no se puede regular a un
demonio. Hay que eliminarlo y reemplazarlo por algo que sea bueno para toda
la gente, y ese algo es la democracia». Moore se refiere a «democracia» como
el control de todos los medios de producción –es decir, socialismo–. Sin
embargo, después de exponer por 127 minutos los demonios del capitalismo,
Moore no termina diciendo que haya que cambiar el capitalismo por
socialismo. ¿Por qué no?
De manera similar, el término «socialismo» aparece profundamente escondido
en el sitio web de Occupy Wall Street (OWS),[3]
a pesar de los constantes
improperios en contra del status quo económico y sus vagas arengas por una
«nueva alternativa socio-política y económica». ¿Por qué?
Moore y los organizadores de OWS saben lo que piensan muchos
estadounidenses sobre este término: «socialismo» es una palabra manchada
con una historia manchada. Así, son muchos los que aceptan este típico
recuento histórico: en el siglo XX, el mundo entero experimentó dos grandes
sistemas sociales. Los países que probaron con diferentes formas de
capitalismo –Estados Unidos, Dinamarca, Suiza, Australia, Japón, Singapur,
Hong Kong y Corea del Sur– se hicieron ricos. Consideremos: Estados Unidos
fijó la línea de la pobreza bajo 11.500 dólares para un estadounidense. Una
persona que vive de este precario ingreso en Estados Unidos, un pobre de ese
país, está entre el 14% más rico del mundo si lo ajustamos por el costo de
vida, ganando seis veces más que el ingreso de una persona promedio del
mundo.[4]
Por el contrario, los países que probaron el socialismo –la Unión
Soviética, China, Cuba, Vietnam, Camboya y Corea del Norte– se convirtieron
en infiernos terrenales. Diferentes gobiernos socialistas asesinaron a más de
100 millones (y quizás muchos más) de sus mismos compatriotas, convirtiendo
al socialismo en un arma tan letal como la Peste Negra del siglo XIV
.[5]
En los
países socialistas nadie se ha hecho rico, con excepción de los líderes del
Partido Comunista. El socialismo ha sido especialmente dañino con los
trabajadores pobres, justamente la gente que el socialismo en teoría iba a
ayudar con más fuerza. Entonces, es obvio, el capitalismo tiene problemas –
con cierta exageración por acá y por allá–, tal como las actitudes de Michael
Moore y OWS lo demuestran, pero el socialismo ha sido un desastre y, en
pocas palabras, tuvimos un debate entre el capitalismo y el socialismo que el
capitalismo ganó.
Sin embargo, a pesar de esto, mucha gente que se opone al socialismo y apoya
los mercados considera el sistema capitalista algo muy poco inspirador
moralmente hablando. El punto sería que es claro que el capitalismo funciona
mejor que el socialismo, pero—pensamos—es posible que esto sea así debido
a nuestro egoísmo.
El capitalismo nos premia por desarrollar nuestro talento y por hacer ciertos
trabajos cruciales. Nos premia por innovar y por ser eficientes. Así, nosotros,
respondiendo a los diferentes incentivos, hacemos que todo funcione. El
socialismo nos pide que trabajemos duro y esforzadamente por el resto y no
por nosotros. A esto último, los humanos nos oponemos y, por ello, el
socialismo entrega malos resultados. Por lo tanto, muchos piensan que lo
anterior demuestra que no somos lo suficientemente altruistas para el
socialismo.
En el siglo XX aprendimos que el poder que ejercían los gobiernos socialistas
atrajo a sociópatas y tiranos. Sin embargo, esto habría ocurrido por culpa de
nosotros, porque somos moralmente corruptos. Así, el socialismo nos exige
proveer de entre nosotros, los humanos, al famoso rey-filósofo benevolente,
pero lo primero que le entregamos es a Stalin, Mao o Pol-Pot. De este modo,
parece que el problema está en nosotros.
La economía de libre mercado es quizás el mejor sistema al que podemos
aspirar, pero eso es debido a que somos egoístas, codiciosos y miedosos. Solo
si los hombres fueran unos ángeles podríamos despreciar el capitalismo y
abrazar el socialismo. Utopía es entonces sinónimo de socialismo.
Incluso los más grandes defensores del capitalismo parecen estar de acuerdo.
Adam Smith nos enseña que «no es gracias a la benevolencia del carnicero, el
cervecero, o del panadero que esperamos nuestra comida, sino que es gracias
a su propio interés. Satisfacemos nuestras necesidades no gracias a la
humanidad del resto, sino gracias a su interés propio».[6]
Bernard Mandeville,
en su famoso poema The Grumbling Hive, asegura que el capitalismo depende
del vicio tanto como las máquinas de biodiesel dependen de los desperdicios
de comida. Él nos llama a pensar en una colmena llena de abejas egoístas,
cada una tratando de hacer dinero ofreciendo «lujuria y vanidad». Sin
embargo, si bien «cada parte» de este sistema que describe Mandeville estaría
lleno de vicios, «el sistema total es un paraíso».[7]
Incluso, dice, «los más
pobres viven mejor que los más ricos en el pasado».[8]
Más adelante en su
obra, Mandeville se imagina que las abejas se vuelven virtuosas, generosas y
motivadas a lograr su paz espiritual. Pero entonces, en un mundo sin codicia,
la economía se viene abajo. Finalmente, llega a la misma idea de Ayn Rand,
Goddess of the Market,[9]
quien defiende el capitalismo argumentando que el
egoísmo, es una virtud y el altruismo, un mal.[10]
El socialismo parece responder a las más altas exigencias de nobleza y
moralidad. Quizás la mejor evidencia de esto es que los socialistas casi
siempre defienden sus puntos de vista desde la moral, mientras que los
capitalistas defienden sus ideas en términos económicos.[11]
El problema con el socialismo parece ser entonces que exige mucho de
nosotros –nos pide amar a nuestros vecinos tanto como a nosotros mismos, a
compartir y nunca aprovecharnos de nuestras posiciones de poder–. El
socialismo parece ser una idea noble, pero no somos lo suficientemente
buenos para ella. El socialismo nos dice «todos para uno y uno para todos»,
pero nos sentimos más cómodos con algo como «cada uno por su cuenta». Y
así, como bromea sobre el socialismo el biólogo-social Edward Wilson:
«Gran teoría, especie equivocada».[12]
ENTONCES: SOCIALISMO, ¿POR QUÉ NO?
Tú, lector, probablemente no eres socialista. Pero sin embargo podrías aceptar
la visión recientemente descrita: el mercado implica hacer concesiones
morales y si pudiésemos guiar bien lo mejor de nosotros mismos, podríamos
entonces dejarlo de lado. Quizás no te haces llamar «socialista» pero, si eres
una persona común y corriente, probablemente estarás de acuerdo con la idea
de que el socialismo sería lo mejor solo si el ser humano fuese más virtuoso
de lo que en realidad es.
El mejor representante y divulgador de esta visión es el filósofo G. A.
(«Jerry») Cohen. Cohen es el más importante filósofo Marxista –y, sin duda,
uno de los más importantes filósofos políticos– en los últimos cien años. El
capitalismo tiene millones de críticos, pero Cohen es quizás el más importante
crítico desde una perspectiva moral. Este libro Capitalismo, ¿por qué no? es
un debate con Cohen. Quiero demostrarle, y a todos quienes adhieren a su
visión, que está equivocado. Debato con Cohen porque quiero contrarrestar la
idea, tan generalizada, de que el socialismo es moralmente superior al
capitalismo.
A diferencia de Michael Moore, Cohen no titubea a la hora de decir las cosas
por su nombre. Su libro se publicó poco después de su muerte, en 2009. Ahí
establece que solo el socialismo puede ser justo mientras que el capitalismo,
declara, es una forma inherentemente perversa de vivir en comunidad.
Aunque el libro Socialismo, ¿por qué no? es breve –consta de alrededor de
10 mil palabras en 82 páginas– «golpea bastante más fuerte que lo que
pareciera», como dice un reseñador del diario The Guardian.[13]
El filósofo
Jonathan Wolff describe el argumento del libro como «encantador». Ellen
Meiksins Wood cree que Cohen «dice cosas que necesitan ser dichas».[14]
Alexander Barker dice que nosotros, los lectores, «somos desafiados y al final
persuadidos de que nuestros reparos al socialismo son más bien prácticos en
vez de morales. Entonces deberíamos responder a la pregunta de cómo llevar
nuestras vidas acorde a estos fabulosos ideales en un mundo como el nuestro,
tan lejano del ideal».[15]
Andrew Stone se refiere al libro como una
«estimulante, poderosa y argumentada defensa del mundo mejor por el que
debemos luchar».[16]
El libro de Cohen consta de un simple pero muy poderoso experimento teórico
que busca probar la inherente superioridad moral del socialismo por sobre el
capitalismo, incluso si fuese el caso de que el capitalismo «funcione mejor».
Cohen busca probar que nuestras preocupaciones y reparos al capitalismo son
correctas. Para él, decir que el socialismo es una «gran teoría, especie
equivocada» es dañar y menospreciar a la humanidad, no al socialismo. El
capitalismo funciona mejor solo porque se sirve de nuestra codicia y miedo.
Pero el socialismo es el sistema del amor y la comunidad. El socialismo,
entonces, no es malo para nosotros: somos nosotros demasiado malvados para
el socialismo.
EL ARGUMENTO DEL PASEO DE CAMPING PARA DEFENDER EL
SOCIALISMO
Cohen tiene un argumento simple y claro para defender la inherente
superioridad moral del socialismo por sobre el capitalismo. Sin embargo, a
diferencia de los marxistas comunes, Cohen no basa su defensa en alguna
compleja dialéctica o en discursos pretensiosos y posmodernos. En su lugar
solo propone imaginar un paseo de camping. Una vez que reflexionas acerca
de cómo sería ese paseo de camping ideal, es sorprendente cómo uno, como
lector, independientemente de considerarse un libertario, un capitalista, un
liberal de izquierda, un moderado, un conservador o cualquier otra cosa,
probablemente se dará cuenta de que en el fondo el socialismo es la mejor
opción.
En esta sección voy a resumir y fortalecer el argumento que Cohen da en su
libro Socialismo, ¿por qué no? Intentaré rebatir toda su argumentación, pero
no sin antes fortalecerlo lo más posible.
Cohen primero nos hace imaginar un paseo de camping entre amigos.
Obviamente, todos quieren que el grupo entero lo pase bien. Cuando llegan al
lugar del camping, los integrantes ya no reclaman derechos de propiedad sobre
sus diferentes bienes y, en cambio, los tratan como si fueran de toda la
comunidad. La comida y otros bienes se usan entre y para todos, libremente.
Para mantener una perfecta comunidad, todos trabajan duro para que todos
tengan lo que necesiten y se turnan para hacer los trabajos más difíciles. Entre
todos mantienen una comunidad perfecta de perfecta igualdad.
Así es como fluye y debe fluir un camping entre amigos reales. Y esto es,
según Cohen, un camping donde sus integrantes viven bajo los principios del
socialismo. Los integrantes se preocupan de que todos sean iguales, comparten
los bienes colectivamente y cada uno hace su aporte a la sociedad. En un buen
paseo de camping, por lo tanto, las personas actúan como socialistas.
Ahora, dice Cohen, imaginemos cómo sería este camping si es que los amigos
se empezaran a comportar como lo hace la gente en el capitalismo de la vida
real. Imaginemos que Harry empieza a exigir mejor comida porque él es bueno
para pescar. Él se rehusará a ofrecer sus talentos de pescador a la comunidad
a menos que él reciba el mejor pescado. Sylvia, a su vez, exige privilegios
luego de descubrir un árbol de manzanas en la mitad del bosque. No va a
compartir manzanas a no ser que la liberen de ciertas «tareas domésticas» del
camping. Leslie, debido a su especial rapidez abriendo nueces, exige un
aumento de sueldo. Morgan, que heredó de su padre una laguna llena de
pescados hace más de 30 años, alardea entre sus compañeros el tener mucha
más comida que el resto.
Cohen se pregunta entonces, ¿no es «la vía socialista, con propiedad colectiva
y generosidad recíproca y planificada, obviamente la mejor manera de
organizar un paseo de camping…?».[17]
El punto de Cohen es que el camping
era mucho mejor cuando los integrantes actuaban como socialistas. Cuando
empiezan a actuar como capitalistas, el paseo se convierte en algo agobiante y
repulsivo.
Es difícil estar en desacuerdo. Harry queda como un idiota al proponer ir a
pescar más pescados bajo la condición de que él se queda con el mejor.[18]
Los
amigos no se relacionan de esa manera. Morgan, por ejemplo, se jacta de su
buena suerte: «Excelente. Ahora puedo tener mucha mejor comida que
ustedes».[19]
¡Qué pedazo de imbécil!, diría uno. Ahora, según Cohen, ese es
justamente el comportamiento que vemos en las sociedades capitalistas reales.
[20]
Cohen después describe los principios morales que subyacen en la versión
socialista del paseo de camping. Estos principios morales explican la relación
humana existente en el camping y por qué ese paseo parece ser moralmente
superior a las sociedades capitalistas modernas.
Primero, el principio de igualdad de oportunidades socialista elimina todas
las desigualdades que resultan de ventajas inmerecidas o desventajas
iniciales. Así, por ejemplo, este principio prohíbe que la gente sea más rica
por el simple hecho de tener mejores talentos naturales o por haber nacido en
una familia con padres millonarios. Después de todo, ninguno de ellos hizo
algo para merecer tamaña fortuna al nacer. Este principio permite grandes
desigualdades, si y solo si son fruto de elecciones libres. Este principio
explica por qué Morgan no debería tener más pescados: él solo tuvo la suerte
de que su abuelo le haya dejado una laguna llena de peces.
Segundo, los integrantes del camping se atienen al principio socialista de
comunidad. Se preocupan unos de otros y, a su vez, de que efectivamente la
gente se preocupe por el otro. Cohen argumenta que, como resultado, nadie
aceptará las desigualdades que el principio anterior –el de igualdad de
oportunidades socialista– permitiría. Así entonces, mientras la igualdad de
oportunidades socialista permitiría el florecimiento de desigualdades como
fruto de elecciones libres de las personas, el principio de comunidad
eliminaría toda aquella desigualdad que separara a cualquier integrante del
camping de otro. Para Cohen, no podemos vivir en comunidad si no somos
todos iguales. Después de todo, si soy rico y tú eres pobre, es imposible que
yo entienda completamente tus problemas. La desigualdad nos impide
empatizar unos con otros.[21]
(Para entender por qué, solo imagina que alguien
le reclama a Bill Gates el estar atrasado en el pago de su crédito hipotecario.
¿Podría Bill Gates empatizar con esa persona? ¿No sería algo ridículo discutir
problemas financieros domésticos con un billonario?). Cuando una persona es
mucho más rica o mucho más pobre que las otras, se aleja de la comunidad.
Algo así cree Cohen.[22]
Este principio explica por qué los integrantes del
paseo van a preferir trabajar en conjunto por una perfecta igualdad en vez de
permitir que alguien quede desposeído como resultado de malas elecciones de
vida, o de camping más bien.
Es posible no aceptar los principios de justicia elegidos por Cohen. Sin
embargo, Cohen diría que estos no son muy importantes para su argumento.
Para él, lo crucial es que estés de acuerdo con que el paseo de camping es
mejor bajo las reglas socialistas e igualitaristas que con las reglas del
capitalismo desigual.
El camping socialista es solo un camping entre amigos, no es una sociedad
real –es más bien algo parecido a una micro-sociedad pasajera–. Incluso así,
Cohen se cuestiona, ¿no sería obviamente mejor una vida donde se pudiesen
organizar sociedades a gran escala tal cual se hace con el paseo de camping?
Dejemos de lado por ahora la pregunta de si es posible o no. Hay muchas
cosas que no podemos hacer o es posible que no seamos capaces de hacer y
que, sin embargo, sabemos que sería bueno hacerlas. Es quizás imposible
curar el SIDA, pero sería mejor si pudiésemos curarlo. Es quizás imposible
descubrir muchas verdades, pero sería mejor si las supiéramos. Es quizás
imposible desarrollar alguna energía eficiente que sea libre de contaminación,
pero sería mejor si pudiésemos. Los juicios acerca de lo que es
intrínsecamente bueno son independientes de los juicios sobre lo que es
posible.
Por lo tanto, imagina que tenemos una varita mágica que puede volver el
mundo tal cual lo es en el paseo de camping socialista. Obviamente, no
tenemos esa varita, pero para Cohen la pregunta no es esa, sino esta: si
tuviésemos esa varita, ¿deberíamos usarla? Para Cohen la respuesta es: ¡por
supuesto! Si de alguna manera pudiésemos descubrir cómo ordenar las
sociedades como el camping socialista, nos alegraríamos.
Si esto es así, eso significa que toleramos el capitalismo solo porque creemos
que no tenemos otra opción a tolerarlo. Lo hacemos solo porque no sabemos
cómo hacer funcionar bien el socialismo. Quizás, dada nuestras falencias
cognitivas y morales, es el capitalismo el que «cumple».[23]
El socialismo
sería entonces el sistema preferido si los humanos fueran moralmente mejores,
tal cual los son los participantes de la versión socialista del camping. Para
Cohen, el ser humano está lleno de vicios y el capitalismo funciona porque
reorienta esos vicios hacia fines que son beneficiosos para la sociedad. El
capitalismo solo funciona entonces porque depende de la codicia, el miedo y
las limitaciones en el conocimiento de los seres humanos. Pero el socialismo,
dice Cohen, depende de la generosidad, la comunidad y la sabiduría.
Para Cohen hay dos preguntas principales en relación al socialismo. Primero,
¿es intrínsecamente deseable? El experimento teórico del camping prueba que
sí. Y, en segundo lugar, habría que preguntarse, ¿es factible? Sobre esto habría
menos claridad. Él cree que es posible, pero no está seguro de ello.
Mucha gente cree que el socialismo es un imposible. Ante esto, Cohen
responde nuevamente que incluso si no fuera factible, seguiría siendo
intrínsecamente deseable y sería la mejor manera para nosotros de vivir
juntos en comunidad. Si es que algo es factible o no, no tiene relación con la
pregunta de si es o no intrínsecamente deseable. Si es que es posible o no
alcanzar algo no tiene relación con que ese algo valga la pena, en sí mismo,
tener o alcanzar. En el supuesto de que algo es posible, basta preguntarse, ¿lo
querríamos? O si es posible de obtener, ¿lo querríamos? Y Cohen piensa que
él nos demostró que todos nosotros querríamos el socialismo.
En un trabajo anterior, Cohen ilustra esto con una analogía. Imagina que
encuentras unas uvas. Supón que, además, de alguna manera, sabes que son las
mejores uvas del mundo. Así, si las comes, vas a encontrar que tienen un sabor
notoriamente mejor que cualquier otra uva. Sin embargo, imagina que, por el
contrario, las uvas están muy lejos de tu alcance. Esto último no hace a las
uvas intrínsecamente menos deseables.[24]
El hecho de que las uvas sean
inalcanzables no las hace menos deseables o deliciosas. ¡Siguen siendo las
mejores uvas! Solo implica que las mejores uvas que puedes alcanzar no son
las mejores uvas que existen.
En nombre de Cohen, defenderé este punto pidiendo prestado (y modificando)
un ejemplo similar del filósofo David Estlund.[25]
Supongamos que nos vamos
de picnic. A la distancia vemos un cerro que es perfecto para ir. Desde acá
podemos decir que no existe otro lugar mejor; es mucho mejor que donde
estamos. Sin embargo, es difícil, imposible, o simplemente muy difícil llegar
allá. Supongamos, por ejemplo, que para llegar a él debemos cruzar un largo
desfiladero, un lugar lleno de zarzamoras y un pantano lleno de cocodrilos.
Supongamos, además, que existe una neblina mágica que rodea el cerro. Esta
neblina transforma a la gente moralmente imperfecta, como tú y yo, en zombies
asesinos, pero no hace lo mismo con la gente perfecta y virtuosa.[26]
A ella no
la afecta. Ante tales obstáculos, no deberíamos molestarnos en siquiera
intentar llegar a ese lugar perfecto e ideal para el picnic. Sin embargo, ninguno
de estos obstáculos hace al lugar menos ideal o menos deseable en sí mismo.
Es y sigue siendo el mejor lugar al cual podemos aspirar. Si pudiésemos llegar
a él, sin sufrir todo lo que sufriríamos en el intento, deberíamos intentarlo.
Una última analogía al razonamiento de Cohen. Imagina que estás en un
mercado de autos deportivos. Puedes elegir entre el modelo 2013 del
Chevrolet Camaro ZL1 o el 2012 BMW M6. La revista experta en autos, Car
and Magazine, dice que «el BMW es el mejor auto en casi todas las
dimensiones».[27]
Dice que es el mejor auto, y punto. Sin embargo, te
recomiendan comprar el ZL1 en vez del BMW. Concluyen: «el BMW es
superior en casi todo. Pero el XL1 tiene más de la mitad del estilo que el
BMW a mucho menos de la mitad del precio».[28]
En resumen, el Camaro es
mejor auto a ese precio, pero el BMW es intrínsecamente un mejor auto. El
BMW no ha dejado de perder su condición de «más deseable». Si tuvieses la
posibilidad de obtener cualquier auto gratis, deberías elegir el BMW.
Y ese es principalmente el punto de Cohen. Si podemos lograr hacer que el
socialismo funcione y la transición a él no sea lo suficientemente costosa, es
entonces obvio que optaríamos por él. Por lo tanto, concluye, el socialismo es
moralmente superior al capitalismo.
Vamos ahora a la pregunta acerca de si el socialismo es factible o no. Muchos
economistas están convencidos de que el socialismo no funciona. Explicaré
por qué.
Todo sistema económico necesita de tres elementos para funcionar.[29]
Primero,
necesita información –necesita alguna manera de coordinar las acciones de la
gente, el sugerirle qué hacer teniendo en cuenta lo que otros están haciendo–.
Segundo, necesita incentivos –necesita de alguna manera inducir a la gente a
actuar de acuerdo a la información que recibe–. Tercero, debido a que la gente
se equivoca, todo sistema económico necesita aprendizaje –un proceso
mediante el cual la gente responda cada vez mejor en función de la
información e incentivos que recibe–.
Cuando los economistas sostienen que el socialismo no funciona o no es
factible, citan dos razones. Primero, la más común, es que esto ocurre debido
a un problema de incentivos. El socialismo sería inviable por el problema
moral de los seres humanos. Al tener tanto poder, los gobiernos socialistas
son objeto de deseo para los sociópatas asesinos y hambrientos de poder.
Además, el socialismo también fallaría al no poder motivar a la gente egoísta
a trabajar por el bien de los demás. En la práctica, el lema «cada uno según
sus capacidades y para cada uno según sus necesidades» falla en explotar los
talentos de las personas y, a su vez, en responder a sus necesidades. Pero si la
gente fuese virtuosa, no serían corrompidos ni tentados por el poder y, además,
trabajarían por el bien común sin demandar reconocimientos o premios extra.
Los economistas, al explicar esto, obviamente, no usan un lenguaje moral, solo
se limitan a decir que la mayoría de la gente no es lo suficientemente altruista
como para hacer funcionar las instituciones del socialismo.
El otro argumento que explicaría la inviabilidad del socialismo es el problema
de la información, un problema poco familiar si es que no se tienen estudios
de economía. Los economistas argumentan que el socialismo fracasa porque es
imposible que los planificadores del sistema económico socialista logren
obtener y procesar toda la información necesaria para hacer funcionar un
sistema económico. El socialismo fracasa, entonces, debido a nuestras
limitaciones cognitivas.
En teoría económica, el debate sobre el «problema del cálculo económico» o
«problema del conocimiento» sostiene que en las sociedades de gran escala es
prácticamente imposible hacer buenas planificaciones sin precios de mercado
o algún sustituto de ellos. Los precios de mercado no son, como comúnmente
cree la gente, precios arbitrarios fijados por comerciantes caprichosos.[30]
Son,
más bien, una función, un resultado de la oferta y la demanda. Los precios de
mercado transmiten información acerca de la escasez de los productos en
relación a la demanda que existe por ellos y, por lo tanto, le indican a
productores y consumidores cómo ajustar su comportamiento ante las
necesidades y deseos de otra gente.
Así, por ejemplo, si más industrias empiezan a comprar aluminio, los
vendedores de aluminio van a intentar subir sus precios. Cuando la Coca-Cola
nota que el precio del aluminio está subiendo buscará una manera de usar
menos aluminio en su producción. De hecho, las latas de bebida usan mucho
menos aluminio que hace cuarenta años, pero tienen un diseño mucho mejor
que les permite apilarse a gran altura a pesar de tener ahora mucho menos
metal. Esto no es porque los ejecutivos de la empresa Coca-Cola sean
ecologistas, sino porque ellos sabían que iban a obtener más utilidades si
lograban reducir sus costos. Otra situación: hay un corte de electricidad y
corres para abastecerte de hielo y mantener tu cerveza fría. Sin embargo, al
llegar al almacén, te das cuenta de que el hielo es ahora escaso y lo están
vendiendo a un precio mucho mayor.[31]
Probablemente decidas que no vale tanto la pena comprar hielo para tu
cerveza. De lo que no te darás cuenta es de que estarás dejando hielo libre
para que lo compre el diabético, quien sí lo valorará a precios mayores
debido a que debe mantener en frío su insulina. Tal como está escrito en los
libros de texto de economía, los precios de mercado aseguran que los bienes
se usen donde son más valorados.
Considera un objeto tan simple como un lápiz. Quizás no lo has pensado, pero
literalmente millones de personas han trabajado para producir ese lápiz,
aunque solo algunas se han dado cuenta de que han estado produciendo
justamente eso. El trabajador de la mina de hierro que fabricó las bolas de
metal que, a su vez, muelen el grafito y arcilla utilizado en la fabricación de un
lápiz, no tiene la más remota idea de su aporte en la elaboración de lápices.
Así es como los precios de mercado hacen que millones de personas trabajen
conjuntamente para producir un simple lápiz.
Pocas personas, con excepción de los economistas académicos, entienden qué
son los precios, cómo transmiten y transportan información y cómo ellos
mismos coordinan a millones de personas para que trabajen conjuntamente.
Sin embargo, la real magia de los precios es que nos ayudan a trabajar
conjuntamente sin que tengamos idea de lo que significan. Es decir, la gente no
necesita entender cómo funciona el mercado para hacer al mismo mercado
funcionar.
El socialismo prescinde de la economía de mercado y, por lo tanto, de los
precios libres. Sin embargo, nadie puede hacer funcionar una economía sin
información, de manera que el socialismo necesita un sustituto para los
precios de mercado. De acuerdo al debate llamado «Problema del Cálculo
Socialista», las economías socialistas de gran escala no funcionan, y ni
siquiera funcionarían en el caso en que todos estuviesen lo suficientemente
motivados para trabajar, porque no existen buenos sustitutos de los precios
para el planificador central. El problema de planificar un sistema económico
es extremadamente complejo.[32]
A diferencia de muchos marxistas, Cohen acepta y cree en la sensatez de la
«ciencia económica burguesa».[33]
Los marxistas, por el contrario, insisten en
que el socialismo sería mucho más eficiente y productivo que el capitalismo.
Cohen concede el punto de que esta última batalla la ganó el capitalismo.
Cohen, sin embargo, está más influenciado por la crítica moral que Marx le
hace al capitalismo que por la crítica económica de este último.[34]
Cohen cree
que el Problema del Cálculo Socialista arroja serias dudas sobre la real
factibilidad del socialismo,[35]
sin embargo, incluso considerando al
socialismo como inviable, quizás un «socialismo de mercado» –un híbrido
entre capitalismo y socialismo– podría ser factible. Al menos, Cohen afirma,
aún no sabemos si el socialismo de mercado es efectivamente imposible.
Cohen termina su defensa del socialismo citando el trabajo del analista
político Joseph Carens, quien dice que el socialismo de mercado puede
combinar los principios distributivos del socialismo con el poder de
recolección de información que entrega el capitalismo.[36]
En el esquema
presentado por Carens, los medios de producción no son privados, sino
colectivos, pero quienes los manejan, los gerentes, compiten en el mercado.
Las utilidades se reparten entre todos. Si bien Cohen reconoce que muy pocos
economistas han sido convencidos por los argumentos de Carens, no trata de
solucionar las críticas existentes.
En resumen: el camping socialista es una maravilla y el camping capitalista, un
horror. Sería mucho mejor si es que, de alguna manera, pudiésemos hacer que
el mundo entero fuese como el camping socialista. Esto nos demuestra que el
socialismo es inherente y moralmente superior al capitalismo,
independientemente del tipo de socialismo que sea realmente factible llevar a
cabo. Incluso si el socialismo puro no es factible en sociedades de gran
escala, tiene que existir algún tipo de socialismo que lo sea. Finalmente,
Cohen nos pide que no perdamos la esperanza, concluyendo que «todo
mercado… es un sistema depredador y nuestro intento de ir más allá de este
sistema ha fallado. No creo que la conclusión correcta sea rendirnos».[37]
LA FUERZA DEL ARGUMENTO
Cohen parece tener una simple y poderosa prueba de las siguientes
afirmaciones:
1. El socialismo es intrínsecamente más deseable que el capitalismo. Si
pudiésemos hacer que el socialismo funcionase bien, lo querríamos y
elegiríamos.
2. Si seguimos atascados con el capitalismo es porque somos
extremadamente obstinados o, simplemente, demasiado estúpidos como
para proponer algo mejor.
3. El capitalismo solo funciona porque organiza –e incluso exacerba–
nuestro egoísmo, miedo y codicia.
En resumen, estamos haciendo bien al sospechar del capitalismo. Cohen cree
habernos demostrado que, en lo más profundo, todos compartimos su
repugnancia al mercado.
Eso no significa, sin embargo, que pensemos exactamente igual que Cohen.
Podemos no estar de acuerdo en cuán cerca se puede llegar al socialismo
puro. Es posible ser más pesimista en cuanto a las posibilidades del
socialismo real.
Yo hago leer el libro de Cohen en cursos introductorios de economía política y
filosofía política al menos una vez al año. A pesar de que pocos de mis
alumnos se identifican como socialistas y, por lo general, son partidarios de un
estado de bienestar capitalista por sobre el socialismo, ni uno solo de ellos,
alumnos de las Universidades de Brown y Georgetown –fantásticamente
brillantes– ha elaborado un buen argumento contra Cohen.
La mayoría de ellos señalan, «claro, seguro, supongo que sería mejor si todos
viviésemos como la gente del camping socialista, pero la gente real
simplemente no es así». La respuesta de Cohen a esto, les digo en clases, sería
que quizás la gente no sería así de «mala» si el capitalismo no hubiese
amplificado sus impulsos egoístas. Sin embargo, incluso si la gente fuese por
naturaleza demasiado egoísta para la viabilidad del socialismo, todo lo que
Cohen quiere es que los estudiantes estén de acuerdo con que sería mejor si
todos viviéramos como la gente del camping socialista. Argumentar que la
gente simplemente «no es así» es, en palabras de Cohen, una defensa de facto
y no normativa de la desigualdad.[38]
(Una defensa de facto describe cómo las
cosas son, una defensa normativa describe como las cosas deberían o no
deberían ser.)
Como resume Cohen:
Una prominente defensa de facto de la desigualdad es aquella que
sostiene que es fruto del egoísmo humano, una característica natural e
imposible de erradicar. Esta señala que la desigualdad es fruto de algo
tan natural como el pecado y, desde la mirada cristiana, el pecado
original: la gente es por naturaleza egoísta, sea esto malo o no, como ser
pecador; de la misma forma, la desigualdad es el resultado del egoísmo,
sea la desigualdad justa o no.[39]
Cohen está en lo cierto: esto no es una justificación moral de la desigualdad.
Es meramente una aseveración empírica de que la desigualdad es inevitable.
Otras veces reflexionan los alumnos, «tú no puedes juzgar a la naturaleza
humana, que no puede ser buena ni mala. Simplemente es». Aunque son pocos
los que piensan así, Cohen les diría «si tuvieras la varita mágica capaz de
volver a la gente menos codiciosa, depredadora y desagradable, y la hiciese
más agradable, amorosa y generosa, la usarías. Eso demuestra que estás
realmente juzgando la naturaleza humana».
También señalan algunas veces los alumnos: «pero yo no voy a estar dispuesto
a trabajar así de duro para el resto si es que no recibo alguna compensación o
pago extra». Ante esto, les recuerdo que Cohen no busca que cierta gente
trabaje para mantener a otros en la ociosidad gracias al esfuerzo de los
primeros. A diferencia de lo que alegan ciertos críticos del marxismo,
marxistas como Cohen no sostienen que los talentosos deban ser esclavos del
resto, los ociosos. En la sociedad ideal que Cohen elabora, todos trabajan
igualmente arduo y todos reciben igual premio o recompensa por ello. Sin
embargo, todavía ciertos estudiantes se resisten y dicen que no se sentirían
motivados para trabajar en un esquema como ese. Les digo que la respuesta de
Cohen sería que eso demuestra que son egoístas e injustos. Cohen no está
intentando ser odioso con los alumnos, ya que él mismo se reconoce también
como egoísta e injusto.
Otros estudiantes han dicho que ellos no creen que deberían ser forzados a
tratar a todo el mundo como si fueran sus amigos. Sin embargo, Cohen no está
diciendo eso, sino que señala que si es que fuésemos perfectamente buenos y
justos, simplemente querríamos tratar a todo el mundo como si fueran nuestros
amigos. En un mundo perfectamente justo, el socialismo de Cohen sería
voluntario. El ideal socialista de Cohen no es la Unión Soviética, sino que un
socialismo anárquico, donde no se necesita la fuerza coercitiva de un gobierno
para hacerlo funcionar.
Para mi sorpresa, la mayoría de mis colegas economistas y filósofos con ideas
pro-mercado no tienen objeciones más importantes a Cohen que las de mis
estudiantes. Ellos dirían que Cohen está simplemente argumentando que el
mundo entero debería comportarse como una familia, lo que obviamente es
imposible porque los seres humanos no tenemos tal capacidad de amor.[40]
Quizás empezarían a recitar entonces la literatura de «economía institucional»
o a argumentar que la justicia tiene que ver con lidiar con nuestras
imperfecciones como seres humanos, no imaginar que estas no existen. Muchos
de ellos desestimarían a Cohen por ser extremadamente utópico.[41]
¡Pero estas no son objeciones! Es exactamente estar de acuerdo con Cohen,
pero disfrazando el argumento como un desacuerdo.
Decir que Cohen es demasiado utópico es aceptar el argumento de Cohen. Se
le concede la superioridad moral a Cohen y así su principal conclusión, que el
capitalismo funciona mejor solo porque, como el mismo Cohen dice, hay una
«tecnología social»[42]
que apela a nuestros «impulsos más básicos para
producir efectos económicos».[43]
Concede el argumento de que el mercado
«recluta impulsos poco nobles del ser humano para conseguir fines más
deseables».[44]
No se hace cargo del ataque de Cohen al mercado como
«intrínsecamente repugnante».[45]
Desestimar el socialismo porque es un
sistema extremadamente utópico es decir que es lo mejor, pero inalcanzable.
Cohen requiere otra clase de contraargumento.
Desde mi punto de vista, el argumento de Cohen cae de forma dramática. En el
siguiente capítulo –El Club del Ratón Mickey como defensa del capitalismo:
una parodia– voy a llevar a cabo un cierto aikido filosófico. V
oy a desarrollar
una parodia del argumento de Cohen para demostrar, contrariamente a su idea,
que el capitalismo es intrínsecamente más deseable que el socialismo. El
capítulo dos parodia a Cohen imitando la misma estructura, formato y tono de
su argumento. Sin embargo, mientras Cohen describe un camping socialista
ideal, yo describo una sociedad capitalista ideal, tal cual es representada en el
show para niños El Club del ratón Mickey, dibujos animados del canal
Disney para niños. Copio, de hecho, el argumento de Cohen, pero lo invierto
para obtener el resultado opuesto.
Parte de mi objetivo es exponer –a través de una parodia– que el argumento de
Cohen para justificar el socialismo es una falacia. Cuando se ve cuán fácil es
dar vuelta el argumento de Cohen para producir un argumento aún mejor para
defender el capitalismo, se ve claramente cuán débil es. V
oy a explicar su
defecto principal en el tercer capítulo, aunque existe una alta probabilidad de
que se reconozca antes.
Sin embargo, no hago una parodia para reducir al absurdo el argumento de
Cohen. No voy a decir que el argumento de Cohen está mal y nada más, sino
que hago este ejercicio para justificar el intrínseco valor moral del
capitalismo. A diferencia de lo que dice Cohen, el capitalismo no es un
sistema social en el cual estamos atrapados porque el ser humano es
demasiado egoísta, codicioso o temeroso para hacer funcionar el socialismo.
Incluso considerando la situación hipotética de que toda la gente tuviese
motivaciones perfectamente virtuosas, seguiríamos teniendo razones para
preferir el capitalismo. El capitalismo no es simplemente un ejercicio de
mejor ciencia económica que el socialismo debido a nuestra realidad humana.
Más bien, incluso teorizando utópicamente, el capitalismo ocupa el primer
lugar moral.
Reconozco que el título de este libro, Capitalismo, ¿por qué no?, puede
parecer algo raro para cualquier lector occidental. Después de todo, tenemos
capitalismo en abundancia, quizás ahora más que nunca antes en la historia. Mi
esperanza es que su doble significado tenga sentido ahora, al final del primer
capítulo. El título, obviamente, señala que es una réplica directa al popular
libro de Cohen Socialismo, ¿por qué no? Pero igualmente quería plantear esta
pregunta de una manera más general de lo que se hace comúnmente y, de modo
más específico, como una pregunta moral más que económica. Así, en el
capítulo que sigue intento responder la pregunta en términos morales,
argumentando que la mejor sociedad posible es una sociedad capitalista.
El Club del Ratón Mickey como defensa del capitalismo: una parodia
DOS
UNA NOTA A LOS LECTORES
Esto, como dije, es una parodia del libro de G. A. Cohen Socialismo, ¿por
qué no? V
oy a replicar sus mismos estilo, dicción, fraseo, formato y estructura
argumentativa. Gran parte del tiempo estaré directamente parafraseando o
citando a Cohen.
V
oy a escribir con el mismo rigor y profundidad filosófica que él. El libro de
Cohen no es un tratado: tampoco lo es este capítulo. Cohen no toma en cuenta
ni tampoco derrota todos los posibles contraargumentos. Yo tampoco.
Cohen utiliza el experimento teórico de un camping socialista para argumentar
que el socialismo es mejor que el capitalismo. V
oy a seguir el estilo
argumentativo de Cohen, aunque usando el Pueblo imaginario del Club del
Ratón Mickey para argumentar que el capitalismo es mejor que el socialismo.
No estoy hablando del viejo Club del Ratón Mickey ―el programa en blanco
y negro de la década de los 50― sino del reciente Club del Ratón Mickey,[46]
dibujos animados digitales (CGI es su sigla en inglés) del Canal Disney para
niños.
Si eres socialista es probable que encuentres algo estúpido o sin sentido este
capítulo. No hay que desesperar: lo discutiremos más profundamente en los
capítulos tres y cuatro.
Mi objetivo acá no es simplemente exponer, vía una parodia, que el argumento
de Cohen en defensa del socialismo está errado. Aunque su argumento es falaz,
es respetable y está bien desarrollado. Este último legado de Cohen ―este
último resultado de su vida entera en defensa del socialismo― nos ayudará
finalmente a demostrar que la sociedad intrínsecamente superior, desde un
punto de vista moral, es capitalista. Cohen se hizo famoso en parte por su
crítica al filósofo libertario Robert Nozick.[47]
En el cuarto capítulo voy a
explicar otro legado del trabajo de Cohen, que consiste en demostrar que
Nozick estaba básicamente en lo cierto en cuanto a la naturaleza de una utopía.
CAPITALISMO, ¿POR QUÉ NO?
LA PREGUNTA del título de este libro no se eligió por una cuestión retórica.
Primero, empiezo este capítulo presentando lo que yo creo es un argumento
persuasivo y preliminar en defensa del capitalismo. Después me pregunto por
qué este argumento podría ser considerado meramente como preliminar, y por
qué, finalmente, podría ser «derrotado»: intentaré ver cuánto puede aportar
este argumento preliminar en reflexiones más profundas.
Para resumir más detalladamente: en la primera parte describo el contexto, el
llamado Club del Ratón Mickey. En éste creo que la mayoría de la gente
preferiría el capitalismo por sobre cualquier otra alternativa posible. La
segunda parte especifica los cinco principios –comunidad voluntaria, respeto,
reciprocidad, justicia social y beneficencia– que son respetados en el Pueblo
del Club del Ratón Mickey. Son principios cuyo cumplimiento explican, creo,
por qué es atractivo su modo de organización. En la tercera parte cuestiono si
es que esos principios hacen (socialmente) al capitalismo como deseable,
pero también me pregunto luego, en la cuarta parte, acaso si el capitalismo es
factible. Esto último lo hago discutiendo las dificultades que enfrenta el
promover los principios del capitalismo en el mundo entero, de manera
permanente –y no solo en pequeña escala, como lo sería en el Club del Ratón
Mickey–. La quinta parte es un breve cierre.
I
EL PUEBLO DEL CLUB DEL RATÓN MICKEY
El ratón Mickey y Minnie, el Pato Donald y Daisy, Tribilín, la Vaca
Clarabella, Pete (un gato) y el profesor Giro Sintornillos y muchos otros
personajes viven juntos en un Pueblo. No existe jerarquía entre ellos.[48]
Si
bien cada uno tiene proyectos separados y diferentes, también tienen objetivos
comunes, como el esperar que cada uno se sienta realizado en su vida y tenga
un buen pasar haciendo, en la medida de los posible, la clase de proyectos que
prefieran o que le encuentren sentido. Algunos de estos proyectos los hacen en
conjunto, otros de manera separada.
Tienen distintas facilidades para llevar a cabo diferentes proyectos. Por
ejemplo, existen espacios comunes como lugares donde hacer carreras,
anfiteatros y parques. Hacen uso de estas instalaciones de manera colectiva, ya
que están de acuerdo de manera clara acerca de quién, cuándo, por qué y bajo
qué circunstancias las usan.
Hay también espacios y bienes privados. El ratón Mickey tiene una casa club
que comparte con sus amigos. Minnie tiene una Bowtique, donde fabrica y
vende cintas de tela. La Vaca Clarabella tiene un mercado y una fábrica de
tortas. El Pato Donald y Willie el Gigante tienen un campo. El profesor
Sintornillos ha creado y es dueño de diferentes inventos, incluyendo una
máquina del tiempo y otra máquina nanotecnológica.
Hay diferencias entre todos los habitantes del Pueblo, pero su comprensión
mutua y buena voluntad aseguran que no existan objeciones de principios de
parte de nadie.
En el Pueblo cada uno hace lo que le corresponde. Todos trabajan duro para
aportar al bienestar social. Cada uno intercambia producto por producto. Cada
uno es libre de llevar su vida según lo que piense, sin tener que preguntarle
nada a los demás. Al mismo tiempo, todos los habitantes son extremadamente
amables. Si alguien tiene alguna necesidad insatisfecha, el resto «hace cola»
para ayudarlo. No hay la más mínima violencia ni amenazas de esta –el uso de
la fuerza no es necesaria para mantener el orden–.
¡Pero la vida del Pueblo no es solo trabajo! Los habitantes pasan gran parte
del tiempo entreteniéndose. Disfrutan tanto de juegos para distraerse como de
deportes competitivos; además, dan paseos y hacen arte y música. Todas estas
actividades las realizan solos, en pequeños grupos e incluso todos juntos.
Cuando hay la mala suerte –por ejemplo, cuando hay que enseñarle a volar a
los patos pequeños, cuando algún dragón recién nacido se pierde, cuando la
máquina Tick Tock convierte a la mitad de los habitantes en bebés o cuando un
derrame de Gooey Goo crea cinco copias de Tribilín– los habitantes se unen
felizmente para resolver el problema, de manera que cada uno aporta sus
diferentes talentos y habilidades.
Los habitantes del Pueblo del Club del Ratón Mickey cooperan con el deseo
común de que cada uno tenga la libertad y los recursos para elegir y
desarrollar su propio proyecto de vida. Todos operan bajo los principios de
mutua comprensión, tolerancia y respeto. Viven de manera feliz, sin envidia,
felices de intercambiar sus productos, de entregar y compartir, de ayudar a
quienes lo necesitan y nunca tienen la intención de vivir gratis ni de buscar la
oportunidad para no aportar o ayudar cuando se requiere. Tampoco intentan
aprovecharse de nada; menos coaccionar o subyugar a cualquier otra persona.
Sin embargo, es posible imaginar esta misma versión del Pueblo del Club del
Ratón Mickey en donde –como en el socialismo– el colectivo (o su
representante, el gobierno socialista) reivindica sus derechos sobre toda la
tierra y maquinarias, o sobre todos los cuerpos, mentes y talentos de las
personas.[49]
Es posible imaginar que el colectivo o el gobierno socialista
decida a quién se le permite, por ejemplo, usar globos con gas o los colores
de las amarras para el pelo que Minnie fabrique, o quién y cuándo va a hacer
tal o cual trabajo, o si los órganos de una persona deben ser extraídos y
entregados a otra. El Pueblo del Club del Ratón Mickey se podría basar
también en los principios socialistas de trabajo y en los derechos de
propiedad estrictamente colectivos para todos los bienes.
Ahora, la mayoría de los habitantes odiarían esto último. Probablemente
nosotros mismos no dejaríamos a nuestros hijos ver un programa de televisión
así. La mayoría de la gente se sentiría más atraída por la primera versión del
Pueblo, especialmente por el compañerismo existente pero también, y es
importante tenerlo en cuenta, por razones de eficiencia. (Tengo en mente la
exorbitante dificultad de intentar tener un pequeño directorio de planificadores
centrales determinando qué es lo necesario hacer y cómo hacerlo.) Y esto
significa que la mayoría de la gente se siente atraída por el ideal capitalista, al
menos bajo ciertas restricciones.
Para reforzar este punto, considera lo que ocurriría si es que los habitantes
dejaran de actuar como capitalistas y empezaran a comportarse como
socialistas:
1. El Pato Donald decide y logra nacionalizar y controlar por la fuerza
todas las tierras de cultivo, matando a millones de personas en el
proceso y causando una hambruna que mata a diez millones más. Usa
tácticas terroríficas para lograr y afirmar su control. Dice
«volveremos al terrorismo, y será un terrorismo económico».[50]
El
resto de los habitantes se quejan temerosos y en silencio (cuando
están seguros de que nadie los espía): «¡Por Dios! ¡Donald, no seas
idiota! ¡No entiendes cuánto significan estas tierras para nosotros y
el rol que cumplen en nuestras vidas! ¡No sabes además cómo
hacerlas productivas y menos qué y cómo cultivarlas! ¡Por favor
termina de vernos a nosotros, los agricultores, como enemigos del
Estado!».
2. Las cosas no salen tan bien como el Pato Donald había planeado y el
resto de los habitantes empiezan a oponerle resistencia. Tribilín
reprime a los rebeldes construyendo gulags en las partes más frías
del país Disney World y envía ahí a quien se considere como
enemigo para que sea sometido a torturas y trabajo forzado hasta la
muerte. Los prisioneros reciben raciones de comida insuficientes
para obtener la energía necesaria que demandan las cuotas de trabajo
exigidas. Además, la regla del gulag es que, a menor trabajo, menor
es la ración de comida. Así, los cuerpos de los prisioneros se
debilitan entre tanto esfuerzo y hambre, sus dedos se tornan negros
debido al congelamiento y sus huesos se quiebran fácilmente por el
escorbuto. Uno de los prisioneros piensa, durante su segundo día en
el gulag, «esto es insoportable, ¿o será algo a lo cual podré
sobrevivir? ... ¿Cómo será poder descansar?»[51]
Muchos prisioneros
deciden cortarse los pies –deciden preferir morir enfermos en el
gulag que trabajar hasta la muerte en el campo o en minas–. Muchos
se convierten en los que los otros prisioneros llaman «los
desahuciados» o «los come-basura» –presos que se vuelven locos
por el hambre y el estrés, que deambulan por la prisión comiendo
mierda, suciedades y desperdicios–. Solo un grupo logra florecer en
el gulag de Tribilin: los urkas, una pandilla criminal cuyos
miembros «se tatúan monos masturbándose y a quienes sus mujeres
los ayudan en sus violaciones a monjas y políticas» y a quienes el
«gulag oficialmente designa» como «Elementos Socialmente
Amigos».[52]
3. El Ratón Mickey prohíbe la libre expresión, destruye toda oposición
política y se autodesigna como presidente vitalicio. Se vuelve cada
vez más paranoico, a tal punto que llega a matar a casi todos los
miembros del partido gobernante, para así afirmar su control. Decide
que todo aquel que tenga educación (con excepción de él y sus
consejeros, como el profesor Sintornillos) es un enemigo del Estado
y debe ser asesinado. Se vuelve muy vanidoso. Por ejemplo, durante
sus discursos mata a la primera persona que deja de aplaudir.
Publica un libro llamado Breve Curso sobre la Historia de la
Revolución en Disneyworld. El libro es muy leído y la gente lo usa
como un manual para no ser arrestado.[53]
El Ratón Mickey dice:
«Apoyamos el terror organizado –esto tiene que ser admitido…
nuestro objetivo es pelear contra los enemigos del … Gobierno…
Nosotros juzgamos rápidamente. En la mayoría de los casos, solo un
día separa la captura de la sentencia de algún criminal. En casi la
totalidad de los casos, al ser enfrentados a la evidencia los
criminales confiesan–».[54]
La Vaca Clarabella ayuda al Ratón
Mickey creando una policía secreta que espía a todos los habitantes
del Pueblo. En poco tiempo, los habitantes empiezan a mentir acerca
de sus vecinos. Señalan, por ejemplo, que algunos son
contrarrevolucionarios que intentan sabotear la Revolución (al
acusar y entregar a algún vecino se logra obtener cierta confianza y
tiempo). El Profesor Sintornillos ayuda a producir propaganda en
serie de manera de mantener a todos los otros habitantes alineados.
Prohíbe además toda la información que venga desde afuera.
Empieza a mentir sobre los avances de la ciencia, asegurando que la
física y biología socialistas son diferentes de la física y biología
burguesas.
4. Minnie hace planificaciones de la economía del Pueblo para un
plazo de cinco años. En algunas áreas estima que hay que despoblar
todas las ciudades para reinstalar a todos sus habitantes en
comunidades ligadas a la agricultura. En otras áreas fuerza a la gente
a trabajar en grandes fábricas. Esto causa un gran estancamiento
económico, desabastecimiento y largas colas para solicitar ayuda
social. Después de un tiempo, Minnie visita la economía capitalista
de Loony Toons, donde Bugs Bunny le muestra el modelo de casa de
seis piezas loonytooniense, la típica casa que los trabajadores
estaban comprando. Ella se burla diciendo: «Esto es tan
representantivo de la vida del típico trabajador de Loony Toons
como el Taj Mahal lo es de la vida en la India».[55]
Los reporteros
locales están estupefactos –Minnie es una líder, no un trabajador
medio y, sin embargo, no tiene idea de cuán productivo puede ser el
capitalismo–.
Entonces, ¿preferirías vivir en la versión capitalista o en la socialista del
Pueblo del Club del Ratón Mickey? Obviamente nadie quiere vivir con
lauchas, patos, perros y vacas, pero la pregunta no se refiere a si literalmente
quieres vivir con el Ratón Mickey y el Pato Donald. Estoy preguntado otra
cosa: ¿Acaso el capitalismo, donde existe el mutuo respeto y una mutua
amabilidad, donde existen la propiedad privada y colectiva, no es la mejor
manera de organizar un Pueblo, te guste o no el ratón Mickey? ¿No es acaso
obvio que la versión capitalista del Pueblo –como realmente aparece en el
programa de televisión– es extremadamente superior a la versión socialista
del mismo?
Las circunstancias del Pueblo del Club son especiales en diversas
dimensiones: muchas características difieren de las reales circunstancias de la
sociedad moderna. Uno no debería, por lo tanto, inferir del hecho de que un
Pueblo como el recién descrito es posible y deseable, que el capitalismo a
gran escala sea igualmente posible y deseable. Hay demasiadas diferencias
importantes de contexto como para que tal inferencia sea convincente. Lo que
necesitamos saber urgentemente es cuáles son las diferencias que importan y
cómo los capitalistas podrían enfrentarlas. Debido a sus grandes diferencias
con la vida real, el modelo del Pueblo del Club sirve como punto de
referencia para responder a aquellas afirmaciones que califican al capitalismo
como imposible y/o no deseable, ya que en este Pueblo parece eminentemente
posible y deseable.
II
LOS PRINCIPIOS RESPETADOS EN EL PUEBLO DEL CLUB
Los principios morales respetados en el Pueblo del Club son: comunidad
voluntaria, respeto mutuo, reciprocidad, justicia social y beneficencia. Hay
muchos otros principios capitalistas que el Pueblo del Club cumple. Aquí solo
me remitiré a explicar algunos de ellos.
El primer principio respetado es el que llamaremos principio de comunidad
voluntaria. Sostiene que la gente tiene que vivir y cooperar entre sí sin
recurrir a la violencia o a la amenaza de violencia. Sostiene entonces que
todos deben tener «libertad de comunicar, de ser, de ir, de amar y de hacer lo
que quieran sin la imposición de otros».[56]
Bajo este ideal, todas las
interacciones están basadas en el respeto y consentimiento mutuo. Nadie es
obligado o amenazado para que se comporte de buena manera o para que
coopere con otros. Los habitantes son libres de ir y venir. Nadie los obliga,
están ahí voluntariamente.
Ahora, en nuestro mundo real, a diferencia del Pueblo del Club, es común
apoyar el cumplimiento de ciertas reglas con amenazas. Nuestros gobiernos
producen grandes listas de reglas y regulaciones y romperlas implica un costo.
Quizás nos multen, nos encarcelen o incluso nos maten si nos resistimos. De la
misma manera, nosotros mismos nos imponemos amenazas mutuas. Le hacemos
saber al resto que pelearemos si es que somos atacados o que, al menos,
llamaremos a la policía para que lo haga por nosotros.
De manera similar, en nuestro mundo real, comúnmente no estamos de acuerdo
en qué es necesario para que exista justicia: por eso, llevamos esas disputas
morales al campo político. V
otamos y hacemos cumplir el resultado, incluso a
«punta de pistola» como último recurso.
Pero el Pueblo del Club del Ratón Mickey prescinde de estas amenazas de
violencia que permean a nuestra sociedad. Sus habitantes hacen lo correcto
por la razón correcta. No se necesita la maquinaria política. Sus habitantes no
tienen nuestras imperfecciones morales. Ellos conocen las exigencias de
justicia y moral y están siempre dispuestos a cumplirlas. Las pocas veces que
tienen disputas –muy poco importantes– basta una breve conversación sobre
ética para hacerles ver la luz. Así, por ejemplo, si el Pato Donald se vuelve
extremadamente competitivo durante una carrera de globos, Mickey solo
necesita recordarle que el punto no es ganar a toda costa, sino solo pasarlo
bien.
El segundo principio que se sigue en el Pueblo es el de respeto mutuo. Este
principio cubre un amplio rango de comportamientos. Todos los habitantes se
toleran los unos a los otros y sus diferencias en gustos y actitudes. Esto no se
refiere a la tolerancia tipo consigna «vive y deja vivir», sino en una forma de
tolerancia mucho más fuerte, una mediante la cual los habitantes disfrutan de la
existencia de las diversas experiencias y perspectivas de vida que existen. Los
habitantes deciden cómo vivir sus vidas por sí mismos, pero indirectamente a
través de ver las vidas que llevan los otros. La diversidad que existe en el
Pueblo del Club enriquece la vida de todas las personas.
Todos los habitantes permiten que cada uno tenga y busque su propia visión de
la vida. Nadie interfiere en los proyectos de otros, lo que no significa que se
mantengan distantes, apocados o poco amigables. Todo lo contrario, están
siempre dispuestos a darle una mano a quien lo necesite.
Hay libertad para ser decir lo que uno piensa, para asistir o no a misa, para
trabajar y emprender cuando a uno le guste, para amar a quien uno quiera,
siempre y cuando no se violen los derechos de otras personas. Así, por
ejemplo, mientras muchos países de nuestro mundo real prohíben los
matrimonios interraciales, ningún habitante del pueblo del Club tendría
problemas con el matrimonio del Perro Tribilín con la Vaca Clarabella.
Parte de lo que significa el respetarse mutuamente es creer que cada persona
tiene importancia en sí misma. Mientras la gente esté feliz de usar sus talentos
por el bien de otros y, en ese sentido, vean el talento de cada uno como un
regalo común, nunca sacrificarían a otra persona en pos del bien colectivo.
Esto es muy diferente de nuestro mundo real, en donde frecuentemente nos
vemos mutuamente como herramientas a ser explotadas por bienes colectivos.
(Por ejemplo, ante la pregunta de cuánta gente estaría dispuesta a matar,
durante la Revolución, para lograr sus objetivos favoritos, un prominente
filósofo marxista respondió sin pestañear: «10%».[57]
Es esta demoníaca y
antisocial conducta la que no encontramos entre los habitantes del Pueblo).
El tercer principio respetado en el Pueblo es el de reciprocidad. A pesar de
que todos los habitantes dan una mano de ayuda a quienes lo necesitan (como
lo explicaré abajo), no se presentan los unos a otros como criaturas en
necesidad. Más bien, ellos se encuentran e intercambian bienes en todas sus
relaciones.
Referirse a los habitantes como personas que viven transando puede hacer
pensar que sean malvados, calculadores, o que están siempre intentando
obtener cualquier cosa como ganancia, tal cual vemos gente en sociedades
reales como Cuba o Corea del Norte. Sin embargo, no es así. La gente del
Pueblo está orgullosa de lo que tienen para ofrecerse mutuamente. Las
personas están orgullosas de que cada uno represente un beneficio neto para la
sociedad en donde vive y para el resto de las personas con quienes se
relacionan. Están orgullosas de que el Pueblo esté mejor con ellos que sin
ellos. Cada uno tiene algo que ofrecer –y no debido a la suerte, sino porque
ellos continuamente eligen ser ese alguien que tiene ese algo que ofrecer–.
En parte producen porque ser productivos es sinónimo de excelencia y en
parte porque tienen el espíritu de compromiso. Sienten la satisfacción de
poder servir al otro. Ellos sirven y desean ser servidos en recompensa, pero
no sirven al resto solo en función de ser servidos en el futuro.
Los habitantes demuestran entonces ser grandes virtuosos en materias cívicas,
entendidas estas como la disposición y habilidad para servir en función del
bien común. Reconocen que, gracias a su especialización en diferentes tareas y
el intercambio, pueden crear un gran sistema de cooperación que hace más
probable que cada uno logre la forma de vida que busca. Están dispuestos a
dar tanto como a recibir. Cada uno de ellos gana al vivir en el Pueblo, pero el
Pueblo a su vez gana de cada uno de ellos. Han moldeado su sociedad de
manera que se convierta en lo que los economistas llamarían un «juego de
suma positiva», es decir, una sociedad –un juego– en la cual todos los
participantes son ganadores.
Esto nos lleva al cuarto principio respetado, el principio de justicia social.
Este principio quiere decir que los habitantes viven bajo un conjunto de reglas
diseñadas para asegurar que nadie, por falla propia, viva una vida que no sea,
a lo menos, decente. Las normas que rigen el intercambio, la propiedad
privada, el respeto mutuo, etc., aseguran que todos tengan las suficientes
oportunidades y la suficiente riqueza y libertad para tener la posibilidad de
vivir bajo la concepción de vida que cada uno estime como buena.
En la vida real, muchas veces intentamos lograr objetivos mediante la vía
coercitiva –por ejemplo, permitiendo que el gobierno controle y provea
ciertos servicios o que recolecte impuestos entre los más ricos para
entregárselo a los menos afortunados–. Quizás los mismos habitantes del
Pueblo, en circunstancias extremas, prefieran aceptar semejante brutal, directo
y antisocial método de lograr justicia social. Sin embargo, los habitantes
prefieren una manera más relajada, indirecta y social de lograrla. Prescinden
del Estado y en su lugar utilizan las instituciones de la sociedad civil para
lograr sus objetivos. Dependen del orden espontáneo de las cosas –es decir,
bajo un correcto sistema institucional como base, emergen los resultados
apropiados como subproducto de las miles de pequeñas interacciones de cada
uno, las cuales no necesitan de un planificador o supervisor para coordinarse
ni llevarse a cabo–.
Finalmente, el quinto principio es el de beneficencia. Cada habitante está
siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesite. Se preocupan los unos de los
otros y, de igual manera, se preocupan de que todos se preocupen los unos de
los otros.
Los habitantes no se hacen objetos de caridad por elección –eso violaría el
espíritu de reciprocidad–. Sin embargo, algunas veces tienen mala suerte,
incluyendo eventos tan extraños que nadie podría prever, como chocar al
aterrizar en Marte, sufrir un ataque de hipo justo antes de empezar un show o
tener que perseguir una pelota que rebota interminablemente. Los habitantes
siempre actuarán en conjunto de manera de asegurar que cualquier crisis de
este tipo sea resuelta.
Esto no significa que sean unos inocentones, fáciles de embaucar y maltratar.
Si Pete fingiera un resfrío solo para obtener algo de la sopa de verduras de
Minnie, el Ratón Mickey y Minnie lo regañarían fuertemente por mentiroso.
En el Pueblo del Club hay muchas diferencias de riqueza. Clarabella parece
tener muchas y diferentes tiendas, mientras que el Pato Donald no tiene ni
siquiera una. Así, ella es cerca de diez veces más rica que Donald. En el
Pueblo, no todos los bienes son públicos. Sin embargo, y a diferencia de
nuestro mundo real, a los habitantes del Pueblo no les importa esto. No son
sedientos de igualdad material. No sufren de envidia, ese sentimiento
socialmente tan destructivo. (Y menos intentarían fabricar una ideología en
función de ella). Entonces, aunque quizás existan grandes diferencias de
riqueza, esto no interfiere con el espíritu de comunidad, amistad, sus
experiencias conjuntas y tampoco con su capacidad para amar y empatizar los
unos con los otros. Para ellos esto es solo otra de las muchas diferencias –de
la misma manera, Donald es mucho mejor bailarín que Tribilín; por su parte,
Minnie tiene más desarrollado el sentido común que Daisy–. Estas diferencias
no los separan. Algo bastante diferente a nuestro mundo real, donde algunas
personas sienten tal envidia y resentimiento por la riqueza de otros que no
pueden formar comunidades con ellos ni con nadie más rico que ellos y donde,
a su vez, existen personas tan arrogantes y carentes de empatía que no pueden
formar una comunidad con gente más pobre que ellos.
Recuerda: a pesar de que todos los habitantes del Pueblo son benevolentes y
benefactores, ellos no fuerzan a otros a actuar de manera benefactora. A pesar
de que están felices de hacer sacrificios personales por el bien común u otro,
no se atreverían a forzarse mutuamente para llevarlos a cabo. Desde su
perspectiva, cada habitante tiene «una inviolabilidad, fundada en la justicia,
acerca de la cual ni siquiera la sociedad como un todo puede hacer caso
omiso».[58]
Aunque todos se ven a sí mismos como personas con el deber de ayudarse
mutuamente, y de hecho lo cumplen con alegría, también sostienen que cada
uno tiene el derecho a existir en sí mismo y, por lo tanto, como cada uno
estime conveniente.
Estos cinco principios son, en alguna medida, antisocialistas. Bajo el
socialismo, como hemos visto, existe cierta preocupación por el otro, pero
esto es solo producto de una actitud que excluye la reciprocidad: la razón más
inmediata detrás de la productividad en una sociedad socialista es (no
siempre, pero sí generalmente) una mezcla de temor y codicia, en
proporciones que varían según la posición política y carácter del individuo.
Es verdad que las personas pueden hacer y, de hecho, se exigen actividades
socialistas que nacen bajo otros motivos (algunos positivos, como aquellos
que nacen de genuinos altruismos; otros negativos, como los deseos de
dominar a otros), pero son los sentimientos de codicia y temor los que en
sociedades socialistas cobran relevancia. Esto se traduce en que sean
canalizados en beneficio de la propia familia y por seguridad de ella.
Incluso cuando uno empieza a preocuparse y a observar alrededor, más allá de
uno mismo, las motivaciones en el socialismo son también avaras y temerosas,
ya que los demás son considerados predominantemente, en el mejor de los
casos, como fuentes posibles de enriquecimiento y, en el peor de los casos,
como amenazas o bocas a las cuales alimentar. Estas son maneras horripilantes
de ver al prójimo: sin embargo, nos hemos habituado a ellas después de más
de un siglo de historia de sociedades socialistas.
En la Unión Soviética, Venezuela o Cuba, la cooperación está basada
principalmente en el temor y la codicia. En sociedades socialistas a las
personas no les preocupa esencialmente el cómo le está yendo a los otros en
sus vidas. Ellos cooperan con los demás no porque ellos crean que ayudar al
prójimo es algo bueno en sí mismo, tampoco porque deseen que el resto
prospere o crezca, sino porque buscan ganar y crecer ellos mismos y ellos
tienen clarísimo que la única forma de hacerlo es cooperando con los demás o,
también, porque les preocupa la posibilidad de ser castigados o asesinados si
es no hacen lo que les dicen. Al momento de intercambiar provisiones dentro
de sociedades socialistas, somos esencialmente indiferentes respecto al
destino del agricultor que nos provee de la comida que comemos: existe un
pequeño, cuando no ausente, sentido de comunidad, respeto o beneficencia
entre nosotros. En este tipo de sistemas es común encontrar gente que simula
que trabaja, así como también gobiernos que simulan que pagan.
III
¿ES EL IDEAL DESEABLE?
Los capitalistas aspiran a extrapolar los principios que estructuran y ordenan
la vida en el Pueblo del Club del Ratón Mickey a una escala mundial. Ante
esta problemática, se ven enfrentados a dos preguntas distintas que
comúnmente, no obstante, no son tratadas tan diferentemente como se debería.
La primera es: si es que fuese posible el capitalismo, ¿sería deseable? La
segunda: ¿es el capitalismo posible?
Algunos quizás dirían que el Pueblo del Club del Ratón Mickey no es deseable
en sí mismo y que, como principio, debería existir mucho más alcance político
para que alguien o el Estado intervenga en la vida de los demás, incluso en un
pueblo de pequeña escala como este. Ahora, es improbable que estos
opositores del capitalismo digan, a su vez, que debería existir, en su sociedad
ideal, un menor sentido de comunidad, mutuo respeto, reciprocidad, justicia
social y beneficencia. En su lugar ellos afirmarían que «el colectivo» debería
tener el derecho de tomar las decisiones de los individuos que conforman el
mismo «colectivo». También dirían que, en las sociedades capitalistas, cada
elección que hace un individuo ya está restringida por las elecciones que otros
individuos tienen, lo que implica que las elecciones disponibles son
consecuencia de las elecciones de otras personas. Así, estos opositores del
Pueblo del Club del Ratón Mickey prefieren que estas restricciones provengan
de una deliberación consciente del «colectivo» –o de quien represente a ese
colectivo o voluntad general– a que provenga del resultado de todas las
elecciones de los demás.
Dejando de lado a estos opositores, muchos otros dirían que a pesar de que
está bien organizar el Pueblo del Club del Ratón Mickey bajo las reglas del
capitalismo, hay ciertas características que lo distinguen de la vida normal en
las sociedades modernas, por lo que, consecuentemente, cuestionan la
deseabilidad y/o factibilidad de poder hacer cumplir todos sus principios en
una sociedad más grande y moderna. Este tipo de personas quizás acepten que
he demostrado el atractivo y la factibilidad de los valores capitalistas, pero
sólo para el caso de un pueblo chico y aislado, en donde no existen ni
compiten diferentes grupos sociales, en donde todos los habitantes se conocen
y se observan mutuamente todos los días, y en donde, además, los lazos
familiares no ejercen el más mínimo conflicto respecto a lo que es correcto o
no éticamente. ¿Hasta qué punto estas diferencias convierten a este ideal
menos deseable o no deseable? ¿Hasta qué punto lo hace impracticable?
Yo no creo que las diferencias entre el mundo real y el Pueblo del Club del
Ratón Mickey debiliten lo deseable de los valores del Pueblo. Yo no creo que
el grado de cooperación, bondad, libertad, justicia social y respeto presente en
el Pueblo sea algo común sólo entre amigos o dentro de una comunidad
pequeña.
En el próximo apartado abordo la pregunta acerca de si es posible o válido
extrapolar los valores capitalistas del Pueblo del Club del Ratón Mickey al
mundo entero. Sin embargo, parece ser claro que toda persona de buena
voluntad estaría feliz de recibir la noticia de que es posible extrapolar en la
realidad estos valores: tal vez, por ejemplo, puesto que algunos economistas
inventaron mejores maneras de emplear y organizar nuestra capacidad de
respetar, tolerar y dar generosamente.
Yo todavía continúo encontrando atractivo el fondo de una canción libertaria
que aprendí en mi infancia que decía: «Y los hombres que están en altos
puestos tienen que ser los que empiecen a moldear una nueva realidad, más
cercana al corazón, más cercana al corazón».[59]
El argumento comúnmente
utilizado en resistencia al ideal de la canción es que uno no puede ser amigo
de todo el millar de personas que compone este mundo; que esta idea es, en su
mejor escenario, imposible e, incluso, incoherente, ya que la amistad es
inherentemente algo exclusivo. Pero esta canción no tiene por qué ser
interpretada de esta manera. Algo como la amistad social general –
comunidad– no es algo que se enfrente al dilema del «todo o nada». De seguro
es más bienvenido que exista «mucho» a que exista «poco» sentido de
comunidad en una sociedad.
Sin embargo, sin importar lo que concluyamos respecto a la deseabilidad del
capitalismo, debemos preocuparnos de la pregunta acerca de su factibilidad,
lo que analizaré ahora.
IV
¿ES EL IDEAL FACTIBLE?
LOS OBSTÁCULOS, ¿SON FRUTO DEL EGOÍSMO HUMANO O DE
UNA INSUFICIENTE TECNOLOGÍA SOCIAL?
Sin importar lo atractivas o no que puedan ser las relaciones existentes en el
Pueblo del Club del Ratón Mickey, y sin importar tampoco que estos valores
sean deseables o no en una sociedad de mayor escala, mucha gente que ha
reflexionado acerca de estos problemas ha juzgado el capitalismo como
imposible de aplicar a una sociedad. «Este capitalismo puede funcionar para
organizar un pueblo pequeño, ¿pero para una sociedad completa?
¡Imposible!». El punto es que el Pueblo del Club del Ratón Mickey es un
pueblo pequeño y habitado por gente extremadamente virtuosa y alejada de los
problemas del día a día. Es, por definición, un lugar especial. Un tipo de
sociedad así parece imposible en una escala mayor.
Importante es notar, para empezar, que no es solo en contextos extremadamente
felices, sino en escenarios bastante menos benignos donde los valores del
Pueblo del Club del Ratón Mickey tienden a prevalecer. La gente
habitualmente actúa como los habitantes del Pueblo y se ayuda mutuamente
durante emergencias como aludes e incendios. Ahora, no nos desviemos y
acerquémonos, en cambio, a la pregunta acerca de si el capitalismo es factible
o no.
Hay dos razones muy diferentes que explicarían por qué el capitalismo sería
imposible de aplicar en una sociedad grande. Es muy importante distinguirlas,
intelectual y políticamente. La primera razón guarda relación con los límites
de la naturaleza humana; la segunda, con los límites de la tecnología social
existente.
La primera razón aparente de por qué el capitalismo no sería factible se debe
a que la gente, como es de común conocimiento, no es lo suficientemente
cooperadora, generosa, tolerante y respetuosa como para cumplir con los
requisitos que lo harían funcionar correctamente, independientemente de lo
cooperadora, generosa, tolerante y respetuosa que pueda llegar a ser en
contextos tan especiales y limitados como lo son en el Pueblo del Club del
Ratón Mickey. La segunda razón por la que el capitalismo sería imposible de
aplicar es que, incluso si existiese una ciudad o cultura que tuviese a gente
suficientemente cooperadora, generosa, tolerante y respetuosa, no sabríamos
como usar ni encauzar esas virtudes. No sabemos qué reglas ni estímulos crear
de manera que hagan y transformen a estas virtudes en los motores de una
economía. Esto contrasta con el egoísmo, temor y maldad humana, a los cuales
nuestras experiencias socialistas hicieron ver que sabemos emplearlos de
manera bastante buena.
Por supuesto que incluso ante la situación de que estas dos razones, y otras
comparables, no fuesen un problema, el capitalismo podría ser inalcanzable
porque las fuerzas políticas o ideológicas que se resistirían a un movimiento
pro-capitalista podrían ser extremadamente potentes –incluyendo la enorme
fuerza práctica de creer que el capitalismo es imposible–. No obstante, la
pregunta que estoy respondiendo no es acerca de si el capitalismo es
alcanzable o no, es decir, si es que podemos alcanzarlo desde donde estamos
hoy, llenos de las contingencias propias de nuestra condición social y
saturados como estamos de las herencias socialistas y de las democracias
extractivas, depredadoras y copadas de funcionarios que buscan obtener
ganancias monetarias de sus posiciones políticas mucho mayores que sus
sueldos. La pregunta sobre la factibilidad del capitalismo es, en cambio,
acerca de si el capitalismo funcionaría establemente si estuviésemos en una
posición desde la cual pudiésemos instituirlo. Y un aspecto importante de esta
pregunta es si el funcionamiento de una sociedad capitalista reforzaría o
debilitaría los valores de cooperación, confianza y respeto necesarios para la
estabilidad del capitalismo.
Desde mi punto de vista, el principal problema que enfrenta el ideal
capitalista es que no sabemos cómo diseñar la maquinaria que lo haga
funcionar correctamente. El problema no es, fundamentalmente, el egoísmo, y
maldad humana, sino la falta de tecnología organizacional apropiada: nuestro
problema es un problema de diseño. Quizás resulte ser un problema de diseño
insoluble, y es un problema de diseño sin duda exacerbado por nuestra
propensión egoísta, depredadora y maliciosa, pero un problema de diseño es,
el que yo creo, que tenemos.
Los dos conjuntos de tendencias –las tendencias al egoísmo, a depredar y a la
maldad como también las tendencias a cooperar, respetar y ser generoso–
residen al mismo tiempo, después de todo, en casi todos los seres humanos. El
problema es que, a pesar de que sabemos cómo hacer funcionar los sistemas
económicos, aunque no tan bien, en función del desarrollo y la hipertrofia del
egoísmo y la maldad –como las experiencias en países como Rusia, Cuba y
Camboya nos han enseñado–,[60]
no sabemos cómo hacer funcionar ningún
sistema económico en base al desarrollo y la explotación de la bondad,
generosidad y reciprocidad humanas. Sin embargo, incluso en el mundo real es
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Capitalismo ¿por qué no? - Jason Brennan

  • 1.
  • 2. Capitalismo, ¿por qué no? La mayoría de los economistas cree que el capitalismo es una especie de pacto con el egoísmo de la naturaleza humana. Como dijo Adam Smith: «No es gracias a la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero, que obtenemos nuestra comida, sino que gracias a la búsqueda de su interés propio». El capitalismo, de acuerdo a esta manera de pensar, solo funciona mejor que el socialismo debido a que no somos lo suficientemente buenos ni generosos para hacer que el socialismo funcione. Si fuésemos santos, todos seríamos socialistas. En Capitalismo, ¿por qué no?, Jason Brennan ataca esta creencia común, argumentando que el capitalismo se puede seguir considerando como el mejor sistema incluso si consideramos que somos, los humanos, moralmente perfectos. Incluso en un mundo ideal, la propiedad privada y los mercados libres serían la mejor manera de promover la cooperación mutua, justicia social, harmonía y prosperidad. Los socialistas buscan adueñarse de una superioridad moral mostrando un socialismo ideal como superior al capitalismo real. Sin embargo, responde Brennan, el capitalismo ideal es superior al socialismo ideal y los derrota en todas las dimensiones. Escrito de una manera clara, atractiva y, a veces, provocadora, Capitalismo, ¿por qué no?, hará cuestionarse las posiciones de todos los lectores de política, independiente de su posición respecto a prioridades y sistemas económicos ― tal cual como existen hoy y como existirán en el futuro―. Jason Brennan es Profesor Asistente de Estrategia, Economía, Ética y Políticas Públicas en la Universidad de Georgetown. Es autor de los libros CompulsoryVoting: For and Against con Lisa Hill, Libertarianism: What Everyone Needs to Know, The Ethics of Voting, y A Brief History of Liberty con David Schmidtz.
  • 3. JASON BRENNAN CAPITALISMO, ¿POR QUÉ NO? All Rights Reserved. Authorized translation from English language edition published by Routledge, an imprint of Taylor & Francis Group LLC
  • 4. Título original: Why Not Capitalism? Publicado en inglés por Routledge el año 2014. Traducido por Fernando Claro V . 1ª edición en español, 2017. Edición a cargo de Fernando Claro V . Diseño y diagramación: María Luisa Mira. ® Jason Brennan ® De la traducción, Fundación para el Progreso ® 2014 Taylor and Francis All Rights Reserved. Authorized translation from English language edition published by Routledge, an imprint of Taylor & Francis Group LLC ISBN 978-956-9225-13-0 N° Propiedad Intelectual: A-277755
  • 5. Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por las leyes, que establecen penas de prisión y multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios para quienes reprodujeran total o parcialmente el contenido de este libro por cualquier procedimiento electrónica o mecánico, incluso fotocopia, grabación magnética, óptica o informática o cualquier sistema de almacenamiento de información o de recuperación sin permiso escrito por los propietarios del copyright. Contenidos Agradecimientos……………………………………………………………….. ……………………………………….p XX UNO. Bien en el fondo, toda persona es socialista… pero está equivocada. …………..p XX DOS. El Club del Ratón Mickey como defensa del capitalismo: una parodia. ………….p XX TRES. Naturaleza Humana y Justicia. ………………………………………………………………….p XX CUATRO. El por qué la utopía es el capitalismo. …………………………………………………….….p XX Bibliografía………………………………………. ………………………………………………………………………….p XX
  • 6. Agradecimientos Una vez, conversando con mi mentor, David Schmidtz, me dijo: «Nunca concedas el argumento de superioridad moral». Escuché, también de él, que una correcta defensa de los mercados tiene que ser hecha en el lenguaje de la moral, no solo en el lenguaje económico. Este libro está escrito con ese espíritu. Agradezco a John Tomasi, David Schmidtz, David Estlund, Corey Brettschneider, Sharon Krause, Greg Weinar, Pete Boettke, Loren Lomasky, John Hasnas, Peter Jaworski, Kevin Vallier, Michael Heumer, Bryan Caplan, Thomas Cushman y James Otteson con quienes, a lo largo de varios años, he tenido muchas y fructíferas conversaciones acerca de estos temas. Un doble agradecimiento a John Tomasi por haberme sugerido convertir el experimento teórico del Club del Ratón Mickey, que yo usaba simplemente como una herramienta didáctica en mis clases, en un pequeño libro. Les agradezco a mis audiencias presentes en la Universidad de Arizona, Universidad de Toronto, Universidad de Nueva Orleans, Universidad del Estado de Bowling Green, la
  • 7. American Philosophical Society, el grupo Hoyas for Liberty de la Universidad de Georgetown y los estudiantes de la Universidad de Brown, Universidad de Georgetown y el Wellesley College por sus valiosos comentarios y críticas. Gracias a Andy Beck, de la editorial Routledge, por su entusiasmo en el proyecto y por su ayuda en que lograse que este argumento pudiese ir más allá de ser una mera parodia. Finalmente, gracias a Keaton y Aiden Brennan, de 2 y 5 años, por su apoyo en la investigación, apoyo del cual depende en gran parte este libro. Jason Brennan
  • 8. Advertencia del traductor. Leyendo este libro me pareció necesario hacerlo disponible a nosotros, los hispanoparlantes. Aunque iluminador, creo que hay que leerlo sin olvidar unas palabras del escritor austríaco Stefan Zweig publicadas en 1929 (el énfasis es mío): «[Las personas]… se agrupan en torno a uno de esos hombres singulares que toda revolución empuja de repente hacia arriba, uno de esos hombres puros, idealistas y creyentes, que siempre causan más desgracias con su fe y más derramamiento de sangre con su idealismo que los más brutales políticos apegados a la realidad y los más furibundos hombres del Terror. Siempre será precisamente el espíritu puro, …, el [hombre] reformador que va a cambiar el mundo, el que con la más noble de las intenciones dará impulso al crimen y la desgracia que él mismo detesta» «…la Política no es, como se nos quiere hacer creer, la dirección de la opinión pública, sino el doblegarse esclavo de los líderes precisamente ante esa instancia que ellos mismos han creado y sobre la que han influido». Fernando Claro V .
  • 9. Prólogo Este libro de Jason Brennan es una réplica directa al influyente texto del filósofo marxista Gerald Cohen, Socialismo, ¿por qué no?, publicado en 2009. Una obra breve pero incisiva, en la que Cohen reclama la superioridad moral del socialismo por sobre un capitalismo que estaría basado en los vicios de la «codicia, el miedo y el egoísmo». Brennan intenta mostrar lo contrario. Por supuesto, y es útil aclararlo de entrada, aunque el autor no lo haga, el capitalismo que Brennan defiende es el de libre mercado, cuya raíz filosófica se encuentra en el liberalismo y uno de sus pilares: la libertad económica.[1] Pocas dudas cabe respecto a que el capitalismo ha probado ser la mejor forma de organización económica. La historia económica es elocuente. A modo de ejemplo, en los últimos 200 años, que es cuando emerge el capitalismo luego de la revolución industrial, el ingreso por habitante se ha multiplicado unas 15 veces, 8 veces más de todo lo que lo hizo en los dos milenios anteriores. Si la esperanza de vida era baja y plana –apenas de unos 24– años esta se ha triplicado en los últimos dos siglos. No es a esta evidencia a la que se refiere Brennan. Descontada la superioridad del capitalismo en términos de eficiencia económica y de resolver el problema epistemológico que enfrenta la organización económica y la coordinación de los actores a través de las señales de precio (algo que el propio Cohen reconoce), lo de Brennan es centrarse en sus fundamentos morales. ¿Se basa el capitalismo en la codicia y el egoísmo como sus detractores reclaman? ¿Es el socialismo moralmente superior o, por el contrario, se puede reclamar la superioridad del capitalismo?¿Es correcto comparar un socialismo ideal y virtuoso pero inexistente, con el capitalismo real, pero distorsionado a su peor expresión? Estas son algunas de las pertinentes preguntas que intenta responder Brennan. Y lo hace a través de un texto tan ágil y breve como el de Cohen y que reproduce su misma estructura y ejemplos. Por lo mismo, es un libro de trazos gruesos que se esfuerza en mostrar las contradicciones de los argumentos de
  • 10. Cohen y enunciar lo que serían las virtudes generales del capitalismo, pero que deliberadamente no tiene la pretensión de ir al detalle de los fundamentos conceptuales más profundos. La respuesta a las interrogantes planteadas es de la máxima importancia. Particularmente por su implicancia en el plano político. Y es que la idea de inferioridad moral del capitalismo que reclama Cohen ha sido ampliamente extendida por diversos intelectuales, creando, como bien lo advirtieran Hayek o V on Mises, realidades que rápidamente se instalan en la arena política. La consigna sería más o menos la siguiente: Puede que el capitalismo sea un sistema eficiente de organización económica, pero opera en base a la codicia y el egoísmo, al aprovechamiento del otro y, competencia mediante, a expensas de la solidaridad y la cooperación. Sin ir más lejos, en el debate político de nuestro país, este argumento es pan de cada día cada vez que se cuestiona al capitalismo y al llamado modelo «neoliberal». Entre los detractores del capitalismo, es usual utilizar –y Cohen lo hace– el célebre pasaje del carnicero, el panadero y el cervecero de la La Riqueza de las Naciones, para ilustrar la supuesta codicia y el egoísmo en las que se fundaría el libre mercado. Pero esta es una distorsión de los términos. Ni el mercado se basa necesariamente en ellos, ni tampoco Smith utiliza esos adjetivos. El padre de la economía hablaba de la búsqueda del interés propio («self-interest»). Y, como es obvio, codicia e interés propio no son sinónimos. La codicia corresponde a una excesiva búsqueda del interés propio (de ahí que sea un vicio), aun a costa del resto. ¿Es esta la base del libre mercado? Por cierto que no. Un principio básico en el que reposa el mercado es la voluntariedad de los intercambios. En un mundo de búsqueda del interés propio, tal voluntariedad implica que el intercambio solo se produce si genera beneficios recíprocos. Si los términos del mismo no fueran beneficiosos para alguna de las partes, este no se efectuaría, al menos no libremente. Dicho de otra manera, un mercado basado exclusivamente en la codicia, donde una parte gana sistemáticamente a expensas de la otra, no es ni aquello que tiene en mente Smith ni tampoco lo que caracteriza el capitalismo de libre mercado. Por cierto, ello no obsta a que bajo el capitalismo, como bajo cualquier otro sistema económico, existan individuos marcadamente egoístas y codiciosos, pero el punto es que esta no es una particularidad del capitalismo. Como bien apunta Brennan «el capitalismo no está analíticamente vinculado a la codicia y el miedo».
  • 11. Identificar al socialismo y al capitalismo, que a final de cuentas son formas de organizar la propiedad, con virtudes morales es una falacia, señala nuestro autor. Si el concepto de interés propio no es equivalente al de la codicia, tampoco es correcto suponer que sea el único principio, o que tenga una manifestación puramente materialista. Smith nunca planteó que la búsqueda de ganancias económicas fuera un principio suficientario. Como bien señala Brennan, «el intercambio de mercado no se basa únicamente en el interés propio. También depende –al tiempo que lo refuerza– de la confianza mutua, la reciprocidad y la integridad». La caricatura que tantas veces se hace de la mano invisible y del mercado, reduciéndolo al peor egoísmo y a un individualismo mal entendido, es un reduccionismo que omite que el liberalismo que le da sustento filosófico al capitalismo no pregona en modo alguno estos vicios ni supone individuos aislados. Si el concepto de interés propio es pieza clave de La Riqueza de las Naciones, la simpatía, la benevolencia o el interés social son piedras angulares de la otra gran obra de Smith: La Teoría de los sentimientos morales. La complejidad y riqueza del ser humano se estructura en torno a un equilibrio de ambas esferas. Un punto que también planteara otro gran liberal clásico como David Hume en su Investigación sobre los principios de la moral. El valor de la crítica de Brennan reposa además en que desnuda un artilugio metodológico usualmente utilizado por los detractores del capitalismo para relevar su supuesta inferioridad moral. Este consiste en comparar el mundo de un socialismo ideal, de personas perfectamente virtuosas, con un capitalismo real pero en su peor versión. El autor señala que la estructura lógica planteada por Cohen seguiría el siguiente silogismo: «i) el socialismo con gente moralmente perfecta es superior al capitalismo con gente moralmente imperfecta; ii) un mundo con un socialismo de gente moralmente perfecta es preferible a nuestro mundo actual de gente real y moralmente imperfecta; iii) luego, se concluye, el socialismo es intrínsecamente preferible al capitalismo». Siguiendo a Rawls, Brennan nos dice que la falacia del argumento anterior es que «Cohen no compara equivalentes». La comparación pertinente es entre el capitalismo real, con sus virtudes y defectos, con el socialismo real, o bien entre las versiones idealizadas de ambos paradigmas. Por supuesto, como señala Brennan, uno podría retrucar el caso contrario:
  • 12. ¿qué tal si comparamos un capitalismo ideal con el socialismo real en la peor de sus expresiones (y ejemplos hay varios)? La precisión anterior es pertinente si consideramos que el punto de partida del análisis de Cohen se estructura en base a un ejemplo concreto que nos interpela: la organización de un picnic. El autor correctamente diagnostica que solemos organizar este tipo de actividades comunitaria y solidariamente: todos colaboran con todos y reparten los frutos de esta empresa equitativamente. Enseguida, Cohen se imagina cómo sería este mismo picnic si se organizara bajo la lógica «egoísta». del capitalismo y bajo la cual quien contribuye más recibe más. Aquí, incluso el más acérrimo partidario del capitalismo convendría, al igual que Brennan lo hace, en que el picnic parece más placentero en el primer caso. A partir de aquí, Cohen especula que la misma conclusión que fluye sobre la superioridad de los principios morales en el caso del picnic es extensible a las relaciones sociales en su conjunto. Por supuesto, esta extensión argumentativa peca, por lo bajo, de ser una falacia de composición: no es automático que lo que es válido para un subconjunto o situación particular sea también válido para el conjunto o caso general. Tomemos el caso de la familia, estructura donde resulta natural y aún más evidente la aplicación del principio socialista «de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades». Que la familia se ordene en base a este paradigma no implica en grado alguno que lo deseable o moralmente superior sea aplicarlo al resto de las esferas de la interacción humana, incluyendo la organización de la sociedad toda. Y lo anterior sin siquiera considerar la factibilidad de extender el paradigma familiar a realidades más complejas. Por de pronto, las mismas personas que deciden organizarse en torno a ciertos principios en su vida familiar o en un picnic, naturalmente escogen hacerlo bajo otros principios en sistemas más complejos e impersonales. Otro de los argumentos usualmente usados para cuestionar al capitalismo es que se trataría de un sistema que erosiona la confianza y mina la cooperación. Este sería el resultado natural de un modelo amparado en los vicios que Cohen denuncia. Uno en que el aprovechamiento del otro deriva, en el mejor de los casos, en intercambios de suma cero: lo que una parte gana, la otra lo pierde. Lo cierto es que el libre mercado es precisamente un instrumento de cooperación y no lo contrario. En sociedades complejas, con intercambios impersonales, esta colaboración requiere de la división del trabajo, la
  • 13. propiedad privada, la confianza, reglas de justicia y del mercado como espacio de intercambio. Los detractores del libre mercado suelen obviar la infinita complejidad colaborativa que está detrás de cualquiera de los bienes que consumimos (desde un fósforo hasta un iPhone). La evolucionada sociedad mercantil a la que se refería Smith, caracterizada por millones de intercambios con desconocidos, no podría sostenerse sin altísimos niveles de confianza. Este tipo de reduccionismo olvida, además, que el mercado no solo es una esfera de intercambio de bienes, sino también de ideas, sustrato natural de la colaboración intelectual. Al final del día, como bien apunta Brennan (y hay evidencia empírica al respecto), allí donde hay mercado tiende a haber mayores niveles de confianza que donde no lo hay. Naturalmente, nada de lo anterior implica que el capitalismo no sea sujeto de abusos que minan su legitimidad y la confianza. De ahí la importancia que este se dote de reglas y sanciones para quienes defrauden. Como bien mostraron Ostrom y Schwab, el capitalismo no puede prevalecer en ausencia de normas éticas que nos restrinjan de robar o engañar. A este respecto, si bien la autorregulación resulta fundamental, es insuficiente, algo que el mismo Smith, crítico de la captura regulatoria del mercantilismo de su época o de las tentaciones a coludirse, advertía con claridad. Así, el libre mercado requiere de reglas formales y regulaciones estatales que sancionen los abusos y las malas prácticas. Sorprendentemente, este es un aspecto que Brennan no trata en el libro. Una de las áreas en que esta regulación resulta clave es respecto a velar por la competencia. Amén de su insustituible rol en pro de la eficiencia, la innovación y del descubrimiento de aquello que no conocemos, esta juega un rol disciplinador fundamental para evitar las malas prácticas. Y es que solo en mercados poco competitivos una empresa puede darse el lujo de abusar sistemáticamente de sus consumidores o proveedores. Desde este punto de vista, es tan llamativo como erróneo que los detractores del capitalismo critiquen a la competencia como uno de sus vicios. ¿Dónde radica la moralidad del capitalismo? Es la pregunta última que escudriña Brennan. Uno podría mostrar que bajo el capitalismo se ha producido un progreso material y de reducción de la pobreza como nunca antes. También que los niveles de educación de la población son los más altos de la historia y que la esperanza de vida de las personas ha aumentado como nunca. O que el libre comercio, como anticipara Montesquieu, ha reducido la
  • 14. conflictividad y las guerras entre países. Todo esto es correcto, pero se trata de consecuencias, ciertamente deseables, pero no necesariamente de fundamentos morales a priori. La respuesta de Brennan apela a las bases del liberalismo clásico sobre el que se construye el capitalismo de libre mercado. Esto es, el reconocimiento de individuos como fines en sí mismo y, en tanto tales, libres «para ser autores de sus propias vidas». La voluntariedad de los intercambios en que se basa el capitalismo no es sino la expresión de la libertad económica anclada en la propiedad privada y, de este modo, inseparable de la libertad en un sentido amplio. La libertad económica no solo tiene una justificación en términos de la división del trabajo, una organización eficiente de la actividad económica y del fomento del emprendimiento y la innovación entendidos como procesos de descubrimiento. La libertad económica, nos plantea Brennan, es una fuente de reconocimiento y de dignidad, ya que la propiedad privada es condición necesaria para la construcción de los diversos proyectos vitales. No solo habría aspectos materialistas en la propiedad privada, sino que un camino de construcción de vidas e identidades. Brennan lo ilustra con el ejemplo de alguien que decide tener un negocio o empresa. No es únicamente la posesión de una empresa lo que está en juego, sino cómo esa actividad da cuenta de los intereses y preferencias más íntimas de quien está detrás. Ahora bien, si la libertad, incluyendo su dimensión económica, es fuente de moralidad, ¿basta la libertad negativa para asegurar la justicia? Brennan, quien se inscribe dentro de los llamados liberales neoclásicos, sugiere que no. De allí que señale que la justicia social es un objetivo deseable. Esto naturalmente nos lleva a la clásica pugna, principalmente con la doctrina libertaria, sobre la pertinencia de la libertad positiva. Si bien para los liberales neoclásicos la libertad económica no posee un status inferior que el de otras libertades (como plantean los liberales de izquierda), esta libertad no es absoluta en el sentido que pueda hacerse a expensas de la justicia social. De acuerdo a esta visión, la preocupación última para la vida en comunidad es generar condiciones para que los individuos puedan tener niveles sustantivos de libertad para actuar en un plano relacional de igualdad. Un punto que Brennan ha abordado en otros escritos, pero que lamentablemente no elabora con más detalle en este libro. Par finalizar, una recomendación al lector. El buen entendimiento y valoración de esta obra hace recomendable la lectura previa del libro de Cohen. Si bien
  • 15. Brennan es riguroso en presentar los principales argumentos del filósofo marxista, no cabe duda que forjarse su propia opinión crítica es condición necesaria para mejor dimensionar los aciertos y temas abiertos de la réplica a Cohen que nos ofrece Jason Brennan. Por Ignacio Briones Decano de Escuela de Gobierno, Universidad Adolfo Ibáñez PhD Sciences Po Abril 2017 Pocos son proclives a encontrar fallas en el capitalismo como motor de producción. Las críticas comúnmente provienen de condenas morales o culturales de ciertas características del sistema capitalista o de vicisitudes de corto plazo (crisis y depresiones) que se intercalan dentro de las mejoras que el capitalismo acarrea en el largo plazo.
  • 16. – Frase de la Enciclopedia Británica sobre el término «Capitalismo». [2]
  • 17. Bien en el fondo, toda persona es socialista… pero está equivocada. UNO CAPITALISMO: MALA TEORÍA, ¿ESPECIES CORRECTAS? Michael Moore termina su documental Capitalism: A Love Story (2009) pontificando: «El capitalismo es un demonio, y no se puede regular a un demonio. Hay que eliminarlo y reemplazarlo por algo que sea bueno para toda la gente, y ese algo es la democracia». Moore se refiere a «democracia» como el control de todos los medios de producción –es decir, socialismo–. Sin embargo, después de exponer por 127 minutos los demonios del capitalismo, Moore no termina diciendo que haya que cambiar el capitalismo por socialismo. ¿Por qué no? De manera similar, el término «socialismo» aparece profundamente escondido en el sitio web de Occupy Wall Street (OWS),[3] a pesar de los constantes improperios en contra del status quo económico y sus vagas arengas por una «nueva alternativa socio-política y económica». ¿Por qué? Moore y los organizadores de OWS saben lo que piensan muchos estadounidenses sobre este término: «socialismo» es una palabra manchada con una historia manchada. Así, son muchos los que aceptan este típico recuento histórico: en el siglo XX, el mundo entero experimentó dos grandes sistemas sociales. Los países que probaron con diferentes formas de capitalismo –Estados Unidos, Dinamarca, Suiza, Australia, Japón, Singapur, Hong Kong y Corea del Sur– se hicieron ricos. Consideremos: Estados Unidos fijó la línea de la pobreza bajo 11.500 dólares para un estadounidense. Una persona que vive de este precario ingreso en Estados Unidos, un pobre de ese país, está entre el 14% más rico del mundo si lo ajustamos por el costo de vida, ganando seis veces más que el ingreso de una persona promedio del mundo.[4] Por el contrario, los países que probaron el socialismo –la Unión Soviética, China, Cuba, Vietnam, Camboya y Corea del Norte– se convirtieron en infiernos terrenales. Diferentes gobiernos socialistas asesinaron a más de 100 millones (y quizás muchos más) de sus mismos compatriotas, convirtiendo al socialismo en un arma tan letal como la Peste Negra del siglo XIV .[5] En los países socialistas nadie se ha hecho rico, con excepción de los líderes del Partido Comunista. El socialismo ha sido especialmente dañino con los
  • 18. trabajadores pobres, justamente la gente que el socialismo en teoría iba a ayudar con más fuerza. Entonces, es obvio, el capitalismo tiene problemas – con cierta exageración por acá y por allá–, tal como las actitudes de Michael Moore y OWS lo demuestran, pero el socialismo ha sido un desastre y, en pocas palabras, tuvimos un debate entre el capitalismo y el socialismo que el capitalismo ganó. Sin embargo, a pesar de esto, mucha gente que se opone al socialismo y apoya los mercados considera el sistema capitalista algo muy poco inspirador moralmente hablando. El punto sería que es claro que el capitalismo funciona mejor que el socialismo, pero—pensamos—es posible que esto sea así debido a nuestro egoísmo. El capitalismo nos premia por desarrollar nuestro talento y por hacer ciertos trabajos cruciales. Nos premia por innovar y por ser eficientes. Así, nosotros, respondiendo a los diferentes incentivos, hacemos que todo funcione. El socialismo nos pide que trabajemos duro y esforzadamente por el resto y no por nosotros. A esto último, los humanos nos oponemos y, por ello, el socialismo entrega malos resultados. Por lo tanto, muchos piensan que lo anterior demuestra que no somos lo suficientemente altruistas para el socialismo. En el siglo XX aprendimos que el poder que ejercían los gobiernos socialistas atrajo a sociópatas y tiranos. Sin embargo, esto habría ocurrido por culpa de nosotros, porque somos moralmente corruptos. Así, el socialismo nos exige proveer de entre nosotros, los humanos, al famoso rey-filósofo benevolente, pero lo primero que le entregamos es a Stalin, Mao o Pol-Pot. De este modo, parece que el problema está en nosotros. La economía de libre mercado es quizás el mejor sistema al que podemos aspirar, pero eso es debido a que somos egoístas, codiciosos y miedosos. Solo si los hombres fueran unos ángeles podríamos despreciar el capitalismo y abrazar el socialismo. Utopía es entonces sinónimo de socialismo. Incluso los más grandes defensores del capitalismo parecen estar de acuerdo. Adam Smith nos enseña que «no es gracias a la benevolencia del carnicero, el cervecero, o del panadero que esperamos nuestra comida, sino que es gracias a su propio interés. Satisfacemos nuestras necesidades no gracias a la humanidad del resto, sino gracias a su interés propio».[6] Bernard Mandeville, en su famoso poema The Grumbling Hive, asegura que el capitalismo depende
  • 19. del vicio tanto como las máquinas de biodiesel dependen de los desperdicios de comida. Él nos llama a pensar en una colmena llena de abejas egoístas, cada una tratando de hacer dinero ofreciendo «lujuria y vanidad». Sin embargo, si bien «cada parte» de este sistema que describe Mandeville estaría lleno de vicios, «el sistema total es un paraíso».[7] Incluso, dice, «los más pobres viven mejor que los más ricos en el pasado».[8] Más adelante en su obra, Mandeville se imagina que las abejas se vuelven virtuosas, generosas y motivadas a lograr su paz espiritual. Pero entonces, en un mundo sin codicia, la economía se viene abajo. Finalmente, llega a la misma idea de Ayn Rand, Goddess of the Market,[9] quien defiende el capitalismo argumentando que el egoísmo, es una virtud y el altruismo, un mal.[10] El socialismo parece responder a las más altas exigencias de nobleza y moralidad. Quizás la mejor evidencia de esto es que los socialistas casi siempre defienden sus puntos de vista desde la moral, mientras que los capitalistas defienden sus ideas en términos económicos.[11] El problema con el socialismo parece ser entonces que exige mucho de nosotros –nos pide amar a nuestros vecinos tanto como a nosotros mismos, a compartir y nunca aprovecharnos de nuestras posiciones de poder–. El socialismo parece ser una idea noble, pero no somos lo suficientemente buenos para ella. El socialismo nos dice «todos para uno y uno para todos», pero nos sentimos más cómodos con algo como «cada uno por su cuenta». Y así, como bromea sobre el socialismo el biólogo-social Edward Wilson: «Gran teoría, especie equivocada».[12] ENTONCES: SOCIALISMO, ¿POR QUÉ NO? Tú, lector, probablemente no eres socialista. Pero sin embargo podrías aceptar la visión recientemente descrita: el mercado implica hacer concesiones morales y si pudiésemos guiar bien lo mejor de nosotros mismos, podríamos entonces dejarlo de lado. Quizás no te haces llamar «socialista» pero, si eres una persona común y corriente, probablemente estarás de acuerdo con la idea de que el socialismo sería lo mejor solo si el ser humano fuese más virtuoso de lo que en realidad es. El mejor representante y divulgador de esta visión es el filósofo G. A. («Jerry») Cohen. Cohen es el más importante filósofo Marxista –y, sin duda,
  • 20. uno de los más importantes filósofos políticos– en los últimos cien años. El capitalismo tiene millones de críticos, pero Cohen es quizás el más importante crítico desde una perspectiva moral. Este libro Capitalismo, ¿por qué no? es un debate con Cohen. Quiero demostrarle, y a todos quienes adhieren a su visión, que está equivocado. Debato con Cohen porque quiero contrarrestar la idea, tan generalizada, de que el socialismo es moralmente superior al capitalismo. A diferencia de Michael Moore, Cohen no titubea a la hora de decir las cosas por su nombre. Su libro se publicó poco después de su muerte, en 2009. Ahí establece que solo el socialismo puede ser justo mientras que el capitalismo, declara, es una forma inherentemente perversa de vivir en comunidad. Aunque el libro Socialismo, ¿por qué no? es breve –consta de alrededor de 10 mil palabras en 82 páginas– «golpea bastante más fuerte que lo que pareciera», como dice un reseñador del diario The Guardian.[13] El filósofo Jonathan Wolff describe el argumento del libro como «encantador». Ellen Meiksins Wood cree que Cohen «dice cosas que necesitan ser dichas».[14] Alexander Barker dice que nosotros, los lectores, «somos desafiados y al final persuadidos de que nuestros reparos al socialismo son más bien prácticos en vez de morales. Entonces deberíamos responder a la pregunta de cómo llevar nuestras vidas acorde a estos fabulosos ideales en un mundo como el nuestro, tan lejano del ideal».[15] Andrew Stone se refiere al libro como una «estimulante, poderosa y argumentada defensa del mundo mejor por el que debemos luchar».[16] El libro de Cohen consta de un simple pero muy poderoso experimento teórico que busca probar la inherente superioridad moral del socialismo por sobre el capitalismo, incluso si fuese el caso de que el capitalismo «funcione mejor». Cohen busca probar que nuestras preocupaciones y reparos al capitalismo son correctas. Para él, decir que el socialismo es una «gran teoría, especie equivocada» es dañar y menospreciar a la humanidad, no al socialismo. El capitalismo funciona mejor solo porque se sirve de nuestra codicia y miedo. Pero el socialismo es el sistema del amor y la comunidad. El socialismo, entonces, no es malo para nosotros: somos nosotros demasiado malvados para el socialismo. EL ARGUMENTO DEL PASEO DE CAMPING PARA DEFENDER EL
  • 21. SOCIALISMO Cohen tiene un argumento simple y claro para defender la inherente superioridad moral del socialismo por sobre el capitalismo. Sin embargo, a diferencia de los marxistas comunes, Cohen no basa su defensa en alguna compleja dialéctica o en discursos pretensiosos y posmodernos. En su lugar solo propone imaginar un paseo de camping. Una vez que reflexionas acerca de cómo sería ese paseo de camping ideal, es sorprendente cómo uno, como lector, independientemente de considerarse un libertario, un capitalista, un liberal de izquierda, un moderado, un conservador o cualquier otra cosa, probablemente se dará cuenta de que en el fondo el socialismo es la mejor opción. En esta sección voy a resumir y fortalecer el argumento que Cohen da en su libro Socialismo, ¿por qué no? Intentaré rebatir toda su argumentación, pero no sin antes fortalecerlo lo más posible. Cohen primero nos hace imaginar un paseo de camping entre amigos. Obviamente, todos quieren que el grupo entero lo pase bien. Cuando llegan al lugar del camping, los integrantes ya no reclaman derechos de propiedad sobre sus diferentes bienes y, en cambio, los tratan como si fueran de toda la comunidad. La comida y otros bienes se usan entre y para todos, libremente. Para mantener una perfecta comunidad, todos trabajan duro para que todos tengan lo que necesiten y se turnan para hacer los trabajos más difíciles. Entre todos mantienen una comunidad perfecta de perfecta igualdad. Así es como fluye y debe fluir un camping entre amigos reales. Y esto es, según Cohen, un camping donde sus integrantes viven bajo los principios del socialismo. Los integrantes se preocupan de que todos sean iguales, comparten los bienes colectivamente y cada uno hace su aporte a la sociedad. En un buen paseo de camping, por lo tanto, las personas actúan como socialistas. Ahora, dice Cohen, imaginemos cómo sería este camping si es que los amigos se empezaran a comportar como lo hace la gente en el capitalismo de la vida real. Imaginemos que Harry empieza a exigir mejor comida porque él es bueno para pescar. Él se rehusará a ofrecer sus talentos de pescador a la comunidad a menos que él reciba el mejor pescado. Sylvia, a su vez, exige privilegios luego de descubrir un árbol de manzanas en la mitad del bosque. No va a compartir manzanas a no ser que la liberen de ciertas «tareas domésticas» del camping. Leslie, debido a su especial rapidez abriendo nueces, exige un
  • 22. aumento de sueldo. Morgan, que heredó de su padre una laguna llena de pescados hace más de 30 años, alardea entre sus compañeros el tener mucha más comida que el resto. Cohen se pregunta entonces, ¿no es «la vía socialista, con propiedad colectiva y generosidad recíproca y planificada, obviamente la mejor manera de organizar un paseo de camping…?».[17] El punto de Cohen es que el camping era mucho mejor cuando los integrantes actuaban como socialistas. Cuando empiezan a actuar como capitalistas, el paseo se convierte en algo agobiante y repulsivo. Es difícil estar en desacuerdo. Harry queda como un idiota al proponer ir a pescar más pescados bajo la condición de que él se queda con el mejor.[18] Los amigos no se relacionan de esa manera. Morgan, por ejemplo, se jacta de su buena suerte: «Excelente. Ahora puedo tener mucha mejor comida que ustedes».[19] ¡Qué pedazo de imbécil!, diría uno. Ahora, según Cohen, ese es justamente el comportamiento que vemos en las sociedades capitalistas reales. [20] Cohen después describe los principios morales que subyacen en la versión socialista del paseo de camping. Estos principios morales explican la relación humana existente en el camping y por qué ese paseo parece ser moralmente superior a las sociedades capitalistas modernas. Primero, el principio de igualdad de oportunidades socialista elimina todas las desigualdades que resultan de ventajas inmerecidas o desventajas iniciales. Así, por ejemplo, este principio prohíbe que la gente sea más rica por el simple hecho de tener mejores talentos naturales o por haber nacido en una familia con padres millonarios. Después de todo, ninguno de ellos hizo algo para merecer tamaña fortuna al nacer. Este principio permite grandes desigualdades, si y solo si son fruto de elecciones libres. Este principio explica por qué Morgan no debería tener más pescados: él solo tuvo la suerte de que su abuelo le haya dejado una laguna llena de peces. Segundo, los integrantes del camping se atienen al principio socialista de comunidad. Se preocupan unos de otros y, a su vez, de que efectivamente la gente se preocupe por el otro. Cohen argumenta que, como resultado, nadie aceptará las desigualdades que el principio anterior –el de igualdad de oportunidades socialista– permitiría. Así entonces, mientras la igualdad de oportunidades socialista permitiría el florecimiento de desigualdades como
  • 23. fruto de elecciones libres de las personas, el principio de comunidad eliminaría toda aquella desigualdad que separara a cualquier integrante del camping de otro. Para Cohen, no podemos vivir en comunidad si no somos todos iguales. Después de todo, si soy rico y tú eres pobre, es imposible que yo entienda completamente tus problemas. La desigualdad nos impide empatizar unos con otros.[21] (Para entender por qué, solo imagina que alguien le reclama a Bill Gates el estar atrasado en el pago de su crédito hipotecario. ¿Podría Bill Gates empatizar con esa persona? ¿No sería algo ridículo discutir problemas financieros domésticos con un billonario?). Cuando una persona es mucho más rica o mucho más pobre que las otras, se aleja de la comunidad. Algo así cree Cohen.[22] Este principio explica por qué los integrantes del paseo van a preferir trabajar en conjunto por una perfecta igualdad en vez de permitir que alguien quede desposeído como resultado de malas elecciones de vida, o de camping más bien. Es posible no aceptar los principios de justicia elegidos por Cohen. Sin embargo, Cohen diría que estos no son muy importantes para su argumento. Para él, lo crucial es que estés de acuerdo con que el paseo de camping es mejor bajo las reglas socialistas e igualitaristas que con las reglas del capitalismo desigual. El camping socialista es solo un camping entre amigos, no es una sociedad real –es más bien algo parecido a una micro-sociedad pasajera–. Incluso así, Cohen se cuestiona, ¿no sería obviamente mejor una vida donde se pudiesen organizar sociedades a gran escala tal cual se hace con el paseo de camping? Dejemos de lado por ahora la pregunta de si es posible o no. Hay muchas cosas que no podemos hacer o es posible que no seamos capaces de hacer y que, sin embargo, sabemos que sería bueno hacerlas. Es quizás imposible curar el SIDA, pero sería mejor si pudiésemos curarlo. Es quizás imposible descubrir muchas verdades, pero sería mejor si las supiéramos. Es quizás imposible desarrollar alguna energía eficiente que sea libre de contaminación, pero sería mejor si pudiésemos. Los juicios acerca de lo que es intrínsecamente bueno son independientes de los juicios sobre lo que es posible. Por lo tanto, imagina que tenemos una varita mágica que puede volver el mundo tal cual lo es en el paseo de camping socialista. Obviamente, no tenemos esa varita, pero para Cohen la pregunta no es esa, sino esta: si tuviésemos esa varita, ¿deberíamos usarla? Para Cohen la respuesta es: ¡por
  • 24. supuesto! Si de alguna manera pudiésemos descubrir cómo ordenar las sociedades como el camping socialista, nos alegraríamos. Si esto es así, eso significa que toleramos el capitalismo solo porque creemos que no tenemos otra opción a tolerarlo. Lo hacemos solo porque no sabemos cómo hacer funcionar bien el socialismo. Quizás, dada nuestras falencias cognitivas y morales, es el capitalismo el que «cumple».[23] El socialismo sería entonces el sistema preferido si los humanos fueran moralmente mejores, tal cual los son los participantes de la versión socialista del camping. Para Cohen, el ser humano está lleno de vicios y el capitalismo funciona porque reorienta esos vicios hacia fines que son beneficiosos para la sociedad. El capitalismo solo funciona entonces porque depende de la codicia, el miedo y las limitaciones en el conocimiento de los seres humanos. Pero el socialismo, dice Cohen, depende de la generosidad, la comunidad y la sabiduría. Para Cohen hay dos preguntas principales en relación al socialismo. Primero, ¿es intrínsecamente deseable? El experimento teórico del camping prueba que sí. Y, en segundo lugar, habría que preguntarse, ¿es factible? Sobre esto habría menos claridad. Él cree que es posible, pero no está seguro de ello. Mucha gente cree que el socialismo es un imposible. Ante esto, Cohen responde nuevamente que incluso si no fuera factible, seguiría siendo intrínsecamente deseable y sería la mejor manera para nosotros de vivir juntos en comunidad. Si es que algo es factible o no, no tiene relación con la pregunta de si es o no intrínsecamente deseable. Si es que es posible o no alcanzar algo no tiene relación con que ese algo valga la pena, en sí mismo, tener o alcanzar. En el supuesto de que algo es posible, basta preguntarse, ¿lo querríamos? O si es posible de obtener, ¿lo querríamos? Y Cohen piensa que él nos demostró que todos nosotros querríamos el socialismo. En un trabajo anterior, Cohen ilustra esto con una analogía. Imagina que encuentras unas uvas. Supón que, además, de alguna manera, sabes que son las mejores uvas del mundo. Así, si las comes, vas a encontrar que tienen un sabor notoriamente mejor que cualquier otra uva. Sin embargo, imagina que, por el contrario, las uvas están muy lejos de tu alcance. Esto último no hace a las uvas intrínsecamente menos deseables.[24] El hecho de que las uvas sean inalcanzables no las hace menos deseables o deliciosas. ¡Siguen siendo las mejores uvas! Solo implica que las mejores uvas que puedes alcanzar no son las mejores uvas que existen.
  • 25. En nombre de Cohen, defenderé este punto pidiendo prestado (y modificando) un ejemplo similar del filósofo David Estlund.[25] Supongamos que nos vamos de picnic. A la distancia vemos un cerro que es perfecto para ir. Desde acá podemos decir que no existe otro lugar mejor; es mucho mejor que donde estamos. Sin embargo, es difícil, imposible, o simplemente muy difícil llegar allá. Supongamos, por ejemplo, que para llegar a él debemos cruzar un largo desfiladero, un lugar lleno de zarzamoras y un pantano lleno de cocodrilos. Supongamos, además, que existe una neblina mágica que rodea el cerro. Esta neblina transforma a la gente moralmente imperfecta, como tú y yo, en zombies asesinos, pero no hace lo mismo con la gente perfecta y virtuosa.[26] A ella no la afecta. Ante tales obstáculos, no deberíamos molestarnos en siquiera intentar llegar a ese lugar perfecto e ideal para el picnic. Sin embargo, ninguno de estos obstáculos hace al lugar menos ideal o menos deseable en sí mismo. Es y sigue siendo el mejor lugar al cual podemos aspirar. Si pudiésemos llegar a él, sin sufrir todo lo que sufriríamos en el intento, deberíamos intentarlo. Una última analogía al razonamiento de Cohen. Imagina que estás en un mercado de autos deportivos. Puedes elegir entre el modelo 2013 del Chevrolet Camaro ZL1 o el 2012 BMW M6. La revista experta en autos, Car and Magazine, dice que «el BMW es el mejor auto en casi todas las dimensiones».[27] Dice que es el mejor auto, y punto. Sin embargo, te recomiendan comprar el ZL1 en vez del BMW. Concluyen: «el BMW es superior en casi todo. Pero el XL1 tiene más de la mitad del estilo que el BMW a mucho menos de la mitad del precio».[28] En resumen, el Camaro es mejor auto a ese precio, pero el BMW es intrínsecamente un mejor auto. El BMW no ha dejado de perder su condición de «más deseable». Si tuvieses la posibilidad de obtener cualquier auto gratis, deberías elegir el BMW. Y ese es principalmente el punto de Cohen. Si podemos lograr hacer que el socialismo funcione y la transición a él no sea lo suficientemente costosa, es entonces obvio que optaríamos por él. Por lo tanto, concluye, el socialismo es moralmente superior al capitalismo. Vamos ahora a la pregunta acerca de si el socialismo es factible o no. Muchos economistas están convencidos de que el socialismo no funciona. Explicaré por qué. Todo sistema económico necesita de tres elementos para funcionar.[29] Primero, necesita información –necesita alguna manera de coordinar las acciones de la
  • 26. gente, el sugerirle qué hacer teniendo en cuenta lo que otros están haciendo–. Segundo, necesita incentivos –necesita de alguna manera inducir a la gente a actuar de acuerdo a la información que recibe–. Tercero, debido a que la gente se equivoca, todo sistema económico necesita aprendizaje –un proceso mediante el cual la gente responda cada vez mejor en función de la información e incentivos que recibe–. Cuando los economistas sostienen que el socialismo no funciona o no es factible, citan dos razones. Primero, la más común, es que esto ocurre debido a un problema de incentivos. El socialismo sería inviable por el problema moral de los seres humanos. Al tener tanto poder, los gobiernos socialistas son objeto de deseo para los sociópatas asesinos y hambrientos de poder. Además, el socialismo también fallaría al no poder motivar a la gente egoísta a trabajar por el bien de los demás. En la práctica, el lema «cada uno según sus capacidades y para cada uno según sus necesidades» falla en explotar los talentos de las personas y, a su vez, en responder a sus necesidades. Pero si la gente fuese virtuosa, no serían corrompidos ni tentados por el poder y, además, trabajarían por el bien común sin demandar reconocimientos o premios extra. Los economistas, al explicar esto, obviamente, no usan un lenguaje moral, solo se limitan a decir que la mayoría de la gente no es lo suficientemente altruista como para hacer funcionar las instituciones del socialismo. El otro argumento que explicaría la inviabilidad del socialismo es el problema de la información, un problema poco familiar si es que no se tienen estudios de economía. Los economistas argumentan que el socialismo fracasa porque es imposible que los planificadores del sistema económico socialista logren obtener y procesar toda la información necesaria para hacer funcionar un sistema económico. El socialismo fracasa, entonces, debido a nuestras limitaciones cognitivas. En teoría económica, el debate sobre el «problema del cálculo económico» o «problema del conocimiento» sostiene que en las sociedades de gran escala es prácticamente imposible hacer buenas planificaciones sin precios de mercado o algún sustituto de ellos. Los precios de mercado no son, como comúnmente cree la gente, precios arbitrarios fijados por comerciantes caprichosos.[30] Son, más bien, una función, un resultado de la oferta y la demanda. Los precios de mercado transmiten información acerca de la escasez de los productos en relación a la demanda que existe por ellos y, por lo tanto, le indican a productores y consumidores cómo ajustar su comportamiento ante las
  • 27. necesidades y deseos de otra gente. Así, por ejemplo, si más industrias empiezan a comprar aluminio, los vendedores de aluminio van a intentar subir sus precios. Cuando la Coca-Cola nota que el precio del aluminio está subiendo buscará una manera de usar menos aluminio en su producción. De hecho, las latas de bebida usan mucho menos aluminio que hace cuarenta años, pero tienen un diseño mucho mejor que les permite apilarse a gran altura a pesar de tener ahora mucho menos metal. Esto no es porque los ejecutivos de la empresa Coca-Cola sean ecologistas, sino porque ellos sabían que iban a obtener más utilidades si lograban reducir sus costos. Otra situación: hay un corte de electricidad y corres para abastecerte de hielo y mantener tu cerveza fría. Sin embargo, al llegar al almacén, te das cuenta de que el hielo es ahora escaso y lo están vendiendo a un precio mucho mayor.[31] Probablemente decidas que no vale tanto la pena comprar hielo para tu cerveza. De lo que no te darás cuenta es de que estarás dejando hielo libre para que lo compre el diabético, quien sí lo valorará a precios mayores debido a que debe mantener en frío su insulina. Tal como está escrito en los libros de texto de economía, los precios de mercado aseguran que los bienes se usen donde son más valorados. Considera un objeto tan simple como un lápiz. Quizás no lo has pensado, pero literalmente millones de personas han trabajado para producir ese lápiz, aunque solo algunas se han dado cuenta de que han estado produciendo justamente eso. El trabajador de la mina de hierro que fabricó las bolas de metal que, a su vez, muelen el grafito y arcilla utilizado en la fabricación de un lápiz, no tiene la más remota idea de su aporte en la elaboración de lápices. Así es como los precios de mercado hacen que millones de personas trabajen conjuntamente para producir un simple lápiz. Pocas personas, con excepción de los economistas académicos, entienden qué son los precios, cómo transmiten y transportan información y cómo ellos mismos coordinan a millones de personas para que trabajen conjuntamente. Sin embargo, la real magia de los precios es que nos ayudan a trabajar conjuntamente sin que tengamos idea de lo que significan. Es decir, la gente no necesita entender cómo funciona el mercado para hacer al mismo mercado funcionar. El socialismo prescinde de la economía de mercado y, por lo tanto, de los
  • 28. precios libres. Sin embargo, nadie puede hacer funcionar una economía sin información, de manera que el socialismo necesita un sustituto para los precios de mercado. De acuerdo al debate llamado «Problema del Cálculo Socialista», las economías socialistas de gran escala no funcionan, y ni siquiera funcionarían en el caso en que todos estuviesen lo suficientemente motivados para trabajar, porque no existen buenos sustitutos de los precios para el planificador central. El problema de planificar un sistema económico es extremadamente complejo.[32] A diferencia de muchos marxistas, Cohen acepta y cree en la sensatez de la «ciencia económica burguesa».[33] Los marxistas, por el contrario, insisten en que el socialismo sería mucho más eficiente y productivo que el capitalismo. Cohen concede el punto de que esta última batalla la ganó el capitalismo. Cohen, sin embargo, está más influenciado por la crítica moral que Marx le hace al capitalismo que por la crítica económica de este último.[34] Cohen cree que el Problema del Cálculo Socialista arroja serias dudas sobre la real factibilidad del socialismo,[35] sin embargo, incluso considerando al socialismo como inviable, quizás un «socialismo de mercado» –un híbrido entre capitalismo y socialismo– podría ser factible. Al menos, Cohen afirma, aún no sabemos si el socialismo de mercado es efectivamente imposible. Cohen termina su defensa del socialismo citando el trabajo del analista político Joseph Carens, quien dice que el socialismo de mercado puede combinar los principios distributivos del socialismo con el poder de recolección de información que entrega el capitalismo.[36] En el esquema presentado por Carens, los medios de producción no son privados, sino colectivos, pero quienes los manejan, los gerentes, compiten en el mercado. Las utilidades se reparten entre todos. Si bien Cohen reconoce que muy pocos economistas han sido convencidos por los argumentos de Carens, no trata de solucionar las críticas existentes. En resumen: el camping socialista es una maravilla y el camping capitalista, un horror. Sería mucho mejor si es que, de alguna manera, pudiésemos hacer que el mundo entero fuese como el camping socialista. Esto nos demuestra que el socialismo es inherente y moralmente superior al capitalismo, independientemente del tipo de socialismo que sea realmente factible llevar a cabo. Incluso si el socialismo puro no es factible en sociedades de gran escala, tiene que existir algún tipo de socialismo que lo sea. Finalmente,
  • 29. Cohen nos pide que no perdamos la esperanza, concluyendo que «todo mercado… es un sistema depredador y nuestro intento de ir más allá de este sistema ha fallado. No creo que la conclusión correcta sea rendirnos».[37] LA FUERZA DEL ARGUMENTO Cohen parece tener una simple y poderosa prueba de las siguientes afirmaciones: 1. El socialismo es intrínsecamente más deseable que el capitalismo. Si pudiésemos hacer que el socialismo funcionase bien, lo querríamos y elegiríamos. 2. Si seguimos atascados con el capitalismo es porque somos extremadamente obstinados o, simplemente, demasiado estúpidos como para proponer algo mejor. 3. El capitalismo solo funciona porque organiza –e incluso exacerba– nuestro egoísmo, miedo y codicia. En resumen, estamos haciendo bien al sospechar del capitalismo. Cohen cree habernos demostrado que, en lo más profundo, todos compartimos su repugnancia al mercado. Eso no significa, sin embargo, que pensemos exactamente igual que Cohen. Podemos no estar de acuerdo en cuán cerca se puede llegar al socialismo puro. Es posible ser más pesimista en cuanto a las posibilidades del socialismo real. Yo hago leer el libro de Cohen en cursos introductorios de economía política y filosofía política al menos una vez al año. A pesar de que pocos de mis alumnos se identifican como socialistas y, por lo general, son partidarios de un estado de bienestar capitalista por sobre el socialismo, ni uno solo de ellos, alumnos de las Universidades de Brown y Georgetown –fantásticamente brillantes– ha elaborado un buen argumento contra Cohen. La mayoría de ellos señalan, «claro, seguro, supongo que sería mejor si todos viviésemos como la gente del camping socialista, pero la gente real simplemente no es así». La respuesta de Cohen a esto, les digo en clases, sería que quizás la gente no sería así de «mala» si el capitalismo no hubiese amplificado sus impulsos egoístas. Sin embargo, incluso si la gente fuese por naturaleza demasiado egoísta para la viabilidad del socialismo, todo lo que
  • 30. Cohen quiere es que los estudiantes estén de acuerdo con que sería mejor si todos viviéramos como la gente del camping socialista. Argumentar que la gente simplemente «no es así» es, en palabras de Cohen, una defensa de facto y no normativa de la desigualdad.[38] (Una defensa de facto describe cómo las cosas son, una defensa normativa describe como las cosas deberían o no deberían ser.) Como resume Cohen: Una prominente defensa de facto de la desigualdad es aquella que sostiene que es fruto del egoísmo humano, una característica natural e imposible de erradicar. Esta señala que la desigualdad es fruto de algo tan natural como el pecado y, desde la mirada cristiana, el pecado original: la gente es por naturaleza egoísta, sea esto malo o no, como ser pecador; de la misma forma, la desigualdad es el resultado del egoísmo, sea la desigualdad justa o no.[39] Cohen está en lo cierto: esto no es una justificación moral de la desigualdad. Es meramente una aseveración empírica de que la desigualdad es inevitable. Otras veces reflexionan los alumnos, «tú no puedes juzgar a la naturaleza humana, que no puede ser buena ni mala. Simplemente es». Aunque son pocos los que piensan así, Cohen les diría «si tuvieras la varita mágica capaz de volver a la gente menos codiciosa, depredadora y desagradable, y la hiciese más agradable, amorosa y generosa, la usarías. Eso demuestra que estás realmente juzgando la naturaleza humana». También señalan algunas veces los alumnos: «pero yo no voy a estar dispuesto a trabajar así de duro para el resto si es que no recibo alguna compensación o pago extra». Ante esto, les recuerdo que Cohen no busca que cierta gente trabaje para mantener a otros en la ociosidad gracias al esfuerzo de los primeros. A diferencia de lo que alegan ciertos críticos del marxismo, marxistas como Cohen no sostienen que los talentosos deban ser esclavos del resto, los ociosos. En la sociedad ideal que Cohen elabora, todos trabajan igualmente arduo y todos reciben igual premio o recompensa por ello. Sin embargo, todavía ciertos estudiantes se resisten y dicen que no se sentirían motivados para trabajar en un esquema como ese. Les digo que la respuesta de Cohen sería que eso demuestra que son egoístas e injustos. Cohen no está intentando ser odioso con los alumnos, ya que él mismo se reconoce también como egoísta e injusto.
  • 31. Otros estudiantes han dicho que ellos no creen que deberían ser forzados a tratar a todo el mundo como si fueran sus amigos. Sin embargo, Cohen no está diciendo eso, sino que señala que si es que fuésemos perfectamente buenos y justos, simplemente querríamos tratar a todo el mundo como si fueran nuestros amigos. En un mundo perfectamente justo, el socialismo de Cohen sería voluntario. El ideal socialista de Cohen no es la Unión Soviética, sino que un socialismo anárquico, donde no se necesita la fuerza coercitiva de un gobierno para hacerlo funcionar. Para mi sorpresa, la mayoría de mis colegas economistas y filósofos con ideas pro-mercado no tienen objeciones más importantes a Cohen que las de mis estudiantes. Ellos dirían que Cohen está simplemente argumentando que el mundo entero debería comportarse como una familia, lo que obviamente es imposible porque los seres humanos no tenemos tal capacidad de amor.[40] Quizás empezarían a recitar entonces la literatura de «economía institucional» o a argumentar que la justicia tiene que ver con lidiar con nuestras imperfecciones como seres humanos, no imaginar que estas no existen. Muchos de ellos desestimarían a Cohen por ser extremadamente utópico.[41] ¡Pero estas no son objeciones! Es exactamente estar de acuerdo con Cohen, pero disfrazando el argumento como un desacuerdo. Decir que Cohen es demasiado utópico es aceptar el argumento de Cohen. Se le concede la superioridad moral a Cohen y así su principal conclusión, que el capitalismo funciona mejor solo porque, como el mismo Cohen dice, hay una «tecnología social»[42] que apela a nuestros «impulsos más básicos para producir efectos económicos».[43] Concede el argumento de que el mercado «recluta impulsos poco nobles del ser humano para conseguir fines más deseables».[44] No se hace cargo del ataque de Cohen al mercado como «intrínsecamente repugnante».[45] Desestimar el socialismo porque es un sistema extremadamente utópico es decir que es lo mejor, pero inalcanzable. Cohen requiere otra clase de contraargumento. Desde mi punto de vista, el argumento de Cohen cae de forma dramática. En el siguiente capítulo –El Club del Ratón Mickey como defensa del capitalismo: una parodia– voy a llevar a cabo un cierto aikido filosófico. V oy a desarrollar una parodia del argumento de Cohen para demostrar, contrariamente a su idea, que el capitalismo es intrínsecamente más deseable que el socialismo. El capítulo dos parodia a Cohen imitando la misma estructura, formato y tono de
  • 32. su argumento. Sin embargo, mientras Cohen describe un camping socialista ideal, yo describo una sociedad capitalista ideal, tal cual es representada en el show para niños El Club del ratón Mickey, dibujos animados del canal Disney para niños. Copio, de hecho, el argumento de Cohen, pero lo invierto para obtener el resultado opuesto. Parte de mi objetivo es exponer –a través de una parodia– que el argumento de Cohen para justificar el socialismo es una falacia. Cuando se ve cuán fácil es dar vuelta el argumento de Cohen para producir un argumento aún mejor para defender el capitalismo, se ve claramente cuán débil es. V oy a explicar su defecto principal en el tercer capítulo, aunque existe una alta probabilidad de que se reconozca antes. Sin embargo, no hago una parodia para reducir al absurdo el argumento de Cohen. No voy a decir que el argumento de Cohen está mal y nada más, sino que hago este ejercicio para justificar el intrínseco valor moral del capitalismo. A diferencia de lo que dice Cohen, el capitalismo no es un sistema social en el cual estamos atrapados porque el ser humano es demasiado egoísta, codicioso o temeroso para hacer funcionar el socialismo. Incluso considerando la situación hipotética de que toda la gente tuviese motivaciones perfectamente virtuosas, seguiríamos teniendo razones para preferir el capitalismo. El capitalismo no es simplemente un ejercicio de mejor ciencia económica que el socialismo debido a nuestra realidad humana. Más bien, incluso teorizando utópicamente, el capitalismo ocupa el primer lugar moral. Reconozco que el título de este libro, Capitalismo, ¿por qué no?, puede parecer algo raro para cualquier lector occidental. Después de todo, tenemos capitalismo en abundancia, quizás ahora más que nunca antes en la historia. Mi esperanza es que su doble significado tenga sentido ahora, al final del primer capítulo. El título, obviamente, señala que es una réplica directa al popular libro de Cohen Socialismo, ¿por qué no? Pero igualmente quería plantear esta pregunta de una manera más general de lo que se hace comúnmente y, de modo más específico, como una pregunta moral más que económica. Así, en el capítulo que sigue intento responder la pregunta en términos morales, argumentando que la mejor sociedad posible es una sociedad capitalista.
  • 33.
  • 34. El Club del Ratón Mickey como defensa del capitalismo: una parodia DOS UNA NOTA A LOS LECTORES Esto, como dije, es una parodia del libro de G. A. Cohen Socialismo, ¿por qué no? V oy a replicar sus mismos estilo, dicción, fraseo, formato y estructura argumentativa. Gran parte del tiempo estaré directamente parafraseando o citando a Cohen. V oy a escribir con el mismo rigor y profundidad filosófica que él. El libro de Cohen no es un tratado: tampoco lo es este capítulo. Cohen no toma en cuenta ni tampoco derrota todos los posibles contraargumentos. Yo tampoco. Cohen utiliza el experimento teórico de un camping socialista para argumentar que el socialismo es mejor que el capitalismo. V oy a seguir el estilo argumentativo de Cohen, aunque usando el Pueblo imaginario del Club del Ratón Mickey para argumentar que el capitalismo es mejor que el socialismo. No estoy hablando del viejo Club del Ratón Mickey ―el programa en blanco y negro de la década de los 50― sino del reciente Club del Ratón Mickey,[46] dibujos animados digitales (CGI es su sigla en inglés) del Canal Disney para niños. Si eres socialista es probable que encuentres algo estúpido o sin sentido este capítulo. No hay que desesperar: lo discutiremos más profundamente en los capítulos tres y cuatro. Mi objetivo acá no es simplemente exponer, vía una parodia, que el argumento de Cohen en defensa del socialismo está errado. Aunque su argumento es falaz, es respetable y está bien desarrollado. Este último legado de Cohen ―este último resultado de su vida entera en defensa del socialismo― nos ayudará finalmente a demostrar que la sociedad intrínsecamente superior, desde un punto de vista moral, es capitalista. Cohen se hizo famoso en parte por su crítica al filósofo libertario Robert Nozick.[47] En el cuarto capítulo voy a explicar otro legado del trabajo de Cohen, que consiste en demostrar que Nozick estaba básicamente en lo cierto en cuanto a la naturaleza de una utopía.
  • 35. CAPITALISMO, ¿POR QUÉ NO? LA PREGUNTA del título de este libro no se eligió por una cuestión retórica. Primero, empiezo este capítulo presentando lo que yo creo es un argumento persuasivo y preliminar en defensa del capitalismo. Después me pregunto por qué este argumento podría ser considerado meramente como preliminar, y por qué, finalmente, podría ser «derrotado»: intentaré ver cuánto puede aportar este argumento preliminar en reflexiones más profundas. Para resumir más detalladamente: en la primera parte describo el contexto, el llamado Club del Ratón Mickey. En éste creo que la mayoría de la gente preferiría el capitalismo por sobre cualquier otra alternativa posible. La segunda parte especifica los cinco principios –comunidad voluntaria, respeto, reciprocidad, justicia social y beneficencia– que son respetados en el Pueblo del Club del Ratón Mickey. Son principios cuyo cumplimiento explican, creo, por qué es atractivo su modo de organización. En la tercera parte cuestiono si es que esos principios hacen (socialmente) al capitalismo como deseable, pero también me pregunto luego, en la cuarta parte, acaso si el capitalismo es factible. Esto último lo hago discutiendo las dificultades que enfrenta el promover los principios del capitalismo en el mundo entero, de manera permanente –y no solo en pequeña escala, como lo sería en el Club del Ratón Mickey–. La quinta parte es un breve cierre. I EL PUEBLO DEL CLUB DEL RATÓN MICKEY El ratón Mickey y Minnie, el Pato Donald y Daisy, Tribilín, la Vaca Clarabella, Pete (un gato) y el profesor Giro Sintornillos y muchos otros personajes viven juntos en un Pueblo. No existe jerarquía entre ellos.[48] Si bien cada uno tiene proyectos separados y diferentes, también tienen objetivos comunes, como el esperar que cada uno se sienta realizado en su vida y tenga un buen pasar haciendo, en la medida de los posible, la clase de proyectos que prefieran o que le encuentren sentido. Algunos de estos proyectos los hacen en conjunto, otros de manera separada. Tienen distintas facilidades para llevar a cabo diferentes proyectos. Por ejemplo, existen espacios comunes como lugares donde hacer carreras, anfiteatros y parques. Hacen uso de estas instalaciones de manera colectiva, ya que están de acuerdo de manera clara acerca de quién, cuándo, por qué y bajo
  • 36. qué circunstancias las usan. Hay también espacios y bienes privados. El ratón Mickey tiene una casa club que comparte con sus amigos. Minnie tiene una Bowtique, donde fabrica y vende cintas de tela. La Vaca Clarabella tiene un mercado y una fábrica de tortas. El Pato Donald y Willie el Gigante tienen un campo. El profesor Sintornillos ha creado y es dueño de diferentes inventos, incluyendo una máquina del tiempo y otra máquina nanotecnológica. Hay diferencias entre todos los habitantes del Pueblo, pero su comprensión mutua y buena voluntad aseguran que no existan objeciones de principios de parte de nadie. En el Pueblo cada uno hace lo que le corresponde. Todos trabajan duro para aportar al bienestar social. Cada uno intercambia producto por producto. Cada uno es libre de llevar su vida según lo que piense, sin tener que preguntarle nada a los demás. Al mismo tiempo, todos los habitantes son extremadamente amables. Si alguien tiene alguna necesidad insatisfecha, el resto «hace cola» para ayudarlo. No hay la más mínima violencia ni amenazas de esta –el uso de la fuerza no es necesaria para mantener el orden–. ¡Pero la vida del Pueblo no es solo trabajo! Los habitantes pasan gran parte del tiempo entreteniéndose. Disfrutan tanto de juegos para distraerse como de deportes competitivos; además, dan paseos y hacen arte y música. Todas estas actividades las realizan solos, en pequeños grupos e incluso todos juntos. Cuando hay la mala suerte –por ejemplo, cuando hay que enseñarle a volar a los patos pequeños, cuando algún dragón recién nacido se pierde, cuando la máquina Tick Tock convierte a la mitad de los habitantes en bebés o cuando un derrame de Gooey Goo crea cinco copias de Tribilín– los habitantes se unen felizmente para resolver el problema, de manera que cada uno aporta sus diferentes talentos y habilidades. Los habitantes del Pueblo del Club del Ratón Mickey cooperan con el deseo común de que cada uno tenga la libertad y los recursos para elegir y desarrollar su propio proyecto de vida. Todos operan bajo los principios de mutua comprensión, tolerancia y respeto. Viven de manera feliz, sin envidia, felices de intercambiar sus productos, de entregar y compartir, de ayudar a quienes lo necesitan y nunca tienen la intención de vivir gratis ni de buscar la oportunidad para no aportar o ayudar cuando se requiere. Tampoco intentan aprovecharse de nada; menos coaccionar o subyugar a cualquier otra persona.
  • 37. Sin embargo, es posible imaginar esta misma versión del Pueblo del Club del Ratón Mickey en donde –como en el socialismo– el colectivo (o su representante, el gobierno socialista) reivindica sus derechos sobre toda la tierra y maquinarias, o sobre todos los cuerpos, mentes y talentos de las personas.[49] Es posible imaginar que el colectivo o el gobierno socialista decida a quién se le permite, por ejemplo, usar globos con gas o los colores de las amarras para el pelo que Minnie fabrique, o quién y cuándo va a hacer tal o cual trabajo, o si los órganos de una persona deben ser extraídos y entregados a otra. El Pueblo del Club del Ratón Mickey se podría basar también en los principios socialistas de trabajo y en los derechos de propiedad estrictamente colectivos para todos los bienes. Ahora, la mayoría de los habitantes odiarían esto último. Probablemente nosotros mismos no dejaríamos a nuestros hijos ver un programa de televisión así. La mayoría de la gente se sentiría más atraída por la primera versión del Pueblo, especialmente por el compañerismo existente pero también, y es importante tenerlo en cuenta, por razones de eficiencia. (Tengo en mente la exorbitante dificultad de intentar tener un pequeño directorio de planificadores centrales determinando qué es lo necesario hacer y cómo hacerlo.) Y esto significa que la mayoría de la gente se siente atraída por el ideal capitalista, al menos bajo ciertas restricciones. Para reforzar este punto, considera lo que ocurriría si es que los habitantes dejaran de actuar como capitalistas y empezaran a comportarse como socialistas: 1. El Pato Donald decide y logra nacionalizar y controlar por la fuerza todas las tierras de cultivo, matando a millones de personas en el proceso y causando una hambruna que mata a diez millones más. Usa tácticas terroríficas para lograr y afirmar su control. Dice «volveremos al terrorismo, y será un terrorismo económico».[50] El resto de los habitantes se quejan temerosos y en silencio (cuando están seguros de que nadie los espía): «¡Por Dios! ¡Donald, no seas idiota! ¡No entiendes cuánto significan estas tierras para nosotros y el rol que cumplen en nuestras vidas! ¡No sabes además cómo hacerlas productivas y menos qué y cómo cultivarlas! ¡Por favor termina de vernos a nosotros, los agricultores, como enemigos del Estado!».
  • 38. 2. Las cosas no salen tan bien como el Pato Donald había planeado y el resto de los habitantes empiezan a oponerle resistencia. Tribilín reprime a los rebeldes construyendo gulags en las partes más frías del país Disney World y envía ahí a quien se considere como enemigo para que sea sometido a torturas y trabajo forzado hasta la muerte. Los prisioneros reciben raciones de comida insuficientes para obtener la energía necesaria que demandan las cuotas de trabajo exigidas. Además, la regla del gulag es que, a menor trabajo, menor es la ración de comida. Así, los cuerpos de los prisioneros se debilitan entre tanto esfuerzo y hambre, sus dedos se tornan negros debido al congelamiento y sus huesos se quiebran fácilmente por el escorbuto. Uno de los prisioneros piensa, durante su segundo día en el gulag, «esto es insoportable, ¿o será algo a lo cual podré sobrevivir? ... ¿Cómo será poder descansar?»[51] Muchos prisioneros deciden cortarse los pies –deciden preferir morir enfermos en el gulag que trabajar hasta la muerte en el campo o en minas–. Muchos se convierten en los que los otros prisioneros llaman «los desahuciados» o «los come-basura» –presos que se vuelven locos por el hambre y el estrés, que deambulan por la prisión comiendo mierda, suciedades y desperdicios–. Solo un grupo logra florecer en el gulag de Tribilin: los urkas, una pandilla criminal cuyos miembros «se tatúan monos masturbándose y a quienes sus mujeres los ayudan en sus violaciones a monjas y políticas» y a quienes el «gulag oficialmente designa» como «Elementos Socialmente Amigos».[52] 3. El Ratón Mickey prohíbe la libre expresión, destruye toda oposición política y se autodesigna como presidente vitalicio. Se vuelve cada vez más paranoico, a tal punto que llega a matar a casi todos los miembros del partido gobernante, para así afirmar su control. Decide que todo aquel que tenga educación (con excepción de él y sus consejeros, como el profesor Sintornillos) es un enemigo del Estado y debe ser asesinado. Se vuelve muy vanidoso. Por ejemplo, durante sus discursos mata a la primera persona que deja de aplaudir. Publica un libro llamado Breve Curso sobre la Historia de la Revolución en Disneyworld. El libro es muy leído y la gente lo usa como un manual para no ser arrestado.[53] El Ratón Mickey dice:
  • 39. «Apoyamos el terror organizado –esto tiene que ser admitido… nuestro objetivo es pelear contra los enemigos del … Gobierno… Nosotros juzgamos rápidamente. En la mayoría de los casos, solo un día separa la captura de la sentencia de algún criminal. En casi la totalidad de los casos, al ser enfrentados a la evidencia los criminales confiesan–».[54] La Vaca Clarabella ayuda al Ratón Mickey creando una policía secreta que espía a todos los habitantes del Pueblo. En poco tiempo, los habitantes empiezan a mentir acerca de sus vecinos. Señalan, por ejemplo, que algunos son contrarrevolucionarios que intentan sabotear la Revolución (al acusar y entregar a algún vecino se logra obtener cierta confianza y tiempo). El Profesor Sintornillos ayuda a producir propaganda en serie de manera de mantener a todos los otros habitantes alineados. Prohíbe además toda la información que venga desde afuera. Empieza a mentir sobre los avances de la ciencia, asegurando que la física y biología socialistas son diferentes de la física y biología burguesas. 4. Minnie hace planificaciones de la economía del Pueblo para un plazo de cinco años. En algunas áreas estima que hay que despoblar todas las ciudades para reinstalar a todos sus habitantes en comunidades ligadas a la agricultura. En otras áreas fuerza a la gente a trabajar en grandes fábricas. Esto causa un gran estancamiento económico, desabastecimiento y largas colas para solicitar ayuda social. Después de un tiempo, Minnie visita la economía capitalista de Loony Toons, donde Bugs Bunny le muestra el modelo de casa de seis piezas loonytooniense, la típica casa que los trabajadores estaban comprando. Ella se burla diciendo: «Esto es tan representantivo de la vida del típico trabajador de Loony Toons como el Taj Mahal lo es de la vida en la India».[55] Los reporteros locales están estupefactos –Minnie es una líder, no un trabajador medio y, sin embargo, no tiene idea de cuán productivo puede ser el capitalismo–. Entonces, ¿preferirías vivir en la versión capitalista o en la socialista del Pueblo del Club del Ratón Mickey? Obviamente nadie quiere vivir con lauchas, patos, perros y vacas, pero la pregunta no se refiere a si literalmente quieres vivir con el Ratón Mickey y el Pato Donald. Estoy preguntado otra
  • 40. cosa: ¿Acaso el capitalismo, donde existe el mutuo respeto y una mutua amabilidad, donde existen la propiedad privada y colectiva, no es la mejor manera de organizar un Pueblo, te guste o no el ratón Mickey? ¿No es acaso obvio que la versión capitalista del Pueblo –como realmente aparece en el programa de televisión– es extremadamente superior a la versión socialista del mismo? Las circunstancias del Pueblo del Club son especiales en diversas dimensiones: muchas características difieren de las reales circunstancias de la sociedad moderna. Uno no debería, por lo tanto, inferir del hecho de que un Pueblo como el recién descrito es posible y deseable, que el capitalismo a gran escala sea igualmente posible y deseable. Hay demasiadas diferencias importantes de contexto como para que tal inferencia sea convincente. Lo que necesitamos saber urgentemente es cuáles son las diferencias que importan y cómo los capitalistas podrían enfrentarlas. Debido a sus grandes diferencias con la vida real, el modelo del Pueblo del Club sirve como punto de referencia para responder a aquellas afirmaciones que califican al capitalismo como imposible y/o no deseable, ya que en este Pueblo parece eminentemente posible y deseable. II LOS PRINCIPIOS RESPETADOS EN EL PUEBLO DEL CLUB Los principios morales respetados en el Pueblo del Club son: comunidad voluntaria, respeto mutuo, reciprocidad, justicia social y beneficencia. Hay muchos otros principios capitalistas que el Pueblo del Club cumple. Aquí solo me remitiré a explicar algunos de ellos. El primer principio respetado es el que llamaremos principio de comunidad voluntaria. Sostiene que la gente tiene que vivir y cooperar entre sí sin recurrir a la violencia o a la amenaza de violencia. Sostiene entonces que todos deben tener «libertad de comunicar, de ser, de ir, de amar y de hacer lo que quieran sin la imposición de otros».[56] Bajo este ideal, todas las interacciones están basadas en el respeto y consentimiento mutuo. Nadie es obligado o amenazado para que se comporte de buena manera o para que coopere con otros. Los habitantes son libres de ir y venir. Nadie los obliga, están ahí voluntariamente. Ahora, en nuestro mundo real, a diferencia del Pueblo del Club, es común
  • 41. apoyar el cumplimiento de ciertas reglas con amenazas. Nuestros gobiernos producen grandes listas de reglas y regulaciones y romperlas implica un costo. Quizás nos multen, nos encarcelen o incluso nos maten si nos resistimos. De la misma manera, nosotros mismos nos imponemos amenazas mutuas. Le hacemos saber al resto que pelearemos si es que somos atacados o que, al menos, llamaremos a la policía para que lo haga por nosotros. De manera similar, en nuestro mundo real, comúnmente no estamos de acuerdo en qué es necesario para que exista justicia: por eso, llevamos esas disputas morales al campo político. V otamos y hacemos cumplir el resultado, incluso a «punta de pistola» como último recurso. Pero el Pueblo del Club del Ratón Mickey prescinde de estas amenazas de violencia que permean a nuestra sociedad. Sus habitantes hacen lo correcto por la razón correcta. No se necesita la maquinaria política. Sus habitantes no tienen nuestras imperfecciones morales. Ellos conocen las exigencias de justicia y moral y están siempre dispuestos a cumplirlas. Las pocas veces que tienen disputas –muy poco importantes– basta una breve conversación sobre ética para hacerles ver la luz. Así, por ejemplo, si el Pato Donald se vuelve extremadamente competitivo durante una carrera de globos, Mickey solo necesita recordarle que el punto no es ganar a toda costa, sino solo pasarlo bien. El segundo principio que se sigue en el Pueblo es el de respeto mutuo. Este principio cubre un amplio rango de comportamientos. Todos los habitantes se toleran los unos a los otros y sus diferencias en gustos y actitudes. Esto no se refiere a la tolerancia tipo consigna «vive y deja vivir», sino en una forma de tolerancia mucho más fuerte, una mediante la cual los habitantes disfrutan de la existencia de las diversas experiencias y perspectivas de vida que existen. Los habitantes deciden cómo vivir sus vidas por sí mismos, pero indirectamente a través de ver las vidas que llevan los otros. La diversidad que existe en el Pueblo del Club enriquece la vida de todas las personas. Todos los habitantes permiten que cada uno tenga y busque su propia visión de la vida. Nadie interfiere en los proyectos de otros, lo que no significa que se mantengan distantes, apocados o poco amigables. Todo lo contrario, están siempre dispuestos a darle una mano a quien lo necesite. Hay libertad para ser decir lo que uno piensa, para asistir o no a misa, para trabajar y emprender cuando a uno le guste, para amar a quien uno quiera,
  • 42. siempre y cuando no se violen los derechos de otras personas. Así, por ejemplo, mientras muchos países de nuestro mundo real prohíben los matrimonios interraciales, ningún habitante del pueblo del Club tendría problemas con el matrimonio del Perro Tribilín con la Vaca Clarabella. Parte de lo que significa el respetarse mutuamente es creer que cada persona tiene importancia en sí misma. Mientras la gente esté feliz de usar sus talentos por el bien de otros y, en ese sentido, vean el talento de cada uno como un regalo común, nunca sacrificarían a otra persona en pos del bien colectivo. Esto es muy diferente de nuestro mundo real, en donde frecuentemente nos vemos mutuamente como herramientas a ser explotadas por bienes colectivos. (Por ejemplo, ante la pregunta de cuánta gente estaría dispuesta a matar, durante la Revolución, para lograr sus objetivos favoritos, un prominente filósofo marxista respondió sin pestañear: «10%».[57] Es esta demoníaca y antisocial conducta la que no encontramos entre los habitantes del Pueblo). El tercer principio respetado en el Pueblo es el de reciprocidad. A pesar de que todos los habitantes dan una mano de ayuda a quienes lo necesitan (como lo explicaré abajo), no se presentan los unos a otros como criaturas en necesidad. Más bien, ellos se encuentran e intercambian bienes en todas sus relaciones. Referirse a los habitantes como personas que viven transando puede hacer pensar que sean malvados, calculadores, o que están siempre intentando obtener cualquier cosa como ganancia, tal cual vemos gente en sociedades reales como Cuba o Corea del Norte. Sin embargo, no es así. La gente del Pueblo está orgullosa de lo que tienen para ofrecerse mutuamente. Las personas están orgullosas de que cada uno represente un beneficio neto para la sociedad en donde vive y para el resto de las personas con quienes se relacionan. Están orgullosas de que el Pueblo esté mejor con ellos que sin ellos. Cada uno tiene algo que ofrecer –y no debido a la suerte, sino porque ellos continuamente eligen ser ese alguien que tiene ese algo que ofrecer–. En parte producen porque ser productivos es sinónimo de excelencia y en parte porque tienen el espíritu de compromiso. Sienten la satisfacción de poder servir al otro. Ellos sirven y desean ser servidos en recompensa, pero no sirven al resto solo en función de ser servidos en el futuro. Los habitantes demuestran entonces ser grandes virtuosos en materias cívicas, entendidas estas como la disposición y habilidad para servir en función del
  • 43. bien común. Reconocen que, gracias a su especialización en diferentes tareas y el intercambio, pueden crear un gran sistema de cooperación que hace más probable que cada uno logre la forma de vida que busca. Están dispuestos a dar tanto como a recibir. Cada uno de ellos gana al vivir en el Pueblo, pero el Pueblo a su vez gana de cada uno de ellos. Han moldeado su sociedad de manera que se convierta en lo que los economistas llamarían un «juego de suma positiva», es decir, una sociedad –un juego– en la cual todos los participantes son ganadores. Esto nos lleva al cuarto principio respetado, el principio de justicia social. Este principio quiere decir que los habitantes viven bajo un conjunto de reglas diseñadas para asegurar que nadie, por falla propia, viva una vida que no sea, a lo menos, decente. Las normas que rigen el intercambio, la propiedad privada, el respeto mutuo, etc., aseguran que todos tengan las suficientes oportunidades y la suficiente riqueza y libertad para tener la posibilidad de vivir bajo la concepción de vida que cada uno estime como buena. En la vida real, muchas veces intentamos lograr objetivos mediante la vía coercitiva –por ejemplo, permitiendo que el gobierno controle y provea ciertos servicios o que recolecte impuestos entre los más ricos para entregárselo a los menos afortunados–. Quizás los mismos habitantes del Pueblo, en circunstancias extremas, prefieran aceptar semejante brutal, directo y antisocial método de lograr justicia social. Sin embargo, los habitantes prefieren una manera más relajada, indirecta y social de lograrla. Prescinden del Estado y en su lugar utilizan las instituciones de la sociedad civil para lograr sus objetivos. Dependen del orden espontáneo de las cosas –es decir, bajo un correcto sistema institucional como base, emergen los resultados apropiados como subproducto de las miles de pequeñas interacciones de cada uno, las cuales no necesitan de un planificador o supervisor para coordinarse ni llevarse a cabo–. Finalmente, el quinto principio es el de beneficencia. Cada habitante está siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesite. Se preocupan los unos de los otros y, de igual manera, se preocupan de que todos se preocupen los unos de los otros. Los habitantes no se hacen objetos de caridad por elección –eso violaría el espíritu de reciprocidad–. Sin embargo, algunas veces tienen mala suerte, incluyendo eventos tan extraños que nadie podría prever, como chocar al aterrizar en Marte, sufrir un ataque de hipo justo antes de empezar un show o
  • 44. tener que perseguir una pelota que rebota interminablemente. Los habitantes siempre actuarán en conjunto de manera de asegurar que cualquier crisis de este tipo sea resuelta. Esto no significa que sean unos inocentones, fáciles de embaucar y maltratar. Si Pete fingiera un resfrío solo para obtener algo de la sopa de verduras de Minnie, el Ratón Mickey y Minnie lo regañarían fuertemente por mentiroso. En el Pueblo del Club hay muchas diferencias de riqueza. Clarabella parece tener muchas y diferentes tiendas, mientras que el Pato Donald no tiene ni siquiera una. Así, ella es cerca de diez veces más rica que Donald. En el Pueblo, no todos los bienes son públicos. Sin embargo, y a diferencia de nuestro mundo real, a los habitantes del Pueblo no les importa esto. No son sedientos de igualdad material. No sufren de envidia, ese sentimiento socialmente tan destructivo. (Y menos intentarían fabricar una ideología en función de ella). Entonces, aunque quizás existan grandes diferencias de riqueza, esto no interfiere con el espíritu de comunidad, amistad, sus experiencias conjuntas y tampoco con su capacidad para amar y empatizar los unos con los otros. Para ellos esto es solo otra de las muchas diferencias –de la misma manera, Donald es mucho mejor bailarín que Tribilín; por su parte, Minnie tiene más desarrollado el sentido común que Daisy–. Estas diferencias no los separan. Algo bastante diferente a nuestro mundo real, donde algunas personas sienten tal envidia y resentimiento por la riqueza de otros que no pueden formar comunidades con ellos ni con nadie más rico que ellos y donde, a su vez, existen personas tan arrogantes y carentes de empatía que no pueden formar una comunidad con gente más pobre que ellos. Recuerda: a pesar de que todos los habitantes del Pueblo son benevolentes y benefactores, ellos no fuerzan a otros a actuar de manera benefactora. A pesar de que están felices de hacer sacrificios personales por el bien común u otro, no se atreverían a forzarse mutuamente para llevarlos a cabo. Desde su perspectiva, cada habitante tiene «una inviolabilidad, fundada en la justicia, acerca de la cual ni siquiera la sociedad como un todo puede hacer caso omiso».[58] Aunque todos se ven a sí mismos como personas con el deber de ayudarse mutuamente, y de hecho lo cumplen con alegría, también sostienen que cada uno tiene el derecho a existir en sí mismo y, por lo tanto, como cada uno estime conveniente.
  • 45. Estos cinco principios son, en alguna medida, antisocialistas. Bajo el socialismo, como hemos visto, existe cierta preocupación por el otro, pero esto es solo producto de una actitud que excluye la reciprocidad: la razón más inmediata detrás de la productividad en una sociedad socialista es (no siempre, pero sí generalmente) una mezcla de temor y codicia, en proporciones que varían según la posición política y carácter del individuo. Es verdad que las personas pueden hacer y, de hecho, se exigen actividades socialistas que nacen bajo otros motivos (algunos positivos, como aquellos que nacen de genuinos altruismos; otros negativos, como los deseos de dominar a otros), pero son los sentimientos de codicia y temor los que en sociedades socialistas cobran relevancia. Esto se traduce en que sean canalizados en beneficio de la propia familia y por seguridad de ella. Incluso cuando uno empieza a preocuparse y a observar alrededor, más allá de uno mismo, las motivaciones en el socialismo son también avaras y temerosas, ya que los demás son considerados predominantemente, en el mejor de los casos, como fuentes posibles de enriquecimiento y, en el peor de los casos, como amenazas o bocas a las cuales alimentar. Estas son maneras horripilantes de ver al prójimo: sin embargo, nos hemos habituado a ellas después de más de un siglo de historia de sociedades socialistas. En la Unión Soviética, Venezuela o Cuba, la cooperación está basada principalmente en el temor y la codicia. En sociedades socialistas a las personas no les preocupa esencialmente el cómo le está yendo a los otros en sus vidas. Ellos cooperan con los demás no porque ellos crean que ayudar al prójimo es algo bueno en sí mismo, tampoco porque deseen que el resto prospere o crezca, sino porque buscan ganar y crecer ellos mismos y ellos tienen clarísimo que la única forma de hacerlo es cooperando con los demás o, también, porque les preocupa la posibilidad de ser castigados o asesinados si es no hacen lo que les dicen. Al momento de intercambiar provisiones dentro de sociedades socialistas, somos esencialmente indiferentes respecto al destino del agricultor que nos provee de la comida que comemos: existe un pequeño, cuando no ausente, sentido de comunidad, respeto o beneficencia entre nosotros. En este tipo de sistemas es común encontrar gente que simula que trabaja, así como también gobiernos que simulan que pagan.
  • 46. III ¿ES EL IDEAL DESEABLE? Los capitalistas aspiran a extrapolar los principios que estructuran y ordenan la vida en el Pueblo del Club del Ratón Mickey a una escala mundial. Ante esta problemática, se ven enfrentados a dos preguntas distintas que comúnmente, no obstante, no son tratadas tan diferentemente como se debería. La primera es: si es que fuese posible el capitalismo, ¿sería deseable? La segunda: ¿es el capitalismo posible? Algunos quizás dirían que el Pueblo del Club del Ratón Mickey no es deseable en sí mismo y que, como principio, debería existir mucho más alcance político para que alguien o el Estado intervenga en la vida de los demás, incluso en un pueblo de pequeña escala como este. Ahora, es improbable que estos opositores del capitalismo digan, a su vez, que debería existir, en su sociedad ideal, un menor sentido de comunidad, mutuo respeto, reciprocidad, justicia social y beneficencia. En su lugar ellos afirmarían que «el colectivo» debería tener el derecho de tomar las decisiones de los individuos que conforman el mismo «colectivo». También dirían que, en las sociedades capitalistas, cada elección que hace un individuo ya está restringida por las elecciones que otros individuos tienen, lo que implica que las elecciones disponibles son consecuencia de las elecciones de otras personas. Así, estos opositores del Pueblo del Club del Ratón Mickey prefieren que estas restricciones provengan de una deliberación consciente del «colectivo» –o de quien represente a ese colectivo o voluntad general– a que provenga del resultado de todas las elecciones de los demás. Dejando de lado a estos opositores, muchos otros dirían que a pesar de que está bien organizar el Pueblo del Club del Ratón Mickey bajo las reglas del capitalismo, hay ciertas características que lo distinguen de la vida normal en las sociedades modernas, por lo que, consecuentemente, cuestionan la deseabilidad y/o factibilidad de poder hacer cumplir todos sus principios en una sociedad más grande y moderna. Este tipo de personas quizás acepten que he demostrado el atractivo y la factibilidad de los valores capitalistas, pero sólo para el caso de un pueblo chico y aislado, en donde no existen ni compiten diferentes grupos sociales, en donde todos los habitantes se conocen y se observan mutuamente todos los días, y en donde, además, los lazos
  • 47. familiares no ejercen el más mínimo conflicto respecto a lo que es correcto o no éticamente. ¿Hasta qué punto estas diferencias convierten a este ideal menos deseable o no deseable? ¿Hasta qué punto lo hace impracticable? Yo no creo que las diferencias entre el mundo real y el Pueblo del Club del Ratón Mickey debiliten lo deseable de los valores del Pueblo. Yo no creo que el grado de cooperación, bondad, libertad, justicia social y respeto presente en el Pueblo sea algo común sólo entre amigos o dentro de una comunidad pequeña. En el próximo apartado abordo la pregunta acerca de si es posible o válido extrapolar los valores capitalistas del Pueblo del Club del Ratón Mickey al mundo entero. Sin embargo, parece ser claro que toda persona de buena voluntad estaría feliz de recibir la noticia de que es posible extrapolar en la realidad estos valores: tal vez, por ejemplo, puesto que algunos economistas inventaron mejores maneras de emplear y organizar nuestra capacidad de respetar, tolerar y dar generosamente. Yo todavía continúo encontrando atractivo el fondo de una canción libertaria que aprendí en mi infancia que decía: «Y los hombres que están en altos puestos tienen que ser los que empiecen a moldear una nueva realidad, más cercana al corazón, más cercana al corazón».[59] El argumento comúnmente utilizado en resistencia al ideal de la canción es que uno no puede ser amigo de todo el millar de personas que compone este mundo; que esta idea es, en su mejor escenario, imposible e, incluso, incoherente, ya que la amistad es inherentemente algo exclusivo. Pero esta canción no tiene por qué ser interpretada de esta manera. Algo como la amistad social general – comunidad– no es algo que se enfrente al dilema del «todo o nada». De seguro es más bienvenido que exista «mucho» a que exista «poco» sentido de comunidad en una sociedad. Sin embargo, sin importar lo que concluyamos respecto a la deseabilidad del capitalismo, debemos preocuparnos de la pregunta acerca de su factibilidad, lo que analizaré ahora. IV ¿ES EL IDEAL FACTIBLE?
  • 48. LOS OBSTÁCULOS, ¿SON FRUTO DEL EGOÍSMO HUMANO O DE UNA INSUFICIENTE TECNOLOGÍA SOCIAL? Sin importar lo atractivas o no que puedan ser las relaciones existentes en el Pueblo del Club del Ratón Mickey, y sin importar tampoco que estos valores sean deseables o no en una sociedad de mayor escala, mucha gente que ha reflexionado acerca de estos problemas ha juzgado el capitalismo como imposible de aplicar a una sociedad. «Este capitalismo puede funcionar para organizar un pueblo pequeño, ¿pero para una sociedad completa? ¡Imposible!». El punto es que el Pueblo del Club del Ratón Mickey es un pueblo pequeño y habitado por gente extremadamente virtuosa y alejada de los problemas del día a día. Es, por definición, un lugar especial. Un tipo de sociedad así parece imposible en una escala mayor. Importante es notar, para empezar, que no es solo en contextos extremadamente felices, sino en escenarios bastante menos benignos donde los valores del Pueblo del Club del Ratón Mickey tienden a prevalecer. La gente habitualmente actúa como los habitantes del Pueblo y se ayuda mutuamente durante emergencias como aludes e incendios. Ahora, no nos desviemos y acerquémonos, en cambio, a la pregunta acerca de si el capitalismo es factible o no. Hay dos razones muy diferentes que explicarían por qué el capitalismo sería imposible de aplicar en una sociedad grande. Es muy importante distinguirlas, intelectual y políticamente. La primera razón guarda relación con los límites de la naturaleza humana; la segunda, con los límites de la tecnología social existente. La primera razón aparente de por qué el capitalismo no sería factible se debe a que la gente, como es de común conocimiento, no es lo suficientemente cooperadora, generosa, tolerante y respetuosa como para cumplir con los requisitos que lo harían funcionar correctamente, independientemente de lo cooperadora, generosa, tolerante y respetuosa que pueda llegar a ser en contextos tan especiales y limitados como lo son en el Pueblo del Club del Ratón Mickey. La segunda razón por la que el capitalismo sería imposible de aplicar es que, incluso si existiese una ciudad o cultura que tuviese a gente suficientemente cooperadora, generosa, tolerante y respetuosa, no sabríamos como usar ni encauzar esas virtudes. No sabemos qué reglas ni estímulos crear de manera que hagan y transformen a estas virtudes en los motores de una economía. Esto contrasta con el egoísmo, temor y maldad humana, a los cuales
  • 49. nuestras experiencias socialistas hicieron ver que sabemos emplearlos de manera bastante buena. Por supuesto que incluso ante la situación de que estas dos razones, y otras comparables, no fuesen un problema, el capitalismo podría ser inalcanzable porque las fuerzas políticas o ideológicas que se resistirían a un movimiento pro-capitalista podrían ser extremadamente potentes –incluyendo la enorme fuerza práctica de creer que el capitalismo es imposible–. No obstante, la pregunta que estoy respondiendo no es acerca de si el capitalismo es alcanzable o no, es decir, si es que podemos alcanzarlo desde donde estamos hoy, llenos de las contingencias propias de nuestra condición social y saturados como estamos de las herencias socialistas y de las democracias extractivas, depredadoras y copadas de funcionarios que buscan obtener ganancias monetarias de sus posiciones políticas mucho mayores que sus sueldos. La pregunta sobre la factibilidad del capitalismo es, en cambio, acerca de si el capitalismo funcionaría establemente si estuviésemos en una posición desde la cual pudiésemos instituirlo. Y un aspecto importante de esta pregunta es si el funcionamiento de una sociedad capitalista reforzaría o debilitaría los valores de cooperación, confianza y respeto necesarios para la estabilidad del capitalismo. Desde mi punto de vista, el principal problema que enfrenta el ideal capitalista es que no sabemos cómo diseñar la maquinaria que lo haga funcionar correctamente. El problema no es, fundamentalmente, el egoísmo, y maldad humana, sino la falta de tecnología organizacional apropiada: nuestro problema es un problema de diseño. Quizás resulte ser un problema de diseño insoluble, y es un problema de diseño sin duda exacerbado por nuestra propensión egoísta, depredadora y maliciosa, pero un problema de diseño es, el que yo creo, que tenemos. Los dos conjuntos de tendencias –las tendencias al egoísmo, a depredar y a la maldad como también las tendencias a cooperar, respetar y ser generoso– residen al mismo tiempo, después de todo, en casi todos los seres humanos. El problema es que, a pesar de que sabemos cómo hacer funcionar los sistemas económicos, aunque no tan bien, en función del desarrollo y la hipertrofia del egoísmo y la maldad –como las experiencias en países como Rusia, Cuba y Camboya nos han enseñado–,[60] no sabemos cómo hacer funcionar ningún sistema económico en base al desarrollo y la explotación de la bondad, generosidad y reciprocidad humanas. Sin embargo, incluso en el mundo real es